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¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí? o ¿hacia dónde voy?, son de gran relevancia, pues
cada adolescente está en la búsqueda de saber quién es, hacia dónde dirige su vida y
cómo podría entrar de manera exitosa a su grupo social. La búsqueda de respuestas a
estas preguntas, forma parte del proceso de desarrollo de la identidad.
Ahora bien, la identidad se construye en interacción con otros, por tanto, si las
relaciones con las demás personas se dan en un marco de respeto y comprensión, de
diálogo constructivo y de confianza mutua; el adolescente reconoce y valora su propia
individualidad, tiene una representación de sí mismo como alguien que es capaz, sabe
cuáles son sus cualidades y defectos, se acepta como es, con lo cual se va formando
una fuerte autoestima. Por el contrario, las interacciones negativas, pueden dificultar su
desarrollo afectivo, intelectual y social.
Si bien, la identidad personal empieza a construirse en la familia, hay otros entornos que
ejercen notable influencia en ella, como son: la escuela, los grupos religiosos, deportivos e
incluso una pandilla. Por ello, los padres y demás adultos cercanos al adolescente, tienen
una gran responsabilidad porque, dada su mayor experiencia, pueden servir como guía y
apoyo en su proceso de búsqueda. Es bien sabido que las relaciones que establecen con
sus padres y demás adultos significativos, les da oportunidad de identificarse con algunos
de ellos y retomar algunas cualidades que les parecen deseables.
Sin embargo, a veces los adultos no acertamos en este acompañamiento al desarrollo
afectivo de los adolescentes porque perdemos de vista que en esta etapa: sufren muchos
cambios a nivel físico, intelectual y afectivo, algunos se preocupan de más sobre –su
rendimiento en la escuela, su apariencia, su desarrollo físico o su popularidad–, requieren
la aceptación de sus pares y, por ello, el rechazo los orilla a desarrollar un sentido de
inadaptación e insuficiencia, hacen cosas porque los demás las hacen –esto los puede
llevar a experimentar con las drogas, el alcohol, el vandalismo o la actividad sexual
temprana– incluso se vuelven rebeldes al grado de retar a padres y maestros.
Por estas mismas características, los adolescentes se vuelven vulnerables ante las presiones
externas a la familia y corren mayores riesgos. Para disminuir estos riesgos es conveniente
que los adultos aceptemos que la adolescencia es una etapa normal de inestabilidad y
rebeldía a fin de tener una mayor comprensión de por qué hacen lo que hacen, no para
dejarlos a su suerte o para reprimirlos, sino para promover un desarrollo afectivo sano, que
les permita aprender que pueden tomar decisiones sin dejarse presionar por los demás.
De ahí que los adultos debamos tener claro que, en los grupos sociales a los que se
incorporan los adolescentes, debe haber un ambiente de comprensión y de empatía donde
puedan compartir sus dificultades y conflictos, donde se fortalezca su autoestima, donde se
sientan valorados como son y donde puedan expresar sus sentimientos, razón por la cual,
debemos entender que en este proceso, los hijos tienen que alejarse un poco de nosotros
y desarrollarse en un grupo de iguales.