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nacido de la carne pecaminosa, de la naturaleza, es,
permanece lo que es —carne, o pecado.
Aquí aprendemos que si estamos bajo la ley —esto es,
que si estamos sobre la base de la carne, bajo la ley para
su mejora, como miles lo están— descubrimos entonces,
en la guerra de las dos naturalezas, que somos llevados
«cautivo[s] a la ley del pecado que está en [nuestros]
miembros». Es una terrible realidad, pero debemos
aprender en la práctica lo absolutamente mala que es
nuestra vieja naturaleza, si no creemos lo que Dios dice
acerca de la misma. Pero si esto es así, uno que haya
nacido de Dios, bajo la ley, y desconociendo la distinción
de las dos naturalezas, tiene que sentirse sumamente
desgraciado si es sincero y anhela fervientemente la
santidad y la rectitud de vida. Esto es precisamente lo que
encontramos.
Versículo 24. «¡Miserable de mí!» Ahora ya no se trata
más de, ¿quién me ayudará a mejorar la carne?, sino de:
«¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» Sí, el yo, el
viejo hombre, el cuerpo de esta muerte, tienen que ser
dejados a un lado. Necesitamos un libertador, y este
libertador es Cristo.
Versículo 25a. «Gracias doy a Dios, por Jesucristo
Señor nuestro.» Pocas palabras, pero, ¡ah, qué gloriosa
liberación y victoria! Después de llegar al pleno
descubrimiento de mi total impotencia y de la inmutable
maldad de la vieja naturaleza, la mirada se levanta ahora a
Cristo, y el corazón se ensancha en el pleno gozo de la
gratitud. Esta liberación se expone adicionalmente en el
siguiente capítulo.
Hay un error que se comete con frecuencia aquí, contra
el que debemos guardarnos con todo cuidado. A menudo
se dice, o se implica, que lo que hemos visto respecto a la
vieja naturaleza, la carne, la ley de pecado en los
miembros, es totalmente cierto de un creyente antes de
conseguir la liberación, pero que después de esta
liberación, es cambiada o erradicada —en todo caso,