Las mujeres con “habilidades”, podían costar entre 300 y 450 pesos. Los avisos de
venta se multiplicaban en la prensa. “Se vende negra de 24 años, en 400 pesos, lava,
plancha, cose liso, cocina y hace masas”
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(…)
Con precios entre 200 y 450 pesos se ofrecían esclavos varones para tareas
domésticas y como artesanos más o menos especializados. Los saladeros, contaban con
esclavos, y eran vendidos también como albañiles, panaderos, carpinteros, zapateros,
sastres, peones de barraca, cocineros de buque, aptos para el servicio del campo,
especializados en la tarea de la tahona, carretilleros, cocheros, cocineros, mucamos, etc, y
hasta uno que entendía inglés.
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Aparentemente fueron ocupados por los artesanos y aún por los pequeños
comerciantes, incluyendo los europeos que se adaptaban pronto a las viejas formas de
explotación de la fuerza de trabajo.
Si bien fue más frecuente la esclavitud en la ciudad, no faltaron los avisos ofreciendo
esclavos aptos para las faenas agrícolas y aún ganaderas. (…)
En un medio en el que no se produjeron revueltas de esclavos- el intento de 1803 fue
rápida y drásticamente sofocado- la fuga sería la forma más común de resistencia. Fue muy
grande el número de “huidores”, cuya captura se solicitaba en la prensa y la repetición de los
avisos durante meses da la pauta de que no pocas fueron exitosas. Esos seres humanos,
canjeados por carne salada, carretillas y mulas, vieron en la huída, cuando no en el suicidio,
la posibilidad de escapar a tan triste existencia.
Según Bartolomé Mitre, el futuro presidente argentino y opositor de Rosas, de los
11.000 nacionales de Montevideo en 1843, los africanos componían la mitad.
A comienzos de 1843, ex esclavos constituían algo menos de un tercio de tropas de la
Defensa; la mortalidad producida durante la Guerra Grande reduciría la proporción total de
negros y mulatos. Por otra parte, no fueron emancipados los niños ni las mujeres.
En sus “Apuntes Estadísticos”, Andrés Lamas, a la vez que reconocía que no todos los
blancos disfrutaban de condiciones favorables, estimaba que no estaban los negros sujetos a
las mismas privaciones, ni los mismos trabajos que en otros países menos propicios.
Declaraba que aquí los esclavos se alimentaban de los “mismos manjares que servían en la
mesa de su dueño, dormían bajo su techo, estaban protegidos por vestidos(…)”
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. Estimaba,
también que los liberados contaban con los recursos y conveniencias de la clase acomodada.
Muy optimista es la visión de Lamas sobre la vida de los esclavos y liberados, e
incluso sobre el conjunto de la población. Los asalariados libres soportaban ya entonces las
largas jornadas de trabajo que se denunciarán décadas más tarde.
Adaptado de Lucia Sala de Touron y Rosa Alonso Eloy “El Uruguay Comercial, Pastoril y Caudillesco”. Tomo II.
Pp.58 a 65. Ed.Banda Oriental. Montevideo. 1991.
Equipo de Ciencias Sociales. Formación en servicio.
Proyecto de Apoyo a la escuela pública. ANEP
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“El universal”. 11-VII-1831