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Pertenece a William Ricardo Venegas Toro -
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hay también un cambio de figuras representativas que da paso a una simbología nueva y mejor.
Al establecerse el nuevo Pacto, es introducido un nuevo símbolo y hay un nuevo Cordero. Así
Cristo es el Señor de la Cruz y el Señor de la Mesa.
En el Antiguo Testamento el reino animal era el especialmente preferido para tipificar la
persona y la obra del Mesías. Pero ahora, en el Nuevo Testamento y en relación con el nuevo
Pacto, es el reino vegetal el preferido para tal fin: el trigo y la uva. El pan –recordémoslo– es el
fruto de la muerte del trigo, porque el trigo muere. Así también la copa del nuevo Pacto es el
fruto de la muerte de la uva, porque la uva muere. El pan y el vino incorporan, pues, en sí
mismos el símbolo de la muerte.
Como ya vimos en el pasaje de Jn. 12:20-24, la muerte del grano de trigo es figura
representativa de otra muerte que ha dado vida a la espiga. Aquellos griegos que buscaban a
Jesús, querían verlo físicamente. Pero el Señor quiere que lo vean como grano de trigo, y de ahí
la respuesta que les dio: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y
muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto».
El cordero, muriendo, deja de existir y, por tanto, ya no puede seguir reproduciéndose. Pero
no ocurre así con el grano de trigo: éste, muriendo, se reproduce. El pan no puede morir para ser
pan: es el trigo el que muere para reproducirse. Y la espiga recibe la vida de la misma naturaleza
del trigo que muere.
Así Cristo muere, pero no para siempre, sino para resucitar y reproducir su vida en otros (Is.
53:10). Es decir, que como resultado de su muerte y resurrección, «verá descendencia», como el
grano de trigo. La reproducción de la naturaleza de vida que el Cristo resucitado tiene la
incorpora a la Iglesia. Y así como la vida en el pámpano es la nueva vida de la semilla de la vid
(Jn. 15:4-5; Ef. 2:1 y 5).
Siendo Cristo el Señor de la nueva Mesa, es interesante recordar aquí el Salmo 22, un salmo
eminentemente mesiánico que nos describe proféticamente los sufrimientos de nuestro Salvador
en la cruz. La primera parte (vs. 1 al 21) es un lamento de angustia: vemos al Cristo Sufriente.
Pero en la segunda parte (vs. 22 al 31) hay una transición, un cambio total. Es importante notar
que en el original, después de la última frase al final del v. 21, aparece la palabra
hebrea‘anithaní, incomprensiblemente omitida en algunas versiones, y cuya traducción literal es:
«Me has respondido». Esto explica el giro radical que se produce en el tono del salmista, pues lo
que sigue es un clamor de victoria: nos muestra al Cristo Profeta porque, pasando de las
honduras del dolor a un canto de alabanza, lo vemos ahora proclamando el resultado de la obra
de la cruz, como en Is. 53:10.
Dios se hace Siervo; el Siervo se hace Hermano; y el Hermano se hace Padre para
reproducirse en sus hijos (Is. 9:6: He. 2:10-13). Dios es Padre de sus hijos espirituales (Jn. 1:12-
13): Cristo es Cabeza de la nueva creación y Hermano mayor de sus redimidos (Col. 1:18: Ro.
8:29). El Mesías sería a la vez Padre e Hijo: pero el Hijo es llamado Padre no en un sentido de
parentesco, sino porque Él es protector de «los hijos que Dios le ha dado», y como tal tiene
cuidado de ellos, pues éste es uno de los significados que tiene la palabra hebrea para «padre».
Dios podía habernos salvado sin hacernos hijos. Pero la salvación es algo más que librarnos
del infierno: Ef. 1:3-6.