zonas templadas con estaciones, contenían una historia que explicaba el cambio de
una a otra. Yo diría que lo primero que debieron de explicarse fue el hecho de que,
después que el sol desapareciera tras las colinas o en el mar por la noche, esa partida
fuese sólo temporal; Apolo volvería guiando el carro del sol a la mañana siguiente.
Una vez que la comunidad entendió cómo funcionaba aquel misterio cósmico, sin
embargo, el siguiente asunto en el orden del día, o el que vino después, debió de ser
el que la primavera seguía al invierno, y los días primero se acortaban y luego
volvían a alargarse. Hacía falta una explicación, y pronto surgieron los sacerdotes
capaces de proponerla. En el caso de los griegos, idearon algo más o menos como lo
siguiente:
Había una vez, etcétera, una hermosa muchacha, de una belleza tan despampanante que su
atractivo es famoso no sólo en la tierra sino en el mundo de los muertos, cuyo rey, Hades, se
entera de que ella existe. Y Hades decide que debe poseer a esa joven belleza, cuyo nombre es
Perséfone, así que sube a la tierra el tiempo justo para raptarla y llevársela consigo al
submundo, lugar que, por confuso que parezca, también se llama Hades.
Por lo general, nadie se opondría a que un dios raptara a una hermosa muchacha, pero esta
en particular resulta ser la hija de Deméter, diosa de la agricultura y la fertilidad (una buena
combinación), que luego se viste instantánea y permanentemente de luto, sumiendo la tierra en
un invierno perpetuo. A Hades eso le da igual, porque como la mayoría de los dioses es muy
egoísta, y él tiene lo que quería. Y a Deméter también le da igual, pues a causa de su egoísmo
no puede ver más allá de su propia pena. Por fortuna, los demás dioses se dan cuenta de que
los animales y las personas están muriendo se hambre, así que piden ayuda a Deméter. Y ella
desciende al Hades (el lugar) y parlamenta con Hades (el dios), y hay una misteriosa
transacción vinculada con un granada y doce semillas, de las que alguien se come sólo seis; en
la mayoría de las versiones lo hace Perséfone, aunque en otras Hades, que entonces descubre
que lo han engañado. Las seis semillas que han quedado sin comer significan que la muchacha
puede regresar a la tierra seis meses al año, durante los cuales su madre, Deméter, se pone tan
contenta que le permite al mundo ser fértil y florecer, para sumirlo de nuevo en el invierno
cuando su hija tiene que volver al submundo. Hades, por supuesto, se pasa los seis meses
enfurruñado, pero cae en la cuenta de que ni siquiera un dios puede imponerse a las semillas de
granada, así que cumple lo pactado. De ahí que la primavera suceda al invierno, y que los
hombres no queden sepultados en un invierno perpetuo (no, ni siquiera en Duluh), y que las
aceitunas maduren todos los años.
Si los narradores fuesen celtas o pictos o mongoles o cheyennes, contarían una
versión diferente, pero el impulso de base —necesitamos una historia para
explicarnos este fenómeno— sería el mismo.
Muerte y renacimiento, floración y cosecha y muerte, año tras año. Los griegos
celebraban festivales dramáticos, que consistían casi por entero en tragedias, al
principio de la primavera. La intención era purgar al pueblo de los malos
sentimientos acumulados durante el invierno (e instruirlo en la debida conducta ante
los dioses), para que la negatividad no se propagara durante la estación de la
floración, poniendo en peligro la cosecha. La comedia era el género del otoño, una
vez concluida la recolección, cuando era el momento de las celebraciones y la risa.
Algo similar se observa en prácticas religiosas más modernas. En parte, la historia
cristiana es satisfactoria porque sus dos grandes celebraciones, navidad y pascua,
coinciden con fechas de gran ansiedad estacional. La historia del nacimiento de Jesús,
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