la persona se encuentra bien, pero, de repente, la enfermedad vuelve. ¿Qué pasa? La
respuesta es lapidaria: el cambio de conducta no ha sido completo, se han mantenido
relaciones y circunstancias antiguas. Se ha cambiado la percepción, sí; ha habido perdón, sí;
pero en la mayoría de los casos las personas no han alcanzado la conciencia plena de este
perdón y su inconsciente sigue presto, atento al más mínimo resentimiento.
Estas son algunas frases de mis pacientes: «Ya estoy cansado de ser el fuerte de la
familia»; «si yo no estoy alegre nadie lo está», «me aíslo de mi entorno familiar»… Como
vemos, estas personas siguen vigilantes; aún piensan que, si actúan según les dictan sus
corazones, pueden molestar a los demás y, si estos están enfermos, aún sienten un pequeño
rescoldo de culpa. Entonces aguantan allí, esperando inconscientemente que los demás
cambien. Como esto no sucede, continúan resistiendo, sonriendo frente al mismo problema,
más mitigado, eso sí, pero al fin y al cabo el mismo. No están haciendo el cambio
fundamental, que consiste en vivir su propia vida al margen de los demás y no olvidar que
nadie puede morir por otro. Los lazos familiares, las creencias limitantes, los miedos
inconscientes no nos permiten ser libres de verdad, vivir con auténtica coherencia, pues nos
atan a conductas nocivas. Pero hay que dar ese paso para ingresar en otro estado y dejar que
el cuerpo muera.
¡Cuántas curaciones espontáneas habré visto! ¡Y cuántas suponen un cambio total
de mentalidad que conduce a cambios de conducta radicales! Esas personas cortan con
todos los vínculos del pasado; ya nada las retiene; miran hacia delante sin condenación;
sueltan las conductas adictivas con maridos, esposas, madres o padres; dejan de vivir la
vida de los demás para vivir las propias; dejan de querer que los demás cambien y, sobre
todo, ya no justifican ninguna conducta de los demás con respecto a ellas.
Libres de todo resentimiento, libres de deudas, libres del «¡ay, que no les quiero
hacer daño!», en definitiva libres de su pasado. Hay que ser muy valiente para mirar el
presente sin condenación. Se tienen que tener una mente libre de juicios y, cuando aparece
uno, mandarlo a expiar a través del Espíritu Santo.
Cuando lo logro, ya no hay nadie que retrase mi camino y tampoco yo retraso a los
demás con mi falsa compasión ni mi ignorancia acerca de cómo debo ayudar.
Los buenos maestros se dan cuenta de que solo los cambios fundamentales son
duraderos, mas no comienzan en ese nivel. Su primer objetivo —y el más importante— es
fortalecer en el estudiante el deseo de cambiar. Ese es asimismo no solo su último objetivo
sino también su objetivo final. Lo único que el maestro tiene que hacer para garantizar el
cambio es estimular en el alumno su deseo de cambiar. Cambiar de motivación es cambiar
de mentalidad, y esto inevitablemente produce un cambio fundamental, ya que la mente es
fundamental.24
Por eso, una persona que se ha curado de una enfermedad, como por ejemplo, el
cáncer, debe estar muy alerta para no repetir conductas, para evitar situaciones o a
personas, que a su inconsciente le recuerden momentos de peligro. A nadie se le ocurriría
enviar a un exalcohólico a tomarse un café con leche en un bar. En ese ambiente hay
demasiados anclajes. A nadie se le ocurría mandar a una mujer violada a cenar con su
violador, a pesar de haber comprendido y perdonado la situación que vivió.
Hay anclajes que provienen de cuando se estaba en el útero materno. Es el caso, por
ejemplo, de la persona cuya madre, por las circunstancias que fueran, no deseaba traerla al
mundo, le molestaba quedarse embarazada, es más, por su mente tal vez pasó el deseo de
abortar. Entonces, la persona nace con un vacío interior, con una carencia fundamental de
cariño y de amor; busca incesantemente que su madre la quiera, aunque es casi seguro que
ella la ha cuidado, la ha alimentado y ahora mismo daría su vida por ella. Pero hay un
condicionante muy fuerte de desamor y la persona vive una relación adictiva con su madre,