Eso le dio tiempo suficiente para colocarse bien el escudo. –¡Venid a mí! –gritó, pero si llamaba a
sus hombres o a sus enemigos, era algo que ni siquiera Asha podría decir con certeza. Un norteño
alzó un hacha ante ella, descargándola con ambas manos mientras aullaba con furia. Asha levantó el
escudo para detener el golpe, y después se acercó lo suficiente para clavarle su puñal en las tripas.
Su aullido adquirió un tono diferente cuando se desplomó. Ella se giró y se encontró a otro lobo
detrás de ella, y le dio un tajo en la parte descubierta de su yelmo. Su propia inercia al cortarle la
dejó doblada por debajo del pecho, pero hizo girar la armilla, y así pudo dirigir la punta de su puñal
hacia su garganta y dejar que se ahogara con su propia sangre. Una mano le tiró del pelo, pero como
lo tenía corto, no se lo pudo agarrar lo suficiente para tirar hacia atrás su cabeza. Asha le golpeó con
su bota en el empeine y consiguió soltarse mientras él gritaba de dolor. Cuando se dio la vuelta, el
hombre estaba en el suelo, moribundo, con un puñado de pelo en su mano. Qarl estaba encima de él,
con su espada larga goteando y la luz de la luna brillando en sus ojos.
Lengua Sombría iba contando los norteños que iba matando, cantándolos. –Cuatro, –mientras uno
se desplomaba–, cinco, –un golpe más tarde. Los caballos gritaban y pataleaban, con los ojos
blancos de miedo, enloquecidos por la carnicería y la sangre… todos excepto el gran semental
ruano de Tris Botley. Tris había ensillado el caballo, y se agitaba y daba vueltas con él mientras iba
descargando su espada. «Le deberé algún que otro beso antes de que acabe la noche», pensó Asha.
–Siete, –gritó Lengua Sombría, pero pegado a él, Lorren Hachalarga se estiraba apoyado en una
sola pierna, mientras las sombras seguían cayendo, gritando y susurrando. «Estamos luchando
contra arbustos», pensó Asha mientras daba muerte a un hombre cubierto con más hojas de las que
tenían los árboles de alrededor. Aquello le hizo reír. Su risa atrajo más lobos hacia ella, y ella acabó
con ellos también, preguntándose si debería comenzar a contar los suyos. «Soy una mujer casada, y
aquí está mi retoño». Ella clavó su puñal en el pecho de un norteño, atravesando pieles, lana y
coraza. Su cara quedó tan cerca de ella, que ella podía oler el hedor agrio de su aliento, con su mano
en su garganta. Asha sintió su acero rascando el hueso mientras lo movía entre sus costillas.
Finalmente, el hombre pegó una sacudida y murió. Cuando consiguió soltarse de él, ella estaba tan
debilitada que a punto estuvo de caerse encima.
Poco después, ella se puso espalda con espalda con Qarl, escuchando lamentos y maldiciones a su
alrededor, haciendo arrastrarse entre las sombras a hombres valientes en busca de sus madres. Un
arbusto se dirigió a ella con una lanza lo suficientemente grande para atravesarla por el vientre y
alcanzar la espalda de Qarl, pudiéndolos empalar a ambos hasta la muerte. «Mejor morir así que en
soledad», pensó ella, pero su primo Quenton mató al lancero antes de que les alcanzara. Solo un
instante después, otro arbusto acabaría con Quenton, clavándole un hacha en la base del cráneo.
Por detrás de ella, Lengua Sombría gritaba, –nueve, ¡malditos seáis todos! –La hija de Hagen
apareció desnuda de debajo de los árboles, con dos lobos pegados a ella. Asha agarró un hacha
arrojadiza sin dueño y la hizo volar hasta alojarla en la espalda de uno de ellos. Cuando éste se
desplomó, la hija de Hagen cayó de rodillas, desenvainó la espada y se la clavó al segundo hombre.
Después se levantó de nuevo, cubierta de sangre y barro, con su largo cabello rojillo suelto, y volvió
a la lucha.
En algún momento en el albor de la batalla, Asha perdió a Qarl, perdió a Tris y perdió al resto.
También se había quedado sin su puñal y sin sus hachas arrojadizas; en su lugar, ella tenía una
espada en una mano, una espada corta de filo grueso, muy parecida al cuchillo de un carnicero. Era
un arma que no sabría decir en qué momento de su vida pudo conseguir. Le dolía el brazo, tenía
sabor a sangre en la boca, sus piernas estaban temblando, y los rayos de la pálida luz del amanecer
comenzaban a filtrarse a través de los árboles. «¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto rato llevamos
luchando?»