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CITAS ATEAS
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han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y
además soy buena persona”. (José Saramago, escritor portugués, Premio Nobel de
Literatura).
“No creer en dios es creer sólo en mí mismo y en lo que veo alrededor de mí. Sin un dios,
yo soy dios. Me erijo a mí mismo en el dios de mi mundo. Adoro a dioses fabricados por mí
mismo: dinero, poder, prestigio, aprobación, cosas... Insisto en que no voy a adorar nada
que no pueda ver, y así, en sentido inverso, adoro todas las cosas que veo, con todas sus
limitaciones y con todo lo que hacen para limitar el ámbito de mi alma”. (Joan Chittister,
“En busca de la fe”).
“No sé si exista dios, pero sería mejor para Su reputación que no”. (Jules Renard).
“Si deseamos explicar nuestras ideas de la Divinidad nos veremos obligados a admitir que,
con la palabra dios, el hombre nunca ha sido capaz de designar nada sino la causa más
oculta, distante y desconocida de los efectos que veía; ha hecho uso de esta palabra sólo
cuando el juego de las causas naturales y conocidas dejó de ser visible para él; tan pronto
como perdió el hilo de estas causas, o cuando su mente no pudo seguir la cadena, terminó
con sus dificultades y finalizó su búsqueda llamando dios a la última de las causas, esto es,
a aquélla que estaba más allá de todas las causas que conocía; de esta forma no hizo más
que asignar una vaga denominación a una causa desconocida, ante la cual su ociosidad o
los límites de su conocimiento lo forzaban a detenerse. Cada vez que decimos que dios es
el autor de algún fenómeno, esto significa que ignoramos cómo tal fenómeno fue capaz de
operar con la ayuda de las fuerzas o causas que conocemos en la naturaleza. Así es que la
generalidad de la raza humana, cuya suerte es la ignorancia, atribuye a la Divinidad no sólo
los efectos inusuales que los perturban, sino más aún los eventos más simples, cuyas
causas son las más simples de entender para cualquiera que sea capaz de estudiarlas. En
una palabra, el hombre siempre ha respetado las causas desconocidas, los efectos
sorprendentes que su ignorancia no le permitió desentrañar. Fue en este desconocimiento
de la naturaleza que el hombre erigió el coloso imaginario de la Divinidad”. (Percy bysshe
Shelley, “The Necessity of Atheism”).
“Si es infinitamente bueno, ¿qué RAZÓN deberíamos tener para temerle?. Si es
infinitamente sabio, ¿por qué deberíamos tener dudas concernientes a nuestro futuro?. Si lo
sabe todo, ¿por qué advertirle de nuestras necesidades y fatigarlo con nuestras oraciones?.
Si está en todos lados, ¿por qué erigirle templos?. Si es justo, ¿por qué temer que castigará
a las criaturas a las cuales llenó de debilidades?. Si la gracia lo hace todo por ellos, ¿qué
RAZÓN habrá para recompensarlos?. Si él es todopoderoso, ¿cómo ofenderlo, cómo
resistírsele?. Si es razoable, ¿cómo puede enojarse con los ciegos, a quienes les ha dado la
libertad de ser irrazonables?. Si es inamovible, ¿con qué derecho pretendemos hacerlo
cambiar sus designios?. Si es imposible de concebir, ¿por qué habremos de ocuparnos de
él?. Si él ha hablado, ¿por qué el Universo no se ha convencido?. Si el conocimiento de un
dios es el más necesario, ¿por qué no es el más evidente y el más claro?”. (Percy bysshe
Shelley, “The Necessity of Atheism”).