—¡Qué barbaridad! —exclamo ante un espectáculo entre carnoso y
vegetal, de carácter realista, que me trae a la memoria sin embargo las
imágenes de las pinturas de Arcimboldo.
El paleontólogo sonríe.
—Toma nota —dice—: garbanzos, patata, repollo, morcilla, gallina,
carne de vaca, chorizo, hueso con tuétano, panceta, tocinazo y lo que en
Madrid llamamos la bola, que es una combinación de carne picada y pan.
—Lleva pimiento también.
—También no —corrige él—. El pimiento es fundamental. Estás ante una
comida neolítica, aunque el pimiento vino de América. Un guiso en el que se
echaban al puchero vegetales cultivados por el ser humano y porciones de
animales domesticados. Este que nos han servido es especial, claro, por
abundante y por variado. La alimentación del Paleolítico, en cambio, estaba
basada en la caza y en la recolección de los vegetales. Se trataba, pues, de una
economía extractiva: tomaban lo que necesitaban de la naturaleza. Ahora
bien, ¿quién se come un plato de garbanzos recién arrancados?
—Nadie. Necesitaban el fuego para cocerlos —deduzco yo.
—El fuego lo damos por descontado —corrige el paleontólogo—. Pero
para ponerlos al fuego has de tener un recipiente, un contenedor. El puchero,
ahora, te parece normal, pero su aparición implica una revolución
tecnológico-cultural, no biológica, de enorme trascendencia. La mayoría de
los productos que se cultivan en el Neolítico no se pueden comer crudos.
Entre tanto, hemos atacado el cocido según los gustos de cada cual. Yo he
revuelto un cucharón de garbanzos con tocino y repollo, para suavizar y
proporcionar sabor a la legumbre. El paleontólogo, más minucioso, toma
pequeñas raciones de cuanto hay en el barro distribuyéndolas alrededor de su
plato de acuerdo con un criterio un poco misterioso. Empieza por la carne y a
continuación coloca el chorizo, la gallina, el garbanzo, la panceta, el
pimiento…
—¿Te comes las cosas por orden alfabético? —bromeo.
—Me gusta ver todo por separado antes de mezclarlo, para hacerme una
idea.
En efecto, tras unos segundos de observación budista, revuelve el
conjunto y comienza a comer con la expresión del que disfruta de un