las heridas… «Me lo debes», había dicho mirándome fijamente y sin pelos en la
lengua, y era verdad, ¡se lo debía! Y ahora, horas después me daba cuenta de que
lo que había pasado estaba mal, las cosas no se hacían así, no se pedían así;
aquel episodio iba a sumarse a la larga lista de recuerdos dolorosos, aunque ese
en concreto prefería guardármelo para mí, prefería quedarme con esa
«despedida», por así decirlo, que esperar a ver cómo me rechazaba otra vez.
Con cuidado de no despertarlo, cogí el brazo de Nicholas y me lo quité de
encima. Lo mejor sería marcharme, alejarme de él, de su hermana, de cualquier
recuerdo doloroso. Ya me inventaría una excusa con mi madre o a lo mejor no
me hacía falta inventar nada. No podía seguir así, tenía que superarlo, tenía que
seguir adelante con mi vida. Nicholas había formado parte de mí, siempre
tendría un hueco en mi corazón, ¡qué digo!, siempre tendría mi corazón, pero yo
necesitaba volver a ser yo, volver a quererme, a aprender a perdonarme.
Hice la maleta lo más rápido y lo más silenciosamente posible. Maddie
seguía acurrucada entre mis sábanas, dormida como un angelito. Cuando salí de
mi habitación, ya vestida y preparada para marcharme, en lugar de sentirme
aliviada, aliviada de haber zanjado por fin aquella historia, noté como si
estuviese cerrando un libro que me había tocado el alma, un libro que recordaría
siempre… Sentí aquel pesar de haber terminado un libro mágico e increíble y
que no importaba si podía volver a leerlo, nunca sería como la primera vez. Allí,
esa mañana, cerré un capítulo importante de mi vida. Un capítulo, sí… pero no
debemos olvidar que después de un capítulo siempre viene otro o un epílogo, por
ejemplo.
El trayecto a casa fue insoportable. Mi cuerpo me pedía a gritos regresar,
meterme en la cama con Nick y dormirme hasta que ya no quedaran horas, pero
mi mente no dejaba de machacarme incesantemente con lo idiota que había sido,
con lo estúpida que era al pensar que algo podía haber llegado a cambiar. Lo que
no dejaba de preguntarme era por qué, si Nick y yo habíamos roto hacía más de
un año, lloraba ahora como si de verdad hubiésemos terminado. En un momento
dado tuve que salirme de la carretera, tuve que apagar el motor y abrazarme al
volante para sollozar sin peligro de chocar con alguien.
Lloré por lo que habíamos sido, lloré por lo que podríamos haber llegado a
ser, lloré por su madre enferma y por su hermana pequeña… lloré por él, por
haber conseguido decepcionarlo, por haberle roto el corazón, por conseguir que
se abriese al amor solo para demostrarle que el amor no existía, al menos no sin
dolor, y que ese dolor era capaz de marcarte de por vida.
Lloré por aquella Noah, aquella Noah que había sido con él: aquella Noah
llena de vida, aquella Noah que a pesar de sus demonios interiores había sabido