Según crónicas de la época, los habitantes de Tacubaya (que para ese entonces ya formaba parte del
Distrito Federal), miraban con malos ojos la construcción de aquella mole gris, que crecía por sobre las
viejas construcciones de grandes ventanales y peanas, cornisas y portones de madera. El Ermita, un
rascacielos para la época, transformó para siempre la imagen de la ciudad. Si antes el arco del triunfo de
la familia Mier remataba el camino que venía desde Chapultepec hacia la villa de Tacubaya, ahora el
Ermita se levantaba, imponente, solamente rebasado por la cordillera del Ajusco.
Obedeciendo a sus clientes de la Fundación Mier y Pesado, Juan Segura debía ante todo, generar
ganancias con sus proyectos para financiar las obras de caridad emprendidas por la fundación. El inmenso
terreno, más grande que la Alameda central, que nacía en la unión de las avenidas Real y Calvario hasta
la calle de Martí, obligó a Segura a tomar una serie de decisiones que afectarían la historia de Tacubaya y
de la ciudad de México: primero, cedió al municipio una extensa franja del terreno para ampliar la calle del
Calvario, hoy Avenida Revolución, de 8 a 20 metros abriendo una profunda cicatriz, que como la gangrena
que invade los huesos, fue extendiéndose sobre casi toda la superficie de Tacubaya.
El programa del edificio es una demostración de la audacia de Segura y de su amplio conocimiento de la
arquitectura moderna. Consta de 3 tipos de viviendas: los estudios para una persona, otros de dos
recámaras y los más grandes de tres, zona comercial en la planta baja y un cine. Según Toca Fernández
“antes que Le Corbusier, Segura incorpora al edificio la idea de servicios y entretenimiento para los
habitantes” aunque, a diferencia de las unidades habitacionales del arquitecto suizo-francés, los espacios
comerciales y de esparcimiento, sólo están disponibles para los habitantes de las unidades.