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Se comprende de ésta manera, que la evolución no podría transcurrir en el limitado espacio de tiempo de una o
algunas vidas humanas, por más largas que fuesen, de ahí, las repetidas oportunidades reencarnatorias, que
permiten al Espíritu, millares y millares de experiencias en el cuerpo físico. Esas vivencias van ampliando cada
vez más, su caudal de conocimientos, en cuanto el Espíritu realiza también, la reforma íntima, la iluminación
interior, rescatando por el dolor o por el bien, que haga, desinteresadamente, los errores del pasado.
La doctrina de las vidas múltiples explica la justicia de la Evolución; a la luz de la Palingenesia comprendemos
el mecanismo sabio de la Vida, entendemos el Mundo de bellezas y miserias en que vivimos.
Como los fenómenos mediúmnicos, también la reencarnación está en la tradición religiosa de los pueblos más
antiguos, cabiéndole al Espiritismo, darle el realce que los conocimientos científicos de la época le permiten.
Sólo por la reencarnación podemos comprender el Mundo en que vivimos, todo cuanto en él ocurre y constituye,
muchas veces, enigmas insolubles para los que la desconocen o no la aceptan. La Reencarnación explica y
justifica:
1.- La evolución biológica y espiritual del Hombre, a través del
progreso incesante de las formas físicas, orgánicas y del principio
espiritual, que las orienta y que se individualiza en la criatura
humana;
2.- La Sabiduría divina, hecha de Justicia y Bondad, cuyas leyes
castiga las faltas, pero permiten al criminal la propia recuperación,
posibilidad que nunca le es negada, pues Dios le coloca la
misericordia sobre todos los procesos de la justicia", como dice
Emmanuel;
3.- El mecanismo, del cual resultan las condiciones de vivencia
terrena, siempre íntimamente relacionada con el pasado, sea en las
experiencias de la carne, sea en los periodos de vida puramente
espiritual, en los cuales ponemos a funcionar nuestro libre albedrío,
con las consecuencias determinadas por el uso correcto o incorrecto
que de él hacemos, generándose, en ésta última hipótesis, pesadas
deudas por rescatar.
Es así como el espíritu comprende la causa de la desigualdad social, representada por los ricos y por los pobres,
por los poderosos y por los humildes, por los enfermos y por los sanos, por los idiotas y por los genios, por los
felices y por los infelices; de las simpatías y antipatías espontáneas entre las personas, de los conflictos y
confrontaciones entre los miembros de una misma familia, viviendo en un hogar común, de la actuación de
personajes históricos, de misioneros, etc.
La reencarnación que no rompe con los lazos de familia, por el contrario, los fortalece, nos hace comprender que
si sus miembros muchas veces se muestran antipáticos entre sí y aún son hostiles es porque son antiguos
desafectos, que en otras vidas, en la Tierra, se ofendieron mutuamente y son, ahora, reunidos en el hogar
terreno para " servir de pruebas para unos y de medio de progreso para otros" (Allan Kardec, EL EVANGELIO SEGÚN
EL ESPIRITISMO, Cáp. IV), debiendo armonizar sus sentimientos, olvidando, sirviendo y perdonando.
La doctrina de la reencarnación aclara sobre problemas que, de otra manera, jamás entenderíamos, para los
cuales nunca habría soluciones lógicas: los de las pruebas colectivas, en que decenas, centenas o millares de
personas, de edades y nacionalidades diferentes, buenas o malas, cultas e incultas, perecen por la vía de la
muerte violenta, debida a una causa común: fuego, ahogamiento, desastres, terremotos.
La pena de muerte que tanto ha preocupado a los sociólogos, a los criminalistas, a los hombres de Estado,
jamás sería tenida en cuenta, como medida correctiva, por ser contraria a los principios de la humanidad y,
sobretodo, por su entera inutilidad, toda vez que el criminal no sería, en verdad, apartado de la Tierra, de la