—No lo entiendo, gran señor, he creado desavenencias, malentendidos y todo tipo
de agravios y cuando parecía que mi triunfo estaba cercano, aparecía Él, y al final
todo lo suavizaba, todo lo arreglaba.
Tras el Odio fueron la Pereza, la Rutina, la Desesperanza y muchos de los peores
enemigos del hombre y, sin embargo, todos ellos al final fracasaron. El Señor de las
Tinieblas al ver que ninguno de aquellos seres era capaz de lograr
lo que el tanto anhelaba, cayó en una depresión profunda, hasta que súbitamente
se abrió paso entre la multitud aquel silencioso personaje que vestía de negro y que
tenía un sombrero que le tapaba el rostro. Con gesto altivo se dirigió al Señor de las
Tinieblas:
—Yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos. El Señor de las
Tinieblas lo miró con desprecio y se dirigió a él con desagrado:
—Todos antes que tú han fracasado y tú, a quien ni siquiera conozco, pretendes
triunfar. No me importunes, todo está perdido.
Aquel extraño personaje partió, pasaron años y de repente se presentó ante el
Señor de las Tinieblas con el cadáver del Amor entre sus brazos. El Señor de las
Tinieblas pegó un salto y se incorporó incrédulo ante lo que contemplaban sus ojos:
—Lo has logrado, has conseguido lo imposible, tuya es la mitad de mi reino, pero,
amigo mío, por favor, antes de partir dime quien eres.
Aquel personaje se quitó solemnemente su gran sombrero, y con un susurro que,
sin embargo, hizo temblar a todos los presentes, dijo:
—Yo soy el Miedo.”