organización, las que estaban bajo la primacía de un macho poderoso que expulsaba y hasta
mataba a los hijos, mientras se apropiaba de todas las mujeres. Es en este período en el que el
hombre comenzó a sepultar a sus muertos, dotando a la muerte de un sentido de evidencia y
gravedad y marcando un cambio en el progreso del conocimiento. Es decir que el conocimiento de
la muerte estableció una diferencia entre el hombre y el animal. Pero el mono difiere
esencialmente del hombre en que no tiene conciencia de la muerte; el comportamiento de un
simio ante un congénere muerto expresa tan solo indiferencia mientras que el aún imperfecto
Hombre de Neanderthal, al enterrar a los cadáveres de los suyos lo hace con una supersticiosa
solicitud que revela, al mismo tiempo, respeto y miedo. Destaquemos que estos hombres poseían
características simiescas, con mandíbula abultada, y arco superciliar extendido a modo de borde
óseo, no estaban totalmente erguidos y su cuerpo estaba recubierto con abundante vellosidad.
Fue el eslabón entre el animal y nosotros.
En el paleolítico superior, empieza a vivir en cavernas o en tiendas de cuero y fue básicamente
cazador, pudiendo aprovechar los cambios en la flora y en la fauna, para, con gran destreza,
solucionar las adversidades climáticas. El hombre comienza a apoderarse del medio que lo rodea y
ello se refleja en lo artístico.
El arte es en primer lugar una toma de posesión. Aparece como un medio concedido al hombre
para ligarse al mundo exterior, para atenuar la diferencia de naturaleza que lo separa de él y el
terror que ante él experimenta. Las manifestaciones más antiguas ofrecen ya un doble aspecto:
por unas, el hombre intenta proyectarse sobre el universo, llevar a él su huella, su garra,
inscribirse en él. Y por otras apropiárselo, hacerlo suyo. En ambos casos hay esfuerzo de posesión,
ya sea que fuera sellarlo con su impronta o ya que se apodere de él bajo la forma de una imagen,
de un doble, en adelante manejable y sumiso. En el primer caso hay proyección, en el segundo
captación. La voluntad es la misma.
Los muertos eran enterrados junto a sus herramientas de piedra, huesos de animales e incluso
flores. Los enterramientos fueron complejizándose cada vez más. La construcción de herramientas
son prueba fehaciente de la creciente humanización, y de cómo el trabajo constituyó el factor más
importante. Al construirlas, el hombre comienza a anticiparse y esta anticipación marcó un cambio
en la vida sexual que lo diferenció del animal, separando sexualidad de procreación. Sus
respuestas dejaron de responder a un puro impulso, iniciándose una búsqueda guiada hacia un
fin. La construcción de herramientas para lograr objetivos implica la anticipación y ello supone el
pensamiento.
Sabemos que inicialmente la unión de la pareja en función de la procreación no poseía un fin
consciente hasta que se fue transformando en una unión proyectada hacia la trascendencia. Para
ello, el hombre tuvo que buscar la permanencia de la mujer a su lado y de ese modo anticiparse a
la emergencia de sus deseos.
Así las figuras humanas más antiguas que se conocen representan mujeres, “Venus” como se las
ha llamado, cuyos atributos de sexo están generosamente destacados o amplificados (datan de la
primera época que aparecieron obras de arte). Es pues, manifiesto que, desde ese momento, el
cerebro humano era ya apto para generalizar, para concentrar en una idea el rasgo común entre
una multitud de hechos individuales. Aún más, sabía encarnar esta idea en una imagen tomada de