inician el año el día del solsticio de invierno, nuestro veintiuno de diciembre. Es lo más
lógico: ci día en que el sol inicia su retomo, el punto a partir del cual los días vuelven a
alargarse.
(Si tú has tenido más éxito que yo en ir anotando el paso del tiempo, Lora, te ruego que
me ayudes. Cuando respondas a esta carta, si llegas a hacerlo, envíame una clave,
rigiéndote por las fases de la luna o algo parecido, por la que pueda deducir la fecha
exacta según el tiempo de nuestra época. Por ahora, no saberla con precisión no importa
demasiado, pero preveo que podría causarme grandes problemas cuando se acerque el
momento de regresar a nuestro tiempo. No debería haberme liado de esta manera.
¡Estúpido de mi! Estúpido, estúpido, estúpido!)
En todo caso, voy a asumir que hoy estamos, según nuestro calendario, a tres de
enero de 18861 a. de C. No puedo andar equivocado en más de un par de días, de modo
que... ¡feliz Año Nuevo, Lora! (día más o menos ¡Feliz Año Nuevo! Pero resulta realmente
difícil seguir convirtiendo los días athilantes en los nuestros, y verdaderamente estúpido
emplear un calendario que no tiene ninguna importancia en este lugar. Sospecho que, a
estas alturas, tú también debes de usar el calendario athilante, aunque es muy probable
que sigas, a la vez, el cómputo de tiempo de nuestra era. Como yo ya no estoy seguro de
este último, será mejor que utilice provisionalmente el de la época en que nos hallamos.
Y... bien... según el calendario athilante que veo en la mente del príncipe Ram, estamos
en el decimotercer día del mes de la Nueva Luz del año del Gran Río. Amén.
Empiezo de nuevo, pues...
Día trece, Nueva Luz, Gran Río. A bordo de la nave imperial athilante Señor de/ Día, en
travesía desde Bretaña hacia la isla de Athilán.
¡Deberías ver estas naves, lora! No vas a creerme cuando te cuente...
Tomando en cuenta el nivel cultural general que había observado durante el breve
periodo que llevo aquí, entre estos athilantes, esperaba encontrar unas embarcaciones
parecidas a las galeras griegas o romanas, con dos o tres filas de remos y acaso una
vela. O, tal vez, un buque más parecido a un mercante: y a sabes, una nave impulsada
sólo por el viento, con velas de cruz o, posiblemente, latinas.
Pero, lora, estoy a bordo de una especie de barco de vapor! No, no estoy de broma. Un
barco de vapor! ¡En pleno Paleolítico!
Es increíble. Incomprensible.
En mi carta anterior te decía que los athilantes eran un pueblo de la Edad del Hierro
entre gentes de la Edad de Piedra. Pues bien, me quedé corto, y por mucho. Cuando te
escribí eso, no había tenido ocasión, todavía, de estudiar con suficiente detenimiento lo
que me rodea. Este pueblo no se encuentra simplemente, como yo creía, a un nivel
cultural similar al de griegos o romanos. Ni mucho menos. Al contrario, cuenta con una
tecnología equivalente, al menos, a la del siglo xIx, y tal vez más avanzada, incluso.
Mientras estaba en tierra no pude advertirlo y, probablemente, tú tampoco puedas
advertirlo ahí, donde estás. Pero este barco me ha abierto los ojos.
No estoy seguro, Sin embargo, de que en la bodega del barco haya auténticos motores
a vapor. He escuchado comentarios respecto a que la sala de máquinas está gobernada
por un grupo de hechiceros que mantiene las gigantescas turbinas en funcionamiento a
base de pronunciar conjuros, pelo lo cierto es que no tengo idea de qué hay ahí abajo, y
el príncipe Ram, tampoco. Los príncipes no tienen que preocuparse de estos detalles
tecnológicos, al parecer. Me gustaría hacerle caminar dormido hasta las entrañas del
barco para poder echar un vistazo, pero no me atrevo. Al menos, hasta estar
completamente seguro de que mi control sobre su mente me permite mantenerlo dormido
todo el tiempo que desee. No me gustaría que despertara de pronto y se encontrara en la
sala de máquinas, donde alguien de su rango no tiene, de ordinario, por qué entrar. Y que
luego empezara a preguntarse si le estada sucediendo algo extraño en el cerebro.