marcha la producción. Sin el beneficio, se convertirían en esclavos de sus
prestamistas, como el doctor Fausto de Mefistófeles, ¿recuerdas?
Por eso la ingeniería mecánica, la electricidad, el magnetismo, etcétera,
adquirieron un mayor valor de cambio, aparte de su valor experiencial (por la
satisfacción del invento y por la creación de un nuevo conocimiento): las máquinas
que se fabricaban sobre la base de métodos científicos y de investigación
incrementaban la producción del trabajador, reducían el coste y, de este modo,
permitían a los empresarios sobrevivir. Y si lo vemos desde la perspectiva de la
sociedad en conjunto, poco a poco la humanidad empezó a construir máquinas que
trabajaban para ella sin protestar, permitiéndonos vivir mejor y poder soñar con una
sociedad sin trabajo, o sin aquellos trabajos no deseados, una sociedad como la de
Star Trek, en la que todas las personas exploran el espacio y se dedican a mantener
conversaciones filosóficas, mientras sus alimentos salen automáticamente de un
agujero de la pared, igual que todo lo que les hace falta: desde ropa hasta
herramientas, instrumentos musicales, joyas, etcétera.
Sin embargo, las máquinas que encontramos en las fábricas, en el campo, en las
tiendas, en las oficinas, en todas partes, no han acabado con la pobreza, el hambre, la
desigualdad, la preocupación por la supervivencia, ni siquiera han acabado con los
trabajos más duros ni han reducido las horas de las jornadas laborales. Todo lo
contrario. Que las máquinas fabriquen cada vez más productos no ha hecho nuestra
vida más fácil: ahora sufrimos más estrés, la calidad de nuestro trabajo es peor, la
inseguridad es mayor, como mayores son la angustia por perder el que ya tenemos o
encontrar uno nuevo que nos garantice el pan de cada día. Parecemos hámsters en una
rueda que, por muy deprisa que corra, no va a ningún lado. Al final, en vez de que
trabajen las máquinas para nosotros, parece que somos nosotros los que trabajamos
para mantener a nuestras máquinas.
En este sentido, la novela de Mary Shelley tenía exactamente este objetivo: el de
ser una alegoría que advierte a los humanos de que, si no tenemos cuidado, la
tecnología puede crear un monstruo que nos esclavizará y nos destruirá, en lugar de
ser un sirviente de la humanidad; un logro del espíritu humano, como el triunfo del
doctor Frankenstein de crear vida a partir de un cadáver, que, sin embargo, se vuelve
en contra de su creador, con trágicos resultados.
«MATRIX» COMO DOCUMENTAL
No es una casualidad que la literatura y el cine muestren el miedo de los humanos
ante sus creaciones. El cuento Gachas dulces de los hermanos Grimm, El aprendiz de
brujo de Goethe y por supuesto películas como Blade Runner o Terminator se basan
en este miedo. Sin embargo, hay una obra de ciencia ficción que es una digna
sucesora del Frankenstein de Mary Shelley, por lo menos respecto a la comparación
con la tendencia de las sociedades de mercado a utilizar la tecnología de una manera
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