Bloque 10
Describe las causas, desarrollo y consecuencias de la Revolución de Asturias de 1934
Las elecciones generales de noviembre de 1933 dieron el triunfo a la derecha. La CEDA de José María Gil Robles logró
115 diputados y se convirtió en el primer partido del país; los republicanos radicales de Alejandro Lerroux obtuvieron
102; los monárquicos antirrepublicanos lograron una representación muy aceptable, en concreto, 15 para
Renovación Española y 21 para los Tradicionalistas. La izquierda, desunida y debilitada, quedó severamente
derrotada.
Los republicanos radicales y algunos pequeños partidos de centro formaron un gobierno de centro derecha que puso
en marcha una política revisionista de las reformas del primer bienio bajo la supervisión de la derechista CEDA, a
cambio de que esta apoyase al Gobierno con sus 115 escaños.
El viraje conservador y la obstrucción de las reformas anteriores por parte del gobierno, tuvieron como
consecuencias una radicalización del PSOE Y de la UGT. El 5 de junio de 1934, ante la serie de medidas contra la
política agraria anterior, la UGT organizó una huelga general de campesinos, que arrastró a 300.000 jornaleros en
500 pueblos repartidos en 38 provincias. Duró doce días, en medio de enfrentamientos con las fuerzas del orden al
haber sido declarada ilegal por el ministro de la Gobernación. La huelga fracasó: hubo 13 muertos, más de 7.000
detenidos, y una dura represión, que acarreó el cierre de Casas del Pueblo y periódicos socialistas.
Ante esa situación, la CEDA endureció su posición y reclamó una acción más contundente en materia de orden
público, exigiendo participar en el Gobierno bajo la amenaza de retirar su apoyo parlamentario.
Pero la posible entrada de la CEDA en el Gobierno se identificaba desde la izquierda como el triunfo del fascismo;
hacía un año y medio del ascenso al poder de Hitler en Alemania, y la CEDA no ocultaba su admiración por el
nazismo alemán. El temor a la entrada en el Gobierno de la CEDA se confirmó cuando el día 4 de octubre se formó
un nuevo Gobierno con tres dirigentes cedistas. Esa misma tarde los dirigentes socialistas dieron la orden de huelga.
El día 5 de octubre el paro fue general en todas las ciudades del país. El movimiento se presentaba como un medio
para volver a restablecer la legitimidad democrática vulnerada por el ingreso en el Gobierno de la CEDA.
Pero en Asturias la movilización se convirtió en una insurrección armada revolucionaria. Los obreros asturianos se
alzaron en armas, perfectamente organizados y preparados. En dos días controlaron toda la provincia, destituyeron
a las autoridades y conquistaron la propia capital en duros combates contra el Ejército y las fuerzas de orden público.
Organizaron además los suministros, mantuvieron la producción en la siderurgia, cubrieron los servicios sanitarios y
la vigilancia, se organizaron en comités de gobierno... Se trataba abiertamente de una revolución socialista, en la que
los revolucionarios tomaban todo el poder en sus manos.
Pero el movimiento fracasó en Madrid. El Gobierno reaccionó rápidamente y los insurrectos no pudieron apenas
hacerse con ninguno de los centros de poder previstos. Los principales dirigentes socialistas y comunistas fueron
detenidos el día 8, mientras se sucedían los combates callejeros.
En Cataluña, el 6 de octubre, Companys, presidente de la Generalitat, proclamó el Estado Catalán de la República
Federal Española e invitó a todas las organizaciones de izquierdas a establecer en Barcelona el gobierno provisional
de la República. La intervención del ejército, dirigido por el general Batet, aplastó rápidamente la rebelión. El
presidente y casi todos sus consejeros fueron encarcelados.
En el resto del país, el paro fue total en los primeros días, y en muchos lugares se produjeron conatos de
insurrección, sobre todo donde los obreros de filiación socialista eran la mayoría. Pero no llegaron a cuajar al estar
aislados entre sí y al no contar con apoyo campesino. Tampoco la CNT quiso unirse a la sublevación. Por eso, hacia el
día 12 la insurrección había sido sofocada en todas partes, salvo en Asturias.
Para combatir la revolución asturiana, el Gobierno entregó plenos poderes militares al general Franco, que hizo traer
tropas de la Legión y comenzó a reconquistar casa por casa la ciudad de Oviedo, frente a una resistencia obrera
feroz. La misma resistencia se produjo en toda la cuenca minera, hasta que, finalmente, el día 19 se pactó una
rendición.
El balance de octubre de 1934 fue durísimo: 1051 muertos, el doble de heridos entre los insurrectos, 284 muertos y
900 heridos entre las fuerzas del orden y el Ejército. A ellos hay que añadir miles de heridos no cuantificados y
algunos fusilamientos sin juicio en los primeros momentos de la represión, salpicada de torturas y atrocidades.
Además, 30.000 detenidos, incluidos Companys, Azaña (que no había participado en la revolución) y los principales
dirigentes socialistas.
Tras la revolución del 34, el viraje conservador fue imparable: suspensión del Estatuto de Autonomía de Cataluña, se
anuló la Ley de Contratos de Cultivo, se devolvieron las propiedades a los jesuitas, y en julio del 35 se presentó un
anteproyecto para modificar la Constitución en un sentido más conservador.