ANÉCDOTAS cristianas pequeñas historias

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About This Presentation

ANÉCDOTAS cristianas es un pequeño resumen de historias que pueden ayudarnos a crecer y hacer crecer a los demás


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MÚLTIPLES ANÉCDOTAS PARA LA REFLEXIÓN

Actuar con buen criterio
El 14 de octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea aérea British
Airways tuvo lugar el siguiente suceso. A una señora la sentaron en el avión al lado de
un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la cambiara de sitio, porque
“no podía sentarse al lado de una persona tan desagradable”. La azafata argumentó que
el vuelo estaba muy lleno, pero que iría a ver si acaso podría encontrar algún lugar libre
en primera clase. Todos los pasajeros observaban la escena con disgusto, no solo por
el hecho en sí, sino por el hecho de que además se le ofreciera un sitio a esa mujer en
primera clase. Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora:
"Discúlpeme señora, efectivamente todo el vuelo está lleno, pero afortunadamente
encontré un lugar vacío en primera clase. Para hacer este cambio tuve que pedir
autorización al capitán, que me indicó que no se podía obligar a nadie a viajar al lado
de una persona tan desagradable." La señora, con cara de triunfo, intentó salir de su
asiento, pero la azafata en ese momento se volvió hacia el hombre de raza negra y le
dijo: "¿Señor, sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?". Todos los
pasajeros aplaudieron la acción de la azafata. Ese año, la azafata y el capitán fueron
premiados por esa actuación.


¿A dónde voy?
Cuentan de Chesterton que era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren,
el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo
encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces el revisor le dijo:
"Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete". "No es pagar lo que me
inquieta –repuso Chesterton– lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy".

Anillo de compromiso
Un muchacho entró con paso firme en una joyería y pidió que le mostraran el
mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le enseñó uno. El muchacho
contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso
a pagarlo. "¿Se va usted a casar pronto?", preguntó el dueño. "No. Ni siquiera tengo
novia", contestó. La sorpresa del joyero divirtió al muchacho. "Es para mi madre.
Cuando yo iba a nacer estuvo sola. Alguien le aconsejó que me matara antes de que
naciera, pues así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y
tuvo muchos problemas, muchos. Fue padre y madre para mí, y fue amiga y hermana,
y fue maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de
compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que si ella hizo todo
por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregue yo otro anillo de
compromiso, pero será el segundo". El joyero no dijo nada. Solamente ordenó a su
cajera que le hiciera al muchacho el descuento aquel que se hacía solo a clientes
especiales.


Aprender a usar las manos

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Un marinero y un pirata se encuentran en un bar, y empiezan a contarse sus
aventuras en los mares. El marinero nota que el pirata tiene una pierna de palo, un
gancho en la mano y un parche en el ojo. El marinero le pregunta "¿Y cómo terminaste
con esa pierna de palo?". El pirata le responde "Estábamos en una tormenta y una ola
me tiró al mar, caí entre un montón de tiburones. Mientras mis amigos me agarraban
para subirme un tiburón me arrancó la pierna de un mordisco". "!Guau! -replicó el
marinero- ¿Y qué te pasó en la mano, por qué tienes ese gancho?". "Bien... -respondió
el pirata-; estábamos abordando un barco enemigo, y mientras luchábamos con los
otros marineros y las espadas, un enemigo me cortó la mano". "¡Increíble! -dijo el
marinero- ¿Y qué te paso en el ojo?". "Una paloma que iba pasando y me cayó
excremento en el ojo". "¿Perdiste el ojo por un excremento de paloma?", replicó el
marinero incrédulamente. "Bueno... -dijo el pirata- ... era mi primer día con el gancho".


Arreglar al hombre
Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto
a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de
respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de siete años invadió su santuario decidido
a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que
fuese a jugar a otro lugar. Viendo que era imposible que se fuera, pensó en algo que
pudiese darle para distraer su atención. Vio una revista en donde venía el mapa del
mundo, ¡justo lo que precisaba! Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y
junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: "Como te gustan los
rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto, para que lo repares sin ayuda de nadie".
Calculó que al pequeño le llevaría días componer el mapa, pero no fue así. Pasados
unos minutos, escuchó la voz del niño: "Papá, papá, ya lo he acabado". Al principio no
dio crédito a las palabras del niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiera
conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el
científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo
propio de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían
sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido
capaz? Le dijo: "Hijo mío, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lograste
recomponerlo?". "Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa
de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que
di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía como era.
Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta la hoja y vi que había arreglado al
mundo."


Ayuda desinteresada
Casi no la había visto. Era una señora anciana con el coche parado en el camino.
El día estaba frió, lluvioso y gris. Alberto se pudo dar cuenta que la anciana necesitaba
ayuda. Estacionó su coche delante del de la anciana. Aún estaba tosiendo cuando se le
acercó. Aunque con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta de que la anciana
estaba preocupada. Nadie se había detenido desde hacía más de una hora, cuando se
detuvo en aquella transitada carretera. Realmente, para la anciana, ese hombre que se
aproximaba no tenía muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente. Más no había

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nada por hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento. Alberto pudo percibir
cómo se sentía. Su rostro reflejaba cierto temor. Así que se adelantó a tomar la
iniciativa en el diálogo: "Aquí vengo para ayudarla, señora. Entre a su vehículo que
estará protegida de la lluvia. Mi nombre es Alberto". Gracias a Dios solo se trataba de
un neumático pinchado, pero para la anciana se trataba de una situación difícil. Alberto
se metió bajo el coche buscando un lugar donde poner el gato y en la maniobra se
lastimó varias veces los nudillos. Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora
bajó la ventana y comenzó a hablar con él. Le contó de donde venía; que tan sólo estaba
de paso por allí, y que no sabía cómo agradecerle. Alberto sonreía mientras cerraba el
coche guardando las herramientas. Le preguntó cuanto le debía, pues cualquier suma
sería correcta dadas las circunstancias, pues pensaba las cosas terribles que le hubiese
pasado de no haber contado con la gentileza de Alberto. Él no había pensado en dinero.
Esto no se trataba de ningún trabajo para él. Ayudar a alguien en necesidad era la mejor
forma de pagar por las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba
en situaciones similares. Alberto estaba acostumbrado a vivir así. Le dijo a la anciana
que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a
alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera
desinteresada, y que entonces... - "tan solo piense en mí"-, agregó despidiéndose.
Alberto esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día frió, gris y depresivo, pero
se sintió bien en terminarlo de esa forma, estas eran las cosas que más satisfacción le
traían. Entró en su coche y se fue. Unos kilómetros más adelante la señora divisó una
pequeña cafetería. Pensó que sería muy bueno quitarse el frió con una taza de café
caliente antes de continuar el último tramo de su viaje. Se trataba de un pequeño lugar
un poco desvencijado. Por fuera había dos bombas viejas de gasolina que no se habían
usado por años. Al entrar se fijó en la escena del interior. La caja registradora se parecía
a aquellas de cuerda que había usado en su juventud. Una cortés camarera se le acercó
y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado por la lluvia.
Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que no se
borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera estaría
de ocho meses de dulce espera. Y sin embargo esto no le hacia cambiar su simpática
actitud. Pensó en como gente que tiene tan poco pueda ser tan generosa con los
extraños. Entonces se acordó de Alberto... Después de terminar su café caliente y su
comida, le alcanzó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de cien dólares.
Cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había ido.
Pretendió alcanzarla. Al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en una
servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100. Los ojos se le llenaron de lágrimas
cuando leyó la nota: "No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me
ayudo como hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes
hacer: No dejes de ayudar a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu alegría
y tu sonrisa y no permitas que esta cadena se rompa. Aunque había mesas que limpiar
y azucareras que llenar, aquél día se le pasó volando. Esa noche, ya en su casa, mientras
la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no despertar a su agotado esposo
que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella.
¿Cómo sabría ella las necesidades que tenían con su esposo, los problemas económicos
que estaban pasando, máxime ahora con la llegada del bebé. Era consciente de cuan
preocupado estaba su esposo por todo esto. Acercándose suavemente hacia él, para no
despertarlo, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído: "Todo va a salir bien,
Alberto".

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Cambiar el mundo
Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el
mundo. Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo,
así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país. Pero con
el tiempo me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con
intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí. Pero tampoco conseguí casi
nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: Si hubiera
empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi
ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de
cambiar mi país y -quien sabe- tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo.
(Encontrada en la lápida de un obispo anglicano en la Abadía de Westminster).


Camino de ninguna parte
Un matrimonio americano había salido de viaje. El esposo conducía enfebrecido.
Había hecho ya trescientos kilómetros sin dejar de mirar de reojo al salpicadero. De
repente la esposa consultó la guía de carreteras y anunció: «Nos hemos perdido». «¿Y
qué?», replicó el marido. «¡Llevamos una media estupenda!». Ese estupendo promedio,
camino de ninguna parte, es el que llevan algunos en su intento de llenar su día y su
vida de sensación de diligencia y eficacia. Deberían recordar que cuando uno no sabe
adónde va, acaba en otra parte.


Compartir
En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para contarnos el
caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días.
Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a
verlos. Vi cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomó el
arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando regresó le pregunté: qué
había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió: "Ellos también tienen
hambre". Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre.
Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en sí
misma. En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad
no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no
había comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los
demás, tenía el valor de compartir. Frecuentemente me preguntan cuándo terminará el
hambre en el mundo. Yo respondo: Cuando aprendamos a compartir". Cuanto más
tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, más podemos dar. (Madre Teresa de
Calcuta)

Constancia e inteligencia
Un día Matt y yo habíamos visto a una pequeña araña que intentaba sacar una
cachipolla tres veces más grande que ella de un hoyo que había en la arena. La arena
estaba seca, y cada vez que la araña remontaba la pendiente, los bordes del hoyo cedían

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y la araña volvía a caer al fondo. Lo intentaba una y otra vez, sin cambiar nunca de ruta
ni aflojar el ritmo. Matt me dijo: "La pregunta es la siguiente, Kate: ¿es muy tozuda o
tiene tan poca memoria que olvida lo que ha pasado hace dos segundos y siempre cree
que lo está intentando por primera vez?". Estuvimos observándola casi media hora y,
al final, para gran alivio nuestro, lo consiguió, así que decidimos que no sólo era muy
tozuda, sino también muy lista (Tomado de Mary Lawson, "A orillas del lago",
Salamandra, Barcelona 2002, pág 65).
Construyendo una catedral
Un hombre golpeaba fuertemente una roca, con rostro duro, sudando. Alguien le
preguntó: - ¿Cuál es su trabajo? Y contestó con pesadumbre: - ¿No lo ve? Picar piedra.
Un segundo hombre golpeaba fuertemente otra roca, con rostro duro, sudando.
Alguien le preguntó: - ¿Cuál es su trabajo? Y contestó con pesadumbre: - ¿No lo ve?
Tallar un peldaño.
Un tercer hombre golpeaba fuertemente una roca, transpirado, con rostro alegre,
distendido. Alguien le preguntó: - ¿Cuál es su trabajo?". Y contestó ilusionado: -Estoy
construyendo una catedral.
Contratiempo de un náufrago
El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y
deshabitada isla. El oró fervientemente a Dios pidiéndole ser rescatado, y cada día
escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar. Cansado, finalmente
optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y
almacenar sus pocas pertenencias. Un día, tras de merodear por la isla en busca de
alimento, regresó a casa para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo
ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido... lo había perdido todo. Quedó
anonadado con tristeza y rabia. "Dios: como me pudiste hacer esto a mi!" se lamentó.
Temprano al día siguiente, sin embargo, fue despertado por el sonido de un barco que
se acercaba a la isla. Había venido a rescatarlo. "Como supieron que estaba aquí?"
preguntó el cansado hombre a sus salvadores. "Vimos su señal de humo", contestaron
ellos.


De vuelta de la guerra
Un soldado que pudo regresar a casa después de haber peleado en la guerra de
Vietnam. Le habló a sus padres desde San Francisco. "Mamá, voy de regreso a casa,
pero tengo que pediros un favor. Traigo a un amigo que me gustaría que se quedara
con nosotros." Le dijeron: "Claro, nos encantaría conocerlo." El hijo siguió diciendo:
"Hay algo que debéis saber. Fue herido en la guerra. Pisó en una mina de tierra y perdió
un brazo y una pierna. Él no tiene adónde ir, y quiero que se venga a vivir con nosotros
a casa." "Siento mucho el escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar
en donde el se pueda quedar." "No, mamá y papá, yo quiero que él viva con nosotros."
"Hijo, tu no sabes lo que estás pidiendo. Alguien que esté tan limitado físicamente
puede ser un gran peso para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que
vivir, y no podemos dejar que algo como esto interfiera con nuestras vidas. Yo pienso
que tu deberías de regresar a casa y olvidarte de esta persona. Él encontrara una manera
en la que pueda vivir él solo." En ese momento el hijo colgó el teléfono.
Los padres ya no volvieron a saber de él. Unos días después, los padres recibieron
una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto después de

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que se había caído de un edificio, fue lo que les dijeron. La policía creía que era un
suicidio. Los padres, destrozados de la noticia, volaron a San Francisco y fueron
llevados a que identificaran a su hijo. Ellos lo reconocieron, pero, para su horror, ellos
descubrieron algo que no sabían: su hijo tan solo tenía un brazo y una pierna. Los
padres de esta historia son como muchos de nosotros. Encontramos muy fácil amar a
personas que son hermosas por fuera o que son simpáticas, pero no a la gente que nos
hace sentir alguna inconveniencia o que nos hace sentirnos incómodos. Preferimos
estar alejados de personas que no son hermosas, sanas o inteligentes como suponemos
serlo nosotros.

Dios y las manzanas
Encima de la mesa de un merendero infantil, una monja había dejado una fuente
grande, con manzanas de color rojo brillante, carnudas y jugosas. Al lado de la fuente,
puso la siguiente nota: "Toma solamente una. Recuerda que Dios está mirando". En el
otro extremo de la mesa, había otra fuente, llena de galletas de chocolate recién sacadas
del horno. Al lado de la fuente, había un papelito escrito por un niño pequeño, que en
letra cursiva decía: "Toma todas las que quieras. Dios está mirando las manzanas".


Dispuestos a recibir un tiro
Cuentan que durante la guerra de los “cristeros”, cuando la Revolución Mexicana
persiguió a muerte a la Iglesia, las misas se hacían clandestinamente y los vecinos se
pasaban la voz cada vez que llegaba un sacerdote vestido de paisano al pueblo. En un
pueblo, en algún lugar rural de México, esperaban al sacerdote que llegaría ese fin de
semana de un pueblo vecino. Los catequistas clandestinos tenían preparados bautizos
y otros sacramentos y para tal ocasión consiguieron un viejo granero, lo
suficientemente amplio para albergar unos cientos de fieles. Aquel domingo por la
mañana el viejo granero estaba totalmente lleno con una cantidad de fieles de alrededor.
Las 600 personas que estaban reunidas esperando el inicio de la celebración se
sobrecogieron al ver dos hombres entrar vestidos con uniforme militar y armados. Uno
de los hombres dijo: "El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está.
Las puertas estarán abiertas sólo cinco minutos". Inmediatamente el coro se levantó y
se fue. Los diáconos también se fueron, y gran parte de la feligresía. De las 600
personas solo quedaron 20. El militar que había hablado, miró al sacerdote y le dijo:
"OK, padre, yo también soy cristiano y ya me deshice de los hipócritas. Continúe con
su celebración".

Donando sangre
Hace unos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford,
conocí a una niñita llamada Liz, que sufría de una extraña enfermedad. Su única chance
de recuperarse era aparentemente una transfusión de sangre de su hermano de 5 años,
que había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado los
anticuerpos necesarios para combatirla. El doctor explicó la situación al hermano de la
niña, y le preguntó si estaba dispuesto a dar su sangre a su hermana. Lo vi dudar por
sólo un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: -Sí, yo lo haré, si eso salva a
Liz.
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la

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de su hermana, y sonriente mientras nosotros los asistíamos, viendo retornar el color a
las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció.
El niño miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: - Doctor... ¿cuándo voy a
empezar a morirme?
El pequeño no había comprendido bien al doctor; pensaba que le daría toda su
sangre a su hermana. Y aún así estaba dispuesto a darla...


¿Dónde está el buen Dios?
"Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un
chaval delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del
campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido,
casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres
SS.
Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron
introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.
-¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos.
El pequeño se cayó.
-¿Dónde está el buen Dios, dónde? -preguntó alguien detrás de mí.
A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto
descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.
-¡Descubríos! -rugió el jefe del campo.
Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.
-¡Cubríos!
Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua
pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que
era, el niño seguía vivo...
Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando
bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía
todavía vivo. Su lengua seguía roja, y su mirada no se había extinguido. Escuché al
mismo hombre detrás de mí:
-¿Dónde está Dios?
Y en mi interior escuche una voz que respondía: "¿Dónde está? Pues aquí, aquí
colgado, en esta horca..."
(Élie Wiesel, La Nuit, pp.103-105).


El agricultor
"No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice", respondió un
agricultor a un noble inglés. En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la
puerta de la casa de la familia. "¿Es ese su hijo?" preguntó el noble inglés. "Sí,"
respondió el agricultor lleno de orgullo. "Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme
a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre crecerá hasta
convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso." El agricultor aceptó.

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Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor se graduó de la Escuela de
Medicina de St. Mary's Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido
a través del mundo, el famoso Sir Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.
Algunos años después, el hijo del noble inglés, cayó enfermo de pulmonía. ¿Que le
salvó? La penicilina. ¿El nombre del noble inglés? Randolph Churchill. ¿El nombre de
su hijo? Sir Winston Churchill. Alguien dijo una vez: Siempre recibimos a cambio lo
mismo que ofrecemos. Trabaja como si no necesitaras el dinero. Ama como si nunca
te hubieran herido. Baila como si nadie te estuviera mirando.


El banco del tiempo
Imagínate que existe un banco que cada mañana acredita en tu cuenta la suma de
86.400 dólares. No arrastra tu saldo día a día: cada noche borra todo lo que no usaste
durante el día, cualquiera sea la cantidad. ¿Qué harías? ¡Retirar hasta el último centavo,
por supuesto!
Cada uno de nosotros tiene ese banco, su nombre es tiempo. Cada mañana, este
banco te acredita 86.400 segundos. Cada noche este banco borra y da como perdida
toda la cantidad de ese crédito que no hayas invertido en un buen propósito. Este banco
no arrastra saldos ni permite transferencias. Cada día te abre una nueva cuenta, cada
noche elimina los saldos del día. Si no usas tus depósitos del día, la pérdida es tuya. No
se puede dar marcha atrás ni existe el crédito a cuenta del depósito de mañana. Debes
vivir el presente con los depósitos de hoy. Invierte de tal manera de conseguir lo mejor.
El reloj sigue su marcha. Consigue lo máximo en el día.
Para entender el valor de un año, pregúntale a algún estudiante que perdió el año
de estudios. Para entender el valor de un mes, pregúntale a una madre que alumbró a
su bebé prematuro. Para entender el valor de una semana, pregúntale al editor de un
semanario. Para entender el valor de una hora, pregúntale a los enamorados que esperan
a encontrarse. Para entender el valor de un minuto, pregúntale a una persona que perdió
el tren. Para entender el valor de un segundo, pregúntale a una persona que con las
justas evitó un accidente. Para entender el valor de una centésima de segundo,
pregúntale a la persona que ganó una medalla de oro en las olimpíadas.
Atesora cada momento que vivas, y atesóralo más si lo compartiste con alguien
especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo, y recuerda que el
tiempo no espera por nadie. Ayer es historia. Mañana es misterio. Hoy es un don. ¡Por
eso es que se le llama el presente!


El caballo en el pozo
Un campesino, que luchaba con muchas dificultades, poseía algunos caballos para
que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la
noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo
era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí. El campesino
fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y evaluó la situación, asegurándose que
el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del
fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate. Tomó
entonces la difícil decisión de decirle al capataz que sacrificase el animal tirando tierra
en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.

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Y así se hizo. Comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma de cubrir al
caballo. Pero, a medida que la tierra caía en el animal este la sacudía y se iba
acumulando en el fondo, posibilitando al caballo para ir subiendo. Los hombres se
dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino al contrario, estaba subiendo
hasta que finalmente consiguió salir.
Si estás "allá abajo", sintiéndote poco valorado, y otros lanzan tierra sobre ti,
recuerda el caballo de esta historia. Sacude la tierra y sube sobre ella.


El elefante del circo
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los
circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba
la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso,
tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de
volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que
aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la
estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en
la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal
capaz de arrancar un árbol de tajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar
la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a algún maestro, a mi padre o a algún tío por
el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba
porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por
qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el
tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me
encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante
sabio como para encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa porque ha
estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño". Cerré los ojos y me
imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su
esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió
agotado y que al día siguiente volvía a probar, y también al otro y al que seguía... hasta
que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó
a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede. Él
tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquélla impotencia que se siente poco
después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese
registro. Jamás... Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez... Cada uno de
nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de
estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no
podemos hacer" simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos
en nuestro recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré", perdiendo una de las
mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: la fe.

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El equilibrista
En Nueva York se han construido dos rascacielos impresionantemente altos, a
treinta metros de distancia uno del otro. Un famoso equilibrista tendió una cuerda en
lo más alto de estos edificios gemelos con el fin de pasar caminando sobre ella. Antes
dijo a la multitud expectante: -"Me subiré y cruzaré sobre la cuerda, pero necesito que
ustedes crean en mí y tengan confianza en que lo voy a lograr"...
- "Claro que sí" - , respondieron todos al mismo tiempo. Subió por el elevador y
ayudándose de una vara de equilibrio comenzó a atravesar de un edificio a otro sobre
la cuerda floja. Habiendo logrado la hazaña bajó y dijo a la multitud que le aplaudía
emocionada: -"Ahora voy a pasar por segunda ocasión, pero sin la ayuda de la vara.
Por tanto, más que antes, necesito su confianza y su fe en mí". El equilibrista subió por
el elevador y luego comenzó a cruzar lentamente de un edificio hasta el otro. La gente
estaba muda de asombro y aplaudía. Entonces el equilibrista bajó y en medio de las
ovaciones por tercera vez dijo: - "Ahora pasaré por última vez, pero será llevando una
carretilla sobre la cuerda... Necesito, más que nunca, que crean y confíen en mí". La
multitud guardaba un tenso silencio. Nadie se atrevía a creer que esto fuera posible... -
"Basta que una sola persona confíe en mí y lo haré"-, afirmó el equilibrista. Entonces
uno de los que estaba atrás gritó: -"Sí, sí, yo creo en ti; tú puedes. Yo confío en ti...".
El equilibrista, para certificar su confianza, le retó: -"Si de veras confías en mí,
vente conmigo y súbete a la carretilla...".
El helado de vainilla
La historia comienza cuando en una división de coche de la Pontiac de GM de los
EUA recibió una curiosa reclamación de un cliente. Y esto es lo que él escribió: "Esta
es la segunda vez que les envío una carta y no los culpo por no responder. Puedo
parecerles un loco, mas el hecho es que tenemos una tradición en nuestra familia que
es el de tomar helado después de cenar. Repetimos este hábito todas las noches,
variando apenas el sabor del helado; y yo soy el encargado de ir a comprarlos.
Recientemente compre un nuevo Pontiac y desde entonces las idas a la heladería se han
transformado en un problema. Siempre que compro helado de vainilla, cuando me
dispongo a regresar a casa, el coche no funciona. Si compro cualquier otro sabor, el
coche funciona normalmente. Pensarán que estoy realmente loco y no importa que tan
tonta pueda parecer mi reclamación, el hecho es que estoy muy molesto con mi Pontiac
modelo 99".
La carta generó tanta gracia entre el personal de Pontiac que el presidente de la
compañía acabó recibiendo una copia de la reclamación. Él decidió tomarlo en serio y
mando a un ingeniero a entrevistarse con el autor de la carta. El empleado y el
"demandante" fueron juntos a la heladería en el infeliz Pontiac. El ingeniero sugirió
sabor vainilla para verificar la reclamación; y el coche efectivamente no funcionó. Un
empleado de GM volvió en los días siguientes, a la misma hora, he hizo el mismo
trayecto, y solo varió el sabor del helado. Nuevamente el auto solo funcionaba de
regreso cuando el sabor elegido no era vainilla. El problema acabó volviéndose una
obsesión para el ingeniero, que acabo haciendo experiencias diarias anotando todos los
detalles posibles, y después de dos semanas llegó al primer gran descubrimiento:
cuando escogía vainilla el comprador gastaba menos tiempo porque ese tipo de helado

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estaba bien enfrente. Examinando el coche, el ingeniero hace un nuevo descubrimiento:
como el tiempo de compra era muy reducido en caso de la vainilla en comparación con
el tiempo de otros sabores, el motor no llegaba a enfriar. Con eso, los vapores del
combustible no se disipaban, impidiendo que un nuevo arranque del motor fuese
instantáneo. A partir de ese episodio, el Pontiac cambió el sistema de alimentación de
combustible e introdujo una alteración en todos los modelos a partir de la línea 99. El
autor de la reclamación obtuvo un coche nuevo, además del arreglo del que no
funcionaba con el helado de vainilla. La GM distribuyó un comunicado interno,
exigiendo que sus empleados lleven en serio hasta las reclamaciones mas extrañas,
"porque puede ser que una gran innovación, este por detrás de un helado de vainilla",
decía el comunicado de GM.
El humor de Juan Pablo II
Durante el Sínodo de obispos de Roma, el cardenal de Cracovia, después Juan
Pablo II, propuso a varios cardenales ir a esquiar al Terminillo.
—¿A esquiar?
—Sí, claro. En Italia, ¿no esquían los cardenales?
—Pues... francamente, no.
—En Polonia, en cambio, el 40% de los cardenales esquían.
—¿40%? Si en Polonia solo hay dos cardenales.
—Claro, pero no me negarán que Wyszynski vale por lo menos el 60%.

El mendigo y el rey
¿Recuerdas ese conocido cuento de Tagore sobre un mendigo que iba pidiendo de
puerta en puerta? Un día vio aparecer a lo lejos del camino, acercándose, la carroza de
un Rey... Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis
esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado. (...). La
carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la
vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: ¿Puedes
darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo
estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de
trigo, y te lo di. Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el
suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de
no haber tenido corazón para darle todo! (Gitanjali, 50).
El paquete de galletas
Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que
ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco
fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar
el tiempo. Buscó un banco en él anden central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario.
Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra,
estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una
a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero
tampoco dejar pasar aquella situación o hacer como si nada hubiera pasado; así que,
con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven
y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el joven tomó otra galleta
y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta
y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la

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mirada en el muchacho. El dialogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y
galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta.
"No podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al
paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con
mucha suavidad, la partió en dos y ofreció la mitad de la última galleta a su compañera
de banco. "¡Gracias!", dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. "De nada",
contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren
anunció su partida... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al
arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el anden
y pensó: "¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de este mundo con esta juventud!".
Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que
aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se
quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de
galletas intacto.


El portal de oro
En una ciudad nacieron dos hombres, el mismo día, a la misma hora en el mismo
lugar. Sus vidas se desarrollaron y cada uno vivió muchas experiencias diferentes. Al
final de sus vidas ambos murieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar.
De acuerdo a la leyenda se dice que al morir tenemos que pasar por un gran portal de
oro puro, donde allí un guardián, nos hace ciertas preguntas para permitirnos pasar. El
primer hombre llegó y el guardián le pregunta: Qué fue de tu vida? El responde:
"Conocí muchos lugares, tuve muchos amigos, hice negocios que produjeron grandes
riquezas, mi familia tuvo lo mejor y trabaje duro". El guardián le pregunta: "¿Qué traes
contigo?" Él responde: "Todo ha quedado allí, no traigo nada". Ante esto, el guardián
responde: "Lo siento, no puedes pasar debido a que no traes nada contigo". Al escuchar
estas palabras el hombre, llorando y con gran pena en su corazón, se sienta a un lado a
sufrir el dolor de no poder entrar. El segundo hombre llegó y el guardián le pregunta:
"¿Qué fue de tu vida?". Él responde: "Desde el momento en que nací, fui un caminante,
no tuve riquezas, sólo busqué el amor en los corazones de todos los hombres, mi familia
me abandonó y en realidad nunca tuve nada." El guardián le pregunta: "¿Encontraste
lo que buscabas?". Él le responde: "Sí, ha sido mi único alimento desde que lo
encontré". El guardián responde: "Muy bien, puedes pasar". Pero ante esta respuesta,
el hombre dice: "El Amor que he encontrado es tan grande que lo quiero compartir con
este hombre sentado al lado del portal, sufriendo por su fortuna". Dice la leyenda que
su amor era tan grande que fue suficiente para que ambos pasaran por el portal.
(Historia Sufí)


El portero del botiquín
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del botiquín. Pero ¿qué otra
cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir,
no tenía ninguna otra actividad ni oficio. Un día se hizo cargo del botiquín un joven
con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Hizo
cambios y después cito al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo:

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"A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe
semanal donde registrará la cantidad de personas que entran día por día y anotará sus
comentarios y recomendaciones sobre el servicio". El hombre tembló, nunca le había
faltado disposición al trabajo pero..... "Me encantaría satisfacerlo, señor -balbuceo-
pero yo... yo no sé leer ni escribir". "¡Ah! ¡Cuánto lo siento!". "Pero, señor, usted no
me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida". No le dejó terminar: "Mire, yo
comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización
para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte".
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría
llegar a encontrarse en esa situación. ¿Qué hacer? Recordó que en el botiquín, cuando
se rompía una silla o una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo
sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta
conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una
tenaza mellada. Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas
completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula
para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da?, pensó, y emprendió
la marcha. A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. De
inmediato su vecino llamó a la puerta de su casa. Vengo a preguntarle si no tiene un
martillo para prestarme. Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar...
como me quedé sin empleo... Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire,
yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para
trabajar y además, la ferretería esta a dos días de mula. Hagamos un trato -dijo el
vecino- Yo le pagaré los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo,
total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece? Realmente, esto le daba trabajo por cuatro
días... Aceptó. Volvió a montar su mula. Al regreso, otro vecino le esperaba en la puerta
de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Sí. Yo necesito
unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, más una pequeña
ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje. El ex-portero abrió su caja de
herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel.
Le pagó y se fue. "No dispongo de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era
cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente
viaje arriesgó un poco más del dinero trayendo más herramientas que las que había
vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por
el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor
de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un local
para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el local
se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban
en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen
cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y
ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar
para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas...
y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos.... Para no hacer muy largo el
cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo
en un millonario fabricante de herramientas. Un día decidió donar a su pueblo una
escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y oficios más prácticos
de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de
la ciudad, le abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que ponga

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su firma en la primera hoja del libro de honor de la nueva escuela.. El honor sería
enorme -dijo el hombre-, pero yo no sé leer ni escribir. Soy analfabeto. ¿Usted?, dijo
el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo. ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber
leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto..., ¿qué hubiera sido de usted si hubiera
sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con calma-. Si
yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del botiquín! Las adversidades
encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar y adaptarse al
cambio siempre será la opción más segura.
Emilia Kaczorowska
Emilia Kaczorowska tiene casi cuarenta años. Vive en una modesta población de
un país europeo. Emilia tiene un hijo y me cuenta de las dificultades a las que ella y su
marido se enfrentan cada día para sacar adelante la familia. Sabe que yo tengo cierta
intuición y buen criterio para aconsejarla y por eso acude a mí con frecuencia. Esta vez,
hablando de los hijos, comentamos lo incierto que aparece el futuro para una familia
como la de ellos. Yo sé que Emilia morirá en no más de diez años, y no sólo eso, sino
que su marido morirá al poco de comenzar la guerra. Su hijo mayor morirá también.
¿La planificación familiar es una necesidad para ellos? ¿Qué futuro les puede esperar?
Quizá sea mejor que no nazca... Además, Emilia tiene ya casi cuarenta años. A esa
edad, puedes tener un hijo deforme... Puedes recurrir a diversos procedimientos para
evitarlos. Serías insensata, inhumana, irresponsable... ¿Qué herencia les vas a dejar?
Piensa en el mundo tan desastroso que verán tus hijos, contempla los días tan difíciles
que viviremos después de la invasión de nuestro país. Emilia me escuchó con paciencia
y atención; me dio las gracias y se despidió de mi. A los pocos meses Emilia me da la
noticia de que está embarazada. Yo me indigno: "¡Estas mujeres ignorantes y necias
que no saben hacer otra cosa que tener hijos!". Ella, callada, me escucha serena y
continúa su pesado trabajo, y lleva con una amable sonrisa las dificultades propias del
embarazo. Finalmente, Emilia da a luz a un hijo más. Mis predicciones fatalistas se
cumplen una tras otra: Emilia muere dejando a su pequeño hijo de apenas 10 años;
luego muere su hijo mayor; finalmente muere su esposo. Solo queda en el mundo el
pequeño Karol. Hoy, más de sesenta años después, millones de hombres y mujeres de
todas las razas y todas las condiciones sociales llaman a Karol de otra manera: le llaman
Juan Pablo II.


Escoger entre diversas causas
Estaba charlando con mi capitán durante el servicio militar. Salieron diversos
recuerdos de épocas anteriores. Me contó que hace unos años tuvo que ir al médico
porque se encontraba fatal. El doctor le explicó enseguida las causas, que se referían a
la vida que llevaba: "Esto es lo propio del estilo de vida que usted está llevando: el
tabaco, el estrés, la responsabilidad..., en fin lo propio de la vida intelectual...". "En fin
-concluyó el capitán, al final de su relato-, que tuve que dejarlo". "¿El qué, el tabaco?,
pregunté. "No, lo intelectual".


Ese niño me enseñó a amar
En una ocasión, en Calcuta, no teníamos azúcar para nuestros niños. Sin saber
cómo, un niño de cuatro años había oído decir que la Madre Teresa se había quedado

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sin azúcar. Se fue a su casa y les dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres
días para dárselo a la Madre Teresa. Sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus
manitas tenía una pequeña botella de azúcar, lo que no había comido. Aquel pequeño
me enseñó a amar. Lo más importante no es lo que damos sino el amor que ponemos
al dar. (Madre Teresa de Calcuta)


Estar al lado de un amigo
Lo más importante que he hecho en la vida tuvo lugar el 8 de octubre de 1990. Mi
madre cumplía 65 anos, y yo había viajado a casa de mis padres en Massachusetts, para
celebrarlo con la familia. Comencé el día jugando con un antiguo compañero de clase
y amigo mío, al que no había visto en mucho tiempo. Entre jugada y jugada
conversamos acerca de lo que estaba pasando en la vida de cada cual. Me contó que su
esposa y el acababan de tener un bebé encantador. Mientras jugábamos, un coche se
acercó a toda velocidad, se bajó un hombre que, consternado, le dijo que su bebé había
dejado de respirar y lo habían llevado de urgencia al hospital. En un instante mi amigo
subió al auto y se marchó dejando tras de sí una nube de polvo. Por un momento me
quedé donde estaba, sin acertar a moverme, pero luego traté de pensar qué debía hacer:
¿Seguir a mi amigo al hospital? Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues
la criatura seguramente estaría al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que
yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Bueno, quizás.
Pero tanto él como su esposa provenían de familia numerosas y sin duda estarían
rodeados de parientes que les ofrecerían consuelo y el apoyo necesario pasara lo que
pasara. Lo único que haría sería estorbar. Además había planeado dedicar todo mi
tiempo a mi familia, que estaba aguardando mi regreso. Así que decidí reunirme con
ellos e ir más tarde a ver a mi amigo. Al poner en marcha el auto que había alquilado,
me percaté que mi amigo había dejado su furgoneta, con las llaves puestas, estacionada
junto a las canchas. Me vi entonces ante otro dilema: no podía dejar así el vehículo,
pero si lo cerraba y me llevaba las llaves, ¿qué iba a hacer con ellas? Decidí pues ir al
hospital y entregarle las llaves. Cuando llegué, me indicaron en qué sala estaban mi
amigo y su esposa, como supuse, el recinto estaba lleno de familiares que trataban de
consolarlos. Entré sin hacer ruido y me quedé junto a la puerta, tratando de decidir qué
hacer. No tardó en presentarse un médico, que se acercó a la pareja y, en voz baja les
comunicó que su hijo había fallecido, víctima del síndrome conocido como "muerte en
la cuna". Durante lo que pareció una eternidad estuvieron abrazados, llorando, mientras
todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor. Cuando se recuperaron
un poco, el médico les preguntó si deseaban estar un momento con su hijo. Mi amigo
y su esposa se pusieron de pie caminaron resignadamente hacia la puerta. Al verme
allí, en un rincón, los dos se acercaron, y mi amigo me dio un abrazo y comenzó a
llorar. "Gracias por estar aquí", me dijo. Durante el resto de la mañana, permanecí
sentado en la sala de urgencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener
en brazos a su hijo sin vida.
Aquella experiencia me dejo tres enseñanzas. La primera es que aquello ocurrió
cuando no había absolutamente nada que yo pudiera hacer. Nada de lo que aprendí en
la universidad, ni los seis años que llevaba ejerciendo mi profesión, me sirvió en tales
circunstancias. A dos personas a las que yo estimaba les sobrevino una desgracia, y yo
era impotente para remediarla. Lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar el

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desenlace. Pero estar allí en esos momentos en que alguien me necesitaba era lo
principal. Lo que hice estuvo a punto de no ocurrir, debido a las cosas que aprendí en
la Universidad y en mi vida profesional. En la facultad de Derecho me enseñaron a
tomar los datos, analizarlos y organizarlos y después evaluar esta información sin
apasionamiento. Esa habilidad es vital en los abogados. Cuando la gente acude a
nosotros en busca de ayuda, suele estar angustiada y necesita que su abogado piense
con lógica. Pero al aprender a pensar, casi me olvide de sentir. Hoy, no tengo duda
alguna que debí haber subido al coche sin titubear y seguir a mi amigo al hospital. La
tercera cosa que aprendí es que la vida puede cambiar en un instante. Intelectualmente,
todos sabemos esto, pero creemos que las desdichas les pasan a otros. Así hacemos
planes y concebimos nuestro futuro como algo tan real que pareciera que ya ocurrió.
Pero dejamos de advertir todos los presentes que pasan junto a nosotros, y olvidamos
que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave, toparse con un conductor ebrio y
miles de cosas más pueden alterar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos. En ocasiones
a uno le hace falta vivir una tragedia para volver a poner las cosas en perspectiva.

Exceso de seguridad
En 1931, el novelista inglés Arnold Bennet (1867-1931), tratando de demostrar a
las incultas gentes de París que el agua que bebían no era la causa de la epidemia de
tifus que asolaba la ciudad, bebió públicamente un vaso de aquel agua. Murió de tifus
a los pocos días.

Explicaciones tontas y arriesgadas
Un día una niña estaba sentada observando a su mamá lavar los platos en la cocina.
De repente notó que su mamá tenía varios cabellos blancos que sobresalían entre su
cabellera oscura. Miró a su madre y le preguntó inquisitivamente, "Porqué tienes
algunos cabellos blancos, mamá?". Ella le contestó: "Bueno, cada vez que haces algo
malo y me haces llorar o me pones triste, uno de mis cabellos se pone blanco." La niña
se quedó pensativa unos instantes, y luego dijo: "Mamá, entonces…, ¿por qué TODOS
los cabellos de la abuelita están blancos?

Hay un hoyo en mi acera
CAPÍTULO UNO. Bajo por una calle y hay un hoyo grande. Yo no lo veo y caigo
en él. Es profundo y oscuro. Tardo mucho tiempo en lograr salir. No es mi defecto.
CAPÍTULO DOS. Bajo por la misma calle. Hay un hoyo grande y lo veo, pero
caigo de nuevo en él. Es profundo y oscuro. Tardo mucho tiempo en lograr salir.
Todavía no es mi defecto.
CAPÍTULO TRES. Bajo por una calle. Hay un hoyo grande, y lo veo, pero todavía
caigo de nuevo en él. Ha llegado a ser un hábito. Pero ya voy aprendiendo a salir
rápidamente del hoyo. Reconozco mi defecto.
CAPÍTULO CUATRO. Bajo por una calle. Hay un hoyo grande. Lo rodeo.
CAPÍTULO CINCO. Bajo por una calle diferente.


Imaginación en momento crítico
Cuenta una antigua leyenda que, en la Edad Media, un hombre muy virtuoso fue

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injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor
era una persona muy influyente en el reino y, por eso, desde el primer momento se
procuró un "chivo expiatorio", para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya sabiendo que tendría escasas o nulas
posibilidades de escapar a la horca. El juez, también implicado en la infamia, cuidó no
obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo. Siguieno una práctica de entonces,
dijo al acusado: - "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto de Dios, vamos a
dejar en manos de Él tu destino: vamos a escribir en dos papeles separados las palabras
"culpable" e "inocente". Tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino".
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma
leyenda: "CULPABLE". La pobre víctima se daba cuenta de que el sistema propuesto
era una trampa. No había escapatoria. El juez conminó al hombre a tomar uno de los
papeles doblados. Éste respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos
segundos con los ojos cerrados y, cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió
los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca lo
engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon
airadamente... - "Pero ¡¿qué hizo...?! Y ¿ahora...? ¿Cómo vamos a saber el
veredicto...?!" - "Es muy sencillo, respondió el hombre: - "Es cuestión de leer el papel
que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué." Y no les quedó más remedio
que liberar al acusado.


Jerry, el optimista
Jerry siempre estaba de buen humor, y siempre tenía algo positivo que decir.
Cuando alguien le preguntaba cómo le iba, el respondía: -Si pudiera estar mejor, sería
gemelos. Era gerente de un restaurante, y era un gerente único porque tenía varias
meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las
meseras seguían a Jerry era por su actitud: él era un motivador natural. Si un empleado
tenía un mal día, Jerry estaba ahí para decirle al empleado cómo ver el lado positivo de
la situación.
Este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Jerry y le
pregunté: - No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo,
¿cómo lo haces? Jerry respondió: - Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo:
"Jerry, tienes dos opciones hoy. Puedes escoger estar de buen humor o estar de mal
humor". Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger
entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Cada vez que alguien
viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de
la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida. - Sí, claro... pero no es tan fácil -
protesté. - Sí lo es - dijo Jerry -. Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas
todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges como reaccionas ante cada
situación. Tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo. Tú eliges estar de buen
humor o mal humor. En resumen: ¡tú eliges cómo vivir la vida!
Reflexioné en lo que Jerry me dijo. Poco tiempo después, dejé la industria de
restaurantes para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia
pensaba en Jerry cuando tenía que hacer una elección en la vida. Varios años más tarde,
me enteré que Jerry hizo algo que nunca debe hacerse en un restaurante. Dejó la puerta
de atrás abierta una mañana, y fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba

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de abrir la caja fuerte, su mano, temblando por el nerviosismo, resbaló de la
combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Jerry
fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después
de 18 horas de cirugía y varias semanas de terapia intensiva, Jerry fue dado de alta aún
con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Jerry seis meses después del accidente y, cuando le pregunté
cómo estaba, me respondió: - Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo. Le pregunté
que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó: - Lo primero que vino a mi
mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en
el piso, recordé que tenía dos opciones. Podía elegir vivir o podía elegir morir. Y elegí
vivir. - ¿No sentiste miedo? - le pregunté. Jerry continuó: - Los médicos fueron
geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien, pero cuando me llevaron al
quirófano y vi las expresiones en sus caras y en las de las enfermeras, realmente me
asusté... podía leer en sus ojos que era hombre muerto. Supe entonces que debía tomar
acción... - ¿Y qué hiciste? - pregunté. - Bueno... uno de los médicos me preguntó si era
alérgico a algo y, respirando profundo, grité: "¡Sí, a las balas!". Mientras reían, les dije:
"Estoy escogiendo vivir... opérenme como si estuviera vivo, no muerto". Jerry vivió
por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su actitud.


La importancia de un elogio
Yo enseñaba en el tercer año de primaria de la escuela Saint Mary's, en Morris,
Minn. Mis 34 estudiantes eran queridos para mí, pero Mark Eklund era uno en un
millón. Tenía muy buena presencia, y esa actitud "feliz-de-estar-vivo" que hasta hacía
sus ocasionales mal comportamientos deliciosos. Mark hablaba incesantemente. Yo
tenía que recordarle una y otra vez que hablar sin permiso no era aceptable. Sin
embargo, lo que me impresionaba era su respuesta sincera cada vez que tenía que
corregirlo por no portarse bien.
Al principio no sabía como comportarme, pero después de poco tiempo me
acostumbré a escucharlo muchas veces al día. Una mañana en la que Mark hablaba
demasiado, empecé a impacientarme y cometí un error de maestra novata. Miré a Mark
y le dije: - Si dices una sola palabra más, te pondré cinta en la boca. No habrían pasado
diez segundos cuando Chuck dijo: - Mark está hablando de nuevo. Yo no le había
pedido a ningún alumno que me ayudara, pero como había anunciado el castigo frente
a toda la clase, tenía que aplicarlo. Recuerdo la escena como si hubiese ocurrido esta
mañana. Caminé hacia mi escritorio y abrí cada uno de los cajones hasta encontrar la
cinta adhesiva. Sin decir una palabra, me acerqué al escritorio de Mark, corté dos piezas
de cinta e hice una gran X sobre su boca. Despues regresé al frente del salón. Apenas
miré de reojo a Mark, él me guiñó un ojo. ¡Con eso tuve suficiente...! Comencé a reír.
La clase vitoreaba mientras yo caminaba hacia el escritorio de Mark. Le saqué la cinta
y me encogí de hombros. Sus primeras palabras fueron: - ¡Gracias, hermana!
A fin de año me pidieron que enseñara matemáticas en tercer año de la secundaria.
Los años volaron y, antes de que me diera cuenta, Mark estaba en mi clase de nuevo.
Estaba más guapo que nunca e igual de educado. Pero debido a que tenía que escuchar
atentamente mis instrucciones sobre la "nueva matemática", no habló tanto en 3° de
secundaria como en 3° de primaria.
Un viernes, las cosas simplemente no se sentían bien. Habíamos estado trabajando

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en un nuevo concepto toda la semana, y yo sentía que los estudiantes no lo estaban
entendiendo, frustrados consigo mismos y tensos uno con el otro. Tenía que detener
eso antes de que se me fuera de las manos, así que le pedí a cada uno que hiciera una
lista de los nombres de los otros estudiantes del salón en dos hojas de papel, dejando
un espacio en blanco entre cada nombre. Después les dije que pensaran en la cosa más
bonita que pudieran decir de cada uno de sus compañeros, y que la escribieran en los
espacios correspondientes. Les tomó el resto de la clase cumplir con la consigna.
Cuando se estaban yendo, me entregaron los papeles. Charlie sonrió, y Mark dijo: -
Gracias, hermana. Que tenga un buen fin de semana.
Ese sábado escribí el nombre de cada uno de los alumnos en distintas hojas de
papel, y listé lo que cada uno había dicho de ese individuo. El lunes le di a cada alumno
su lista. Muy pronto todos los alumnos estaban sonriendo. - ¿De verdad? - escuché que
susurraban. - No sabía que eso significaba algo para alguien. - No sabía que le agradaba
tanto a los demás... Nunca nadie mencionó esos papeles en clase otra vez. Yo nunca
supe si los discutieron después de clase o con sus padres, pero no importaba. La
actividad había cumplido su propósito. Los estudiantes estaban contentos consigo
mismos y con los demás de nuevo. Ese grupo de estudiantes siguió adelante con sus
estudios.
Varios años más tarde, después de regresar de mis vacaciones, mis padres me
encontraron en el aeropuerto. Mientras íbamos de regreso a casa, mamá me hizo las
preguntas usuales acerca de mi viaje: el clima, mi experiencia en general. Hubo una
pausa en la conversación. Mamá cruzó una mirada con papá y simplemente dijo: -
¿Papá? Mi padre se aclaró la garganta, como siempre lo hace antes de decir algo
importante. - Los Eklund llamaron ayer en la noche - empezó. - ¿De veras? - dije. - ¡No
he sabido nada de ellos en años! Me pregunto como estará Mark.
Papá respondió calladamente. - Mark murió en Vietnam. El funeral es mañana, y
a sus padres les gustaría que fueras. Hasta este día aún puedo recordar exactamente el
letrero I-494, donde papá me dijo lo de Mark. Yo nunca antes había visto a un soldado
en un ataúd militar. Mark se veía tan guapo, tan maduro... todo lo que podía pensar en
ese momento era: - Mark... yo daría toda la cinta adhesiva del mundo si tan sólo
pudieras hablarme. La iglesia estaba llena, estaban todos los amigos de Mark. La
hermana de Chuck cantó el himno de batalla de la República. ¿Por qué tenía que llover
el día del funeral? Ya era suficientemente difícil con la grava. El pastor dijo las
oraciones habituales y se tocó música. Uno por uno, los que amaron a Mark se
acercaron al ataúd y lo rociaron con agua bendita. Yo fui la última en bendecir el ataúd.
Mientras estaba parada ahí, uno de los soldados se me acercó. - ¿Era usted la
maestra de matemáticas de Mark? - me preguntó. Yo asentí, mientras continuaba
mirando fijamente el ataúd. - Mark hablaba mucho de usted - me dijo. Después del
funeral, la mayoría de los antiguos compañeros de clase de Mark fueron a la granja de
Chuck, para almorzar.
Los padres de Mark estaban ahí, obviamente esperándome. - Queremos enseñarle
algo - dijo su padre, sacando una billetera de su bolsillo. - Le encontraron esto a Mark
cuando murió, pensamos que a lo mejor lo reconocería. Abriendo la billetera, sacó
cuidadosamente dos piezas de una libreta que obviamente había sido sacada, pegada y
doblada muchas veces. Yo sabía, sin mirar, que los papeles eran aquellos en los que yo
había listado todas las cosas buenas que cada uno de los compañeros de Mark había
dicho de él. - Muchas gracias por haber hecho eso - dijo la mama de Mark. - Como

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puede ver, Mark lo valoraba.
Los compañeros de Mark se empezaban a reunir alrededor de nosotros. Charlie
sonrió, y dijo: - Yo todavía tengo mi lista. Está en el cajón de arriba, en el escritorio de
mi casa. La esposa de Chuck dijo: - Chuck me pidió que pusiera la suya en nuestro
álbum de bodas. - Yo también tengo la mía - dijo Marilyn. - Está en mi diario. Entonces
Vicki, otra compañera, sacó la billetera de su cartera y mostró su ya vieja lista al grupo.
- Siempre cargo con esto - dijo Vicki. - Creo que todos aún tenemos nuestras listas.
Ahí fue cuando yo finalmente me senté y lloré. Lloré por Mark y por todos sus amigos,
que nunca lo verían de nuevo. Algunas veces la cosa mas pequeña puede significar
mucho para otra persona.



La joya: Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra
preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talega
para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se
la dio sin más. El viajero le dio las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo
inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el
resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje
mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: "Ahora te ruego que me des
algo de mucho más valor que esta joya. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a
mí".
La mirada de su padre
Un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y
muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol americano de su colegio,
usualmente no tenía la oportunidad de jugar, bueno, casi nunca, sin embargo su padre
permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. El joven era el más bajo de la
clase cuando comenzó la secundaria e insistía en participar en el equipo de fútbol del
colegio; su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que "él no tenía
que jugar fútbol si no lo deseaba en realidad"... pero el joven amaba el fútbol, ¡no
faltaba a una práctica ni a un juego!, estaba decidido en dar lo mejor de sí, ¡se sentía
felizmente comprometido! Durante su vida en secundaria lo recordaron como el
"calentador del banquillo", debido a que siempre permanecía sentado... su padre con
su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas, dándole compañía, palabras de
aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar. Cuando comenzó la
Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol, todos estaban seguros que no lo
lograría, pero a todos venció, entrando al equipo. El entrenador le dio la noticia,
admitiendo que lo había aceptado además por como él demostraba entregar su corazón
y su alma en cada una de las prácticas y al mismo tiempo le daba a los demás miembros
del equipo un gran entusiasmo. La noticia llenó por completo su corazón, corrió al
teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción. Le enviaba
en todas las temporadas todas las entradas para que asistiera a los juegos de la
Universidad. El joven era muy persistente, nunca faltó a un entrenamiento ni a un
partido durante los cuatro años de la Universidad, y nunca tuvo la oportunidad de jugar
ningún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara
el primer juego de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo
tomó y luego de leerlo se quedó en silencio. Temblando le dijo al entrenador: "Mi padre

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murió esta mañana, ¿no hay problema de que falte al juego hoy?". El entrenador lo
abrazó y le dijo: "Toma el resto de la semana libre, hijo. Y no se te ocurra venir el
sábado". Llegó el sábado, y el partido no estaba muy bien, en el tercer cuarto, cuando
el equipo tenía 10 puntos de desventaja, el joven entró a los vestuarios y se puso el
uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, que estaban
impresionados de ver a su luchador compañero de regreso. "Entrenador, por favor,
permítame jugar... yo tengo que jugar hoy", imploró el joven. El entrenador pretendió
no escucharle, de ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el
cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador
sintió lástima y aceptó: "Bien, hijo, puedes entrar, el campo es todo tuyo". Minutos
después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo.
El pequeño desconocido, que nunca había participado en ningún juego, estaba haciendo
todo perfectamente brillante, nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente
como toda una estrella. Su equipo comenzó a ganar, hasta que empató el juego. En los
segundos de cierre el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar
con un touchdown. La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada y su equipo
lo llevó cargado por todo el campo. Finalmente cuando todo terminó, el entrenador
notó que el joven estaba sentado calladamente y solo en una esquina, se acercó y le
dijo: "Muchacho no puedo creerlo, ¡estuviste fantástico! Dime, ¿cómo lo lograste?". El
joven miró al entrenador y le dijo: "Usted sabe que mi padre murió... pero no sabía que
mi padre era ciego". El joven hizo una pausa y trató de sonreír. "Mi padre asistió a
todos mis juegos, pero hoy era la primera vez que podía verme jugar... y yo quise
demostrarle que sí podía hacerlo".



La muñeca y la rosa blanca
De prisa, entré a la tienda por departamentos a comprar unos regalos de Navidad
a última hora. Miré a mi alrededor toda la gente que allí había y me molesté un poco.
Estaré aquí una eternidad, con tanto que tengo que hacer, pensé. La Navidad se había
convertido ya casi en una molestia. Estaba deseando dormirme por todo el tiempo que
durara la Navidad. Pero me apresuré lo más que pude por entre la gente en la tienda.
Entré en el departamento de juguetes. Otra vez más me encontré murmurando para mí
misma, sobre los precios de aquellos juguetes. Me pregunté si mis nietos jugarían
realmente con ellos. De pronto, me encontré en la sección de muñecas. En una esquina,
me encontré un niñito, como de cinco años, sosteniendo una preciosa muñeca. Estaba
tocándole el cabello y la sostenía muy tiernamente. No me pude aguantar, me quedé
mirándolo fijamente y preguntándome para quién sería la muñeca, cuando de pronto se
le acercó una mujer, a la cual llamó tía. El niño le preguntó: "¿Estás segura que no
tengo dinero suficiente?" Y la mujer le contestó, con un tono impaciente: "Tú sabes
que no tienes suficiente dinero para comprarla." La mujer le dijo al niño que se quedara
allí donde estaba mientras ella buscaba otras cosas que le faltaban. El niño continuó
sosteniendo la muñeca.
Después de un ratito, me le acerqué y le pregunté al niño para quién era la muñeca.
El me contestó: "Esta muñeca es la que mi hermanita quería tanto para Navidad. Ella
estaba segura que Santa Claus se la iba a traer." Yo le dije que lo más seguro era que
Santa Claus se la traería. Pero él me contestó: "No, no puede ir donde mi hermanita

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está. Yo le tengo que dar la muñeca a mi mamá para que ella se la lleve a mi hermanita."
Yo le pregunté dónde estaba su hermana. El niño, con una cara muy triste me contestó:
"Ella se ha ido con Jesús. Mi papá dice que mamá se va a ir con ella también." Mi
corazón casi deja de latir. Volví a mirar al niño una y otra vez. El continuó: "Le dije a
papá que le dijera a mamá que no se fuera todavía. Le dije que le dijera a ella que
esperara un poco hasta que yo regresara de la tienda." El niño me preguntó si quería
ver su foto y le dije que me encantaría. Entonces, el sacó unas fotografías que tenía en
su bolsillo y que había tomado al frente de la tienda y me dijo: "Le dije a papá que le
llevara estas fotos a mi mamá para que ella nunca se olvide de mí. Quiero mucho a mi
mamá y no quisiera que ella se fuera. Pero papá dice que ella se tiene que ir con mi
hermanita." Me dí cuenta que el niño había bajado la cabeza y se había quedado muy
callado. Mientras él no miraba, metí la mano en mi cartera y saqué unos billetes. Le
dije al niño que contáramos el dinero una y otra vez. El niño se entusiasmó mucho y
comentó: "Yo sé que es suficiente." Y comenzó a contar el dinero otra vez. El dinero
ahora era suficiente para pagar la muñeca. El niño, en una voz muy suave, comentó:
"Gracias Jesús por darme suficiente dinero." El niño entonces comentó: "Yo le acabo
de pedir a Jesús que me diera suficiente dinero para comprar esta muñeca, para que así
mi mamá se la pueda llevar a mi hermanita. Y Él oyó mi oración. Yo le quería pedir
dinero suficiente para comprarle a mi mamá una rosa blanca también, pero no lo hice.
Pero Él me acaba de dar suficiente para comprar la muñeca y la rosa para mi mamá. A
ella le gustan mucho las rosas. Le gustan mucho las rosas blancas." En unos minutos
la tía regresó y yo desapercibidamente me fuí. Mientras terminaba mis compras, con
un espíritu muy diferente al que tenía al comenzar, no podía dejar de pensar en el niño.
Seguí pensando en una historia que había leído en el periódico unos días antes, acerca
de un accidente causado por un conductor ebrio, el cual había causado un accidente
donde había perecido una niñita y su mamá estaba en estado de gravedad. La familia
estaba deliberando en si mantener o no a la mujer con vida artificial y máquinas. Me
di cuenta de inmediato que este niño pertenecía a esa familia. Dos días más tarde leí en
el periódico que la mujer del accidente había sido removida de la maquinaria que la
mantenía viva y había muerto. No me podía quitar de la mente al niño. Más tarde ese
día, fui y compré un ramo de rosas blancas y las llevé a la funeraria donde estaba el
cuerpo de la mujer. Y allí estaba, la mujer del periódico, con una rosa blanca en su
mano, una hermosa muñeca, y la foto del niño en la tienda. Me fui llorando ... mi vida
había cambiado para siempre. El amor de aquel niño por su madre y su hermanita era
enorme. En un segundo, un conductor ebrio le había destrozado la vida en pedazos a
aquel niñito. Ahora tú tienes la opción, tú puedes: 1) cambiar de actitud y ser más
sensible ante la necesidad de los demás, pudiendo convertirte en instrumento de Dios
para ayudar a otros y reenviar esto a tus amigos; o 2) borrarlo y actuar como si no te
hubiera tocado el corazón.





La providencia
En un lugar perdido en las montañas se produjeron unas inundaciones que fueron
empantanando de agua todo el pueblo. La Cruz Roja y Protección Civil enviaron
lanchas de salvamento. Una de las lanchas se para a la puerta de uno de los caseríos y

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el aldeano que allí se encuentra les dice: "No, no; id a por otros, que a mí me salvará la
Providencia". Pasa el tiempo, el agua le cubre por encima de la cintura, llega otra
lancha, y les dice lo mismo. Tuvo suerte, porque cuando el agua le llegaba al cuello,
otra lancha le ofreció su socorro, pero el aldeano insistió que la Providencia le salvaría.
No llegó ninguna otra lancha, y el aldeano murió ahogado. Entró en el Cielo entre
protestas: "Yo confiando en la Providencia divina... y la Providencia, nada, dejó que
me ahogara". Y escuchó la siguiente respuesta: "¡Cómo que nada! ¡Tres lanchas te
hemos enviado!".


La silla
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración
para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del
enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de
almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el
hombre sabía que vendría a verlo. - "Supongo que me estaba esperando", le dijo. - "No,
¿quién es usted?", dijo el hombre. - "Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase
con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo
iba a venir a verlo". - "Oh sí, la silla", dijo el hombre enfermo. "¿Le importa cerrar la
puerta?".
El sacerdote, sorprendido, la cerró. "Nunca le he dicho esto a nadie, pero ... toda
mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado
siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero
siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro, pues no tengo
idea de cómo hacerlo. Por ello hace mucho tiempo abandoné por completo la oración.
Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor
amigo me dijo: "José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con
Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas ... Te sientas en una silla y colocas otra silla
vacía enfrente tuyo, luego con fe mira a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado
el hacerlo, pues Él nos dijo 'Yo estaré siempre con ustedes'. Por lo tanto, le hablas y lo
escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo". José
continuó hablando: "Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido
haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no
me vaya a ver mi hija, pues diría que son tonterías". El sacerdote sintió una gran
emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado
haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una
bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había
fallecido. El sacerdote le preguntó: "¿Falleció en paz?". "Sí", respondió la hija.
"Cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama.
Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras
una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su
muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado
de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda
significar esto?". El sacerdote se secó las lágrimas de emoción, se lo explicó, y
concluyó: "Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera".

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La última pregunta
Durante mi último curso en la escuela, nuestro profesor nos puso un examen. Leí
rapidamente todas las preguntas, hasta que llegué a la ultima, que decía así: ¿Cuál es
el nombre de la mujer que limpia la escuela? Seguramente era una broma. Yo había
visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Era alta, cabello oscuro, como
de cincuenta anos, pero... ¿cómo iba yo a saber su nombre? Entregué mi examen,
dejando la última pregunta en blanco. Antes de que terminara la clase, alguien le
preguntó al profesor si la última pregunta contaría para la nota del examen. Por
supuesto, dijo el profesor. En sus vidas ustedes conoceran muchas personas. Todas son
importantes. Todas merecen su atención y cuidado, aunque solo les sonrían y digan:
!Hola! Yo nunca olvidé esa lección. Tambien aprendí que su nombre era Dorothy.


Lealtad a un hermano
Uno de dos hermanos que combatían en la misma compañía, en Francia, cayó
abatido por una bala alemana. El que escapó pidió autorización a su oficial para
recobrar a su hermano. "Tal vez esté muerto -dijo el oficial-, y no tiene sentido que
arriesgues la vida para rescatar el cadáver". Pero ante sus súplicas el oficial accedió.
Cuando el soldado regresó a las líneas con su hermano sobre los hombros, el herido
falleció. "¿Ves? -dijo el oficial- Arriesgaste la vida por nada". "No -respondió Tom-;
hice lo que él esperaba de mí, y obtuve mi recompensa. Cuando me acerqué y lo alcé
en brazos, me dijo: 'Tom, sabía que vendrías, estaba seguro de que vendrías'."


Lo que vale un amigo
Un día, cuando era estudiante de secundaria, vi a un compañero de mi clase
caminando de regreso a su casa. Se llamaba Kyle. Iba cargando todos sus libros y
pensé: "¿Por que se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? Debe ser un
empollón". Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol
con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi
camino.
Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él. Cuando lo
alcanzaron le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo tiró al suelo.
Vi que sus gafas volaron y cayeron al suelo como a tres metros de él. Miró hacia arriba
y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos. Mi corazón se estremeció, así que corrí
hacia él mientras gateaba buscando sus gafas. Vi lágrimas en sus ojos. Le acerqué a sus
manos sus gafas y le dije: "Esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto". Me
miró y me dijo: "Gracias". Había una gran sonrisa en su cara. Una de esas sonrisas que
mostraban verdadera gratitud. Le ayudé con sus libros.
Vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó
que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien
que fuera a una escuela privada. Caminamos hasta casa. Le ayudé con sus libros.
Parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y mis

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amigos, y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras mas conocía a
Kyle, mejor nos caía, tanto a mi como a mis amigos. Llegó el lunes por la mañana y
ahí estaba Kyle con aquella enorme pila de libros de nuevo. Me paré y le dije: "Oye,
vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días". Se río y me dio
la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.
Cuando ya estabamos por terminar la secundaria, Kyle decidió ir a la Universidad de
Georgetown y yo a la de Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia
no sería un problema. El estudiaría medicina y yo administración, con una beca de
fútbol.
Llegó el gran día de la Graduación. El preparó el discurso. Yo estaba feliz de no
ser el que tenía que hablar. Kyle se veía realmente bien. Era uno de esas personas que
se había encontrado a sí mismo durante la secundaria, había mejorado en todos los
aspectos, se veía bien con sus gafas. Tenía más citas con chicas que yo y todas lo
adoraban. ¡Caramba! algunas veces hasta me sentía celoso... Hoy era uno de esos días.
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda
y le dije: "Vas a estar genial, amigo". Me miró con una de esas miradas (realmente de
agradecimiento) y me sonrió: "Gracias", me dijo.
Limpió su garganta y comenzó su discurso: "La Graduación es un buen momento
para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles:
tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador... pero principalmente
a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo
que podemos dar y recibir y, a este propósito, les voy a contar una historia". Yo miraba
a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del primer día que nos
conocimos.
Aquel fin de semana él tenia planeado suicidarse. Habló de cómo limpió su
armario y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su madre no tuviera que ir
después a recogerlos a la escuela. Me miraba fijamente y me sonreía.
"Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable". Yo
escuchaba con asombro como este apuesto y popular chico contaba a todos ese
momento de debilidad. Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma
sonrisa de gratitud.
En ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras: "Nunca subestimes
el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona,
para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros para impactarlos
de alguna manera".


Mantener la mente abierta
Verdi, aquel famoso compositor italiano, creó su obra “Falestaff” con ochenta
años, después de ímprobos esfuerzos, siendo ya una celebridad. Ante la pregunta de un
curioso de por qué estando ya en el cénit de su carrera y ya tan anciano se había
sometido a esa exigencia tan grande, el maestro contestó: “Toda mi vida he sido
músico. He buscado la perfección y siempre me ha esquivado. Pero siempre he pensado
que debía hacer un nuevo intento.” Es preciso no dejar nunca de esforzarse, no jubilar
nuestra mente ni nuestro espíritu, mantener la inteligencia atenta y abierta a nuevos
saberes, y pensando siempre en lo que supone de aportación a la vida de los demás.

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No había quien se lo dijera
Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna helada. Era una tarde
nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación. De pronto, el hielo se reventó
y uno de los niños cayó al agua. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el
hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró
romperlo y así salvar a su amigo. Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había
sucedido, se preguntaban cómo lo hizo, pues el hielo esta muy grueso, es imposible
que lo haya podido romper, con esa piedra y sus manos tan pequeñas. En ese instante
apareció un anciano y dijo: "Yo sé como lo hizo...". "¿Cómo?". "No había nadie a su
alrededor para decirle que no podía hacerlo".




No juzgar antes de tiempo
En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de diez años entró en
un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua en frente
de él. ¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuetes?, preguntó el niño.
Cincuenta centavos, respondió la camarera. El niño sacó la mano de su bolsillo y
examinó sus monedas. ¿Y cuánto cuesta un helado solo?, volvió a preguntar. Algunas
personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente.
"Treinta y cinco centavos", dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar la monedas.
"Quiero el helado solo", dijo el niño. La mesera le trajo el helado, puso la cuenta sobre
la mesa y se fue. El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la camarera
volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí,
puesto ordenadamente junto al plato vacío, habían veinticinco centavos. Su propina.


No todo es como parece
1) Si ustedes conocieran a una mujer sifilítica que esta embarazada, que ya tiene
ocho hijos, tres de los cuales son sordos, dos son ciegos y uno es retrasado mental, ¿le
recomendarían que abortara? Lean la próxima pregunta antes de contestar esta.
2) Es tiempo de elegir a un líder mundial y el voto de ustedes cuenta. Estos son
los hechos de los tres candidatos: Candidato A : se lo asocia con políticos corruptos y
suele consultar a oráculos y videntes. Ha tenido dos amantes. Fuma un cigarrillo detrás
de otro y bebe de 8 a 10 martinis por día. Candidato B: lo echaron del trabajo dos veces,
duerme hasta tarde, usaba opio en la universidad y toma un cuarto de botella de whisky
cada noche. Candidato C: Es un héroe condecorado de guerra. Es vegetariano, no fuma,
toma de vez en cuando alguna cerveza y no ha tenido relaciones extra matrimoniales.
¿Cuál de estos candidatos elegirían?
El candidato A es Franklin D. Roosevelt. El candidato B es Winston Churchill. El
candidato C es Adolph Hitler. Y de paso..., la respuesta a la pregunta del aborto... si
contestaron que sí... acaban de matar a Beethoven.
No todo es lo que parece. Lo importante de las personas son ellas mismas y no su

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pasado o su apariencia.


Nunca es tarde para recomenzar


Cuando Fred Astaire hizo su primera prueba cinematográfica, en 1933, el informe
del director de pruebas de la Metro decía: "Incapaz de actuar, calvo, sólo sirve para un
poco para bailar"; Astaire conservó aquel informe y lo tenía enmarcado sobre la
chimenea de su casa en Beverly Hills. Por su parte, Albert Einstein no habló hasta los
cuatro años y no aprendió a leer hasta los siete; su maestro lo describía como
"mentalmente lento y siempre abstraído en estúpidas ensoñaciones"; lo expulsaron del
colegio y le negaron el ingreso en la escuela Politécnica de Zurich. Wiston Churchill
no aprobó el sexto grado, no llegó a ser Primer Ministro hasta los 62 años, tras toda
una vida de reveses, y sus mayores logros los consiguió cuando ya había cumplido los
75. Richard Bach, antes de poder publicar su libro Juan Salvador Gaviota, vio cómo el
manuscrito era rechazado por dieciocho editoriales; tras ser publicado, vendió en cinco
años más de siete millones de ejemplares.


Pagado con un vaso de leche
Un día, un muchacho muy pobre que era vendedor de puerta a puerta para pagar
sus estudios, se encontró con sólo diez centavos en su bolsillo y tenía mucha hambre.
Entonces decidió que en la próxima casa iba a pedir comida. No obstante, perdió su
coraje cuando una linda y joven muchacha abrió la puerta. En lugar de pedir comida
pidió un vaso con agua. Ella pensó que él se veía hambriento y le trajo un gran vaso
con leche. Él se lo tomó y le preguntó: - "¿Cuánto le debo?". - "No me debe nada. Mi
mamá nos enseñó a nunca aceptar pago por bondad." Él dijo: - "Entonces le agradezco
de corazón."
Cuando Howard Kelly -así se llamaba- se fue de esa casa, no sólo se sintió más
fuerte físicamente sino también en su fe en Dios y en la humanidad. Él estaba a punto
de rendirse y renunciar, pero se animó a seguir luchando con sus estudios.
Años más tarde esa jóven muchacha se enfermó gravemente. Los doctores locales
estaban muy preocupados. Finalmente la enviaron a la gran ciudad donde llamaron a
especialistas para que estudiaran su rara enfermedad. Uno de esos especialistas era el
Dr. Howard Kelly. Cuando el se dió cuenta del nombre del pueblo de donde ella venía,
una extraña luz brilló en sus ojos. Immediatamente él se levantó y fué al cuarto donde
ella estaba. Vestido en sus ropas de doctor fué a verla y la reconoció inmediatamente.
Luego volvió a su oficina determinado a hacer lo imposible para salvar su vida. Desde
ese día le dio atención especial al caso. Después de una larga lucha, la batalla fue
ganada. El Dr. Kelly pidió a la oficina de cobros que le pasaran la cuenta final para
darle su aprobación. La miró y luego escribió algo en la esquina y la cuenta fue enviada
al cuarto de la muchacha. Ella sintió temor de abrirla porque estaba segura de que
pasaría el resto de su vida tratando de pagar esa cuenta. Finalmente ella miró, y algo
llamó su atención en la esquina de la factura. Ella leyó las siguientes palabras: "Pagado
por completo con un vaso de leche." Firmado, Dr. Howard Kelly.

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Pensar en el vecino
El padre del pintor sevillano Javier de Winthuyssen, cuando tenía que pintar la
fachada de su casa, que en Andalucía es costumbre pintarla para la primavera, mandaba
al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara.
Decía el viejecito encantador: "El es quien ha de verla y disfrutarla; es natural que yo
la pinte a su gusto". (Juan Ramón Jiménez, en "El trabajo gustoso")


Pensar en los demás
Recibí una llamada telefónica de un muy buen amigo. Me alegró mucho su
llamada. Lo primero que me preguntó fue: ¿Cómo estás? Y sin saber por qué, le
contesté: "Muy solo". "-¿Quieres que hablemos?", me dijo. Le respondí que sí y me
dijo: "¿Quieres que vaya a tu casa?". Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos
de quince minutos él ya estaba llamando a mi puerta. Yo hablé durante horas de todo,
de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas, y él, atento siempre, me
escuchó. Se nos hizo de día, yo estaba totalmente cansado mentalmente, me había
hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, que me apoyara y me
hiciera ver mis errores. Me sentía muy a gusto y cuando él notó que yo ya me
encontraba mejor, me dijo: "Bueno, me voy, tengo que ir a trabajar". Yo me sorprendí
y le dije: "¿Por qué no me habías dicho que tenias que ir a trabajar?. Mira la hora que
es, no has dormido nada, te quité tu tiempo toda la noche". Él sonrió y me dijo: "No
hay problema, para eso estamos los amigos". Yo me sentía cada vez más feliz y
orgulloso de tener un amigo así. Le acompañé a la puerta de mi casa... y cuando él iba
hacia su coche le pregunté: "Y a todo esto, ¿por qué llamaste anoche tan tarde?". Él se
volvió y me dijo en voz baja: "Es que te quería dar una noticia...". Y le pregunté: "¿Cuál
es?" Y me dijo: "Fui al médico ayer y me dijo que estoy muy enfermo. Tengo cáncer."
Yo me quedé mudo...; él me sonrió y me dijo: "Ya hablaremos de eso. Que tengas un
buen día." Se dio la vuelta y se fue. Pasó un buen rato hasta que asimilé la situación y
me pregunté una y otra vez por qué cuando él me preguntó cómo estaba me olvidé de
él y sólo hablé de mí. ¿Cómo tuvo fuerza para sonreírme, darme ánimos, decirme todo
lo que me dijo, estando él en esa situación...? Esto es increíble. Desde entonces mi vida
ha cambiado. Suelo ser menos dramático con mis problemas. Ahora aprovecho más el
tiempo con la gente que quiero. Les deseo que tengan un buen día, y les digo: "El que
no vive para servir..., no sirve para vivir...". La vida es como una escalera, si miras
hacia arriba siempre serás el último de la fila, pero si miras hacia abajo verás que hay
mucha gente que quisiera estar en tu lugar. Detente a escuchar y a ayudar a tus amigos
te necesitan.


Por 25 centavos
Hace años un sacerdote se mudó para Houston, Texas. Poco después, montó en
un autobús para ir al centro de la ciudad. Al sentarse, descubrió que el chofer le había
dado una moneda de 25 centavos de más en el cambio. Mientras consideraba que hacer,
pensó para sí mismo: "¡Ah!, olvídalo, son sólo 25 centavos. ¿Quién se va a preocupar
por tan poca cantidad? Acéptalo como un regalo de Dios". Pero cuando llegó a su
parada, se detuvo y, pensando de nuevo, decidió darle la moneda al conductor

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diciéndole: "Tome, me dio usted 25 centavos de más". El conductor, con una sonrisa,
le respondió: "Sé que es el nuevo sacerdote del pueblo. Estaba pensando regresar a la
Iglesia y quería ver qué haría usted si yo le daba cambio de más". Se bajó el sacerdote
sacudido por dentro y pensó: "¡Oh Dios!, por poco te vendo por 25 centavos."


Por qué ir a la Iglesia
Un hombre escribió una carta al director del periódico de su localidad, y
comentaba el poco sentido que había tenido para él acudir a la iglesia cada domingo.
"He ido durante 30 años -escribía-, y desde entonces he escuchado algo así como 3000
homilía. Pero no puedo recordar uno solo de ellos. Pienso entonces que he gastado mi
tiempo, y los sacerdotes el suyo, dando sermones en balde."
A raíz de aquella carta comenzó una pequeña polémica en las Cartas al Director
de aquel periódico. Continuó durante semanas, hasta que alguien escribió unas breves
líneas que, sorprendentemente, zanjaron todas las controversias. "Llevo casado 30
años. Desde entonces he tomado aproximadamente 32000 comidas y cenas. Pero no
puedo recordar el menú entero de ninguno de esos días. Sin embargo, no por eso debe
deducirse que hayan sido en balde. Me alimentaron y me dieron la fuerza para vivir, y
si no hubiera tomado aquellas comidas, hoy estaría muerto."


Prepárate tú
Un alumno interno se entera de sus desastrosas notas y manda un mensaje a su
madre: "Mamá, muchos suspensos; prepara a papá". A los dos días, justo antes de la
inminente partida del hijo para sus vacaciones, la madre contesta: "Papá preparado;
prepárate tú".


Primero lo importante
Un experto asesor en gestión del tiempo quiso sorprender a los asistentes a su
conferencia. Sacó un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a
una bandeja con piedras del tamaño de un puño, y preguntó: "¿Cuantas piedras piensan
ustedes que caben en este frasco?". Después de que los asistentes hicieran sus
conjeturas, empezó a meter piedras hasta que lleno el frasco. Luego preguntó: "¿Está
lleno?". Todo el mundo le miró y asintió. Entonces sacó un cubo con gravilla. Metió
parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios
que dejaban las piedras grandes. El experto sonrío con ironía y repitió: "¿Está lleno?".
Esta vez los oyentes dudaron. La mayoría dijeron que no. Entonces puso sobre la mesa
un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los
pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava. Preguntó de nuevo: "¿Está
lleno?". Ahora todos dijeron unánimemente que no. Por último, tomó una jarra con un
litro de agua y comenzó a verterla en el frasco. El frasco aún no rebosaba. Entonces
preguntó: "¿Qué conclusión podemos sacar?". Un alumno respondió: "Que no importa
lo llena que esté tu agenda; si sabes organizarte, siempre puedes hacer que quepan más
cosas". "¡No!, -repuso el experto-, lo que nos enseña es que si no colocas las piedras
grandes primero, nunca podrás colocarlas después. ¿Cuales son las grandes piedras en
tu vida? Recuerda, ponlas primero. El resto encontrará su lugar."

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Otra versión:
Un maestro se propuso explicar un día a sus discípulos qué es importante en la
vida, y qué es prescindible. Tomó en sus manos una jarra de cristal, y metió en ella
varias piedras grandes, hasta que la llenó. "¿Está llena la jarra?", preguntó. "Sí",
contestaron todos, sin saber muy bien a dónde quería llegar el maestro. Entonces, el
maestro tomó unos perdigones y los metió en la jarra. Los perdigones se metieron entre
las piedras, llenando los espacios entre ellas. "¿Está llena la jarra?", volvió a preguntar.
"Claro", contestaron los alumnos. A continuación tomó un cajón de arena, y con esta
fue llenando la jarra hasta que no quedó ningún hueco. "¿Y ahora, está llena?". Esta
vez, todos estuvieron de acuerdo en que la jarra estaba definitivamente llena. "¿Veis?
-dijo el maestro-, las piedras son las cosas importantes de esta vida; la familia, las
propias convicciones, etc. Con las piedras basta para llenar una vida, porque son ellas
las que dan cuerpo al conjunto. Sin embargo, todavía hay sitio para los perdigones.
Estos son otras cosas, también importantes pero prescindibles: un trabajo que nos guste,
seguridad económica, salud... Y todavía queda aún espacio para añadir arena, que es la
sal de la vida: una afición, las diversiones, el ocio... Llena completamente la jarra, pero
es lo más prescindible de todo." Entonces un alumno se levantó entre todos los demás,
y salió al estrado con una botella de cerveza. Tomó la jarra, y vació en ella toda la
cerveza. ¡Ahora sí que estaba llena la jarra! Cuando el profesor le preguntó porqué
había hecho eso, el discípulo contestó: "Para que todos nos demos cuenta de algo
importante: no importa lo llena que esté tu vida...¡siempre hay sitio para una
cervecita!".


Saciar la sed
Cuenta una leyenda oriental que un hombre buscaba en el desierto agua para saciar
su sed. Después de mucho caminar, ya muy fatigado, con la boca reseca, el peregrino
descubre por fin las aguas de un arroyo. Pero, al arrojarse sobre la corriente, su boca
encuentra sólo arena abrasadora. Vuelta a caminar, leguas y leguas; su sed y su
cansancio van en aumento. Por fin, ya oye el rumor del agua. Se divisa en la lejanía un
río caudaloso, ancho; ya toman sus manos el líquido tan ansiado, pero de nuevo era
sólo arena. Más andar aún, con la lengua fuera, como un perro sediento. Hasta que de
nuevo se oye rumor de aguas de una fuente. Su chorro cristalino forma un gran charco.
Pero sólo la decepción responde a la sed del caminante. Y con renovado afán se lanza
al desierto. Atraviesa montes, valles, y sólo halla soledad y aridez. No hay agua, ni
rastro... Un día le sorprende un viento de humedad; allá, a lo lejos, parece que el mar
inmenso brilla ante sus ojos. El agua es amarga, pero es agua. Al hundir su cabeza
ansiosa entre las olas, no hace sino sumergirse en un fango que no está originado por
el agua. El peregrino entonces se detiene; se acuerda de su madre, que tanto sufrirá por
él cuando sepa de su muerte. Las lágrimas vienen a sus ojos, resbalan y caen en el
cuenco de sus manos, y entonces le permiten saciar su sed. Algo parecido nos sucede
a todos a veces, después de haber tratado en vano de apagar nuestra ansia en tantas
fuentes engañosas, que descubrimos al fin que en las lágrimas de contrición y el
arrepentimiento por nuestras errores está el agua que puede remediar nuestra sed.

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Se está mal lejos de Dios
Un matrimonio asistía a una audiencia con Juan Pablo II en Roma. Cuando el
Papa pasó por delante de ellos, la mujer le dijo en voz alta: "Santo Padre, dígale algo a
mi marido, que hace diez años que está alejado de Dios". Juan Pablo II continuó unos
pasos más, pero se detuvo un momento, y se volvió atrás, puso la mano sobre el hombro
de aquel hombre y le dijo con voz baja pero profunda: "¡Qué mal se está lejos de Dios!".
Aquel hombre quedó muy impresionado y aquel mismo día se confesó y volvió a la
práctica cristiana.


Ser francos
Einstein se encontró con Charlot en una fiesta y le dijo: -Lo que admiro en usted
es que su arte es universal, todo el mundo lo comprende. Charlot le respondió: -Lo
suyo es mucho más digno de elogio: todo el mundo lo admira y prácticamente nadie lo
comprende.


Si no hay viento...
Un turista ve a un chico recostado bajo un olivo y se acerca para charlar. "Oye,
aquí..., ¿cómo recogéis la aceituna?". "Pues extendemos una lona debajo, y luego viene
el viento y las tira, y yo las recojo y las vendo". "¿Y si no hay viento...?". "Pues mal
año".


Un sabihondo en el tren
Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que
devotamente pasaba las cuentas del rosario. El muchacho, con la arrogancia de los
pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dice: “Parece mentira que todavía cree
usted en esas antiguallas...”. “Así es. ¿Tú no?”, le respondió el anciano. “¡Yo! –dice el
estudiante lanzando una estrepitosa carcajada–. Créame: tire ese rosario por la
ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia”. “¿La ciencia? –pregunta el anciano con
sorpresa–. No lo entiendo así. ¿Tal vez tú podrías explicármelo?”. “Deme su dirección
–replica el muchacho, haciéndose el importante y en tono protector–, que le puedo
mandar algunos libros que le podrán ilustrar”. El anciano saca de su cartera una tarjeta
de visita y se la alarga al estudiante, que lee asombrado: "Louis Pasteur. Instituto de
Investigaciones Científicas de París". El pobre estudiante se sonrojó y no sabía dónde
meterse. Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna
antirrábica, había prestado, precisamente con su ciencia, uno de los mayores servicios
a la humanidad. Pasteur, el gran sabio que tanto bien hizo a los hombres, no ocultó
nunca su fe ni su devoción a la Virgen. Y es que tenía, como sabio, una gran
personalidad y se consideraba consciente y responsable de sus convicciones religiosas.


Una pierna deforme
Un niño pequeño entró en una tienda de mascotas con tres monedas en la mano
comprar un cachorro de esos que se anunciaban en venta en el escaparate de la tienda.

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Lo recibió el tendero: "Buenos días. ¿Qué se te ofrece?". El niño le dijo: "En el
escaparate hay un letrero anunciando que venden cachorros y yo quiero comprar uno.
¿Cuánto cuestan?". "Mira, cuestan quinientos pesos". "¡Uy! Traigo sólo esto", y le
enseñó las tres monedas. "¿Puedo verlos?", le preguntó el niño. "Claro que sí", contestó
el tendero con una sonrisa. Entró a verlos y se encontró con una perrita con cinco
cachorros. El último cachorro cojeaba. "¿Qué le pasa a ese cachorro?", preguntó el
niño. "Nació con un defecto en las patas traseras. Ese perrito no puede correr, ni saltar".
"Ése es el que quiero", dijo el niño entusiasmado. "No querrás ese, si no podrá correr
contigo. Llévate mejor este otro que está muy bien", dijo el tendero. "No, yo quiero
ése". "¿Por qué?", preguntó el tendero. El niño se levantó el pantalón y le mostró su
pierna derecha que estaba deforme y maltrecha, y le dijo: "Yo tampoco puedo correr
bien, ni saltar, y ese perrito necesita alguien que le comprenda." El tendero se quedó
conmovido y enseguida le dijo: Bueno, pues entonces te lo vendo por las tres monedas
que traes". "No, de ninguna manera. El hecho de haber nacido así no lo hace menos
valioso. Yo le pagaré el mismo precio que pide por los demás, hasta el último centavo".
El tendero, aún más conmovido, le dijo: "Ojalá los demás cachorritos tengan un dueño
como tú, que los quiera y los comprenda así. Todos merecemos tener alguién que nos
comprenda y nos quiera así como somos".

Unos lo saben y otros no
Cuando el novelista Aenold Bennett acusó a Gilbert Chesterton de poseer una
escasa inteligencia debido a su pensamiento dogmático, éste respondió: “A decir
verdad sólo hay dos clases de personas: las que aceptan los dogmas y lo saben, y las
que aceptan los dogmas y no lo saben. La única ventaja que tengo sobre el dotado
novelista consiste en que yo pertenezco a la primera clase”.

Yo tampoco
Un día le dijo un señor a Teresa de Calcuta: "El trabajo que tú haces, yo no lo
haría ni por todo el oro del mundo". La Madre Teresa de Calcuta le respondió: "Pues
yo tampoco". Después añadió: "Si lo hacemos es porque tomamos fuerza de la
adoración a Jesús Sacramentado".

Aceptarnos como somos
Un cantero se lamentó:
—Ay, si tuviera tanto dinero como este rico.
El genio lo llenó de riquezas. Pero apretaba mucho el sol, era verano.
—Ay, si fuera sol.
El genio se lo concedió.
Una nube se interpuso entre el sol y la tierra.
—Ay, si fuera nube.
El genio se lo concedió. Pero comprobó como la roca resistía a sus embates.
—Ay, si fuera roca.
El genio se lo concedió. Pero cuando vio cómo el cantero la destrozaba comentó:
—Ay, si fuera cantero.

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Amigos como tú
Dos amigos atravesaban un bosque cuando apareció un oso. El más rápido de los
dos huyó sin preocuparse del otro que, para salvarse se tiró por tierra, como muerto.
El oso, creyéndolo muerto, lo chupó y se fue. Parecía como si le hubiese dicho
algo.
—¿Qué te ha dicho? Le preguntó el huidizo.
—Sólo me ha dicho que no me fíe de los amigos como tú.
Leon Tolstoi


Basta una cebolla
¿Conocen ustedes la fábula rusa de la cebolla? Cuentan los viejos cronicones
ortodoxos que un día se murió una mujer que no había hecho en toda su vida otra cosa
que odiar a cuantos la rodeaban. Y que su pobre ángel de la guarda estaba consternado
porque los demonios, sin esperar siquiera al juicio final, la habían arrojado a un lago
de fuego en el que esperaban todas aquellas almas que estaban como predestinadas al
infierno. ¿Cómo salvar a su protegida? ¿Qué argumentos presentar en el juicio que
inclinasen la balanza hacia la salvación? El ángel buscaba y rebuscaba en la vida de su
protegida y no encontraba nada que llevar a su argumentación. Hasta que, por fin,
rebuscando y rebuscando se acordó de que un día había dado una cebolla a un pobre.
Y así se lo dijo a Dios, cuando empezaba el juicio. Y Dios le dijo: "Muy bien, busca
esa cebolla, dile que se agarre a ella y, si así sale del lago, será salvada."
Voló precipitadamente el ángel, tendió a la mujer la vieja cebolla y ella se agarró
a la planta con todas sus fuerzas. Y comenzó a salir a flote. Tiraba el ángel con toda
delicadeza, no fuera su rabo a romperse. Y la mujer salía, salía. Pero fue entonces
cuando otras almas, que también yacían en el lago, lo vieron. Y se agarraron a la mujer,
a sus faldas, a sus piernas y brazos, y todas las almas salían, salían. Pero a esta mujer,
que nunca había sabido amar, comenzó a entrarle miedo, pensó que la cebolla no
resistiría tanto peso y comenzó a patalear para liberarse de aquella carga inoportuna.
Y, en sus esfuerzos, la cebolla se rompió. Y la mujer fue condenada. Sí, basta una
cebolla para salvar al mundo entero. Siempre que no la rompamos pataleando para
salvarnos nosotros solitos. (José Luis Martín Descalzo, "Razones para vivir").


Compartir
Al entrar en Amiens, un mendigo medio desnudo y casi helado saludó a Martín,
soldado. Sin pensarlo dos veces, Martín tomó la capa, la dividió en dos con su espada
y le ofreció una de las dos mitades al menesteroso.
En el recodo siguiente estaba Cristo vestido con media capa. Le miraba sonriente.
—Perdona, Señor, por no haberte dado la capa entera.
Con el tiempo Martín se ordenaría sacerdote y más tarde sería obispo de Tours.
Con el tiempo fue canonizado y se le venera con el nombre de San Martín de Tours.



Convertido por una frase del Papa

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París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al Papa y le grita:
“Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos
instantes. De regreso a Roma, Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don
Estanislao: “Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede
hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos
pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se
localizó al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza diariamente por
ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema”. Aquel muchacho explicó
que al salir de allí fue a una librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le
había dicho..., “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al
Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.
Tomada de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.56.


Cuida a los que amas
Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, unos hijos
encantadores, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo malo es
que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo
el tiempo, y ella lo quitaba de los hijos y su marido, y así las personas que ella amaba
eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio,
le dio un regalo: una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo
el mundo. Y le dijo: "Hija, esta flor te va a ayudar mucho, más de lo que te imaginas.
Tan sólo tendrás que regarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y
te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores". La joven quedó
muy emocionada, pues la flor era de una belleza sin igual. Pero el tiempo fue pasando,
los problemas surgieron de nuevo, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que
continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Llegaba a casa, miraba la flor y
todavía estaba allí. No mostraban señal de estropearse, estaba linda y perfumada.
Entonces ella pasaba de largo. Hasta que un día, de pronto, la flor murió. Ella llegó a
casa y se llevó un susto. La flor estaba completamente muerta, caída, y su raíz estaba
reseca. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre
entonces respondió: "Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor,
porque no existe otra igual a esa, pues era única, igual que tus hijos, tu marido y tu
familia. Todos son bendiciones que Dios te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos
y prestarles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te
acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te
olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!".

Descubrir al que sufre
Edith Zirer es judía y en 1995, cuando contaba este relato, tenía 66 años. En 1945
fue liberada por los soldados rusos después de pasar tres años en campos de
concentración y haber perdido a su familia. Dos días después llegó a una pequeña
estación ferroviaria. “Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de
prófugos. Wojtyla me vio. Vino con una gran taza de te, la primera taza caliente que
probaba en unas semanas. Después me trajo un bocadillo de queso. No quería comer,
pero me forzó levemente a hacerlo. Luego me dijo que tenía que caminar para poder
subir al tren. Lo intenté, pero caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó

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durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su
chaqueta marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su
hermano, y me decía que él también sufría, pero que era necesario no dejarse vencer
por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para
siempre”.
Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.20.


Dio su vida por sus amigos
Al final de la Primera Guerra Mundial, un destacamento de soldados ingleses
esperaba entrar en un pequeño pueblo cerca del Rhin, cuando repentinamente un
soldado salió corriendo de un edificio gritando: "¡Alerta!". Instantáneamente, una
descarga de rifles le dejaron muerto en el suelo. Pero la advertencia salvó a la compañía
de una emboscada. El destacamento luchó haciendo retirar al enemigo y pronto se supo
la historia del que les había salvado. Era un soldado de la guardia real irlandesa,
prisionero de los alemanes quien conociendo los planes del enemigo esperó el
momento oportuno y sacrificó su propia vida para salvar la de muchos compatriotas.
Reconocidos y conmovidos los ingleses le dieron una buena sepultura, poniendo sobre
ella una cruz con este texto: "A otros salvó, a sí mismo no se pudo salvar".
Estas fueron precisamente las palabras que los judíos lanzaron contra Cristo
cuando estaba pendiente de la cruz. No pudo salvar a otros y a sí mismo a la vez, y
prefirió sacrificarse él en favor de otros, incluso de aquellos que le crucificaron.


Dos estrellas
Un ermitaño recogía diariamente un hato de ramas, lo cargaba en su borriquillo y
lo intercambiaba en el pueblo por lo que le ofrecieran: queso, verduras… A mitad de
camino de regreso, cuando el cansancio y el calor arreciaban, pasaba delante de una
fuente de agua fresca, y el ermitaño pasaba de largo ofreciéndoselo a Dios. Por la noche
Dios le obsequiaba ese sacrificio con una luminosa estrella en el firmamento. Un día
un muchacho se unió al ermitaño en su camino. Ese día el sol apretaba especialmente
y la cuesta se hacía pesada. Cuando se acercaban a la fuente, el viejo ermitaño leyó en
los ojos del joven que el chico no bebería si él no lo hacía. Decidió beber aun a costa
de quedarse sin estrella. Esa noche, brillaron dos estrellas.
El amor del Padre
Hubo hace años un hombre muy rico el cual compartía la pasión por el
coleccionismo de obras de arte con su fiel y joven hijo. Juntos viajaban alrededor del
mundo añadiendo a su colección tan solo los mejores tesoros artísticos. Obras maestras
de Picasso, Van Gogh, Monet y otros muchos, adornaban las paredes de la hacienda
familiar.
El anciano, que se había quedado viudo, veía con satisfacción como su único hijo
se convertía en un experimentado coleccionista de arte. El ojo clínico y la aguda mente
para los negocios del hijo, hacían que su padre sonriera con orgullo mientras trataban
con coleccionistas de arte de todo el mundo.
Estando cercano el invierno, la nación se sumió en una guerra y el joven partió a
servir a su país. Tras solo unas pocas semanas, su padre recibió un telegrama. Su

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adorado hijo había desaparecido en combate. El coleccionista de arte esperó con
ansiedad más noticias, temiéndose que nunca más volvería a ver a su hijo. Pocos días
más tarde sus temores se confirmaron: el joven había muerto mientras arrastraba a un
compañero hasta el puesto médico.
Trastornado y solo, el anciano se enfrentaba a las próximas fiestas navideñas con
angustia y tristeza. La alegría de la festividad, la festividad que él y su hijo siempre
había esperado con placer, no entraría más en su casa.
En la mañana del día de Navidad, una llamada a la puerta despertó al deprimido
anciano. Mientras se dirigía a la puerta, las obras maestras de arte en las paredes
únicamente le recordaban que su hijo no iba a volver a casa. Cuando abrió la puerta fue
saludado por un soldado con un abultado paquete en la mano. Se presentó a sí mismo
diciendo: "Yo era amigo de su hijo. Yo era al que estaba rescatando cuando murió.
¿Puedo pasar un momento? Quiero mostrarle algo."
Al iniciar la conversación, el soldado relató como el hijo del anciano había
contado a todo el mundo el amor de su padre por el arte. "Yo soy un artista", dijo el
soldado, "y quiero darle ésto". Cuando el anciano desenvolvió el paquete, el contenido
resultó ser un retrato de su hijo. Aunque difícilmente podía ser considerada la obra de
un genio, la pintura representaba al joven con asombroso detalle. Embargado por la
emoción, el hombre dió las gracias al soldado, prometiéndole colgar el cuadro sobre la
chimenea.
Unas pocas horas más tarde, tras la marcha del soldado, el anciano se puso a la
tarea. Haciendo honor a su palabra, la pintura fue colocada sobre la chimenea,
desplazando cuadros de miles de dólares. Entonces el hombre se sentó en su silla y
pasó la Navidad observando el regalo que le habían hecho.
Durante los días y semanas que siguieron, el hombre comprendió que, aunque su
hijo ya no estaba con él, seguía vivo en aquellos a los que había rozado. Pronto se
enteró de que su hijo había rescatado docenas de soldados heridos antes de que una
bala atravesara su bondadoso corazón. Conforme le iban llegando noticias de la
nobleza de su hijo, el orgullo paterno y la satisfacción empezaron a aliviar su pena. El
cuadro de su hijo se convirtió en su posesión más preciada, eclipsando sobradamente
cualquier interés por piezas por las que clamaban los museos del mundo entero. Dijo a
sus vecinos que era el mejor regalo que jamás había recibido.
En la primavera siguiente, el anciano enfermó y falleció. El mundo del arte se
puso a la expectativa. Con el coleccionista muerto y su único hijo también fallecido,
todas aquellos cuadros tendrían que ser vendidos en una subasta. De acuerdo con el
testamento del anciano, todas las obras de arte serían subastadas el día de Navidad, el
día en que había recibido su mayor regalo.
Pronto llegó el día y coleccionistas de arte de todo el mundo se reunieron para
pujar por algunas de las más espectaculares pinturas a nivel mundial. Muchos sueños
podían realizarse ese día; podía conseguirse la gloria y muchos podrían afirmar "Yo
tengo la mejor colección de todas".
La subasta empezó con una pintura que no estaba en la lista de ningún museo. Era
el cuadro de su hijo. El subastador pidió una puja inicial. La sala permanecía en
silencio. "¿Quién abrirá la puja con 100 dólares?, preguntó.
Los minutos pasaban. Nadie hablaba. Desde el fondo de la sala se escuchó: ¿A
quien le importa ese cuadro? Sólo es un retrato de su hijo. Olvidémoslo y pasemos a lo
bueno". Más voces se alzaron asintiendo. "No, primero tenemos que vender éste",

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replicó el subastador. "Ahora, ¿quién se lse queda con el hijo?". Finalmente, un amigo
del anciano habló: "¿Cogería usted diez dólares por el cuadro? Es todo lo que tengo.
Conocía al muchacho, así que me gustaría tenerlo". "Tengo diez dólares. ¿Alguien da
más?" anunció el subastador. Tras otro silencio, el subastador dijo: "Diez a la una, diez
a las dos. Vendido". El martillo descendió sobre la tarima. Los aplausos llenaron la sala
y alguien exclamó: "¡Ahora podemos empezar y pujar por estos tesoros!" El subastador
miró a la audiencia y anunció que la subasta había terminado. Una aturdida
incredulidad inmovilizó la sala. Alguien alzó la voz para preguntar: "¿Qué significa
que ha terminado? No hemos venido aquí por un retrato del hijo del viejo. ¿Qué hay
de estos cuadros? ¡Aquí hay obras de arte por valor de millones de dólares! ¡Exijo una
explicación de lo que está sucediendo!". El subastador replicó: "Es muy sencillo. De
acuerdo con el testamento del padre, el que se queda con el hijo... se queda con todo".
Viéndolo desde otra perspectiva, como aquellos coleccionistas de arte descubrieron en
el día de Navidad, el mensaje es aún el mismo: El amor de un Padre, cuya mayor alegría
vino de su Hijo que se le dejó para dar su vida rescatando a otros. Y a causa de ese
amor paterno, el que se queda con el Hijo lo obtiene todo. (Autor desconocido, tomado
de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


El árbol de las manzanas
Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo
apreciaba mucho y todos los días jugaba a su alrededor. Trepaba por el árbol, y le daba
sombra. El niño amaba al árbol y el árbol amaba al niño. Pasó el tiempo y el pequeño
niño creció y el nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día el
muchacho regresó al árbol y escuchó que el árbol le dijo triste: "¿Vienes a jugar
conmigo?". Pero el muchacho contestó: "Ya no soy el niño de antes que jugaba
alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para
comprarlos". "Lo siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero... pero puedes tomar todas
mis manzanas y venderlas. Así obtendrás el dinero para tus juguetes". El muchacho se
sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser
feliz. Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a
estar triste. Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó:
"¿Vienes a jugar conmigo?". "No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi
familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?".
"Lo siento, no tengo una casa, pero... puedes cortar mis ramas y construir tu casa". El
joven cortó todas las ramas del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el
joven nunca más volvió desde esa vez y el árbol volvió a estar triste y solitario. Cierto
día de un cálido verano, el hombre regresó y el árbol estaba encantado. "Vienes a jugar
conmigo?", le preguntó el árbol. El hombre contestó: "Estoy triste y volviéndome viejo.
Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Puedes darme uno?". El árbol contestó: "Usa
mi tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz". El hombre
cortó el tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo.
Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: "Lo siento mucho, pero
ya no tenga nada que darte, ni siquiera manzanas". El hombre replicó: "No tengo
dientes para morder, ni fuerza para escalar... ahora ya estoy viejo. Yo no necesito
mucho ahora, solo un lugar para descansar. Estoy tan cansado después de tantos
años...". Entonces el árbol, con lágrimas en sus ojos, le dijo: "Realmente no puedo darte
nada... lo único que me queda son mis raíces muertas, pero las viejas raíces de un árbol

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son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa". El
hombre se sentó junto al árbol y éste, feliz y contento, sonrió con lágrimas.
Esta puede ser la historia de cada uno de nosotros. El árbol son nuestros padres.
Cuando somos niños, los amamos y jugamos con papá y mamá... Cuando crecemos los
dejamos... Sólo regresamos a ellos cuando los necesitamos o estamos en problemas...
No importa lo que sea, ellos siempre están allí para darnos todo lo que puedan y
hacernos felices. Parece que el muchacho es cruel contra el árbol... pero es así como
nosotros tratamos a veces a nuestros padres. Valoremos a nuestros padres mientras los
tengamos a nuestro lado.


El día que Jesús guardó silencio
Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Sólo recuerdo
que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido con un buen libro en la mano. El
cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear... En algún lugar entre la
semiinconsciencia y los sueños, me encontré en aquel inmenso salón, no tenía nada en
especial salvo una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas.
Los ficheros iban del suelo al techo y parecían interminables en ambas direcciones.
Tenían diferentes rótulos. Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado:
"Muchachas que me han gustado". Lo abrí descuidadamente y empecé a pasar las
fichas. Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una
de ellas: ¡se trataba de las chicas que a mí me habían gustado! Sin que nadie me lo
dijera, empecé a sospechar dónde me encontraba. Este inmenso salón, con sus
interminables ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia. Estaban escritas
las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que
mi memoria había ya olvidado. Un sentimiento de expectación y curiosidad,
acompañado de intriga, empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para
explorar su contenido. Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el
contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que volverme para
ver si alguien me observaba. El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos que
racioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban". Los títulos iban de lo
mundano a lo ridículo. "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que
he dado", "Chistes que conté", otros títulos eran: "Asuntos por los que he peleado con
mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba molesto", "Murmuraciones cuando
mamá me reprendía de niño", "Videos que he visto"... No dejaba de sorprenderme de
los títulos. En algunos ficheros había muchas más tarjetas de las que esperaba y otras
veces menos de lo que yo pensaba. Estaba atónito del volumen de información de mi
vida que había acumulado. ¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada
una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una
escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma. Cuando vi el archivo "Canciones que
he escuchado" quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad
y, ni aun así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por
la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido. Cuando llegué al archivo:
"Pensamientos lujuriosos" un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo abrí el cajón unos
centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué una ficha al azar y me
conmoví por su contenido. Me sentí asqueado al constatar que "ese" momento,
escondido en la oscuridad, había quedado registrado... No necesitaba ver más... Un

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instinto animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver
estas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este salón... ¡Tengo que destruirlo! En
un frenesí insano arranqué un cajón, tenía que vaciar y quemar su contenido. Pero
descubrí que no podía siquiera desglosar una sola del cajón. Me desesperé y trate de
tirar con más fuerza, sólo para descubrir que eran más duras que el acero cuando
intentaba arrancarlas. Vencido y completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar.
Apoyando mi cabeza al interminable archivo, testigo invencible de mis miserias, y
empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación:
"Personas a las que les he compartido el Evangelio". La manija brillaba, al abrirlo
encontré menos de 10 tarjetas. Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan
profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de
vergüenza. Un nuevo pensamiento cruzaba mi mente: nadie deberá entrar a este salón,
necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre. Y mientras me limpiaba las
lágrimas, lo vi. ¡Oh no!, ¡por favor no!, ¡Él no!, ¡cualquiera menos Jesús!. Impotente
vi como Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su
reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada. Intuitivamente Jesús
se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus
ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza, me llevé las manos al rostro y
empecé a llorar de nuevo. Él se acercó, puso sus manos en mis hombros. Pudo haber
dicho muchas cosas. Pero Él no dijo ni una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en
silencio. Era el día en que Jesús guardó silencio... y lloró conmigo. Volvió a los
archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada
tarjeta firmaba Su nombre sobre el mío. ¡No!, le grité corriendo hacia Él. Lo único que
atiné a decir fue sólo ¡no!, ¡no!, ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre
no tenía por que estar en esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí
estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre.
Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.
No entiendo cómo lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi cerrar el último archivo
y venir a mi lado. Me miró con ternura a los ojos y me dijo: - Todo esta Consumado,
está terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa. En eso salimos juntos del
Salón... Salón que aún permanece abierto.... Porque todavía faltan más tarjetas que
escribir... Aún no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... Pero, de lo que sí
estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más
fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.


El diamante
Nació en Italia, pero se fue a los Estados Unidos de joven. Aprendió malabarismo
y se hizo famoso en el mundo entero. Finalmente, decidió retirarse. Anhelaba regresar
a su país, comprar una casa en el campo y establecerse allí. Tomó todas sus posesiones,
sacó un billete en un barco hacia Italia e invirtió todo el resto de su dinero en un solo
diamante, y lo escondió en su camarote.
Una vez en la travesía, le estaba enseñando a un niño cómo él podía hacer
malabarismo con muchas manzanas. Pronto se había reunido una multitud a su
alrededor. El orgullo del momento se le subió a la cabeza. Corrió a su camarote y tomó
el diamante, que entonces era su única posesión. Le explicó a la multitud que ese
diamante representaba todos los ahorros de su vida, para así generar mayor

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dramatismo. Enseguida comenzó a hacer malabarismos con el diamante en la cubierta
del barco. Estaba arriesgando más y más. En cierto momento lanzó el diamante muy
alto en el aire y la muchedumbre se quedó sin aliento. Sabiendo lo que el diamante
significaba, todos le rogaron que no lo hiciera otra vez. Impulsado por la excitación del
momento, lanzó el diamante mucho más alto. La multitud de nuevo perdió el aliento y
después respiró con alivio cuando recuperó el diamante. Teniendo una total confianza
en sí mismo y en su habilidad, dijo a la multitud que lo lanzaría en el aire una vez más.
Que esta vez subiría tanto que se perdería de vista por un momento. De nuevo le
rogaron que no lo hiciera. Pero con la confianza de todos sus años de experiencia, lanzó
el diamante tan alto que de hecho desapareció por un momento de la vista de todos.
Entonces el diamante volvió a brillar al sol. En ese momento, el barco cabeceó y el
diamante cayó al mar y se perdió para siempre.
Nuestra alma es más valiosa que todas las posesiones del mundo. Igual que el
hombre del cuento, algunos de nosotros hicimos o seguimos haciendo malabarismos
con nuestras almas. Confiamos en nosotros mismos y en nuestra capacidad, y en el
hecho de que nos hemos salido con la nuestra todas la veces anteriores. Con frecuencia
hay personas alrededor que nos ruegan que dejemos de correr riesgos, porque
reconocen el valor de nuestra alma. Pero seguimos jugando con ella una vez más... sin
saber cuando el barco cabeceará y perderemos nuestra oportunidad para siempre.


El dolor
Tanya era una niña conducida a su consultorio con un vendaje sobre un tobillo
dislocado. El medico lo movió en una y en otra dirección. Llegó a hacer ciertos
movimientos extremos, pero Tanya no notaba ningún dolor. Sacó entonces el vendaje
y descubrió que su pie estaba infectado con llagas en ambos pies. Nuevamente examinó
el pie, profundizó las heridas hasta llegar al hueso. El Doctor quería ver si había alguna
reacción en Tanya, pero ella se mostraba más bien aburrida. Su madre entonces le contó
al doctor algunos episodios de Tanya cuando tenía dos años: "Pocos minutos después
fui la habitación de Tanya y la encontré sentada en el suelo. Dibujaba remolinos rojos
con sus dedos sobre un plástico. Al principio no me di cuenta, pero cuando me acerqué
grité espantada. Era algo horrible. Tanya se había cortado la punta de su dedo y estaba
sangrando y esa era la tinta que estaba utilizando para hacer sus diseños. Grité
horrorizada: "Tanya, ¿qué pasa?" Ella me sonrió y allí comprendí todo al ver la sangre
manchando sus dientecitos. Ella misma se había mordido el dedo y estaba jugando con
su sangre. Durante varios meses los padres de Tanya trataron de que no se mordiera
los dedos. Pero ella se los fue mordiendo todos, uno por uno. El padre llegó a llamarle
"El Monstruo". El Dr. Brand escribe: "Tanya no es un monstruo, sino un ejemplo
extremo -una metáfora humana- de lo que puede ser la vida sin dolor. La vida sin dolor
nos puede producir un daño enorme. El dolor nos indica que estamos enfermos y que
necesitamos ser curados". Si no existiera el dolor, la salud sería imposible. Y algo
semejante sucede en la vida del espíritu.


El heredero
Érase una vez, de acuerdo con la leyenda, que un reino europeo estaba regido por
un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos. El monarca envió a

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sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Este
decía que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos, para aspirar a ser posible
sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con el Rey. A todo candidato se le
exigían dos características: 1º Amar a Dios. 2º Amar a su prójimo. En una aldea muy
lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó que él cumplía los requisitos, pues
amaba a Dios y, así mismo, a sus vecinos. Una sola cosa le impedía ir, pues era tan
pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca.
Carecía también de los fondos necesarios a fin de adquirir las provisiones necesarias
para tan largo viaje hasta el castillo real. Su pobreza no sería un impedimento para,
siquiera, conocer a tan afamado rey. Trabajó de día y noche, ahorró al máximo sus
gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente para el viaje, vendió sus escasas
pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Algunas semanas
después, habiendo agotado casi todo su dinero y estando a las puertas de la ciudad se
acercó a un pobre limosnero a la vera del camino. Aquél pobre hombre tiritaba de frío,
cubierto sólo por harapos. Sus brazos extendidos rogaban auxilio. Imploró con una
débil y ronca voz: "Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...". El joven
quedó tan conmovido por las necesidades del limosnero que de inmediato se deshizo
de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos
veces le dio también parte de las provisiones que llevaba. Cruzando los umbrales de la
ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: "¡Mis niños tienen
hambre y yo no tengo trabajo!". Sin pensarlo dos veces, nuestro amigo se sacó el anillo
del dedo y la cadena de oro de cuello y junto con el resto de las provisiones se los
entregó a la pobre mujer. Entonces, en forma titubeante, continuó su viaje al castillo
vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea. A su llegada al
castillo, un asistente del Rey le mostró el camino a un grande y lujoso salón. Después
de una breve pausa, por fin fue admitido a la sala del trono. El joven inclinó la mirada
ante el monarca. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los
del Rey. Atónito y con la boca abierta dijo: "¡Usted..., usted! ¡Usted es el limosnero
que estaba a la vera del camino!". En ese instante entró una criada y dos niños
trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue
también mayúscula: "¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!". "
Sí -replicó el Soberano con un guiño- yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños
también estuvieron allí". "Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?".
"Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios
y a tu prójimo -dijo el monarca-. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir
y actuar no siendo sincero en tus motivaciones. De ese modo me hubiera resultado
imposible descubrir lo que realmente hay en tu corazón. Como limosnero, no sólo
descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber
pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! ¡Tú heredaras mi reino!".
El hilo de la paciencia
En una humilde choza de madera, de las afueras de un pueblo, vivía una viuda de
un carpintero con su único hijo llamado Pedro. Era un chico soñador y más aficionado
a jugar y a corretear por los campos con Hilda que a estudiar encerrado en casa o en la
escuela. En la escuela pensaba: "Tengo ganas de salir, para ir a jugar con Hilda". Jamás
estaba conforme con nada y siempre estaba con sus ensoñaciones. En invierno,
mientras patinaba en el hielo, deseaba que llegara el verano para bañarse en el río; pero
en el verano, deseaba que llegara el otoño para ver como el viento elevaba
graciosamente su cometa. Una tarde de verano, después de pasear por largo rato bajo

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el sol, Pedro se quedó profundamente dormido. En el sueño, se le apareció un mago
que llevaba en sus manos una cajita de plata, redonda como una pelota, de la que salía
un hilo de oro. El mago le dio la cajita diciéndole: "¿Ves el hilo, Pedro? Es el hilo de
tu vida. Si quieres que el tiempo pase de prisa, no tienes más que tirar de él.
Naturalmente, no podrás contar a nadie tu poder. Pero te advierto que el hilo, una vez
sacado, no puede volver a la cajita, y no olvides que el hilo es tu propia vida, así que
no lo derroches. Una vez dichas estas palabras, el mago desapareció, dejando a Pedro
muy contento con lo que creía ser el mejor de todos los tesoros. Cuando quedó solo,
contempló aquella cajita con su diminuto orificio, pero no se atrevió a tirar del hilo de
oro. Al día siguiente, en la escuela, estaba más distraído que nunca y el maestro le dijo:
"A ver, Pedro. Repite lo que acabo de explicar". Como es natural, Pedro no supo qué
decir. "Veo que no has prestado la menor atención, así que como castigo copiarás veinte
veces la lección de hoy. Entonces, Pedro sacó disimuladamente la cajita y, bajo su
pupitre, tiró un poquitín del hilo de oro. Y un momento después el maestro le dijo:
"Bien, ya has terminado el castigo, puedes irte". Pedro se sentía el más feliz de todos
los mortales y, a partir de entonces se divertía continuamente, porque solo tiraba del
hilo a la hora de estudiar. Nunca se le ocurría tirar del hilo cuando estaba de vacaciones
o cuando estaba con Hilda. Pasaron así semanas y meses hasta que un día pensó:
"Aunque esté siempre de vacaciones, ser niño es aburridísimo, así que aprenderé un
oficio en vez de ir a la escuela y pronto podré casarme con Hilda. Por la noche, tiró
mucho del hilo y a la mañana siguiente, se encontró como aprendiz en el taller de
carpintero. Durante un tiempo se sintió feliz y no tiraba del hilo más que en
determinadas ocasiones, cuando le parecía que tardaba demasiado el día en que cobraba
su jornal, y entonces tiraba un poquito del hilo y la semana pasaba volado. Luego se
sintió impaciente, porque quería visitar a Hilda, que se encontraba fuera de la ciudad.
Tras largos meses de separación sintió gran alegría al verla, y como no quería vivir ya
separado de ella, le dijo: "¿Quieres casarte conmigo? Ya soy un buen carpintero". "Sí,
Pedro, acepto". Como estaba en sus posibilidades nuevamente, sin que ella supiera, tiró
del hilo, y se vieron marchando al templo para casarse. Pero no duró mucho el contento
de la feliz pareja. Pedro hubo de incorporarse al servicio militar. Hilda lloraba
desconsolada por la separación. "No te aflijas, verás que pronto se pasarán los años".
Durante las primeras semanas de cuartel, Pedro no tiró del hilo, recordando las
advertencias del mago. Además la vida de militar le resultaba agradable, por la novedad
y porque sus compañeros eran muchachos despreocupados y bromistas. Le encantaba
al comienzo, salir de campaña, cargar cañones con granadas, y disparar al grito del
capitán. También le gustaba recibir las cartas cariñosas de Hilda. Según pasaba el
tiempo, la vida en el cuartel empezó a parecerle aburrida, así que tiró de nuevo del hilo
y enseguida estuvo en casa. Hilda lo recibió con gran alegría: "¡Estos dos años han
pasado como un sueño!". "Ya no volveré a tirar más del hilo –se decía a solas–, pues
siento que va pasando la edad mas bella de mi vida". Pero a veces olvidaba sus buenos
propósitos, y en cuanto se sentía cansado tiraba un poco del hilo, y sus problemas se
pasaban enseguida. De pronto, un día se dio cuenta de que su madre tenía el pelo blanco
y la cara surcada de arrugas. Su aspecto era de una mujer muy fatigada. Pedro sintió
remordimiento de haber hecho correr el tiempo con demasiada prisa. El tiempo pasaba
rápido, y si tiraba del hilo eliminaba una enfermedad, pero enseguida aparecían otras.
Cada día le resultaba más pesado el trabajo. Un día le dijo Hilda. "Ya has estado
trabajando bastante. ¿Porque no te jubilas?". "Tienes razón, pero siento que todavía no
tenemos suficientes ahorros y ya no tengo fuerzas". Un día que paseaba apesadumbrado

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por el campo, oyó pronunciar su nombre: "¡Pedro!". Miró hacia arriba y vio al mago:
"¿Has sido feliz?", le preguntó. "No lo sé. La cajita que me diste era maravillosa, nunca
he tenido que esperar, y tampoco he sufrido por nada..., pero la vida se me ha pasado
como un soplo, y ahora me siento viejo, débil y pobre". "Cuanto lo siento, yo pensé
que te sentirías el más feliz de los hombres, al poder disponer de tu tiempo a tu
capricho. ¿Puedo satisfacer todavía un deseo tuyo, ¡el que tú quieras!". "Pues me
gustaría volver a vivir toda mi vida, como la viven los demás. Aprender a sufrir me
enseñaría a fortalecer mi espíritu y también aprendería a esperar lo bueno y lo malo de
la vida con paciencia. Sin conocer el dolor, no podré ser humano y me privaré de
comprender a los que sufren". Pedro devolvió al mago la cajita de plata, y en aquel
mismo momento quedó profundamente dormido. Al despertar vio con asombro que
todo había sido un sueño. Al día siguiente fue a la escuela con muchas ganas de
estudiar.


El hilo rojo
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió
y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de
dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y
anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al
rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un
café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan
sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo
sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos
minutos el amplio pozo de su soledad. Pensé que debía adentrarme en el misterio de
tantas personas que quizá no nos buscan como el señor del hilillo, pero nos necesitan.


El hombre triste
Había una vez un muchacho que vivía en una casa grande sobre una colina.
Amaba a los perros y a los caballos, los autos deportivos y la música. Trepaba a los
árboles e iba a nadar, jugaba al fútbol y admiraba a las chicas guapas. De no ser porque
debía limpiar y ordenar su habitación, su vida era agradable. Un día el joven le dijo a
Dios: "He estado pensando y ya sé que quiero para mí cuando sea mayor". "¿Que es lo
que deseas?", le pregunto Dios. "Quiero vivir en una mansión con un gran porche y un
jardín en la parte de atrás, y tener dos perros San Bernardo. Deseo casarme con una
mujer alta, muy hermosa y buena, que tenga una larga cabellera negra y ojos azules,
que toque la guitarra y cante con voz alta y clara. Quiero tres hijos varones, fuertes,
para jugar con ellos al fútbol. Cuando crezcan, uno será un gran científico, otro será
político y el menor será un atleta profesional. Quiero ser un aventurero que surque los
vastos océanos, que escale altas montañas y que rescate personas. Y quiero conducir
un Ferrari rojo, y nunca tener que limpiar y ordenar mi casa." "Es un sueno agradable
- dijo Dios-. Quiero que seas feliz." Un día, cuando jugaba al fútbol, el chico se lastimó
una rodilla. Después de eso ya no pudo escalar altas montañas, grandes, y mucho menos
surcar los vastos océanos. Así ni siquiera pudo trepar árboles, por lo que estudió
mercadotecnia y puso un negocio de artículos médicos. Se casó con una muchacha que
era muy hermosa y buena, y que tenía una larga cabellera negra. Pero era de corta

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estatura, no alta, y tenía ojos castaños, no azules. No sabía tocar la guitarra, ni cantar.
Pero preparaba deliciosas comidas chinas, y pintaba magníficos cuadros de aves, y
cocinaba aves sazonadas con exóticas especias. A causa de su negocio, el hombre vivía
en la ciudad, en un apartamento situado en lo alto de un elevado edificio, desde el que
se dominaba el océano azul y las luces de la urbe. No contaba espacio para dos perros
San Bernardo, pero era dueño de un gato esponjado. Tenía tres hijas, todas muy
hermosas. La más joven, que debía usar silla de ruedas, era la mas agraciada. Las tres
querían mucho a su padre. No jugaban al fútbol con él, pero a veces iban al parque y
correteaban lanzando un disco de plástico... Excepto la pequeña, que se sentaba bajo
un árbol y rasgueaba su guitarra, entonando canciones encantadoras e inolvidables.
Nuestro personaje ganaba suficiente dinero para vivir con comodidad, pero no
conducía un Ferrari rojo. En ocasiones tenía que recoger cosas, incluso cosas que no
eran suyas, y ponerlas en su lugar. Después de todo, tenía tres hijas. Y entonces el
hombre se despertó una mañana y recordó su viejo sueño. "Estoy muy triste", le confió
a su mejor amigo. "¿Por qué?", quiso saber éste. "Porque una vez soñé que me casaría
con una mujer alta, de cabello negro y ojos azules, que sabría tocar la guitarra y cantar.
Mi esposa no toca ni canta, tiene los ojos castaños y no es muy alta". "Tu esposa es
muy guapa y muy buena -respondió su amigo-, y pinta unos cuadros maravillosos y
sabe cocinar muy bien". Pero el hombre no le escuchaba. "Estoy muy triste", le confesó
a su esposa un día. "¿Por qué?", inquirió su mujer. "Porque una vez soñé que viviría en
una mansión con porche y un jardín en la parte de atrás, y que tendría dos perros San
Bernardo. En lugar de eso, vivo en un apartamento en el piso 47". "Nuestro
apartamento es cómodo y podemos ver el océano desde el sillón de la sala de estar -
repuso ella-, y nos queremos, y tenemos pinturas de aves y un gato esponjado..., por no
mencionar a nuestras tres hermosas hijas. Pero su marido no la escuchaba. "Estoy muy
triste", le dijo en otra ocasión a su psicoterapeuta. "¿Por que razón?", pregunto el
especialista. "Porque una vez soñé que era un gran aventurero. En vez de ello, son un
empresario calvo, con la rodilla lesionada". "Los artículos médicos que usted vende
han salvado muchas vidas", le hizo notar el médico. Pero el hombre no le escuchaba.
Así que el terapeuta le cobro 100 dólares y lo mandó a casa. "Estoy muy triste", le dijo
a su asesor. "¿Por qué?", indagó éste. "Porque una vez soñé que conduciría un Ferrari
rojo y que nunca tendría que ordenar mis cosas. En vez de ello, utilizo el transporte
público, y a veces tengo que ocuparme de muchos quehaceres". "Usted viste trajes de
calidad, come en buenos restaurantes y ha viajado por toda Europa", señaló el asesor.
Pero el hombre no le escuchaba. El asesor le cobró 100 dólares de todos modos. Soñaba
con un Ferrari rojo para sí mismo. "Estoy muy triste", le dijo a su párroco. "¿Por qué?",
le preguntó el sacerdote. "Porque una vez soñé que tendría tres hijos varones: un gran
científico, un político y un atleta profesional. Ahora tengo tres hijas y la menor ni
siquiera puede caminar." "Pero todas son hermosas e inteligentes -afirmó el párroco-,
y te quieren mucho, y han sabido aprovechar bien su talento: una es enfermera, otra es
pintora, y la más joven da clases de música a los niños." Pero el hombre no escuchaba.
Se puso tan melancólico que enfermó de gravedad. Yacía postrado en una blanca
habitación del hospital, rodeado de enfermeras con blancos uniformes. Varios cables y
mangueras conectaban su cuerpo a maquinas parpadeantes que alguna vez él mismo le
había vendido al hospital. Estaba triste, muy triste. Su familia, sus amigos y su párroco
se reunían alrededor de su cama. Ellos también estaban profundamente preocupados.
Sólo su terapeuta y su asesor seguían felices. Y sucedió que una noche, cuando todos
se habían ido a casa, salvo las enfermeras, el hombre le dijo a Dios: "¿Recuerdas

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cuando era joven y te hablé de las cosas que deseaba?". "Sí. Fue un sueño maravilloso",
asintió Dios. "¿Por qué no me otorgaste todo eso?", preguntó el hombre. "Pude haberlo
hecho -respondió Dios-, pero quise sorprenderte con cosas que no habías soñado.
Supongo que has reparado en lo que te he concedido: una esposa hermosa y buena, un
buen negocio, un lugar agradable para vivir, tres adorables hijas. Es uno de los mejores
paquetes que he preparado...". "Sí -le interrumpió el hombre-, pero yo creí que me
darías lo que realmente deseaba". "Y yo pensé que tú me darías lo que yo quería",
repuso Dios. "¿Y qué es lo que tu deseabas?", quiso saber el hombre. Nunca se le había
ocurrido que Dios necesitara algo. "Quería que fueras feliz con lo que te había dado",
explicó Dios. El hombre se quedo despierto toda la noche, pensando. Por fin decidió
soñar un sueño nuevo, un sueño que deseaba haber tenido años atrás. Decidió soñar
que lo que más anhelaba era precisamente lo que ya tenía. Y el hombre se alivió y vivió
feliz en el piso 47, disfrutando de las hermosas voces de sus hijas, de los profundos
ojos castaños de su esposa y de sus bellísimas pinturas de aves. Y por las noches
contemplaba el océano y miraba con satisfacción las titilantes luces de la ciudad, una
a una.


El montañero
Cuentan que un alpinista, apasionado por conquistar una altísima montaña, inició
su travesía después de años de preparación, pero quería toda la gloria solo para él, y
por eso quiso subir sin ningún compañero. Empezó la ascensión, y se le fue haciendo
tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo, y
oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía
ver casi nada. Todo era negro, y las nubes no dejaban ver la luna y las estrellas. Cuando
estaba a solo unos pocos metros de la cima, resbaló y se deslizó a una velocidad
vertiginosa. El alpinista solo podía ver veloces manchas oscuras y la terrible sensación
de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos,
le pasaron por su mente todos los episodios gratos y no tan gratos de su vida. Pensaba
en la cercanía de la muerte, y rogó a Dios que le salvara. De repente, sintió un fuerte
tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca de
la montaña. En ese momento de quietud, suspendido en el aire, gritó : "¡¡¡Ayúdame,
Dios mío!!!" De pronto, una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿Y qué
quieres que haga?" El montañero contestó: "Sálvame, Dios mío". Y escuchó una nueva
pregunta: "¿Realmente crees que yo te puedo salvar de ésta?" Y el hombre contestó:
"Por supuesto, Señor". Y oyó de nuevo a la voz que le decía: "Pues entonces corta la
cuerda que te sostiene...". Hubo un momento de silencio. El hombre se aferró más aún
a la cuerda. Cuenta el equipo de rescate, que al día siguiente encontraron a un alpinista
muerto, suspendido de un cuerta, con las manos fuertemente agarradas a ella... y a tan
sólo un metro del suelo...

El peso de la cruz
Esta era una vez un hombre que quería seguir a Jesús y alcanzar a través de este
servicio el Reino de los Cielos. En un sueño profundo, aquel hombre quiso
entrevistarse con Nuestro Señor, y le indicaron el camino del bosque. A poco andar
encontró a Jesús y le expuso sus intenciones. Nuestro Señor le miró con inmensa
ternura, luego desprendió del suelo un árbol jóven pero alto y le dijo: "Recorre el

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camino de tu vida con esta cruz al hombro y así alcanzarás el Reino de los Cielos". El
hombre inició su camino con gran entusiasmo y lleno de buenas intenciones, pero
rápidamente cayó en cuenta que la carga era demasiado pesada y le obligaba a un paso
lento y en algunos momentos doloroso. En una de las oportunidades en que se dispuso
a descansar se le apareció el mismísimo demonio, que le regaló un hacha,
ofreciéndosela convincentemente sin condiciones. Él la aceptó, pensando que cargarla
no constituía un mayor esfuerzo y considerándola una herramienta de mucha utilidad
en su cada vez más difícil camino. Pasó el tiempo y el hombre mantenía su propósito,
aunque nublado por el cansancio y angustiado por la lentitud de su marcha. Entonces
se le volvió a aparecer el demonio bajo otra apariencia, y aparentando buena
disposición de ayuda le convenció para usar el hacha para recortar un poco las ramas.
¡Qué distinta se sentía la carga, qué sensación tan agradable experimentó el hombre al
reducirla! Al pasar algún tiempo, volvió a sufrir el peso agobiante de su cruz y pensó
que si recortara otro poco la carga no cambiaría en nada su gran misión y más aún, con
ello apresuraría su llegada al encuentro con Jesús; así que volvió a usar el hacha. De
allí en adelante continuaron los recortes, hasta que el árbol se transformó en una
hermosa cruz preciosamente tallada que colgaba de su cuello y causaba la admiración
de todos. La cruz no tardó en convertirse en una moda, luego vino la fama y el
reconocimiento, y adicionalmente un caminar de gacela hasta el Reino de los Cielos.
Alcanzado el final del camino, el hombre muere. En medio del esplendor celestial,
distingue un hermoso castillo, desde una de cuyas torres Jesús en Gloria y Majestad se
dispone a recibirlo. El hombre dice: "Señor, he esperado mucho tiempo este momento.
Señalame la entrada." Jesús le responde: "Hijo, para entrar al Reino deberás subir hasta
donde estoy, usando el árbol que te entregué cuando iniciaste el camino hacia mi." El
hombre lleno de vergüenza reconoció haberlo destruido y lloró amargamente su error.
Despertó entonces de su profundo sueño, y agradecido con el Señor, regresó al bosque
aquel para tomar su cruz y llevarla entera al Reino de los Cielos.
El pétalo de la rosa
Un chico joven estaba en Roma con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud,
el 20 de agosto de 2000. Se encontraba rezando ante la tumba de una persona santa. A
uno y otro lado había dos jarrones con unos ramos de rosas frescas, de color rojo. El
joven estudiante pensaba en el mensaje del Papa que había escuchado el día anterior
en Tor Vergata, sobre la vocación a una entrega total. Esas palabras se le habían
clavado en el corazón. Estaba casi decidido a dar ese paso. En ese momento observó
que de una de las rosas había caído un pétalo al suelo, y enseguida pensó en tomarlo
como recuerdo de aquel momento tan importante de su vida. Pasaron unos segundos
de duda sobre si incorporarse o no para tomar ese pétalo. Mientras lo consideraba, llegó
un hombre, se agachó, tomó el pétalo y lo guardó en su bolsillo. Fue un detalle nimio,
pero a aquel chico le vino entonces a la cabeza una idea meridiana: en nuestra vida se
nos plantearán oportunidades muy bonitas e importantes, pero esas oportunidades no
esperan siempre.


El príncipe y la estufa
Me acababa de levantar, cuando vi a través de los cristales empañados de mi
ventana. Yo a pesar de tanto abrigo, tiritaba de aburrimiento. El no estaba sólo. Venía
al frente de su pequeño ejército de amigos voluntarios. Nunca había contemplado a un

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caudillo más joven y recio que él. Mis ojos cansados de soñar sin dormir, se esforzaban
para no dar crédito a esta visión heroica, tan opuesta a mi vida. Temblé de rabia cobarde
cuando noté que él me miraba. Con voz fuerte, mientras su mirada amablemente se
mantenía hacia mí, me preguntó: "¿Te vienes conmigo". Como si no lo hubiera oído,
casi disimulando, proferí algo así como: "¿Eehh.... Quéee...?". Su recia voz se oyó de
nuevo: "¿Qué si te vienes voluntario conmigo?". Tartamudeando, débilmente respondí:
"No, no puedo..., es que estoy aquí atado...; atado voluntariamente, al suave y lindo
calorcito de mi estufilla...". Mientras yo bostezaba, su voz –la voz de él– resonó
majestuosa, con la nobleza amplia de las cascadas eternas: "¡En marcha!". Sus soldados
decididos y voluntarios, caminaron tras él sobre la blancura ideal de la nieve pura. Y
sus huellas –las de él– y las de ellos, quedaron impresas profundamente, marcando un
camino recto y nuevo hacia el sol. Pero yo..., yo no. He preferido quedarme aquí detrás
de los cristales empañados, atado suave, cómodamente, al calorcito cercano de mi
estufilla privada. (Rabindranath Tagore)


El silencio de Dios
Una antigua leyenda noruega nos habla de un hombre llamado Haakon, que
cuidaba una ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita
había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Le impulsaba un sentimiento
generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por Ti. Déjame ocupar
tu puesto. Quiero reemplazarte en la Cruz." Y se quedo fijo con la mirada puesta en la
imagen, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras
cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: "Hermano mío, accedo a tu deseo,
pero ha de ser con una condición." "¿Cuál Señor? -preguntó con acento suplicante
Haakon-. Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!".
"Escucha. Suceda lo que suceda, y veas lo que veas, has de guardarte en silencio
siempre". Haakon contesto: "¡Te lo prometo, Señor!". Y se efectuó el cambio.
Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en
la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el
compromiso. A nadie dijo nada, pero un día, llegó un rico, después de haber orado,
dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un
pobre, que vino dos horas después y se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo
nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes
de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de
la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió
al joven y le dijo iracundo: "¡Dame la bolsa que me has robado!". El joven sorprendido
replicó: "¡No he robado ninguna bolsa!". "No mientas, devuélvemela enseguida!". "¡Le
repito que no he cogido ninguna bolsa!". El rico arremetió furioso contra él. Sonó
entonces una voz fuerte: "¡Detente!". El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le
hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó
al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió
también porque teníia prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó a solas,
Cristo se dirigió al monje y le dijo: "Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto.
No has sabido guardar silencio". "¿Señor, como iba a permitir esa injusticia?". Jesús
ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz. El Señor siguió hablando:

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"Tu no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de
la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese
dinero. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen
impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba
de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tu no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo."
Y el Señor nuevamente guardo silencio.
Muchas veces nos preguntamos por qué razón Dios no nos contesta, por qué razón
Dios se queda callado. Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que
deseamos oír, pero Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio. Él sabe lo
que está haciendo.

El valor de un Avemaría
En el libro “La puerta de la esperanza” cuenta José L. Olaizola la conversación
entre J.A. Vallejo Nájera y Luis Miguel Dominguín, el primero de ellos con un
diagnóstico de cáncer.
En un paseo a caballo el doctor Vallejo Nájera se dirige así a su interlocutor:
—Luis Miguel, reza conmigo un Avemaría, aunque solo sea la segunda parte.
—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores... que tú, Luis
Miguel, lo eres de narices... ahora...
Luego le pide que no deje de rezar todas las noches ese Avemaría, cosa que
promete hacer Dominguín.
Unas horas más tarde Dominguín telefoneaba a su amigo: “Juan Antonio, dile a
tu Dios que yo le ofrezco mi vida por la tuya, y que ese es el primer favor que le pido”.

El violín desafinado
Se cuenta que con un viejo violín, un pobre hombre se ganaba la vida. Iba por los
pueblos, comenzaba a tocar y la gente se reunía a su alrededor. Tocaba y al final pasaba
entre la concurrencia una agujereada boina con la esperanza de que algún día se llenara.
Cierto día comenzó a tocar como solía, se reunió la gente, y salió lo de costumbre: unos
ruidos más o menos armoniosos. No daba para más ni el violín ni el violinista. Y acertó
a pasar por allí un famoso compositor y virtuoso del violín. Se acercó también al grupo
y al final le dejaron entre sus manos el instrumento. Con una mirada valoró las
posibilidades, lo afinó, lo preparó... y tocó una pieza asombrosamente bella. El mismo
dueño estaba perplejo y lleno de asombro. Iba de un lado para otro diciendo: "Es mi
violín...!, es mi violín...!, es mi violín...!". Nunca pensó que aquellas viejas cuerdas
encerraran tantas posibilidades. No es difícil que cada uno, profundizando un poco en
sí mismo, reconozca que no está rindiendo al máximo de sus posibilidades. Somos en
muchas ocasiones como un viejo violín estropeado, y nos falta incluso alguna cuerda.
Somos... un instrumento flojo, y además con frecuencia desafinado. Si intentamos tocar
algo serio en la vida, sale eso... unos ruidos faltos de armonía. Y al final, cada vez que
hacemos algo, necesitamos también pasar nuestra agujereada boina; necesitamos
aplausos, consideración, alabanzas... Nos alimentamos de esas cosas; y si los que nos
rodean no nos echan mucho, nos sentimos defraudados; viene el pesimismo. En el
mejor de los casos se cumple el refrán: “Quien se alimenta de migajas anda siempre
hambriento”: no acaban de llenarnos profundamente las cosas. Qué diferencia cuando
dejamos que ese gran compositor, Dios, nos afine, nos arregle, ponga esa cuerda que
falta, y dejemos ¡que Él toque! Pero también en la vida terrena existen violinistas que

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nos pueden afinar; un amigo, un compañero, un maestro, o cualquier persona de la que
podamos obtener conocimientos, un consejo, una buena idea, una corrección fraterna,
y quedaremos sorprendidos de las posibilidades que había encerradas en nuestra vida.
Comprobamos que nuestra vida es bella y grandiosa cuanto que somos instrumentos
perfectibles y, si nos proponemos ser mejores, lucharemos constante e incansablemente
por ser: un violín cada vez mejor afinado.


El visitante
Ruth miró el sobre de nuevo. No llevaba sello, ni matasellos, sólo su nombre y
dirección. Leyó la carta una vez más...
Querida Ruth. Voy a estar en tu barrio el sábado por la tarde y me gustaría pasarme
a verte. Te quiere siempre, Jesús
Sus manos temblaban mientras dejaba la carta sobre la mesa. "¿Por qué querría el
Señor visitarme a mí? No soy nadie especial. No tengo nada que ofrecer". Con este
pensamiento, Ruth recordó los estantes vacíos de la cocina. "¡Oh, Dios Santo, no tengo
absolutamente nada que ofrecer. Tengo que ir corriendo a la tienda para comprar algo
para la cena". Cogió el monedero y contó su contenido. Cinco dólares y cuarenta
centavos. "Bueno, al menos puedo comprar algo de pan y fiambre". Se puso la chaqueta
y se precipitó hacia la puerta.
Una hogaza de pan francés, media libra de pavo en lonchas, y un cartón de leche...
dejaron a Ruth con un total de doce centavos para pasar hasta el lunes. A pesar de ello,
se sentía bien mientras volvía a casa, con sus escasas ofrendas envueltas bajo su brazo...
"Eh, señora. ¿Puede ayudarnos, señora?" Ruth había estado tan absorta en sus planes
sobre la cena que no había percibido las dos figuras acurrucadas en el callejón.
Un hombre y una mujer, ambos vestidos con poco más que harapos. "Mire, señora,
yo no tengo trabajo, ¿sabe?, y mi mujer y yo hemos estado viviendo aquí fuera en la
calle, y, bien, ahora tenemos frío y estamos hambrientos y, bueno, si pudiera ayudarnos,
señora, realmente lo apreciaríamos". Ruth miró a ambos. Estaban sucios, olían mal y,
francamente, estaba segura de que hubieran podido trabajar en algo si realmente lo
necesitaran.
"Oiga, me gustaría ayudarles, pero yo misma soy también pobre. Todo lo que
tengo son unas pocas lonchas de fiambre y algo de pan, y voy a tener un invitado
importante a cenar esta noche y planeaba servirle eso a Él". "Ya, bueno, OK, señora,
lo entiendo. Gracias de todas formas". El hombre pasó su brazo por los hombros de la
mujer y volviéndose se adentraron en el callejón.
Mientras los contemplaba irse, Ruth sintió una punzada familiar en su corazón.
"¡Oiga, espere!" La pareja se paró y se dio la vuelta mientras ella corría por el callejón
tras de ellos. "Mire, ¿por qué no toma esta comida. Ya encontraré algo más que servir
a mi invitado". Tendió la cesta de la comida al hombre. "Gracias, señora. ¡Muchas
gracias!". "¡Sí, gracias!" era la esposa del hombre y Ruth pudo ahora ver que estaba
tiritando. "¿Sabe?, tengo otra chaqueta en casa. Vamos, ¿por qué no coge ésta?" Ruth
se desabrochó la chaqueta y la deslizó sobre los hombros de la mujer. Entonces,
sonriendo, se giró y caminó de vuelta a la calle... sin chaqueta y sin nada que servir a
su invitado. "¡Gracias, señora! ¡Muchas gracias!"
Ruth estaba helada cuando llegó a la puerta principal de su casa. Y preocupada
también. El Señor venía de visita y ella no tenía nada que ofrecerle. Tanteó en su bolso

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buscando la llave. Mientras lo hacía, descubrió otro sobre en su buzón. "Qué extraño.
El cartero no acostumbra a venir dos veces al día". Sacó el sobre del buzón y lo abrió...
Querida Ruth.
Ha sido tan maravilloso verte de nuevo. Gracias por la estupenda comida. Y
gracias también por la preciosa chaqueta.
Te quiere siempre, Jesús
El aire todavía era frío pero, incluso sin chaqueta, Ruth ya no lo notaba. (Tomado
de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


El zapatero
Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a la tierra en forma de mendigo
sucio y harapiento. Llegó entonces el Señor a la casa de un zapatero y tuvieron esta
conversacion: - "Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y
como ves están rotas e inservibles. ¿Podrías tu reparármelas, por favor?, porque no
tengo dinero". El zapatero le contesto: -"¿Qué acaso no ves mi pobreza? Estoy lleno de
deudas y estoy en una situación muy pobre; y aun así quieres que te repare gratis tus
sandalias?" -" Te puedo dar lo que quieras si me las arreglas." El zapatero con mucha
desconfianza dijo: -"Me puedes dar tú el millón de monedas de oro que necesito para
ser feliz?" -"Te puedo dar 100 millones de monedas de oro. Pero a cambio me debes
dar tus piernas ..." - "Y de que me sirven los 100 millones si no tengo piernas?" El
Señor volvio a decir: -Te puedo dar 500 millones de monedas de oro, si me das tus
brazos." -"Y que puedo yo hacer con 500 millones si no podría ni siquiera comer yo
solo? "El Señor habló de nuevo y dijo: - "Te puedo dar 1000 millones si me das tus
ojos." - "Y dime; ¿qué puedo hacer yo con tanto dinero si no podría ver el mundo, ni
podría ver a mis hijos y a mi esposa para compartir con ellos?" Dios sonrió y le dijo: -
"Ay, hijo mío; cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1600 millones de monedas
de oro y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo? Eres tan rico y no te
has dado cuenta! ...".


Empieza por ti mismo
De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: "Señor,
dame fuerzas para cambiar el mundo". A medida que fui haciéndome adulto y caí en
la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola
alma, transforme mi oración y comencé a decir: "Señor, dame la gracia de transformar
a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos.
Con eso me doy por satisfecho". Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he
empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi oración es la siguiente: "Señor,
dame la gracia de cambiarme a mí mismo". Si yo hubiera orado de este modo desde el
principio, quizá no habría malgastado mi vida.


Escarmiento a la avaricia
Juan Gavaza casó a sus dos hijas con dos caballeros muy nobles. El padre quería
tanto a sus yernos que les repartió sus posesiones en oro y demás bienes. Ellos se

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mostraban agradecidos. Pero cuando se acabó el tesoro y sus yernos se olvidaron del
suegro. Él, muy apenado, decidió darles una lección. Pidió unas monedas a un amigo
y las guardó en un cofre. Hizo que sus hijas espiaran la operación. Cuando ya habían
caído en el engaño, devolvió el dinero a su amigo, esta vez, en total secreto. Los últimos
días del señor Gavaza discurrieron con todo tipo de atenciones por parte de sus yernos
e hijas. Cuando murió abrieron el cofre y encontraron una maza muy grande con una
escritura en el mango que decía así: “Yo, Juan Gavaza hago este testamento: que quien
menosprecie a alguien porque ya ha repartido todos sus bienes, como se hizo con Juan
Gavaza, que en la frente le den con esta maza”.






Escogiendo mi cruz
Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús: - "Señor: ya estoy cansado de llevar
la misma cruz en su hombro, es muy pesada muy grande para mi estatura". Jesús
amablemente le dijo: - "Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la
cruz que más se adapte a ti". El hombre entró y vio una cruz pequeña, pero muy pesada
que se le encajaba en el hombro y le lastimaba; buscó otra pero era muy grande y muy
liviana y le hacía estorbo; tomó otra pero era de un material que raspaba; buscó otra, y
otra, y otra.... hasta que llegó a una que sintió que se adaptaba a él. Salió muy contento
y dijo: - "Señor, he encontrado la que más se adapta a mi, muchas gracias por el cambio
que me permitiste". Jesús le mira sonriendo y le dice: - "No tienes nada que agradecer,
has tomado exactamente la misma cruz que traías, tu nombre está inscrito en ella. Mi
Padre no permite más de lo que no puedas soportar porque te ama y tiene un plan
perfecto para tu vida". Muchas veces nos quejamos por las dificultades que hay en
nuestra vida y hasta cuestionamos la voluntad de Dios, pero Él permite lo que nos
suceda porque es para nuestro bien y algo nos enseña a través de eso. Dios no nos da
nada más grande de lo que no podamos soportar, y recordemos que después de la
tormenta viene la calma y un día esplendoroso en el que vemos la Gloria de Dios.


Esperar y confiar
El muchacho contempló las ramas llenas de preciosas manzanas. Arrancó una y
se derrumbó la rama. Entonces salió el viejo y sin rencor le dijo: “Están verdes,
muchacho. Son hermosas, muy hermosas, pero están verdes”. El muchacho pensaba
que el viejo se enfadaría, que le gritaría, pero el viejo le habló con palabras cálidas.
“Hemos de recogerlas ahora que están verdes y sanas y ya madurarán durante el
invierno, pero ahora no se comen, están verdes”. Al día siguiente el muchacho y el
viejo colaboraron en la recogida de manzanas. “Es bueno saber que las cosas hay que
recogerlas a su tiempo, sin prisas. ¿Lo entiendes?, sin prisas”. El muchacho entendía.
Era un mundo nuevo, distinto. Los amigos de la escuela le decían que hay que robar,
que todos lo hacen. Sus padres, que la vida y los hombres nunca te dan nada. Pero el
muchacho comprendió que el viejo tenía razón, que hay que esperar y confiar. “Las
cosas tienen su tiempo, su momento, no puedes crecer demasiado deprisa y disfrutar

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de la libertad de los mayores. Adelantarse al tiempo es malo, no debes quemar etapas.
Debes estar maduro para distinguir el bien y actuar con responsabilidad. Por eso debes
seguir el consejo de los mayores. La experiencia supone sabiduría. Si te empeñas en
crecer demasiado deprisa no disfrutarás de este momento ni del venidero. Ten
paciencia, cuando tu corazón esté maduro disfrutarás de los frutos de la vida”. Pasó el
verano y el invierno y el viejo murió una mañana de primavera. Aquel día el río bajaba
ligero y transparente. El muchacho recordó unas palabras del viejo sobre el regato:
“Ahora no tiene profundidad, más adelante será ancho y grande y tendrá fondo, como
la vida”. El muchacho pensó que así había ocurrido con el viejo, con los años estaba
cargado de fondo, de sabiduría.
Tomado de José María Sanjuán, “Un puñado de manzanas”.


Generosidad y egoísmo
Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro: "¿Cuál es
la diferencia entre el cielo y el infierno?". El Maestro le respondió: "Es muy pequeña,
sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré una imagen de cómo es el
infierno". Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado
alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados,
cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la
olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La
desesperación y el sufrimiento eran terribles. Ven, dijo el Maestro después de un rato,
ahora te mostraré una imagen de cómo es el cielo. Entraron en otra habitación, también
con una olla de arroz, otro grupo de gente, las mismas cucharas largas... pero, allí, todos
estaban felices y alimentados. "¿Por qué están tan felices aquí, mientras son
desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo? Como las cucharas tienen el
mango muy largo, no pueden llevar la comida a su propia boca. En una de las
habitaciones están todos desesperados en su egoísmo, y en la otra han aprendido a
ayudarse unos a otros.


¿Existe Dios?
Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba, como es
costumbre. En estos casos entabló una amena conversación con la persona que le
atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema
de Dios. El barbero dijo: -Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted
dice. -Pero, ¿por qué dice usted eso?- preguntó el cliente. -Pues es muy fácil, basta con
salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O... dígame, acaso si Dios
existiera, ¿Habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera no
habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un
Dios que permita todas estas cosas... El cliente se quedó pensando un momento, pero
no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente
salió del negocio. Recién abandonada la barbería, vio en la calle a un hombre con la
barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía
muy desarreglado. Entonces entró de nuevo en la barbería y le dijo al barbero: -¿Sabe
una cosa? Los barberos no existen. -¿Cómo que no existen...? -preguntó el barbero-
...si aquí estoy yo y soy barbero. -¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran

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no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de este hombre que va por
la calle. -Ah, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen aquí.
-¡Exacto! -dijo el cliente- Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas
no van hacia Él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria...


Haz como Jesucristo
Cuentan que, estando reciente la revolución francesa, Reveillère Lépaux, uno de
los jefes de la república, que había asistido al saqueo de iglesias y a la matanza de
sacerdotes, se dijo a sí mismo: "Ha llegado la hora de reemplazar a Cristo. Voy a fundar
una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso". Pero no funcionó. Al
cabo de unos meses, el «inventor» acudió desconsolado a Bonaparte, ya primer cónsul,
y le dijo: –¿Lo creeréis, señor? Mi religión es preciosa, pero no arraiga entre el pueblo.
Respondió Bonaparte: –Ciudadano colega, ¿tenéis seriamente la intención de hacer la
competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haced lo que Él: haceos crucificar
un viernes, y tratad de resucitar el domingo. (Cfr. A. Hillaire, "La religión
demostrada").



He estado con Dios
Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios. Él sabía que era un
largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches
y botellas de leche chocolatada y comenzó su viaje. Cuando había andado un tiempo,
se encontró con un viejecita que estaba sentada en el parque observando a unas
palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un
trago de su leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es
que le ofreció un sandwich. Ella, agradecida, lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan
hermosa que el niño quiso verla otra vez, así que le ofreció una leche chocolatada. Una
vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado. Permanecieron sentados allí toda la
tarde. Cuando oscurecía, el niño se levantó para marcharse. Antes de dar unos pasos,
se dio la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dio un abrazo. Ella le ofreció su sonrisa,
aun más amplia. Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre
le sorprendió la alegría en su rostro. Ella le preguntó: "¿Qué hiciste hoy que estás tan
contento?". Él respondió: "Almorcé con Dios". Pero antes de que su madre pudiese
decir nada, él añadió: "¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que jamás he
visto!". Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su
vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: "¿Qué
hiciste hoy que te puso tan contenta?". Ella respondió: "Comí unos sandwiches con
Dios en el parque". Y antes de que su vecina comentara nada, añadió: "¿Sabes, es
mucho más joven de lo que esperaba".


Hércules y el carretero
Un carretero conducía a sus animales por un camino fangoso completamente
cargados, y las ruedas de la carreta se hundieron tanto en el lodo que los caballos no
podían moverla. El carretero miraba desesperado alrededor suyo, llamando a Hércules

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a gritos para pedirle ayuda. Al fin el dios se presentó, y le dijo: "Apoya el hombro en
la rueda, hombre, y azuza tus caballos, y luego pide auxilio a Hércules. Porque si no
alzas un dedo para ayudarte a ti mismo, no esperes socorro de Hércules ni de nadie".
(Esopo)


Homenaje a un padre especial
Un día, acudí a mi padre con uno de mis muchos problemas de aquel entonces.
Me contestó como Cristo a sus discípulos, con una parábola: "Hijo(a), ya no eres más
una simple y endeble rama; has crecido y te has transformado, eres ahora un árbol en
cuyo tronco un tierno follaje empieza a florecer. Tienes que darle vida a esas ramas.
Tienes que ser fuerte, para que ni el agua, ni el día, ni los vientos te embatan. Debes
crecer como los de tu especie, hacia arriba. Algún día, vendrá alguien a arrancar parte
de ti, parte de tu follaje. Quizá sientes tu tronco desnudo, más piensa que esas podas
siempre serán benéficas, tal vez necesarias, para darte forma, para fortalecer tu tronco
y afirmar sus raíces. Jamás lamentes las adversidades, sigue creciendo, y cuando te
sientas más indefenso(a), cuando sientas que el invierno ha sido crudo, recuerda que
siempre llegará una primavera que te hará florecer... Trata de ser como el roble, no
como un bonsai." Ahora quisiera tener a mi padre conmigo, y darle las gracias por
haber nacido, por haber sido, por haber tenido, por haber triunfado, y por haber
fracasado. Si acaso tuviera mi padre a mi lado, podría agradecerle su preocupación por
mi, podría agradecerle sus tiernas caricias, que no por escasas, sinceras sentí. Si acaso
tuviera a mi padre conmigo, le daría las gracias por estar aquí, le agradecería mis
grandes tristezas, sus sabios regaños, sus muchos consejos, y los grandes valores que
sembró en mi. Si acaso mi padre estuviera conmigo, podríamos charlar como antaño
fue, de cuando me hablaba de aquello del árbol, que debe ser fuerte y saber resistir,
prodigar sus frutos, ofrecer su sombra, cubrir sus heridas, forjar sus firmezas ... y
siempre seguir. Seguir luchando, seguir perdonando, seguir olvidando, y siempre ...
seguir. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, le daría las gracias ... porque de él nací.



Huellas en la arena
Una noche tuve un sueño. Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor
y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí
que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante de nosotros, miré hacia atrás, hacia las pisadas
en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de
pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi
vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: "Señor, Tú me dijiste,
cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los
peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo
porque Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba". Entonces, Él, clavando
en mi su mirada infinita me contestó: "Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te
abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de
pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".

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Huir del destino
Su padre era marino. Un día, cuando no era más que un niño, el padre le invita a
dar un paseo en barco. De repente descubre a lo lejos un enorme pez, de aspecto
terrible, que sigue al barco. Se lo comunica a su padre, pero su padre no ve nada; cree
que son figuraciones de su hijo. En un segundo viaje vuelve a ocurrir lo mismo; pero
esta vez el padre lo entiende todo, palidece de susto y le explica a su hijo: "Ahora temo
por ti. Eso que has visto es un Colombre. Es el pez que los marineros temen más que a
ningún otro en todos los mares del mundo, un animal terrible y misterioso, más astuto
que el hombre. Por motivos que nunca nadie sabrá escoge a su víctima y le sigue años
y años, la vida entera, hasta que consigue devorarla. Y lo más curioso es esto: que nadie
puede verlo si no es la propia víctima". "¿Y no es una leyenda?", pregunta el hijo. "No
-le dice su padre-. Yo nunca lo he visto, pero lo han descrito: hocico fiero, dientes
espantosos... No hay duda hijo mío: el Colombre te ha elegido, y mientras andes por el
mar no te dará tregua. Vamos a volver a tierra y nunca más te harás a la mar por ningún
motivo. Tienes que resignarte. Por otra parte en tierra también puedes hacer fortuna".
Pasan los años y el chico crece y consigue en la vida todo lo que todo el mundo anhela.
A los ojos de todos es un triunfador. Pero él sabe que su vida ha sido un fracaso, que
en el fondo de su alma sigue presente, como herida abierta, la renuncia a la que debería
haber sido su propia vida, la que le habría hecho feliz. Un día, viejo y cansado,
sintiendo cerca la muerte, decide enfrentarse con aquel peligro, hacer por fin algo
valioso, enfrentarse con aquel animal que había visto muchas veces, cada vez que se
acercaba al mar, a cierta distancia de la costa. Un día, de noche, cogió un arpón, se
montó en una pequeña barca y se internó en el mar. Al poco tiempo aquel horrible
hocico asomó al lado de la barca. "Aquí me tienes, ahora es cosa de los dos", dijo el
hombre mientras levantaba el arpón contra el horrible animal. Entonces el pez empezó
a hablar, quejándose con voz suplicante: "Ah, qué largo camino para encontrarte.
También yo estoy destrozado por la fatiga. Cuanto me has hecho nadar. Y tú huías y
huías... porque nunca has comprendido nada". "¿A qué te refieres?". "A que no te he
seguido para devorarte. El único encargo que me dio el Rey del Mar fue entregarte
esto". Y el gran pez sacó de la lengua, tendiendo al anciano una esfera fosforescente.
Él la cogió entre las manos y la miró. Era una perla de enorme tamaño. Reconoció en
ella la famosa perla del mar, que da a quien la posee fortuna, poder, amor y paz de
espíritu". En aquel instante el viejo lo entendió todo. Y entendió también que ahora era
demasiado tarde. "¡Ay de mí! ¡Qué horrible malentendido! Lo único que he conseguido
es desperdiciar mi existencia y además he arruinado la tuya. Adiós, hombre infeliz." Y
se sumergió en las aguas para siempre. (D. Buzzati, El Colombre, Alianza).


Invita al verdadero festejado
Como sabrás nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños, todos los
años se hace una gran fiesta en mi honor y creo que este año sucederá lo mismo. En
estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en el radio, en la televisión y
por todas partes no se habla de otra cosa, sino de lo poco que falta para que llegue el
día. La verdad, es agradable saber, que al menos, un día al año algunas personas piensan
un poco en mí. Como tu sabes hace muchos años que comenzaron a festejar mi
cumpleaños, al principio no parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por

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ellos, pero hoy en día nadie sabe para que lo celebran. La gente se reúne y se divierte
mucho pero no saben de que se trata. Recuerdo el año pasado al llegar el día de mi
cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor; pero sabes una cosa, ni siquiera me
invitaron. Yo era el invitado de honor y ni siquiera se acordaron de invitarme, la fiesta
era para mi y cuando llego el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta. ¡Y yo
quería compartir la mesa con ellos! (Apoc. 3,20). La verdad no me sorprendió, porque
en los últimos años todos me cierran las puertas. Como no me invitaron, se me ocurrió
estar sin hacer ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos bebiendo, había
algunos borrachos, contando chistes, carcajeándose. La estaban pasando en grande,
para colmo llego un viejo gordo, vestido de rojo, de barba blanca y gritando: "JO JO
JO JO", parecía que había bebido de más, se dejó caer pesadamente en un sillón y todos
los niños corrieron hacia él, diciendo "Santa Claus" "Santa Claus". ¡Cómo si la fiesta
fuera en su honor! Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse, yo
extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara. Y ¿sabes?, nadie me abrazó.
Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta
y me retiré. Tal vez crean que yo nunca lloro, pero esa noche lloré, como un ser
abandonado, triste y olvidado. Me llegó tan hondo que al pasar por tu casa, tú y tu
familia me invitaron a pasar, además me trataron como a un rey, tú y tu familia
realizaron una verdadera fiesta en la cual yo era el invitado de honor. Que Dios bendiga
a todas las familias como la tuya, yo jamás dejo de estar en ellas en ese día y todos los
días. También me conmovió el Belén que pusieron en un rincón de tu casa. Otra cosa
que me asombra es que el día de mi cumpleaños en lugar de hacerme regalos a mi, se
regalan unos a otros. ¿Tú que sentirías si el día de tu cumpleaños, se hicieran regalos
unos a otros y a ti no te regalaran nada? Una vez alguien me dijo: ¿Cóomo te voy a
regalar algo si a ti nunca te veo? Ya te imaginaras lo que le dije: Regala comida, ropa
y ayuda a los pobres, visita a los enfermos a los que están solos y yo los contaré como
si me lo hubieran hecho a mí (Mt. 25,34-40). A veces la gente solo piensa en las
compras y los regalos y de mí ni se acuerdan. (Probablemente así hablaría Jesucristo).


Jonás y la ballena
Una niña estaba hablando de las ballenas a su maestra. La profesora dijo que era
físicamente imposible que una ballena se tragara a un ser humano porque aunque era
un mamífero muy grande su garganta era muy pequeña. La niña afirmó que Jonás había
sido tragado por una ballena. La profesora le repitió con ironía que una ballena no podía
tragarse a ningún humano, pues físicamente era imposible. La niña contestó: "Cuando
llegue al cielo le voy a preguntar a Jonás". La maestra le preguntó: "¿Y qué pasa si
Jonás se fue al infierno?". La niña contestó: "Entonces tendrá que preguntarle usted".






La botella
Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por suerte,
llegó a una cabaña vieja, desmoronada sin ventanas, sin techo. El hombre anduvo por

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ahí y se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para protegerse del calor
y el sol del desierto. Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda
oxidada. Se arrastró hacia allí, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a
bombear sin parar, pero nada sucedía. Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, y
entonces notó que a su lado había una botella vieja. La miró, la limpió de todo el polvo
que la cubría, y pudo leer que decía: "Usted necesita primero preparar la bomba con
toda el agua que contiene esta botella mi amigo, después, por favor tenga la gentileza
de llenarla nuevamente antes de marchar".
El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua... ¡llena
de agua! De pronto, se vio en un dilema: si bebía aquella agua, él podría sobrevivir,
pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría,
del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez, la
bomba no funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada. ¿Qué debiera hacer?
¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca... o beber el agua
vieja de la botella e ignorar el mensaje? ¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza
de aquellas instrucciones poco confiables escritas no se cuánto tiempo atrás?
Al final, derramó toda el agua en la bomba, agarró la manivela y comenzó a
bombear, y la bomba comenzó a rechinar, pero ¡nada pasaba! La bomba continuaba
con sus ruidos y entonces de pronto surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo
y finalmente, el agua corrió con abundancia... Agua fresca, cristalina. Llenó la botella
y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante.
Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante, la llenó hasta arriba, tomó la
pequeña nota y añadió otra frase: "Créame que funciona, usted tiene que dar toda el
agua, antes de obtenerla nuevamente".
Hay muchas lecciones que podemos extraer de esta historia. Muchas veces
tenemos miedo de iniciar un nuevo proyecto porque demandará una gran inversión de
tiempo, recursos, preparación y conocimiento. Muchos se quedan parados
satisfaciéndose con los resultados mediocres, cuando podrían lograr grandes victorias.
Muchas veces tenemos grandes oportunidades que se nos presentan en la vida y que
pueden ayudarnos a ser mejores personas o pueden abrirnos puertas nuevas que nos
conducen a un mundo mejor... pero tememos... no confiamos. La vida es un desafío,
¿por qué no nos arriesgamos?, ¿por qué no creemos? El tren pasa algunas veces por
nuestra vida cargado de cosas... podemos arriesgarnos y subir... o dejarlo pasar... ¿Y si
no vuelve? ¿Y si esa oportunidad que hoy dejamos pasar no se repite?


La carreta vacía
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño
silencio me preguntó: "Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?".
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: "Estoy escuchando el ruido
de una carreta". "Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía". Pregunté a mi padre:
"¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?". Entonces mi padre
respondió: "Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido.
Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace". Me convertí en adulto y hasta
hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación
de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre

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diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad hace
poco ruidosas nuestras virtudes y permitir a los demás descubrirlas. Y nadie está mas
vacío que aquel que está lleno de sí mismo.


La confidencia del ángel
Una persona joven fue a visitar a un hombre santo para hablarle de sus afanes,
ilusiones, la razón de su existencia y posible vocación. Recibió sus consejos y quedaron
para verse más adelante. Cuando volvió por segunda vez, aquel hombre santo había
tenido un sueño. Soñó que moría y al llegar al cielo le dicen que pida lo que quiera,
que se lo conceden. Sorprendido, dice que tiene una gran curiosidad por conocer al
ángel que confortó a Jesús en la agonía del Huerto de Getsemaní. Cuando se lo
presentaron, le dice: "¿Qué dijiste a Jesús cuando sudaba sangre al ver todo lo que iba
a sufrir por nosotros los hombres? ¿Cómo le consolaste?". Se interrumpió el hombre y
preguntó al joven: "¿De verdad quieres saber lo que me dijo el ángel?". "¡Pues claro!".
Y el hombre prosiguió: "El ángel le habló a Jesús de ti y de mi, de tu generosidad y de
la mía".

La estatua de barro
La estatua del Buda de barro alcanzaba casi tres metros de altura. Durante
generaciones había sido considerada sagrada por los habitantes del lugar. Un día,
debido al crecimiento de la ciudad, decidieron transladarla a un sitio más apropiado.
Esta delicada tarea le fue encomendada a un reconocido monje, quien, después de
planificarlo detenidamente, comenzó su misión. Pero fue tan mala su fortuna que, al
mover la estatua, ésta se deslizó y cayó, agrietándose en varias partes. Compungidos,
el monje y su equipo decidieron pasar la noche meditando sobre las alternativas. Fueron
unas horas largas, oscuras y lluviosas. De repente, al observar la escultura
resquebrajada, cayó en cuenta que la luz de su vela se reflejaba a través de las grietas
de la estatua. Pensó que eran las gotas de lluvia. Se acercó a la grieta y observó que
detrás del barro había algo, pero no estaba seguro qué. Lo consultó con sus colegas y
decidió tomar un riesgo que parecía una locura: pidió un martillo y comenzó a romper
el barro, descubriendo que debajo se escondía un Buda de oro sólido de casi tres metros
de altura. Durante siglos este hermoso tesoro había sido cubierto por el barro. Los
historiadores hallaron pruebas que demostraban que, en una época, el pueblo iba a ser
atacado por bandidos. Los pobladores, para proteger su tesoro, lo cubrieron con barro
para que pareciera común y ordinario. El pueblo fue atacado y saqueado, pero el Buda
fue ignorado por los bandidos. Después, los supervivientes pensaron que era mejor
seguir ocultándolo detrás del barro. Con el tiempo, la gente comenzó a pensar que el
Buda de Oro era una leyenda o un invento de los viejos. Hasta que, finalmente, todos
olvidaron el verdadero tesoro porque pensaron que algo tan hermoso no podía ser
cierto.


La estrella verde
Había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas,
plateadas, verdes, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, ellas se acercaron a Dios y
le propusieron: "Señor, nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." "Así

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será hecho", respondió el Señor. Se cuenta que en aquella noche hubo una fantástica
lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a
jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los
juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero
con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al
cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Dios, a
medida que ellas iban llegando al cielo. "Señor, nos fue imposible permanecer en la
Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". El Señor les
contestó: "La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra,
de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno,
de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Dios las
recontó y dijo: "Nos está faltando una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba
cerca replicó: "Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que
su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las
cosas no van bien, donde hay dolor." "¿Qué estrella es esa?", volvió a preguntar. "Es
la Esperanza, Señor, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron
para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque
había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento
que el hombre tiene y Dios no necesita retener es la Esperanza. Dios ya conoce el futuro
y la Esperanza es propio de la persona humana, propia de aquel que yerra, de aquel que
no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.


La fuerza de la Eucaristía
En 1901 se cerraron todos los conventos de Francia y se expulsaron a los
religiosos de todas partes.
El hospital de Reims fue la excepción.
También allí se presentó la comisión inspectora e invitó a abrir todos los cuartos
y salas. La superiora obedeció. Los miembros de la comisión se sintieron casi mareados
de aquel ambiente.
—Usted, ¿desde cuándo está aquí?
—Cuarenta años, dijo la religiosa.
—Y, ¿de dónde saca fuerzas?
—He comulgado todos los días. Si no estuviese entre nosotras el Santísimo
Sacramento no podríamos resistir.
Tomado de Julio Eugui, “Anécdotas y virtudes”, n. 225


La lección de la mariposa
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó junto a
él y observó durante varias horas como la mariposa se esforzaba para que su cuerpo
pasase a través de aquel pequeño agujero. Entonces, pareció que ella sola ya no lograba
ningún progreso. Parecía que había hecho todo lo que podía, pero no conseguía
agrandarlo. Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: tomó unas tijeras y cortó
el resto del capullo.
La mariposa entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba atrofiado, era

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pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él
esperaba que, en cualquier momento, las alas se abrirían, y se agitarían, y serían
capaces de soportar el cuerpo, que a su vez se iría fortaleciendo.
Pero nada de eso ocurrió. La realidad es que la mariposa pasó el resto de su vida
arrastrándose con un cuerpo deforme y unas alas atrofiadas. Nunca fue capaz de volar.
Lo que aquel hombre no comprendió -a pesar de su gentileza y su voluntad de ayudar-
, era que ese capullo apretado que observaba aquel día, y el esfuerzo necesario para que
la mariposa pasara a través de esa pequeña abertura, era el modo por el cual la
naturaleza hacía que la salida de fluidos desde el cuerpo de la mariposa llegara a las
alas, de manera que sería capaz de volar una vez que estuviera libre del capullo.
En su afán de ayudar, de evitar un esfuerzo, o un sufrimiento, la había dejado
lisiada para toda la vida. Algo parecido sucede a veces en la educación de las personas.
Algunas veces, el esfuerzo es justamente lo que más precisamos en algunos momentos
de nuestra vida. Si pasamos a través de nuestra vida sin obstáculos, eso probablemente
nos dejaría lisiados. No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido, y nunca
podríamos volar.
Esto puede aplicarse también a la oración. Pedí fuerzas... y Dios me dio
dificultades para hacerme fuerte. Pedí sabiduría... y Dios me dio problemas para
resolver. Pedí prosperidad... y Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar. Pedí
coraje... y Dios me dio obstáculos que superar. Pedí amor... y Dios me dio personas
para ayudar. Pedí favores... y Dios me dio oportunidades. Quizá incluso no recibí nada
de lo que pedí... pero recibí todo lo que precisaba.


La mano cicatrizada
Willian Dixon era un infiel. No creía en la existencia de Dios. Y aún si Dios
existiera, no le perdonaría por haberle quitado a su esposa a los dos años de casados.
Su niñito también había muerto. Esto le hacía sentirse miserable y desamparado. Diez
años después de la muerte de la esposa de Dixon, sucedió un incidente conmovedor en
la aldea de Brackenthwaite. La casa de la anciana Peggy Winslow se incendió
completamente. Sacaron a la pobre anciana con vida, aunque sofocada por el humo.
Los presentes se horrorizaron al oír el grito lastimoso de una criatura. Era el pequeño
Dickey Winslow, huérfano y nieto de la anciana Peggy. Las llamas le despertaron y se
asomó a la ventana del último piso. La gente estaba muy afligida, porque sabían lo que
podía pasarle a la criatura, ya que no había remedio, pues la escalera se había
derrumbado. De repente, William Dixon corrió a la casa, subió por un tubo de hierro y
tomó al niño tembloroso en sus brazos. Bajó con el con el brazo derecho, sosteniéndose
con el izquierdo y puso pie a tierra entre los aplausos de los presentes exactamente al
caerse la pared. Dickey no se lastimó, pero la mano de Dixon se sostuvo al descender
por el tubo candente y sufrió una quemadura espantosa. Al final sanó pero le dejó una
cicatriz que le acompañaría hasta la sepultura. La pobre anciana Peggy nunca se
recobró del susto y murió poco después. El problema era qué hacer con Dickey. James
Lovatt, persona muy respetable, pidió que le dejaran adoptarle, pues él y su esposa
ansiaban un niño, ya que habían perdido el suyo. Para sorpresa de todos, William Dixon
hizo una súplica similar. Era difícil decidir entre los dos. Se llamó una junta compuesta
por el ministro, el molinero y otros más. El molinero, Sr. Haywood, dijo: "Es halagador
que tanto Lovatt como Dixon se ofrezcan adoptar al huerfanito, pero estoy perplejo

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sobre quién deberá tenerlo. Dixon, que le salvó la vida, tiene más derecho, pero Lovatt
tiene esposa y se necesita que a la criatura lo cuide una mujer". El ministro, Sr. Lipton,
dijo: "Un hombre de las ideas ateas de Dixon no puede ser el llamado para cuidar al
niño; mientras que Lovatt y su esposa son ambos creyentes y lo educarán como debe
ser. Dixon salvó el cuerpo del niño, pero sería muy triste para su futuro bienestar, que
el mismo individuo que lo salvó del incendio fuese el que lo guiara a la perdición
eterna." "Oiremos lo que los interesados tienen a su favor -dijo el Sr. Haywood-, y
después lo pondremos en votación. El Sr. Lovatt dijo: "Pues, caballeros, hace poco que
mi esposa y yo perdimos un pequeño, y sentimos que este niño llenaría el hueco que
ha quedado vacío. Haremos lo mejor para criarlo en los caminos de Dios. Además, un
niño así necesita el cuidado de una mujer." "Bien, Sr. Lovatt. Ahora el Sr. Dixon."
"Tengo sólo un argumento, señor, y es éste", contestó Dixon con calma mientras
quitaba la venda de su mano izquierda y alzaba el brazo herido y cicatrizado. Reinó un
silencio por algunos momentos en la sala, nublándose los ojos de algunos. Había algo
en aquella mano cicatrizada que apelaba al sentido de justicia. Tenía el derecho sobre
el muchacho porque había sufrido por él. Cuando vino la votación, la mayoría voto a
favor de William Dixon. Así comenzó una nueva era para Dixon Dickey. No echó de
menos el cuidado de una madre, porque William era padre y madre para el huerfanito,
derramando sobre la criatura que había salvado toda la ternura encerrada sobre su
naturaleza. Dickey era un muchacho diestro y pronto respondió a la preparación de su
benefactor. Le adoraba con todo el fervor de su corazoncito. Recordaba cómo "papaíto"
lo había rescatado del incendio y cómo lo reclamaba por causa de la mano tan
terriblemente quemada por su amor. Se conmovía hasta las lágrimas y besaba la mano
cicatrizada por su causa. Cierto verano hubo una exhibición de cuadros en el pueblo y
Dixon llevó a Dickey a verlos. El muchacho estaba muy interesado en los cuadros e
historias que el papaíto le contaba acerca de ellos. La pintura que más le impresionó
fue una en la que el Señor reprueba a Tomás, al pie de la cual se leían estas palabras:
"Mete tu dedo aquí, y ve mis manos." (Juan 20,27). Dickey, ya en la casa, recordó las
palabras de ese cuadro y dijo: "Por favor, papá, cuéntame la historia de ese cuadro".
"¡No, esa historia no!". "¿Porqué esa no papá?". "Porque es una historia que no creo".
"Oh, pero no es nada, urgió Dickey; tú no crees la historia de Jack el matagigantes y
sin embargo es una de mis favoritas. Cuéntame la historia del cuadro por favor, papá".
Así pues, Dixon le relató la historia, y a él le gustó mucho: "Es como tú y yo, papá,
dijo el muchacho. Cuando los Lovatt querían adoptarme tú les enseñaste la mano.
Quizás cuando Tomás vio las cicatrices en las manos del Buen Hombre sintió que le
pertenecía." "Probablemente", contestó Dixon. "El Buen Hombre se veía tan triste, que
creo que se entristeció porque Tomás no creía. Que malo fue, ¿verdad?, después de que
el Buen hombre había muerto por él." Dixon no contestó nada y Dickey continuó:
"Hubiera sido yo muy malo si hubiera actuado así, cuando me contaron de ti y del
fuego y dijera que no creía que lo hubieras hecho; ¿verdad papá?". "Basta, no quiero
pensar más de esa historia, hijo". "Pero Tomás amó al Buen Hombre después así como
te amo yo a ti. Cuando veo tu pobre mano, te quiero más que nada en este mundo." Ya
cansado, Dickey se durmió. Pero el descanso de su padre no fue bueno, pues no podía
dormir pensando en el cuadro que había visto y en aquel semblante triste que le miraba
desde la pared. Soñó con Lovatt y consigo mismo cuando discutían por el niño. Cuando
enseñó la mano cicatrizada el muchacho le huía. Un sentido amargo de injusticia
suavizaba su corazón. No se dejó llevar por esta influencia enseguida, mas su amor por
Dickey había suavizado su corazón y la semilla había caído en buena tierra. Dixon era

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honrado y no dejaba de ver que el argumento que había usado para ganar a Dickey se
levantaba en su contra al negar el derecho de aquellas manos cicatrizadas y heridas por
él. Y cuando consideró la gratitud ardiente que manifestaba aquella criatura por la
salvación que su padre adoptivo le había deparado, Dixon se sintió pequeño al lado del
muchacho. Con el tiempo el corazón de Dixon se tornó como el de un niño. Al leer la
Biblia, encontró que así como Dickey le pertenecía, él también era de Aquel Salvador,
Jesucristo, que había sido herido por sus trasgresiones, y le dio su espíritu, alma y
cuerpo por aquellas manos horadadas por él.


La niñita del parque
La niñita estaba sentada en el parque. Todo el mundo pasaba junto a ella y nadie
se paraba a ver por que parecía tan triste. Vestida con un raído vestido rosa, con los
pies descalzos y sucia, la niña simplemente estaba sentada mirando a la gente pasar.
Nunca trataba de hablar, nunca decía una sola palabra. Mucha gente pasaba pero nadie
se paraba.
Al día siguiente decidí volver al parque con la curiosidad de ver si la niña seguiría
allí. Sí, lo estaba, justo en el mismo sitio que el día anterior, y todavía con la triste
mirada en sus ojos. Me obligué a moverme y caminar hacia la pequeña. Como todos
sabemos, un parque lleno de gente extraña no es lugar para que una niña pequeña
juegue sola.
Mientras me acercaba pude ver que la espalda del vestido de la niña estaba
terriblemente deformado. Me imaginé que esa era la razón por la cual la gente tan solo
pasaba junto a ella sin hacer ningún esfuerzo por ayudarla. Las deformidades son una
profunda desgracia para nuestra sociedad, y el cielo te asista si das un paso para ayudar
a alguien que es diferente.
Conforme me acercaba aún más, la niñita bajó ligeramente sus ojos para rehuir
mi mirada directa. Mientras me aproximaba, pude ver la deformidad de su espalda con
más claridad. Tenía una grotesca joroba. Le sonreí para hacerle saber que todo estaba
bien, que estaba allí para ayudar, para hablar. Me senté a su lado e inicié la
conversación con un simple Hola.
La pequeña pareció sorprendida, y balbuceó un "hola", después de mirarme
largamente a los ojos. Sonreí y ella sonrió a su vez tímidamente. Hablamos hasta que
cayó la oscuridad y el parque se quedó completamente vacío. Le pregunté por qué
estaba tan triste. La niñita me miró y con cara triste repuso: "Porque soy diferente".
Inmediatamente dije: "¡Así es como eres!", y sonreí. La niñita se entristeció aún
más y dijo: "Lo sé".
"Pequeña" dije, "me recuerdas a un ángel, dulce e inocente". Me miró y sonrió.
Se puso lentamente de pie y dijo: "¿De veras?" "Sí, pareces un pequeño Ángel de la
Guarda enviado para velar por toda esta gente que pasa por aquí".
Movió la cabeza en un gesto de asentimiento y sonrió, mientras extendía sus alas
y decía: "Lo soy. Soy tu Ángel de la Guarda", guiñando un ojo. Me quedé sin habla,
convencido de que estaba imaginando cosas. Dijo: "Por una sola vez has pensado en
alguien más que en ti mismo. Mi trabajo está hecho".
Me puse en pie y dije: "Espera. ¿Entonces por qué nadie se paró a ayudar a un
ángel?". Me miró y sonrió: "Tú eres el único que podía verme", y entonces desapareció.
Y con ello mi vida cambió totalmente.

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Por eso, cuando pienses que no tienes a nadie mas que a ti mismo, recuerda, tu
ángel siempre está velando por ti.


La ostra marina
Era una ostra marina que, como todas las de su especie, habia buscado la roca del
fondo para agarrarse firmemente a ella. Una vez que lo consiguio, creyo haber dado en
el destino claro que le permitiria vivir sin contratiempos su ser de ostra. Un dia, durante
una tormenta en la profundidad del mar, de esas que casi no provocan oleaje en la
superficie, pero que remueven el fondo de los océanos, un pequeño grano de arena
entró dentro de ella. Aunque cerró rápidamente sus valvas -así lo hacia siempre que
algo entraba en ella, pues es la manera de alimentarse que tienen las ostras-, ya había
entrado, y la ostra no pudo hacer lo de siempre. Bien pronto constató que aquello era
sumamente doloroso. El grano de arena le hería por dentro. En vez de digerirlo, más
bien la lastimaba a ella. Quiso entonces expulsar ese cuerpo extraño, pero no pudo. Ahí
comenzó su drama. Lo que Dios le había mandado pertenecía a aquellas realidades que
no se dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir. El granito de arena era
indigerible e inexpulsable. Y cuando trató de olvidarlo, tampoco pudo. Porque las
realidades dolorosas que Dios envía son imposibles de olvidar o de ignorar. Frente a
esta situación, no le quedaba más remedio que luchar contra su dolor, rodeándolo con
él, y entonces vio que tenía una hermosa cualidad desconocida para ella. Era capaz de
producir sustancias sólidas, que normalmente las ostras dedican a su tarea de fabricarse
un caparazon defensivo, rugoso por fuera y terso por dentro, pero que también pueden
dedicar a la construccion de una perla. Y eso fue lo que sucedió. Poco a poco, con lo
mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le había
mandado, y a su alrededor comenzó a formar una hermosa perla. Normalmente las
ostras no tienen perlas, sino que son producidas solo por aquellas que se deciden a
rodear, con lo mejor de sí mismas el dolor de un cuerpo extraño que las ha herido.
Muchos años después de su muerte, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando
la sacaron a la superficie se encontró en ella una hermosa perla. Cada uno debe
preguntarse qué ha hecho con ese granito de arena que Dios ha puesto en su vida y que
tenemos la oportunidad de convertirlo en una perla.


La puerta del corazón
Un hombre había pintado un bonito cuadro. El día de la presentación al público,
asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se
trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño
que revelaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso. Era una impresionante figura de
Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto
a la puerta, parecía querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo discursos
y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso,
encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista:
"Su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para abrirla?". El pintor respondió: "No
tiene cerradura porque esa es la puerta del corazón del hombre. Sólo se abre por el lado
de adentro".

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La roca
Un hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación
y apareció Dios. El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una gran roca
frente a la cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas. El
hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos años, desde que salía el
sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas...y esta no
se movía. Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo
que todos sus esfuerzos eran en vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado,
Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a su mente: "Has estado
empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido". Le dio al hombre la
impresión que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que
él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y
desilusión. Satanás le dijo: "¿Por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible?
Sólo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente". El hombre pensó en poner en práctica
esto pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos:
"Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza
para conseguir lo que me pediste, pero aún así, no he podido mover la roca ni un
milímetro. ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? ". El Señor le respondió con
compasión:"Querido amigo, cuando te pedí que me sirvieras y tu aceptaste, te dije que
tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije
que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujar. Ahora vienes a mi sin fuerzas a
decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos están
fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante
presión, tus piernas se han vuelto duras. A pesar de la adversidad has crecido mucho y
tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has
movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu fe en mi.
Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, yo moveré la roca". Algunas veces,
cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos inútilmente de descifrar su voluntad,
cuando Dios solo nos pedía obediencia y fe en Él. Debemos ejercitar nuestra fe, que
mueve montañas, pero conscientes que es Dios quien al final logra moverlas. Cuando
todo parezca ir mal... EMPUJA. Cuando estés agotado por el trabajo... EMPUJA.
Cuando la gente no se comporte de la manera que te parece que debería... EMPUJA.
Cuando no tienes más dinero para pagar tus cuentas... EMPUJA. Cuando la gente no
te comprende... EMPUJA. Cuando te sientas agotado y sin fuerzas... EMPUJA. En los
momentos difíciles pide ayuda al Señor y eleva una oración a Jesús para que ilumine
tu mente y guíe tus pasos.


La telaraña
Una vez un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo.
El hombre entró en una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas
anteriores de la que él se encontraba. Estaba desesperado y elevó una plegaria a Dios,
de la siguiente manera: "Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la
entrada, para que no entren a matarme". En ese momento escuchó a los hombres
acercándose a la cueva en la que el se encontraba, y vio que apareció una arañita. La
arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra

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plegaria, esta vez mas angustiado: "Señor te pedí ángeles, no una araña." Y continuó:
"Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que
los hombres no puedan entrar a matarme". Abrió los ojos esperando ver el muro
tapando la entrada, y observó a la arañita que seguía tejiendo una telaraña. Estaban ya
los malhechores entrando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este
quedó esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que
se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada con su telaraña, y
se escuchó esta conversación: "Vamos, entremos a esta cueva." "No, ¿no ves que hasta
hay telarañas, que nadie ha entrado recientemente en esta cueva? Sigamos buscando en
las demás." Muchas veces pedimos cosas que desde nuestra perspectiva humana son lo
que urgentemente necesitamos, pero Dios nos da otras con las que nos muestra mejores
soluciones.


La vanidad de un pobre gallo
Un gallo estaba convencido de que gracias a la potencia y belleza de su canto se
despertaba el sol cada mañana.
Un día, agotado, se quedó dormido y comprobó con horror que el sol salía como
todos los días.


Mantener el buen humor
Tomás Moro, al llegar al pie del cadalso, no perdió su habitual serenidad y sentido
del humor. Le dijo al alcalde: “Ayúdeme a subir, que ya me las arreglaré para bajar
solo.” Y al verdugo: “Anímate, hombre, y no temas en cumplir tu oficio. Corto es mi
cuello: procura no darme un tajo torcido. Aparta mi barba, sentiría que la cortases. Ella
no es culpable de alta traición”.
Erasmo decía sobre Tomás Moro: “El hombre que se adapta tanto a la seriedad
como a la broma y cuya compañía resulta siempre agradable, ése es el hombre que los
antiguos llamaban: “omnium horarum homo”, un hombre para todas las horas”.


No tengo un minuto
Dios me dijo un día: "Dame un poco de tu tiempo". Y yo le respondí: "Pero Señor,
si el tiempo que tengo no me basta ni para mí". Dios me repitió, más alto: "Dame un
poco de tu tiempo". Y yo le respondí: "Pero Señor, si no es por mala voluntad: es de
verdad, no me sobra ni un minuto". Dios volvió a hablarme: "Dame un poco de tu
tiempo". Y yo le respondí: "Señor, ya sé que debo reservar un poco de tiempo para lo
que me pides, pero sucede que ha veces no me sobra nada para poder dar. ¡Es muy
difícil vivir, y a mí me lleva todo el tiempo! ¡No puedo dar más de lo que te estoy
dando!". Entonces Dios ya no me dijo nada más. Y desde entonces descubrí que cuando
Dios pide algo, pide nuestra misma vida. Y si uno da sólo un poco, Dios se calla. El
paso siguiente ha de ser cosa nuestra, porque a Dios no le gusta el monólogo. Qué
tremendo debe ser el que Dios se calle.

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Para alcanzar la felicidad
Cierto mercader envió a su hijo para aprender el secreto de la felicidad con el mas
sabio de todos los hombres. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto hasta
llegar a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Ahí vivía el sabio que buscaba.
Entró en una sala y vio una actividad inmensa, mercaderes que entraban y salían,
personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías
suaves y una mesa repleta de los mas deliciosos manjares. El sabio conversaba con
todos, y el joven tuvo que esperar dos horas hasta que le llegara el turno de ser atendido.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento
no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le pidió que diese un paseo por
el palacio y regresara dos horas más tarde. "Pero quiero pedirte un favor –le dijo el
sabio, entregándole una cucharita de té, en la que dejo caer dos gotas de aceite–,
mientras estés caminando, llévate esta cucharita cuidando de que el aceite no se
derrame". El joven empezó a subir y bajar las escalinatas del palacio, manteniendo
siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas dos horas retorno a la presencia del sabio,
que le preguntó: "¿Qué tal? ¿Viste los tapetes de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste
el jardín que el maestro de los jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los
bellos pergaminos de mi biblioteca?". El joven, avergonzado, confesó que no había
visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el
sabio le había confiado. "Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo.
No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa". Ya más tranquilo, el joven
cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con
atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines,
las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra
de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio le relató todo
lo que había visto. "¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié?", preguntó
el sabio. El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado. "Pues es el
único consejo que tengo para darte. El secreto de la felicidad está en mirar todas las
maravillas del mundo pero sin olvidarse de las dos gotas de aceite en la cuchara".


Parece que no está
En un colegio estaban preparando las Primeras Comuniones. Había un niño que
sufría un pequeño retraso mental, y, aunque él y su familia estaban empeñados en que
el niño hiciera la Primera Comunión, el capellán del colegio no las tenía todas consigo.
Un día llamó al niño y lo llevó al oratorio. Sacó del bolsillo un crucifijo y preguntó al
niño: "Éste, ¿quién es?". "Jesús", contestó el niño. Entonces señaló el Sagrario y volvió
a preguntar: "Y, entonces, ése de ahí, ¿quién es?". "También Jesús", contestó el niño
sin dudar. "¿Jesús, ahí y aquí...? Pues explícame cómo puede ser que Jesús esté a la vez
aquí y ahí". "Es muy fácil –explicó el niño-: Aquí (en el crucifijo), parece que está,
pero en realidad no está. Ahí (en el Sagrario), parece que no está, pero sí que está". Ni
que decir tiene que aquel chaval hizo la Primera Comunión con sus compañeros de
curso.

Perdonar y agradecer
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un
determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. El otro,

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ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: "Hoy, mi mejor amigo me pegó una
bofetada en el rostro". Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron
bañarse. El que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, y le salvó su amigo. Al
recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: "Hoy, mi mejor amigo me salvó
la vida". Intrigado, el amigo preguntó: "¿Por qué después que te pegué escribiste en la
arena y ahora en cambio escribes en una piedra?". Sonriendo, el otro amigo respondió:
"Cuando un amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido
y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo. Pero cuando nos ayuda, debemos
grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento podrá borrarlo".




Por qué permites esas cosas
Por la calle vi a una niña hambrienta, sucia y tiritando de frío dentro de sus
harapos. Me encolericé y le dije a Dios: "¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué
no haces nada para ayudar a esa pobre
niña?". Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, cuando menos
lo esperaba, Dios respondió mis preguntas airadas: "Ciertamente que he hecho algo.
Te he hecho a ti."


Puntos fuertes y débiles
Cuentan que una vez en una pequeña carpintería hubo una extraña asamblea, fue
una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la
presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? Hacía
demasiado ruido y además se pasaba todo el tiempo golpeando a los demás. El martillo
aceptó su culpa pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, pues había que darle
muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también,
pero a su vez pidió la expulsión de la lija, pues era muy áspera en su trato y siempre
tenía fricciones con los demás. La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera
expulsado también el metro, que siempre estaba midiendo a los demás según su medida
como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició
su trabajo, utilizó el martillo, el tornillo, la lija y el metro, y finalmente la tosca madera
inicial se convirtió en un hermoso juego de ajedrez.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, se reanudó la deliberación, fue
entonces cuando tomo la palabra el serrucho y dijo: Señores ha quedado demostrado
que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades, y eso es lo
que nos hace valiosos. Así que no pensemos mas en nuestros puntos malos y
concentrémonos en nuestros puntos buenos. La asamblea encontró entonces que el
martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija servía para afinar y lijar
asperezas, y el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de
producir y hacer cosas de calidad se sintieron orgullosos de sus capacidades y de
trabajar juntos.
Algo parecido sucede con los seres humanos. Cuando en un grupo (ya sea
empresa, hogar, amigos, colegio, familia, etc.), las personas buscan a menudo defectos

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en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con
sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, florecen los mejores logros. Es
muy fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades,
eso es lo que vale.


¡Qué suerte tener una hija santa!
—No te dejaremos en paz hasta que no hagas lo que te mandamos.
Con esas palabras, el padre y la madre de Catalina trataban de obligarle a casarse
con un buen partido de la ciudad y evitar que entregase su vida a Dios.
A Catalina se le rompía el corazón, pero sabía que debía obedecer a Dios por
mucho que sus padres insistieran.
Su madre pensaba que Catalina manchaba la honra de la familia, pues eran
conocidas sus penitencias y su dedicación a los leprosos.
Cuando murió Catalina, a la edad de 30 años, la ciudad entera salió a la calle para
aclamarla. La gente, al ver el dolor de la madre comentaba:
—¡Qué suerte tener una hija santa!
Pero ella pedía perdón a Dios por no haber sabido entender y ayudar a su hija. Le
faltó visión sobrenatural y amor a la libertad.


Quo vadis, Domine!
Cuenta una antigua tradición que, durante la persecución de Nerón, Pedro, a
instancias de la comunidad cristiana, marchó de Roma en busca de un lugar seguro. En
el camino se le apareció Jesús. Pedro, al verlo, le preguntó:
—Quo vadis, Domine?
—Voy a Roma, a ser crucificado de nuevo por ti.
Inmediatamente, Pedro dio la vuelta y volvió a la Urbe, en donde moriría mártir.


¿Rezar cambia las cosas?
¿Dicen que rezar cambia las cosas, pero es REALMENTE cierto que cambia algo?
¿Rezar cambia tu situación presente o tus circunstancias? No, no siempre, pero
cambia el modo en el que ves esos acontecimientos.
¿Rezar cambia tu futuro económico ? No, no siempre, pero cambia el modo en
que buscar atender tus necesidades diarias.
¿Rezar cambia corazones o el cuerpo dolorido? No, no siempre, pero cambia tu
energía interior.
¿Rezar cambia tu querer y tus deseos? No, no siempre, pero cambiará tu querer
por el querer de Dios.
¿Rezar cambia cómo el mundo? No, no siempre, pero cambiará los ojos con los
que ves el mundo.
¿Rezar cambia tus culpas del pasado? No, no siempre, pero cambiará tu esperanza
en el futuro.
¿Rezar cambia a la gente a tu alrededor? No, no siempre, pero te cambiará a ti,

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pues el problema no está siempre en otros.
¿Rezar cambia tu vida de un modo que no puedes explicar? Ah, sí, siempre. Y
esto te cambiará totalmente.
Entonces, ¿rezar REALMENTE cambia ALGO? Sí, REALMENTE cambia
TODO.
Teressa Vowell


Saber mirar a nuestro alrededor
El drama de un desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a
medida que caía iban viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las
pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad,
cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en le
instante de reventarse contra el pavimento había cambiado por completo su concepción
del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para
siempre por la puerta falsa valía la pena ser vivida.
Relato de Gabriel García Márquez


Sé feliz
Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir
de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo
sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue
recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de
todo cuanto estaba al alcance de su mano. En un recodo del camino vio un letrero que
decía: "Le quedan dos meses de vida". Aquel hombre, cansado y desgastado por los
sinsabores de la vida se dijo: "Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que
tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean." Y aquel
buscador infatigable de la felicidad, al final de sus días encontró que en su interior, en
lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que
hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado. Comprendió que
para ser feliz se necesita amar, aceptar la vida como viene, disfrutar de lo pequeño y
de lo grande, conocerse a sí mismo y aceptarse como se es, sentirse querido y valorado,
querer y valorar a los demás, tener razones para vivir y esperar y también razones para
morir y descansar. Entendió que la felicidad brota en el corazón, que está unida y ligada
a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que
para tenerla hay que gozar de paz interior. Y recordó aquella sentencia que dice:
"Cuánto gozamos con lo poco que tenemos, y cuánto sufrimos por lo mucho que
anhelamos equivocadamente."


Sembrar para cosechar
Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su sorpresa,
descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador. - ¿Qué vendes aquí?, le preguntó.
-Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios. Sin atreverse a creer lo que estaba
oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear. -Deseo paz, amor,

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felicidad, sabiduría... Tras un instante de vacilación, añadió: -No sólo para mí, sino
para todo el mundo... Dios se sonrió y le dijo: -Creo que no me has comprendido. -
Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas. -Para sembrar una planta
hay necesidad de romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego,
desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla
pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo y entonces...
-Esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan! En la misma forma en que
procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, "roturando" la
costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo
mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras
cálidas y generosas, hasta que con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente
podemos solicitar "gratis" en el almacén de Dios, porque EL mantiene su supermercado
en promoción. Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con
sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios nuestra redención y como
tantos han dado su vida y su sangre por otros, en un trabajo de fe y esperanza, de
perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños, se van transformando en plantas
firmes capaces de dar los frutos anhelados...





Ser un héroe o morir
Rubén González Gallego nació sin extremidades y fue abandonado por sus padres.
Le tocó vivir en un orfanato soviético. Casi nada. Cuando te compadezcas de tu suerte
piensa en que otros muchos, como él, no han tenido la suerte que tú has tenido.
Soy apenas un pequeñín. Noche. Invierno. Necesito ir al baño. Es inútil llamar a
la cuidadora.
La única solución es arrastrarme hasta los lavabos. Lo primero es salir de la cama.
Es posible; a mi solito se me ha ocurrido el modo de hacerlo. Me arrastro hasta el borde
de la cama, me doy la vuelta hasta quedar apoyado sobre la espalda; me dejo caer. El
golpe contra el suelo. El dolor.
Me arrastro hasta la puerta del pasillo, la empujo con la cabeza y salgo de la
habitación, relativamente tibia, al frío, a la oscuridad.
Por la noche, dejan abiertas las ventanas del pasillo. Hace frío, mucho frío. Estoy
desnudo.
El trayecto es largo. Cuando paso por delante de la habitación donde duermen las
niñeras, en voz alta pido ayuda y con la cabeza doy golpes contra la puerta. Nadie
responde. Grito. Silencio. Acaso mis gritos no tienen fuerza suficiente para
despertarlas.
Cuando llego al baño estoy totalmente helado.
En el baño las ventanas están abiertas. En el borde de la ventana hay nieve.
Llego hasta el orinal. Descanso. Necesito descansar antes de emprender el camino
de vuelta. Mientras lo hago, la orina empieza a helarse por los bordes.
Me arrastro de vuelta. Llego a mi habitación. Con los dientes, tiro sobre mí la
manta de la cama, me envuelvo en ella como puedo y trato de dormir.

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Soy un héroe. Ser un héroe es fácil: si no tienes brazos ni piernas, eres un héroe o
estás muerto. Si no tienes padres, confía en tus brazos y en tus piernas. Y hazte un
héroe. Pero si no tienes extremidades y además te ha caído en suerte nacer huérfano,
¡no hay duda!: estás condenado a ser un héroe hasta el final de tus días. O a palmaría.
Yo soy un héroe. Simplemente no me queda otro remedio.
Tomado de “Nueva Revista”, marzo-abril 2002.


Todos los días
Un sacerdote estaba en su parroquia Iglesia al mediodía, y al pasar por junto al
altar decidió quedarse cerca para ver quién había venido a rezar. En ese momento se
abrió la puerta, y el sacerdote frunció el entrecejo al ver a un hombre acercándose por
el pasillo. El hombre estaba sin afeitarse desde hace varios días, vestía una camisa
rasgada, tenía el abrigo gastado cuyos bordes se habían comenzado a deshilachar. El
hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, estuvo así un momento y luego se levantó y se
fue. Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la
Iglesia cargando con una maleta, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir. El
sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar que se tratase de un ladrón, por lo
que un día se puso en la puerta de la iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le
pregunto: "¿Que haces aquí?". El hombre dijo que trabajaba cerca y tenía media hora
libre para el almuerzo y aprovechaba ese momento para rezar. "Sólo me quedo unos
instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo:
Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces cuando me perdonas mis pecados;
no sé muy bien rezar, pero pienso en Tí todos los días, así que, Jesús, éste es Jim a tu
lado". El sacerdote se conmovió y dijo a Jim que le alegraba mucho eso y que era
bienvenido en la iglesia siempre que quisiera. El sacerdote se arrodilló ante el altar,
emocionado, y sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, y en su corazón repetía
la plegaria de Jim: Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces cuando me
perdonas mis pecados; no sé muy bien rezar, pero pienso en Tí todos los días, así que,
Jesús, éste soy yo a tu lado. Un tiempo después, el sacerdote notó que el viejo Jim no
había venido. Los días siguieron pasando sin que Jim volviese para rezar, por lo que
comenzó a preocuparse, hasta que un día fue a la fábrica a preguntar por él. Allí le
dijeron que el estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados
por su estado de salud, todavía creían que podía sobrevivir. La semana que Jim estuvo
en el hospital sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera no podía
entender por qué Jim estaba tan feliz, ya que nunca había recibido visitas, ni flores, ni
tarjetas. El sacerdote se acercó al lecho, y Jim le dijo: "La enfermera piensa que nadie
viene a visitarme, pero no sabe que todos los días, desde que llegue aquí, a mediodía,
un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra de las manos, se
inclina sobre mí y me dice: Sólo vine para decirte, Jim, lo feliz que soy con tu amistad
y perdonando tus pecados. Siempre me gustó oír tus plegarias, y pienso en ti cada día...
Así que, Jim, éste es Jesús a tu lado".


Torpes y agonizantes
La ballena azul está desapareciendo por culpa del ser humano, pero el hecho de
verse sometida a su brutal depredación no impide que las formas naturales de

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exterminio se sigan produciendo. Las orcas, unos cetáceos carnívoros, que cazan como
los lobos, en manada, atacan también a las ballenas y lo hacen con una crueldad que
convierte a cualquier arpón en un arma de la misericordia. Las orcas localizan una
ballena solitaria, la rodean y acompasan su nadar al suyo, incluso salen a tomar aire a
la vez que su majestuosa víctima. Navegan a ambos lados y van arrancando de ella a
dentelladas enormes trozos de carne. La ballena no puede hacer otra cosa sino seguir
nadando, incapaz de huir de la jauría asesina. El mar se va tiñendo de rojo, mientras la
manada de orcas sigue mordiendo con furor, en un terrible festín sobre un ser vivo que
aún respira. Las manadas de orcas –veinte, treinta– jamás podrán devorar por completo
a su presa: pueden saciarse cuando ya han arrancado de ésta cuatro o cinco toneladas
de carne. Y la enorme ballena azul sigue nadando, torpe y agonizante. Muchas veces
en nuestra vida, por nuestra culpa, por dejarnos cercar por el peligro, acabamos como
esas ballenas, pesadas y torpes, a merced de los mordiscos de las tentaciones.


Tres árboles
Había una vez, sobre un colina en un bosque, tres árboles. Con el murmullo de
sus hojas, movidas por el viento, se contaban sus ilusiones y sus sueños. El primer árbol
dijo: "Algún día yo espero ser un cofre, guardián de tesoros. Se me llenará de oro, plata
y piedras preciosas. Estaré adornado con tallas complicadas y maravillosas, y todos
apreciarán mi belleza". El segundo árbol contestó: "Llegará un día en que yo seré un
navío poderoso. Llevaré a reyes y reinas a través de las aguas y navegaré hasta los
confines del mundo. Todos se sentirán seguros a bordo, confiados en la resistencia de
mi casco". Finalmente, el tercer árbol dijo: "Yo quiero crecer hasta ser el árbol más
alto y derecho del bosque. La gente me verá sobre la colina, admirando la altura de mis
ramas, y pensarán en el cielo y en Dios, y en lo cerca que estoy de El. Seré el árbol más
ilustre del mundo, y la gente siempre se acordará de mí".
Después de años de rezar para que sus sueños se realizasen, un grupo de leñadores
se acercó a los árboles. Cuando uno se fijó en el primer árbol, dijo: "Este parece un
árbol de buena madera. Estoy seguro de que puedo venderlo a un carpintero". Y
empezó a cortarlo. El árbol quedó contento, porque estaba seguro de que el carpintero
haría con él un cofre para un tesoro. Ante el segundo árbol, otro leñador dijo: "Este es
un árbol resistente y fuerte. Seguro que puedo venderlo a los astilleros". El segundo
árbol lo oyó satisfecho, porque estaba seguro de que así empezaba su camino para
convertirse en un navío poderoso. Cuando los leñadores se acercaron al tercer árbol, él
se asustó, porque sabía que, si lo cortaban, todos sus sueños se quedarían en nada. Un
leñador dijo: "No necesito nada especial de mi árbol. Me llevará éste". Y lo cortó.
Cuando el primer árbol fue llevado al carpintero, lo que hizo con él fue un comedero
de animales. Lo pusieron en un establo, y lo llenaron de heno. No era esto lo que él
había soñado, y por lo que tanto había rezado. Con el segundo árbol se construyó una
pequeña barca de pescadores. Todas sus ilusiones de ser un gran navío, portador de
reyes, se acabaron. Al tercer árbol simplemente lo cortaron en tablones, y lo dejaron
contra una pared. Pasaron los años, y los árboles se olvidaron de sus sueños. Pero un
día un hombre y una mujer llegaron al establo. Ella dio a luz, y colocaron al niño sobre
el heno del pesebre que había sido hecho con la madera del primer árbol. El hombre
querría haber hecho una pequeña cuna para el niño, pero tenía que contentarse con este
pesebre. El árbol sintió que era parte de algo maravilloso, y que se le había concedido

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tener el mayor tesoro de todos los tiempos. Años más tarde, varios hombres se subieron
a la barca hecha con la madera del segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado, y se
durmió. Mientras cruzaban un lago, se levantó una tormenta fortísima y el árbol
pensaba que no iba a resistir lo suficiente para salvar a aquellos hombres. Los otros
despertaron al que estaba dormido. El se levantó, y dijo: "¡Cállate!", y la tormenta se
apaciguó. Entonces el árbol se dio cuenta de que en la barca iba el Rey de reyes.
Finalmente, tiempo después, se acercó alguien a coger los tablones del tercer árbol.
Unió dos en forma de cruz, y se los pusieron encima a un hombre ensangrentado, que
los llevó por las calles mientras la gente lo insultaba. Cuando llegaron a una colina, el
hombre fue clavado en el madero, y levantado en el aire para que muriese en lo alto, a
la vista de todos. Pero cuando llegó el siguiente Domingo, el árbol comprendió que
había sido lo suficiente fuerte para estar sobre la cumbre y acercarse tanto a Dios como
era posible, porque Jesús había sido crucificado en él. Ningún árbol ha sido nunca tan
conocido y apreciado como el árbol de la Cruz.
La parábola nos enseña que aun cuando parece que todo nos sale al revés,
debemos estar seguros de que Dios tiene un plan para nosotros. Si confiamos en El,
nos dará los regalos más valiosos. Cada árbol obtuvo lo que deseaba y pedía, pero de
otra manera mejor. No nos es posible siempre saber qué prepara Dios para nosotros;
pero debemos saber que sus planes no son los nuestros: son siempre mucho más
sublimes. (Anónimo inglés. Traducido por E.M. Carreira).


Un día el demonio habló de la Virgen María
En la instrucción de la beatificación de San Francisco de Sales, declaró como
testigo una de las religiosas que le conoció en el primer monasterio de la Visitación de
Annecy. Refirió que en una ocasión llevaron ante el obispo de Ginebra (Monseñor
Carlos Augusto de Sales, sobrino y sucesor de San Francisco en la sede episcopal) a
un hombre joven que, desde hacía cinco años, estaba poseído por el demonio, con el
fin de practicarle un exorcismo. Los interrogatorios al poseso se hicieron junto a los
restos mortales de San Francisco. Durante una de las sesiones, el demonio exclamó
lleno de furia: «¿Por qué he de salir?». Estaba presente una religiosa de las Madres de
la Visitación, que al oírle, asustada quizá por el furor demoníaco de la exclamación,
invocó a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios, rogad por nosotros...». Al oír esas palabras
–prosiguió la monja en su declaración– el demonio gritó más fuerte: «¡María, María!
¡Para mí no hay María! ¡No pronunciéis ese nombre, que me hace estremecer! ¡Si
hubiera una María para mí, como la que hay para vosotros, yo no sería lo que soy! Pero
para mí no hay María». Sobrecogidos por la escena, algunos de los que estaban
presentes rompieron a llorar. El demonio continuó: «¡Si yo tuviese un instante de los
muchos que vosotros perdéis…! ¡Un solo instante y una María, y yo no sería un
demonio!». (Tomado de Federico Suárez, “La pasión de Nuestro Señor Jesucristo”,
pág. 219-221).


Un pequeño gusano
Un pequeño gusano caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino
se encontraba un saltamontes. "¿Hacia dónde te diriges?", le preguntó. Sin dejar de
caminar, la oruga contestó: "Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran

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montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido
realizarlo". Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: "¡Debes
estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra
será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera
infranqueable". Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, y su diminuto cuerpo
no dejó de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo: "¿Hacia dónde te diriges
con tanto empeño?". Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: "Tuve un sueño y deseo
realizarlo; subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo". El
escarabajo soltó una carcajada y dijo: "Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar
algo tan ambicioso". Y se quedó en el suelo tumbado mientras la oruga continuó su
camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo, la araña,
el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir: "¡No lo lograrás jamás!". Pero en el
interior del gusanito había un impulso que le obligaba a seguir. Ya agotado, sin fuerzas
y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un
lugar donde pernoctar. "Estaré mejor", fue lo último que dijo, y murió. Todos los
animales del valle fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo,
que había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro
refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable. Una mañana
en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en
torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto
quedaron atónitos, aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron
unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta, poco a poco,
como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas
arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos. Una mariposa, no hubo
nada que decir, todos sabían lo que pasaría, se iría volando hasta la gran montaña y
realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el
que había vuelto a vivir. Todos se había equivocado. Dios nos ha creado para realizar
un sueño; pongamos la vida en intentar alcanzarlo, y si nos damos cuenta que no
podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio
radical en nuestras vidas y entonces lo lograremos. El éxito en la vida no se mide por
lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que superar en el camino.


Una entrevista con Dios
-"Pasa" me dijo Dios, -"¿Así que quieres entrevistarme?" -"Bueno, si tiene
tiempo..." Se sonríe y me dice: "Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo;
¿Qué preguntas quieres hacerme?" -"Ninguna nueva ni difícil para usted". "¿Qué es lo
que más te sorprende de los hombres?" Y dijo: "Que se aburren de ser niños, apurados
por crecer, y luego suspiran por regresar a ser niños. Que primero pierden la salud para
tener dinero y enseguida pierden el dinero para recuperar la salud. Que por pensar
ansiosamente en el futuro, descuidan su hora actual, con lo que ni viven el presente ni
el futuro. Que viven como si fueran a morirse, y se mueren como si no hubieran vivido,
y pensar que yo..." con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada deja de hablar.
Sus manos toman fuertemente las mías y seguimos en silencio.
Después le dije: -"Como padre, ¿qué es lo que pedirías a tus hijos para este nuevo
año?" "Que aprendan que no pueden hacer que alguien los ame; lo que sí pueden es
amar y dejarse amar. Que aprendan que toma años construir la confianza, y sólo

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segundos para destruirla. Que aprendan que lo más valioso no es lo que tienen en sus
vidas, sino a quien tienen en sus vidas. Que aprendan que no es bueno compararse con
los demás, pues siempre habrá alguien mejor o peor que ellos. Que aprendan que rico
no es el que más tiene, sino el que menos necesita. Que aprendan que deben controlar
sus actitudes, o sus actitudes los controlarán. Que aprendan que bastan unos pocos
segundos para producir heridas profundas en las personas que amamos, y que pueden
tardar muchos años en ser sanadas. Que aprendan que a perdonar se aprende
perdonando. Que aprendan que hay gente que los quiere mucho, pero que simplemente
no sabe cómo demostrarlo. Que aprendan que el dinero lo compra todo, menos la
felicidad. Que aprendan que a veces cuando están molestos tienen derecho a estarlo,
pero eso no les da derecho a molestar a los que los rodean. Que aprendan que los
grandes sueños no requieren de grandes alas, sino de un tren de aterrizaje para
lograrlos. Que aprendan que amigos de verdad son escasos y, quien ha encontrado uno,
ha encontrado un verdadero tesoro. Que aprendan que no siempre es suficiente ser
perdonado por otros, algunas veces deben perdonarse a sí mismos. Que aprendan que
son dueños de lo que callan y esclavos de lo que dicen. Que aprendan que de lo que
siembran cosechan, si siembran chismes cosecharán intrigas, si siembran amor
cosecharán felicidad. Que aprendan que la verdadera felicidad no es obsesionarse con
tener más sino ser feliz con lo que pueden tener. Que aprendan que la felicidad no es
cuestión de suerte sino producto de sus decisiones. Ellos deciden ser feliz con lo que
son y tienen, o morir de envidia y celos por lo que les falta y carecen. Que aprendan
que dos personas pueden mirar una misma cosa y ver algo totalmente diferente. Que
aprendan que sin importar las consecuencias, aquellos que son honestos consigo
mismos llegan lejos en la vida. Que aprendan que a pesar de que piensen que no tienen
nada más que dar, cuando un amigo llora con ellos encuentren la fortaleza para vencer
sus dolores. Que aprendan que retener a la fuerza a las personas que aman, las aleja
más rápidamente de ellos y el dejarlas ir las deja para siempre al lado de ellos. Que
aprendan que a pesar de que la palabra amor pueda tener muchos significados distintos,
pierde valor cuando es usada en exceso. Que aprendan que la distancia más lejos que
pueden estar de Mí es la distancia de una simple oración...".


Una fortuna sin saberlo
Un día bajó el Señor a la tierra en forma de mendigo y se acercó a casa de un
zapatero pobre y le dijo: "Hermano, hace tiempo que no como y me siento muy
cansado, aunque no tengo ni una sola moneda quisiera pedirte que me arreglaras mis
sandalias para poder seguir caminando". El zapatero le respondió: "¡Yo soy muy pobre
y ya estoy cansado que todo el mundo viene a pedir y nadie viene a dar!". El Señor le
contestó: "Yo puedo darte lo que tu quieras". El zapatero le pregunto: "¿Dinero
inclusive?". El Señor le respondió: "Yo puedo darte 10 millones de dólares, pero a
cambio de tus piernas". "¿Para qué quiero yo 10 millones de dólares si no voy a poder
caminar, bailar, moverme libremente?", dijo el zapatero. Entonces el Señor replicó:
"Está bien, te podría dar 100 millones de dólares, a cambio de tus brazos". El zapatero
le contestó: "¿Para qué quiero yo 100 millones de dólares si no voy a poder comer solo,
trabajar, jugar con mis hijos?". Entonces el Señor le dijo: "En ese caso, yo te puedo dar
1000 millones de dólares a cambio de tus ojos". El zapatero respondió asustado: "¿Para
qué me sirven 1000 millones de dólares si no voy a poder ver el amanecer, ni a mi
familia y mis amigos, ni todas las cosas que me rodean?". Entonces el Señor le dijo:

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"Ah hermano mío, ya ves qué fortuna tienes y no te das cuenta".


Una vida en rescate por otras
Hace algunos años, un tren que atravesaba los vastos despoblados de los Estados
Unidos, fue el escenario, de un espectáculo terrible. El fogonero del tren había abierto
la puerta del horno para echar más carbón. En el mismo instante una columna de aire
que entró por la chimenea arrojó una llamarada de fuego en el rostro de aquel hombre,
quien loco de dolor abandonó su puesto, no cerrando la puerta como debía, lo que llevó
a las llamas a prender fuego en el depósito del carbón. La poderosa máquina marchaba
a gran velocidad, y nadie podía ocuparse del control de la misma. Los viajeros que
habían montado en aquel tren eran víctimas del miedo y el terror, viendo su trágico fin.
De repente José Sieg, el maquinista del tren avanzó entre las llamas hasta llegar a la
puerta del horno; con un supremo esfuerzo cerró la puerta que estaba casi
incandescente, parando el tren a continuación. Cuando volvió a salir de aquel mar de
fuego su cuerpo estaba envuelto en llamas, y sin dilación se precipitó en el depósito del
agua, para mitigar su dolor. Lo sacaron al momento, pero el cuerpo de aquel héroe, dio
su espíritu, víctima de tan terribles quemaduras. El tren ya había parado, y aquellos
setecientos viajeros se habían congregado ante el cadáver de su salvador, mostrando en
sus rostros el profundo agradecimiento que sentían hacia aquel que les había salvado
la vida. Cristo, puso su vida en rescate de muchos. Es preciso expresarle también
nuestro agradecimiento.


Una historia casi verdadera
Es la tarde de un viernes típico y estás conduciendo hacia tu casa. Sintonizas la
radio. Las noticias cuentan una historia de poca importancia: en un pueblo lejano han
muerto tres personas de alguna gripe que nunca antes se había visto. No le pones mucha
atención a tal acontecimiento. El lunes cuando despiertas, escuchas que ya no son 3,
sino 30.000 personas las que han muerto en las colinas remotas de la India. Personal
del Control de Enfermedades de EEUU ha ido a investigar. El martes ya es la noticia
más importante en la primera página del periódico, porque no sólo es la India, sino
Pakistán, Irán y Afganistán y pronto la noticia sale en todos los telediarios. Todos se
preguntan cómo van a controlar la epidemia. A los pocos días, Europa cierra sus
fronteras: no habrá vuelos a desde la India, ni de ningún otro país en el cual se haya
visto la enfermedad. Al día siguiente, en Francia hay un hombre en el hospital
muriendo de esa enfermedad. Hay pánico en Europa. La información dice que cuando
tienes el virus, es por una semana y ni te das cuenta. Luego tienes cuatro días de
síntomas horribles y mueres. Inglaterra cierra también sus fronteras, pero es tarde, pasa
un día más y el presidente de los EEUU cierra las fronteras a Europa y Asia, para evitar
el contagio en el país, hasta que encuentren un modo de curar esa enfermedad. Al día
siguiente la gente se reúne en las iglesias a rezar. Pero en la radio se oye la noticia: dos
mujeres han muerto en Nueva York. En horas, parece que la epidemia invade todo el
mundo. Los científicos siguen trabajando para encontrar el antídoto, pero nada
funciona. Y de repente, viene la noticia esperada: se ha descifrado el código de ADN
del Virus. Se puede hacer el antídoto. Va a requerirse la sangre de alguien que no haya
sido infectado y de hecho en todo el país se corre la voz que todos vayan al hospital

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más cercano para que se les practique un examen de sangre. Vas de voluntario con tu
familia, junto a unos vecinos, preguntándote ¿Qué pasará? ¿Será esto el fin del mundo?
De repente el doctor sale gritando un nombre que ha leído en su cuaderno. El más
pequeño de tus hijos está a tu lado, te agarra la chaqueta y dice: “¿Papá?, ¡Ese es mi
nombre!”. Antes de que puedas reaccionar se están llevando a tu hijo y gritas:
“¡Esperen!”. Y ellos contestan: “Todo está bien, su sangre está limpia, su sangre es
pura. Creemos que tiene el tipo de sangre correcta”. Después de cinco largos minutos
salen los médicos con cara de satisfacción, emocionados. Es la primera vez que has
visto a alguien sonreír en una semana. El doctor de mayor edad se te acerca y dice:
“¡Gracias! La sangre de su hijo es perfecta, está limpia y pura, se puede hacer el
antídoto contra esta enfermedad”. La noticia corre por todas partes, la gente esta
pletórica de felicidad. Entonces el doctor se acerca a ti y a tu esposa y dice: “¿Podemos
hablar un momento? Es que no sabíamos que el donante sería un niño y necesitamos
que firmen este formato para darnos el permiso de usar su sangre”. “¿Cuánta sangre?”.
“No pensábamos que era un niño. ¡La necesitamos toda!”. No lo puedes creer y tratas
de contestar: “Pero, pero...”. El doctor te sigue insistiendo: “Usted no entiende, estamos
hablando de la cura para todo el mundo. Por favor firme este documento, la
necesitamos... toda”. Tu preguntas: “Pero no pueden darle una transfusión?”. “Si
tuviéramos sangre limpia, podríamos… ¿Firmará? Por favor...”. En silencio y sin poder
sentir los mismos dedos que tienen la pluma en la mano lo firmas. Te preguntan:
“¿Quiere ver a su hijo?”. Caminas hacia esa sala de emergencia donde tu hijo esta
sentado en la cama. Tomas su mano y le dices: “Hijo, tu madre y yo te amamos y nunca
dejaríamos que te pasara algo que no fuera necesario, ¿comprendes eso?”. Y cuando el
doctor regresa y te dice: “Lo siento, necesitamos empezar, gente en todo el mundo está
muriendo...”, ¿te puedes ir?, ¿puedes darle la espalda a tu hijo y dejarlo allí?... mientras
el te dice: “¿Papá?, ¿Mamá? ¿por qué me están abandonando?”. Y a la siguiente
semana, cuando hacen una ceremonia para honrar a tu hijo, algunas personas se quedan
dormidas en casa, otras no vienen porque prefieren ir de paseo o ver un partido de
fútbol y otras vienen a la ceremonia con una sonrisa falsa fingiendo que les importa.
Quisieras pararte y gritar: “¡Mi hijo murió por ustedes!, ¿es que no les importa?”. Tal
vez eso es lo que Dios nos quiere decir: “Mi hijo murió, ¿todavía no saben cuanto los
amó?”.

Vosotros sois mis brazos
En una iglesia de una aldea alemana tenían un Cristo muy bonito y valioso. Estaba
crucificado y la gente le tenía mucha devoción. Durante la Segunda Guerra Mundial
cayó una bomba y, al explotar, le arrancó los dos brazos. Al final de la contienda, los
del pueblo se planteaban restaurarlo. Pero alguien sugirió dejarlo como estaba, sin
brazos. Se aceptó la propuesta e incluyeron una leyenda explicativa que decía así:
“Vosotros sois mis brazos”. Así recuerda a todos que Jesucristo tiene necesidad de
nosotros para seguir su misión en la tierra.

Relatos breves
Todos los relatos por orden alfabético

A lo mejor no es todo tan difícil
Christine se asombra de lo fácil que le resulta de pronto la conversación. Algo se

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estremece bajo su piel. ¿Quién soy yo de hecho, que me está pasando? ¿Por qué puedo
hacer de pronto todo esto? ¿Con qué soltura me muevo, y eso que siempre me decían
que era rígida y patosa? Y con qué soltura hablo, y supongo que no digo ninguna
ingenuidad, porque este caballero tan importante me escucha con benevolencia. ¿Me
habrá cambiado el vestido, el mundo, o lo llevaba todo dentro y sólo carecía de valor,
sólo estaba siempre demasiado atemorizada? Mi madre me lo decía. A lo mejor no es
todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay
que tener arrojo, sentirse y percibirse a sí misma, y la fuerza acude entonces de cielos
insospechados. (Stefan Zweig, "La embriaguez de la metamorfosis")


Admitir
Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en
evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron las
gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no le frenó en
manifestar sus fuertes opiniones. Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar
las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero,
empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo: "El marco es completamente
inadecuado para el cuadro. El hombre esta vestido en una forma muy ordinaria y
andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto
tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto". El anciano siguió su parloteo
sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó
discretamente para decirle en voz baja: "Querido, estás mirando un espejo". Moraleja:
Tardamos en reconocer y admitir nuestras propias faltas, que parecen muy grandes
cuando las vemos en los demás.


Al principio no parecía un genio
George Harrinson, guitarrista solista de los Beatles.
Oyó tocar a un grupo, John Lennon y Paul McCartney y otro y le gustó. Quiso
entrar.
—¿Me dejáis entrar en vuestro grupo?
John Lennon, serio, le lleva a un concierto de guitarra clásica en un teatro de
Liverpool.
—Cuando hagas una cosa así, entrarás.
No sabía tocar la guitarra. Compró una. Día y noche tocaba y ensayaba sin parar.
“Le sangraban los dedos”.
Al cabo de un mes era uno más de los Beatles.


Amar a la vida
Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el
aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph. Mientras se encaminaban a recoger el
equipaje, Ralph se detuvo unos instantes para ayudar a una anciana con su maleta, y
después para orientar a una persona. Cada vez, una sonrisa iluminaba su rostro.
"¿Dónde aprendió a comportarse así?", le preguntó el profesor. "En la guerra", contestó

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Ralph. Entonces le contó su experiencia en Vietnam. Allá su misión había sido limpiar
campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios amigos suyos, uno tras
otro, encontraban una muerte prematura. "Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca
sabía si el siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho
posible del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo en el suelo.
Me parecía que cada paso era toda una vida". Nadie puede saber lo que habrá de
sucederle mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir
se perdería, nuestra vida sería como una película que ya vimos, sin ninguna sorpresa ni
emoción. La vida es una gran aventura, y al final no importará quién ha acumulado más
riqueza ni quién ha llegado más lejos, sino quién ha amado más. Y ama más quien más
ha servido, porque aprecia su vida y la de los demás.


Aprender a comunicarse
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó
llamar a un sabio para que interpretase su sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! Cada
diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad", dijo el sabio.
"¡Qué insolencia! ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! ¡Que le
den cien latigazos!", gritó el Sultán enfurecido. Más tarde ordenó que le trajesen a otro
sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención,
le dijo: "¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que
sobrevivirás a todos vuestros parientes". Se iluminó el semblante del Sultán con una
gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio,
uno de los cortesanos le dijo admirado: "¡No es posible! La interpretación que habéis
hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo porque al primero le
pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. El segundo sabio respondió:
"Amigo mío, todo depende de la forma en que se dice. Uno de los grandes desafíos de
la humanidad es aprender a comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces,
la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad puede compararse con una
piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la
envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será
aceptada con agrado."


Aprender a pensar
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel
de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota. Hace algún tiempo, recibí la
llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta
que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que
su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir
arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía:
Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un
barómetro. El estudiante había respondido: lleva el barómetro a la azotea del edificio
y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La
longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio. Realmente, el estudiante había
planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido
a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima

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puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta
y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante
tuviera ese nivel. Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis
minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia
de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado
cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse,
pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la
mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto
que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo
desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronometro. Después se
aplica la formula altura = 0,5 por A por T2. Y así obtenemos la altura del edificio. En
este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota mas
alta. Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me
contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por
ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la
longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio
y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó, este es un procedimiento muy básico
para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te
sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas
marcando la altura del barómetro y cuentas el numero de marcas hasta la azotea.
Multiplicas al final la altura del barómetro por el numero de marcas que has hecho y
ya tienes la altura. Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un
procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como
si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea
la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad
al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del
edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula
trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo
estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la
calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de
precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor
sea coger el barómetro y golpear con el la puerta de la casa del conserje. Cuando abra,
decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de
este edificio, se lo regalo. En este momento de la conversación, le dije si no conocía la
respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro
en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores
habían intentado enseñarle a pensar. El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés,
premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el
modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue
fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica. Al margen del personaje, lo
divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que le habían enseñado
a pensar. Por cierto, para los escépticos, esta historia es absolutamente verídica.


Aún puedes ser Einstein
Albert Einstein (1879-1955) es indiscutiblemente el mayor genio científico del

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siglo XX y uno de los más grandes de la Historia. Sin embargo su carrera de estudiante
deja perplejos a más de uno y sirve de consuelo para muchos. Parece que ser que en su
infancia algunos le consideraron algo retrasado. A la edad de cinco años algunos
informes escolares le consideraban lento y con errores de cálculo, aunque con
seguridad a la hora de encarar las matemáticas. Fue suspendido en el examen de ingreso
a la Escuela Técnica de Zurich. Cuando terminó su formación intentó conseguir un
puesto de ayudante y fue el único que suspendió de los cuatro estudiantes que habían
pasado los exámenes finales. En 1901 entregó una tesis de física sobre la teoría cinética
de los gases en la Universidad de Zurich,que fue rechazada. En 1902, gracias a una
recomendación, pudo empezar a trabajar en la Oficina de Patente de Berna como
"técnico experto de tercera clase"...


Atender al visitante inoportuno
Era un hombre pequeño, de cara redonda y trabajaba como representante
comercial del ramo de los extintores. Yo no necesitaba ninguno y estaba a punto de
partir para un partido de golf. Le dije caballerosamente que no necesitaba nada, pero él
insistía en entrar: “será cosa de un minuto...”
—¿No le he dicho que no me interesa? No necesito nada, es inútil que perdamos
el tiempo, váyase.
Se volvió, dio un portazo y vi que bajaba las escaleras.
Entonces fue cuando reparé en el remiendo en la espalda de su abrigo, en sus
tacones comidos y en que necesitaba un buen corte de pelo. Me impresionó el pequeño
remiendo: éste, y la gracia de Dios, puesto que soy de natural poco dado a generosos
impulsos. Renuncié, por tanto, a la cita de golf (me pareció que iba a llover), lo llamé
y traté de mostrarme como un caballero, dándole mis excusas. Vio lo que teníamos en
casa y comprendió que estábamos bien abastecidos. Luego, mientras fumábamos,
charlamos un rato. Me dijo que vivía en un estado próximo, con su mujer y cuatro hijos.
Que su mujer era católica y que él estaba aprendiendo el catecismo para ser pronto
bautizado. (¡Qué vergüenza sentí!). Tímidamente le puse un rosario en sus manos.
Desde entonces soporto mucho mejor a los representantes y a las llamadas
inoportunas. Cada vez que mi natural impaciencia se agitaba no tengo nada más que
invocar aquel remiendo.
Tomado de Leo J. Trese, “Vasija de barro”, p.60.
Autodominio
Cada vez que una persona, en contra de lo que debe hacer, cede a las pretensiones
de su pereza, de su estómago o de su mal carácter, debilita su voluntad, pierde
autodominio y reduce su autoestima. Unas viñetas de Mafalda dibujan perfectamente
esta situación. Felipe encuentra en su camino una lata vacía y siente el deseo de pegarle
una patada. Pero piensa interiormente: "¡El grandullón pateando latitas!". Y pasa de
largo, venciendo lo que él mismo juzga un impulso infantiloide. El problema es que, a
los pocos metros, da la vuelta y suelta la tentadora patada. Ésta es su segunda reflexión:
"¡Qué desastre! ¡Hasta mis debilidades son más fuertes que yo!". (J.R. Ayllón,
"Placeres y buena vida").

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Bajo sus alas
La revista "National Geographic" publicó hace unos años un artículo sobre algo
sucedido después de un incendio en el Parque Nacional Yellowstone de EEUU.
Después de sofocado el fuego empezó la labor de evaluación de daños, y un
guardabosques encontró una ave calcinada al pie de un árbol, en una posición bastante
extraña, pues no parecía que hubiese muerto escapando o atrapada, sino que
simplemente estaba con sus alas cerradas alrededor de su cuerpo. Cuando el asombrado
guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos
emergieron de debajo de las alas de su madre, que sabiendo que sus hijos no podrían
escapar del fuego, no los abandonó en ese momento crítico. Tampoco se quedó con
ellos en el nido sobre el árbol, donde el humo sube y el calor se acumula, sino que los
llevó, quizás uno a uno, a la base de aquel árbol, y ahí dio su vida por salvar la de ellos.
¿Pueden imaginar la escena? El fuego rodeándolos, los polluelos asustados y la madre
muy decidida, infundiendo paz a sus hijos, como diciéndoles: "No tengáis miedo, bajo
mis alas nada os pasará". Tan seguros estaban ahí tocando sus plumas, aislados del
fuego, que ni siquiera habían salido de ahí horas después de apagado el incendio.
Estaban totalmente confiados en la protección de su madre, y solo al sentir el golpe del
guardabosques pensaron que debían salir.


Cambio de rostro
A Leonardo Da Vinci le llevo siete años completar su famosa obra titulada "La
Última Cena". Las figuras que representan a los 12 apóstoles y a Jesús fueron tomadas
de personas reales. La persona que sería el modelo para ser Cristo fue la primera en ser
seleccionada. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esa obra, cientos de jóvenes se
presentaron ante él para ser seleccionados. Da Vinci buscaba un rostro que mostrara
una personalidad inocente, pacífica y a la vez bella. Buscaba un rostro libre de las
cicatrices y rasgos duros que deja la vida intranquila del pecado. Finalmente, después
de unos meses de búsqueda seleccionó a un joven de 19 años de edad como modelo
para pintar la figura de Jesucristo. Durante seis meses trabajó para lograr pintar al
personaje principal de esa obra. Durante los seis siguientes años, Da Vinci continuó su
obra buscando las personas que representarían a 11 apóstoles, y dejó para el final a
aquel que representaría a Judas. Estuvo buscando durante semanas un hombre con una
expresión dura y fría. Un rostro marcado por cicatrices de avaricia, decepción, traición,
hipocresía y crimen. Un rostro que identificaría a una persona que sin duda traicionaría
a su mejor amigo. Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo
llegó a los oídos de Leonardo Da Vinci que había un hombre con estas características
en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por haber llevado
una vida de robos y asesinatos. Da Vinci vio ante él a un hombre cuyo pelo caía sobre
el rostro escondiendo dos ojos llenos de rencor, odio y ruina. Al fin había encontrado
a quien modelaría a Judas en su obra. Gracias a un permiso del rey, este prisionero fue
trasladado a Milán al estudio del maestro. Durante varios meses este hombre se sentó
silenciosamente frente a Da Vinci mientras el artista continuaba con la ardua tarea de
plasmar en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando Leonardo dio la
última pincelada se volvió a los guardias y dio la orden de que se llevaran al prisionero.
Cuando salía, se volvió hacia Leonardo Da Vinci y le dijo: "¡Da Vinci!! !Obsérvame!!
¿No reconoces quién soy?". El artista lo observó cuidadosamente y respondió: "Nunca

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te había visto hasta aquella tarde en el calabozo de Roma". El prisionero levantó los
ojos y dijo: "¡Mírame bien, soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a
Cristo hace siete años...!".


Camino del instituto
Iba camino del instituto para un ensayo, cuando pasé ante la casa de Dave, que
había sido mi mejor amigo antes de rechazarme porque yo había dejado las drogas. No
sé cómo se me ocurrió entrar a despedirme de él, pues estaba a punto de terminar los
estudios.
Dave bajaba por la escalera con su abrigo, pero me invitó a subir. Al principio la
situación resultó muy tensa, pero después empezamos a hablar y hablar y reír y a
contarnos todo tipo de anécdotas. Lo que iba a durar 15 minutos duró más de dos horas.
¡Nunca llegué a mi ensayo!
—Pero Dave, tú ibas a salir, le dije al fin.
De repente cambió su expresión.
—¿Por qué has venido esta noche?, me preguntó.
—Sólo para despedirme.
—Pero, ¿por qué esta noche precisamente?
—Pues... no lo sé.
Me enseñó una soga de dos metros con un nudo corredizo.
—Iba a ahorcarme.
Rompió a llorar y me pidió que rezara por él. Nos abrazamos y empecé a rogar
por él en aquel mismo instante. De camino a casa le dije a Dios:
—Señor, yo no sabía lo que Dave iba a hacer, pero Tú sí lo sabías, ¿verdad? Si
puedes servirte de alguien como yo para ayudar a un pobre chico como Dave..., aquí
estoy, Señor, úsame.
Tomado de Scott y Kimberly Hahn, "Roma, dulce hogar", p.24. (Scott, que
después se convertiría al catolicismo, era entonces pastor presbiteriano).


Como para respirar
Cierta vez un hombre decidió consultar a un sabio sobre sus problemas. Luego de
un largo viaje hasta el paraje donde aquel Maestro vivía, el hombre finalmente pudo
dar con él: - "Maestro, vengo a usted porque estoy desesperado, todo me sale mal y no
se que más hacer para salir adelante". El sabio le dijo: - "Puedo ayudarte con esto...
¿sabes remar ?" Un poco confundido, el hombre contestó que sí. Entonces el maestro
lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un bote y el hombre empezó a
remar hacia el centro a pedido del maestro. -"¿Va a explicarme ahora cómo mejorar mi
vida?" -dijo el hombre advirtiendo que el anciano gozaba del viaje sin más
preocupaciones. -"Sigue, sigue -dijo éste- que debemos llegar al centro mismo del
lago". Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo: -"Arrima tu cara todo lo
que puedas al agua y dime qué ves...". El hombre, pasó casi todo su cuerpo por encima
de la borda del pequeño bote y tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo
lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué estaba haciendo esto. De
repente, el anciano le empujó y el hombre cayó al agua. Al intentar salir, el sabio le

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sujetó su cabeza con ambas manos e impidió que saliera a la superficie. Desesperado,
el hombre manoteó, pataleó, gritó inútilmente bajo el agua. Cuando estaba a punto de
morir ahogado, el sabio lo soltó y le permitió subir a la superficie y luego al bote. Al
llegar arriba el hombre, entre toses y ahogos, le gritó: -"¿Está usted loco? ¿No se da
cuenta que casi me ahoga?". Con el rostro tranquilo, el maestro le preguntó: -"¿Cuándo
estabas abajo del agua, en qué pensabas, qué era lo qué más deseabas en ese
momento?". -¡¡En respirar, por supuesto!! -"Bien, pues cuando pienses en triunfar con
la misma vehemencia con la que pensabas en ese momento respirar, entonces estarás
preparado para triunfar...". Es así de fácil (o de difícil). A veces es bueno llegar al punto
del "ahogo" para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a
algo.


Contra viento y marea
Entre las situaciones más extremas que se dan en China, se encuentran las
limitaciones en los nacimientos de los niños. Rebasarl el máximo permitido de un hijo
por familia es un grave delito, perseguido con toda crueldad. Hace unos días, gracias a
los medios de comunicación chinos que comienzan a dar unas impagables y nunca
suficientemente reconocidas señales de independencia, han trascendido las horribles
vivencias de un matrimonio por salvar a su hija de una muerte cruel. Cuando las
autoridades chinas descubrieron que Zhang Chunhong, de 31 años, no solamente había
eludido anteriormente el férreo control estatal con el nacimiento de un segundo hijo,
sino que tenía muy avanzado un nuevo embarazo, se propusieron por todos los medios
que su nacimiento no tuviera lugar en ningún caso. Para lograrlo, le inyectaron a la
fuerza una solución salina que debió provocar el aborto, pero la niña nació viva. La
doctora que participó en semejante salvajada ordenó que se dejase a la intemperie a la
recién nacida en el balcón, sobre la nieve, pero una enfermera, a costa de graves riesgos
y con la connivencia de alguna de sus compañeras, eludió la orden, asegurándole a la
niña, en la más absoluta clandestinidad, un mínimo de alimento. Las súplicas de la
madre para que le enseñaran a su hija fueron despreciadas, pero un periodista de la
televisión local tuvo la valentía de sacar a la luz pública la situación, lo que supuso la
aparición del bebé al que se le había negado la vida, aunque en condiciones
lamentables, debido a la precariedad en la que se había mantenido. Cuando apareció
ante las cámaras de televisión, pesaba solamente un kilo y tenía algunas lesiones y pese
a que el día de su nacimiento había alcanzado los dos kilos y medio. Su padre la enseña
orgulloso y declara: “Sin los periodistas, mi hija habría muerto”. (PUP, 3.X.01).


Cuando sea viejo
El día que este viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando
derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, recuerda las horas
que pase enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras que sabes de
sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño para que
te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los
ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y

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compréndeme que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa
cuantas veces cuando niño te ayude y estuve paciente a tu lado esperando a que
terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los
momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más
agradable tu aseo. Acéptame y perdóname. Ya que soy el niño ahora.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no
podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no
lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseñó tantas cosas.
Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son
producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.
Cuando en algún momento mientras hablamos me llegue a olvidar de que estamos
hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo
hacerlo no te burles de mi; tal vez no era importante lo que hablaba y me conforme con
que me escuches en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Se cuanto puedo y cuanto no
debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto
para sentir. Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame tu mano
tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles
piernas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero
morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o
cuanto te ame. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es
vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar estaré construyendo para ti otra
ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón,
compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera
como te he acompañado en tu sendero te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame
amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo
por ti.


Dar de lo que cuesta
Poca gente sabe que Gaudí tuvo que salir a la calle a pedir dinero para poder
proseguir las obras del templo de la Sagrada Familia. En una de esas visitas, exitosa,
ocurrió lo siguiente:
—Muchas gracias, dijo Gaudí.
—No, no me de las gracias. En realidad no me supone sacrificio.
—Entonces, añadió el arquitecto con gracia, no sirve. Mejor dicho, no le sirve a
usted. Vea de aumentarlo hasta sacrificarse... ¡Le será más agradable a Dios! Porque la
caridad que no tiene el sacrificio como base no es verdadera y tal vez no sea más que
vanidad.
El caballero se quedó boquiabierto. Reflexionó. Buen cristiano, comprendió y
entregó un donativo mucho mayor.

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—Ahora soy yo quien le da a usted las gracias, señor Gaudí.
Tomado de Álvarez Izquierdo, “Gaudí”, p. 181.


De uno en uno
Cierto día, caminando por la playa reparé en un hombre que se agachaba a cada
momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez.
Cuando me aproximé, observé que lo que agarraba eran estrellas de mar que las olas
depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar. Le pregunté por qué
lo hacía, y me respondió: "Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al
océano. Como ves, la marea está baja y estas estrellas han quedado en la orilla. Si no
las devuelvo morirán aquí por falta de oxígeno." "Entiendo -le dije-, pero debe haber
miles de estrellas de mar sobre la playa, no puedes lanzarlas todas. Son demasiadas,
quizás no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo
de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?". El hombre sonrió, se inclinó
y tomó una estrella marina y mientras la lanzaba de vuelta al mar me respondió: "¡Para
ésta sí lo tuvo!".


Deformación de versiones
ORDEN INICIAL DEL CORONEL AL COMANDANTE: «Mañana a las nueve
y media habrá un eclipse de Sol, hecho que no ocurre todos los días, que formen los
soldados en el patio en traje de campaña para presenciar el fenómeno. Yo les daré las
explicaciones necesarias. En caso de que llueva, que formen en el gimnasio».
EL COMANDANTE AL CAPITÁN: «Por orden del señor coronel, mañana a las
nueve y media habrá un eclipse de Sol, según el señor coronel, si llueve no se verá nada
al aire libre, entonces en traje de campaña el eclipse tendrá lugar en el gimnasio, hecho
que no ocurre todos los días. El dará las órdenes oportunas».
EL CAPITÁN AL TENIENTE: «Por orden del señor coronel, mañana a las nueve
y media en traje de campaña inauguración del eclipse de Sol en el gimnasio. El señor
coronel dará las órdenes oportunas de si debe llover, hecho que no ocurre todos los
días. Si hace buen tiempo y no llueve, el eclipse tendrá lugar en el patio».
EL TENIENTE AL SARGENTO: «Mañana a las nueve y media, por orden del
señor coronel lloverá en el patio del cuartel. El señor coronel en traje de campaña dará
las órdenes en el gimnasio para que el eclipse se celebre en el patio».
EL SARGENTO AL CABO: «Mañana a las nueve y media, tendrá lugar el eclipse
del señor coronel en traje de campaña por efecto del Sol. Si llueve en el gimnasio,
hecho que no ocurre todos los días, se saldrá al patio».
EL CABO A LOS SOLDADOS: «Mañana, a eso de las nueve y media, parece ser
que el Sol en traje de campaña eclipsará al señor coronel en el gimnasio, lástima que
esto no ocurra todos los días».


Dos ratones
Dos ratones caen en un cubo de leche. El primer ratón, desilusionado, perezoso,
se dejó llevar. El segundo, no perdió el ánimo y, con su buen carácter, mientras nadaba,

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reflexionaba. Y comprendió algo importante: a base de agitar, la leche se coagula. Se
animó, aceleró un poco, y al rato aquello fue nata, y después mantequilla, y después
dió un salto y salió. Estos dos ratones reflejan dos formas de afrontar los problemas.


El abuelo
El abuelo se había hecho muy viejo. Sus piernas flaqueaban, veía y oía cada vez
menos, babeaba y tenía serias dificultades para tragar. En una ocasión -prosigue la
escena de aquella novela de Tolstoi- cuando su hijo y su nuera le servían la cena, al
abuelo se le cayó el plato y se hizo añicos en el suelo. La nuera comenzó a quejarse de
la torpeza de su suegro, diciendo que lo rompía todo, y que a partir de aquel día le
darían de comer en una palangana de plástico. El anciano suspiraba asustado, sin
atreverse a decir nada.
Un rato después, vieron al hijo pequeño manipulando en el armario. Movido por
la curiosidad, su padre le preguntó: "¿Qué haces, hijo?" El chico, sin levantar la cabeza,
repuso: "Estoy preparando una palangana para daros de comer a mamá y a ti cuando
seáis viejos." El marido y su esposa se miraron y se sintieron tan avergonzados que
empezaron a llorar. Pidieron perdón al abuelo y a su hijo, y las cosas cambiaron
radicalmente a partir de aquel día. Su hijo pequeño les había dado una severa lección
de sensibilidad y de buen corazón.


El águila
El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir 70 años. Pero para
llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión. A los
40 años, ya sus uñas se volvieron tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas
de las cuales se alimenta. El pico alargado y en punta, se curva demasiado y ya no le
sirve. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas en función del
gran tamaño de sus plumas, y para entonces, volar se vuelve muy difícil. Entonces,
tiene sólo dos alternativas: dejarse estar y morir... o enfrentarse a un doloroso proceso
de renovación que le llevará aproximadamente 150 dias. Ese proceso consiste en volar
a lo alto de una montaña y recogerse en un nido, próximo a un paredón donde no
necesita volar y se siente más protegida. Entonces, una vez encontrado el lugar
adecuado, el águila comienza a golpear la roca con el pico... hasta arrancarlo. Luego
espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles.
Cuando las nuevas uñas comienzan a crecer, ella desprende una a una sus viejas y
sobrecrecidas plumas. Y después de todos esos largos y dolorosos cinco meses de
heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación,
renacimiento y festejo para vivir otros 30 años más. En nuestra vida también nos toca
sufrir procesos de reconversión para no sucumbir. Tenemos quizá que resguardarnos
por algún tiempo, meditar, someternos a ciertos sacrificios para llevar a cabo algunos
cambios.


El anillo del Papa
De visita por una de las chavolas de la Favela de Vidigal, en Brasil, Juan Pablo II
besó a un niño, se coló de repente en una de las barracas y, ante el asombro de los que

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le rodeaban, se quitó el anillo pontificio y se lo dio a aquellas gentes para que lo
vendiesen. Por supuesto que el anillo no quisieron subastarlo y se guarda allí, en la
parroquia de San Antonio, como el tesoro más precioso de la humilde barriada.


El animal de las dilaciones
Se cuenta que Alejandro Magno, en una de sus campañas guerreras, se encontró
con Diógenes, que tomaba el sol tranquilo y medio desnudo a la orilla de un río.
Alejandro, que no en vano había tenido como tutor al mismo Aristóteles y respetaba y
secretamente envidiaba la sabiduría, había oído hablar de Diógenes, el filósofo que
vivía en un tonel, y aprovechó la ocasión para acercarse a él en persona y conversar
con él humildemente, volviendo a ser por un rato discípulo en medio de su gloria
militar. Con todo, no podía hacer esperar mucho tiempo a sus tropas, y al fin hubo de
despedirse del filósofo. Tal fue la impresión que aquella breve conversación le había
causado, que el conquistador de mundos dijo al sabio del tonel: «Me marcho, pues he
de continuar con mis hazañas para la historia. Pero desde ahora ruego a los cielos que
en la vida que me toque vivir en mi próxima encarnación no sea yo Alejandro, sino
Diógenes». Diógenes contestó: «¿Y a qué esperar para ello a tu próxima encarnación?
Puedes serlo desde ahora si así lo deseas. El río es amplio, y el sol no escatima sus
rayos. Hay sitio de sobra por aquí para otro tonel». Y volvió a tumbarse al sol, mientras
Alejandro montaba en su caballo. Muchas veces se ha dicho que el hombre es el animal
de las dilaciones. Difiere, aplaza, posterga. Los demás animales actúan al momento,
reaccionan al instante. Andan cuando quieren andar, y descansan cuando quieren
descansar. Viven al día, al momento. Los hombres, por el contrario, piensan que
deberían darse un merecido y necesitado descanso, pero deciden que lo harán más
adelante, y siguen trabajando; o, por el contrario, saben que deberían trabajar, pero
deciden que ya lo harán más adelante, y siguen descansando cuando, por su propio
bien, debieran ponerse a trabajar. Acertar en lo que se debe dilatar y lo que debe hacerse
de inmediato es un asunto importante. Que no resulte que queremos cambiar, mejorar,
liberarnos de los vicios que nos esclavizan..., pero para la próxima reencarnación. Nos
sucede entonces como a Alejandro, que con una plegaria a los dioses lo arregla todo,
acalla su conciencia y sigue con sus conquistas. En la práctica, mucha gente parece
creer en la reencarnación. Y no solamente en el Oriente.


El árbol de los problemas
El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja,
acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo
hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se negaba a arrancar.
Mientras le llevaba a su casa, se sentó en silencio. Cuando llegamos, me invitó a
conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta de su casa, se detuvo
brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas
manos. Cuando se abrió la puerta, el rostro de aquel hombre se transformó, sonrió,
abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Luego me acompañó
hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunte por lo
que lo había hecho un rato antes. "Oh, ese es mi árbol de problemas", contestó. "Sé que
no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas

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no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo
en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego, a la mañana siguiente, los recojo
otra vez. Lo bueno es -concluyó sonriendo- que cuando salgo por la mañana a
recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".


El árbol muerto
Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto
y lo cortó. Pero luego, en la primavera, vio desolado que al tronco marchito de ese
árbol le brotaron renuevos. Mi padre dijo: "Estaba yo seguro de que ese árbol estaba
muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Pero se ve que hacía tanto frío
que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo tronco ni una pizca
de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco". Y volviéndose
hacia mí, me aconsejó: "Nunca olvides esta lección. Jamás cortes un árbol en invierno.
Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca decisiones importantes
decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La tormenta
pasará. Recuerda que la primavera volverá".


El barrendero
Momo tenía un amigo, Beppo Barrendero, que vivía en una casita que él mismo
se había construido con ladrillos, latas de desecho, y cartones. Cuando a Beppo
Barrendero le preguntaban algo se limitaba a sonreír amablemente, y no contestaba.
Simplemente pensaba. Y, cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba.
Pero, cuando la creía necesaria, la pensaba mucho. A veces tardaba dos horas en
contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, la otro persona había olvidado
su propia pregunta, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía casi siempre. Cuando
Beppo barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia. Mientras iba
barriendo, con la calle sucia ante sí y limpia detrás de sí, se le iban ocurriendo multitud
de pensamientos, que luego le explicaba a su amiga Momo: "Ves, Momo, a veces tienes
ante ti una calle que te parece terriblemente larga que nunca podrás terminar de barrer.
Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista,
ves que la calle sigue igual de larga. Y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo,
al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe
hacer. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Hay que pensar
en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es
divertido: eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De
repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da
cuenta de cómo ha sido, y no se queda sin aliento. Eso es importante." ¿Acaso no es lo
hermoso de la paciencia el que ella puede concedernos tiempo para conocernos a su
través oblicuamente a nosotros mismos? Porque, nos pongamos como nos pongamos,
la paciencia con que no sepamos mirarnos a nosotros mismos será la misma no-
paciencia que nos impida mirar a la realidad como ella debe ser mirada: con-paciencia,
con-pasión, con-com-pasión, com-padeciendo, com-padeciéndo-nos...


El bonsai

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La paciencia son las estalactitas y estalagmitas de la vida: ellas se van formando
muy poco a poco en la oscuridad, se integran gota a gota y de manera irregular, no
geométrica, requieren de tiempo, y crecen por arriba y por abajo siendo al fin muy
hermosas. La paciencia es un bonsai: solo tiempo, fe, cuidados y mimos le hacen
crecer. No se puede jalar el arbolito de las ramas, sacarlo de su maceta, para ver si está
echando raíces. Necesita la humildad del humus para desarrollarse. Podemos explicar
esta parábola con otra. Es, en efecto, como aquella rana que al saltar cayó en un cubo
de crema, pero que chapoteando y chapoteando amaneció por la mañana sobre una
masa de mantequilla que ella misma había batido. Allí estaba con su cara sonriente
tragando las moscas que venían por docenas de todas partes.


El chino y el caballo
Había una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra
duramente con su hijo. Un día su hijo le dijo: "Padre, qué desgracia, se nos ha ido el
caballo". Su padre respondió: "Veremos lo que trae el tiempo...". A los pocos días el
caballo regresó, acompañado de otro caballo. Unos días después, el muchacho quiso
montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al
suelo. El muchacho se quebró una pierna. "Padre, qué desgracia, me he roto la pierna".
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció: "Veamos lo que trae el
tiempo...". El muchacho se lamentaba. Pocos días después pasaron por la aldea los
enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Fueron a la casa del
anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron
de largo. El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la
fortuna como absolutas, sino que hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es
malo o bueno. La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da muchas
vueltas, y su desarrollo es a veces tan paradójico su desarrollo, que muchas veces lo
que parece malo luego resulta bueno, y al revés. Hay que saber esperar, y sobre confiar
en Dios, porque todo es para bien. ¡Cuántas veces los juicios apresurados, impacientes,
impiden ver más alto y más lejos!


El espejo de los deseos
Harry Potter llega por tercer día consecutivo a la habitación del espejo y no se da
cuenta que en un rincón, sentado en un pupitre, está Dumbledore. "Es curioso lo miope
que se puede volver uno al ser invisible", dijo Dumbledore. Harry se sintió aliviado al
ver que le sonreía. "Entonces -continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse
en el suelo con Harry-, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del
espejo de Oesed". "No sabía que se llamaba así, señor". "Pero espero que te habrás
dado cuenta de lo que hace, ¿no?". "Bueno... me mostró a mi familia y...". "Y a tu
amigo Ron lo reflejó como capitán". "¿Cómo lo sabe...?". "No necesito una capa para
ser invisible -dijo amablemente Dumbledore-. Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que
nos muestra el espejo de Oesed a todos nosotros?". Harry negó con la cabeza. "Déjame
explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de Oesed como un
espejo normal, es decir se mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso te ayuda?".
Harry pensó. Luego dijo lentamente: "Nos muestra lo que queremos... lo que sea que
queramos...". "Sí y no -dijo con calma Dumbledore-. Nos muestra ni más ni menos que

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el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que nunca conociste
a tu familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido sobrepasado por
sus hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos. Sin embargo, este espejo no nos
dará conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados
por lo que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o siquiera
posible". Continuó: "El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido
que no lo busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar preparado.
No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo. Ahora
¿por qué no te pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?".
Para información: el espejo de OESED tiene una leyenda que rodea todo el marco
que lo envuelve y que dice así: OESED LENOZ AROCUT EDON ISARA CUT SE
ONOTSE Si lo lees todo al revés encontrarás el nombre y el significado del espejo
(Esto no es tu cara si no de tu corazón el deseo).


El hombre que plantaba árboles
En 1913 tuve la oportunidad de hacer un largo recorrido a pie por los parajes
montañosos de la antigua región donde los Alpes penetran en Provenza. Eran tierras
desérticas, toda la tierra aparecía estéril y opaca. Nada crecía allí salvo alguna pobre
vegetación silvestre. Sólo encontré sequedad y una aldea abandonada. Finalmente,
entre tanta soledad, vi a un pastor con treinta ovejas echadas cerca de él sobre la tierra
calcinada. Era un hombre de pocas palabras en medio de un paraje desolado. Vivían
también algunas familias bajo aquel riguroso clima, en medio de la pobreza y de los
conflictos provocados por el continuo deseo por escapar de allí.
Aquel pastor tenía 55 años y se llamaba Elzéard Bouffier. Usaba como bastón una
vara de hierro. Con su punta hacía un hoyo en el que plantaba una bellota y luego lo
rellenaba. Había plantado un roble. Plantó así hasta 100 bellotas con muchísimo
cuidado. Llevaba tres años plantando árboles en ese desierto. Había plantado ya
100.000. De éstos, unos 20.000 habían germinado. De los 20.000, esperaba perder la
mitad a causa de los roedores o el mal clima. Aún así, quedarían 10.000 robles donde
antes no había nada.
Vino la guerra de 1914, y a su término volví a aquel lugar. Aquel pastor seguía
extremadamente ágil y activo. Los robles tenían diez años y eran más altos que un
hombre. Era un espectáculo impresionante. Formaban un bosque de once kilómetros
de largo y tres de ancho. Y todo aquello había brotado de las manos y del alma de ese
hombre solo. Había proseguido su plan, y así lo confirmaban las hayas, que llegaban a
la altura del hombro y que se encontraban esparcidas tan lejos como la vista podía
abarcar. También había plantado abedules en todos los valles donde había adivinado
acertadamente que había suficiente humedad.
La transformación había sido tan gradual, que había llegado a ser parte del
conjunto sin provocar mayor asombro. Algunos cazadores que subían hasta estas tierras
yermas en busca de liebres o jabalíes, habían notado, por supuesto, el repentino
crecimiento de arbolitos, pero lo habían atribuido a algún capricho de la tierra. Esa fue
la razón por la que nadie se entrometió en el trabajo de Elzéard Bouffier.
En 1935, las lomas estaban cubiertas con árboles de más de siete metros de altura.
Recordando el desierto que era esa tierra en 1913 pude observar que el trabajo intenso
realizado en forma metódica y tranquila, el vigoroso aire de la montaña, una vida frugal

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y, sobre todo, una gran serenidad de espíritu habían dotado a este viejo con una salud
asombrosa.
Vi por última vez a Elzéard Bouffier en junio de 1945. Tenía entonces 87 años.
Sólo el nombre familiar de una aldea me pudo convencer de que realmente estaba en
una región que anteriormente había sido un paraje desolado. El autobús me dejó en
Vergons. En 1913, este caserío de 10 ó 12 casas tenía tres habitantes que vivían de la
caza con trampas y que física y moralmente estaban muy cerca del hombre primitivo.
Ahora todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que
recordaba, soplaba una suave brisa cargada de aromas del bosque. Se habían restaurado
las casas, y ahora estaban rodeadas de jardines, donde crecían flores y verduras. Había
matrimonios jóvenes. Aquel lugar se había convertido en una aldea donde era
agradable vivir. Desde ahí me fui caminando. En las faldas de la montaña vi pequeños
campos de cebada y centeno. Al fondo del angosto valle, las praderas comenzaban a
reverdecer. En lugar de las ruinas que había visto en 1913, ahora se levantaban campos
prolijamente cuidados, dando testimonio de una vida feliz y confortable. Los viejos
arroyos, alimentados por las lluvias y nieves que conservan los bosques, corren
nuevamente gracias a que sus aguas han sido canalizadas. La gente de las tierras bajas,
donde el suelo es caro, se ha instalado aquí, trayendo juventud, movimiento y espíritu
de aventura. A lo largo de los caminos, se encuentran hombres y mujeres vigorosos,
niños que pueden reír y que han recuperado el gusto por los paseos.
Si se cuenta la primitiva población –irreconocible ahora– que vive con decencia,
más de 10.000 personas deben a Elzéard Bouffier gran parte de su felicidad. Cuando
pienso que un hombre solo, armado únicamente con sus recursos físicos y espirituales,
fue capaz de hacer brotar esta tierra de Canáan en el desierto, me convenzo de que, a
pesar de todo, la humanidad es admirable; y cuando valoro la inagotable grandeza de
espíritu y la benevolente tenacidad que implicó obtener este resultado, me lleno de
inmenso respeto hacia ese campesino viejo e iletrado, que fue capaz de realizar un
trabajo digno de Dios.
Elzéard Bouffier murió pacíficamente en 1947.


El huevo vacío
Jeremy nació con un cuerpo deforme y una mente lenta. A la edad de 12 años
estaba todavía en segundo de primaria, pareciendo ser incapaz de aprender. Su maestra,
Doris Miller, a menudo se exasperaba con él. Podía retorcerse en su asiento y soltar
gruñidos y otras veces hablaba de manera clara y precisa, como si un rayo de luz
penetrase en la oscuridad de su cerebro. La mayor parte del tiempo, sin embargo,
Jeremy simplemente irritaba a su maestra.
Un día llamó a sus padres y les pidió que fueran a verla para una tutoría. Cuando
los Forrester entraron en la clase vacía, Doris les dijo: "Lo que realmente necesita
Jeremy es una escuela especial. No es bueno para él estar con niños menores que no
tienen problemas de aprendizaje. Hay una diferencia de cinco años entre su edad y la
de los otros escolares." La Sra. Forrester sacó un pañuelo de papel y lloró quedamente,
mientras su marido hablaba: "Srta. Miller, no hay escuelas de ese tipo en las cercanías.
Sería un terrible shock para Jeremy si tuviésemos que sacarlo de esta escuela. Sabemos
que realmente le gusta estar aquí." Doris permaneció sentada un largo rato después de
que se hubiesen marchado, mirando fijamente la nieve a través de la ventana. Su

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frialdad parecía filtrarse hasta su alma. Quería simpatizar con los Forrester. Después
de todo, su único hijo tenía una enfermedad terminal. Pero no era justo mantenerlo en
su clase. Ella tenía otros 18 niños a los que dar clase y Jeremy era una distracción para
ellos. Además, él nunca aprendería a leer y escribir, así que ¿para qué perder más
tiempo intentándolo? Mientras ponderaba la situación, un sentimiento de culpabilidad
se apoderó de ella. "Aquí estoy, protestando, cuando mis problemas no son nada
comparados con esa pobre familia", pensó. "Por favor, Señor, ayúdame a ser más
paciente con Jeremy."
Desde ese día, intentó duramente ignorar los ruidos de Jeremy y sus miradas
vacías. Un día, Jeremy se dirigió hasta su mesa, arrastrando tras de sí su pierna mala:
"Te quiero, Srta. Miller", exclamó lo bastante fuerte para que la clase entera lo
escuchase. Los otros estudiantes soltaron risitas ahogadas y Doris enrojeció. Balbuceó:
"¿Co-cómo? Eso es muy bonito Jeremy. A-ahora vuelve a tu sitio, por favor".
Llegó la primavera, y los niños hablaban animadamente de la llegada de la Pascua.
Doris les contó la historia de Jesús, y para enfatizar la idea del nacimiento a una nueva
vida, dio a cada uno de los niños un gran huevo de plástico. "Ahora quiero que os lo
llevéis a casa y que lo traigáis de vuelta mañana con algo dentro que signifique una
nueva vida ¿Lo habéis entendido?". "Sí, Srta. Miller", respondieron entusiásticamente
los niños (todos excepto Jeremy). Él la escuchó dando muestras de estar
comprendiendo lo que decía. Sus ojos no dejaron de estar fijos en su cara. Incluso ni
hizo sus ruidos habituales. ¿Había entendido el chico lo que ella había explicado sobre
la muerte y resurrección de Jesús? ¿Había entendido la tarea asignada? Tal vez debiera
llamar a sus padres y explicarles a ellos el proyecto. Esa tarde, el fregadero de la cocina
de Doris se atascó. Llamó a su casero y esperó durante una hora a que viniera y lo
desatascara. Después tuvo que ir a la tienda a por la compra diaria, planchar una blusa
y preparar un examen de vocabulario para el día siguiente. Olvidó por completo llamar
a los padres de Jeremy. A la mañana siguiente, 19 niños llegaron a la escuela, riendo y
hablando mientras dejaban sus huevos en la gran cesta de mimbre sobre la mesa de la
Srta. Miller. Tras acabar su lección de matemáticas, llegó el momento de abrir los
huevos. En el primer huevo, Doris encontró una flor. "Oh, sí. Una flor es ciertamente
un signo de nueva vida. Cuando las plantas asoman de la tierra, sabemos que ha llegado
la primavera". Una niña pequeña en la primera fila agitó su brazo. "Ese es mi huevo,
Srta. Miller", dijo. El siguiente huevo contenía una mariposa de plástico, que parecía
muy real. Doris la mantuvo en alto: "Todos sabemos que una oruga cambia y se
transforma en una bonita mariposa. Sí, también es nueva vida". La pequeña Judy sonrió
orgullosa y dijo, "Srta. Miller, ese es mío". En el siguiente, Doris encontró una roca
con musgo. Explicó que ese musgo también significaba vida. Billy alzó la voz desde
el fondo de la clase: "Mi papá me ayudó", dijo sonriente. Entonces Doris abrió el cuarto
huevo. Sofocó un grito. El huevo estaba vacío. Con toda seguridad debe ser de Jeremy,
pensó, y naturalmente, él no había entendido sus instrucciones. Si no hubiese olvidado
telefonear a sus padres... Para no hacerle pasar un mal rato, con cuidado puso el huevo
a un lado y alcanzó otro. De pronto Jeremy dijo: "Srta. Miller, ¿no va usted a hablar de
mi huevo?". Doris replicó confusa: "Pero Jeremy, tu huevo está vacío". Él la miró
fijamente a los ojos y dijo suavemente: "Sí, pero la tumba de Jesús también estaba
vacía". El tiempo se paró. Cuando pudo hablar de nuevo, Doris le preguntó: "¿Sabes
por qué estaba vacía la tumba?". "Oh, sí. A Jesús lo mataron y lo pusieron dentro.
Entonces su Padre lo elevó hacia Él." La campana del recreo sonó. Mientras los niños
corrían animadamente hacia el patio del colegio, Doris lloró. La frialdad de su interior

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de desvaneció por completo. Tres meses más tarde, Jeremy murió. Aquellos que fueron
al tanatorio a expresar sus condolencias, se sorprendieron al ver 19 huevos sobre la
tapa de su ataúd. Todos ellos vacíos.


El inventario de las cosas perdidas
A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi
ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que era el último día de su vida. Me
aproximé y le dije: "¡Buenos días, abuelo!". Y él extendió su mano en silencio. Me
senté junto a su sillón y después de unos instantes un tanto misteriosos, exclamó: "¡Hoy
es día de inventario, hijo!". "¿Inventario?", pregunté sorprendido. "Sí. ¡El inventario
de tantas cosas perdidas! Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que luego nunca
hice, por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza. Recuerdo
también aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó
del pueblo sin yo saberlo. También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero no me
atreví. Recuerdo tantos momentos en que he hecho daño a otros por no tener el valor
necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y otras veces en que me faltó valentía
para ser leal. Y las pocas veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero
con locura. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas
oportunidades perdidas!". Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se le
humedecieron sus ojos, y continuó: "Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión
de mi vida. A mi ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer
tu inventario a tiempo". Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: "¿Sabes qué
he descubierto en estos días? ¿Sabes cuál es el pecado mas grave en la vida de un
hombre?". La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad: "No lo
había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle
el mal...". Me miró con afecto y me dijo: "Pienso que el pecado más grave en la vida
de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas
perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas." Al día siguiente, regresé
temprano a casa, después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio
"inventario" de las cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no manifestado.


El ladrillazo
Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su Jaguar último
modelo, con precaución de esquivar un chico que hacía señas en la calle. Sin mirarle,
y sin bajar la velocidad, pasó junto a él. Sintió un golpe en la puerta. Al bajarse, vio
que un ladrillo le había estropeado la pintura de la puerta de su lujoso auto. Salió
corriendo y agarró por los brazos al chiquillo, y le gritó: ¿Qué rayos es esto? ¿Por qué
haces esto con mi coche? Y enfurecido, continuó gritándole: ¡Es un coche nuevo, y ese
ladrillo que lanzaste te va a costar caro! ¿Por qué lo hiciste? "Por favor, Señor, por
favor, lo siento mucho. No sé qué hacer. Lancé el ladrillo porque nadie paraba...". Las
lágrimas bajaban por sus mejillas, mientras señalaba hacia un lado: "Es mi hermano.
Se descarriló su silla de ruedas y se cayó al suelo y no puedo levantarlo". Sollozando,
el chiquillo le preguntó: "¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Se
ha hecho daño. Y no puedo con él, pesa mucho para mí solo." Visiblemente impactado
por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó saliva. Emocionado por lo que acababa

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de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente. Sacó su pañuelo
para limpiar un poco las cortaduras y la suciedad de las heridas del hermano de aquel
chiquillo. Comprobó que que se encontraba bien, y miró al chiquillo, que le dio las
gracias con una sonrisa que nadie podría describir. "Dios le bendiga, señor. Muchas
gracias." El hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la
pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita. El ejecutivo no
ha reparado aún la puerta del auto, manteniendo la rayadura que le hizo el ladrillazo.
Le recuerda que no debe ir por la vida tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un
ladrillo para que preste atención. A veces hay muchas cosas que nos susurran en el
alma y en el corazón. Hay veces que tiene que caernos un ladrillo para prestar atención
a lo que pasa.
El leopardo y el fuego
Según un cuento africano, antiguamente el leopardo y el fuego eran amigos. El
leopardo vivía, como ahora, en la selva, y el fuego en una caverna. A veces el leopardo
hacía largas caminatas para ir a ver a su amigo. Un día le dijo: "¿Por qué no me
devuelves mis visitas? ¿Y por qué te estás aquí metido siempre en la caverna en
compañía de estas piedras negras?". El fuego respondió: "Es mucho mejor que yo esté
aquí. Si salgo, puedo ser muy peligroso." Pero el leopardo insistió tanto, que al fin su
amigo dijo: "Bueno, pero primero limpia cuidadosamente la explanada que hay delante
de la caverna". El leopardo era algo perezoso, así que arrancó la hierba, pero dejó
alguna que otra hoja seca. Cuando el fuego salió de la caverna, se transformó en seguida
en un gran incendio que, impulsado por el viento, llegó hasta la copa de los árboles. El
leopardo, aterrorizado, se puso a correr de un lado para otro y se le quemó la piel. Por
eso todavía hoy el leopardo lleva las señales de las quemaduras y, cuando ve a lo lejos
a su amigo el fuego, huye como un loco. Moraleja: los perezosos y los inconstantes
pierden hasta los amigos.


El milagro de Lanciano
Lanciano es un pueblo del Abruzzo, al sur de Chietti y Pescara. En el siglo VII un
monje basiliano duda de la presencia del Señor en las Especies, mientras celebraba la
Misa. Y, ante él, la Hostia se transforma en un trozo de carne, redondo, de la misma
forma que la Hostia; y en el cáliz, el vino se transforma en Sangre que se coagula
enseguida: forma 5 coágulos. Así se conserva hoy en día. La Hostia en una custodia y
los coágulos en una ampolla. El 18-IX-70 se hizo una consulta a Roma para analizar lo
que hay dentro. Los profesores Lindi y Bertelli, el 4-III-71, publican los resultados:
carne y sangre humanas; grupo AB (el mismo de la Sábana Santa); de una persona
viva; diagrama de la sangre corresponde a la sangre extraída ese mismo día del
paciente; carne: fibras de miocardio.


El Príncipe pasó por aquí
"¡Cómo quiere madre que eche cuenta en nada esta mañana, si el Príncipe va a
pasar por aquí! Dime tú cómo me peino, madre. Qué vestido me voy a poner... Sí,
madre, no me mires así. Ya sé que él no alzará sus ojos a mí ventana; ya sé yo que lo
veré sólo un momento... Pero el príncipe va a pasar por aquí, madre, y yo quiero
ponerme ese instante lo mejor que tengo". (...) "Madre, ya el Príncipe pasó. Cómo

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brillaba el sol de la mañana en su carroza. Yo abrí el velo de mi casa, me arranqué del
cuello la cadena de rubíes y la eché a su paso...". "Sí, madre, no me mires tú así; ya sé
que él no cogió mi cadena; ya sé que la aplastó una rueda de su carro; que sólo quedó
de ella una mancha grana en el polvo; que nadie sabe que el regalo era el mío; ni para
quien era... Pero el Príncipe pasó por aquí, madre, y yo le eché a su paso el mejor
tesoro". (Peekay, protagonista de "La potencia de uno", de Courtenay)


El rey y su halcón
Genghis Khan (1162-1227), cuyo imperio mongol se extendía desde el este de
Europa hasta el Mar de Japón, llegó un día con su ejército a China y a Persia, y
conquistó muchas tierras. En todos los países, los hombres referían sus hazañas, y
decían que desde Alejandro Magno no existía un rey como él. Una mañana, cuando
descansaba de sus guerras, salió a cabalgar por los bosques. Lo acompañaban muchos
de sus amigos. Cabalgaban jovialmente, llevando sus arcos y flechas. Sus criados los
seguían con los perros. Era una alegre partida de caza. Sus gritos y sus risas resonaban
en el bosque. Esperaban obtener muchas presas. En la muñeca, el rey llevaba su halcón
favorito, pues en esos tiempos se adiestraba a los halcones para cazar. A una orden de
sus amos, echaban a volar y buscaban las presas desde el aire. Si veían un venado o un
conejo, se lanzaban sobre él con la rapidez de una flecha. Todo el día Genghis Khan y
sus cazadores atravesaron el bosque, pero no encontraron tantos animales como
esperaban. Al anochecer emprendieron de regreso. El rey cabalgaba a menudo por los
bosques, y conocía todos los senderos. Así que mientras el resto de la partida tomaba
el camino más corto, eligió un camino más largo por un valle entre dos montañas.
Había sido un día caluroso, y el rey tenía sed. Su halcón favorito había echado a volar,
y sin duda encontraría el camino de regreso. El rey cabalgaba despacio. Una vez había
visto un manantial de aguas claras cerca de ese sendero. ¡Ojalá pudiera encontrarlo
ahora! Pero los tórridos días de verano habían secado todos los manantiales de
montaña. Al fin, para su alegría, vio agua goteando de una roca. Sabía que había un
manantial más arriba. En la temporada de las lluvias, siempre corría por allí un río muy
caudaloso, pero ahora bajaba una gota por vez. El rey se apeó del caballo. Tomó un
tazón de plata de su morral, y lo sostuvo para recoger las gotas que caían con lentitud.
Tardaba mucho en llenarse, y el rey tenía tanta sed que apenas podía esperar. En cuanto
el tazón se llenó, se lo llevó a los labios y se dispuso a beber. De pronto oyó un silbido
en el aire, y le arrebataron el tazón de las manos. El agua se derramó en el suelo. El rey
alzó la vista para ver quien había hecho esto. Era su halcón. El halcón voló de aquí para
allá varias veces, y al fin se posó en las rocas, a orillas del manantial. El rey recogió el
tazón, y de nuevo se dispuso a llenarlo. Esta vez no esperó tanto tiempo. Cuando el
tazón estuvo medio lleno, se lo acercó a la boca. Pero apenas lo intentó, el halcón se
echó a volar y se lo arrebató de las manos. El rey empezó a enfurecerse . Lo intentó de
nuevo, y por tercera vez el halcón le impidió beber. El rey montó en cólera. “¿Cómo te
atreves a actuar así? ¡Si te tuviera en mis manos te retorcería el cuello!”. Llenó el tazón
de nuevo. Pero antes de tratar de beber, desenvainó la espada: “Amigo halcón, esta es
la última vez”. No acababa de pronunciar estas palabras cuando el halcón bajó y le
arrebató el tazón de la mano. Pero el rey lo estaba esperando. Con una rápida estocada
abatió al ave. El pobre halcón cayó sangrando a los pies de su amo. “¡Ahora tienes lo
que mereces!”, dijo Genghis Khan. Pero cuando buscó su tazón, descubrió que había
caído entre dos piedras, y que no podía recobrarlo. “De un modo u otro, beberé agua

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de esa fuente”, se dijo. Decidió trepar la empinada cuesta que conducía al lugar de
donde goteaba el agua. Era un ascenso agotador, y cuanto más subía, más sed tenía. Al
fin llegó al lugar. Allí había, en efecto un charco de agua ¿pero qué había en el charco?
Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa. El rey se detuvo. Olvidó la
sed. Pensó sólo en el pobre pájaro muerto. “¡El halcón me salvó la vida! ¿Y cómo le
pagué? ¡Era mi mejor amigo y lo he matado!”. Bajó la cuesta. Tomó suavemente al
pájaro y lo puso en su morral. Luego montó a caballo y regresó deprisa, diciéndose:
“Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia”.


El tapiz
El nuevo sacerdote, recién asignado a su primer ministerio pastoral para reabrir
una iglesia en los suburbios de Brooklyn, New York, llegó a comienzo de octubre
entusiasmado con sus primeras oportunidades. Cuando vio la iglesia se encontró
conque estaba en pésimas condiciones y requería de mucho trabajo de reparación. Se
fijó la meta de tener todo listo a tiempo para oficiar su primera Misa en la Nochebuena.
Trabajó arduamente, reparando los bancos, empañetando las paredes, pintando, etc., y
para el 18 de diciembre ya habían casi concluido con los trabajos, adelantándose a su
propia meta. Pero el 19 de diciembre cayó una terrible tormenta que azotó la zona
durante dos días completos. El día 21 el sacerdote fue a ver la iglesia. Su corazón dio
un vuelco cuando vio que el agua se había filtrado a través del techo, causando una
gotera enorme en la pared frontal, exactamente detrás del altar, dejando una mancha y
un destrozo como a la altura de la cabeza. El sacerdote limpió el suelo, y no sabiendo
que más hacer, salió para su casa. En el camino vio que una tienda local estaba llevando
a cabo una venta de liquidación de cosas antiguas, y decidió entrar. Uno de los artículos
era un hermoso tapiz hecho a mano, color hueso, con un trabajo exquisito de
aplicaciones, bellos colores y una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño
adecuado para cubrir el hueco en la pared frontal. Lo compró y volvió a la iglesia. Ya
para ese entonces había comenzado a nevar. Una mujer mayor iba corriendo desde la
dirección opuesta tratando de alcanzar el autobús, pero finalmente lo perdió. El
sacerdote la invito a esperar en la iglesia, donde había calefacción, pues el siguiente
autobús tardaría 45 minutos en llegar. La señora se sentó en el banco sin prestar
atención al sacerdote, mientras este buscaba una escalera, ganchos, etc., para colocar
el tapiz como tapiz en la pared. El sacerdote estaba muy satisfecho de lo bien que
quedaba, y de cómo cubría toda la superficie estropeada. Entonces vio que la mujer
venía hacia él, desde el pasillo del centro. Su cara estaba blanca como una hoja de
papel: "Padre, ¿dónde consiguió usted ese tapiz?". El sacerdote le explicó. La mujer le
pidió que le permitiera ver la esquina inferior derecha para ver si las iniciales EBG
aparecían bordadas allí. Sí, estaban. Eran las iniciales de aquella mujer, y ella había
hecho ese tapiz 35 anos atrás en Austria. La mujer apenas podía creerlo cuando el
sacerdote le contó cómo acababa obtener el tapiz. La mujer le explicó que antes de la
guerra ella y su esposo tenían una posición económica holgada en Austria. Cuando los
nazis llegaron, la forzaron a irse. Su esposo debía seguirla la semana siguiente. Ella fue
capturada, enviada a prisión y nunca volvió a ver a su esposo ni su casa. El sacerdote
ofreció regalarle el tapiz, pero ella lo rechazó diciéndole que era lo menos que podía
hacer. Se sentía muy agradecida pues vivía al otro lado de Staten Island y solamente
estaba en Brooklyn por el día para un trabajo de limpieza de casa. El sacerdote le pidió
sus señas, con idea de hacerle llegar el tapiz unos días después. En la Misa de la

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Nochebuena la iglesia estaba casi llena. La música y el espíritu que reinaban eran
increíbles. Al final, el sacerdote despidió a todos en la puerta y muchos expresaron que
volverían. Un hombre mayor, que el pastor reconoció del vecindario, seguía sentado
en uno de los bancos mirando hacia el frente, y el sacerdote se preguntaba por qué no
se iba. El hombre le preguntó dónde había obtenido ese tapiz que estaba en la pared del
frente, porque era idéntico al que su esposa había hecho años atrás en Austria antes de
la guerra, y no entendía cómo podía haber dos tapices tan idénticos. Le relató cómo
llegaron los nazis y cómo el forzó a su esposa a irse, para la seguridad de ella, y cómo
él no pudo seguirla, pues fue arrestado y enviado a prisión. Nunca volvió a ver a su
esposa ni su hogar en todos aquellos 35 años. El sacerdote le preguntó si le permitiría
llevarlo con él a dar una vuelta. Se dirigieron en el carro hacia Staten Island, hacia la
casa de aquella mujer que estuvo tres días atrás en la iglesia. Subieron los tres pisos de
escalera que conducían al apartamento de la mujer, llamaron a la puerta y presenció el
más hermoso encuentro de Navidad que pudo haber imaginado.


El violinista
Ocurrió en París, en una calle céntrica aunque secundaria. Un hombre, sucio y
maloliente tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la
esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas
monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era
imposible identificarla debido a lo desafinado del instrumento y a la forma displicente
y aburrida con que tocaba. Un famoso concertista, que junto con su esposa y unos
amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al mendigo musical. Todos arrugaron la
cara al oír aquellos sonidos tan discordantes. Y no pudieron menos que reír de buena
gana. La esposa le pidió, al concertista, que tocara algo. El hombre echó una mirada a
las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le pidió
el violín, y el mendigo musical se lo prestó con cierto resquemor. Lo primero que hizo
el concertista fue afinar sus cuerdas. Y después, vigorosamente y con gran maestría
arrancó una melodía fascinante del viejo instrumento. Los amigos comenzaron a
aplaudir y los transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado
espectáculo. Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió
también y pronto había una pequeña multitud escuchando arrobada el extraño
concierto. La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas
las denominaciones. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta
alegría. El mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de
dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: " ¡¡Ese es mi violín!! ¡¡Ese es mi
violín!!". Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto. La vida nos da a todos un
violín, que son nuestros conocimientos, habilidades y aptitudes. Y tenemos libertad
para tocar ese violín como nos plazca. Algunos, por pereza, ni siquiera afinan ese
violín. No perciben que hay que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar
constantemente nuestras aptitudes si hemos de dar un buen concierto. Pretenden una
boina llena de dinero, y lo que entregan es una discordante melodía que no gusta a
nadie.

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Elegiría el cactus
Caía el sol terrible de la tarde y el pueblo se asaba en el calor abajo. "Es un
crepúsculo magnífico. Este es siempre el mejor sitio". Miré detrás de mí y vi un hombre
alto y delgado, más alto, mucho más, y puede que hasta más delgado que mi abuelo.
Llevaba un sombrero de campo maltrecho y viejo y el cabello, níveo le llegaba a los
hombros. Así entró el profesor Von Vollensteen, Doc, en mi vida. Yo tenía sólo seis
años. Poco tiempo después, convenció a mi madre para que, a cambio de dame clases
de piano, me dejara acompañarle en busca de cactus para su jardín, situado "en la cima
más o menos llana de un pequeño cerro que dominaba el pueblo y el valle. Para llegar
a ella había que subir diez minutos de cuesta hacia la soledad, por una carreterita de
piedras y tierra que no llevaba a ninguna otra parte. Aquel jardín de cactus puede que
fuese la mejor colección privada de cactus del planeta. Yo, que me convertí en un
especialista en cactus, no he visto nunca otro mejor". Lo cierto es que mi madre,
desconcertada y encantada a la vez, terminó accediendo a su petición cuando Doc le
explicó su teoría sobre los cactus: "Si Dios eligiese una planta para representarle, yo
creo que elegiría entre todas ellas el cactus. El cactus posee casi todas las bendiciones
que Él intentó otorgar al hombre, casi siempre en vano. El cactus es humilde pero no
sumiso. Crece donde no es capaz de crecer ninguna otra planta. No se queja si el sol le
quema en la espalda, ni si el viento lo arranca del acantilado o lo sepulta en la arena
seca del desierto, ni sí está sediento. Cuando llega la lluvia almacena agua para futuros
tiempos difíciles. Florece lo mismo en el buen tiempo que en el malo. Se guarda del
peligro pero no hace daño a ninguna otra planta. Se adapta perfectamente casi a
cualquier medio. En Méjico hay un cactus que sólo florece una vez cada cien años y
de noche. Eso es santidad de un grado extraordinario, ¿no está usted de acuerdo? El
cactus tiene propiedades que le permiten curar las heridas de los hombres, y se extraen
de él pociones que pueden hacer que un hombre toque el rostro de Dios o se asome a
la boca del infierno. Es la planta de la paciencia y de la soledad, del amor y de la locura,
de la belleza y de la fealdad, de la dureza y de la suavidad. ¿No cree usted que de todas
las plantas fue al cactus la que Dios hizo a su propia imagen?". (Peekay, protagonista
de "La potencia de uno", de Courtenay)


Empuja la vaquita
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo
lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la
caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer
personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias.
Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes: una pareja y tres hijos,
la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas, sin calzado. Entonces se
aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: "En este lugar no
existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen usted y
su familia para sobrevivir aquí?". El señor calmadamente respondió: "Amigo mío,
nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte
del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad
vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así
es como vamos sobreviviendo. "El sabio agradeció la información, contempló el lugar

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por un momento, luego se despidió y se fue. Siguieron su camino, y un rato después se
volvió hacia su fiel discípulo y le ordenó: "Busque la vaquita, llévela al precipicio de
allí enfrente y empújela al barranco." El joven, espantado, cuestionó al maestro aquella
orden, pues la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como
percibió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden. Así que empujó la
vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria
de aquel joven durante años. Un buen día el joven agobiado por la culpa resolvió
abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la
familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar
veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo habitado, con carro en el garaje de
tremenda casa y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y
desesperado imaginando que aquella humilde familia tuviese que vender el terreno para
sobrevivir, aceleró el paso y llegando allá, fue recibido por un señor muy simpático. El
joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años, el señor respondió
que seguían viviendo allí. Espantado el joven entró corriendo a la casa y confirmó que
era la misma familia que visitó hacía algunos años con el maestro. Elogió el lugar y
preguntó al señor (el dueño de la vaquita): "¿Cómo hizo para mejorar este lugar y
cambiar de vida?". El señor entusiasmado le respondió: "Nosotros teníamos una
vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad
de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así
alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora." La moraleja samurai nos dice:
"Todos nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para
nuestra supervivencia, pero que nos lleva a la rutina y nos hace dependientes de ella, y
nuestro mundo se reduce a lo que la vaquita nos brinda. Tu sabes cual es tu vaquita.
No dudes un segundo en empujarla por el precipicio.


En la vida real
"He visto muchas películas de prisiones donde el teléfono suena en el momento
preciso en que está a punto de accionar el interruptor para cargarse a un pobre inocente,
pero en todos los años que pasé en el bloque E (de los condenados a muerte), nuestro
teléfono no sonó ni una sola vez. En las películas, la salvación resulta barata, y la
inocencia también. Uno paga veinticinco centavos y consigue algo que vale
exactamente eso. En la vida real, todo cuesta más, y las respuestas son diferentes".
(diálogo toma de La milla verde, de Stephen King).


Enfadarse
Érase una vez un joven con un carácter bastante violento. Su padre le dio una
bolsa de clavos y le dijo que clavara un clavo en la cerca del jardín cada vez que
perdiera la paciencia y se peleara con alguien. El primer día, llegó a clavar 37 clavos
en la cerca. Durante las semanas siguientes aprendió a controlarse, y el número de
clavos colocados en la cerca disminuyo día tras día: había descubierto que era más fácil
controlarse que clavar clavos.
Finalmente, llego un día en el cual el joven no clavó ningún clavo en la cerca.
Entonces fue a ver a su padre y le dijo que había conseguido no clavar ningún clavo
durante todo el día. Su padre le dijo entonces que quitara un clavo de la cerca del jardín

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por cada día durante el cual no hubiera perdido la paciencia. Los días pasaron y
finalmente el joven pudo decirle a su padre que había quitado todos los clavos de la
cerca.
El padre condujo entonces a su hijo delante de la cerca del jardín y le dijo: "Hijo
mío, te has portado bien, pero mira cuantos agujeros hay en la cerca del jardín. Esta
cerca ya no será como antes. Cuando te peleas con alguien y le dices algo desagradable,
le dejas una herida como esta. Puedes acuchillar a un hombre y después sacarle el
cuchillo, pero siempre le quedará una herida. Poco importa cuantas veces te excuses,
la herida verbal hace tanto daño como una herida física. Los amigos son como joyas
muy valiosas. No los maltrates. Siempre están dispuestos a escuchar cuando lo
necesitas, te sostienen y te abren su casa."





Eres importante para mí
Una profesora universitaria inició un experimento entre sus alumnos. A cada uno
les dio cuatro tarjetas de color azul, todos con la leyenda "Eres importante para mi" y
les pidió que se pusieran una. Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella
pensaba de ellos. Luego les explicó de qué se trataba el experimento: tenían que darle
una de esas tarjetas a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el
motivo, y dándole el resto para que esa persona hiciera lo mismo. El experimento era
ver cuánto podía influir en las personas ese pequeño detalle. Todos salieron de clase
pensando y comentando a quién darían esas tarjetas. Algunos mencionaban a sus
padres, a sus hermanos o a sus novios. Pero entre aquellos estudiantes había uno que
vivía lejos de sus padres. Había conseguido una beca para esa universidad y al estar
lejos de su hogar, no podía darle esa tarjeta a sus padres o hermanos. Pasó toda la noche
pensando a quién se la daría. Al día siguiente, muy temprano, pensó en un amigo suyo,
joven profesional que le había orientado para elegir carrera y que muchas veces le
aconsejaba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba. A la salida de clase se
dirigió al edificio donde su amigo trabajaba. En la recepción pidió verlo. A su amigo
le extrañó, ya que el muchacho no solía ir a esas horas, por lo que pensó que algo malo
pasaba. El estudiante le explicó el propósito de su visita, le entregó tres tarjetas y le
dijo que al estar lejos de casa, él era el mas indicado. El joven ejecutivo se sintió
halagado, pues no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su
amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados. El joven
ejecutivo regresó a su trabajo y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada
idea: entregaría los dos tarjetas restantes a su jefe. Su jefe era una persona huraña y
siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera "desocupado". Cuando
consiguió verlo, estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su
departamento, con la oficina estaba repleta de papeles. El jefe sólo gruñó: "¿Qué desea
usted?". El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró
los dos tarjetas. El jefe, asombrado, le preguntó: "¿Por qué cree usted que soy el mas
indicado para tener ese tarjeta?". El joven le respondió que él lo admiraba por su
capacidad y entusiasmo en los negocios, y porque de él había aprendido bastante y
estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado los

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dos tarjetas. No muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el
puesto en el que él se encontraba. El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe
y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa. El jefe, acostumbrado a estar en la
oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. Se fue reflexionando
mientras conducía rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó
que algo le había pasado. Cuando le preguntó si pasaba algo, el respondió que no
pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. La esposa se extrañó, ya que su
esposo acostumbraba a llegar de mal humor. El jefe preguntó "¿Dónde esta nuestro
hijo?". La esposa sólo lo llamó, y el chico vino, y su padre sólo le dijo: "Acompáñame,
por favor". Ante la mirada extrañada de la esposa y del hijo, ambos salieron de la casa.
El jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su "valioso tiempo" en su familia
muy a menudo. Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El
padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía
que no era un buen padre, que muchas veces se ausentó en aquellos momentos que
sabía que eran importantes. Le mencionó que había decidido cambiar, que quería pasar
más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía. Le
mencionó lo de los tarjetas y cómo uno de sus jóvenes ejecutivos se la había dado. Le
dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle la última tarjeta a él, ya que era lo
más importante, lo más sagrado para él, que el día que nació fue el más feliz de su vida
y que estaba orgulloso de él: eres importante para mi. El chico, con lágrimas en los
ojos, le dijo: "Papá, no sé qué decir, mañana pensaba suicidarme porque pensé que yo
no te importaba. Te quiero, papá, perdóname." Ambos lloraron y se abrazaron. El
experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias
vidas, con sólo expresar lo que sentía.


Es como yo
Mi hijo hace poco llegó a este mundo, de manera normal... pero yo tenía que
trabajar, tenía tantos compromisos... Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo
esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba. A medida que crecía, me decía:
"Papá, algún día seré como tú ¿Cuándo regresas a casa, papá?". "No lo sé, hijo mío,
pero cuando regrese jugaremos juntos..., ya lo verás". Mi hijo cumplió diez años y me
decía: "Gracias por la pelota, papá. ¿Quieres jugar conmigo?". "Hoy no, hijo mío, que
tengo mucho que hacer." "Está bien papá, otro día será", y se fue sonriendo, y siempre
en sus labios las palabras: "Yo quiero ser como tú. ¿Cuándo regresas a casa, papá?".
"No lo sé, hijo, pero cuando regrese jugaremos juntos..., ya lo verás." Mi hijo regresó
de la universidad, hecho todo un hombre. "Hijo, estoy muy orgulloso de ti. Siéntate y
hablemos un poco." "Hoy no, papá, tengo compromisos...; por favor, préstame el coche
para ir a visitar a unos amigos." Ahora me he jubilado y mi hijo vive en un barrio
cercano. Hoy le he llamado: "Hola, hijo mío, quiero verte." "Me encantaría, papá, pero
es que no tengo tiempo...; tú sabes, el trabajo, los niños...; pero gracias por llamar, fue
estupendo hablar contigo." Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había
cumplido su deseo, era exactamente como yo.

Hablar con los padres ancianos
Mi padre me llama mucho por teléfono -decía un hombre joven-. Voy poco a
verle. Ya sabes cómo son los viejos, cuentan siempre las mismas cosas una y otra vez.

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Además nunca faltan cosas que hacer: el trabajo, mi mujer, mis amigos... En cambio
yo -le dijo su compañero- procuro hablar mucho con mi padre. Caray -se apenó el otro-
, eres mejor que yo. Soy igual que tú -respondió el amigo con tristeza-, mi padre murió
hace tiempo y ahora sigo hablando con él, pues pienso que me escucha desde el Cielo.
Pero mientras vivió, le visitaba poco y apenas hablaba con él. Ahora siento su ausencia,
y lo busco cuando ya se me fue. Te recomiendo que procures hablar con él ahora que
lo tienes, no esperes a visitarle en el cementerio, como tengo que hacer yo.
Firmes en medio de la persecución religiosa
Cuando el Papa estuvo en La Habana, el cardenal le comentó que, a la vista de las
dificultades del momento, había decidido moderar su actividad y no hacer apenas
proselitismo, para no tener más conflictos aún con el gobierno. El Papa le miró con
afecto en silencio. Tenía tras de sí la experiencia de tantos años bajo la persecución
comunista en Polonia. Sabía que este tipo de soluciones acomodaticias, incluso si eran
de buena fe, terminaban aguando el cristianismo y haciendo perder el vigor de la fe.
Transcurrieron unos segundos, y después el Papa pronunció con firmeza con unas
palabras de la “Gaudium et Spes”: “La Iglesia no puede nunca dejar de ser misionera”.
Historia de dos ciudades
Un viajero se aproximaba a una gran ciudad y preguntó a una mujer que se
encontraba a un lado del camino: "¿Cómo es la gente de esta ciudad?". "¿Cómo era la
gente del lugar de donde vienes?", le inquirió ella a su vez. "Terrible, mezquina, no se
puede confiar en ella... detestable en todo los sentidos", respondió el viajero. "¡Ah! -
exclamó la mujer-, encontrarás lo mismo en la ciudad a donde te diriges".
Apenas había partido el primer viajero cuando otro se detuvo y también preguntó
acerca de la gente que habitaba en la ciudad cercana. De nuevo la mujer le preguntó al
viajero por la gente de la ciudad de donde provenía. "Era gente maravillosa; honesta,
trabajadora y extremadamente generosa. Lamento haber tenído que partir.", declaró el
segundo viajero. La sabia mujer le respondió: "Lo mismo hallarás en la ciudad adonde
te diriges".
En ocasiones no vemos las cosas como son, las vemos como somos.


Incredulidad en Plutón
Anoche tuve en mi casa una increíble visita de un viajero. Un extraño personaje
que venía nada menos que de Plutón. Estaba muy nervioso. Me explicó como en su
planeta corrían terribles rumores sobre los terrícolas: "En mi planeta, dicen las malas
lenguas, que a millones de esos pequeños seres humanos, vosotros mismos, lo
humanos, los tenéis congelados en neveras a la espera de ser objeto de experimentos o
de ser destruidos." "¿Qué mas se comenta de nosotros en tu planeta?", le pregunté.
"Pues cosas peores, como que también a millones de seres humanos, igualmente
pequeños o un poco mas grandes, se les mata, se acaba con su vida, cuando aún no han
nacido, en el vientre de su madre". Sentí como la congoja apretaba mi pecho y como
las lágrimas asomaban en mis ojos. "Te estás poniendo rojo. No te enfades, si quieres
yo volveré a mi planeta y les diré que nunca cuenten mentiras tan horribles sobre
vosotros los humanos". "Amigo, no me enfado con los tuyos. Me avergüenzo de los
míos. Todo lo que has dicho es cierto, eso hacen algunos seres humanos grandes, con
sus pequeños seres humanos". "Entonces me voy. No era capaz de creérmelo. Me
vuelvo a casa, por que si eso hacéis con los vuestros, que no haréis con los que no

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somos de vuestra especie". Jesús García Sánchez-Colomer


Información, por favor
Cuando yo era niño, mi padre tenía uno de los primeros teléfonos de nuestro
vecindario. Recuerdo bien la vieja caja pulida clavada a la pared y el brillante auricular
colgado en el lateral de la caja. Yo era demasiado pequeño para alcanzar el teléfono,
pero solía escuchar con fascinación cuando mi madre hablaba por él.
Entonces descubrí que en alguna parte dentro de ese maravilloso dispositivo, vivía
una extraña persona - su nombre era "Información Por Favor" y no había nada que ella
no supiese. "Información Por Favor" podía proporcionarte el nombre de cualquiera y
la hora exacta.
Mi primera experiencia personal con este "genio de la lámpara" llegó un día
mientras mi madre visitaba a un vecino. Divirtiéndome con el banco de herramientas
del sótano, me aplasté el dedo con un martillo. El dolor era terrible, pero allí no parecía
haber ninguna razón para llorar porque en casa no había nadie que me pudiese consolar.
Caminé de un lado a otro por la casa chupando mi dedo palpitante y finalmente llegué
a la escalera.
¡El teléfono! Rápidamente corrí a por el taburete en el recibidor y lo arrastré hasta
el rellano de la escalera. Subiéndome a él, descolgué el receptor y lo mantuve junto a
mi oreja. "Información Por Favor", dije al micrófono justo sobre mi cabeza. Un clic o
dos y una vocecita clara habló en mi oído.
"Información." "Me he lastimado el dedo. . ." gemí al teléfono. Las lágrimas
llegaron sin demasiado esfuerzo ahora que tenía audiencia.
"¿No está tu madre en casa?" preguntó. "Nadie más que yo está en casa." sollocé.
"¿Estás sangrando?" "No," repliqué. "Me he golpeado el dedo con el martillo y me
duele." "¿Puedes abrir la nevera?" preguntó. Dije que podía. "Entonces corta un trocito
de hielo y manténlo junto a tu dedo," dijo la voz.
Después de aquello, llamaba a "Información Por Favor" para cualquier cosa. La
llamé para que me ayudara con la geografía y me dijo donde estaba Filadelfia. Me
ayudo con las matemáticas. Me dijo que mi ardilla, que había cogido en el parque justo
el día de antes, comería frutas y nueces.
Por aquel entonces, Petey, nuestro canario, murió. Llamé a "Información Por
Favor" y le conté la triste historia. Ella escuchó y después dijo lo que usualmente los
adultos dicen para consolar a un niño. Pero yo estaba desconsolado. Le pregunté, "¿Por
qué los pájaros pueden cantar tan bellamente y llevar alegría a todas las familias, solo
para acabar como un montón de plumas en el fondo de la jaula?" Ella debió sentir mi
profunda inquietud, porque dijo sencillamente, "Paul, recuerda siempre que hay otros
mundos donde cantar."
De alguna forma me sentí mejor. Otro día estaba en el teléfono. "Información Por
Favor". "Información," dijo la, ahora familiar, voz. "¿Cómo se deletrea aprieto?"
pregunté.
Y todo ello tuvo lugar en un pequeño pueblo en el Noroeste de la costa del
Pacífico.
Cuando tenía 9 años me mudé a través del país a Boston. Eché mucho de menos
a mi amiga. "Información Por Favor" pertenecía a aquella vieja caja de madera allá en

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casa, y de ningún modo pensé intentarlo con el increíble y brillante nuevo teléfono
situado en la mesa en el recibidor. Cuando llegué a la adolescencia, las memorias de
aquellas conversaciones infantiles, en realidad nunca me abandonaron. A menudo, en
momentos de duda y confusión, podía apelar a una serena seguridad y la tenía.
Apreciaba ahora cuan paciente, compresiva y amable era ella para haber gastado su
tiempo en un niño pequeño.
Unos pocos años más tarde, en mi ruta hacia el oeste hacia la universidad, mi
avión aterrizó en Seattle. Tenía algo así como media hora entre avión y avión. Pasé
alrededor de 15 minutos al teléfono con mi hermana que entonces vivía allí. Entonces,
sin pensar en lo que estaba haciendo, marqué la operadora de mi pueblo natal y dije,
"Información Por Favor".
Milagrosamente, oí la menuda y clara voz que conocía tan bien, "Información."
No lo había planeado, pero me oí a mí mismo diciendo, "¿Puede decirme cómo
se deletrea aprieto?" Hubo una larga pausa. Entonces vino la respuesta en voz baja,
"supongo que tu dedo ya debe estar curado." Reí. "Así que realmente eres tú aún," dije.
"Me pregunto si tienes idea de cuánto significaste para mí en aquel tiempo." "Me
pregunto," dijo ella, "si sabes lo mucho que tus llamadas significaban para mí. Nunca
he tenido hijos y solía esperar tus llamadas." Le dije cuan a menudo había pensado en
ella a lo largo de los años y le pregunté si podía llamarla de nuevo cuando volviera a
visitar a mi hermana. "Por favor, hazlo," dijo. "Pregunta por Sally."
Tres meses después estaba de vuelta en Seattle. Una voz diferente contestó,
"Información." Pregunté por Sally. "¿Es usted un amigo?" dijo ella. "Sí, un muy
antiguo amigo," respondí. "Siento tener que decirle esto," dijo. "Sally había estado
trabajando a tiempo parcial los últimos años porque estaba enferma. Murió hace cinco
semanas." Antes de que pudiera colgar dijo, "Espere un momento. ¿Dijo que su nombre
era Paul?" "Sí." "Bien, Sally dejó un mensaje para usted. Lo anotó por si usted llamaba.
Déjeme leérselo."
La nota decía, "Dile que aún digo que hay otros mundos donde cantar. Él sabrá lo
que quiero decir."
Le di las gracias y colgué. Sabía lo que Sally quería decir. (Paul Villiard, tomado
de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


La caja dorada
A menudo aprendemos mucho de nuestros hijos. Hace algún tiempo, un amigo
mío regañó a su hija de tres años por gastar un rollo de papel de envolver dorado. No
andaba muy bien de dinero y se enfureció cuando la niña trató de decorar una caja para
ponerla bajo el árbol de Navidad. A pesar de ello, la pequeña llevó el regalo a su padre
a la mañana siguiente, y dijo: "Esto es para ti, papá".
Él estaba turbado por su excesiva reacción anterior, pero se molestó de nuevo
cuando vio que la caja estaba vacía. "¿No sabes que cuando le das a alguien un regalo
se supone que debe haber algo dentro?", le dijo.
La pequeña lo miró con lágrimas en los ojos y dijo: "Oh, papá. No está vacía. He
echado besos en la caja. Todos para ti, papá".
El padre estaba hecho polvo. Rodeó con sus brazos a su pequeña y le pidió que le
perdonara. Mi amigo me dijo que conservó esa caja dorada junto a su cama durante
años. Siempre que estaba descorazonado, sacaba un beso imaginario y recordaba el

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amor de la niña que los había puesto allí.
Realmente, a todos nosotros, como padres, se nos ha dado una caja dorada llena
de amor incondicional y besos de nuestros hijos. No hay posesión más preciosa que
nadie pueda tener. (James Dobson, tomado de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


La calumnia
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por
la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado. Tiempo después se
arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre
muy sabio a quien le dijo: "Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo
puedo hacerlo?", a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras
y pequeñas y suelta una donde vayas". El hombre muy contento por aquello tan fácil
tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde
el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más
fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la
calle y búscalas". El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no
pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: "Así como no pudiste
juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló
de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón
a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".


La canasta vacía
Así como una imagen vale más que mil palabras, una historia adecuada ilustra
más que cien libros. La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su
vientre. Este parto, seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al
Faraón. Rodeada de médicos y sirvientas el dolor de su vientre fue en aumento hasta
que explotó en un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte dio un parto
de cinco hijos, cuatro de ellos varones y una niña. El Faraón crió con amor y dedicación
a sus hijos, dándoles la educación de futuros gobernantes a los varones y de princesa a
la hija. Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger
a su sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito
a quién el derecho le correspondiese naturalmente. Consultó con el Consejo de
Ancianos: "Qué debo hacer? ¿Cómo elegir a mi sucesor? Quizás deba dividir el
Imperio en cuatro reinos para ser justo con todos ellos." Los sabios respondieron: "No,
majestad, dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción.
Además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un
concurso entre ellos y el que traiga el proyecto que más beneficie a Egipto, ese sea el
escogido". Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos -
incluida la hija- y les dijo: "Tienen seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso
para Egipto, quién así lo haga será elegido mi sucesor." Seis meses después los cinco
hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los varones gran cantidad de
maquetas y planos, y la hija una canasta vacía. El Faraón escuchó por turno los
proyectos. Cada cual superaba al anterior: un sistema de caminos para el Reino, un
sistema de canales de riego, un sistema de silos para las cosechas, un sistema de puertos
para el comercio... Era difícil pensar en uno que superase en beneficios al otro. La

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discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda sería ardua, problemática y difícil.
Sin embargo, al llegar el turno a la hija ésta mostró su canasta vacía y dijo: "Padre, yo
traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto. Nadie
puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el contenido
de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos." Todos quedaron
sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios estuvieron de
acuerdo en que discutir el valor de los proyectos no tenía más sentido que discutir el
valor del contenido de una canasta vacía. Entonces la solución fue obvia: los recursos
del reino se emplearían para el desarrollo de los proyectos durante dos años y, al cabo
de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada obra para el Reino. Pasaron los
dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse al Salón del Trono. Cada
uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para
demostrar que su obra había sido la más beneficiosa al Reino. Y la hija llegó con su
canasta vacía. A su turno, cada hijo expuso el valor de las obras hechas: cómo ahora el
sistema de riego había aumentado las cosechas, cómo el sistema de caminos permitía
que esas cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, cómo el sistema de silos
permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, cómo los nuevos puertos eran fuente
de comercio y prosperidad. Al llegar el turno de la hija, esta señaló su canasta y dijo:
"Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta
canasta. Ahora lo veis: gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos
y puertos. Sin ella sólo hubiésemos tenido proyectos y una larga discusión para ver
cuál era el mejor sin que nunca ocurriese nada." Los cuatro hermanos se dieron la
vuelta, sorprendidos y azorados, y tras un momento de vacilación se arrodillaron frente
a su hermana. Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz. (Adaptación libre y resumida
del cuento "La Canasta Vacía", de Ana María Aguado, Buenos Aires, 1998).


La carreta vacía
Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño
silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido
de una carreta. Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo
sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es
muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía la carreta,
mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona
hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o
violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a
la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la
carreta, mayor es el ruido que hace". La humildad consiste en callar nuestras virtudes
y permitirle a los demás descubrirlas. Nadie está mas vacío que aquel que está lleno de
sí mismo.


La maestra
Se contaba hace muchos años una historia sobre una profesora de Primaria. Su
nombre era Sra. Thompson. Cuando se ponía de pie frente a su clase de 5º grado en el
primer día de colegio, decía una mentira a los niños. Como muchos maestros, ella

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miraba a sus estudiantes y decía que los quería a todos por igual.
Pero eso era imposible, porque ahí, en la primera fila, hundido en su asiento,
estaba un pequeño llamado Teddy Stoddard. La Sra. Thompson había vigilado a Teddy
el año anterior y se dio cuenta de que no jugaba con los otros niños, que sus ropas
estaban sucias y que constantemente necesitaba un baño. Y Teddy podía ser
desagradable. Llegó al punto que la Sra. Thompson de hecho se complacía en marcar
sus apuntes con una ancha pluma roja, haciendo bien delineadas X y poniendo un gran
"MD" en la parte superior de las hojas.
En la escuela donde enseñaba la Sra. Thompson, ella fue requerida para revisar el
expediente de cada niño y dejó el de Teddy para lo último. Sin embargo, cuando revisó
su expediente, se llevó una sorpresa.
La maestra de primero de Teddy escribió, "Teddy es un niño brillante, de pronta
risa. Hace su trabajo pulcramente y tiene buenos modales, da alegría tenerlo cerca."
Su maestra de segundo escribió, "Teddy es un excelente estudiante, apreciado por
sus compañeros de clase, pero está apenado porque su madre tiene una enfermedad
terminal y la vida en su hogar debe ser una pugna."
Su maestra de tercero escribió, "La muerte de su madre ha sido dura para él.
Intenta hacer lo mejor, pero su padre no muestra mucho interés y su vida familiar
pronto le afectará si no se toman medidas."
Su maestra de cuarto escribió, "Teddy está distraído y no muestra mucho interés
por la escuela. No tiene muchos amigos y a veces se duerme en clase."
Ahora la Sra. Thompson se dio cuenta del problema y se avergonzó de sí misma.
Se sintió peor incluso cuando sus estudiantes le llevaron sus regalos de Navidad,
envueltos en bellos lazos y brillante papel, excepto el de Teddy. Su regalo estaba
chapuceramente envuelto en el pesado papel marrón que obtuvo de una bolsa de
comestibles. A la Sra. Thompson le inquietó abrirlo en mitad de los otros regalos.
Algunos de los niños empezaron a reír cuando encontró un brazalete de circonitas al
que le faltaban algunas piedras, y una botella llena hasta la cuarta parte de perfume.
Pero acalló la risa de los niños cuando exclamó lo bonito que era el bracelete, a la vez
que se lo ponía, y se aplicó algo de perfume en la muñeca.
Teddy Stoddard se quedó ese día después de clase justo lo suficiente para decir,
"Sra. Thompson, hoy huele usted justo como mi mamá solía hacerlo."
Después de que los niños se fueran, ella lloró durante casi una hora.
Desde ese preciso día, la Sra. Thompson puso especial atención con Teddy.
Mientras trabajaba con él, su mente parecía volver a la vida. Cuanto más lo animaba,
más rápido respondía él. Al final del año, Teddy había llegado a ser uno de los niños
más inteligentes de clase y, a pesar de su mentira de que ella querría a todos los niños
por igual, Teddy se convirtió en uno de los "favoritos de la maestra"
Un año más tarde, encontró una nota bajo su puerta, de Teddy, diciéndole que
todavía era la mejor maestra que había tenido en toda su vida. Pasaron seis años antes
de que le llegara otra nota de Teddy. Entonces le escribió que había acabado la
Secundaria, el tercero de su clase, y que ella todavía era la mejor maestra que había
tenido en toda su vida.
Cuatro años después, le llegó otra carta, diciendo que aunque las cosas habían sido
duras a veces, permaneció en el colegio, perseveró y pronto obtendría su graduado con
los mayores honores. Aseguraba a la Sra. Thompson que ella todavía era la mejor
maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.

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Pasaron cuatro años más y llegó otra carta. Esta vez explicaba que después de
haber obtenido su título de Bachiller, decidió ir un poco más allá. La carta explicaba
que ella era todavía la mejor y favorita maestra que había tenido nunca. Pero ahora su
nombre era un poco más largo: la carta estaba firmada, Doctor Theodore F. Stoddard.
La historia no acaba aquí. Todavía recibió otra carta esa primavera. Teddy decía
que había conocido a una chica y que iba a casarse. Explicaba que su padre había
muerto hacía un par de años y se preguntaba si la Sra. Thompson aceptaría sentarse en
la boda en el sitio que usualmente estaba reservado para la madre del novio. Por
supuesto, la Sra. Thompson lo hizo. ¿Y sabes qué? Lució el brazalete, aquel al que le
faltaban varias circonitas. Y se aseguró de ponerse el perfume que Teddy recordaba
que su madre llevaba en su última Navidad juntos. Se abrazaron y el Dr. Stoddard
susurró en el oído a la Sra. Thompson, "Gracias, Sra. Thompson por creer en mí.
Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo podía hacer que las
cosas fueran diferentes." La Sra. Thompson, con lágrimas en los ojos, susurró a su vez.
Dijo, "Teddy, estás totalmente equivocado. Tu fuiste el que me enseñó a mí a hacer las
cosas diferentes. Yo no sabía cómo enseñar hasta que te conocí." (Elizabeth Silance
Ballard, tomado de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


La oruga y la mariposa
Una pequeña oruga caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se
encontraba un saltamontes. "¿Hacia donde te diriges?" - le preguntó -. Sin dejar de
caminar, la oruga contestó: "Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran
montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido
realizarlo". Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: "¡Debes
estar loca!, ¿cómo podrás llegar hasta aquel lugar?, ¿tú?, ¿una simple oruga? .... una
piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera
infranqueable...". Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, su diminuto cuerpo
no dejó de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo preguntando hacia dónde
se dirigía con tanto empeño. La oruga contó una vez más su sueño y el escarabajo no
pudo soportar la risa, soltó la carcajada y dijo: "Ni yo, con patas tan grandes, intentaría
realizar algo tan ambicioso", y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la
oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo
modo la araña, el topo y la rana le aconsejaron a nuestro amigo desistir: "¡No lo lograrás
jamás!" le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. Ya
agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su
último esfuerzo un lugar donde pernoctar. "Estaré mejor", fue lo último que dijo y
murió. Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos, ahí estaba el animal más
loco del campo, había construido como su tumba un monumento a la insensatez, ahí
estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño
irrealizable. Esa mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los
animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia
para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos, aquella costra dura comenzó a
romperse y con asombro vieron unos ojos y unas antenas que no podían ser las de la
oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del
impacto, fueron saliendo las hermosas alas de mariposa de aquel impresionante ser que
tenían en frente, el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que

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había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado. El éxito
en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido
que enfrentar en el camino. Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer...
si eres constante, tus sueños pueden convertirse en realidad.


La silla de ruedas
05:30, oigo el despertador. Uf, ya es hora de levantarse, pero si acabo de
acostarme... ¿Por qué tiene que estallar ahora este cacharro? ¿Por qué no puedo esta
tan desvelado, como ayer cuando me acosté? Me quedaré cinco minutos mas, luego en
la autopista los podré recuperar. Cierro los ojos y me imagino que estoy en la playa
tumbado, tomando energía de mi planeta preferido.
Lo que pensé que serían 5 minutos se multiplicaron por 8. Miro al reloj, que me
responde con guasa que me he vuelto a quedar dormido. Como un cohete salgo de mi
cama hacia la cocina para hacerme un café con la esperanza de que me ayude a abrir
los ojos. La autopista no me permite gastar un poco de adrenalina para apaciguar mi
tensión, sino que la aumenta cuando me doy cuenta que estoy atascado en ella. Cuando
por fin llego a la estación de trenes veo como el tren traga a sus últimos pasajeros cierra
las puertas lentamente y desaparece en el horizonte. Como era de esperar llegaré tarde
al trabajo.
Después de la aventura que tuve para llegar al trabajo, la motivación se derrumba
por completo al pensar en la montaña de trabajo que me está esperando. Después de 8
horas y media de duro trabajo estoy realmente por los suelos.
Mientras estoy esperando el tren para regresar a casa empiezo casi a deprimirme.
Pienso lo bien que pudiera estar si tuviera mi propia empresa, podría ganar mucho
dinero y ser mi propio jefe. Pienso de lo feliz que sería si conociera y compartiera mi
vida con mi alma gemela. Pienso el gozo que sentiría si fuese una gran personalidad
que viajara mucho y fuese reconocida y respetada. Sigo pensando y soñando llegando
a la conclusión que debo ser la persona más infeliz del planeta.
Justo en este instante paso algo que almacenaré toda mi vida en el baúl de mis
recuerdos. No hablé con un ángel, pero un ángel tuvo que haber planeado este
encuentro. "Hola señor, me puede ayudar a subir al tren cuando venga", me dijo una
suave y alegre voz que procedía de una adolescente. A pesar de que estaba en una silla
de ruedas su rostro resplandecía como un sol al amanecer. "Cómo no, señorita, ¿qué
línea de tren va a coger para llegar a su destino?", le respondí intentando sonreir.
Su tren tardó unos minutos en llegar. Me quedé con las ganas de preguntarle de
cómo le era posible estar tan alegre y feliz estando en esa situación. Cómo le iba a
preguntar yo, que estaba mil veces mejor que ella. Me puedo mover libremente, puedo
ir donde se me antoje sin depender de nadie, puedo practicar cualquier deporte, subir
cualquier montaña... Volví a meditar sobre lo infeliz que me sentía antes de encontrar
a la chica y empezó a darme vergüenza de haberme sentido así. Sólo estuve
preocupándome del mal día que tuve, estuve pensando en lo negativo de mi vida. ¡Que
vergüenza!
"Ya llega mi tren, señor". Le ayudé a subir el tren y con una sonrisa (esta vez
sincera) le deseé un bonito día. Cuando perdí el tren de vista, empecé a repasar en las
cosas positivas que puedo gozar en mi vida. No tardé mucho y empecé a sentirme bien
y contento con ganas de disfrutar del presente a pesar de que tuve un mal día.

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Hay un proverbio que dice que cuándo los vientos se levantan o cambian rumbo
hay gente que empieza a construir muros, pero otros construyen molinos. En la vida
encontramos muchos vientos, pero en vez de gastar nuestras energías en construir
muros podemos construir molinos y ganar energías de estos vientos. ¿Recordamos a la
chica en la silla de ruedas? Si hubiese construido muros para detener los vientos se
habría agotado y se hubiese deprimido por no poder controlar los vientos. Sin embargo
construyó molinos aceptando su situación y enseñando a los demás a ser positivos.
(Carlos Prieto, tomado de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


La trompeta
En una excursión todos nos hallábamos perdidos en el monte. Los niños hacía
tiempo dudaban de que los guías supiéramos el camino. El bosque, agreste, no dejaba
ver ni una luz que nos guiara. De pronto, se oyó el sonido de una trompeta lejana. Era
el cura del pueblo, que nos esperaba y, al ver que no llegábamos, había salido en nuestra
búsqueda. José Ramón, el clásico gordito de toda excursión, apretó el paso. Al cabo de
un rato la trompeta se fue perdiendo. José Ramón gritó disgustadísimo: si esa trompeta
deja de sonar, me siento y ahí me quedo. Esta es una forma de explicar qué es la
esperanza: la esperanza es como el sonido de esa trompeta.



La valentía premiada
Estaba caminando en una calle poco iluminada una noche ya tarde, cuando
escuché unos gritos que trataban de ser silenciados y que venían de atrás de un grupo
de arbustos. Alarmado, aflojé el paso para escuchar y me aterroricé cuando me dí
cuenta de que lo que se escuchaba eran los inconfundibles signos de una lucha
desesperada en la que a unos pocos metros de mí una mujer estaba siendo atacada. ¿Me
debería involucrar? Yo estaba asustado pensando en mi propia seguridad y me maldije
a mí mismo por el dilema ante el que estaba: ¿No debería tan solo correr al teléfono
más cercano y llamar a la policía? Los gritos aumentaban. Tenía que actuar con rapidez.
Finalmente me decidí. No podía darle la espalda a esa pobre mujer, aunque eso
significara arriesgar mi propia vida. No soy un hombre valiente, ni soy un hombre
fuerte ni atlético. No sé dónde encontré el coraje moral y la fuerza física, pero una vez
que había decidido finalmente ayudar a la chica, me volví extrañamente transformado.
Corrí detrás de los arbustos y salté sobre el asaltante. Forcejeando, caímos al suelo y
luchamos durante unos minutos, hasta que el atacante se puso en pie de un salto y
escapó. Jadeando fuertemente, me levanté con dificultad, y me acerqué a la chica, que
estaba en cuclillas detrás de un árbol, llorando. En la oscuridad, apenas podía ver su
silueta, temblando y en pleno shock nervioso. No quería asustarla de nuevo, así que le
hablé a cierta distancia. "No te preocupes, ya se ha ido, estás a salvo", dije en tono
tranquilizador. Hubo una prolongada pausa, y entonces oí: "¿Papá, eres tú?". Y
entonces desde detrás del árbol salió caminando mi hija Katherine.


La vaquita
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo

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lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la
caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer
personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias.
Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes: una pareja y tres hijos,
la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas, sin calzado. Entonces se
aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: "En este lugar no
existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen usted y
su familia para sobrevivir aquí?". El señor calmadamente respondió: "Amigo mío,
nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte
del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad
vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así
es como vamos sobreviviendo. "El sabio agradeció la información, contempló el lugar
por un momento, luego se despidió y se fue. En el medio del camino, se volvió hacia
su fiel discípulo y le ordenó: "Busque la vaquita, llévela al precipicio de allí enfrente y
empújela al barranco." El joven, espantado, repuso maestro que la vaquita era el medio
de subsistencia de aquella familia, pero el maestro insistió y él fue a cumplir la órden,
y empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en
la memoria de aquel joven durante algunos años. Un día, el joven, agobiado por la
culpa, resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y
contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida que se
aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo habitado, con un
coche en el garaje de una gran casa y algunos niños jugando en el jardín. El joven se
sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia tuviese que haber
vendido el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso, y al llegar fue recibido por un señor
muy simpático. El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años,
y el señor respondió que seguían viviendo allí. Entró a la casa y confirmó que era la
misma familia que visitó hacía algunos años con el maestro. Elogió el lugar y le
preguntó al señor (al dueño de la vaquita): "¿Cómo hizo para mejorar este lugar y
cambiar de vida?". El señor respondió: "Nosotros teníamos una vaquita que cayó por
el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas
y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito
que sus ojos vislumbran ahora". La moraleja samurai dice: "Todos nosotros tenemos
una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra supervivencia, que
nos lleva a la rutina y nos hace dependientes de ella, y nuestro mundo se acaba
reduciendo a lo que la vaquita nos da. Tú sabes cuál es tu vaquita. No te importe
empujarla por el precipicio.


La vasija
Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un
palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas,
mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a
pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando llegaba, la vasija rota sólo
contenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente. La
vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para el fin
para el que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su
propia imperfección, y se sentía miserable, porque sólo podía hacer la mitad de lo que
se suponía que era su obligación. Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al

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aguador diciéndole: "Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo. Porque debido
a mis grietas, sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del
valor que deberías recibir". El aguador le contestó: "Cuando regresemos a casa quiero
que te fijes en las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino". Así lo hizo la
tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo del camino. Pero
de todos modos se sintió apenada porque, al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad
del agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces: "¿Te diste cuenta de que las
flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quiero que
veas el lado positivo que eso tiene. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino
por donde vas, y todos los días las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas
flores. Si no fueras como eres, no hubiera sido posible crear esa belleza".


La vida es bella
Un muchacho vivía sólo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y
muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol americano de su colegio.
Habitualmente no tenía oportunidad de jugar. En fin, casi nunca. Sin embargo, su padre
permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. El joven era el más bajo de la
clase cuando comenzó la secundaria e insistía en participar en el equipo de fútbol del
colegio. Su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que "él no
tenía que jugar fútbol si no lo deseaba en realidad". Pero el joven amaba el fútbol, no
faltaba a ningún entrenamiento ni a ningún partido, estaba decidido en dar lo mejor de
sí, se sentía felizmente comprometido. Durante su vida en secundaria, lo recordaron
como el "calentador de banquillo", debido a que siempre permanecía allí sentado. Su
padre, con su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas, dándole compañía,
palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar. Cuando comenzó
la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol. Todos estaban seguros que no lo
lograría, pero acabó entrando en el equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo
que lo había aceptado además por cómo él demostraba entregar su corazón y su alma
en cada una de los entrenamientos, y porque daba a los demás miembros del equipo
mucho entusiasmo. La noticia llenó por completo su corazón, corrió al teléfono más
cercano y llamó a su padre, que compartió con él la emoción. Le enviaba en todas las
temporadas todas las entradas para que asistiera a los partidos de la Universidad. El
joven deportista era muy constante, nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido
durante los cuatro años de la Universidad, y nunca tuvo oportunidad de participar en
ningún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes de que
comenzará el primer partido de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama.
El chico lo tomó y después de leerlo quedó en silencio. Tragó muy fuerte y temblando
le dijo al entrenador: "Mi padre murió esta mañana. ¿No hay problema de que falte al
partido hoy?". El entrenador le abrazó y le dijo: "Toma el resto de la semana libre, hijo.
Y no se te ocurra venir el sábado". Llegó el sábado, y el juego no iba bien, se acercaba
el final del partido e iban perdiendo. El joven entró al vestuario y calladamente se
colocó el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes
estaban impresionados de ver a su luchador compañero de regreso. "Entrenador, por
favor, permítame jugar... Yo tengo que jugar hoy", imploró el joven. El entrenador
pretendió no escucharle, de ninguna manera él podía permitir que su peor jugador
entrara en el cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el
entrenador sintiendo lastima lo aceptó: "De acuerdo, hijo, puedes entrar, el campo es

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todo tuyo". Minutos después, el entrenador, el equipo y él publico, no podían creer lo
que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un
partido, estaba haciendo todo perfectamente brillante, nadie podía detenerlo en el
campo, corría fácilmente como toda una estrella. Su equipo comenzó a ganar, hasta
que empató el juego. En los segundos de cierre el muchacho interceptó un pase y corrió
todo el campo hasta ganar con un touchdown. Las personas que estaba en las gradas
gritaban emocionadas, y su equipo lo llevó a hombros por todo el campo. Finalmente,
cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado callado y solo en
una esquina, se acercó y le dijo: "¡Muchacho, no puedo creerlo, estuviste fantástico!
¿Cómo lo lograste?". El joven miró al entrenador y le dijo: "Usted sabe que mi padre
murió. Pero... ¿sabía que mi padre era ciego?". El joven hizo una pausa y trató de
sonreír. "Mi padre asistió a todos mis partidos, pero hoy era la primera vez que él podía
verme jugar... y yo quise mostrarle que si podía hacerlo".


La voluntad de un hombre
Guillaumet era piloto de una línea aérea en los tiempos gloriosos del comienzo de
la aviación comercial. Cuenta cómo salió adelante, perdido a seis mil metros de altura
en los Andes a consecuencia de un fallo en su avión, del que salió ileso milagrosamente.
Caminó y caminó durante muchos días, extenuado y sin alimentos ni ropa de abrigo,
subiendo y bajando por aquellos montes de hielo, hasta que -casi más muerto que vivo-
lo encontró un pastor, que lo puso a salvo. Al recordar más adelante esa experiencia,
reconoce: "Entre la nieve se pierde todo instinto de conservación. Después de dos, de
tres días de marcha, lo único que se desea es dormir. También yo lo deseaba. Pero me
decía: mi mujer cree que estoy vivo, que camino. Mis amigos piensan igualmente que
sigo andando. Todos ellos confían en mí. Seré un canalla si no lo hago...". Y añade: "lo
que yo hice, estoy seguro, ningún animal sería capaz de hacerlo". (Saint-Exupéry, Terre
des hommes)


Las formas son importantes
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó
llamar a un sabio para que interpretase su sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! -exclamó
el sabio-, cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad".
"¡Qué insolencia! -gritó el Sultán enfurecido- ¿Cómo te atreves a decirme semejante
cosa? ¡Fuera de aquí!". Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más
tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después
de escuchar al Sultán con atención, le dijo: "¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido
reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes". Se iluminó
el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de
oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: "¡No es
posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer
sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas
de oro". "Recuerda bien amigo mío -respondió el segundo sabio- que todo depende de
la forma en el decir". Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a
comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia,
la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe

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duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos,
grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa: si la
lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado
embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.


Las ranas
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un
hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron
cuan hondo este era, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos,
se debían dar por muertas. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus
amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras
seguían insistiendo que sus esfuerzos serian inútiles. Finalmente, una de las ranas puso
atención a lo que las demás decían y se rindió, se desplomó y murió. La otra rana
continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas le
gritaba y le hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a
morir, ya que no tenía sentido seguir luchando. Pero la rana saltó cada vez con más
fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo. Cuando salió, las otras ranas le
dijeron: "Nos alegra que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos". La rana
les explicó que era sorda, y que pensó que las demás gesticulaban tanto porque le
estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.
Moraleja 1) La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento
compartida con alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarle al finalizar
el día. 2) Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede
ser le que acabe por destruir. Tengamos cuidado con lo que decimos. 3) Una persona
especial es la que se da tiempo para animar a otros. En la NASA, hay un póster muy
simpático de una abeja, que dice así: "Aerodinámicamente el cuerpo de una abeja no
está hecho para volar, lo bueno es que la abeja no lo sabe".


Las tres rejas
El joven discípulo de un sabio filósofo llega a casa de éste y le dice: -Oye, maestro,
un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia... -¡Espera! -le interrumpe el
filósofo-. ¿Ya has hecho pasar por las tres rejas lo que vas a contarme? -¿Las tres rejas?
-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es
absolutamente cierto? -No. Lo oí comentar a unos vecinos. -Al menos lo habrás hecho
pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para
alguien? -No, en realidad no. Al contrario... -¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad.
¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? -A decir verdad, no. -Entonces
-dijo el sabio sonriendo-, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, enterrémoslo en el
olvido.


Lecho de Procusto
Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis. Se llamaba Damastes, pero
le apodaban Procusto que significa "el estirador", por su sistema de hacer amable la
estancia a sus huéspedes. Deseosos de que los más altos estuvieran cómodos en sus

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lechos, serraba los pies de quien le sobresalieran de la cama. Y a los bajitos les ataba
grandes pesos hasta que alcanzaban la estatura justa del lecho. Menos mal que Teseo,
el forzudo atleta, puso fin a las locuras del posadero devolviéndole con creces el trato
que dispensaba a sus ingenuos clientes.


Lo mismo encontrarás aquí
Una historieta popular del cercano oriente cuenta que un joven llegó al borde de
un oasis contiguo a un pueblo y acercándose a un anciano le preguntó: "¿Qué clase de
persona vive en este lugar?". "¿Qué clase de persona vive en el lugar de donde tú
vienes?", preguntó a su vez el anciano. "Oh, un grupo de egoístas y malvados –replicó
el joven–; estoy encantado de haberme ido de allí". A lo cual el anciano contestó: "Lo
mismo vas a encontrar aquí". Ese mismo día, otro joven se acercó a beber agua al oasis
y viendo al anciano, preguntó: "¿Qué clase de personas viven en este lugar?". El viejo
respondió con la misma pregunta: "¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde
tú vienes?". "Gente magnífica, honesta, amigable, hospitalaria, me duele mucho
haberlos dejado". "Lo mismo encontrarás aquí", respondió el anciano. Un hombre que
había oído ambas conversaciones preguntó al viejo: "¿Cómo es posible dar dos
respuestas diferentes a la misma pregunta?". A lo cual el viejo respondió: "Cada cual
lleva en su corazón el medio ambiente donde vive. Aquel que no encontró nada nuevo
en los lugares donde estuvo, no podrá encontrar otra cosa aquí. Aquel que encontró
amigos allá, podrá encontrar también amigos aquí, porque la actitud mental es lo único
en tu vida sobre lo cual puedes mantener control absoluto". Si tienes una actitud
positiva hallarás la verdadera riqueza de la vida.


Los artesanos de Chiapas
Entre los indígenas de Chiapas, cuando el maestro, derrotado por los años, decide
retirarse, le entrega al alfarero joven su mejor vasija, la obra de arte más perfecta. El
joven recibe la vasija y no la lleva a casa para admirarla, ni la pone sobre la mesa en el
centro del taller para que, en adelante, le sirva de inspiración y presida su trabajo.
Tampoco la entrega a un museo. La estrella contra el piso, la rompe en mil pedazos y
los integra a su arcilla para que el genio del maestro continúe en su obra. La obra de
arte, acabamos de verlo, es tradición, es decir, entrega (traditio) de un arte que sólo
puede ser reproducido por la mano de otro artista, el cual sólo puede recrear lo creado
por su maestro deshaciéndolo de forma creativa e incorporadora, no destruyéndolo. Si
lo destruyera no podría incorporarlo, pero si no lo retomase desde sí mismo, desde su
libertad creadora, tampoco. En el primer caso sólo habría vandalismo, en el segundo
plagio. Lo que evita el vandalismo y el plagio es la paciencia: en ella hemos de buscar
las grandes tradiciones creadoras.


Los dos halcones
Un rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de
cetrería para que los entrenara. Pasando unos meses, el instructor comunicó al rey que
uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no sabía que le
sucedía, no se había movido de la rama desde el día de su llegada al palacio, a tal punto

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que había que llevarle el alimento hasta allí. El rey mandó llamar a curanderos y
sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar el ave. Encargó entonces la misión
a miembros de la corte, pero nada sucedió. Por la ventana de sus habitaciones, el
monarca podía ver que el pájaro continuaba inmóvil. Publicó por fin un bando entre
sus súbditos y, a la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente en los jardines.
"Traedme al autor de ese milagro", dijo. Enseguida le presentaron a un campesino.
"¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?" Aquel hombre
contestó: "Alteza, lo único que tuve que hacer es cortar la rama. El pájaro se dio cuenta
que tenía alas y tuvo que empezar a volar."


Los siete magníficos
En la película "Los siete magníficos" (Director: John Sturges, 1960), Ixcatlan,
pueblecito mejinano dominado por la banda de Calvera, decide buscar protección
reclutando pistoleros para que los defienda. El primero que reclutan es Chris Adams,
quien accede a ayudarles si se le encomienda la selección y el mando de los otros
hombres. Ya había participado en muchos trabajos, y cobraba unos honorarios muy
elevados. Cuando le proponen proteger a Ixcatlan, se sorprende al ver que lo que le van
a pagar no es mucho, pero es todo lo que aquellos hombres tenían: "Muchas personas
me han dado grandes sumas, pero hasta ahora nunca nadie me había dado todo".


Mártires del siglo XX
La revelación del "tercer secreto" de Fátima ha vuelto a poner en primer plano el
retrato del siglo XX como un siglo de mártires. La centuria que estamos dejando a las
espaldas ha sido, en números absolutos, la más sangrienta de la historia del
cristianismo. Dos libros publicados en Italia ayudan a entrever las dimensiones de ese
martirio y a comprender cuál fue la actividad de la Santa Sede durante los años más
difíciles de la persecución.
En 1917 no se habían vivido todavía los momentos más dramáticos del acoso a la
Iglesia. Los regímenes nazi y comunista, junto con otros odios ideológicos y étnicos,
iban a causar más víctimas cristianas que los diecinueve siglos anteriores. La visión
descrita por sor Lucia del "Obispo vestido de blanco" que, apesadumbrado, atraviesa
una ciudad en ruinas, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba a su paso,
se diría que se ha cumplido al pie de la letra.
Es muy probable que esa conexión entre el martirio y el mensaje de Fátima haya
sido una de las razones que movieron al Papa, pocos días antes de emprender su último
viaje al santuario portugués, a rendir homenaje a los "testigos de la fe", en el acto
celebrado el pasado mes de mayo en el Coliseo, lugar que simboliza el martirio de los
primeros cristianos.
Desde hace ya años, Juan Pablo II viene haciendo hincapié en que no se puede
perder la memoria de cuantos han dado su vida por la fe en "los coliseos" que se han
sucedido a lo largo del siglo XX.
Para promover la recogida de esos datos se instituyó, en el ámbito del Gran
Jubileo, una comisión específica. Su objetivo no ha sido acelerar o sustituir los
procesos de beatificación y canonización, sino recabar toda la documentación
disponible sobre esos mártires, en la inmensa mayoría de los casos, desconocidos. Una

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labor tanto más urgente cuanto que, sobre muchos de ellos, no existe solo el peligro del
olvido sino el peso de la calumnia y de la sospecha, lanzado a veces por los mismos
que los asesinaron y torturaron.
En pocos meses habían llegado a Roma datos sobre 12.692 personas de los cinco
continentes que habían dado su vida por la fe: 2.351 laicos, 5.343 sacerdotes y
seminaristas, 4.872 religiosos y 126 obispos. El historiador Andrea Riccardi ha tenido
acceso a las cartas, testimonios y relaciones enviadas por obispos, congregaciones
religiosas y conferencias episcopales. Con ese material, y con otros documentos
históricos, ha preparado el libro “El siglo del martirio”, que se presenta como un primer
estudio, pues "se intuye que estamos al inicio de la investigación y que queda mucho
por descubrir". Nos encontramos, por tanto, ante un libro casi telegráfico que pretende
ofrecer una visión panorámica. Riccardi (muy conocido también por ser el fundador de
la Comunidad de San Egidio) llega a la conclusión de que no relata "la historia de
algunos cristianos valientes, sino la de un martirio masivo".
¿Cuáles han sido las causas de esta persecución? Las motivaciones varían según
el país e incluso los diversos momentos históricos. Detrás de muchas persecuciones
hay ideologías ateas o formas de idolatría del Estado. Tales son los casos de la Unión
Soviética, y de los regímenes comunistas de Hungría, Yugoslavia, Polonia,
Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, Albania, China, Vietnam, Camboya, Laos, Corea
del Norte. O del nazismo, con sus estragos contra los cristianos en Alemania, Polonia,
Francia e Italia (de Holanda y Bélgica, entre otros países, no habían llegado aún datos
a la comisión). Fue el caso también de las guerras civiles de México y España.
En otras ocasiones, razones políticas se unen a impulsos anticristianos, como los
que llevaron a cabo soldados japoneses en varios puntos de Asia, como China y
Filipinas. Si a veces se ha combatido el cristianismo por considerarlo una religión
extranjera, en otras circunstancias las persecuciones no podían tener esa excusa, como
ocurrió en algunas zonas de mayoría musulmana, donde la presencia del cristianismo
–aunque minoritario– era anterior a la llegada del islam.
Un capítulo particularmente doloroso lo constituye el testimonio de las mujeres,
laicas y religiosas, que en diversas circunstancias geográficas e históricas dieron su
vida por no ceder a la violencia. "Con frecuencia, el martirio cristiano del siglo XX es
una página de resistencia femenina en nombre de la fe y de la propia dignidad". El siglo
XX ha visto también a numerosos cristianos que fueron víctimas porque se opusieron
a la injusticia. En todo caso, es un martirio que en muchos aspectos no pertenece a la
historia pasada, como nos recuerdan a diario las páginas de los periódicos.
La persecución produjo también resultados inesperados. Por numerosos relatos de
los supervivientes, se sabe que uno de los objetivos del trato inhumano que se infligía
a los detenidos era el aniquilamiento de su dignidad humana. Por esa razón, resultan
aún más sorprendentes los testimonios de fraternidad y de caridad que surgieron en
aquellas circunstancias en las que católicos, ortodoxos y protestantes tuvieron que
compartir los mismos lugares de reclusión y de muerte. Nació así el "ecumenismo de
los mártires", que Juan Pablo II ha presentado en muchas ocasiones como ejemplo de
lo que supone ir a lo esencial y dejar de lado las disputas fosilizadas por los prejuicios.
Uno de esos escenarios fue el lager de Dachau, que llegó a reunir a 2.720
sacerdotes y ministros, de los que 2.579 eran católicos (en su mayoría, polacos), 109
evangélicos, 22 ortodoxos y 8 veterocatólicos, además de dos musulmanes. Uno de los
internados, por ejemplo, y se trata de una historia entre mil, recuerda la figura del

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arzobispo de Praga, Josef Beran: "Con frecuencia, durante el rancho, veía una mano
alargarse y dejar un pedazo de pan junto a mi escudilla... Beran se alejaba con su paso
rápido, saludando con su sonrisa invencible. Hacía esto, por turno, con todos aquellos
que le parecían en peores condiciones. Y cuando no tenía nada, trataba de consolarnos
con una palabra pronunciada a media voz".
Algo parecido ocurrió en el campo de concentración que los soviéticos instalaron
en las islas Solovki, precisamente en lo que había sido uno de los monasterios más
representativos de la ortodoxia rusa. El espectáculo debió de ser tal –teniendo presente
los antecedentes de disputas y conflictos– que un testigo anota: "Aquel de nosotros que
tenga la dicha un día de volver al mundo deberá dar testimonio de lo que estamos
viendo. Y lo que vemos es el renacer de la fe pura y auténtica de los primeros cristianos,
la unión de las Iglesias en la persona de los obispos católicos y ortodoxos".
En 1949, el mariscal Tito preguntó a un grupo de "curas populares": "Ahora que
nosotros [el gobierno yugoslavo] nos hemos separado de Moscú, ¿por qué no os
separáis vosotros de Roma?". La pregunta muestra dos de las estrategias usadas por los
regímenes comunistas en su lucha por eliminar la Iglesia: la creación de un clero adepto
al régimen, que por lo general fue minoritario, y el interés por formar "Iglesias
nacionales", separadas de Roma y fácilmente manejables.
En muchos casos, de todas formas, la línea prioritaria fue la eliminación física.
Albania fue un caso emblemático, con su profesión de ateísmo recogida en la
constitución, que tanto enorgullecía a los jefes del partido. De los seis obispos y ciento
cincuenta y seis sacerdotes que había en el país antes de que los comunistas tomaran el
poder, solo sobrevivieron un obispo y treinta sacerdotes, y todos después de haber
soportado largos años de detención. Sin embargo, la pequeña Iglesia de Albania
permaneció fiel, como recordaba con emoción Frano Ilia, nombrado en 1992 arzobispo
de Shkodër: "Ningún sacerdote, a pesar de las torturas de todo tipo, ha renegado de la
fe. Y esto ha sido realmente una gracia de Dios porque los ultrajes eran tales que
resultaba realmente difícil permanecer fieles".
Aunque menos prolongado en el tiempo, también el régimen nazi se ensañó con
la Iglesia. El clero católico alemán fue uno de los grupos más perseguidos: sufrieron la
muerte, directamente o en los campos de concentración, 164 sacerdotes diocesanos, 60
religiosos, 4 religiosas, 2 miembros de institutos de vida consagrada y 118 laicos
(perseguidos en cuanto que, como católicos, se opusieron a las injusticias del Reich).
Según los elencos nominales que se han elaborado, los nazis asesinaron además a 171
sacerdotes y religiosos italianos, a los que hay que sumar otros 49 que murieron en los
campos de concentración. Más tremenda todavía fue la suerte de los polacos: los nazis
acabaron con 6 obispos, 1.923 sacerdotes diocesanos, 640 religiosos, 289 religiosas,
más un número ingente de laicos.
De los relatos referidos a la Europa Central y Oriental emerge con frecuencia la
estatura de pastores que, además de padecer ellos mismos, tuvieron que orientar a los
fieles en medio de grandes turbulencias. Junto a los ya mencionados Stepinac y Beran,
aparecen los nombres del húngaro Mindszenty, del polaco Wyszynski, del ucraniano
Slipj, del rumano Hossun, del moravo Tomasek, etc.
Algunos de ellos sufrieron el martirio sin derramar sangre. El ejemplo más
representativo es el del cardenal Jozsef Mindszenty, "víctima de la Ostpolitik". El
cardenal no estaba de acuerdo con la acción de la diplomacia vaticana en Hungría, pues
consideraba que el único modo de ayudar a la Iglesia y al pueblo era favoreciendo la

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caída del comunismo. En 1971, por invitación del Papa, aceptó dejar la embajada de
Estados Unidos, donde se había refugiado tras la invasión soviética de 1956, y exiliarse
a Roma, de donde marchó luego a Viena. Pablo VI le nombró un sucesor, también
contra la opinión de Mindszenty. Más de veinticinco años después de aquellos
episodios, escribe Casaroli, personificación del modo diplomático criticado por el
cardenal húngaro: "Mindszenty es una figura grande de la historia. Pienso que pocos
conservarán de él un recuerdo más admirativo y, puedo afirmarlo, más afectuoso que
el mío".
Posiblemente, lo que ninguno de los dos podía imaginar entonces es que el libro
donde se narran algunas de estas impresiones sería presentado años después en el
mismo Vaticano por el que fuera último presidente de la Unión Soviética. El pasado
27 de junio, en efecto, Gorbachov elogió la actividad diplomática desarrollada por la
Santa Sede, subrayó la admiración que –según su experiencia personal– producen en
todo el mundo las palabras del Papa y recordó con alivio que su país había "abandonado
ese sistema que ha costado tanto, tanto a la humanidad".
Tomado de Diego Contreras, Aceprensa.


Más de lo que me sentía capaz
Este verano he hecho mucho más de lo que me sentía capaz: amar de verdad. Los
que me conocen creen que soy una persona muy positiva, que a todo le saco su lado
bueno, que no me caigo fácilmente. Puede que sea cierto y que lo que hago no es más
que guiñarle a la vida un ojo y esperar a ver cómo van las cosas. Pero este verano he
hecho más de lo que yo me sentía capaz y he dejado a un lado creencias y sobre todo
he dejado atrás eso que muchas veces todos hemos sentido alguna vez: no somos el
centro del mundo y por supuesto que la tierra no gira a nuestro alrededor.
He estado de voluntaria en un centro de enfermos de sida, drogadictos
rehabilitándose y reclusos. Para sorpresa mía he sido feliz, he ayudado a ser feliz y he
comprendido que jamás se puede dejar de apostar por la gente, sea cual sea su pasado
ni su presente y ni siquiera si su futuro es dudoso.
He convivido con personas que han pasado muchos de sus días en las peores
cárceles de España y créanme si les digo que me han ofrecido mucho más de lo que la
gente de mi clase o colegio o ciudad o familia lo ha hecho nunca. Créanme si les digo
que la mayoría de ellos tienen los días contados pero se levantan cada mañana con un
entusiasmo y una sonrisa que yo admiro, respeto y envidio, y no es fácil vivir sabiendo
que tu vida se consume y que te quedan pocos capítulos que pasar.
Es duro ver cómo sufren por una vida mejor todos aquellos que se están
"quitando" y saber que cuando lo hagan no existe una sociedad capaz de aceptarles de
nuevo, ni capaz ni preparada y que cuando salgan de ahí no tendrán dónde ir ni nadie
que les estreche en sus brazos. Es duro verles así y más duro es saber que ellos lo saben.
He cambiado pañales, he duchado, limpiado, cocinado,... pero sobre todo he disfrutado,
he dado lo mejor de mí misma y lo he hecho con la certeza de que todas mis sonrisas
han sido agradecidas y devueltas, que mis abrazos y mi cariño han sido respetados y
han fomentado más cariño aún. He encontrado a bellísimas personas que la vida les ha
llevado por el camino equivocado y que en muchas ocasiones ellos no han sabido
esquivarlo.
He convivido con PERSONAS, algo que normalmente escasea. Si ustedes quieren

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juzgar a todos aquéllos que han salido de la cárcel, o que son gays, prostitutas,
transexuales, drogadictos o enfermos de sida, que sepan que dentro de cada una de ellos
existe una persona que merece las mismas oportunidades, el mismo respeto y dignidad
que cualquiera de nosotros pero sobre todo entiendan que no es el malo el que está
entre barrotes sino el que empuja, favorece y mueve los hilos para que alguien cumpla
condena en su lugar. (F. Saso, PUP, 28.IX.01).


Momentos de crisis
Todo empezó por una llamada de la hermana directora para decirme que los
Karnicks iban a sacar a su niña de la escuela porque habíamos admitido a una negrita
en séptimo. Y justamente cuando la pena estaba sobre la mesa vino la señora Knowies,
hecha un mar de lágrimas, con una carta anónima en sus manos en la que le decían
cosas repugnantes. Traté de consolarla. ¿Pero será posible que en mi rebaño haya gente
con tanto veneno?
Sí, todo esto, unido al natural cansancio del día, puede ser la causa del mal humor
que tengo. Es una sensación de hombres hundidos, una tentación de preguntarme si
todo lo mío vale la pena y de si voy realmente a alguna parte; si no hubiese estado
mejor casado, con un trabajo sencillo y sin responsabilidad, como bombero, por
ejemplo. Naturalmente, la cosa no llega siempre a ser tan sombría. Suelo empezar
pensando con anhelo en claustros y monasterios, descubriendo súbitamente en mí una
insospechada vocación religiosa, y que otro cargara con responsabilidades mientras yo
respondo a las llamadas de la campana conventual. Desde luego, en momentos más
lúcidos reconozco que no son más que estúpidos sueños. De sobra sé que no hay
claustro donde refugiarse ni agujero donde escurrirse sin que tenga que llevarme a mí
mismo conmigo.
Tomado de Leo J. Trese, “Vasija de barro”, p.138.


Nadie triunfa solo
Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una
familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe
de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra
cosa que se presentara. A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los
hijos de Albrecht Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el
arte, pero bien sabían que su padre jamas podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a
la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos,
llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las
minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador
pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o
como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia.
Albretch Durer gano y se fue a estudiar a Nuremberg. Albert comenzó entonces el
peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años, para
sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una
sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron
a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su
graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.

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Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena
festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su
lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se
había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: "Y
ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir
tus sueños, que yo me haré cargo de ti." Todos los ojos se volvieron llenos de
expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenia el rostro
empapado en lagrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y
otra vez "no... no... no...". Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró
por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano,
y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente, "No, hermano, no puedo
ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira. Mira lo que cuatro años de trabajo en las
minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez,
y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó
trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría trabajar con delicadas
líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No,
hermano, para mí ya es tarde". Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día
los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos
en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de
las personas, solo recuerde uno. Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su
hermano Albert, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las
palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamo a esta poderosa obra simplemente
"manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le
cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran". La próxima vez que vea una
copia de esa creación, mírela bien. Permita que le sirva de recordatorio, si es que lo
necesita, de que nunca nadie triunfa solo.


No os asustéis
Queridos papá y mama: Desde que me fui al colegio he descuidado el escribiros
y lamento mi desconsideración por no haberlo hecho antes. Ahora os pondré al
corriente, pero antes sentaos. No leáis nada mas, a menos que estéis sentados. ¿De
acuerdo? Bueno, pues me encuentro bien ahora. La fractura de cráneo y la conmoción
que me produjo la caída al saltar desde la ventana de mi dormitorio, cuando se incendió,
a poco de llegar aquí, se han curado perfectamente. Pasé solo quince días en el hospital
y ahora veo casi con normalidad y solo me afecta el dolor de cabeza una vez al día. Por
fortuna, el incendio en el dormitorio y mi salto por la ventana fueron presenciados por
un empleado de la gasolinera cercana, que aviso a los bomberos y a la ambulancia.
Después me vino a visitar al hospital y como yo no tenía sitio donde vivir, a causa del
incendio, él fue tan amable que me invitó a compartir su vivienda. Realmente se trata
de un sótano, pero es muy bonito. Él es un muchacho excelente y nos enamoramos
como locos, por lo que pensamos casarnos. Aún no sabemos la fecha exacta, pero podrá
ser antes de que se note mi embarazo. Sí, papás, estoy embarazada. Me consta lo mucho
que os complacerá ser abuelos y estoy segura que recibiréis bien al bebé, dándole el
mismo cariño, afecto y cuidados que tuvisteis conmigo cuando era pequeña. La causa
del retraso en nuestra boda se debe a una ligera infección que padece mi novio y nos
ha impedido pasar las pruebas hematológicas prematrimoniales, y que yo,
descuidadamente, me he contagiado de él. Estoy segura de que lo recibiréis en nuestra

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familia con los brazos abiertos. Él es cariñoso, y aunque no muy educado, tiene
ambición. Su raza y religión son distintas de la nuestra, pero sé que vuestra tolerancia,
frecuentemente expresada, no os permitirá enfadaros por esto. Ahora que ya estáis al
corriente de todo, quiero deciros que no se incendió mi dormitorio, no tuve fractura ni
conmoción de cráneo, ni fui al hospital, no estoy embarazada, no tengo novio, no sufro
ninguna infección y no hay ningún muchacho en mi vida. Sin embargo, he sacado un
suspenso en Historia y un aprobado en Ciencias, y quiero que veáis estas notas en su
perspectiva adecuada. Vuestra hija que os quiere... Sufricia.


No juzgues antes de tiempo
Un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La
camarera se acercó. "¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuetes?",
preguntó el niño. "Cincuenta centavos", respondió la camarera. El niño sacó su mano
del bolsillo y examinó unas monedas. "¿Y cuánto cuesta un helado solo?", volvió a
preguntar el niño. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya
estaba un poco impaciente. "Treinta y cinco centavos", dijo ella bruscamente. El niño
volvió a contar la monedas. "Entonces quiero el helado solo", dijo el niño. La camarera
trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue. El niño terminó el helado, pagó en
la caja y se fue. Cuando la camarera volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le
costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío,
habían veinticinco centavos... su propina. Moraleja: jamás juzgues a alguien antes de
tiempo.


No cree en Dios
Rascólnikov, el joven protagonista de "Crimen y castigo", tras varios días sin
apenas comer ni dormir, entra en una taberna y pide un vaso de aguardiente y una
empanada. Al salir, pasea por unos jardines de la ciudad. El calor del día de verano,
junto al efecto del alcohol, hacen que sienta sueño. Se tumba en la hierba y queda
profundamente dormido. Tiene entonces un sueño en el que recuerda como siendo niño
acompañaba a su padre de la mano, y al pasar por una ruidosa calle observó una escena
que se le quedó hondamente grabada. Un hombre bebido, junto a otros compañeros,
maltrataba a un pequeño caballo viejo y flaco que apenas podía mover el gran
carromato al que estaba uncido, pues llevaba una carga desproporcionada para sus
fuerzas. El hombre, de grueso cuello y rostro carnoso color zanahoria, invitaba a sus
amigos a que se subieran al carromato, con lo que hacía aún más difícil moverlo.
Mientras, insistía a gritos en que haría galopar a ese caballo, mientras lo golpeaba una
y otra vez, primero con un látigo, después con un palo y por último con una barra
metálica. El pobre animal, que hacía angustiosos intentos para mover el carro, acabó
lleno de heridas y totalmente rendido. Fue entonces, ante el espectáculo de tanta
crueldad, cuando un anciano que contemplaba la escena comentó: "En verdad, este
hombre no cree en Dios".

No olvides lo principal
Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante
de una caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: "Entra y toma

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todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Y recuerda que después que
salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero
no te olvides de lo principal." La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas.
Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar,
ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente.
"Te quedan sólo ocho minutos." Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro
y piedras preciosas, corrió hacía afuera de la caverna y la puerta se cerró. Recordó,
entonces, que el niño había quedado dentro y la puerta estaba cerrada para siempre. La
riqueza duró poco y la desesperación, siempre. Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros
mismos. Tenemos muchos años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos
advierte: "No te olvides de lo principal." Y lo principal son los valores espirituales, la
familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales, nos
fascinan tanto que a veces lo principal se queda a un lado.


Nos falta algo
Cuentan la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado
de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así
que se fue a buscar la pieza que había perdido. Pero como estaba incompleta y solo
podía rodar muy despacio, reparó en las bellas flores que había en el camino; charló
con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero
ninguna era la que le faltaba, así que las hizo a un lado y un día halló una pieza que le
venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que
nada le faltara. Se colocó el fragmento y empezó a rodar. Volvió a ser una rueda
perfecta que podía rodar con mucha rapidez. Tan rápidamente, que no veía las flores
ni charlaba con los gusanos. Cuando se dio cuenta de lo diferente que parecía el mundo
cuando rodaba tan aprisa, se detuvo, dejó en la orilla del camino el pedazo que había
encontrado y se alejó rodando lentamente. La moraleja de este cuento, es que, por
alguna misteriosa razón, nos sentimos más completos cuando nos falta algo. El hombre
que lo tiene todo es un hombre pobre en cierto sentido: nunca sabrá qué se siente al
anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor; ni tampoco
conocerá la experiencia de recibir de alguien que ama lo que había deseado y no tenía.
Cuando aceptemos que la imperfección es parte de la condición humana y sigamos
rodando por la vida sin renunciar a disfrutarla, habremos alcanzado una integridad a la
que otros solo aspiran.
Nosotras tampoco
Rita Hayworth visitó en una ocasión uno de los hogares para leprosos que la
Madre Teresa de Calcuta había construido para atenderlos. Mientras paseaban por las
distintas salas donde se encontraban aquellos pobres enfermos devorados por la lepra,
la famosa actriz no pudo reprimir un gesto de horror hacia tanta miseria. Y dirigiéndose
a la Madre Teresa, comentó: "Esta labor que hacen usted y las hermanas no tiene
precio. Yo no lo haría ni por un millón de dólares". A lo que la Madre Teresa se limitó
a responder: "Nosotras, tampoco".

Nuestra pobreza
Una vez, un padre de una familia acaudalada llevo a su hijo a un viaje por el
campo con el firme propósito de que su hijo viera cuan pobres eran las gentes del

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campo. Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una
familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le
pregunta a su hijo: "¿Qué te pareció el viaje?". "Muy bonito, papá". "¿Viste que pobre
puede ser la gente? ¿Que aprendiste?". "Vi que nosotros tenemos un perro en casa,
ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una alberca que llega de una barda a la mitad del
jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas
importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio llega hasta la barda de la casa,
ellos tienen todo un horizonte de patio". Al terminar el relato, el padre se quedo
callado... y su hijo añadió: "Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos".


Palabras de aliento
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un
hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron
lo hondo que era el agujero, empezaron a lamentarse y a decir a las dos pobres ranas
que debían darse por muertas. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus
amigas y siguieron tratando de salir fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las ranas que
estaban arriba seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles. Finalmente, una de
las ranas se rindió después de oír tantas veces que no había solución. Pasó el tiempo, y
se desplomó y murió. Sin embargo, la otra rana continuó saltando tan fuerte como le
era posible, sin desanimarse. Una vez más, la multitud de ranas le gritaba desde arriba
y le hacía señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir, ya
que no tenía ningún sentido seguir luchando. Pero aquella rana saltaba cada vez con
más ímpetu, hasta que finalmente dio un salto enorme y logró salir del hoyo, ante la
sorpresa de todas. Cuando estuvo arriba, las otras ranas se sintieron muy avergonzadas
e intentaron disculparse: "Lo sentimos mucho, de verdad. ¿Cómo has conseguido salir,
a pesar de lo que te gritábamos?". La rana les explicó que estaba un poco sorda, y que
en todo momento pensó que aquellos gritos eran de ánimo para esforzarse más y salir
del hoyo. Como se ve, muchas veces la palabra tiene poder de vida y de muerte.


Parte del regalo
Una niña en África le dio a su maestra un regalo de cumpleaños. Era un hermoso
caracol. "¿Dónde lo encontraste?", preguntó la maestra. La niña le dijo que esos
caracoles se hallan solamente en cierta playa lejana. La maestra se conmovió
profundamente porque sabía que la niña había caminado muchos kilómetros para
buscar el caracol. "No debiste haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo",
comentó. La niña sonrió y contestó: "Maestra, la larga caminata es parte del regalo".


Por los pelos, pero... victoria
Quiero relatar hoy una pincelada de mi vida. Sólo busco una cosa: llegar al
corazón de alguien que, como yo un día, se sienta ahora angustiada ante esta tremenda
disyuntiva: El desordenado afán de quedar bien, el miedo a perder la fama, la afición a
decir mentiras. En definitiva, el cinismo y la hipocresía, frente a conciencia, sencillez,
humildad, responsabilidad, respeto a la vida y respeto a la verdad.
Cuando alguien se decide a escribir —al menos así lo pienso yo— es porque algo

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bueno tiene que contar. Porque al hacerlo piensa que ese retazo de su vida, ese algo tan
suyo, puede ayudar a los demás. Lo que yo voy a escribir no es algo fantástico, no, no
lo es. Es una parte de mi vida que fue vulgar, pero que pudo ser algo peor de no haber
intervenido la gracia que Dios, infinitamente bueno, derramó sobre mí, sin yo nunca
pensar en merecerlo.Quiero también así poder agradecer al Señor, de alguna manera,
lo que hizo por mí y continúa haciendo... Deseo reparar el daño que hice y darle las
gracias por haberme frenado a tiempo.
Tengo 31 años, recién cumplidos, trabajo en una empresa de construcción como
delineante, soy soltera y tengo una hija de seis meses. Nací en una familia católica, de
las de verdad. Desde pequeña aprendí, porque me lo enseñaron, todo el profundo
sentido de la religión llevada a la vida cotidiana: el estudio, el trabajo, las amistades, la
familia... Me enseñaron a valorar el tiempo, a rezar...
Desde que conocí el sentido de la palabra lucha, para un católico consciente,
conocí paralelamente la palabra derrota. Aunque mi afán de quedar bien, mi ansia de
ser valorada, me impedía aceptar la derrota. Así que, enseguida emprendí el vertiginoso
camino de la trampa y de la mentira. Y me aficioné a escapar en el último minuto, y
siempre "por los pelos", de las situaciones comprometidas, en las que yo solita me
metía.
Era muy perezosa —para lo que me aburría—, con una imaginación y unos
sentidos sueltos y con una sensibilidad muy acusada. Buscaba una sensación de
plenitud que no encontraba donde la buscaba. El resultado era deprimente: sensación
de continuo fracaso, de ridículo, de derrota. Sensación que se acentuaba en la medida
que ponía más pasión en conseguir lo que más me apetecía: mi propia estima.En el
colegio conseguí una aceptable reputación, pues al final si te haces la simpática, y no
armas demasiados líos, lo único que queda son las notas. Y yo las tenía bastante buenas.
No pienso que sea dueña de unas dotes deslumbrantes, pero sí que tengo la cualidad de
saber sacarle partido a lo que tengo. Estudiaba mucho, pero sin orden ni constancia. Lo
mío era el último momento, el "por los pelos", y el haber comprendido a tiempo que
en muchas ocasiones puedes vivir de las rentas de haber sido bien etiquetada.
Soñaba con ser la mejor arquitecto del mundo pero, cuando empecé la carrera, no
dedicaba ni dos horas diarias al estudio. Gastaba el tiempo en dar rienda suelta a mi
gran imaginación, que me exigía dibujar casas exóticas para famosos. Así que, después
de aburrirme yo y luego mis padres con mis cosechas de calabazas, me conformé con
hacer un curso por correspondencia de delineante. Estos cursos tenían la ventaja para
mí de funcionar a mi aire, lo que me encantaba; pues me hacía sentirme más libre.
Aunque había que entregar trabajos, poco a poco, y casi siempre "por los pelos", fui
superando las pruebas. Con lo que me convertí en una flamante profesional.
Con estos detalles queda bien dibujado mi carácter blando, blando, blando. Me
disculpaba a mí misma diciendo: «A mí lo que me va es la práctica, pero eso de la
teoría... », y así me fue. Porque ahora comprendo, ahora veo muy claro lo difícil que
resulta lograr una buena práctica sin el fundamento de una excelente teoría.
Pues bien, yo no era mala. Ni robé, ni maté, pero era algo peor, era tibia. Ni sí, ni
no. Ni frío ni caliente. Si algún domingo estaba con los amigos y me lo estaba pasando
muy bien con los piropos de fulanito, y ya eran las ocho... y era la última Misa..., al
principio sin previo aviso, salía corriendo y llegaba "por los pelos", pero había
cumplido..., luego —como eso no era vida—, la satisfacción del deber cumplido
empezó a cansarme... y comencé a pensar de otro modo: la verdad, ¡por un domingo

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sin Misa!... Y aquella otra vez con otro amigo... sólo fue un beso... total...Mi vida era
siempre una huida hacia delante. Todo se resolvía en que no me pillen, en tener siempre
preparada una buena coartada. Si un día tenía un buen motivo, otro día era otra razón;
siempre las había.
La cochina soberbia me llevó a la ceguera. Necesitaba ser estimada, llamar la
atención. No estaba hecha para ser una chica buena, de las del montón. Me espantaba
convertirme en una marujona cargada de niños y siempre sumisa a su maridito, con el
único consuelo de ir diciendo por ahí que "en mi casa mando yo". Lo de pasar oculta,
seguro que no se había escrito por mí. Si no podía ser una gran mujer, terminaría
siendo... Sí, sentía orgullo de ser apetecida y poder acostarme con quien me diera la
gana, como si por eso fuera más mujer, con más puntos que las demás y fuera más
cotizada, más admirada.
Aunque creí que dominaba mis sentimientos y que estas aventuras no dejaban
huella en mi corazón, un día me enamoré... Yo sabía que aquel hombre no me convenía.
Y como ya tenía «motu proprio» mis malas inclinaciones, aquello fue como atarme una
gran bola de hierro a la muñeca y tirarme al mar. Mi acompañante de aventuras, la
soberbia, se encargó de poner un decorado adecuado. Y, por arte de magia, mi nueva
situación dejó de parecerme algo horroroso. Pensaba que más valía estar mal
acompañada que quedarme sola. La venda del orgullo me tapó los ojos y quedé ciega.
Estaba convencida de que en mi familia nadie me podría comprender; eran de otra
época. Lo que son las cosas: la imaginación me convirtió en la persona valiente y
coherente, y atribuyó a mis conocidos el papel de hipócritas y cobardes. ¡Qué sabían
ellos de mi vida!, ni remotamente se lo imaginaban.
Nada contaba para mí. Cuando se empieza a rodar cuesta abajo, es dificilísimo
parar. Ya, ni se ve, ni se oye, ni se entiende absolutamente nada que no sea otra cosa
que el yo: lo que yo quiero, lo que yo no quiero, mi vida es sólo mía...
En mi familia no faltaban los problemas (y por cierto que los había, y los hay),
pero ¡a mi qué me importaban! Yo hacía lo que me daba la gana, ¿por qué esos
problemas tenían que estropear mis planes, mis diversiones? Siempre les contestaba:
¿por qué no me dejáis en paz? Ya es hora de que disfrute de la vida, y no pienso
amargarme la vida porque en casa haya problemas, ¡faltaría más!
Como tenía independencia económica estaba plenamente convencida de que no
debía nada a nadie; a ver, ¿a quién?
A pesar de ser experta en todo tipo de trampas, la pasión y la curiosidad me
hicieron cometer un gravísimo error. Yo, que era tan crítica con mi familia, me había
convertido en una crédula. A pesar de que tanta gente empezó a rasgarse las vestiduras
con la comercialización de "la píldora del día después", a mí el invento me cautivó. Lo
vi super seguro. Como mis pasiones me habían convertido en una miedosa, pensé que
era mi solución...
Una cita con él me cogió sin recursos. Me tranquilicé al recordar que, si había lío,
siempre me quedaba la opción de la nueva píldora, que podría adquirir sin dificultad
en una farmacia, pues tenía contactos y me había conseguido varias recetas, que
siempre llevaba conmigo... Cuando desperté, él se había marchado al trabajo. Con
horror descubrí que había cambiado de bolso y que no tenía allí las recetas. Me arreglé,
desayuné y pedí un taxi. Ya en casa, con los nervios a flor de piel, empecé a buscar las
recetas, pero no di con ellas. Pensé en las horas que me quedaban. Decidí serenarme.
Me fui al trabajo y "por los pelos", aunque tarde, llegué antes que mi jefe. El ahorrarme

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una nueva bronca me animó. Pensé que tenía encarrilada la situación.
Me inventé una excusa para salir a la calle y fui a buscarle a su trabajo. Cuando
por fin le tuve delante, el miedo y los nervios me atragantaban las palabras... Él le quitó
importancia a todo. Me dijo que le esperase un momento, que tenía a mano un amigo
que podría ayudarnos. A los veinte minutos apareció con una nueva receta. Miré el
reloj. ¡Las nueve de la noche! Sin despedirme, salí corriendo en busca de una farmacia.
Al mostrar la receta y al ver mis nervios me atendieron sin hacer preguntas. Aunque
me fastidió interpretar en el gesto del mancebo un cierto rictus de lástima hacia mí.
Mientras salía de nuevo corriendo hacia casa se me escapó un ¡Malditos! Mientras
pensaba: siempre aprovechándose de las pobres e indefensas mujeres.
Tomé la píldora... Y leí el prospecto tantas veces que me lo aprendí de memoria.
No quería cometer ningún error fatal y quedar a los ojos de los demás, sobre todo de
las demás, como una tonta.
Aunque lo hice todo bien, el caso es que me tocó la excepción y quedé
embarazada, ¡¡yo!!, a los 29 años y sin ninguna posibilidad de rehacer mi vida con él.
Él me aconsejó abortar. Sí, eso era lo más fácil, eso era lo que debía hacer. Pero no
sólo él; también otras personas, que entonces consideraba amigas, me animaron a dar
ese paso. Para convencerme, para que no «sufriera», me hablaban de la perfección de
la técnica.
«Tu familia es muy conocida, muy considerada aquí; no puedes darles ese
disgusto», me decían. Y continuaban: «Debes evitar el escándalo porque se te tiene por
una "buena niña". ¿Te das cuenta de que la vas a montar?». Cuando todo acabe, te
alegrarás, total, nadie se entera, es cosa de poco y se acabó.
Intuí que alguien debía seguir rezando por mí, no sé con qué fundamento ni
esperanza de lograr mi conversión. Al pensarlo, primero me sentí ofendida; luego,
avergonzada de mi desnudez. Era como si alguien me conociese mejor que yo a mí
misma y, que, sin haberme pedido permiso, se hubiera metido en mi vida. El caso es
que, gracias a esa persona, el Señor me agarró fuerte de la mano. Aquella criatura, que
ya estaba en mí, empezó a hacerme feliz desde sus primeros días de vida.
Repuesta del susto, por fin, me decidí a contactar con una amiga, una verdadera
amiga que me aconsejó bien. No, yo no podía, no quería matar, no mataría, no.
Decidí hablar con el sacerdote que conocí durante el curso de acceso a la
Universidad. Aunque era demasiado duro a veces, el recuerdo de su claridad me
atraían. Además al recordar, no sé por qué, cómo tantas veces nos había sorprendido
con su inocencia y su ternura, resolví que era el único hombre que conocía distinto a
los demás. El único que me podía ayudar. Pregunté por él a mi amiga. Me dijo que le
habían trasladado... Pero como, entre mis talentos está la tozudez... Y una vez decidida
a una cosa, no había quien me venciese fácilmente... El caso es que di con él.
La verdad es que la cosa empezó mal. Al buen hombre no se le ocurrió otra cosa
que recibirme preguntándome por qué había tardado tanto en volver... Después de lo
que me costó encontrarlo, no tenía fuerzas para pelearme; además había decidido
cambiar de táctica e intentar abandonar mi orgullo. Tras un minuto de silencio, que a
mí se me hizo eterno y que mi sacerdote sufrió sin más, le respondí que había tardado
tanto porque el orgullo es muy mal compañero de viaje. Una vez superado el primer
momento, todo fue más fácil. También gracias a él, lo reconozco. Puse mi alma en paz
y le pedí a Dios la fortaleza que a mí me faltaba para hablar con mis padres y contarles
la verdad.

129

Así lo hice. Sufrí, sufrí mucho. Mentiría si dijese que todo fue un milagroso valle
de rosas. Lloré, lloré muchos días y muchas noches, pero puedo asegurar que mis
lágrimas no eran amargas porque eran lágrimas de arrepentimiento. ¡Perdón!, ¡perdón,
Dios mío! Por cada minuto, por cada segundo de mi vida pasada; de todo corazón,
¡perdón, Señor!
Y nació mi hija, y al bautizarla le llamé VICTORIA. Hoy Mariví es lo mejor del
mundo que puede haberme dado Dios. Mis padres están «dichosos» con la nieta. Mis
tres hermanos varones, más si cabe; y mi hermana monja, que la conoce por foto, ¡cómo
la quiere! Quizá más que nadie, por ser la de la familia que está más cerca de Dios. Y
yo... no sé cómo expresar lo que ahora siento. ¡Dios mío si llego a matarla! Mariví se
salvó "por los pelos", y "por los pelos" mi aparente gran fracaso se convirtió en mi
mayor VICTORIA.
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Presumir a destiempo
Una rana se preguntaba cómo podía alejarse del clima frío del invierno. Unos
gansos le sugirieron que emigrara con ellos. Pero el problema era que la rana no sabía
volar. "Déjenmelo a mí –dijo la rana–, tengo un cerebro espléndido". Luego pidió a dos
gansos que la ayudaran a recoger una caña fuerte, cada uno sosteniéndola por un
extremo. La rana pensaba agarrarse a la caña por la boca. A su debido tiempo, los
gansos y la rana comenzaron su travesía. Al poco rato pasaron por una pequeña ciudad,
y los habitantes de allí salieron para ver el inusitado espectáculo. Alguien preguntó:
"¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?" Esto hizo que la rana se sintiera tan orgullosa
y con tal sentido de importancia, que exclamó: "¡A mí!" Su orgullo fue su ruina, porque
al momento en que abrió la boca, se soltó de la caña, cayó al vacío.




Provocaciones
Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los
jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a
cualquier adversario. Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos,
apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Esperaba a que
su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada
para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven
e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Con la reputación del samurai,
se fue hasta allí para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los estudiantes se
manifestaron en contra de la idea, pero el viejo acepto el desafío. Juntos, todos se
dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzaba a insultar al anciano maestro.
Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos
conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo por
provocarle, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya
exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró. Desilusionados por el hecho de
que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
"¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún

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sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos
nosotros?". El maestro les preguntó: "Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y
ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?". "A quien intentó entregarlo",
respondió uno de los alumnos. "Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -
dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba
consigo".

Querer entenderse
Lo que no esperaban los protestantes alemanes era que el Papa, en su primer viaje
a Alemania, citase varias veces a Lutero y lo definiese como “alguien que buscaba
respuestas a sus interrogantes”. El presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica
alemana había sido implacable contra los católicos y sus dificultades ecuménicas.
Estaba ante el Papa sin pestañear, hasta que rompió en aplausos. Un periodista
comentaba que: “vale más mirarse a los ojos y estrecharse las manos tras hablar con
franqueza, que diez mil documentos pensados hasta la última sílaba”.
Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p. 92.

¿Quién pliega tu paracaídas?
Charles Plumb era piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam. Después de
muchas misiones de combate, su avión fue derribado por un misil. Plumb se lanzó en
paracaídas, fue capturado y pasó seis años en una prisión vietnamita. A su regreso a los
Estados Unidos, daba conferencias contado su odisea y lo que aprendió en su tiempo
en prisión. Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludó: "Hola..., ¿usted es
Charles Plumb, era piloto en Vietnam y lo derribaron, verdad...? ¿Y usted, cómo sabe
eso?, le preguntó Plumb. "Porque yo plegaba su paracaídas. ¿Parece que le funcionó
bien, verdad?" . Plumb casi se ahogó de sorpresa y gratitud. "Claro que funcionó. Si no
hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí." Plumb no pudo dormir esa noche,
preguntándose: "Cuántas veces lo vi en el portaaviones, y no le dije ni los buenos días,
porque yo era un arrogante piloto y él era un humilde marinero..." Pensó también en
las horas que ese marinero pasaba en las bodegas del barco enrollando los hilos de seda
de cada paracaídas, teniendo en sus manos la vida de alguien a quien no conocía.
Ahora, Plumb comienza sus conferencias preguntándole a su audiencia, "¿Quién plegó
hoy tu paracaídas? Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que
nosotros podamos salir adelante. A veces perdemos de vista lo que es importante, y
dejamos de saludar, de dar las gracias, de felicitar a alguien, de decir algo amable.


Rana de pozo
En un pozo profundo vivía una colonia de ranas. Llevaban su vida, tenían sus
costumbres, encontraban su alimento y croaban a gusto haciendo resonar las paredes
del pozo en toda su profundidad. Protegidas por su mismo aislamiento, vivían en paz,
y sólo tenían que guardarse del pozal que, de vez en cuando, alguien echaba desde
arriba para sacar agua del pozo. Daban la alarma en cuanto oían el ruido de la polea, se
sumergían bajo el agua o se apretaban contra la pared, y allí esperaban, conteniendo la
respiración, hasta que el pozal lleno de agua era izado otra vez y pasaba el peligro. Fue
a una rana joven a quien se le ocurrió pensar que el pozal podía ser una oportunidad en
vez de un peligro. Allá arriba se veía algo así como una claraboya abierta, que cambiaba

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de aspecto según fuera de día o de noche, y en la que aparecían sombras y luces y
formas y colores que hacían presentir que allí había algo nuevo digno de conocerse. Y,
sobre todo, estaba el rostro con trenzas de aquella figura bella y fugaz que aparecía por
un momento sobre el brocal del pozo al arrojar el cubo y recobrarlo todos los días en
su cita sagrada y temida. Había que conocer todo aquello. La rana joven habló, y todas
las demás se le echaron encima: «Eso nunca se ha hecho. Sería la destrucción de nuestra
raza. El cielo nos castigará. Te perderás para siempre. Nosotras hemos sido hechas para
estar aquí, y aquí es donde nos va bien y podemos ser felices. Fuera del pozo no hay
más que destrucción absoluta. Que nadie se atreva a violar las sabias leyes de nuestros
antepasados. ¿Es que una rana jovenzuela de hoy puede saber más que ellos?». La rana
jovenzuela esperó pacientemente la próxima bajada del pozal. Se colocó
estratégicamente, dio un salto en el momento en que el pozal comenzaba a ser izado y
subió en él ante el asombro y el horror de la comunidad batracia. El consejo de ancianos
excomulgó a la rana prófuga y prohibió que se hablara de ella. Había que salvaguardar
la seguridad del pozo. Pasaron los meses sin que nadie hablara de ella y nadie se
olvidara de ella, cuando un buen día se oyó un croar familiar sobre el brocal del pozo,
se agruparon abajo las curiosas y vieron recortada contra el cielo la silueta conocida de
la rana aventurera. A su lado apareció la silueta de otra rana, y a su alrededor se
agruparon siete pequeños renacuajos. Todas miraban sin atreverse a decir nada, cuando
la rana habló: «Aquí arriba se está maravillosamente. Hay agua que se mueve, no como
allá abajo, y unas fibras verdes y suaves que salen del suelo y entre las que da gusto
moverse, y donde hay muchos bichos pequeños muy sabrosos y variados, y cada día se
puede comer algo diferente. Y luego hay muchas ranas de muchos tipos distintos, y son
muy buenas, y yo me he casado con ésta que está aquí a mi lado, y tenemos siete hijos
y somos muy felices. Y aquí hay sitio para todas, porque esto es muy grande y nunca
se acaba de ver lo que hay allá lejos.» De abajo, las fuerzas del orden advirtieron a la
rana que, si bajaba, sería ejecutada por alta traición; y ella dijo que no pensaba bajar, y
que les deseaba a todas que lo pasaran bien, y se marchó con su compañera y los siete
renacuajos. Abajo en el pozo hubo mucho revuelo, y hubo algunas ranas que quisieron
comentar la propuesta, pero las autoridades las acallaron enseguida, y la vida volvió a
la normalidad de siempre en el fondo del pozo. Al día siguiente, por la mañana, la niña
de las trenzas rubias se quedó asombrada cuando, al sacar el cubo con agua del pozo,
vio que estaba lleno de ranas. En sánscrito hay una palabra compuesta para designar a
una persona estrecha de miras que se conforma con oír lo que siempre ha oído y hacer
lo que siempre ha hecho, lo que hace todo el mundo y lo que, según parece, han de
hacer todos los que quieran seguir una vida tranquila y segura. La palabra es «rana-de-
pozo», (kup-manduk), y ha pasado del sánscrito a las lenguas indias modernas, en las
que se usa con el mismo sentido. A nadie le gusta que se la digan. Aun así, el mundo
está lleno de pozos, y los pozos llenos de ranas. Y niñas con trenzas rubias siguen
llevándose sustos de vez en cuando por la mañana.




Reconocer la tentación
Un rabino judío decidió poner a prueba sus discípulos. ¿Qué es lo que haríais,
hijos míos, si os encontraseis un saco de dinero en el camino? El primero meditó un

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momento y contestó: Lo devolvería a su dueño, maestro. "Ha hablado muy prontamente
-pensó para sí el rabino-, me pregunto si será sincero." El segundo discípulo dijo: "Si
no me viera nadie, me lo quedaría." "Ha hablado con sinceridad -pensó el rabino-, pero
no es digno de confianza." Finalmente, el tercero dijo: "Probablemente tendría
tentación de quedarme el dinero, por eso rogaría a Dios que me diera fuerzas para
resistir este impulso y actuar correctamente." "He aquí un hombre sincero en quien
puedo confiar", concluyó el rabino.


Redimir a un hombre
En "Los miserables", esa gran novela de Víctor Hugo, Jean Valjean acaba de
cumplir una condena injusta. Es acogido por el obispo de Digne. En pago de tanta
hospitalidad, el hosco Valjean hurta a su anfitrión una cubertería de plata y se da a la
fuga. La policía no tardará en prenderlo. Aherrojado y mohíno, Valjean tendrá que
soportar un careo con el hombre cuya confianza ha defraudado. Entonces el obispo de
Digne, en lugar de ratificar las sospechas de la policía, encubre el delito de Valjean,
asegurando que la cubertería de plata es un regalo que él mismo hizo a su huésped; e
incluso lo reprende por no haber querido llevarse también unos candelabros, que de
inmediato introducirá en su faltriquera. Quizá encubrir a un delincuente merezca la
reprobación de la justicia; pero, al obrar ilícitamente, el obispo de Digne redime a un
hombre. Enaltecido por ese gesto, Jean Valjean convertirá a partir de ese momento su
vida en una incesante epopeya de abnegación. El obispo de Digne entendía que Dios
anida en el rostro de sus criaturas más afligidas.

Reflexión y tradición
Cuenta una leyenda popular que supo haber una vez un cuartel militar junto a un
pueblecillo cuyo nombre no recuerdo, y en medio del patio de ese cuartel había un
banco de madera. Era un banco sencillo, humilde y blanco. Y junto a ese banco un
soldado hacía guardia. Hacia guardia noche y día. Nadie sabía por qué se hacía la
guardia junto al banco, pero se hacía. Se hacía noche y día, todas las noches, todos los
días, y de generación en generación todos los oficiales transmitían la orden y los
soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó: la tradición es algo
sagrado que no se cuestiona ni se ataca: se acata. Si así se hacía y siempre se había
hecho, por algo sería. Así se hacía, siempre se había hecho y así se haría. Y así siguió
siendo hasta que alguien, no se sabe bien qué general o coronel curioso, quiso ver la
orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar se
supo. Hacía 31 años, 2 meses y cuatro días un oficial había mandado montar guardia
junto al banco, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre
la pintura fresca.


Rescatada
Una niña pequeña cuyos padres habían muerto, vivía con su abuela y dormía en
una habitación del piso superior.
Una noche se produjo un incendio en la casa y la abuela pereció tratando de
rescatar a la niña. El fuego se propagó rápidamente y el primer piso fue pasto de las
llamas.

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Los vecinos llamaron a los bomberos y se mantuvieron a la espera de ayuda ya
que era imposible entrar en la casa pues las llamas bloqueaban todas las entradas. La
pequeña apareció en una de las ventanas superiores, pidiendo a gritos ayuda, justo en
el momento en que corría la voz entre la muchedumbre de que los bomberos tardarían
unos minutos pues estaban todos en otro fuego.
De pronto, apareció un hombre con una escalera, la apoyó contra la fachada de la
casa y desapareció en el interior. Cuando reapareció, llevaba en sus brazos a la pequeña.
Dejó la niña en brazos de los que esperaban fuera y desapareció en la noche.
Una investigación reveló que la niña no tenía parientes. Semanas después se
celebró una asamblea en el ayuntamiento para determinar quién se llevaría la niña a su
casa para criarla.
Una maestra dijo que ella podría criar a la niña. Les hizo notar que podría
asegurarle una buena educación. Un granjero se ofreció a criarla en su granja. Les hizo
notar que vivir en una granja era saludable y satisfactorio. Otros hablaron, dando sus
razones por las que sería ventajoso para la niña vivir con ellos.
Finalmente, el habitante más rico del municipio se levantó y dijo: "Yo puedo darle
a esta niña todas las ventajas que habeis mencionado aquí, y además, dinero y todo lo
que el dinero puede comprar".
Durante todo el tiempo, la niña permaneció con la mirada baja y en silencio.
"¿Quiere hablar alguien más?", preguntó el presidente de la asamblea.
Un hombre se adelantó desde el fondo de la sala. Andaba despacio y parecía
dolorido. Cuando llegó al frente de la habitación, se paró directamente en frente de la
pequeña y extendió sus brazos. La muchedumbre sofocó un grito. Sus manos y brazos
tenían cicatrices terribles.
La niña gritó: "¡Éste es el hombre que me rescató!". De un salto, rodeó con sus
brazos el cuello del hombre, asiéndose desesperadamente a él, como había hecho
aquella fatídica noche. Apoyó la cara en su hombro y sollozó durante unos momentos.
Entonces levantó los ojos y le sonrió. "Se levanta la asamblea" dijo el presidente.
(Tomado de de www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


Ricos y pobres
Una vez, un padre de una familia bastante acaudalado llevó a su hijo a un viaje
con el firme propósito de que su hijo viera cuán pobres eran las gentes del campo.
Estuvieron por espacio de un día y una noche completa en una granja de una familia
campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a
su hijo: - ¿Qué te pareció el viaje? - ¡Muy bonito papá! - ¿Viste cuán pobre puede ser
la gente? - ¡Sí! ¿Y qué aprendiste? - Vi que nosotros tenemos una piscina que llega de
una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros
tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen estrellas. El patio llega hasta
la pared de la casa del vecino, ellos tienen un horizonte de patio. Ellos tienen tiempo
para conversar y estar en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo y casi
nunca os veo. Al terminar el relato, el padre se quedó callado, y su hijo añadió: -
¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a ser...!

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Sacar una enseñanza de los malos ejemplos
Edit Stein de pequeña era muy sensible, pero también un poco irascible y
presumida (era la pequeña de la casa). Así se lo hacían ver sus hermanas. Un día
observó una pelea de borrachos en plena calle. La gente que estaba alrededor se reía y
casi les incitaban. Sacaron los cuchillos y al final corrió la sangre. Le impresionó tan
vivamente que decidió cambiar de carácter, controlar su ira y no probar nunca el
alcohol.


Sé tú mismo
Había una vez, en un lugar y en un tiempo que podría ser cualquiera, un hermoso
jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y
satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto un árbol, que estaba profundamente
triste. El pobre tenía un problema: no sabía quién era. El manzano le decía: "Lo que te
falta es concentración, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas, es muy
fácil". El rosal le decía: "No le escuches. Es más sencillo tener rosas, y son más
bonitas". El pobre árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, pero como no
lograba ser como los demás se sentía cada vez más frustrado. Un día llegó hasta el
jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:
"No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre
la tierra. No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo,
conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior." Y dicho esto, el búho desapareció.
¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol
desesperado. Entonces, de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió
el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: "Tú jamás darás
manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un
rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves,
sombra a los viajeros, belleza al paisaje. Tienes una misión, cúmplela. Y el árbol se
sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba
destinado. Así, pronto fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín
fue completamente feliz.


Sigo gritando para cambiar el mundo
Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que
era necesario un cambio de la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una
multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por
interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las
costumbres. Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que
rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el
profeta no se desalentaba y seguía gritando. Hasta que un día ya nadie se detuvo a
escuchar sus voces. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza. Y
pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba. Al fin, alguien se
acercó y le preguntó: "¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a
cambiar?" "Sigo gritando" –dijo el profeta– "porque se me callara, ellos me habrían
cambiado a mí." José Luis Martín Descalzo

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Simples y complicadas
Un chico llamado Luis se siente atraído por una chica llamada Ana. Él la propone
ir juntos al cine, ella acepta, se lo pasan bien. Unas pocas noches después el la invita a
ir a cenar, y de nuevo están a gusto. Siguen viéndose regularmente, y un tiempo después
ninguno de ellos ve a ninguna otra persona. Entonces, una noche, cuando van hacia
casa, un pensamiento se le ocurre a Ana y, sin pensarlo mucho, ella dice: "¿Te das
cuenta de que justo hoy hace seis meses que nos vemos?". Y entonces se hace el
silencio en el coche. A Ana le parece un silencio estruendoso. Ella piensa: "Vaya, me
pregunto si le habrá molestado que yo haya dicho eso. Quizás se siente restringido por
nuestra relación. Quizás crea que yo estoy tratando de forzarle a alguna clase de
obligación que él no desea, o sobre la que no está muy seguro". Y Luis esta pensando:
"Vaya. Seis meses." Y Ana piensa: "Pero yo tampoco estoy segura de querer esta clase
de relación. A veces me gustaría tener un poco más de libertad, para tener tiempo de
pensar sobre lo que yo realmente quiero que nos mantenga en la dirección a la que nos
estamos dirigiendo lentamente..., quiero decir, ¿hacia dónde vamos? ¿Vamos
simplemente a seguir viéndonos en este nivel de intimidad? ¿Nos dirigimos hacia el
matrimonio? ¿Hijos? ¿Una vida juntos? ¿Estoy preparada para este nivel de
compromiso? ¿Es que conozco realmente a esta persona?". Y Luis piensa: "...así que
eso significa que fue... veamos... fue febrero cuando comenzamos a salir, que fue justo
después de dejar el coche en el taller, o sea, que... veamos el cuentakilómetros... Vaya,
tengo que cambiarle el aceite al coche." Y Ana piensa: "Está disgustado. Puedo verlo
en su cara. Quizás estoy interpretando esto completamente mal. Quizás quiere más de
nuestra relación, más intimidad, más compromiso. Quizás él ha notado -antes que yo-
que yo estaba sintiendo algunas reservas. Sí, seguro que es eso. Por eso es tan reservado
a la hora de hablar sobre sus propios sentimientos. Tiene miedo de ser rechazado". Y
Luis piensa: "Y voy a tener que decirles que me miren la transmisión otra vez. No me
importa lo que esos imbéciles digan, todavía no cambia bien. Y esta vez será mejor que
no intenten echarle la culpa al frío. ¿Qué frío? Hay 30 grados fuera, y esta cosa cambia
como un camión de basura, y yo les pago a esos ladrones incompetentes mucho dinero
cada vez." Y Ana está pensando: "Está enfadado. Y no puedo culparle. Yo estaría
enfadada, también. Dios mío, me siento tan culpable, haciéndole pasar por esto, pero
no puedo evitar sentirme como me siento. Simple y llanamente, no estoy segura". Y
Luis piensa: "Probablemente me dirán que sólo tiene tres meses de garantía. Sí, eso es
justo lo que van a decirme, los capullos". Y Ana está pensando: "Quizás soy demasiado
idealista, esperando que venga un caballero en su caballo blanco, cuando estoy sentada
al lado de una persona perfectamente buena, una persona con la que me gusta estar,
una persona que realmente me importa, una persona a la que parezco importarle
realmente. Una persona que sufre por causa de mis egocéntricas fantasías románticas
de colegiala". Y Luis piensa: "¿Garantía? ¿Quieren una garantía? Les daré una garantía.
Cogeré su garantía y la...". Dice Ana en voz alta: "Luis". "¿Qué?, dice Luis,
sorprendido. "Por favor, no te tortures así -dice ella, con un inicio de lágrimas en sus
ojos.- Quizás nunca debí haber dicho... Oh, Dios, me siento tan..." y se interrumpe,
sollozando. "¿Qué?, dice Luis. "Soy tan tonta -solloza Ana-. Quiero decir, ya sé que no
hay tal caballero. Realmente lo sé. Es estúpido. No hay caballero, ni caballo". "¿ No
hay caballo?, dice Luis. "¿Piensas que soy tonta, verdad?", dice Ana. "No", dice Luis,
contento por fin de conocer la respuesta adecuada. "Es sólo que... sólo que... necesito
algo de tiempo", dice Ana. Hay una pausa de 15 segundos mientras Luis, pensando

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todo lo rápido que puede, trata de decir una respuesta segura. Finalmente se le ocurre
una que cree que puede funcionar: "Sí". Ana, fuertemente emocionada, toca su mano:
"Oh, Luis, ¿realmente piensas eso?, dice ella. "¿El que?, dice Luis. "Eso sobre el
tiempo", dice Ana. "Ah, sí", dice Luis. Ana se vuelve para mirarle y fija profundamente
su mirada en sus ojos, haciendo que él se ponga muy nervioso sobre lo que ella pueda
decir luego, sobre todo si tiene que ver con un caballo. Al final, ella dice: "Gracias,
Luis". "Gracias", dice Luis. Entonces él la lleva a casa, y ella se tumba en su cama,
como un alma torturada y en conflicto, y llora hasta el amanecer. Mientras, Luis, vuelve
a su casa, abre una bolsa de patatas, enciende la tele, e inmediatamente se encuentra
inmerso en una retransmisión de un partido de tenis entre dos checos de los que nunca
ha oído hablar. Una débil voz en los mas recónditos rincones de su mente le dice que
algo importante pasaba en el coche, pero está bien seguro de que no hay forma de que
pudiese entenderlo, así que opina que es mejor no pensar en ello. Al día siguiente Ana
llamara a su mejor amiga, o quizás a dos de ellas, y hablarán sobre la situación seis
horas seguidas. Con doloroso detalle, analizarán todo lo que ella dijo y todo lo que él
dijo, pasando sobre cada punto una y otra vez, examinando cada palabra, y gesto por
nimios significados, considerando cada posible ramificación. Continuarán discutiendo
el tema, una y otra vez, por semanas, quizás meses, nunca llegando a conclusiones
definitivas, pero nunca aburriéndose de él, tampoco. Mientras, Luis, un día mientras
ve un partido de fútbol con un amigo común suyo y de Ana, durante los anuncios,
fruncirá el ceño y dirá: "Raúl, ¿sabes si Ana tuvo alguna vez un caballo?".


¿Te puedo comprar una hora?
El hombre llegó del trabajo a casa otra vez tarde, cansado e irritado, y encontró a
su hijo de cinco años esperándolo en la puerta. "Papá, puedo preguntarte algo?" "Claro,
hijo, el qué? respondió el hombre.
"Papá, ¿cuánto dinero ganas por hora?" "¿Por qué lo preguntas?, dijo un tanto
molesto. "Sólo quiero saberlo. Por favor dime cuánto ganas por hora", suplicó el
pequeño. "Si quieres saberlo, gano 20 dólares por hora".
"Oh", repuso el pequeño inclinando la cabeza. Luego dijo: "Papá, ¿me puedes
prestar 10 dólares, por favor?". El padre estaba furioso. "Si la razón por la que querías
saber cuánto gano es sólo para pedirme que te compre un juguete o cualquier otra
tontería, entonces vete ahora mismo a tu habitación y acuéstate. Piensa por qué estás
siendo tan egoísta. Trabajo mucho, muchas horas cada día y no tengo tiempo para estos
juegos infantiles".
El pequeño se fue en silencio a su habitación y cerró la puerta. El hombre se sentó
y empezó a darle vueltas al interrogatorio del niño. "¡Cómo puede preguntar eso sólo
para conseguir algo de dinero!". Después de un rato, el hombre se calmó y empezó a
pensar que había sido un poco duro con su hijo. Quizás había algo que realmente
necesitaba comprar con esos 10 dólares y, de hecho, no le pedía dinero a menudo. Fue
a la puerta de la habitación del niño y la abrió.
"¿Estás dormido, hijo?", preguntó. "No, papá. Estoy despierto" respondió el niño.
"He estado pensando, y quizá he sido demasiado duro contigo antes. Ha sido un día
muy largo y lo he pagado contigo. Aquí tienes los 10 dólares que me has pedido".
El niño se sentó sonriente: "¡Oh, gracias, papá!", exclamó. Entonces, rebuscando
bajo su almohada, sacó algunos billetes arrugados más. El pequeño contó despacio su

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dinero y entonces miró al hombre, el cual, viendo que el niño ya tenía dinero, empezaba
a enfadarse de nuevo. "¿Por qué necesitabas dinero y ya tenías?", refunfuñó el padre.
"Porque todavía no tenía bastante, pero ahora sí tengo. Papá, ahora tengo 20
dólares..., ¿puedo comprar una hora de tu tiempo?".


Tender puentes
Se cuenta que, cierta vez, dos hermanos que vivían en granjas vecinas, separadas
por un pequeño río, entraron en conflicto. Fue la primera gran desavenencia en toda
una vida de trabajo uno al lado del otro, compartiendo las herramientas y cuidando uno
del otro. Durante años ellos trabajaron en sus granjas y al final de cada día, podían
atravesar el río y disfrutar uno de la compañía del otro. A pesar del cansancio, hacían
la caminata con gusto, pues se tenían un gran aprecio. Pero ahora todo había cambiado.
Lo que comenzara con un pequeño malentendido finalmente explotó en un cambio de
ásperas palabras, seguidas por semanas de total silencio. Una mañana, el hermano más
mayor sintió que llamaban a su puerta. Cuando abrió vio un hombre con una caja de
herramientas de carpintero en la mano y que buscaba trabajo: "Quizás usted tenga un
pequeño servicio que yo pueda hacer". "Sí, claro que tengo trabajo para usted. Ve
aquella granja al otro lado del río. Es de mi vecino. No, en realidad es de mi hermano
más joven. Nos peleamos y no puedo soportar verle. ¿Ve aquella pila de madera cerca
del granero? Quiero que usted construya una cerca bien alta a lo largo del río para que
yo no tenga que verlo mas." El carpintero contestó: "Creo que entiendo la situación.
Dígame dónde están el resto del material, que ciertamente haré un trabajo que le
gustará." Como tenía que irse a la ciudad, el hermano más mayor ayudó al carpintero
a encontrar el material y partió. El hombre trabajó durante todo aquel día. Ya anochecía
cuando termino su obra. El granjero regresó de su viaje y sus ojos no podían creer lo
que veían. En vez de una cerca había un puente que unía las dos márgenes del río. Era
realmente un buen trabajo, pero el granjero estaba furioso y le dijo: "Usted ha sido muy
atrevido al construir ese puente después de lo que quedamos". Sin embargo, al mirar
hacia el puente, vio a su hermano que se acercaba del otro margen, corriendo con los
brazos abiertos. Por un instante permaneció inmóvil de su lado del río. Pero de repente,
en un impulso, corrió en dirección del otro y se abrazaron en medio del puente.


Tener imaginación
Un cazador va a África y lleva su perrito Foxterrier para no sentirse solo. Un día,
ya en África, el perrito, persiguiendo mariposas, se aleja y se extravía, comenzando a
vagar solo por la selva. En eso ve a lo lejos que viene una pantera enorme a todo correr,
y al ver que la pantera lo quiere devorar, piensa rápidamente qué puede hacer. Ve un
montón de huesos de un animal muerto y se pone a mordisquearlos. Cuando la pantera
está a punto de atacarlo, el perrito dice: "¡Uah..., qué rica estaba esta pantera que me
acabo de comer!". La pantera lo escucha y frena en seco, gira y huye despavorida
pensando: "¡Este animal casi me come a mi también!". Un mono que andaba trepando
en un árbol cercano y que había visto y oído toda la escena, sale corriendo tras la
pantera para contarle cómo había sido engañada por el perrito. Pero el perrito oye al
mono chivato. El mono contó todo a la pantera, y esta, muy enojada, le dice al mono:
"¡Súbete a mi espalda y busquemos a ese perro maldito, a ver quién se come a quién!".

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Y salen corriendo a toda velocidad a buscar al Foxterrier. El perrito ve a lo lejos que
vuelve la pantera, ahora con el mono chivato encima. "¿Y ahora qué hago...?", se
pregunta. En vez de salir corriendo, que habría sido su perdición, se queda sentado
dándoles la espalda como si no los hubiera visto. Cuando la pantera está a punto de
atacarle, el perrito dice: "¡Pero qué mono más sinvergüenza...! Hace media hora que lo
mandé a traerme otra pantera y todavía no había aparecido...!". Como decía Albert
Einstein, en los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el
conocimiento.


Todo pasa
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: - Me estoy fabricando un
precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar
oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de
desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos,
para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del
diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito
grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran
ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no
podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido
sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por
tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el
anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo: -No soy un sabio, ni un
erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio,
me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico.
Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de
agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo
dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo.
Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la
situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino.
Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba
solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa,
no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el
fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el
trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino. De
repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje
tremendamente valioso. Simplemente decía: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”. Mientras
leía “esto también pasará” sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos
que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado
de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el
anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo
victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía
muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: -Este

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momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje. -¿Qué quieres decir? -
preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy
desesperado, no me encuentro en una situación sin salida. -Escucha -dijo el anciano-:
este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones
placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes
victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el
primero. El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente
sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y
bailaba, pero el orgullo, la egolatría, había desaparecido. El rey pudo terminar de
comprender el mensaje. Entonces el anciano le dijo: -Recuerda que todo pasa. Ninguna
cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de
alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza
porque son la naturaleza misma de las cosas.


Tres pipas para calmar el enfado
Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle
que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido
gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe le escuchó
atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de
hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del
pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una
hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el
jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero
que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que
había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.
También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar
físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar
vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano
volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.
El hombre, medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y
allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca. Cuando terminó, volvió
al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me
espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se
arrepentirá de lo que ha hecho". El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran
a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que
pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras
tu mismo".




Tu daño me hizo más fuerte
Ben Sarok, un hombre cruel, no podía ver nada sano ni bello sin destrozarlo. Al
borde de un oasis se encontró con una joven palmera. Esto le irritó, así que cogió una

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pesada piedra y la colocó justo encima de la palmera. Entonces, con una mueca
malvada, pasó por encima. La joven palmera intentó eliminar la carga, pero fue en
vano. Después, el joven árbol probó una táctica diferente. Cabó hacia el interior para
soportar su peso, hasta que sus raíces encontraron una fuente escondida de agua.
Entonces el árbol creció más alto que todos los otros, logró culminar todas las sombras.
Con el agua de las profundidades de la tierra y el sol de los cielos se convirtió en un
árbol majestuoso. Años más tarde, Ben Sarok volvió para disfrutar de la imagen del
pequeño árbol que había destrozado. Pero no pudo encontrarlo en ningún lugar. Por
último el árbol se inclinó, le mostró la piedra sobre su copa y dijo: "Ben Sarok, tengo
que agradecerte, tu daño me hizo más fuerte".


Tu rostro habla por ti
Hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto
día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las
puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al
terminar de subirlas se encontró con una puerta se encontró con una puerta semiabierta,
y lentamente se adentró al cuarto. Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese
cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a
ellos. El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil
perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente a uno de ellos.
El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y
ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para
sí mismo: "¡Qué lugar tan agradable, tengo que venir más a visitarlo!". Tiempo después
otro perrito callejero entró al mismo sitio y al mismo cuarto, pero este perrito al ver a
los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una
manera agresiva. Empezó a gruñir, y vio como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó
a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron ferozmente también a él.
Cuando este perrito salió de aquel cuarto pensó: "¡Qué lugar tan horrible, nunca más
volveré a entrar aquí!". En el frontal de aquella casa había un viejo letrero que decía:
"La casa de los mil espejos". Los rostros del mundo son como espejos. Según seamos,
así vemos.


Un bombero de 6 años
La madre de 26 años se quedó absorta mirando a su hijo que moría de leucemia
terminal. Aunque su corazón estaba agobiado por la tristeza, también tenía un fuerte
sentimiento de determinación. Como cualquier madre deseaba que su hijo creciera y
realizara todos sus sueños. Pero ahora eso ya no iba a ser posible. La leucemia no se lo
permitiría. Pero aún así, ella todavía quería que los sueños de su hijo se realizaran.
Tomó la mano de su hijo y le preguntó: “Billy, ¿alguna vez pensaste en lo que querías
ser cuando crecieras? ¿Soñaste alguna vez y pensaste en lo que harías con tu vida?”.
“Mamá, de mayor siempre quise ser bombero”. La madre se sonrió, y un poco más
tarde, ese mismo día, se dirigió al Parque de Bomberos de Phoenix, Arizona, donde
conoció al bombero Bob, un hombre con un corazón tan grande como la misma
Phoenix. Ella le explicó el último deseo de su hijo de seis años y le preguntó si era
posible darle un paseo alrededor de la manzana en un camión de bomberos. El bombero

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Bob dijo: “Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Tenga a su hijo listo el miércoles
a las 9 en punto de la mañana y lo haremos Bombero honorario durante todo el día.
Puede venir con nosotros aquí al Parque de Bomberos, comer con nosotros y salir con
nosotros cuando recibamos llamadas de incendios en todo nuestro radio de acción. Y
si usted nos dice su talla, le conseguiremos un verdadero uniforme de bombero, con un
sombrero verdadero y no uno de juguete, que lleve el emblema del Parque de Bomberos
de Phoenix, un traje amarillo como el que nosotros llevamos y botas de goma. Todo se
confecciona en Phoenix, así que nos es fácil conseguirlo bastante rápido”. Tres días
mas tarde el bombero Bob recogió a Billy, le puso su uniforme de bombero y lo condujo
desde la cama del hospital hasta el camión de bomberos. Billy se sentó en la parte de
atrás del camión y ayudó a conducirlo de regreso al Parque. Se sentía como en el cielo.
Hubo tres avisos de incendio en Phoenix ese día y Billy pudo salir en los tres servicios.
Se montó en tres camiones diferentes, en el microbús médico y también en el coche del
Jefe de Bomberos. Le tomaron vídeos para las noticias locales de televisión. El haber
hecho realidad su sueño, con todo aquel amor y atención con que le trataron, emocionó
tan profundamente a Billy que logró vivir tres meses más de lo que cualquier médico
pensó que viviría. Una noche todas sus constantes vitales comenzaron a decaer
dramáticamente y la Jefa de Enfermeras comenzó a llamar a los miembros de la familia
para que vinieran al hospital. Luego, recordó el día que Billy había pasado como si
fuera un bombero, así que llamó al Jefe del Parque y le preguntó si era posible que
enviara a un bombero uniformado al hospital para que estuviera con Billy mientras
entregaba su alma. El Jefe replicó: “Haremos algo mejor. Estaremos allí en cinco
minutos. ¿Me hará un favor? Cuando oiga las sirenas sonando y vea el centelleo de las
luces, ¿podría anunciar por los altavoces que no hay ningún incendio, sino que es el
Departamento de Bomberos que va a ver a uno de sus miembros más destacados una
vez más? Y por favor, ¿podría abrir la ventana de su cuarto? Gracias”. Cinco minutos
más tarde, el camión de escalera de los bomberos llegó al hospital y extendió la escalera
hasta la ventana abierta del cuarto de Billy en el tercer piso. Dieciséis bomberos
subieron por ella y entraron al cuarto. Con el permiso de su mamá, cada uno de ellos
lo abrazó diciéndole cuánto lo amaban. Con su último aliento, Billy miró al Jefe de
Bomberos y dijo: “Jefe, ¿soy verdaderamente un bombero ahora?”. “Sí, Billy, lo eres”.
Con esas palabras, Billy sonrió y cerró sus ojos por última vez.


Un burro en un pozo
Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El pobre animal lloró
amargamente durante horas, mientras el campesino trataba de buscar alguna solución.
Finalmente, como no encontraba otra solución, pensó que el burro ya estaba muy viejo
y que el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas, así que realmente
no valía la pena sacar al burro del pozo sino que era mejor enterrarlo allí. Pidió a unos
vecinos que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a echar tierra
al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró y rebuznó de nuevo
con más amargura. Luego, para sorpresa de todos, se tranquilizó después de caerle
encima unas cuantas paladas de tierra. Al cabo de un buen rato de trabajo, el campesino
se asomó al pozo y vio con sorpresa que con cada palada de tierra el burro estaba
haciendo algo muy inteligente: se sacudía cada palada de tierra y pisaba sobre ella.
Había subido ya varios metros. Siguieron así, y al final el burro llegó hasta la boca del
pozo, pasó por encima del borde y salió trotando pacíficamente. Algo parecido puede

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sucedernos en nuestra vida. La vida nos tira a veces tierra, todo tipo de tierra; lo mejor
es saber sacudirse esa tierra y usarla para dar un paso hacia arriba. Así, cada uno de
nuestros problemas es un escalón hacia arriba.

Un ciego con luz
Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que
una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado
momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da
cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice: “¿Qué haces, Guno, tú
que eres ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves!”. Entonces el ciego le
responde: “Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Conozco las calles de memoria.
Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí. No solo es
importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan
también servirse de ella”. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno
mismo y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.


Un donante muy especial
Robyn Bowen es una mujer de Washington que en 1980 acudió a una Clínica en
Rochester para ser atendida de una enfermedad al riñón mientras estaba embarazada.
Recuerda cómo los doctores le dijeron llevar el embarazo hasta el final podría
perjudicarle e incluso ponerse en peligro de muerte. Pero ella no quiso abortar, no dudó:
"Supe desde el primer día que Dios me había bendecido al permitirme tener a
Brandon", que así llamó a su hijo. Robyn dio a luz y continuó con su vida de diálisis y
medicamentos, y salvó su vida por no abortar, pues cuando estaba enferma de muerte
si no recibía un riñón compatible, le salió un donante muy especial. Veinte años
después de su alumbramiento, su hijo se ofreció para donarle un riñón. "Mi cuerpo no
es realmente mi cuerpo -afirma Brandon, el hijo-, a lo que me refiero, es que este no es
mi riñón realmente. Es como el deseo de Dios y algo que necesitaba hacer". Su madre
afirma: "él estaba muy seguro de que eso era lo que Dios quería que hiciera, por lo que
fue el único motivo por el que le permití hacerlo". Orgulloso de salvar a su madre,
seguía diciendo Brandon: "Tu no sabes lo que la vida de un niño pueda lograr en el
futuro... Él podría ser el presidente, o tal vez podría encontrar la cura para el cáncer o
algo así. Uno nunca sabe. Yo sólo pienso que todo niño debería tener una oportunidad".
Defender el derecho a la vida desde la concepción, dice Juan Pablo II, es un "servicio
precioso a la vida, valor fundamental en el que se reflejan la sabiduría y el amor de
Dios... El respeto de la vida, desde su concepción al ocaso natural es un criterio decisivo
para valorar la civilización de un pueblo". (Llucià Pou).


Un elefante atado
Un día un niño vio como un elefante del circo, después de la función, era amarrado
con una cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo. Se asombró de que tan
corpulento animal no fuera capaz de liberarse de aquella pequeña estaca, y que de
hecho no hiciera el mas mínimo esfuerzo por conseguirlo. Decidió preguntarle al
hombre del circo, que le respondió: "Es muy sencillo, desde pequeño ha estado

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amarrado a una estaca como esa, y como entonces no era capaz de liberarse, ahora no
sabe que esa estaca es muy poca cosa para él. Lo único que recuerda es que no podía
escaparse y por eso ni siquiera lo intenta". Esto nos sucede a todos en algunos temas,
en los que tenemos topes o barreras con las que chocamos porque siempre las hemos
visto como insuperables, aunque ya hayamos crecido lo suficiente para vencerlas, y no
lo hacemos solo por un porque en algún momento nos detuvieron.


Un embarazo arriesgado
La historia de Emilia es uno de esos casos difíciles de discernir. Su último
embarazo presentó tan difícil que hoy en día lo transformarían en opción segura por el
aborto. Aquí está su historia. ¿Qué habría hecho usted en su situación? Emilia
pertenecía a una familia de clase media en un país europeo que sufría estragos y
carestías después de una prolongada guerra nacional. Hambre y epidemias amenazaban
a toda la población. Emilia desde pequeña había tenido una salud delicada, que no había
podido mejorar por las condiciones en las que vivía. Siendo muy joven, se casó con un
modesto empleado y se establecieron en una población nueva lejos de familiares y
conocidos. Poco tiempo después nació su primer hijo, Edmund, un chico atractivo,
buen estudiante, atleta y con gran personalidad. Unos años más tarde, Emilia dio a luz
a una niña, que sólo sobrevivió pocas semanas por las malas condiciones de vida a la
que la familia estaba sometida. Catorce años después del nacimiento de Edmund y casi
diez de la muerte de su segunda hija, Emilia se encontraba en una situación
particularmente difícil. Tenía cerca de cuarenta años y su salud no había mejorado:
sufría severos problemas renales y su sistema cardiaco se debilitaba poco a poco debido
a una afección congénita. Por otro lado, la situación política de su país era cada vez
más crítica, pues había sido muy afectado por la recién terminada primera guerra
mundial. Vivían con lo indispensable y con la incertidumbre y el miedo de que estallase
una nueva guerra. Y justamente en esas terribles circunstancias, Emilia se dio cuenta
de que nuevamente estaba embarazada. A pesar de que el acceso al aborto no era
sencillo en esa época y en ese país tan pobre, existía la opción y no faltó quien se
ofreciera para practicárselo. Su edad y su salud hacían del embarazo un alto riesgo para
su vida. Además su difícil condición de vida le hacía preguntarse: ¿qué mundo puedo
ofrecer a este pequeño? ¿Un hogar miserable? ¿Un pueblo en guerra? ¿Vale la pena
que le dé la vida? A esta situación tan difícil que enfrentaba Emilia, se sumaría otra
problemática que ella aún no conocía, pero de saberla, le haría cuestionar aún más la
conveniencia de que este hijo naciera. Emilia morirá tan sólo diez años después a causa
de su precaria salud. Trágicamente, también Edmund, el único hermano del bebé que
esperaba, vivirá sólo unos pocos años más. Algunos años más tarde, estallaría la
segunda guerra mundial, en la que el padre de la criatura que estaba por nacer también
perderá la vida, con lo que ese niño iba a quedar absolutamente solo en la vida y en un
ambiente adverso. Si a ested le tocara juzgar la conveniencia del nacimiento del hijo
de Emilia, tendría que tomar en cuenta que, además de una situación sumamente crítica,
a este niño le esperaba una vida en la completa orfandad: ni su padre, ni su madre, ni
su único hermano podrían acompañarle en medio de las condiciones espantosas de la
segunda guerra mundial que estaba por venir. ¿Para qué traer al mundo a un niño que
desde el momento de nacer conocerá el sufrimiento? ¿Qué futuro puedo ofrecerle?
¿Será una insensatez llevar adelante mi embarazo? Son preguntas que cualquier mujer
se haría en la situación de Emilia. Afortunadamente, ella optó por la vida de su hijo, a

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quien puso el nombre de Karol. Hoy quizá ese niño sería seguramente una víctima del
aborto. Pero, gracias al valor de una mujer llamada Emilia, se encuentra vivo y se llama
Karol Wojtyla, a quien todo el mundo conoce como Juan Pablo II.


Un gitano mártir
Ceferino Jiménez Malla es el primer gitano que ha subido a los altares. Tendrá un
sitio entre los grandes del espíritu, pues la santidad no tiene nada que ver con la cuna,
ni con la cultura, ni con la raza. La santidad tiene que ver con el corazón. Aquí van dos
muestras de su espíritu generoso.
Un día, el ex alcalde del pueblo oscense, Rafael Jordán, sufrió un vómito de sangre
mientras iba por la calle, como consecuencia de la tuberculosis que padecía. Esa
enfermedad inspiraba entonces un gran temor y la gente no se acercó. Ceferino lo
limpió y lo llevó a su propia casa. Aquel acto de generosidad cambió su vida, pues la
familia del ex alcalde le pidió que adquiriera una cuantas mulas en Francia y cuando
Ceferino fue a entregarlas le dijeron que se las quedara. Era rico. Sin embargo muchos
gitanos le pidieron favores y así, tío Ceferino, volvió a arruinarse: no podía dejar de
socorrer a los suyos.
Ceferino presenció la detención de un joven sacerdote, que forcejeaba con los
milicianos. ¡Válgame la Virgen!, exclamó, tantos hombres contra uno y además
inocente. Varios milicianos se lanzaron contra él, lo cachearon y le encontraron una
navajilla y un modesto rosario. Bastó para conducirlo, maniatado, a la cárcel popular.
Un amigo influyente intentó salvar su vida y le aconsejó que pusiera una excusa para
justificar la presencia del rosario. Ceferino se negó. No era su estilo de tratante de
ganado decir hoy una cosa y mañana otra; la gente le conocía y sabía que su palabra
era ley en la que se podía fiar. Se negó a mentir, se negó a excusarse, por más que sabía
lo que le ocurriría por ello. Como así ocurrió, pues Ceferino fue ajusticiado pocos días
después, junto al cementerio.
Ceferino rezaba cuando iba por la calle. El “Bomba”, otro gitano, recuerda a
Ceferino rosario en mano en dirección a la iglesia: “Nos saludaba y después seguía
rezando. Lo digo porque yo veía cómo movía los labios. Reunía a los niños y las
familias para rezar juntos el rosario”. Araceli Dual recuerda haber sido convocada
varias veces a casa del Pelé con otros niños para rezar juntos. El anciano era muy alto,
y para estar a la altura de los chiquillos se ponía de rodillas.


Un tipo con suerte
Recuerdo que conocí a Javi el verano pasado en un campo de trabajo con
toxicómanos en rehabilitación. Cuando me preguntó que por qué empleaba mis
vacaciones de verano en una cosa así, hinché el pecho y me enorgullecí de mi mismo
y de lo bueno que era. Pero no me duró mas de 10 segundos, el tiempo que tardé en
devolverle la pregunta y me contestó que le reventaba ver a gente sola, que la soledad
hay que "mamarla".
Pensé que Javi había sufrido mucho, más todavía cuando me dijo que a él lo
abandonaron en un contenedor a los pocos días de nacer. La congoja que me entró no
fue nada comparado con el océano que se abrió a continuación ante mi conciencia. Le
dije que lo sentía, que vaya faena, y me respondió que si estaba tonto, que se sentía un

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afortunado... Debí poner la misma cara que un pingüino en un garaje, pues rápidamente
me dio la mejor lección que han dado en la vida. "Soy un tío con suerte -me espetó-,
pues está claro que fui un embarazo no deseado, si llega a ser ahora, por 50.000 pesetas
me cortan el cuello." Y siguió recogiendo patatas del suelo, como si nada. Siguió con
su vida, ayudando a los demás. El valor de la vida humana y la dignidad del ser humano
como tal, desde su comienzo hasta su fin natural, está por encima de cualquier situación
adversa que se presente en el transcurso de la misma. Y si no, que se lo digan a Javi,
un tipo con suerte. (Jesús García Sánchez-Colomer. Publicado en ABC, 19.VI.01).


Una hora diaria
Contaba la Madre Teresa de Calcuta en su orden, inicialmente, que tenían media
hora de adoración ante Jesús Sacramentado una vez al mes. En un congreso decidieron
pasar a una hora diaria. Recibieron permiso para que una de ellas pudiera colocar a
Jesús en la custodia durante esa hora de adoración. Desde entonces, cuenta, mejoró la
alegría, la atención de los enfermos, se llegaba a más y se doblaron el número de
aspirantes.


Una noche tormentosa
Una noche tormentosa hace los muchos años, un hombre mayor y su esposa
entraron a la antecámara de un pequeño hotel en Filadelfia. Intentando conseguir
resguardo de la copiosa lluvia la pareja se aproxima al mostrador y pregunta: "¿Puede
darnos una habitación?". El empleado, un hombre atento con una cálida sonrisa les
dijo: "Hay tres convenciones simultáneas en Filadelfia... Todas las habitación, de
nuestro hotel y de los otros están tomadas. El matrimonio se angustió pues era difícil
que a esa hora y con ese tiempo horroroso fuesen a conseguir dónde pasar las noche.
Pero el empleado les dijo: "Miren..., no puedo enviarlos afuera con esta lluvia. Si
ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me
arreglaré en un sillón de la oficina. El matrimonio lo rechazó, pero el empleado insistió
de buena gana y finalmente terminaron ocupando su habitación. A la mañana siguiente,
al pagar la factura el hombre pidió hablar con él y le dijo: "Usted es el tipo de Gerente
que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya un hotel para devolverle
el favor que nos ha hecho". El concerje tomó la frase como un cumplido y se
despidieron amistosamente. Pasaron dos años y el concerje recibe una carta de aquel
hombre, donde le recordaba la anécdota y le enviaba un pasaje ida y vuelta a New York
con la petición expresa de que los visitase. Con cierta curiosidad el conserje no
desaprovechó esta oportunidad de visitar gratis New York y concurrió a la cita. En esta
ocasión el hombre mayor le llevó a la esquina de la Quinta Avenida y la calle 34 y
señaló con el dedo un imponente edificio de piedra rojiza y le dijo: "Este es el Hotel
que he contruido para usted". El conserje miró anonadado y dijo: "¿Es una broma,
verdad?". "Puedo asegurarle que no", le contestó con una sonrisa cómplice el hombre
mayor. Y así fue como William Waldorf Astor construyó el Waldorf Astoria original
y contrató a su primer gerente de nombre George C. Boldt (el conserje en la noche
lluviosa). Obviamente George C. Boldt no imaginó que su vida estaba cambiando para
siempre cuando hizo aquel favor para atender al viejo Waldorf Astor en aquella noche
tormentosa. No tenemos muchos "Waldorf Astor" en el mundo, pero un jefe satisfecho

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o un cliente sorprendido pueden equivaler a nuestro Waldorf-Astoria personal.


Una ocasión especial
Mi cuñado abrió el cajón inferior del tocador de mi hermana y sacó un paquete
envuelto en papel de seda. Llevaba todavía colgada la etiqueta del precio, con una cifra
astronómica en ella. "Joan compró esto la primera vez que fuimos a Nueva York, hace
al menos 8 ó 9 años. Nunca se lo puso. Estaba guardándolo para una ocasión especial.
Bien; creo que ésta es la ocasión".
Sus manos se demoraron por un momento en el suave tejido, luego cerró
bruscamente el cajón y se volvió hacia mí. "Nunca guardes nada para una ocasión
especial. Cada día que estás viva es una ocasión especial".
Recordé esas palabras durante el funeral y los días que le siguieron, cuando le
ayudé a él y a mi sobrina a atender todos los tristes quehaceres que siguen a una muerte
inesperada. Pensé en ello en el avión, de vuelta a California desde el Medio Oeste
donde vive la familia de mi hermana. Pensé en todas las cosas que ella no había visto,
oído o hecho. Pensé en todas las cosas que ella había hecho sin darse cuenta de que
eran especiales. Todavía pienso en sus palabras y han cambiado mi vida. Leo más. Me
siento en el porche y admiro el paisaje. Paso más tiempo con mi familia y amigos. Trato
de reconocer los mejores momentos y disfrutarlos. No "guardo" nada; uso nuestra
porcelana china y la cristalería para cualquier evento especial, tal como perder medio
kilo, desatascar el fregadero o el primer capullo de camelia. "Algún día" y "Un día de
éstos" están perdiendo su hegemonía en mi vocabulario. Si vale la pena ver u oír o
hacer algo, es mejor que sea cuanto antes.
No estoy segura de lo que hubiese hecho mi hermana si hubiese sabido que no
estaría aquí para ese mañana que todos damos por seguro. Creo que habría llamado a
los miembros de la familia y a algunos amigos cercanos. Habría llamado a algunos
antiguos amigos para disculparse y arreglar antiguas desavenencias. Son esas pequeñas
cosas que se dejan sin hacer las que me enfurecerían si supiese que mis horas estaban
contadas. Furiosa porque no poder ver a buenos amigos con los que iba a ponerme en
contacto algún día. Furiosa por no haber escrito ciertas cartas que pretendía escribir un
día de éstos. Furiosa y apenada por no haberles dicho lo bastante a menudo a mi esposo
y mis hijas cuánto los quiero.
Estoy tratando seriamente de no aplazar, refrenar o guardar algo que pueda alegrar
o hacer más luminosas nuestras vidas. Y cada mañana, cuando abro los ojos, me digo
a mí misma que es un día especial. Cada día, cada minuto, cada vez que respiro,
verdaderamente es... un regalo de Dios. (Tomado de de
www.andaluciaglobal.com/hadaluna)


Volar sobre el pantano
Un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano, se había
acostumbrado a estar ahí. Comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el
pestilente lodo. Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre, hasta que cierto
día un gran ventarrón destruyó su guarida. El árbol podrido fue tragado por el cieno y
el pájaro se dio cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse, comenzó
a aletear con fuerza para emprender el vuelo. Le costó mucho trabajo, porque había

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olvidado como volar, pero se enfrentó al dolor del entumecimiento hasta que logró
levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso.
Los problemas que tenemos son muchas veces como el ventarrón que ha destruido
tu guarida y te está obligando a elevar el vuelo o morir. Nunca es tarde. No importa lo
que se haya vivido, ni los errores que se hayan cometido, ni las oportunidades que se
hayan dejado pasar, ni la edad. Siempre estamos a tiempo para decir "basta", para
sacudirnos el cieno y volar alto y lejos.