“Si tu mano te escandaliza, córtatela, mejor te será estar manco
en la vida, que con ambas manos ir a la Gehenna, donde ni el
gusano muere, ni el fuego se apaga”. (Marcos 9: 43-49)
No es hasta el Nuevo Testamento que vemos mención, no de un
“Infierno” como tal, sino más bien de algo así como un lago de
fuego, donde nuestra alma, si éramos pecadores y no
pasábamos el Juicio, sería lanzada por el mismo Dios y no el
Demonio. Las referencias de esta Gehenna ignis o Gehena de
Fuego la vemos en Mateo 5: 22 y luego en Mateo 5: 29. Por otro
lado, Marcos 9: 43-49 lo llama ignis inextigibilis. Sin embargo, el
vocablo Gehena se deriva de la palabra Hinnom, Jehinnom o
Ginnom, la cual se refiere a un punto geográfico que se localiza
fuera de las murallas de Jerusalén al sudoeste y que se conecta
con el valle de Cedrón o Josafat (Rodríguez, 1997). Esto, no era
otra cosa que el vertedero de basura de la ciudad de Jerusalén y
como buen vertedero de basura pues, el gusano no muere
(siempre hay) y el fuego no se extingue (ignición esespontáneas).
Como se puede ver, un infierno bastante limitado para la gran
cantidad de población que a estas alturas debería tener.
Las referencias a este valle, las podemos encontrar en II Reyes
23: 10, en Jeremías 7: 31 y otros pasajes más del Antiguo Testamento y donde se dice que los Cananeos practicaban sus sacrificios humanos. Cuando se tradujo Gehenna por infernus, el
sentido de los textos originales cambió y se sentaron los
cimientos para la invención dogmática que mantiene en el terror
psicológico a la humanidad, pero el que más rendimiento
económico le ha dado a la Iglesia y sus derivados. De hecho, el
Dios Cananeo, Moloc, quedó transformado de forma instantánea
en“Satán”.
Para estar más claros aún, no es hasta la “milagrosa” aparición del II libro de Macabeos, donde se instauró la creencia de un
doble estado tras la muerte: Uno de felicidad y otro de falta de
esta, pero no necesariamente con tormentos. De hecho,
Orígenes, Gregorio de Nisa, Dídimo, Diodoro, Teodoro de
Mopsuestia y hasta el mismo Jerónimo, alegaban que esta era
una condición temporal, hasta que en el Concilio de Constantinopla del año 543 D. C., este sufrimiento se hizo eterno,
gracias a la mano del hombre. No fue sino hasta el concilio de
Letrán del año 1123, que se impuso como dogma la existencia
del infierno, amenazando con condena a prisión, tormento y muerte, a todo aquel que se atreviera a cuestionarlo. Los
castigos en este infierno serían, el no ver a Dios y todo tipo de
tormentos, casi todos ellos a través del fuego.