LOBSANG RAMPA
"Y ahora, pensé, mientras tropezaba vertiginosamente
sobre mis pies, sostenido por los lamas, ahora tengo que
referir todo lo que he visto, todo lo que he experimentado,
¿y después? Tal vez pronto tuviera que pasar por una
experiencia similar. Después viajaría hacia Occidente para
soportar la injusticia."
Con todo lo que había aprendido y sufrido, volvía mis
ojos hacia el Tibet para aprender MAS y penar MUCHO
más. Al mirar hacia atrás, antes de cruzar los Himalayas, vi
los salientes rayos del sol, parpadeando sobre las montañas,
poniendo un toque de oro sobre los techos de los Edificios
Sagrados que los convertían en deliciosas visiones. El valle
de Lhasa parecía dormido todavía e incluso los Banderines
Sagrados cabeceaban somnolientos en sus mástiles. Cerca de
Pargo Kaling pude percibir una caravana de yacs, los
comerciantes, madrugadores como yo, iban en dirección a la
India mientras que yo volvía hacia CHUNGKING.
Allí íbamos por las montañas, siguiendo el trillado cami -
no de los mercaderes que llevan su té al Tibet, ladrillos de
té de la China, un té que junto con el tsampa era uno de
los principales alimentos de los tibetanos. Corría el año
1927 cuando dejamos Lhasa, y nos dirigimos a Chotang,
pequeña ciudad junto al río Brahmaputra. De ahí segui-
mos a Kanting, bajando hacia tierras más bajas, atravesan-
do bosques, a través de valles neblinosos de húmeda vege-
tación donde continuamos sufriendo con nuestra respira -
ción, ya que todos nosotros estábamos acostumbrados a
respirar a 15.000 pies de altura o más. Las tierras bajas
con su pesada atmósfera opresiva, deprimía nuestros espí -
ritus, nos comprimía los pulmones, haciéndonos sentir
como ahogados. Así seguimos día tras día , hasta que
después de más de mil millas alcanzamos las afueras de la
ciudad china de Chungking.
Acampamos para pasar la noche, nuestra última noche
juntos, porque por la mañana mis compañeros volverían
hacia nuestro amado Lhasa, acampamos y conversamos
hasta el amanecer. Me apenó considerablemente que mis
camaradas, mis congéneres, me estuvieran ya tratando co-
mo a una persona muerta para el mundo, como a una
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