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―!Ven IztacMixcohuatzin¡ Ahora es ciertamente necesario, mucho muy necesario que te ordene que vayas luego
a poner orden a las cosas, tal como vayan a estar, como vayan a ocurrir; y asimismo, que te encargues de
conducir a los muchos azteca que partirán contigo, y que son todos aquellos de los siete calpolli, las más
robustas, esforzadas y grandes personas, como son la mayor parte de los muchos macehuales. Y la razón de
esto es partiremos ahora, que nos iremos extendiendo, que nos iremos asentando y conquistando a otros;
iremos conquistando por todas partes del mundo a los macehuales que ya están asentados‖.
Chimalpain, considera a estos grupos como chichimecas teocolhuaque. Más adelante en el relato, se menciona
que en un lugar llamado Teocolhuacan, ―Donde Radican Nuestros Ancestros‖, no lejos de la mítica ciudad
lacustre de Aztlán, la tierra de las garzas o de la blancura (¿acaso, una retroproyección de Tenochtitlan como
motivo de refundación del pasado?) llevan a cabo un cónclave varios tribus nahuas, es ahí en este lugar, que
deciden separarse.
Esta ruptura es señalada por un hecho inusitado. La tribu de los aztecas arriban a un paraje en el que se
encuentran con otros grupos, colocan en un altar o momoztli a su dios Huitzilopochtli y, en el instante que se
disponen a tomar sus bastimentos, un robusto y majestuoso ahuehuete, cruje sus maderas y se parte en dos,
estremeciendo y quedándose atónitos los macehuales al quebrase tan corpulento árbol:
―Aquí en éste fue cuando arribaron los azteca al pie del gran árbol. Y cuando aquellos teomamaque, el de
nombre Cuahcóhuatl y el de nombre Apanécatl y el nombre Tezcacohuácatl y la de nombre Chimalma, llegaron
al pie del árbol, enseguida tomaron asiento donde esta el corpulento árbol; luego, enseguida tomaron asiento en
donde está el corpulento árbol; luego allí en su base, colocaron su momoztli de tierra en el que asentaron al
diablo Huitzilopochtli. Cuando lo asentaron, enseguida tomaron sus bastimentos; y estaban a punto de comer los
aztecas cuando de pronto se quebró sobre ellos el gran árbol. Y al punto abandonaron lo que iban a comer;
durante muchísimo tiempo permanecieron cabizbajos los azteca, pero enseguida los llamó el diablo, (sic.) les dijo
Huizilopochtli: <Despidan a las ocho poblaciones que los acompañan, a los colhuaque. Díganles que no iremos a
donde habríamos de ir, de aquí nos volveremos>."
No es fortuito que sea un ahuehete el centro de la historia, estos árboles duran miles de años y para su
sostenimiento requieren de grandes consumos de agua, el que de un momento a otro se quiebre, adquiere de
inmediato el carácter de una manifestación de lo divino que requiere ser leído con atención. El ahuehuete (según
Francisco J. Santamaría: palabra compuesta de Atl, agua y huehue viejo) por su poderoso y majestuoso tronco,
su longevidad y crecimiento, es señal de la existencia de cuantiosos manantiales, y siendo el agua un elemento
de culto y al considerar este árbol como instrumento de Huitzilopochtli, lo hacen, por estas razones, un árbol
sagrado, capaz de convertirse en mensajero de lo divino. Hasta la fecha en Xochimilco, cuando uno de estos
gigantescos árboles, se ha conservado, es motivo de una gran veneración y es tan importante como un templo
religioso, tal y cómo sucede con el legendario ahuehuete, situado enfrente de la capilla dedicada al Santo
Patrono San Juan, en la plaza y barrio del mismo nombre.
Entonces, si en el relato mítico, se da el testimonio de que este portentoso sabino se quiebra, los aztecas
comprendieron que algo grave y trascendente iba a suceder con su destino como grupo. El árbol roto marca la
división de una alianza tribal y el principio de un largo y penoso éxodo. Este ahuehuete, es decir el Viejo Árbol de
Agua, se convierte en un testigo vegetal de la crónica indiana.
Este acontecimiento extraordinario, acontece en el año 5 técpatl (1068 d.C.), a partir de este quiebre, cada una
de las poblaciones ahí reunidas, tomará su propia ruta. En el lapso que tomará varios cientos de años, sucesivos
pueblos de origen nahua arribarán a las cuencas y valles del centro de la actual República Mexicana. Se
menciona en las diversas fuentes de la historia prehispánica, que después de batallar contra los grupos ya
establecidos con anterioridad en el Altiplano, en el Año 2 Calli (1325 d.C.), los mexicas por fin merecen tener su
propia tierra.
Si los mexicas son el último de los grupos colhuas-chichimecas en conquistar su residencia en el Valle de
Anáhuac, es decir la ―tierra alrededor del agua‖, lugar que por su abundancia de recursos hídricos, flora y fauna,
será uno de los elementos que atrajo a numerosas poblaciones para que fuera su morada