escribió una Memoria Cristiano-Política sobre lo mucho que la Nueva España debe temer
de su desunión (1810).
De acuerdo con sus biógrafos, Leona creció en virtud y sabiduría, pero dotada
de un espíritu rebelde y libre que no admitía ninguna tutela que impidiese su
desarrollo, en un clima de apertura a todas las novedades, tanto en lo que
se refería a sus lecturas como a sus amistades y actividad social. En el bufete
de su tío y tutor trabajaba como pasante en leyes Andrés Quintana Roo, recién
llegado de Yucatán, de quien se enamoró y con quien colaboró, llena de
entusiasmo, en favor de la protesta criolla por los acontecimientos que se
sucedieron en Nueva España a partir de 1808. Entre otras actividades, desde
1810 actuó como mensajera de los insurgentes, dio cobijo a fugitivos, envió
dinero y medicinas y colaboró con los rebeldes, transmitiéndoles recursos,
noticias e información de cuantas novedades ocurrían en la corte virreinal.
Ferviente proselitista de la causa insurgente, a finales d e 1812 había
convencido a unos armeros vizcaínos para que se pasaran a su bando,
trasladándose a Tlalpujahua (localidad en la que estaba instalado el
campamento de Ignacio López Rayón), donde se dedicaron a fabricar unos
fusiles "tan perfectos como los de la Torre de Londres", según Carlos María
Bustamante. Poco después, las autoridades interceptaron a uno de sus correos,
el cual la delató, por lo que fue vigilada y seguida cada vez más de cerca.
Finalmente, en marzo de 1813, la Real Junta de Seguridad y Buen Orden
(creada al producirse el levantamiento de Dolores) decidió intervenir y le
instruyó un larguísimo proceso en el que fueron apareciendo las piezas y
documentos que la inculparon gravemente, entre otros los relativos a sus
intentos de huida para pasarse al campo de los rebeldes. Para escándalo de
su tutor, se la internó en el Colegio de Belén de las Mochas; allí fue sometida
a interrogatorio y se presentaron las pruebas y diligencias judiciales que
figuran en las Actas reproducidas por su biógrafo Genaro García. Según este
historiador, "su simple lectura convence del valor y nobleza excepcionales de
Leona, cuya actitud parece muy superior a la de tantos insurgentes que se
hallaron en parecidas circunstancias".
Declarada culpable, en lugar de enviarla a la cárcel de corte se la mantuvo
presa en el mismo Colegio de Belén, hasta que el 23 de abril de ese año la
liberó un grupo de caballeros bajo el mando de Andrés Quintana Roo, quien
la mantuvo oculta por unos días y forzó más tarde su salida de la capital,
simulando ser arrieros que conducían un atajo de burros cargados con cueros
de pulque. Leona, con la cara y los brazos pintados de negro, y unas cuantas
mujeres, vestidas también de negro, marchaban sentadas sobre unos
huacales. Los cueros y las hortalizas, al parecer, iban cargados de tinta de