búsqueda de salida a situaciones de crisis. Y a esto es a lo que se refiere precisamente Alberti,
quien observa cómo la sociedad de su época se desmorona y ya ni las palabras siquiera sirven,
como si las bombas también cayeran sobre ellas.
Nuestra generación no ha vivido ninguna guerra, y, aunque sí hemos sido observadores
mediáticos de muchas de ellas, no alcanzamos a imaginar la impotencia y el dolor ante la pérdida,
no ya sólo de seres queridos sino también de modos de entender la sociedad y el mundo, es decir,
la pérdida también de los ideales.
Hoy día somos testigos de la libertad de expresión y en esta odiosa situación de crisis son
muchos los ciudadanos que han salido a la calle a pronunciar su PALABRA de queja, de lamento
o de oposición, pero lo verdaderamente peculiar de nuestra sociedad es que esta libertad coincide
con un descreimiento del poder de la palabra porque nada cambia, todo sigue igual, sólo se cree
en el poder del dinero que lo corrompe todo. Algunos piensan que por este motivo, por este
desencanto y por esta falta de fe en la palabra, conviven en las manifestaciones la queja pacífica
y la destrucción violenta. Sin lugar a dudas, las crisis siempre suponen una puerta abierta a los
radicalismos, en ocasiones por porte de vándalos, y a menudo provocados por la desesperación del
que sufre necesidades básicas.
Yo creo que es precisamente en estos tiempos díficiles donde más debemos dejarnos llevar por
la razón y la inteligencia, y aunque seamos contundentes en nuestros planteamientos y críticas,
debemos llevar por bandera la creencia en el poder de la palabra y en la no violencia. Son muchos
lo que creyeron en la palabra en tiempos de singular dureza, como Gandhi, Luther King o el
recientemente desaparecido Nelson Mandela, y ellos, sin lugar a dudas, han pasado a la historia
como nuestros referentes, como faros luminosos de esperanza en el poder del amor y la
reconciliación humanas.
Son muchos los poetas y escritores españoles que con su obra también combatieron el sinsentido
de una guerra que hizo que España se resquebrajara en dos, desde el poeta que nos ocupa, Alberti,
pasando por los autores de su generación, hasta llegar al asesinato de Lorca como ejemplo de hasta
dónde puede llegar la barbarie de una guerra que aplasta vidas, ideales, genios y palabras. Yo
quiero terminar con un verso de Miguel Hernández, también víctima de la guerra, que desde la
cárcel mantenía viva la esperanza:
"Tristes armas si no son las palabras, tristes, tristes..."