Ptolomeo, quien realizó pequeñas variaciones que dejó por escrito, en un libro llamado
Al-Miyisti. Este libro fue traducido al latín por primera vez en Toledo, por un traductor
llamado Gerardo de Cremona. El libro, en latín Almagesto, trajo a España y a
occidente, en el siglo XII, los principios, tanto básicos como complejos, de la
astronomía ptolemaica.
Ptolomeo tuvo que buscar soluciones a diversos fallos que aparecían en su teoría,
como el movimiento de los planetas, ya que como mercurio, a veces, parecía que
retrocedía, o que las fechas en las que tenían lugar los solsticios y los equinocios no
fuesen siempre las mismas.
Una de las preguntas que se plantearon fue qué había entre la Tierra y los cielos.
La conclusión a la que llegaron fue que en ese espacio se encontraban las esferas, y
su número estaba entre ocho y once: en primer lugar estaba la esfera de la Luna; en
segundo lugar, la de Mercurio; a continuación, la esfera de Venus ocupaba el tercer
lugar; después, encontramos la esfera del Sol; en quinto lugar, la de Marte; la sexta
esfera era la de Júpiter; en séptimo lugar, la esfera de Saturno; y en octavo lugar, se
encontraba la esfera de las estrellas fijas. A partir de la 8ª esfera, no todos los filósofos
se ponían de acuerdo, pero quedaron ordenadas de la siguiente manera: la novena
esfera, que recibía el nombre de cristalino, nació por cuestiones teológicas que
defendían que en ella había aguas celestes, transparentes, frías, húmedas, luminosas
y sutiles; en la décima capa encontramos el llamado Primer Motor Inmóvil,
responsable de que todas las esferas situadas bajo él estén en movimiento; y por
último la esfera número once, llamada empíreo, es una esfera estática que cierra el
mundo. Sin embargo, los escolásticos debatieron en numerosas ocasiones cuántas de
estas capas existían o no, y, además, se plantearon la posibilidad de la existencia de
otros mundos paralelos creados por Dios y las consecuencias que todo ello
conllevaría.
En la Escuela de traductores de Toledo, aparecieron dos figuras de gran
importancia: Azarquiel y Alfonso X. Durante los siglos XII y XIII, los componentes de
esta escuela se dedicaron tanto a traducir tratados como a escribirlos desde cero.
Hubo un primer periodo, bajo la supervisión del arzobispo Don Raimundo, en el siglo
XII, donde únicamnete se tradujeron tratados de filosofía. Pero en el siglo XIII, con
Alfonso X, se tradujeron tratados de diversos temas, como astronomía, astrología,
alquímia, matemáticas, etc. Estos textos fueron traducidos del árabe o del hebreo al
castellano, cosa que resultó totalmente innovadora. Durante el siglo XIII se realizaron
en la escuela tres colecciones: una mágica; una astronómica, con obras como Saber
de Astrología y Las Tablas Alfonsíes; y otra astrológica, con los Lapidarios.
El Saber de Astrología, que realmente trataba sobre astronomía, y Las Tablas
Alfonsíes, contaban con todo el saber astronómico de la época. Sin embargo, fueron
estas últimas las que adquirieron mayor importancia durante la plena y baja Edad
Media. Las tablas más relevantes de la época fueron escritas en Toledo por Azarquiel
y su equipo, alrededor del año 1061.