Mientras los niños tienen la cabeza y la agenda ocupadas en actividades extraescolares, en montones de
deberes y en metas de todo tipo, no tienen tiempo para pensar en lo que realmente les corresponde en
esta etapa tan preciosa de la infancia: estar con sus seres queridos, jugar, imaginar, descubrir por sí solos,
sin prisas.
11. La reducción de la infancia
La infancia debe vivirse cuando toca, con todo lo maravilloso que conlleva esta etapa: la imaginación, el
juego, el sentido del misterio, la inocencia, etc. Saltarse las etapas de la infancia es despreciar el
mecanismo con el que cuenta la naturaleza para asegurar un buen desarrollo de la personalidad.
Asistimos al fenómeno que algunos llaman de la «reducción de la infancia». Frustrar la imaginación del
niño matando sus ilusiones y acortando así la infancia, esa etapa sagrada, es un fenómeno reciente.
Matar la imaginación, el asombro y la creatividad de un niño para inculcarle cuanto antes y contra su
naturaleza una actitud razonable es típico de una sociedad fría, cínica y calculadora.
12. El silencio
muy a pesar de la mayor asequibilidad de tanta información, los niños no aprenden al ritmo esperado.
Romano Guardini ya advertía: «El saber, la posesión y dominio intelectuales están en aumento, en una
medida tan incomensurable que abruma literalmente a los hombres (…), pero se debilita esa
profundidad que brota de la penetración interior, en mirada y experiencia, la comprensión de lo esencial,
la percepción por el conjunto, la experiencia, el sentido. Pues todo eso solo se puede obtener en el
enfrentamiento interior de la contemplación; y ello requiere calma, reposo, concentración»
El ruido no solo ensordece, sino que también acalla las preguntas que surgen del asombro ante la
observación de la realidad. Para aprender, no solo hace falta recibir informaciones, sino que es necesario
consolidarlas, interiorizarlas. Y para ello es preciso tener espacios de silencio,
Antes de dejarse llevar por el picoteo adictivo del mundo virtual y por la pantalla que les hace enmudecer
haciéndolo todo por ellos, nuestros hijos deben consolidar sus hábitos de lectura. Leer, para tener
interioridad, capacidad crítica, de reflexión, de contemplación, de asombro. Leer…, este es el tren al que
deben subirse, y que no podemos admitir que se pierdan porque pasa poco y lleva muy lejos.
13. Humanizar la rutina: el mismo cuento por enésima vez…
La rutina no es mala en sí, pero sin sentido aliena al niño –y a nosotros también–. Le lleva a actuar de
forma mecánica, no es consciente de lo que hace, no le ve el sentido, no pone en ello corazón,
afectividad, inteligencia, y no interioriza lo que hace y aprende. Shakespeare hablaba de la costumbre
como «un monstruo sutil que reduce a polvo hasta los mejores sentimientos».
La asociación de la repetición de un acto o de un evento con la presencia de un ser querido es lo que
humaniza la rutina y la convierte en un rito. Rachel Carson decía que «para que se pueda preservar el
sentido del asombro innato que tiene un niño, necesita la compañía de por lo menos un adulto que lo
comparte, y con quien puede redescubrir la alegría, la ilusión y el misterio del mundo en el que vivimos».
Ese mirar a través de los ojos de sus progenitores es el modo más poderoso del que disponemos para
educar a nuestros hijos. Por eso la mirada que tenemos ante el mundo que nos rodea les afecta tanto a
ellos. Los niños no son dependientes del entorno, pero están a la expectativa de ello, dice Siegel.
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