Cartas para Claudia Jorge Bucay
Fue en uno de estos laboratorios donde vi a Alma utilizar este enfoque con un paciente
por primera vez. Desde entonces, he escuchado y trabajado cientos de historias trágicas. La
primera de las cuales, por supuesto, fue la mía, mi propia ”historia trágica”.
¿Te la cuento?
Soy el menor de dos hijos de una familia de clase media baja. Cuando yo nací, mi
familia atravesaba una crisis económica bastante seria, de la cual no salió durante toda mi
infancia. Siempre sospeché que mis padres hubieran deseado tener una hija mujer. Mi
hermano, que había nacido cuatro años antes, había causado terribles problemas con su
alimentación y entonces a mí se me daba de comer todo el día. Fui un “hermoso” bebé
gordo y por supuesto, también fui el gordo de la primaria, de la secundaria, de etc. Desde
los cuatro o cinco años sufría de bronquitis espasmódica. Muchas veces, las crisis disneicas
me impedían hacer deporte o simplemente salir a la calle a correr con mis compañeros. Mi
padre, desde que tengo memoria, trabajó de domingo a domingo, desde el amanecer hasta
bien entrada la noche y las más de las veces de enero a diciembre. No tengo en la memoria
salidas con mi padre a solas. Nunca hubo fútbol, ni paseos en bicicleta, ni largas caminatas;
puedo recordar puntualmente una salida al circo, dos o tres idas a la calesita y basta.
Cuando no faltaba el tiempo, lo que escaseaba era el dinero. Mi madre nos sobreprotegió
siempre. En casa, ella intentaba estar al tanto de todo; ”¿cómo tener secretos con una madre
que lo que le sobraba de tiempo de estar controlándonos, mi madre lo ocupaba en cocinar,
caminar hasta la feria a comprar las cosas un peso más baratas o almidonar las puntillas que
adornaban los placeres de la cocina. Mis padres nunca tuvieron tiempo de sentarse a hablar
con nosotros sobre sexo, ni sobre las dificultades de la vida, ni sobre las insondables
intrigas de la muerte. La inclinación de mi madre a la protección y la aparente fragilidad de
mi hermano motivaron que, desde muy chico, yo sintiera que me robaban mi lugar de
hermano menor. Siempre me sentí obligado a ser el fuerte, el que podía, el que se bancaba
todo, el rebelde y también el loco. Los correctivos en casa oscilaban entre los vozarrones y
palabras fuertes de mi padre, hasta los culposos manejos de mi madre. Desde los catorce
años, trabajé intentando ganarme mi dinero. Mientras estudiaba, fui cadete de oficina,
empleado de sedería y taxista. He vendido pares de medias por la calle. He tocado timbre
casa por casa vendiendo afiliaciones a un sanatorio. He sido payaso, mago, almacenero y
agente de seguros. He trabajado vendiendo apuntes en la facultad, bolsos, ropa para
hombres y productos químicos industriales. He sido médico de guardia de emergencias y
médico interno de clínica psiquiátrica, he hecho reconocimientos domiciliarios y también,
cuando el dinero no alcanzó, he dejado la profesión para dedicarme durante un tiempo al
comercio de artículos deportivos. Cuando tenía 15 años...”
Y podría seguir...
¿Qué se va esperar de mí con una historia como esta?
Sin embargo, aún cuando estos datos son más o menos fieles a mi recuerdo, resulta que
no soy lo que tristemente se debería dar como consecuencia de esta historia. Aún cuando
todo lo relatado, y más, me ha sucedido, aquí estoy, soy todo esto que soy y tengo lo que
tengo. ¡Y atención! este resultado diferente no es debido a que haya habido otras cosas no
112