Índice de títulos
Un Apéndice en el que
se incluyen la biografía
del autor y su obra;
información sobre
el texto; comentarios
sobre otras ediciones,
vigencia en el panorama
literario…
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APÉNDICE
Charles Dickens: vida y obra
Charles John Huffam Dickens nació en Portsmouth, al sur de In-
glaterra, el 7 de febrero de 1812. Era el segundo de los doce hi-
jos de la familia formada por John, un administrativo de la Pagadu-
ría de la Armada del puerto de su ciudad, y Elizabeth, un ama de
casa de clase media. El padre era dado a los sueños de gran-
deza y al despilfarro, por lo que siempre tenía deudas. Su madre
se ocupó de su educación hasta cumplir los nueve años. Char-
les era un entusiasta de la lectura, contándose entre sus favori-
tas las novelas picarescas, las de aventuras y Don Quijote.
En 1824, con doce años, vivió una de las peores experien-
cias de su vida. La familia se había trasladado a Londres y su
padre fue denunciado por impago de deudas y encarcelado en
la prisión de deudores de Marshalsea, adonde se hubo de ir la
familia, pues la ley permitía a esta vivir con el preso en su celda
si no disponían de otro alojamiento. Charles no fue con ellos, ya
Apéndice
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Alicia en el País de las Maravillas
—¿Qué?... ¡Ella! —dijo el Grifo—. Todo son imaginacio-
nes suyas. Jamás se ejecuta a nadie, ¿sabes? ¡Ven!
«Aquí todo el mundo dice: ¡Ven! —pensó Alicia siguiéndo-
le—. En toda mi vida he recibido tantas órdenes; nunca».
No habían ido muy lejos cuando vieron a la Falsa Tortuga
en la distancia, sentada triste y sola en el saliente de una roca y,
conforme se acercaban, Alicia pudo oírla suspirar como si se le
fuera a romper el corazón. La compadeció profundamente.
—¿Cuál es su pena? —le preguntó al Grifo, y este contestó
con las mismas palabras que antes:
—Todo son imaginaciones suyas; no tiene ninguna pena. ¡Ven!
Subieron hasta donde estaba la Tortuga, que los miró con
sus grandes ojos llenos de lágrimas, pero sin decir nada.
—Aquí viene esta señorita —dijo el Grifo—, que está muy
interesada en conocer tu historia.
—Se la contaré —dijo la Falsa Tortuga con voz doliente:
sentaos los dos y no digáis nada hasta que no haya terminado.
Se sentaron y nadie habló durante unos minutos, al cabo de
los cuales Alicia pensó: «No veo cómo puede acabar, si no em-
pieza». Pero esperó pacientemente.
—Una vez —dijo por fin la Falsa Tortuga, dando un hon-
do suspiro— yo fui una Tortuga de verdad.
Estas palabras fueron seguidas de un larguísimo silencio,
solo roto ocasionalmente por el graznido del Grifo y el con-
tinuo y enternecedor sollozar de la Falsa Tortuga. Alicia es-
tuvo a punto de levantarse y decir: «Gracias, señora, por su
interesante historia...»; pero no podía dejar de pensar que algo
más tendría que contar, de modo que permaneció sentada y ca-
llada.
—Cuando yo era pequeña —volvió a empezar la Falsa Tor-
tuga más calmada, pero todavía sollozando a ratos—, íbamos a
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Capítulo XIII
Un texto acompañado
de ilustraciones
atractivas para los
jóvenes lectores.