VIDA Y OBRA DE MIGUEL F. JIMÉNEZ
Pero a Jiménez no le es suficiente saber que el pulmón está "hepatizado", sino que necesita conocer el estadio de dicha "hepatización", el cual se distingue por el color:
La estrema escasez de los esputos en los primeros días, y su falta absoluta en el último, nos pusieron en la imposibilidad de apreciar bien sus caracteres, y de juzgar con la
aproximación a que lleva ese dato, si la hepatización era roja o gris.
Vienen ahora unas importantes consideraciones sobre por qué no se diagnosticó el derrame pleural que se encontró en la necropsia, y respecto a un error de diagnóstico que
ésta demostró:
Finalmente, el sonido mate unido a la falta total de la respiración en la base de todo un lado de un pecho afectado de pleuresía daba lugar a la sospecha de que hubiese en él
derrame: de facto lo había, pero no en cantidad que pudiese entrar a la parte de modo sensible en la producción de aquellos fenómenos; por lo mismo, deben
considerarse como efectos exclusivos de la macicez del pulmón. Pero además de dichas lesiones, enteramente concordes con los síntomas observados, hallamos en el
pulmón derecho dos núcleos de hepatización gris, uno en la cúspide y otro en la base de su lóbulo medio. Si únicamente hubiera existido el primero, nada extraño
sería que ningún síntoma hubiese revelado su existencia durante la vida, colocado como se hallaba en un punto tan profundo; pero el de la base, evidentemente
accesible a los medios de investigación, nos fue sin duda desconocido a causa de que fija nuestra atención en el pulmón izquierdo, las exploraciones comparativas que
practicamos no tuvieron la detención debida. Es más natural esta explicación que el suponer que tales núcleos existieron sin dar de ello el menor indicio.
Si hubieran entrado en nuestra cuenta para fundar el pronóstico, es muy claro que habrían añadido a éste toda la gravedad que tienen las neumonías dobles.
De todos modos, el pronóstico, esa parte del juicio clínico en la que los médicos de antaño ponían tanto cuidado, era gravísimo. Veamos en qué se fundaba Jiménez para ser
tan pesimista:
Sin eso juzgamos el caso gravísimo, y he aquí las razones de ese concepto. Se trataba de una persona no joven, miserable, mal nutrida, que sospecho entregada a los licores y
con una conformación irregular, que tal vez indicaba la actividad en que habían estado los pulmones: se trataba de una pleuroneumonía intensa, sobrevenida en el
curso de otras afecciones inflamatorias (fluxión de la cara, oftalmía), que inutilizó casi todo un pulmón; que tenía comprometida la respiración al grado de dar 50 y
aun 58 movimientos abortados e incompletos por minuto, y desenvuelto un movimiento febril intenso, que ofrecía el síntoma gravísimo de la falta de esputos, cuya
tendencia a invadir las partes sanas, fue rápida y manifiesta, y que se hallaba complicada, además de la oftalmía, con diarrea espontánea: se trataba, por último, de
una persona cuyas fuerzas se agotaron rápidamente, y cuyo mal, lejos de ceder al tratamiento racional que se le opuso, parecía tomar con él nuevo aliento. Todo esto
tuvimos presente al fundar nuestro pronóstico, y cuando en la visita del día 16 hallamos al enfermo sin fuerzas para incorporarse, con estertor traqueal, con los
estremos fríos y sin pulsos, desesperamos enteramente del suceso.
Esas terribles dudas que siempre nos atosigan a los clínicos cuando el paciente no mejora, también las experimentó Jiménez:
Tal vez debimos en estos momentos cambiar de plan, y sujetar al enfermo a un tratamiento tónico; pero a decir verdad, no hallé en mi conciencia suficientes motivos para
ese cambio de conducta. Sin embargo, me propuse volver pocas horas después a examinar los efectos de la nueva dosis del tártaro, y en caso de salir fallidas las
esperanzas que podían librarse en este remedio, a ensayar otro que algunas veces se ha visto surtir, en casos tan desesperados como el actual; a saber: el alcanfor en
la forma aconsejada por Tachegno; pero la muerte sobrevino, aun antes de que hiciese uso de las nuevas cucharadas.