VALORACIÓN:
Nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren ensoñación, ingenuidad,
fantasía y ambigüedad también. Este cuadro tan ambiguo, aparentemente comprensible y a la vez
hermético, tiene cierta vivencia poética y un fondo inalcanzable. El propio Miró dijo, refiriéndose a los
dibujos preparatorios de esta pintura, que le fueron inspirados por “los terribles delirios del hambre”.
Aparecen representados una serie de elementos que se van a repetir posteriormente en otras
obras, como las escaleras que pueden servir tanto para reflejar la huída como para la ascensión, o los
insectos (parecen fascinarle), su gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.
Este camino de libertad del ensueño, de lo onírico, lleva a la creación de un mundo fantasioso y
característico. El propio André Bretón dijo de Miró que era el más surrealista de todos ellos. Entre sus
signos mezcla miniaturas de objetos reales con signos inventados, como una guitarra o un dado que,
a la vez se complementan perfectamente con grafismos convencionales. Aquí vemos en notaciones
musicales, en un pentagrama, el reflejo del lenguaje de la guitarra junto a la que aparecen. Los
objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al estar colocados no en una
superficie, sino en una habitación en la que el suelo y la pared están realizados con perfecta
perspectiva. Una ventana abierta al exterior nos muestra un paisaje típicamente mironiano.
Sus figuras alargadas, agusanadas y ameboides resbalan y flotan en este espacio irreal entre
objetos y animales. Todo está lleno de vida en el movimiento de esta obra, trabajada con una técnica
verdaderamente miniaturista y meticulosa creada con gran sensibilidad y un extraordinario gusto
innato, que casa perfectamente con el ambiente festivo que debe acompañar al carnaval.
La fantasía de colores que aparece en esta obra es prácticamente insuperable, destacando
siempre por su utilización de los colores primarios, el azul, el amarillo y el rojo, utilizando además el
blanco y el negro. Precisamente son los colores los que nos mueven a través de las diferentes figuras
del cuadro, pero sin una dirección marcada por el artista, sino por el propio espectador.