55
BAROJA Y UN PERSONAJE FEMENINO
LA importancia de un novelista me decía un crítico literarioes que revele
al lector un mundo nuevo. El mundo de todos los días, pero con un matiz, una
expresión, una comprensión distinta. Esto es cierto. Por eso hay novelistas de
primera fila y novelistas de segunda fila, aunque los buenos novelistas de
segunda fila carezcan casi por completo de defectos. Defectos, en cambio, muy
difíciles de evitar por un gran creador, por el revelador de un mundo nuevo.
En general, es más difícil leer a un novelista de primera fila que a uno de
segunda me refiero al gran público, aunque en esto, como en todo, hay
excepciones; pero lo corriente es que grandes nombres, que se barajan
continuamente, para bien o para mal, queden en las antologías y en las tapas de
sus obras, sin que inciten mucho al público a gastar su dinero en ellos. Al pronto,
porque es difícil soportar un impacto original y, más tarde, cuando este impacto
ha sido presentado de mil maneras, enormemente suavizado y adornado por los
novelistas de segunda fila, cuando ya no asusta y parece un tópico, por eso
mismo, porque ya parece un lugar común, una cosa muy dicha. Ya digo
que hay excepciones, grandes y magníficas excepciones: Cervantes, Dickens y,
para volver a nosotros más de cerca, Galdós, han sido estas excepciones, y otros
muchos, aunque no tantos como parece. Hablando con el último editor de los
tomos sueltos de Baroja, me enteré, con consternación, de que este autor, del que
está empapada toda la literatura moderna española y cuyo nombre se baraja
constantemente, es un autor que no ha llegado a traspasar la pereza del gran
público; es un autor que, aun hoy día, se vende poco. Esto, para una persona a
quien el vivo, inquieto y ameno mundo barojiano es familiar, parece algo
incomprensible; pero, al parecer, es una realidad. Baroja escribió mucho, con
sencillez genial; se ha escrito mucho sobre él, pero nadie como él mismo ha
contado su propia manera de novelar, de concebir la creación, y de lo que creía
sus fallos y sus aciertos. Hablando con gentes cultivadas, a las que les gusta leer,
pero ajenas por completo al mundo de la crítica y de la literatura, he recogido la
impresión de un Baroja gruñón, lleno de bilis, de un misógino tremendo, que
asusta. Leyendo a Baroja, yo tengo la impresión de un novelista puro,
preocupado por el público precisamente el gran público, para quien escribía,
preocupado del interés del relato y de la sencillez de la expresión. Odiaba la
retórica, las palabras huecas, los juegos de artificio, destinados a deslumbrar y
entontecer al lector, se acercaba a él con una sinceridad que ha limpiado nuestra
prosa por muchos años. Y, sin embargo, el lector medio se acerca a Baroja, aún,
con desconfianza. Con más desconfianza las mujeres que los hombres, me parece
a mí. Quizá la fama de enemigo de la mujer le ha venido a Baroja porque no ha
retratado a sus heroínas en mi momento de pasión. Baroja coloca sus tipos, tan
personales, dentro de una vida muy corriente, en lucha con los prejuicios, pero