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progresivo de los precios de la zona, al degradarse los terrenos y las instalaciones. Tras este suceso,
los grupos de inversores se dedicaron a invertir en la bolsa de valores, puesto que el sistema
estadounidense premiaba más el capital que el trabajo. Se mantenía la creencia general de vivir una
época de prosperidad y de ganancias ilimitadas, y esta circunstancia se tradujo en una tendencia
constante al alza en la bolsa (en 6 años experimentó una subida del 340%). En realidad, los
inversores buscaban negocios boyantes y rápidos, esto es, rentabilidad a corto plazo. Por tanto, los
pequeños ahorradores no invertían en negocios que exigieran una inversión a plazo fijo para
recuperar el dinero (construcción, ferrocarriles), sino que especulaban en otro tipo de negocios que,
a la postre, no resultaban verdaderamente productivos para el país.
La responsabilidad de este crecimiento desmesurado de la bolsa norteamericana también
hay que buscarla en el funcionamiento incorrecto del Sistema de la Reserva Federal de los EE.UU.,
que permitió la concesión de créditos baratos, que muchos inversores utilizaban para especular en el
mercado de valores. En opinión de Galbraith, que estudió en profundidad la crisis de 1929, el Fondo
de Reserva Federal se convirtió en un órgano incompetente, ya que pudo evitar este tipo de
operaciones especulativas con una simple operación de endurecimiento de los créditos. Pero ocurrió
que las acciones, sobrevaloradas en exceso, provocaron la crisis por la imposibilidad de generar
beneficios. Existió, en definitiva, un atesoramiento provocado por la sobre inversión, que retrajo el
consumo y, por lo tanto, la producción, lo que encarecía a la postre el producto. En 1927 algunos
economistas comenzaban a prever la crisis, pero la venta a plazos logró que el caos se retrasara. En
aquel momento, hubiera resultado óptima una intervención del Fondo de Reserva Federal para
encarecer los créditos, pero los agricultores dependían de estos fondos y las autoridades monetarias
no se atrevieron a decretar una decisión más política que económica.
Así, cuando en octubre quebró el fabricante de las máquinas Photomaton y quedó al
descubierto la inestabilidad del sistema, gran cantidad de inversores trataron de trasladar sus
opciones de negocio a Londres, lo que sembró el pánico y el derrumbe inmediato de la bolsa de
Nueva York cuando los especuladores trataron de liquidar todos sus títulos. Quedó en evidencia que
el sistema norteamericano no descansaba sobre bases firmes y que el sistema bancario había
resultado enormemente frágil por conceder gran cantidad de créditos no garantizados. En
consecuencia, la caída de un banco arrastró a otros y quedaron afectados una enorme cantidad de
pequeños ahorradores. La intervención de los bancos más importantes, que tenían que haber
comprado para detener la baja, fue tardía y no logró detener el pánico.
Para aumentar la liquidez los bancos restringieron los créditos a las industrias, lo que
provocó un aumento del paro, y una la disminución del consumo que retroalimentaba el paro. Como