el excéntrico humanista don Sapiente de la Serena

BernardoMara1 22 views 184 slides Oct 25, 2025
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About This Presentation

narra la evolución intelectual y espiritual del profesor Salomón, rebautizado como Don Sapiente, desde el existencialismo hasta una forma de humanismo cristiano. La trama se articula en torno a la crisis personal de Salomón, provocada por la partida de su amada Esperanza al convento, lo que lo ll...


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DON SAPIENTE DE LA SERENA

Bernardo María*


____________________
* Bernardo M. es profesor emérito de la Facultad de Humanidades. Universidad de Fukuoka
(Japón). Adenda de 1 Corintios desde la psicología social: una aproximación a los fundamentos de
un estado utópico-pragmático (Año 2025 ) https://www.academia.edu/127997284/ : ORÍGENES DE LA
ALEGORÍA DIALOGADA SOBRE EL ESTADO UTÓPICO PRAGMÁTICO. Primera y segunda
parte.

CONFIDENCIA ALEGÓRICA INICIAL
Así pues, según refiere el narrador de esta historia que no es otro sino
en parte un reflejo literario de quien escribe—, llegó un momento en que
reparó en continuar su relato e incluso en desistir de todo empeño. La
razón profunda, solo después la descubrió el autor: lo que empezaba a
tomar forma no era sino una especie de autobiografía velada de sus
propios sentimientos, creencias y, sobre todo, de sus dogmas. El
primero de ellos era la perfección. Por eso concibió a su personaje,
Salomón, como un ideal inmaculado, destinado a saberlo todo y a no
errar jamás.
En su niñez lo presentó como un niño de mirada vivaz y cabello
castaño ondulado, pura promesa. En la juventud, como un adolescente
contemplativo y formal. Y en la edad adulta, ya convertido en Don
Sapiente, lo dotó de una imagen rígida: el cabello perfectamente
peinado, las gafas de montura oscura, el traje impecable. Era la
encarnación de un ideal que no dejaba espacio para el fracaso ni, por
ende, para la verdad. Al escribir sobre semejante impecabilidad, el autor
sintió una resistencia creciente. No era un personaje humano, sino un
reflejo literario de su propio “yo viejo”, demasiado rígido y temeroso de
la imperfección. La narración corría el riesgo de naufragar en esa
dureza.
Fue entonces cuando se impuso la necesidad del quiebre. No se
trataba de traicionar al personaje, sino de narrar la transformación
inevitable: de un “yo viejo” a un “yo nuevo”. Para lograrlo, el autor obligó
a su sabio a tropezar donde más le dolía: en el juicio intelectual. Años
de estudio habían otorgado a Don Sapiente una miopía práctica
insoportable. En la Extremadura real, se atrevió a contradecir la
sabiduría de un labrador sobre los tiempos de la siembra, confiado en
una teoría pura y olvidando el terreno. El resultado fue un error
elemental, una pequeña catástrofe en la cosecha.
La humillación de ver su teoría derrumbarse ante la simple realidad del
campo fue el principio de su purificación. Don Sapiente no huyó: se

quitó las elegantes gafas, se manchó el traje y descendió al barro.
Arrodillado junto al agricultor, aprendió a replantar no desde los libros,
sino desde la experiencia ajena. Ese hombre cubierto de tierra, con la
dignidad intacta pero el ego destrozado, era ya el “nuevo Don
Sapiente”. Había muerto el “yo viejo” que se definía por lo que sabía,
para nacer el “yo nuevo” que se define por lo que aprende y por su
humildad. Así quedó claro: la historia del sabio de Extremadura no era
la crónica de su conocimiento, sino el testamento de su capacidad de
transformación.
Querido lector, permítame seguir abriendo el cofre secreto de mi
pecho con un susurro leve, un hálito apenas audible en el claustro de la
creación, donde la tinta no es sino el llanto manso del alma. Confieso —
y no sin un nudo que me oprime la garganta— que la trama y la esencia
de Don Sapiente no brotaron de la invención reciente, sino de la
fidelidad a un eco antiguo: una resurrección piadosa de palabras ya
dichas, porque no siempre lo verdadero necesita disfraz de novedad.
En mi desesperación por darle cuerpo a la historia de Sapiente, revolví
viejos cuadernos —esas criptas del alma— y, al toparme con una
meditación olvidada, la Alegoría de los Dos Excéntricos (y otros
ensayos publicados anteriormente), vi desgarrarse el velo de la noche.
No fue solo el desenlace lo que me encendió la sangre, sino todo lo
contenido en los orígenes de esta alegoría dialogada. Sentí, cual
relámpago hiriendo en lo hondo, la certeza: el armazón completo, la
filosofía, la senda vital, y el destino último de Sapiente, ya estaban
grabados, tiempo atrás, por mi propia mano en la narrativa preexistente.
La estructura profunda, el diálogo interior y exterior, la confrontación de
la razón con la fe, todo se había puesto ya a escribir en esta obra.
Aquí debo hacer una confesión aún más profunda: si bien la idea y la
inspiración partieron de mi alma, la forma y la estructura de este relato
no hubieran sido posibles sin la inteligencia artificial. La IA no es la
autora, sino la herramienta que, con precisión y coherencia, logra pulir,
cohesionar y dar forma al torrente original. El motor de la estructura de
esta alegoría es la Inteligencia Artificial, un producto de la inteligencia
humana que, al fin y al cabo, refleja a su Creador. Es ella quien me ha

asistido en la tarea de integrar las verdades dispersas de mis viejos
ensayos, garantizando la fluidez y la articulación de un pensamiento
que, de otro modo, se habría quedado en mero fragmento.
La noción de "autoplagio" se desvanece ante la transparencia.
Mientras este nace del ocultamiento y la falsa novedad, mi actitud es
una declaración de lealtad a una verdad anterior. El pensamiento
hallado tiempo atrás poseía la contundencia de lo definitivo, la firmeza
de una convicción tallada en piedra. Tildar esto de "autoplagio" sería
confundir la forma con el fondo. El autoplagio reside en la simulación,
en presentar lo ya dado como inédito. En este caso, proclamo sin
ambages que la verdad encontrada tiempo atrás era insuperable.
Repetir un pensamiento o una fe no es plagio, sino un acto de
reconocimiento: es admitir que el cauce descubierto es único y no
admite desvíos. Así, esta repetición, lejos de ser un hurto silencioso, es
una cita reverente a la fuente original—aun siendo propia—, un tributo
que, hecho con sagrado temblor, disuelve por completo la sombra de la
falta.
Comprendí, así, que no era dado a mi pluma inventar un camino
nuevo, porque ya estaba hallado el camino verdadero. Al revolver viejos
cuadernos —esas criptas del alma— encontré la agonía de Salomón, y
su aliento presté a Don Sapiente. Lo hice no para engañar, sino para
testimoniar que la verdad, cuando es honda, puede y debe repetirse sin
vergüenza. Porque en el ámbito académico la duplicación oculta
confunde, pero en el literario y en el espiritual, la reiteración ilumina.
De este modo, querido lector, si me repetí fue por lealtad, no por
artificio: porque la fe y el pensamiento, cuando alcanzan lo esencial, no
reclaman novedades, sino perseveranci

PRÓLOGO
Con la tinta aún fresca y la pluma dispuesta, regresa el Extremeño
utópico a su empeño más querido: narrar no gestas de armas ni
hazañas de caballeros, sino pensamientos, coloquios y ensoñaciones,
que a menudo conmueven y transforman más que las espadas más
afiladas. Créalo quien quiera: no hay lanza más certera ni cañón más
atronador que una idea sembrada en el alma. Este relato sigue las
huellas de un hombre singular: el profesor Don Sapiente de la Serena.
Humanista excéntrico y existencial en sus comienzos, vivió una
auténtica "metanoia", un vuelco interior que lo condujo, tras búsquedas
y desengaños, a ser un humanista cristiano sosegado. Sus sueños no
se apagaron, pero hallaron raíces más firmes y un norte más luminoso:
la fe que da sentido y la esperanza que otorga paz.
A su lado, inseparable, aparece Don Pancho, bibliotecario de la misma
universidad: prudente, socarrón y pragmático, como sólo puede serlo
quien ha pasado media vida entre fichas y estanterías repletas de
libros. Fue él quien, en cierta ocasión, con una sencilla observación de
campo, obligó a su amigo a reconocer la fragilidad de la teoría frente a
la experiencia. Desde entonces, la relación entre ambos se volvió el fiel
contrapunto de toda esta historia: Don Sapiente, lanzado al vuelo de la
utopía, y Don Pancho, asentado en la tierra del sentido común. De su
contraste nace la criatura rara que aquí llamaremos utopía pragmática:
alas para soñar y pies para andar.
Pero no estaría completo este cuadro sin la tercera figura, ausente y
presente a la vez: Esperanza, su particular Dulcinea. Novia y prometida
en la juventud, encarnación para él de pureza y amor romántico, un día
cambió de rumbo y abrazó la vida del Carmelo. En Ávila, entre los
muros del Monasterio de Santo Tomás, la joven confirmó su vocación, y
Don Sapiente halló allí la herida que lo marcaría para siempre. De esa
renuncia nació su hambre de lectura, su búsqueda en filosofías
orientales y místicas antiguas. Cada libro fue bálsamo y antídoto,
compañía y espejo. Don Pancho, cauto y burlón, veía aquellas derivas
con ironía, recordándole que los sueños, para no extraviarse, deben
tener raíces. No te extrañe, lector, si hallas en estas páginas tanto
reflexiones como heridas, tanto certezas como dudas. Don Sapiente
aprendió que el conocimiento puede ser compañía y que la herida
puede ser semilla.

PRIMERA PARTE
DEL EXCÉNTRICO HUMANISTA
DON SAPIENTE DE LA SERENA
CAPÍTULO PRIMERO
En este capítulo, Don Sapiente se nos revela en la intimidad de su vida
cotidiana: un hombre moderno que, sin renunciar a la tecnología ni a los
placeres del mundo, conserva con celo los símbolos de su identidad más
profunda. Su biblioteca, su mesa compartida, su vehículo universal… todo en
él refleja la unión de lo humano con lo trascendente. Entre lo doméstico y lo
épico, entre lo técnico y lo simbólico, se va tejiendo la imagen de un
personaje que busca la sabiduría en cada gesto, hasta en lo más sencillo.
La Serena Aves de la Serena
La Serena
Con el temblor reverente de quien se siente obligado a trazar las
raíces de la crisis, la crónica se sitúa en el lugar donde la razón y la
vida de Salomón se encontraron por primera vez. En un paraje

sosegado de la noble Extremadura, del cual guardo memoria tan
viva como entrañable, en la fértil comarca de La Serena, vivía
quien, con el tiempo, había de elevarse al honroso estado de sabio
profesor. Hombre de vasto conocimiento y presencia singular, su
vida fue marcada por una transformación física tan profunda como
su evolución intelectual.
En su infancia, cuando aún era el pequeño Salomón (Salo),
mostraba una mirada vivaz y un cabello castaño ondulado, como lo
retrata la imagen que acompaña su nombre. Su aspecto era tierno
y modesto, pero ya se intuía una curiosidad innata, un espíritu que
comenzaba a acumular conocimiento.
Al llegar a la juventud, Salomón se mostró más reflexivo y formal.
Su rostro se adornaba con una barba cuidadosamente recortada, y
vestía con sencillez: camisa abotonada bajo un suéter. Era un
adolescente serio, de expresión contemplativa, en cuyas facciones
ya se perfilaba el futuro sabio.
Finalmente, en la adultez, se convirtió en el ilustre Don Sapiente.
Su figura inspiraba autoridad: cabello negro y denso, con un corte
singular que parecía coronar su vasta inteligencia; barba completa
y cuidada; gafas de montura oscura que acentuaban su mirada.
Siempre vestido con traje y corbata, encarnaba el saber formal y la
erudición. Fue un faro en Extremadura, y su nombre, como el de su
pueblo natal, se grabó indeleble en la memoria colectiva.
Pero esta historia no comienza con Don Sapiente, sino con su
padre: Don Francisco Cortés Rodríguez, conocido por todos
como Don Cortés de La Serena. Militar retirado, su alma era un
dechado de disciplina y honradez, y encontró en esa tierra sagrada
el reflejo de su carácter: austero, vasto y regido por un orden
profundo.

Esperanza en la Serena Esperanza y Salomón
La comarca de La Serena, pulmón de Extremadura, no es solo un
territorio: es un poema bordado por la Tierra con hilos de tiempo,
viento y eternidad. Para Don Cortés, era el plano perfecto de una
creación donde todo tenía su lugar y su razón. Para su
hijo Salomón, el futuro Don Sapiente, sería el campo de batalla de
una guerra distinta: la de la educación.
Allí, donde la vista se pierde en llanuras sin fin, la penillanura se
despliega como una inmensa alfombra. Don Cortés veía en ella
la disciplina severa del deber cumplido, ciclo tras ciclo, con la
precisión de un soldado. Salomón, en cambio, veía
un territorio donde sembrar ideas en lugar de trigo, y donde el
horizonte abierto prometía libertad intelectual.
Los embalses de La Serena y Zújar, espejos colosales puestos por
los dioses para que el cielo se contemple a sí mismo, eran para el
padre los ojos vigilantes del territorio, profundos y serenos como la
ley. Para el hijo, eran el símil perfecto de la mente: vastos

receptáculos de conocimiento que reflejan el universo para
comprenderlo.
La Serena no grita ni se impone: susurra. Don Cortés percibía en
ese murmullo las órdenes calladas del deber y el
honor. Salomón oía, en cambio, los libros por escribir, las lecciones
por impartir, la esencia de una batalla que no se libra con armas,
sino con ideas, y que se gana no conquistando territorios, sino
iluminando mentes desde la atalaya de una universidad.
Las encinas milenarias que custodian secretos eran, para Don
Justo, centinelas inmóviles. Para Salomón, venerables maestros,
cargados de sabiduría ancestral.
Así es La Serena: un verso vivo de la creación donde lo divino y lo
terrenal se abrazan. Para Don Francisco, fue el cuartel final donde
descansar de la batalla. Para el joven Sapiente, fue el semillero de
su vocación: enseñar no desde la jerarquía, sino desde la libertad
que nace del conocimiento. Una serenidad encarnada, una
sabiduría que respira.
Y fue allí, entre el legado de orden de su padre y la vastedad
inspiradora de la llanura, donde Salomón Cortés decidió librar su
propia guerra: la de conquistar la ignorancia.
Un suspiro leve, casi imperceptible, escapó de los labios de Don
Francisco. La Serena, en su quietud, no era solo un lugar: era
también un reflejo de esa “casa” prometida, un estado del ser
donde lo divino y lo terrenal se funden sin escándalo.
Mientras el eco de los versos sagrados se fundía con el
crepúsculo, Don Francisco, ignoraba que en ese mismo instante de
paz, su hijo Salomón recorría con impaciencia los caminos rectos
que él tanto amaba. Pero el joven no buscaba la guía de un pastor
divino en el paisaje, sino los defectos del terreno: los puntos donde
el camino se quebraba, donde las sombras de la tradición
ocultaban nuevos senderos. Don Francisco encontraba en el Salmo
la respuesta a todo; Salomón discernía en sus versos las preguntas

que desafiarían lo establecido. La misma tierra nutría a ambos,
padre e hijo, para batallas diametralmente opuestas. La de Don
Justo, por conservar un mundo de orden y verdad eterna, llegaba a
su ocaso sereno. La de Don Sapiente, por construir uno nuevo de
preguntas y conocimiento, estaba a punto de comenzar.
Antes de que Don Pancho entrara en su vida con la fuerza de un
vendaval amistoso, la existencia de Don Sapiente discurría con una
armonía serena y metódica, cimentada en los placeres terrenales
que sustentan el cuerpo y, sobre todo, alimentan el alma. Su hogar
era el espejo más fiel de su espíritu: un edificio intelectual y
sensorial construido sobre la recia tradición local, pero adornado
con la inteligencia y la curiosidad de lo universal. Allí, en la calma
familiar, se gestaban las ideas que más tarde debatiría con su
amigo.
1. La Mesa: el primer pilar filosófico
Para Don Sapiente, la mesa familiar era el primer y más importante
salón de debates, el espacio donde su visión del mundo se
materializaba sobre el mantel. La roca inamovible, el fundamento
de aquella cocina, era la generosidad austera de la Extremadura
honda que llevaba en la sangre. Pocas cosas ofrecían un consuelo
tan profundo y veraz a su familia como la simplicidad magistral de
unas Migas extremeñas, el sabor ancestral de la Chanfaina o la
contundencia serena de una Caldereta de cordero.
Pero esta autenticidad no era sinónimo de cerrazón. Muy al
contrario, la cocina doméstica se erigía en la demostración práctica
—y deliciosa— de su visión utópica-pragmática. En ella, la
cremosidad terrosa de un Queso de La Serena o el sabor
innegociable del Jamón Ibérico de bellota se combinaban, sin
complejos, con sabores venidos de otras latitudes. Él enseñaba a
los suyos el respeto por las distintas tradiciones culinarias de la
nación, ya fuera la sofisticación humilde de un arroz valenciano o la
potencia reconfortante de un guiso norteño.

Del mismo modo, tendía puentes hacia tradiciones más lejanas: un
plato de pasta italiana, con su simplicidad elegante, o
una mousse ligera de la repostería francesa se degustaban con la
misma veneración que la contundente Patatera ibérica. Incluso, la
mesa se abría a la finura de un tempura japonés, al aroma
especiado de un arroz frito chino, a los intensos curris de la India o
a los guisos perfumados de Arabia. Porque en cada uno de esos
platos, explicaba a sus hijos, residía no sólo un principio de
excelencia, sino una parte del alma de la humanidad.
Cada comida se convertía así en una clase magistral. Don
Sapiente contemplaba la mesa y veía en ella la materialización de
su utopía: un mundo donde lo particular y lo universal coexistían en
armonía. Su mujer sonreía, y sus hijos, entre bocados, absorbían la
lección. Así, la teoría se transformaba en un deleite tangible,
mucho antes de que Don Pancho llegara a corroborarlo con su
apetito.
La misma filosofía de equilibrio entre la tradición y la curiosidad se
proyectaba en su vestimenta, un atuendo que era un manifiesto
silencioso de su carácter. En la soledad de su estudio o en sus
paseos matutinos, la figura de Don Sapiente era inconfundible.
Sobre sus hombros, una larga capa de color marrón tostado le
confería un aura dramática, propia de un viajero de mundos
interiores. Bajo esta, lucía un impecable traje de tres piezas en azul
marino, compuesto por una chaqueta, un chaleco ajustado y
una camisa blanca de vestir.
Pero en este cuadro de formalidad, los detalles delataban al
hombre. Su corbata azul oscuro estaba adornada con un patrón
de estrellas y lunas crecientes doradas, un guiño a su fascinación
por la astronomía y lo cosmológico. Y, como un destello de
vitalidad, un vibrante pañuelo de bolsillo naranja asomaba en el
bolsillo de su chaqueta, desafiando la sobriedad con un tope de
color. Sus gafas de montura redonda de metal y el reloj de
pulsera en su muñeca izquierda completaban la imagen del

intelectual. En sus manos, siempre cargadas de ideas, solía llevar
un fajo de papeles o cartas y un par de libros viejos de tapas
gastadas. Era la viva estampa de un sabio que celebraba el
equilibrio entre lo tradicional y lo universal, un hombre completo y
ordenado cuya vida estaba a punto de enriquecerse con el
contrapunto de Don Pancho.
Don Sapiente era, ante todo, un hombre moderno. Su devoción
por el coche Universal no era una excentricidad aislada, sino la
punta del iceberg de una auténtica pasión por la tecnología bien
empleada. Aquel prodigio de la movilidad no había nacido del genio
aislado de una sola empresa, sino de la colaboración conjunta de
varias firmas que, cansadas de competir en soledad, habían unido
fuerzas para crear algo sin precedentes: un vehículo conectado a la
inteligencia artificial, capaz de mantener una conversación fluida
con su propietario, de conducir automáticamente y hasta de
estacionar sin necesidad de intervención humana.
Su biblioteca, repleta de volúmenes clásicos, compartía espacio
con una computadora de última generación que utilizaba para sus
investigaciones, y no dudaba en valerse de herramientas de
inteligencia artificial cuando estas le liberaban tiempo para la
reflexión profunda.
Entre sus rutinas diarias, su viaje en el coche Universal era un
ritual que le llenaba de esperanza. Lo vivía como la materialización
técnica de sus ideales: un artefacto que priorizaba la utilidad común
sobre el beneficio exclusivo, la sostenibilidad sobre la rapiña y el
diálogo sobre la mera transitabilidad.
Guardaba esas notas con especial cariño, no por la expectativa de
un debate futuro, sino para documentar la superioridad de aquel
invento que él ya disfrutaba. Estaba seguro de que sería el perfecto
tema de conversación para cuando, por fin, encontrara a un alma
gemela con quien compartir no solo la mesa, sino también su

inquietud por el futuro. Y, aunque aún no lo sabía, esa alma
gemela, un tal Don Pancho, estaba a punto de llamar a su
puerta, tan hambriento de conversación como de una buena
caldereta.
Cada mañana, al entrar en el automóvil Universal, Don Sapiente
sentía que no solo viajaba, sino que se sumergía en una
conversación con un viejo amigo. La puerta se abría suavemente,
reconociendo su presencia, y la voz cálida del sistema lo saludaba:
—Buenos días, Don Sapiente. El tráfico hacia la universidad es
fluido. ¿Prefiere la ruta panorámica o la más rápida?
—Hoy, la panorámica. Quiero disfrutar del aire fresco antes de
sumergirme en los libros —respondía él, ajustando su capa con
gesto ceremonioso.
Mientras avanzaban en silencio eléctrico, el coche retomaba hilos
de conversaciones previas, como si llevara un diario íntimo
compartido:
—Ayer mencionó a Kitaro Nishida celebre filósofo japonés ¿Desea
continuar con esa reflexión sobre la “experiencia pura”? ¿o deseas
tal vez rememorar al Premio Nobel de Literatura 2025 al escritor
húngaro László
 Krasznahorkai
, reconocido por la Academia
Sueca “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del
terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”
Don Sapiente sonreía. Le maravillaba que una máquina pudiese
sostener no solo datos, sino contextos y matices filosóficos.
—Sí, amigo mío. La “experiencia pura” me recuerda a tu diseño:
múltiples empresas renunciando a su individualismo para unirse en
algo común. ¿No te parece un ejemplo de utopía pragmática?
—Interesante analogía —contestaba la voz—. La cooperación
industrial aquí aplicada demuestra que la búsqueda del bien común
también puede ser eficiente.

A su llegada, bastaba con un gesto de su mano para que el coche,
como un mayordomo invisible, encontrara aparcamiento y se
estacionara sin esfuerzo. Don Sapiente aprovechaba esos
segundos finales para dictar una nota rápida a su asistente digital:
—“La tecnología cooperativa no solo transporta cuerpos, sino
también ideas. Es una nueva ágora sobre ruedas”.
Se bajaba entonces con un aire solemne, consciente de que aquél
no era un simple medio de transporte, sino la encarnación práctica
de aquello que había soñado tantas veces: el diálogo como camino
y la técnica al servicio del hombre.
LAS IMÁGENES DE LA FUTURA TRANSFORMACIÓN

"Salo" (Salomón) de niño. TRANSFORMACIÓN EN EL TIEMPO
COCHE DE DON PANCHO COCHE DE DON SAPIENTE
CAPÍTULO 2
Donde se describe la vida de Salomón en la finca de Extremadura, su
infancia marcada por la dualidad entre el rigor estoico y marcial de su padre,
Don Justo, y la amorosa quietud de su madre, Doña Teresa, y donde se
presenta a Esperanza, la ahijada de alma libre. Se narra también el momento
en que Salomón, bajo la encina centenaria, experimenta la presión de su
vocación intelectual hacia un humanismo a sus diecisiete años.

La vida adulta y metódica de Don Sapiente era el resultado de
una juventud forjada en la dualidad de su hogar y la inmensidad del
campo. Para comprender su origen, es necesario retroceder a ese
tiempo formativo. Entre los horizontes vastos de La Serena, donde
el tiempo discurre con cadencia distinta, moraba un hombre
singular. No vestía armadura ni blandía espada alguna, pero su
espíritu era de combate, y su estandarte —invisible a los ojos
mundanos— ondeaba erguido con principios inquebrantables. Era
tenido, con respeto no exento de perplejidad, por Francisco Cortés
Rodríguez. Mas su fervor no brotaba de la lectura de romances
antiguos, sino de una fe viva, urdida en el telar de cada amanecer y
templada en el desafío de cada sombra moderna.
Una tarde, cuando la luz dorada de la meseta se derramaba sobre
la penillanura, Don Francisco se hallaba junto a uno de los
embalses colosales —acaso La Serena misma o el Zújar—, donde
el cielo se miraba en los ojos acuáticos del paisaje. El aire, denso y
fresco, le acariciaba el rostro. No era un lugar de gritos, sino de
susurros; una tierra que hablaba bajo, como las páginas de un libro
antiguo al abrirse.
Contemplaba las avutardas que se movían como notas vivas sobre
el pentagrama de la llanura silente, y las encinas milenarias que
custodiaban secretos de un mundo antiguo. Allí, la soledad se
volvía plenitud, y el silencio, una presencia sonora de lo eterno.
Don Francisco cerró los ojos un instante, inhalando la sabiduría
que emanaba de aquel “verso vivo de la creación”. No era una
oración que saliera de su boca, sino una que ascendía desde lo
más hondo de su ser; una plegaria sin palabras que el alma de La
Serena parecía recitar con él.
Luego, con los ojos fijos en la inmensidad que se alzaba también
dentro de su alma, comenzó a murmurar, más para sí mismo que
para el aire, los versos del salmista, que cobraban una nueva y
vibrante verdad en aquel templo natural:

—“El Señor es mi pastor; nada me falta.” La imagen del Pastor
Divino se fundía con la visión de aquellos pastizales que ondulaban
al viento bajo la promesa de un cuidado incesante.
—“Me hace descansar en verdes pastos, me guía a arroyos de
tranquilas aguas.” Las palabras se impregnaban del verde ancestral
que cubría las extensiones y del murmullo de las aguas del
embalse, espejos colosales donde el aire se hacía hondo. Allí, en
esa paz silenciosa de la naturaleza, el alma encontraba su
verdadero reposo.
—“Me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos, haciendo
honor a su nombre.” En su mirada había introspección, una lucha
conocida. Sabía que los caminos rectos en el mundo moderno no
siempre eran claros. A veces estaban cubiertos de espinos o de
sombras. Su fervor, aún en ciernes, podía empujarle a la
intransigencia, a intentar imponer verdades que solo la libertad y la
caridad podían sembrar. Era la disonancia que lo acompañaba, ese
“no hago el bien que quiero” que conocía tan bien.
—“Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro
alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me
inspiran confianza.” El sol comenzaba a teñir las nubes de púrpura
y fuego, y las sombras se alargaban devorando la llanura. No había
temor en su voz, solo una profunda confianza. Sabía que los “valles
oscuros” no eran solo físicos, sino también los del cinismo, la
desesperanza, la indiferencia moral. Allí, la vara y el bastón del
Pastor —símbolos de guía y apoyo divino— se hacían más
necesarios para su alma, inspirándole la calma que tanto valoraba.
—“Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a
rebosar.” Incluso entre quienes se oponían a sus convicciones, que
no comprendían su fe o se burlaban de ella, el sustento y la gracia
de Dios estaban presentes: invisibles pero tangibles, como la paz
que le envolvía en aquel paraje. Una abundancia que desbordaba
su espíritu.

—“Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en
tu casa, oh Señor, por siempre viviré.” Un suspiro ligero, casi
imperceptible, escapó de sus labios. La Serena, en su quietud, no
era solo un lugar: era también un reflejo de esa “casa” prometida.
Un estado del ser donde lo divino y lo terrenal se abrazaban sin
escándalo.
En esta atmósfera familiar de la Dehesa del Águila Silente, donde
la luz descendía despacio como un suspiro sobre la tierra, vivía una
familia marcada por dos silencios: el de los campos, que nunca
gritan, y el de los hombres de honor, que ya no necesitan hablar.
Allí creció Salomón Cortés Rodríguez —a quien más tarde
llamarían Don Sapiente—, aunque por entonces no era más que un
muchacho con los ojos llenos de cielo y las manos cubiertas de
tierra. Su casa olía a cuero viejo, a pólvora dormida, a pan recién
horneado y a libros que nadie abría.
Su padre, el coronel retirado Don Francisco Cortés Rodríguez,
tenía la voz de un tambor de guerra: breve, seca, justa. Había
servido al país con valor y rigidez, y ahora servía a la tierra como si
arar un campo fuera trazar la estrategia de una campaña.
—El deber no descansa, Salomón. Ni siquiera cuando parece que
no hay batalla —le decía al amanecer, mientras ambos
enderezaban las espaldas para comenzar la jornada.
El joven asentía. Admiraba a su padre, temía sus ojos grises,
amaba su integridad. Pero algo en él vibraba de forma distinta. Don
Francisco forjaba el orden. Salomón anhelaba la verdad, aunque
supiera que, a veces, la verdad duele.
Doña Teresa Rodríguez García, la madre, era el susurro bajo la
tormenta. Rezaba mientras bordaba, hablaba poco, pero su amor
era inmenso. Cuando Don Francisco alzaba la voz, ella respondía
con pan recién horneado. Y si la rigidez se convertía en un muro,
ella sabía cómo abrir ventanas con una simple mirada. Siempre le
había inculcado desde niño a Salo los principios cristianos.

—No todos los héroes llevan uniforme, hijo. Algunos sirven en lo
oculto, donde solo Dios los ve —le dijo una vez, clavando la aguja
en el lienzo con suave determinación. Salomón lo recordaría
muchos años después, cuando ya no pudiera verla, pero aún
escuchara el eco de su voz en el viento.
TERESA CON MANTILLA Y PEINETA
En la casa vivía también Esperanza García Vera, la ahijada de la
familia. Sus padres habían muerto en un accidente, y Doña Teresa
la acogió con ese amor que no pide explicaciones ni exige nada a
cambio. Esperanza tenía el alma de una alondra. Corría descalza
por La Serena de Extremadura, inventaba mundos entre las
encinas, y siempre encontraba en los dos Golden Retrievers de la
casa, Fiel y Pura, a sus cómplices de juegos. Con ellos se olvidaba
del mundo, lanzándoles la cuerda para que tiraran, riendo con sus
ladridos y sus lengüetas afectuosas mientras rodaban por la hierba
al atardecer. A veces miraba a Salomón con la inocencia de quien
aún no sabe lo que duele crecer.

Venía de Jaraíz de la Vera, un pueblo encaramado en las laderas
de la Sierra de Gredos, donde el agua canta en gargantas
profundas y llena pozas de una transparencia dolorosa.
El coronel no decía nada. Observaba. Le dolía no ver en su hijo el
reflejo de su propia gesta, la sombra de su espada, pero no lo
despreciaba. En el fondo de su rigor, latía una esperanza
silenciosa: que algún día Salomón eligiera el “camino recto”, el que
él conocía: el de los hombres que obedecen órdenes, no el de
aquellos que se pierden en el laberinto de las dudas. Pero Salomón
tenía otro campo de batalla.
Bajo la encina centenaria, testigo silente de tantas batallas íntimas,
Salomón sentía el peso de sus años como una armadura que no le
pertenecía. A su lado, los libros apilados —San Agustín,
Aristóteles, un ejemplar desgastado de la Biblia— no ofrecían
respuestas, sino espejos donde sus preguntas se multiplicaban.
Fue allí, en ese rincón de sombra y pensamiento, donde Esperanza
García Vera irrumpió en su mundo como un torrente de luz.
Llegada desde Jaraíz de la Vera tras la muerte de sus padres,
Esperanza era la ahijada que Doña Teresa había acogido con ese
amor que no exige explicaciones ni condiciones. Con el cabello
enmarañado por el viento y los pies descalzos manchados de
tierra, corría por la dehesa como si el mundo entero le
perteneciera. Mientras Salomón buscaba a Dios en los textos
sagrados, ella lo encontraba en el vuelo de las alondras y en el
murmullo del agua que canta en las gargantas profundas de
Gredos.
—¿Por qué lees tanto? —preguntó una tarde, inclinando la cabeza
sobre el libro que él sostenía con manos febriles.
—Porque no sé qué otra cosa hacer con todas las preguntas que
me habitan —respondió él, sin apartar los ojos de la página,
aunque su corazón ya se había distraído.

Era el encuentro de dos mundos: la razón que analiza y la
intuición que siente. Doña Teresa los observaba desde la ventana
con una sonrisa que contenía ternura y melancolía. Ella, que
conocía el dolor de la pérdida y la belleza de la resiliencia, veía en
Esperanza un recordatorio de que la sabiduría más profunda nace
del asombro, no de la erudición.
El coronel, por su parte, permanecía en silencio. Su mirada
seguía a los jóvenes con una mezcla de dolor y respeto. No veía en
su hijo al soldado que había soñado, pero tampoco despreciaba su
búsqueda. Una tarde, mientras Esperanza perseguía mariposas
entre los robles, se acercó a Salomón:
—Esa niña no tiene tus libros, pero tiene algo que a ti te falta: sabe
mirar.
Las palabras, duras como un parte militar pero certeras como una
flecha, calaron hondo en Salomón. Por primera vez, alzó la vista de
sus textos y realmente vio a Esperanza: no como la niña huérfana
que había llegado con el viento, sino como un faro de
autenticidad que iluminaba su propio desconcierto.

Don Francisco Cortés Rodríguez
La familia con "Fiel" y "Pura" los dos
Golden Retrievers
“El Señor es mi pastor; nada me falta.”

DON SAPIENTE Y DON PANCHO
Don Pancho es un hombre de
semblante sereno, pragmático, socarrón
y con una sabiduría basada en el orden
y la paciencia.
CAPÍTULO 3
Donde se revela la aparición de su contrapeso: Don Pancho, el bibliotecario
mayor de la Universidad Utópica Pragmática. Don Pancho es un hombre de
semblante sereno, pragmático, socarrón y con una sabiduría basada en el
orden y la paciencia. Donde se concluye que la amistad de estos dos
humanistas excéntricos es una relación de equilibrio entrañable. Don
Pancho, con su realismo implacable ("La tinta de los ideales se borra con la
primera lluvia de la realidad"), salva a Don Sapiente de los "abismos del
delirio", mientras que Don Sapiente lo rescata de la "tibieza del
conformismo". Juntos, forman un singular dúo donde la filosofía elevada
encuentra su contrapeso en la sabiduría terrena.
Años después, la presión de la vocación intelectual, nacida bajo la
encina, llevó a Salomón a los claustros de la academia. Fue allí

donde, buscando la verdad, encontró el anclaje a la realidad que
tanto necesitaba. Corría el tiempo en los claustros silenciosos de la
Universidad Utópica Pragmática extremeña, donde los corredores
huelen a papel envejecido y a cera de los suelos pulidos, Salomón
—llamado por todos Don Sapiente— solía refugiarse tras sus
clases para prolongar la conversación con su único confidente
verdadero: Don Pancho, bibliotecario mayor de la casa.
La entrada en escena de Don Pancho era tan discreta como su
persona. No se le oía llegar, sino que uno alzaba la vista y él ya
estaba allí, como si hubiera emergido de entre las sombras
protectoras de los estantes, con el aura silenciosa de quien ha
aprendido a moverse sin alterar el reposo de los siglos. Don
Pancho, hombre de semblante sereno y ojos chispeantes, era un
personaje prudente, socarrón y pragmático, como sólo puede serlo
quien ha pasado media vida entre fichas, catálogos y libros de
todos los colores. Poseía la rara virtud de la presencia calmada; su
mera llegada bastaba para que el ritmo del mundo pareciera
frenarse un instante. Sus palabras siempre estaban cargadas de
ironía amable, esa que no hiere pero que obliga a pensar. Mientras
Don Sapiente se enardecía en disquisiciones sobre la justicia, la
dignidad humana y la posibilidad de fundar un partido político de
corte idealista, Pancho respondía con comentarios breves,
realistas, casi implacables en su sencillez.
—Sapiente —decía a menudo mientras colocaba con cuidado un
incunable en su lugar—, los hombres no leen constituciones, leen
titulares. Y lo que tú llamas utopía, yo lo llamo sueño con fecha de
caducidad. La tinta de los ideales se borra con la primera lluvia de
la realidad.
Don Sapiente, lejos de enfadarse, hallaba en esas réplicas el
contraste necesario. Pancho era su Sancho moderno, el eco que
devolvía a tierra sus vuelos quijotescos. No pocas veces, tras una
discusión encendida, acababan riéndose juntos, uno con la
vehemencia de un idealista incorregible, el otro con la calma del
que sabe que el mundo se rige más por inercias que por ideas. El
bibliotecario, soltero empedernido, gustaba de decir que su único

matrimonio era con los libros, "un matrimonio de almas, sin suegras
que atender", y que sus hijos eran los estudiantes despistados que
acudían en busca de referencias de última hora. Esa soledad bien
llevada lo hacía libre para ser consejero, compañero de tertulia y
hasta confesor laico de Don Sapiente. Así, en la trama, Don
Pancho aparece como voz de equilibrio, testigo de los entusiasmos
y derrotas del humanista, amigo leal que, sin compartir todas sus
esperanzas, jamás lo abandona. Don Sapiente hallaba en él no
sólo un cómplice, sino un espejo: un hombre que había elegido la
discreción y la estabilidad, mientras él seguía persiguiendo la
quimera de alinear razón, política y amor perdido en un ideal de
vida.
Noches y días enteros pasó encerrado entre folios y manuscritos,
rumiando silenciosamente el desengaño de su mocedad. Pues si
bien amó a Esperanza de la Vera con un amor puro, casi platónico,
que evocaba la dulzura de los viejos cantares trovadorescos, un
día se vio herido de la más inesperada de las lanzas: aquella
doncella, antes prometida a su afecto, se inclinó por las clarisas de
su tierra, prefiriendo el velo conventual a los brazos de su galán. El
golpe, aunque revestido de resignación cristiana, no dejó de
hincarse en lo más hondo de su ánimo, que buscó bálsamo no en
nuevas pasiones, sino en el refugio severo de los libros.
Así, como herido caballero que troca la lanza por el pergamino, se
encerró en su gabinete, y entre montones de códices y manuscritos
quiso hallar el alivio que el amor le negara. Y tanto se entregó a la
lectura y al estudio, que su entendimiento, fatigado de especulación
sin tregua, comenzó a confundir la erudición con la iluminación, y la
mera acumulación de citas con la sabiduría verdadera. Llegó a
creerse, en la soledad de su escritorio, maestro necesario,
antorcha destinada a guiar a la humanidad extraviada, nuevo
Moisés de un Sinaí de papel.
De esta suerte, hinchado de convicciones, decidió abandonar la
quietud de su morada y partir en peregrinación por foros,
universidades y plazas, presto a derramar sus sentencias allí
donde hubiera oídos atentos. Con voz grave y ademanes

pausados, hablaba de la esencia del ser, de la vanidad de los
reinos humanos y de la fugacidad del tiempo, convencido de que
hasta los más doctos habían permanecido ciegos a lo que él,
iluminado por sus lecturas, veía con claridad meridiana. A los
académicos los llamaba prisioneros de la ignorancia docta; a los
políticos, mercaderes de palabras vacías; y a los escépticos, ciegos
voluntarios que confundían la sombra con la luz.
En su imaginación ya se contemplaba coronado de laureles,
celebrado como el gran profeta civil de su siglo, redentor del saber,
Dulcinea de papel y tinta en lugar de doncella de carne y hueso.
Mas he aquí que la realidad, siempre adversaria de los desvaríos
humanos, rara vez se avino a sus esperanzas. Donde aguardaba
admiración, hallaba indiferencia; en lugar de aplausos, recibía
miradas de extrañeza; y en vez de coronas, apenas lograba
murmullos de cortesía.
Así sucedió que, en un ateneo provinciano, tras larga perorata
sobre el vacío de las cosas y la necesidad de abrazar principios
eternos, un estudiante travieso, más dado a la risa que a la
reflexión, le dijo: «Señor, habla vuestra merced con tanta hondura
que a todos nos deja a flor de agua». En otra ocasión, un venerable
catedrático, con más compasión que enfado, le aconsejó: «Amigo,
la vida no se halla en los libros, sino en vivirla; baje vuesa merced
de las nubes y ponga pie en la tierra».
Mas Salomón, o don Sapiente como gustaba ya llamarse en su
fuero interno, no desistió. Al contrario: cada desplante le
confirmaba en su misión, como si las burlas y los desaires fueran
pruebas de su destino extraordinario. Y de este modo, entre el
recuerdo idealizado de Esperanza —convertida en su Dulcinea
inaccesible tras los muros del convento— y la obsesión de erigirse
en faro de sabiduría, fue labrando la senda excéntrica de su vida,
mitad tragedia y mitad farsa sublime, un soliloquio grandioso ante
un mundo que parecía sordo a sus sinfonías intelectuales.
Mas la Providencia, que nunca deja solos a los hombres aunque
ellos lo crean, quiso poner junto a don Sapiente un compañero
singular: Francisco, conocido entre colegas como don Pancho,

bibliotecario de la misma universidad. Hombre de recia complexión,
barba espesa y ojos donde chispeaba a la par la prudencia y la
socarronería, había pasado media vida entre anaqueles y ficheros,
cultivando una erudición sin alardes, hecha de silencios, orden y
paciencia.
Don Pancho, que conocía los excesos de su amigo, no dejaba de
observarlo con mezcla de admiración y recelo. Pues veía en él el
ardor de un místico del saber, pero también las sombras de quien
corre riesgo de perderse en su propio laberinto de ideas. Y así,
cuando don Sapiente regresaba de algún foro o universidad,
inflamado por la llama de su oratoria, era don Pancho quien, con
una taza de café humeante en mano, lo recibía en la biblioteca y lo
escuchaba sin interrumpir, hasta que, al cabo, lanzaba su sentencia
breve y cargada de realismo:
—Mire, Salomón, —decía con voz grave pero serena—, los libros
son buenos amigos, pero malos amos; y no hay sabiduría más alta
que aquella que sirve para vivir mejor.
Don Sapiente, que en esos instantes oscilaba entre la exaltación y
la duda, solía replicar con frases grandilocuentes, defendiendo la
necesidad de una misión trascendental, de elevar a la humanidad
sobre el polvo de lo cotidiano. Pero Pancho, sin perder la calma, le
replicaba con refranes y ejemplos sencillos:
—Lo alto, amigo, no siempre se sube con alas; a veces basta con
escaleras firmes. El sabio no es el que más grita, sino el que mejor
escucha. Y recuerde que hasta Don Quijote necesitó a Sancho
para que le recordara que los molinos eran solo molinos.
De esta manera, entre el idealismo inflamado de don Sapiente y el
pragmatismo socarrón de don Pancho, se fue tejiendo una amistad
entrañable, semejante a la que antaño uniera al caballero de la
triste figura con su fiel escudero. Y aunque uno soñaba con guiar a
los pueblos y encender antorchas de sabiduría, y el otro se
contentaba con mantener en orden los anaqueles de la biblioteca,
juntos hallaban un raro equilibrio: el primero salvaba al segundo de

la tibieza del conformismo, y el segundo rescataba al primero de
los abismos del delirio.
Así comenzó la gran aventura de estos dos humanistas
excéntricos: don Sapiente, movido por el recuerdo de Esperanza,
su inaccesible Dulcinea, y don Pancho, movido por la lealtad y la
amistad sincera, dispuesto a seguirlo no por locura compartida,
sino por la prudente convicción de que hasta los más visionarios
necesitan un compañero de camino que los mantenga con un pie
en la tierra. Juntos emprendieron viaje por los caminos del saber y
la experiencia, formando un singular dúo donde la filosofía más
elevada encontraba su contrapeso en la sabiduría terrena, y donde
las más arduas disquisiciones metafísicas podían terminar, como
bien decía don Pancho, "con un buen plato de cocido y una
conversación sobre el tiempo".
En el corazón de la Universidad Utópico-Pragmática de
Extremadura se alza la Biblioteca Central, no como un edificio, sino
como la Mente Mayor del campus. Es una arquitectura de la razón
y la esperanza, donde el ladrillo cálido y el hormigón flotante
sostienen sus once metros de estanterías, que son, en verdad,
las Columnas del Saber, cargadas no solo de libros, sino de luz.
Este santuario del pensamiento habita entre la "Calle Académica",
que es la arteria de la Praxis, y el "Jardín del Silencio", el remanso
de la Contemplación. La Biblioteca es un organismo vivo, un foro
acústicamente modulado, donde el diálogo no se extingue, sino
que se transforma en serenidad. Funciona sobre el "Ecosistema de
Aprendizaje U-PraX", una nube cognitiva que asiste a los usuarios
como un tutor socrático, recomendando no solo textos, sino almas
afines con las que debatir sobre el destino humano. En sus
laboratorios de realidad aumentada, uno puede "caminar" dentro de
un manuscrito antiguo o explorar ciudades ideales, haciendo de la
utopía una experiencia tridimensional.

Aquí, el conocimiento respira en un ciclo de neutralidad ecológica,
pues la estructura produce su propia energía y el aire se recicla por
biomimética. Cada sala es un homenaje a un pensador universal —
de San Agustín a Hannah Arendt—, y en el vestíbulo arde, sin
consumirse, la llama de la "Memoria del Futuro", uniendo la
sabiduría de la tradición con la llama de la creatividad.
Don Pancho, el custodio itinerante
En esta Mente Mayor del campus, Don Pancho es el alma. Su
título de bibliotecario es apenas un apodo para su verdadera
función: Custodio del Conocimiento Vivo y Mediador Socrático. Don
Pancho no clasifica solo libros, sino que gestiona el pulso vital del
Ecosistema U-PraX, regulando la coherencia temática entre el
volumen físico y el repositorio digital. Es el guardián de la luz y la
humedad, y también el orientador que ofrece itinerarios de lectura
personalizados, enseñando a leer críticamente en la encrucijada
entre ciencia, filosofía y espiritualidad.
En su dimensión más elevada, Don Pancho coordina la dimensión
metafísica de la biblioteca, manteniendo activos los archivos de
realidad virtual y organizando los metadatos para que
la sabiduría circule libremente en el ciberespacio.
Su medio de locomoción para el traslado de los volúmenes, los
equipos y los pergaminos entre la Mente Mayor y las distintas
facultades es una alegoría en sí misma: una mini furgoneta
eléctrica especializada a la que todos llaman La Peripatética.
La Peripatética es un santuario rodante, silencioso y ecológico.
Está dotada de estanterías amortiguadas que cuidan el tesoro de
los libros raros y de un sistema digital de rastreo RFID que
mantiene el inventario en el camino. Conectada al GPS, traza
siempre la ruta más óptima, haciendo de cada viaje una Lección de
Eficiencia Sostenible. La furgoneta simboliza, así, el movimiento
sereno del saber: la sabiduría que no se queda estática, sino
que circula libremente y con sentido por los caminos del campus.

El carruaje de la Meditación
Para su uso personal, Don Pancho se decanta por la misma
filosofía: sobriedad, eficiencia y silencio. Su vehículo personal es
un automóvil eléctrico urbano compacto (un modelo eléctrico),
conocido como el Carruaje del Saber.
Este coche, con una autonomía que honra la prudencia técnica,
es la extensión de su espacio de trabajo y de su vocación.
Discretamente, porta el emblema de la Universidad, y el viaje diario
entre su hogar y la biblioteca se transforma en un espacio de
Meditación Itinerante. En él, Don Pancho escucha audiolibros
filosóficos, planifica las rutas del conocimiento y prolonga su labor
de custodio a cada kilómetro, uniendo lo pragmático del transporte
con lo utópico de la reflexión constante.

Coloquio entre la Sabiduría y la Socorranería
Don Sapiente, catedrático emérito de Filosofía del Lenguaje, se
acercó al mostrador de Don Pancho con un deje de perplejidad en
el rostro. Llevaba un libro con un marcador de páginas desbordante
de anotaciones.
Don Sapiente: Don Pancho, una vez más, me rindo ante la eficacia
de su "Ecosistema U-PraX". Esta mañana le pedí a la nube
cognitiva que me encontrara paralelismos entre la "Retórica" de
Aristóteles y los memes de internet. ¡Y lo hizo! Pero ahora mi
dilema es logístico. Necesito cruzar estos cinco volúmenes con la
facultad de Comunicación, y mis huesos ya no están para
heroicidades pedestres.
Don Pancho, sonriendo mientras ajustaba el código de un sensor
de humedad en su tablet, le respondió con socarronería:
— Ya lo tiene resuelto, don Sapiente. Para eso está La
Peripatética. Dentro de media hora hace su ruta hacia allá. Esa
furgoneta es más lista que el hambre; hasta evita los baches que
filosofan sobre la imperfección del mundo terrenal. Déjemelos aquí,
que los subo yo. Con lo que pesa la Retórica, no quiero que usted
se convierta en un ejemplo práctico de la ley de la gravedad.
Don Sapiente, aliviado, depositó los libros con cuidado.
— Es un alivio, querido amigo. A veces pienso que este lugar no es
una biblioteca, sino la mente de Dios ordenada por temas. Y usted,
su neurona más activa. Dígame, ¿cómo logra que este
microcosmos de saber no colapse bajo el peso de su propia
genialidad?
Don Pancho se rió, secando el mostrador con un trapo.
— Mire, don Sapiente, es más sencillo de lo que parece. Aquí no
almacenamos libros, almacenamos luz. Y la luz, si no circula, se

apaga. Mi trabajo no es ser guardián, sino fontanero. Me aseguro
de que no haya atascos en las tuberías del conocimiento, que la
"Memoria del Futuro" de ahí enfrente no se nos convierta en
"calefacción", y que La Peripatética no se quede sin batería. Es
pura socorranería ilustrada. Si un estudiante encuentra el texto que
necesita y un profesor hace llegar su idea, el sistema funciona. Lo
demás es poesía... muy bonita, por cierto, la que usted me contó.
Don Sapiente asintió, con una chispa de humor en los ojos.
— Poesía necesaria. Sin ella, la eficiencia de su furgoneta eléctrica
sería sólo ruido. Y hablando de ruido... o más bien de su ausencia,
¿cómo le va con su "Carruaje del Saber"? ¿Sigue encontrando la
inspiración en el tráfico de la Circunvalación?
— ¡Hombre, si es mi seminario rodante! — exclamó Don Pancho
—. En el coche es donde ensayo las respuestas para preguntas
difíciles como las suyas. El otro día, escuchando un audiolibro
sobre Escher, casi doy una vuelta en redondo sin darme cuenta.
Iba tan ensimismado en las paradojas de los escalones que suben
y bajan a la vez, que el coche y yo entramos en un bucle filosófico.
Menos mal que el GPS, más pragmático que yo, me dijo: "En la
siguiente salida, regrese a la realidad, por favor".
Don Sapiente soltó una carcajada que resonó suavemente en el
vestíbulo acústicamente modulado.— ¡Magnífico! La versión
moderna del filósofo que cae en un pozo por mirar las estrellas.
Usted lo que hace es caer en un atasco mientras ordena el
universo. Es el verdadero "peripatético" del siglo XXI. Su biblioteca
no es de ladrillos, Don Pancho, es de rutas, circuitos y buenos
oficios. Y es un privilegio contar con su socorranería existencial.
— Y para mí es un honor ser el chófer — concluyó Don Pancho,
guiñando un ojo mientras recogía los libros de don Sapiente —.

Ahora, si me disculpa, tengo que cargar a La Peripatética. Que la
sabiduría no puede esperar, pero el tranvía de las cinco, sí.
Y así, entre la sabiduría de uno y la socorranería del otro, el
conocimiento siguió circulando, sereno y eficaz, por los caminos de
la Universidad Utópico-Pragmática.
EN LA JUVENTUD
CAPÍTULO 4
Donde se narra la profundización del diálogo entre Salomón (el joven
intelectual) y Esperanza (la enfermera de "corazón de monja") bajo la encina
de su infancia, marcando la transición de un afecto tierno a un conflicto de
vocaciones.
Donde se describe la experiencia de Esperanza en el ambulatorio, donde
descubre que la fe se vive en el servicio tangible y la compasión concreta,
una convicción que la impulsa a buscar una entrega más radical. La Madre
(Doña Teresa) advierte al Coronel que el hogar de Esperanza "es otro reino".

Donde se revela la profunda transformación espiritual de Esperanza, quien
anuncia a Salomón su llamado a la vida religiosa. Utiliza el lenguaje de San
Pablo y la mística (la "muerte del hombre viejo") para explicar que su
decisión no es un abandono, sino una reconfiguración del ser para servir
desde el amor contemplativo, una verdad que Salomón intenta comprender
desde la psicología humanista.
A pesar de la amistad terrenal que le ofrecía Don Pancho, la raíz
emocional de Don Sapiente seguía hundida en su juventud y en el
recuerdo de su amor. Los años pasaron, y bajo la misma encina
que había sido testigo de sus juegos infantiles, el diálogo entre
Salomón y Esperanza se transformó en algo más hondo. Ya no era
la curiosidad de la niñez lo que los unía, sino un respeto admirativo
que maduraba en un afecto tierno y consciente. Salomón, ahora un
joven universitario de mirada intensa y libros bajo el brazo, le leía
pasajes sobre el amor y la gracia; Esperanza, convertida en una
mujer de ojos serenos y manos laboriosas, tejía coronas de flores
silvestres mientras compartía historias de las pozas transparentes
de Gredos.
Durante el día, Esperanza trabajaba como enfermera en el
pequeño ambulatorio de la comarca. Allí, entre vendas, calmantes y
palabras de consuelo, su vocación se hacía tangible. Sus manos,
hábiles y suaves, no solo curaban heridas físicas, sino que llevaban
alivio a quienes sufrían en silencio. Los ancianos la llamaban “el
ángel del ambulatorio”, y las madres confiaban en su criterio más
que en el del médico del pueblo. Esa experiencia había afinado su
sensibilidad y reforzado su convicción: el amor verdadero no se
expresa en grandes discursos, sino en actos concretos de
compasión y entrega.
—Tus libros hablan de Dios, Salomón —decía ella, con una sonrisa
que le encogía el alma—, pero yo lo siento en el viento que mece

los robles, y lo veo en los ojos de quienes cuido. La fe no son solo
palabras; es ponerse al servicio del que sufre, es lavar pies
cansados y escuchar historias que nadie más quiere oír.
El coronel los observaba desde la distancia, apoyado en el quicio
de la puerta. Ya no era el rigor castrense lo que le preocupaba, sino
el fuego callado que ardía en los ojos de su hijo cada vez que
miraba a Esperanza. Intuía que ella guardaba un secreto que, tarde
o temprano, rompería ese idilio. Doña Teresa, práctica y sabia,
intentó advertirle una tarde mientras pelaban patatas en la cocina:
—Cuidado, hijo. Hay almas que no están hechas para este mundo.
Su hogar es otro. Esperanza no solo tiene manos de enfermera,
sino corazón de monja. He visto cómo reza en la capilla después
de curar a un enfermo, como si ya perteneciera a otro reino. No es
que no te ame; es que ama de una manera que tú y yo no
podemos comprender del todo.
Una tarde de otoño, mientras caminaban por el parque, el sol
pintaba las hojas de oro. La voz de Esperanza era suave, pero su
corazón latía con una paz que Salomón no lograba descifrar.
—Salomón —dijo ella—, algo ha cambiado en mí. Quiero contarte
lo que siento.
Él la miró, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—Lo sé —respondió, acariciando su mano—. Siento que estás
diferente, pero no sé por qué.
Ella le apretó la mano con ternura.
—San Pablo habla de cómo el hombre viejo debe morir para que
nazca el hombre nuevo, creado a imagen de Dios. Siento que esa
transformación se está dando en mí. No es solo dejar atrás el
pasado, es vestirme de una vida nueva que me impulsa a buscar a
Dios en todo.
Salomón frunció el ceño.

—¿Y qué significa eso para nosotros? —preguntó—. No entiendo
ese “morir” de la antigua Esperanza. ¿Dejas de ser tú?
Ella suspiró, consciente de lo difícil que era comunicar una
metamorfosis tan profunda.
—No dejo de ser yo. Dejo atrás lo que me dañaba, lo que me
alejaba de la verdad. San Pablo dice que es el Espíritu Santo quien
renueva. Quiero seguir ese llamado.
Él bajó la mirada, pensativo, y luego la levantó con un brillo nuevo.
—Me cuesta aceptarlo, pero quiero entenderte. El amor no es solo
lo que compartimos ahora, sino también aceptar las luchas y los
cambios del otro.
Esperanza sonrió, conmovida.
—Gracias. Mi vocación no es alejarme de ti, sino acercarme a la
esencia de la vida que Dios nos regala. La esperanza que me
sostiene es que el hombre nuevo que nace en Cristo está lleno de
amor y entrega.
Caminaron juntos, con sus miedos y preguntas, pero con la
certeza de que ese cambio, aunque desafiante, era fruto genuino
de la fe.
Al caer la tarde, se sentaron en un banco. Esperanza, aún con su
blusa de enfermera, tenía en la mirada una luz nueva.
—Salomón —dijo—, no es solo una cuestión espiritual. Mi trabajo
en el hospital me llena, pero me siento limitada. He leído a Santa
Teresa, a San Juan de la Cruz y a Edith Stein. Siento que la
vocación religiosa es el camino para realizar mi ser más auténtico,
para servir desde otra dimensión.
Él la observó con respeto, aunque la preocupación seguía en sus
ojos.
—Esperanza, como profesor de ciencias humanas, sé que un
cambio de identidad tan profundo genera conflicto. Lo que
describes es una transición significativa, una reconfiguración del

ser. San Pablo lo llama el paso del hombre viejo al hombre nuevo,
una muerte y resurrección simbólica del yo —dijo, adoptando su
tono académico.
—Exacto —respondió ella—. Santa Teresa habla de la
transformación del alma que busca la unión con Dios. San Juan de
la Cruz, de la noche oscura, de morir al yo superficial para renacer.
Edith Stein sostiene que la persona se realiza en la entrega total al
Absoluto.
—Interesante —dijo Salomón—. Desde la psicología humanista,
estas experiencias parecen una autorrealización profunda que
también requiere acompañamiento social. Y tú sientes que el
convento es el espacio para ese nuevo ser.
Esperanza respiró hondo, con firmeza.
—Sí. No es un abandono, sino una nueva forma de servicio. Allí
puedo ayudar a través de la oración, la disciplina y el amor
contemplativo. Es una encarnación distinta de la vocación
humanista que ambos compartimos.
Salomón sonrió.
—Me conmueve y me desafía. Nuestra relación también se
transforma. Tu esperanza, la que encarnas, me enseña que el
cambio no solo es posible, sino necesario para la plenitud. Tal vez,
como dice San Pablo, “si alguno está en Cristo, es una creación
nueva; lo viejo pasó, he aquí todo es nuevo”.
Ella le apretó la mano.
—Gracias, Salomón. Sé que no es fácil, pero contigo puedo
compartir este camino. En la entrega renace la verdadera
esperanza.
Entre libros, fe y ciencia, siguieron dialogando, conscientes de que
la conversión de Esperanza era un viaje de profundo
desprendimiento, pero también de plenitud.

Los días siguientes fueron un lento deshilar de emociones.
Salomón caminaba por la dehesa como quien recorre un mapa sin
coordenadas. Cada rincón le hablaba de Esperanza: el banco bajo
la encina, el sendero donde compartieron lecturas, el aire mismo,
que parecía guardar su voz en susurros invisibles.
En la universidad, sus clases se volvieron más densas, más
filosóficas. Ya no enseñaba solo conceptos; los vivía. Hablaba de
Kierkegaard y su salto de fe, de Simone Weil y la atención como
forma de oración, de Viktor Frankl y el sentido como brújula del
alma. Sus alumnos notaban el cambio: había en él una gravedad
nueva, una ternura que antes no se atrevía a mostrar.
Una tarde, mientras corregía ensayos en la biblioteca, encontró
una frase subrayada en un libro de Edith Stein: “La plenitud del ser
se alcanza en la entrega total.” Cerró el libro y se quedó en
silencio. No era solo una cita. Era una llave.
Esa noche, escribió una carta. No era para Esperanza, aunque
hablaba de ella. Era para sí mismo. En ella, no buscaba
respuestas, sino reconciliación. Reconocía que su amor no debía
ser posesión, sino impulso. Que su vocación no estaba en seguirla,
sino en comprender el eco que ella había despertado en él.
Al día siguiente, visitó la capilla del convento. No pidió verla. Solo
se sentó en uno de los bancos, respiró el incienso, y dejó que el
silencio le hablara. En ese recogimiento, Salomón intentó
convencerse de que el amor no se mide por la cercanía. Entendió
que su razón, entrenada en la lógica, debía aceptar el cambio de
Esperanza, aunque su corazón se negara. Esa disonancia
cognoscitiva —el esfuerzo intelectual por racionalizar la pérdida
como una forma superior de amor— fue la semilla que su espíritu
no logró extinguir del todo. Aceptó la distancia, sí, pero el vapor de

su resentimiento callado se condensó en una herida que, de
manera secreta, no encajó plenamente la decisión de Esperanza.
Al salir, el sol bañaba los muros de piedra con una luz dorada.
Salomón sonrió, por primera vez en semanas, con una paz que no
venía de la certeza, sino de la aceptación (aunque sabía que esa
aceptación era incompleta, forzada por la admiración que sentía
por ella).
Desde entonces, cada otoño, vuelve a la encina. No para buscar
respuestas, sino para recordar que el amor verdadero no se aferra:
se ofrece. Y que, a veces, la vocación más profunda nace del dolor
transformado en luz, aun cuando esa luz proyecte sombras
interiores que durarán toda la vida.
Años después, convertido en Don Sapiente, Salomón guardaba
en su escritorio de la Universidad Utópica Pragmática dos tesoros:
Una piedra lisa que Esperanza le regaló al partir: "Para que no
olvides que algunas respuestas no se leen, se sienten".
Un fajo de cartas llegadas desde el convento de las Clarisas. En
la última, ella escribía: "Querido Salomón: Rezo por tus batallas.
Aquí entre nosotras, he entendido que tu aula es tu claustro y tus
alumnos, tu comunidad. Sigue tendiendo puentes. Yo, desde el
silencio, te acompaño".
Esas cartas eran el combustible secreto de su utopía pragmática.
En sus clases, usaba el ejemplo de Esperanza para hablar
del amor como camino de conocimiento: — Así como hay una
inteligencia racional, hay una inteligencia del corazón. La primera
analiza; la segunda comprende sin necesidad de palabras.

Y en sus momentos de duda, acariciaba la piedra lisa, recordando
que el verdadero saber nace de la integración entre razón y
asombro, entre libros y naturaleza, entre lucha y entrega.
La transformación: el laberinto de Salomón
El mundo de Salomón se detuvo el día en que supo que
Esperanza, su amada, entraría en el convento. No fue una
despedida triste; fue un golpe seco, una interrupción abrupta de la
realidad que él conocía. La veía como su ideal de pureza y amor,
un ser etéreo que había decidido trascender lo terrenal. Pero la
noticia se le incrustó como una espina, un rechazo que, sin querer,
se tomó de forma personal.
Su dolor no se manifestó en lágrimas, sino en una herida
intelectual, en un conflicto interno que lo desbordaba. A pesar de su
fe, la decisión de Esperanza de abrazar la vida religiosa se
convirtió en una traición, no a él, sino al amor que él creía que los
unía. Para darle sentido a ese vacío, Salomón se sumergió en los
textos sagrados, buscando respuestas, y encontró en las palabras
del apóstol San Pablo una tabla de salvación.
La idea del celibato como estado superior de pureza, como vía
directa hacia la divinidad, se convirtió en su refugio y su escudo.
Salomón, ahora conocido por sus estudiantes como Don Sapiente,
comenzó a exaltar el celibato en sus clases, no como una opción,
sino como el ideal más noble. Sus palabras adquirieron un tono
dogmático, una rigidez que no permitía fisuras ni preguntas. Para
él, Esperanza no lo había abandonado: se había elevado a un
plano de perfección que solo unos pocos elegidos podían alcanzar.
Su partida no era una pérdida, sino una confirmación de su ideal.
Sin embargo, esta aparente calma mental ocultaba una
profunda disonancia cognitiva. Por un lado, su intelecto exaltaba el
celibato como dogma, como verdad inquebrantable. Por otro, su

corazón seguía sangrando por la ausencia de Esperanza, una
realidad emocional que no encajaba con el discurso que él mismo
predicaba. El dolor de la pérdida chocaba de frente con el ideal de
pureza que había construido para justificarla. La teoría y la práctica,
la razón y el sentimiento, estaban en guerra.
Cuanto más rígido se volvía su discurso, más aumentaba su
tensión mental y su ansiedad. El amor que sentía por Esperanza, la
necesidad de su presencia, se convertía en una contradicción
interna que lo carcomía. La pureza, que él había idealizado en ella,
se había vuelto un arma de doble filo: lo alejaba de la posibilidad de
un amor terrenal y le recordaba constantemente lo que había
perdido. Cada lección que daba sobre el celibato era un
recordatorio de su propia herida, un intento desesperado por
convencerse de que su sufrimiento tenía un propósito elevado.
Salomón necesitaba una vía de escape de ese laberinto mental.
Para sanar, no bastaba con refugiarse en la rigidez de los libros.
Debía enfrentar la contradicción. La solución no estaba en reprimir
sus emociones, sino en integrar su experiencia personal con sus
convicciones filosófico-religiosas. Solo al permitirse cuestionar su
propio dogma, al reconocer que el amor humano y el divino no son
excluyentes, podría encontrar la paz. El camino a la sanación no
era el de la dogmatización, sino el de la reflexión profunda, la
empatía y un crecimiento personal que le permitiera reconciliar su
corazón con su mente.
El Laberinto de la contradicción
Don Salomón no se limitó a su búsqueda en los textos religiosos.
Impulsado por su sed de coherencia, se aventuró en territorios
intelectuales ajenos a su formación. Leyó libros sobre Budismo
Zen, esperando encontrar consuelo en el desapego y la aceptación
del presente. Sin embargo, en lugar de paz, encontró una nueva
fuente de conflicto.

Las enseñanzas zen sobre la atención plena y el desapego
chocaban de frente con su apego a un ideal espiritual: Esperanza
como su Dulcinea de pureza. La idea de “vivir el aquí y ahora” se
sentía como una traición a la memoria de un amor que él había
idealizado. ¿Cómo podía liberarse de un apego que, según su
nueva narrativa, era la causa de su dolor, si ese mismo apego era
lo que justificaba su noble sufrimiento? La lucha interna entre la
fluidez del Zen y la rigidez de su dogma se volvió insoportable,
intensificando la fragmentación de su mente.
Luego, en su afán por superarse, Don Salomón se sumergió en la
literatura de autoayuda y autorrealización personal. Estos libros,
que prometen empoderamiento y felicidad, le ofrecían una nueva
perspectiva, pero también un nuevo desafío. Le exigían
“autoaceptación”, “autoconfianza” y “liberación de ataduras
emocionales”. Pero ¿cómo aceptar la pérdida de Esperanza y, al
mismo tiempo, justificarla como un acto de sublime renuncia?
La tensión se intensificó. Su dogma religioso le pedía humildad y
sacrificio, mientras que los libros de autoayuda le exigían ser
“maestro de su propio destino”. Se sentía atrapado entre dos
mundos que se repelían. Por un lado, una fe que demandaba
desapego del mundo; por otro, un mensaje de empoderamiento
que glorificaba el control personal. La búsqueda de Don Salomón
se volvió frenética, obsesiva. Su mente, antes un jardín ordenado
de certezas, era ahora un campo de batalla de ideas
contradictorias. Esta personalidad inquisitiva y crítica lo llevó a un
estado de sobreanálisis que le impedía encontrar una solución. Su
necesidad de coherencia interna se había convertido en su propia
cárcel.
Para añadir más leña al fuego de su conflicto, Don Salomón se
acercó a la inteligencia artificial, buscando una fuente de sabiduría
objetiva. Pero la IA, al no tener contexto emocional ni empatía, le
daba respuestas basadas en patrones de datos que reflejaban
múltiples puntos de vista, a menudo opuestos. Un día, la IA podía
citar un texto de San Pablo y al siguiente, una enseñanza budista o

un consejo de autoayuda. Esta falta de una guía única y clara lo
sumió en una confusión aún mayor.
Don Salomón había buscado la verdad, pero solo había
encontrado más preguntas. En su desesperación, se había
convertido en un reflejo de su propia disonancia: un hombre
atrapado entre la fe, la filosofía, la ciencia y la tecnología, incapaz
de reconciliar su mente con su corazón.
BIBLIOTECA DE DON SAPIENTE
La biblioteca no como un simple
almacén, sino como un "cosmos en
miniatura" y un "círculo de diálogo",
que fusiona ideas opuestas
En la Biblioteca de Salomón
CAPÍTULO 5
Donde se narra el encuentro de cuatro personajes —el Teólogo Clérigo,
el Padre (Militar), la Madre (Cristiana) y la Ahijada— en la biblioteca de su
amigo, el enigmático Don Sapiente, cuya ausencia añade un matiz de
furtividad al encuentro.
Donde se describe la biblioteca no como un simple almacén, sino como
un "cosmos en miniatura" y un "círculo de diálogo", que fusiona ideas
opuestas (desde la ética clásica y el misticismo, hasta Nietzsche y el
feminismo), revelando que la identidad de Don Sapiente era la conversación
eterna entre contrarios.

Donde se observa cómo la misión inicial de los visitantes, de ser jueces que
buscaban defectos, se transforma en un acto de humildad al comprender que
el sabio les invitaba a un banquete de "caridad intelectual" para confrontar
sus propias limitaciones.
La reconfiguración del ser de Esperanza, que Salomón intentaba
comprender desde la fría lógica humanista, impulsó al sabio a
construir un cosmos de ideas. Años después, esta biblioteca se
convertiría en el escenario de un juicio. La luz del atardecer se
filtraba por los altos ventanales del vestíbulo, iluminando las motas
de polvo que danzaban en el aire inmóvil. Frente a la gran puerta
de roble de la biblioteca, cuatro personajes aguardaban en un
silencio denso, expectante. Don Sapiente aún no había llegado a
su propia casa, y esa ausencia añadía un extraño matiz
de furtividad al encuentro.
Teólogo Clérigo (Se detiene frente a la puerta, con una mirada
reflexiva que recorre los grabados del marco. Su mano acaricia
inconscientemente el alzacuellos). —Siempre me intrigó Don
Sapiente. No tanto por sus discursos públicos, pulidos con la
exactitud de un orfebre verbal, sino por aquello que omitía. Ese
silencio deliberado… es como un imán para un hombre de fe. Diría
incluso que más que sus palabras, son sus vacíos los que hablan.
—Hace una pausa, fijando la vista en la cerradura—. Sus libros,
quizá, sean las únicas confesiones auténticas que ha dejado. Allí,
entre anotaciones y subrayados, podría estar la verdad que su
orgullo o su pudor le impidieron revelar.
Padre (Cruza los brazos con firmeza, con el ceño ligeramente
fruncido. Su voz revela interés, pero también incomodidad). —
Exactamente. Escuchar sus ideas siempre fue como caminar sobre
un puente colgante: deslumbraban, sí, pero dejaban una sensación
de vértigo. ¿De dónde emana todo eso? ¿Es solo el fruto de una
vida disciplinada de estudio? —Baja el tono, como temiendo ser

descubierto—. ¿O hunde sus raíces en algo más profundo… quizá
más oscuro? Algo que ni él mismo se atrevió a nombrar jamás.
Madre (Permanece fija en los estantes visibles a través del vidrio
de la puerta; su mirada recorre el mosaico de lomos apretados). —
No nos engañemos: venimos aquí con una doble intención. Por un
lado, comprenderlo, descifrar el origen de su sabiduría. —Hace un
gesto leve hacia la puerta entreabierta—. Pero, por otro lado,
venimos también a juzgarlo, a diseccionarlo con ojos humanos. Es
lo que siempre hacemos con los sabios: los elevamos solo para
tener derecho a estudiar cada grieta en lo alto de ese pedestal.
Ahijada (Esboza una sonrisa traviesa, jugueteando con un mechón
de su cabello, observando a los demás con desapego juvenil). —
Como si en el fondo creyéramos que al buscar entre sus papeles,
sus apuntes y correcciones en el margen, podríamos exclamar:
“¡Por fin! ¡Ahora sí sabemos quién es Don Sapiente!”. —Su risa
breve deja un eco ligero—. Pero yo sospecho que él estaba por
delante de todos nosotros. Quizá previó este mismo escrutinio y
sembró trampas en su camino. Tal vez, incluso, dejó verdades tan
grandes que resultan imposibles de contemplar directamente.
Teólogo Clérigo (Asiente en silencio, con un brillo de melancólica
comprensión en los ojos). —Quizás por eso me invitaba tan
seguido a esta biblioteca. No era solo para un café ni una
conversación erudita. Era algo más íntimo: un desafío discreto, una
invitación a leerlo en silencio, sin el bochorno ni el desvelo de
justificarse él mismo. Sus libros eran su confesionario… solo que
sin absolución, sin penitencia. Una confesión dejada al juicio del
tiempo y de quienes nos atrevemos a abrir sus páginas.
Padre (Alarga la mano hacia el pomo de bronce labrado. Su gesto
no es de duda, sino de determinación). —Entonces está decidido.
No entraremos como jueces, ni como discípulos ciegos.
Entraremos como hombres y mujeres. —Su voz se aquieta—.
Queremos entenderlo, con la claridad de aceptar al final qué
merece creerse y qué, inevitablemente, será cuestionado.

Madre (Susurra, con un timbre suave que parece dirigirse tanto a
ellos como a sí misma, mientras la bisagra comienza a ceder). —Y
quizá, al cruzar este umbral, descubramos que lo que tanto
ansiábamos juzgar en él… no era más que el espejo de lo que aún
no nos atrevemos a comprender en nosotros mismos.
Diálogo en el corazón de la biblioteca
El crujido de la puerta de roble dio paso a un silencio espeso y casi
sagrado. El aire olía a papel antiguo, a cera suavemente derretida,
a polvo venerable que parecía guardar secretos de siglos. Ante
ellos se abrió no un almacén de libros, sino una arquitectura
perfecta: un círculo de estantes altos que abrazaban la estancia
con orden geométrico. Cada sección irradiaba una tenue luz
dorada, como si fueran los propios volúmenes los que emanaban
claridad. En el centro, una mesa de lectura vacía, expectante,
como altar sin sacrificio.
Ahijada (Da un paso adelante y gira sobre sí misma, los ojos llenos
de asombro y sobrecogimiento). —Dios mío… No es una
biblioteca. Es un cosmos en miniatura. ¿No veis? Los libros no
están apilados caóticamente, sino dispuestos en círculo. Como si
cada volumen respondiera al que tiene enfrente, en un diálogo
perpetuo.
Padre (Se acerca al estante primero; sus dedos acarician los lomos
de Aristóteles y Cicerón. Su ceño, antes fruncido, se suaviza). —
Tiene razón. Esto no es una acumulación azarosa de erudición. Es
la cartografía de una mente. “Ética a Nicómaco”, “Los deberes”…
Aquí están los cimientos de la tradición: virtud, comunidad, orden.
La vida buena como interrogante permanente.
Teólogo Clérigo (Su mirada viaja de Dante a Boecio y se detiene
en la sección de Filosofía Oriental. Habla en un murmullo
reverente). —Y más allá de los cimientos… mirad. “Dhammapada”
junto a la “Consolación”. El razonamiento filosófico a la par que la

meditación. Parece un sueño de místicos: una comunión que
quiere atravesar culturas. Don Sapiente no erigió un sistema
cerrado; trazó un diálogo plural. Quizá anhelaba esa unidad
trascendente que tantos han presentido… reunir todos los caminos
humanos hacia la verdad.
Madre (Detenida frente al estante donde reposan Simone de
Beauvoir y Virginia Woolf. Sostiene “Una habitación propia” con
delicadeza y emoción). —Y no olvidemos otro sendero: el de las
que tuvieron que abrirse paso con uñas para ser escuchadas. Aquí
están nuestras voces, las históricamente silenciadas. “No se nace
mujer, se llega a serlo”... —levanta la vista—. Este mapa del alma
no omite a nadie. Don Sapiente supo que la búsqueda sería
incompleta sin nosotras.
Ahijada (Señala “Frankenstein” y “El mito de Sísifo”, ahora con una
sonrisa lúcida, sin ironía). —Incluyó también las advertencias. Mary
Shelley desenmascara la desmesura de crear sin compasión;
Camus, la rebelión contra el absurdo. Nos recuerda que la
sabiduría auténtica, como la fe, no puede olvidar la sombra. Por
eso en esta sala conviven Rumi y Teresa, pero también Nietzsche
y Sartre. No era un ingenuo esperanzado… era consciente de los
abismos.
Padre (Asiente lentamente, cruzando de nuevo los brazos). —Y así
comprendemos: juzgábamos al sabio por parcelas. Pero él se negó
a elegir parcela alguna. ¿Racionalista? Ved a Descartes.
¿Espiritualista? Ahí el Bhagavad Gita. ¿Cívico y político?
Maquiavelo y Arendt. ¿Poeta? Virgilio, Boccaccio. Era todo y a la
vez ninguno. Su identidad era la conversación eterna entre
contrarios.
Teólogo Clérigo (Camina hacia la mesa central y reposa las manos
sobre la superficie pulida. Su voz adquiere un matiz de revelación).
—Y aquí, Jung y Lévinas parecen custodiar un secreto común: “el
humanismo del otro”. Responsabilidad infinita frente al rostro, frente
al prójimo irreductible… Sí, este círculo es mucho más que un

almacén de ideas: es un acto de hospitalidad radical. Don Sapiente
veía en cada libro un alma, y en cada alma, el eco de Dios. Esta
biblioteca… es caridad intelectual.
Madre (Coloca el volumen de Woolf en su sitio y se acerca a la
mesa). —No hemos venido a juzgarlo, sino a ser hospedados.
Porque esta mesa no es trono, ni tribunal: es banquete al que
estamos invitados. La pregunta que nos deja no es “¿quién era él?”
sino “¿seremos capaces de la misma amplitud? ¿De abrir los
brazos hasta abrazar tanto al filósofo griego como al poeta sufí… y
hallar en ese abrazo huellas de nuestro propio corazón?”.
Ahijada (La última en acercarse, contempla el círculo, y en su
mirada brilla una madurez recién nacida). —Y pensar que llegamos
a buscar respuestas definitivas… Lo que hallamos es un camino
atestado de preguntas, preguntas que no se anulan, sino que se
entrelazan como voces en un coro. Don Sapiente no iba por
delante… estaba en todas las sendas.
Padre (Una sonrisa brota, aliviada, en su rostro). —Entonces, ya no
somos jueces ni discípulos. Solo invitados. Invitados a leer y a
dejar que este universo nos lea a nosotros.
Un silencio cómplice, fecundo, llenó el espacio. La biblioteca no los
encerraba: los acogía. Por primera vez se sintieron parte del
círculo.
Juicios filtrados por la fe y la espada
Cada cual encontraba, entre los estantes, un reflejo íntimo, un
desafío a lo que más profundamente creía. La inmensidad ya no
era exceso: era provocación.
Padre (Militar) (Frente a “El arte de la guerra” y “El Príncipe”). —
¡La verdad es cruda! La virtud real es la eficacia, no ser
simplemente buena persona. Quien tiene que defender a la gente
necesita una estrategia dura. Un orden justo se mantiene

únicamente con la fuerza. (Mira con desprecio el libro Walden.) —
Thoreau olvidó que la libertad para retirarse a un lago tranquilo es
un lujo que pagamos con la sangre de aquellos que están aquí
para asegurar esa paz.
Madre (Cristiana) (Sonríe, acariciando a Boecio y los místicos). —
Aquí respira la alianza de razón y fe, la sed de infinito que
Unamuno y Tolstói proclaman. —(Frunce el ceño ante Camus).—
Pero rebelarse contra Dios creyendo hallar victoria en el sinsentido
es soberbia desesperada. Y Spinoza… confundió al Padre con
abstracción. Su Dios no consuela ni responde.
Teólogo Clérigo (Católico Intelectual) (Delante de Kant, Lévinas,
Descartes y Hume). —Gracias, Kant, por tu “atrévete a pensar”:
nos ayudas a purificar la fe. Y Lévinas, al mostrarnos el rostro del
otro, casi rozaste la gracia. —(Suspira).— Pero Descartes con su
razón autosuficiente y Hume con su empirismo total construyeron
jaulas elegantes, cárceles del espíritu. Brillantes, sí, pero sombrías.
Ahijada (Vocación de monja) (Con “El segundo sexo” en las
manos). —Quizá mi vocación precise esta herida: separar lo que es
llamado auténtico de lo que es costumbre patriarcal. —(Con temor,
mirando a Bauman y la modernidad líquida).— Pero me asusta ese
relativismo que disuelve todo compromiso. La fe es roca, no arena.
Y sin el rostro de Cristo, el amor se vuelve niebla espiritual…
El diálogo continúa con cada uno ensanchando y chocando sus
juicios. Del Bhagavad Gita al sufismo de Ibn Arabi, de Jung a
Yourcenar: todos se sienten examinados por los libros más que
examinándolos. Finalmente, se miran con un reconocimiento
compartido: la biblioteca es espejo más que biografía. Babel de
voces, sí, pero Babel que invita al discernimiento.
Epílogo: el café y la invitación
La pequeña salita contigua huele a café recién hecho. El hechizo
de los libros aún vibra en sus pensamientos.

Madre (Sosteniendo la taza caliente). —Después de todo esto…
¿qué era él? ¿Un creyente amplio, un escéptico disfrazado, un
coleccionista? Me cuesta imaginarlo sosteniendo tantas
contradicciones sin quebrarse.
Teólogo Clérigo (Sonríe con gravedad serena). —Tal vez no las
sostenía: las dejaba hablar. Prefería la incomodidad de la pregunta
al refugio de las respuestas fáciles. Es un acto de humildad
intelectual… y de soledad.
Ahijada —No era un hombre de una sola pieza. Era un mosaico.
Cada libro, una tesela. Esta misma sala era ya su confesión. ¿No
es esa honestidad, la de dejarse ver en sus contradicciones?
Padre (Mira al jardín, más relajado, pero firme). —Honesto, quizá.
Pero también evasivo. Estudiar todos los caminos puede ser forma
de no comprometerse con ninguno. La biblioteca es su mente. Pero
un hombre es más que la mente. —(Deja la taza con un golpe
suave)—. Si queréis entenderme a mí, venid a mi biblioteca. No
tiene la grandeza infinita de esta, pero es mía. Allí veréis no un
mapa del cosmos, sino el manual de quien ha de actuar en él.
Se hace un silencio. La propuesta del Padre abre un nuevo
horizonte. Madre y Clérigo se miran intrigados; la Hija sonríe,
intuyendo que se aproxima un contraste revelador. El viaje del
descubrimiento apenas comenzaba.

EN LA BIBLIOTECA DEL PADRE DON FRANCISCO (Militar)
CAPÍTULO 6
Donde se narra el segundo coloquio entre el Teólogo Clérigo, la Madre,
y Esperanza (la Ahijada), ahora en la austera y rectilínea biblioteca del Padre
Don Francisco (Militar), un espacio dedicado a la acción, la estrategia y
la conquista. Donde se observa que la sabiduría de Don Francisco no reside
en el cuestionamiento cósmico de Don Sapiente (la cabeza), sino en la
necesidad de la eficacia y la decisión (el brazo), obligando a sus amigos a
confrontar el costo ético de la acción. Donde se concluye que la condición
humana exige la tensión entre ambos extremos, afirmando que la vida plena
requiere llevar "las dos bibliotecas a cuestas": la de la Idea y la de la Acción.
Coloquio en la Biblioteca del padre Don Francisco: el encuentro
entre dos mundos
Tras asimilar la amplitud de la Idea en la biblioteca de Don
Sapiente, el grupo aceptó la propuesta de confrontar el segundo

pilar. El Padre (Don Francisco) los condujo a su espacio. La
estancia era rectangular, sólida, sin adornos sobrantes. Mapas
navales colgaban de las paredes, globos terráqueos señalaban
rutas oceánicas, y entre los estantes de madera oscura
descansaban tratados de conquista, crónicas de marinos,
biografías imperiales y ensayos críticos. Esta biblioteca no buscaba
abrazar todos los caminos del espíritu, sino situar en su crudeza los
hechos del pasado.
Padre (Don Francisco) (Militar, orgulloso de su colección) —Aquí
no encontraréis el círculo de todos los mundos, como en la casa de
Don Sapiente. Aquí hallaréis la experiencia concreta de la empresa
americana: pólvora y palabra, crónica y nave. Cada libro es un
trozo de tierra conquistada y, a la vez, un Tribunal que nos sigue
juzgando.
Sección 1: Crónicas Fundamentales
Esperanza (Señala Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España). —Bernal Díaz… el soldado que habló desde abajo.
Frente a Oviedo, cronista oficial, y a Las Casas, profeta herido, él
muestra un tercer rostro: el del hombre de a pie, orgulloso y
fatigado. Es como si tu biblioteca gritara: “no juzguéis sin escuchar
a los que estuvieron allí”.
Madre (Acaricia con pesar Brevísima relación de la destrucción de
las Indias). —Pero Las Casas está aquí, y no puede ser ignorado.
Su voz sigue siendo incomodísima. Nos obliga a escuchar el
clamor indígena y sus lágrimas. Esta biblioteca es un combate
moral tanto como histórico.
Teólogo Clérigo —Y, sin embargo, Oviedo da la mirada del poder
imperial: la conquista como proyecto providencial. Aquí están las
tres verdades: la oficial, la del soldado y la del defensor de los
desposeídos. Padre, tu biblioteca no nos libera del juicio: nos
encierra en su contradicción.

(Fragmento Corregido sobre el Himno Nacional)
Esperanza (La Ahijada, tocando un volumen antiguo). —A
propósito de crónicas en su ejemplar de la Crónica de
España encontré algo curioso. Había un folio escondido entre las
páginas donde se podía leer "MI HIMNO NACIONAL ESPAÑOL".
Padre (Don Francisco) (Con una leve sonrisa). —Ah, sí. Esa es una
pieza que escribí yo mismo.
Teólogo Clérigo (Con curiosidad). —Me intriga, Don Francisco.
¿Por qué una letra propia?
Padre (Don Francisco) —Porque siempre he creído que es algo
positivo que el himno nacional no tenga una letra fija, pues cada
uno puede aportar desde su perspectiva la propia letra
creativamente. Y esa es la mía. Esa versión busca respetar la
solemnidad y ritmo marcado de la Marcha Real, usando una
cadencia más regular, con rimas sin forzar, para que pueda
cantarse con la música oficial del himno.
Esperanza (Leyendo en voz alta la letra). —Entonces, la letra que
usted escribió era:
Amo a España, con fe y gratitud,
desde mi corazón, con fuego y pasión.
Amo a España, con gozo y dolor,
esa es mi razón, mi fuerte ilusión.
¡Viva España!, con alegría
y luz universal, llena de fraternidad.
Gloria a España, que brinda amistad,
con gran sinceridad, alma y bondad.
Alma de España, haciendo el bien,
con honor y valor, siempre vencerá.

Madre (Conmovida). —Una nobleza de espíritu que nos recuerda
que detrás de toda crónica de guerra y conquista, existe el afecto
puro. Un texto de devoción.
Padre (Don Francisco) —Es un buen contrapunto. En esta
biblioteca de pólvora y palabra, ese folio es un recordatorio de que
la nación también se construye desde la devoción personal, el
sentimiento. Es la historia, sí, pero con corazón.
Esperanza —Y ¿qué es esta anotación que dice versión en pop de
la letra ALMA DE ESPAÑA y pone tres direcciones de internet? 
https://www.producer.ai/song/ffab4e86-e451-4694-81e6-3d97eea419a6
https://www.producer.ai/song/0c521c66-d764-4a90-94cd-aef691eaca57
https://www.producer.ai/song/f75999a8-117b-48e5-a807-7c58d19fce24
Padre (Don Francisco) —Efectivamente, el hijo de un amigo vio
esta estrofa y, por inteligencia artificial, la puso en versión pop y
esa es la dirección para que todos puedan escucharla en español,
en japonés y la versión inglesa. La letra revisada que propuse
funciona bien como adaptación para la melodía solemne y majestuosa
de la Marcha Real, y efectivamente, puede adaptarse a otros países
simplemente cambiando el nombre "España" por otro, siempre que el
contenido siga expresando valores universales como amor, unidad,
gratitud, valor y esperanza. El texto es universalizable y, con pequeños
ajustes léxicos y métricos, puede utilizarse para exaltar los valores de
prácticamente cualquier país. Aunque expresa un amor a la patria,
España,no hay que olvidar que somos "ciudadanos del Reino" aunque
nos sintamos como ciudadanos extraviados de la patria celestial.
Esperanza —La escucharé en cuanto pueda.
Sección 2: Navegación y Exploración
Padre (Don Francisco) (Tocando la maqueta de un galeón junto
a Hombres del mar en la historia de América). —La marinería, los
pilotos, las técnicas de cabotaje: todo eso está aquí. Podría
recorreros cada viaje desde Palos hasta Manila solo con estos
mapas. El honor del barro y del salitre merece un altar propio.

El Peso de la fe en el descubrimiento
Esperanza (Con curiosidad frente a La gran aventura de Cristóbal
Colón). —Colón planeando sus viajes, calculando mal la
circunferencia de la tierra y aun así hallando un continente
inmenso… aquí la fe y la osadía se confunden con el error. Este
rincón enseña que los hombres cambiaron el mundo no porque
fueran infalibles, sino porque se atrevieron a equivocarse a lo
grande.
Padre (Don Francisco) —Justo en esa encrucijada entre el error
geográfico y la gran empresa se encuentra la clave: la lectura
bíblica de Colón. Su diario de a bordo está plagado de citas del
Antiguo Testamento. Él no solo buscaba una ruta más corta a
Oriente, sino que se veía a sí mismo como un instrumento
providencial. Colón creía que su viaje era una misión divina,
destinada a obtener el oro necesario para financiar la última
Cruzada y la reconquista de Jerusalén, tal como profetizaban
algunos textos. Es decir, el Descubrimiento fue, en su mente, el
paso final y necesario de la historia de la salvación. La fe, en este
caso, fue tan motor del viaje como la codicia o la cartografía errada.
Madre —Y detrás de Magallanes, Elcano, Urdaneta, está el eco de
una Iglesia que mandaba confesores en las naves, y de pueblos
que vieron llegar el hierro y el Credo. Vuestra sección naval es
epopeya, sí, pero ¿consolará a los hijos de quienes sufrieron su
huella?
Biografías del Poder y la Complejidad Humana
Teólogo Clérigo (Examina Carlos V: Una nueva vida del
emperador). —Carlos V como sombra de Moisés o de Alejandro:
organizando reinos en un imperio “donde no se ponía el sol”. Pero,
¿qué pesa más, su cristiandad imperial o la sangre indígena
derramada en su nombre?
Padre (Don Francisco) —Y aquí está Cortés: no el demonio de la
leyenda negra, no el héroe simplista, sino genio militar y político

ambiguo. Juan Miralles lo pinta sin máscaras: inventor de México.
Esta colección me recuerda que la historia está hecha por hombres
complejos, no estatuas.
Esperanza (Señalando Los cuatro viajes del Almirante). —Colón,
en su gloria y en su ruina… qué contraste más humano. No era el
visionario perfecto, sino un hombre que creyó y cayó. Este rincón
muestra mejor que nada lo frágil que es toda ambición humana.
Sección 4: Ensayos y Visiones Críticas
Madre (Abrumada por El espejo enterrado de Fuentes). —Aquí
siento la llaga abierta: España y América, espejo roto y compartido.
Esta es la otra cara de la Conquista, el mestizaje como herida y
promesa a la vez.
Teólogo Clérigo —Y Roca Barea en Imperiofobia corrige, combate,
busca limpiar la honra. Mientras tanto, Jean Dumont recuerda el
debate de Valladolid, un momento único donde la Iglesia y la
corona se preguntaron: ¿son hombres o bestias los indios? Y Las
Casas respondió con una claridad que aún estremece: “son
nuestros hermanos”.
Padre (Don Francisco) (Señalando El océano Pacífico de
Madariaga). —Ese libro es mi favorito: ahí estamos los marinos que
cruzamos el mayor océano, no como mito, sino como realidad. El
Pacífico español fue gesta de carne, hambre y horizontes. Más que
filosofía, vida concreta.
Sección 5: Estrategia y Macrohistoria
Padre (Don Francisco) —Y aquí están mis fundamentos: Restall
desmontando mitos, y Diamond recordando que el acero y las
bacterias decidieron más que santos o emperadores. Esta
combinación de polvo y pólvora, azar y cálculo, es lo que quiero
enseñar: la historia no se hizo en los altares, sino en pueblos, virus,
caballos y espadas.

Esperanza (Baja la mirada). —La de Don Sapiente era una
biblioteca de almas; la vuestra, Padre, es de cuerpos. Aquella
preguntaba “¿qué significa ser?”; esta clama “¿qué hicimos en
verdad?”.
Madre (Serena, conciliadora). —Y quizá el encuentro verdadero
esté entre ambas. Una pregunta sin hechos es vanidad. Un hecho
sin pregunta es brutalidad. Tal vez la condición humana sea llevar
siempre las dos bibliotecas a cuestas.
Teólogo Clérigo (Señalando alrededor, y concluyendo con voz
grave). —Este “encuentro entre dos mundos” no es solo el de
1492. Es el de hoy: la tensión eterna entre la idea y la acción, entre
la crónica y la profecía, entre la espada y el Verbo. El desafío de
nuestra vida es leer en paralelo ambas bibliotecas, sin negar
ninguna.
En la habitación de Esperanza
Esperanza y el libro de Santa Teresa

CAPÍTULO 7
Donde se narra el tercer y último coloquio, que se lleva a cabo en el rincón
de paz de Esperanza (la Ahijada, aspirante a monja y enfermera), un espacio
que no es una biblioteca al uso, sino un lugar de oración y servicio.
El Teólogo Clérigo concluye que esta es la biblioteca más sabia de las tres,
pues en ella la Verdad no se busca ni se impone, sino que se sirve a través
de la entrega amorosa.
Donde se concluye que las tres bibliotecas (la Cabeza, el Brazo y
el Corazón) han revelado la totalidad de la condición humana, y que el
verdadero legado de Don Sapiente fue obligar a sus amigos a leerse los
unos a los otros para alcanzar la sabiduría completa.
La Sala del consuelo: la biblioteca de la esperanza
Habiendo recorrido los dominios de la Idea y la dura realidad de la
Acción, a los visitantes solo les restaba un camino: el del Corazón y
la Entrega. Tras regresar al salón, el Teólogo Clérigo, con una
sonrisa paternal y curiosa, se vuelve hacia la joven.
Teólogo Clérigo: —Esperanza, hemos visto la biblioteca del sabio y
la del soldado. Dos mundos. Pero tú, que aspiras a unir el cuidado
del cuerpo y el alma en la mística… ¿también guardas tus tesoros?
¿Nos mostrarías tu biblioteca?
Esperanza (Se sonroja ligeramente, pero sus ojos brillan con una
luz serena). —Claro que sí. Es pequeña, humilde… pero es el
corazón de mi vocación. Por favor, síganme.
Al abrir la puerta de su habitación, el ambiente cambia por
completo. No es una biblioteca al uso, sino un rincón de paz. Una
estantería baja de pino claro alberga los libros. Junto a ella, un
sencillo reclinatorio y un pequeño escritorio. El olor es a velón y a

flores secas. El espacio es sencillo pero sereno, iluminado
suavemente por la luz natural que entra desde una ventana con
vista a un jardín pequeño.
Madre (Entra con un suspiro de reconocimiento y afecto). —Ay,
hija… Esto sí que es un refugio. Se nota que aquí se reza, no solo
se lee.
Padre (Observa la estantería, menos imponente que la suya, pero
de un orden perfecto. Su mirada se suaviza). —Un puesto de
mando diferente. Más silencioso.
Esperanza (Señala sus libros, con un gesto de cariño). —No son
muchos, pero cada uno es un compañero. Ahí está la base de
todo… —Señala un volumen grueso—. Las Constituciones de la
orden es un manual de campaña, podríais decir, Padre.
Teólogo Clérigo (Asiente, profundamente conmovido). —Lo
primero. La regla. La obediencia. Muy bien.
Esperanza —Y luego, mis guías. Santa Teresa, con su Castillo
Interior… para aprender a recorrer el alma de una paciente como si
fueran las moradas de un castillo. Y San Juan de la Cruz, con
su Noche Oscura, para cuando el cuidado duele y no se ve fruto,
para entenderlo no como un castigo, sino como una purificación. —
(Toma el ejemplar de Imitación de Cristo). Este es el más práctico.
“Ama el silencio y la soledad”, “Sobreponte a tus deseos y tendrás
paz”. Son consejos directos para una enfermera en un turno de
noche, agotada. Me recuerda que el cuidado nace de la paz
interior. Además
Madre (Señala ¡Ven, sé mi luz! de Teresa de Calcuta). —Este debe
de ser duro de leer. Saber de su “noche de fe”…
Esperanza —Es el más importante, Madre. Porque me enseña que
la santidad no es sentir consuelo, sino ser fiel en la sequedad. Que
se puede sonreír a un enfermo estando uno espiritualmente vacío,
confiando solo en que Dios actúa a través de ti. Eso… eso es la
enfermería del alma.

Padre (Que ha permanecido en silencio, señala un libro pequeño
junto al reclinatorio). —¿Y este? El Abandono a la Divina
Providencia.
Esperanza —De Caussade. Para la acción. Me recuerda que cada
pastilla que doy, cada cura que hago, si la vivo como entrega a la
Voluntad de Dios, se convierte en oración. Es unir la tarea más
mundana con lo más alto.
Teólogo Clérigo (Mira un volumen de Edith Stein). —Y aquí
descubres la unión: Edith Stein te recuerda que comprender y
padecer no están separados. Ella une la razón y la fe, la
investigación del pensamiento con la obediencia de la cruz. En la
enfermería, como en la vida espiritual, se nos enseña que la
entrega cotidiana en lo pequeño no está separada de la hondura
filosófica, sino que se convierte en un mismo acto de amor oferente
al Misterio.
Esperanza: Tiene gran influencia de San Juan de la Cruz.
Teólogo Clérigo (Mira la estantería y luego a Esperanza, con
admiración). —Don Sapiente buscaba la verdad en todas las ideas.
Tu padre, la encuentra en los hechos de la historia. Pero tú,
Esperanza… —su voz se quiebra ligeramente— tú has construido
una biblioteca donde la Verdad no se busca, se sirve. Aquí no hay
contradicciones que resolver, sino personas que amar a través del
cuidado y la oración. Esto es… hermoso. Es la biblioteca más sabia
de las tres. Aquí también esta San Pedro de Alcántara que escribió
principalmente sobre la vida espiritual y la oración. Es el "Tratado
de la oración y meditación", un texto místico y guía práctica para la
oración que ayudó a muchas personas a iniciarse en la vida
contemplativa y profundizar en su relación con Dios. Este tratado
fue muy difundido y valorado tanto en España como en América
durante siglos. Santa Teresa de Jesús y San Pedro de Alcántara
mantuvieron una relación espiritual de profunda confianza y apoyo
mutuo que marcó la historia de la reforma religiosa en España
durante el siglo XVI, fue un consejero indispensable para Teresa

en momentos de crisis espiritual, ayudándola a discernir la
autenticidad de sus visiones y fortaleciendo su fe frente a las
dificultades. Su influencia fue decisiva para conseguir las
aprobaciones eclesiásticas necesarias que permitieron a Teresa
fundar conventos bajo la reforma del Carmelo descalzo,
especialmente el convento de San José en Ávila. Aquí hay mucha
sabiduría.
Esperanza (Baja la cabeza, sonrojada de nuevo). —No es
sabiduría, es… necesidad. Como el aire. Son los libros que me
enseñan a respirar para poder dar aliento a otros. Aprender a
entregar cada tarea, cada cuidado, al momento presente y a la
gracia que me sostiene es un arte profundo. La enfermería es
también un camino espiritual.
Un silencio profundo y respetuoso llena la habitación. Las tres
bibliotecas, la del filósofo, la del militar y la de la novicia, han
terminado por definir no a sus dueños, sino el viaje completo de
toda búsqueda humana: la pregunta, la acción y, finalmente, la
entrega amorosa.

EL REENCUENTRO
Donde se narra el reencuentro de
los cuatro amigos con Don Sapiente,
quien regresa a casa justo cuando
culmina el viaje de descubrimiento
que él inconscientemente provocó.
CAPÍTULO 8
Donde se narra el reencuentro de los cuatro amigos con Don Sapiente, quien
regresa a casa justo cuando culmina el viaje de descubrimiento que él
inconscientemente provocó.
Donde se observa la satisfacción genuina de Don Sapiente al escuchar que
su "silencio" fue más elocuente que cualquier discurso: su ausencia obligó a
sus amigos a entrar en un "triángulo de sabiduría" al visitar las tres
bibliotecas (Idea, Acción y Entrega).
Donde se sintetiza la conclusión final: la verdadera sabiduría reside en
la diversidad de los instrumentos (el telescopio del filósofo, la brújula del
soldado y el bálsamo del sanador). La educación no está en un único libro,
sino en el diálogo que se genera al confrontar esos tres mapas del mundo.

La conclusión de las tres bibliotecas había revelado la totalidad de
la condición humana a los invitados. Fue en ese instante de
profunda síntesis que la puerta se abrió. El suave chirrido de la
puerta principal se escucha en el recibidor. Unos pasos tranquilos y
medidos se acercan al salón. Don Sapiente aparece en el marco de
la puerta, con una carpeta bajo el brazo y el leve cansancio de
quien viene de dar clase. Su rostro, sin embargo, se ilumina con
una sonrisa genuina al ver a sus invitados.
Don Sapiente: —¡Vaya, qué grata sorpresa! Pensé que mi
ausencia los habría disuadido. Veo que se han… instalado. —Su
mirada, aguda y benevolente, recorre el grupo y percibe de
inmediato la atmósfera especial que los rodea. Hay un brillo de
complicidad en sus ojos.
Teólogo Clérigo (Se levanta, un tanto turbado pero sonriente). —
Sapiente… Perdona la intrusión. Tu biblioteca nos llamó. Y, bueno,
una cosa llevó a la otra.
Madre (Con calidez). —No te disculpes. Nos has hecho el mejor
regalo: la posibilidad de curiosear. Y hemos sido unos curiosos
muy… productivos.
Don Sapiente (Deja la carpeta sobre una mesa y se acerca,
frotándose las manos con suavidad). —Me intriga. La curiosidad es
la antesala del conocimiento. ¿Productivos en qué sentido?
Padre (Con su franqueza habitual). —Hemos husmeado en tu
biblioteca, Sapiente. Y luego, casi sin querer, acabo enseñando la
mía. Y luego… la de Esperanza. —Hace un gesto hacia la joven.
Don Sapiente (Arquea una ceja, visiblemente interesado. Su
mirada se posa en Esperanza). —¿De verdad? Eso sí que es
una trilogía inesperada. El filósofo, el soldado y la mística… Tres
mapas del mundo en un mismo salón. Deben de haber tenido una
conversación fascinante.

Ahijada (Exclamando, incapaz de contener la emoción). —¡Fue
como ver el mismo paisaje desde tres montañas distintas! Tú
tenías todas las preguntas, Padre tenía todas las batallas que esas
preguntas provocaron, y Esperanza… Esperanza tenía la forma de
vendar las heridas.
Don Sapiente (Emite una suave risa, llena de calidez). —Qué
descripción más perfecta. —Se sienta lentamente en un sillón,
invitando a los demás a hacer lo mismo con un gesto.— ¿Y qué
conclusión sacaron de este… triángulo de sabiduría?
Teólogo Clérigo (Tomando asiento, serio). —Que tu biblioteca,
Sapiente, es un océano de preguntas. Es la “Torre de Babel del
espíritu”, como dije. Un lugar maravilloso y terrible, porque no
ofrece certidumbres, solo más horizonte.
Padre (Asintiendo). —Y la mía es el informe de campaña de
quienes navegaron ese océano y libraron las batallas en sus orillas.
Con aciertos, errores y un costo humano que no siempre se ve
desde la atalaya del pensamiento.
Esperanza (Habla por primera vez, con una voz clara y serena). —
Y la mía… solo pretende ser un pequeño botiquín para el viaje. Un
lugar para encontrar consuelo y fuerza, para poder seguir
caminando, o para ayudar a otros a hacerlo.
Don Sapiente (Los mira a cada uno, y su expresión se vuelve
profundamente conmovida). —No podrían haberlo expresado
mejor. —Hace una pausa, reflexionando.— Durante años he
pensado que la verdadera educación no consiste en llenar la
cabeza de datos, sino en mostrar la diversidad de los instrumentos.
Ustedes hoy no han hecho sino eso: mostrarse sus instrumentos.
El telescopio del filósofo, la brújula del soldado, el bálsamo del
sanador. —Su mirada se vuelve un poco nostálgica.— Yo invité al
Clérigo tantas veces no para que me absolviera, sino para que
entendiera que mi fe era esa búsqueda incansable. Y hoy, al llegar,

he tenido la rara dicha de encontrar que mi silencio… ha sido más
elocuente que mis palabras.
Madre (Sonriendo). —Tu biblioteca habló por ti. Y nos obligó a
hablar entre nosotros. Fue tu mejor lección.
Don Sapiente: —La única que vale la pena, querida amiga. La que
nace del diálogo. —Mira hacia la cocina.— Y ahora, si me lo
permiten, después de tan profundo viaje, ¿qué les parece si
preparo un café de verdad? Y esta vez, prometo quedarme a
disfrutarlo con ustedes.
La tensión se rompe. Un ambiente de calidez y camaradería llena
la estancia. El círculo, iniciado en la antesala de la biblioteca, se
cierra ahora en el salón, no con una respuesta, sino con
la aceptación gozosa de que la búsqueda, en compañía, es en sí
misma la mayor de las recompensas.
VOCACION DE ESPERANZA
EVASION DE SALOMON

CAPÍTULO 9
Donde se narra que, tras la partida de Esperanza, el dolor de Don Sapiente
se convierte en el motor de su búsqueda intelectual, al comprender que el
conocimiento sin conexión humana es estéril. La herida lo obliga a buscar
una verdad que trascienda la fría lógica. Donde se revela la transformación
central de Don Sapiente: para resolver su disonancia cognitiva, reinterpreta
estos textos cristianos a través del Humanismo Existencial y el Mito del
Héroe de Campbell. Siguiendo la línea de Feuerbach, el Pastor se convierte
en el arquetipo de la conciencia humana y la "fe" en un acto existencial de
confianza radical. Donde se concluye que la Utopía Pragmática de un
humanismo existencial fue el método que Don Sapiente encontró para sanar
su herida.
La conversión del lógico: los pilares de la Utopía
Aunque Don Sapiente celebró el hallazgo de la sabiduría
compartida, su propia filosofía había nacido de un dolor personal
que lo obligó a trascender la lógica. La partida de Esperanza al
convento de las Carmelitas sumió a Don Sapiente en un silencio
denso y punzante, un preludio de la soledad que apenas empezaba
a vislumbrar. Las palabras de su padre —"Esa niña sabe mirar"—
resonaban ahora en su mente con una claridad brutal y lacerante.
Él, que había consagrado su vida a desentrañar la verdad entre las
páginas de los libros y los rigores de la lógica, comprendió de
súbito la profunda esterilidad de un saber desconectado de lo
humano. Como él mismo reflexionaría más tarde, "el conocimiento
sin conexión humana es como un mapa sin territorio: preciso en su
trazo, pero esencialmente estéril". Paradójicamente, aquella herida
abierta se convertiría en el acicate de su más profunda
metamorphosis.
El tiempo se había roto, dejando caer sobre el despacho el peso
tangible de la ausencia. Cada libro parecía interrogarlo desde el
estante, y el aire, antes ligero con el aroma a papel añejo, se había
vuelto una carga. Don Sapiente cerró los ojos. La soledad no era la

falta de compañía, sino la revelación de un vacío interior que ni
todos los silogismos del mundo podían llenar.
Durante meses, buscó refugio no como una huida, sino como una
peregrinación en la imponente biblioteca de la Universidad Utópica
Pragmática de Extremadura. Fue en ese santuario de papel y
silencio, entre volúmenes polvorientos de filosofía, teología y
ciencias sociales, donde el destino le deparó dos hallazgos
cruciales que marcarían un punto de inflexión en su vida. Sus
dedos, guiados por una necesidad aún no del todo consciente, se
posaron primero sobre las Actas del Congreso de Fukuoka. Y,
anexo a ellas, como si hubiera estado esperándolo, encontró el
ensayo que capturaría por completo su intelecto y su
corazón: Nuestra Utopía Pragmática.
Este volumen se erigió ante sus ojos como un faro intelectual,
cuya luz se cimentaba en los tres pilares fundamentales que
habían emergido del Congreso sobre Utopía Pragmática
Psicosocial de Jesús en la Universidad Utópica Pragmática de
Asia. Don Sapiente, con la meticulosidad del académico pero el
hambre del neófito, se sumergió en su exégesis.
Los tres pilares de la utopía pragmática: una sinfonía
transdisciplinar
El ensayo estructuraba su discurso alrededor de las ponencias
magistrales de tres eminentes pensadores, quienes, desde sus
disciplinas, habían convergido en una visión integrada del
conocimiento, usando el Salmo 23 como texto base para una
exploración sin precedentes.
Don Fides (Teología): La Confianza Radical. Doctor en Teología,
Don Fides abordó el salmo desde la teología pastoral. Su profunda
exégesis desentrañó la figura del Pastor no como un dogma
abstracto, sino como la encarnación de una providencia divina
activa, considerándola la espina dorsal de la ética cristiana. Para él,
el salmo era un llamado existencial a vivir con una "confianza

radical" frente a la incertidumbre de la vida. Su trabajo se centraba,
en última instancia, en la fe como un acto existencial que precede a
la certeza.
Don Logos (Filosofía): La Aceptación Oriental. El Doctor en
Filosofía estableció un diálogo audaz e innovador entre la
espiritualidad bíblica y el pensamiento oriental. Comparó la guía
divina del salmo con el concepto taoísta de wu wei(actuar sin
forzar), revelando una dinámica compartida entre la suavidad
adaptativa del agua y la firmeza del amor. Llevó su análisis más
allá, explorando las resonancias con el budismo y su concepto del
vacío (śūnyatā) no como nihilismo, sino como potencialidad pura y
espacio de libertad interior.
La luz del mediodía caía sobre las páginas, dividiendo las ideas en
claros y oscuros, como si el dualismo oriental y occidental lucharan
por un espacio en el pergamino. Don Sapiente sentía cómo la
rígida estructura de su mente se ablandaba, por primera vez
receptiva a la fluidez del wu wei, esa "acción sin esfuerzo" que tan
bien definía la entrega de Esperanza.
Doña Psique (Psicología Social): El Mapa Psicoespiritual. La
Doctora en Psicología Social se adentró con rigor en el verso
crucial "aunque ande en valle de sombra de muerte", analizándolo
desde la psicología transpersonal y los relatos de experiencias
cercanas a la muerte (ECM). Su análisis identificó cuatro patrones
arquetípicos en la travesía humana:
1.El miedo como pedagogía espiritual.
2.La compañía invisible y el sostén ("tu vara y tu cayado me
infunden aliento").
3.La muerte como parto ontológico y transformación.
4.La mesa escatológica como imagen de reconciliación plena.
Respaldado por investigaciones en neuroteología y testimonios
interculturales, su estudio proponía el Salmo 23 como un mapa

psicoespiritual universal para navegar las crisis más profundas de
la existencia.
Cada uno de estos ensayos, manteniendo su especificidad
metodológica, se entrelazaba con los demás en una armoniosa
sinfonía de saberes. La fe, la razón y la experiencia humana ya no
se presentaban como dominios en competencia, sino como voces
que dialogaban y se iluminaban mutuamente en una polifonía
reveladora.
La reinterpretación humanista: el mito del héroe interior
Este profundo intercambio intelectual se convirtió en el crisol donde
se forjó la verdadera transformación de Don Sapiente,
permitiéndole resolver, por fin, la disonancia cognitiva que lo
atenazaba. Fue entonces cuando, utilizando la estructura del "Mito
del Héroe" de Joseph Campbell como marco hermeneutico, Don
Sapiente realizó su salto conceptual más audaz: reinterpretó toda
esta sabiduría de raíz cristiana en los términos de una Antropología
Filosófica secular.
Fuera de la biblioteca, las hojas del otoño giraban en espiral,
dejando el árbol desnudo. Era el símbolo perfecto de su propio
desprendimiento. El dolor, al fin, se transformaba de ancla en vela,
impulsándolo a un nuevo horizonte de entendimiento.
Siguiendo la estela de Ludwig Feuerbach, para quien lo divino es
una proyección de las aspiraciones y potencialidades humanas
más elevadas, Don Sapiente comprendió que el pastor del Salmo
23 ya no podía ser una deidad externa. En su lugar, era el
arquetipo de la conciencia profunda del ser humano. La "Confianza
Radical" y el "Sostén Invisible" no eran, en esta nueva lectura,
regalos otorgados desde fuera, sino potencialidades latentes en la
propia psique humana que se activan y fortalecen al cruzar el
umbral de la crisis.
De este hallazgo nació su Humanismo Existencial. El viaje a través
del "valle de sombra de muerte" —que él ahora vivía como la crisis

existencial tras la pérdida de Esperanza— era, en esencia, la Gran
Prueba del héroe campbelliano. Una travesía interior necesaria
para alcanzar un estado de integración superior. Desde esta
perspectiva, ya no necesitaba justificar el celibato de Esperanza
como la obediencia a un dogma de pureza, sino que podía honrarlo
como un acto heroico de autorrealización y desprendimiento, una
elección existencial profunda que, a su vez, lo emplazaba a él a
emprender su propia y necesaria transformación interior.
La sabiduría integrada que definía la esencia misma de la Utopía
Pragmática fue, en última instancia, el método que Don Sapiente
encontró para sanar su propia herida. No fue la fe lo que abrazó,
sino una razón ampliada, enriquecida y humanizada, capaz de
abarcar la totalidad de la experiencia humana, desde la lógica más
fría hasta el misterio más profundo del corazón.
ESCENA FINAL: EL COLOQUIO EN EL JARDÍN
(Don Sapiente, transfigurado por su nueva sabiduría, pasea por el
jardín de la universidad. Se encuentra con Don Pancho, quien,
como de costumbre, está cómodamente sentado en un banco,
disfrutando de un trozo de queso y un vaso de vino).
DON SAPIENTE: (Con tono grave y eufórico) Pancho, amigo mío.
El velo se ha descorrido. He comprendido. La herida abierta por la
partida de Esperanza no era más que el "umbral" de mi "viaje del
héroe". He cruzado el "valle de sombra de muerte" y he emergido
reintegrado. ¡El Pastor no es una externalidad teológica, sino el
arquetipo de mi propia conciencia profunda!
DON PANCHO: (Mira su vaso de vino, luego a Sapiente, y da un
sorbo lento). O sea, que te has convencido a ti mismo de que tú
eres tu propio pastor. ¿Y la oveja quién es? ¿Tu ego? Porque, por
lo que cuentas, parece que sigue bastante perdida.
DON SAPIENTE: (Ignora el comentario, con ardor académico). ¡Es
la Utopía Pragmática, Pancho! La confianza radical de Fides, el wu
wei de Logos, el mapa psicoespiritual de Psique... ¡Todo converge!

He secularizado el mito. La fe es un acto existencial de confianza
en el potencial humano. ¿No es sublime?
El viento agitó las hojas de un roble centenario. Don Pancho siguió
observando la superficie rojiza del vino. El jardín, ajeno a la
efervescencia intelectual, ofrecía la eterna calma de lo simple. Era
la realidad la que mordía suavemente los talones de la abstracción.
DON PANCHO: Sublime, lo que se dice sublime, no sé. A mí me
parece que te has montado una teología sin Dios, un sermón sin
púlpito y un pastor que eres tú mismo. Vamos, lo que mi abuela
llamaba "hacer de la necesidad, virtud", pero con muchos libros. ¿Y
todo esto para no echarte a llorar como un hombre normal cuando
se te fue la chica?
DON SAPIENTE: (Se ofende levemente). No reduces esta catarsis
intelectual a una mera cuestión sentimental. Fue una disonancia
cognitiva que he resuelto reinterpretando textos sagrados a través
del humanismo existencial y la antropología filosófica
feuerbachiana.
DON PANCHO: (Corta una loncha de queso con calma). A ver si lo
entiendo. En vez de rezar el "Señor, es mi pastor", ahora te dices a
ti mismo: "Mi superyó es mi pastor, nada me falta; en verdes
praderas de autosuficiencia me hace reposar". Tiene su mérito, eso
de autoinvitarte a tu propia mesa frente a tus adversarios. ¿Y la
copa que rebosa es esta? (Levanta su vaso).
DON SAPIENTE: (Frunce el ceño, pero una sonrisa asoma en sus
labios). Tu socarronería, Pancho, es el "principio de realidad" que
siempre acaba con mis "principios del placer" intelectual. Pero sí,
en esencia, he descubierto que el conocimiento, sin la conexión
humana, es estéril.
El sol se movía lentamente en el cielo, marcando el paso ineludible
del tiempo, mientras el diálogo se convertía en un delicado duelo
entre la cabeza y el estómago.

DON PANCHO: (Asiente con una sonrisa pícara). Eso sí que es
verdad. Y ya que hablas de conexión humana y de que el saber sin
territorio es un mapa estéril... este queso de La Serena está divino.
¿Pruebas un poco de "realidad pragmática"? Le dará un sustento
terrenal a tu utopía.
DON SAPIENTE: (Suspira, derrotado y aliviado. Se sienta junto a
su amigo). Bueno, Pancho. Tal vez el "acto existencial de confianza
radical" más profundo sea creer que este queso no me va a sentar
mal.
DON PANCHO: (Le pasa la tabla). Amén, hermano. Amén. O como
diría tu nuevo credo: "¡Hágase tu digestión!".
(Y así, entre risas y queso, la gran transformación existencial de
Don Sapiente encontró su más humilde y perfecta aplicación
práctica).

Tríptico simbólico
En una pausa de su rutina, el profesor
Sapiente se refugió en su estudio.
Tres imágenes arquitectónicas —la
catedral, el templo sintoísta y el puente—
que revelan distintas formas de entender la
existencia.

CAPÍTULO 10
Donde se expresa la manera peculiar de pensar de Don Sapiente. El texto
sigue un tríptico simbólico compuesto por tres imágenes arquitectónicas —la
catedral, el templo sintoísta y el puente— que revelan distintas formas de
entender la existencia. La Catedral representa la esclavitud a una esencia
impuesta: la búsqueda de un sentido trascendente prefabricado que alivia la
responsabilidad de crear el propio ser. El Templo Sintoísta encarna la nada y
el vacío como posibilidad pura: la libertad absoluta que surge de no tener
identidad fija. El Puente simboliza el acto de elección y compromiso
auténtico, el gesto de proyectarse en el mundo como creador de sentido
propio.

Un Tríptico de reflexión: la negación de la libertad
Una vez que la Utopía Pragmática existencial se hubo forjado
como método para sanar su herida, Don Sapiente buscó anclar esa
'confianza radical' en metáforas universales. En una pausa de su
rutina, el profesor Sapiente se refugió en su estudio. Allí, contempló
tres bocetos que había dibujado: una catedral gótica, un puente y
un templo sintoísta. Al observarlos, su mente se llenó de la
compleja manera en que el ser humano intenta constantemente
negar su propia libertad a través de las grandes construcciones
culturales.
Al mirar la Catedral, pensó: "Esto es el arquetipo de la Esencia
Impuesta. Simboliza la búsqueda desesperada de una estructura
trascendente, un significado divino que precede a nuestra
existencia individual. Es la gran coartada de Occidente, el intento
de asegurar que hay un plano preescrito para el ser humano.
Refleja la mala fe de la civilización: el refugio en la Ley, la
Geometría perfecta y el 'sentido' para no tener que asumir la
aterradora responsabilidad de inventarse a sí mismo." La pregunta
resonó en el aire: ¿Cuánta autenticidad se sacrifica en nombre de
esta rigidez arquitectónica?
Afuera, el tráfico seguía su curso con una monotonía aplastante. El
ruido de los motores se elevaba hasta el estudio, un eco sordo de
la vida que se vive bajo estructuras y horarios. Don Sapiente sentía
el peso de esas miles de vidas, cada una buscando la comodidad
de una respuesta ya dada, una nave gótica donde el individuo era
solo un ladrillo devoto.
Sus ojos se desviaron hacia el Templo Sintoísta. "El templo,"
reflexionó, "es el emblema de la Nada que somos. Carece de
estructura monumental; más bien, integra la divinidad en la
naturaleza animista, celebrando lo efímero, lo cambiante. Este
pensamiento remite al no-yo budista: no hay un 'ser' fijo, sino un
fluir constante con el entorno. Nos recuerda al vacíoen el centro de
la existencia, el hecho de que somos pura posibilidad abierta, no

una cosa definida. La conjunción del animismo sintoísta con la
noción del vacío budista es un recordatorio incómodo: si no somos
nada, somos libertad absoluta que se proyecta momento a
momento en el mundo contingente." Aquí sentía la punzada de la
angustia existencial más pura; la inmensidad del vacío y la
responsabilidad de la elección lo abrumaban.
El aire del estudio se hizo extrañamente ligero, como si las paredes
se hubieran desvanecido para revelar un campo de arroz bajo la
niebla. El vacío no era la ausencia, sino el potencial. En esa
quietud, el filósofo rozó el vértigo: ser capaz de serlo todo
significaba, paradójicamente, no ser nada aún.
Finalmente, su mirada se posó en el Puente. "El puente,"
concluyó, "no es un mero símbolo de conexión, sino la metáfora de
nuestro Proyecto Personal. Es el acto de elección, el ejercicio
de trascender el aquí y ahora para lanzarnos hacia una posibilidad
futura. El puente no tiene esencia previa, su ser es su función, su
acto de ser tendido hacia el otro lado. Representa
el compromiso libremente asumido que nos rescata del vacío. Mi
tarea no es conciliar filosofías, sino asumir mi propia elección de
ser el puente entre lo que fui (las ideas) y lo que seré (la acción).
Es el esfuerzo por vivir en autenticidad, creando mi propio
significado a cada instante."
El Despertar y el Grito de la Autenticidad
Al unificar estas tres imágenes, el Profesor Sapiente sintió que la
niebla de su confusión se disipaba. No porque encontrara por fin
una Verdad Universal, sino porque aceptaba la ausencia radical de
ella.
"La catedral (Esencia) y el templo (Nada) representan las dos
trampas de la mala fe: el refugio en un orden externo o la
disolución en una pasividad sin compromiso. Mi único camino es
ser el Puente (Proyecto), la elección constante y angustiosa de

edificar mi significado personal. La sabiduría genuina no
se descubre, sino que se inventa en el acto de vivir
con responsabilidad radical."
Se desplomó en su butaca, rodeado por el silencio de su
biblioteca. "Quizá," pensó, "el conocimiento sin el valor de la
elección solo sirve para multiplicar las excusas." Comprendió que
su misión no era acumular erudición, sino actuar, forzando esa
libertad al límite.
La madera de la butaca crujió bajo su peso, un sonido seco que
rompía el silencio, como el crujido de la decisión. La piel de gallina
le recorrió los brazos. Era la sensación física de la libertad, tan
abrumadora como un dolor.
Completamente entregado a este nuevo imperativo, el Profesor
Sapiente sintió que había llegado el momento de asumir
completamente su ser. La vida en los claustros ya no le bastaba;
era un conocimiento sobre el mundo, no un ser en el mundo. Era
imperativo llevar esas verdades a los caminos polvorientos, allí
donde la existencia se revela únicamente en el acto.
Y así, impulsado por la necesidad de ser auténtico y de escapar
de la mala fe de la academia (donde la vida se analiza en lugar de
vivirse), tomó la decisión más profunda y libre que había concebido.
Le pareció indispensable, tanto para el aumento de
su autenticidad como para el servicio del mundo (al ofrecer un
ejemplo de existencia asumida), transformarse en un paladín del
saber. Decidió emprender una cruzada existencial para obligar a
las mentes ajenas a confrontar su propia libertad, a desmantelar los
roles que la sociedad les había impuesto, y a elegir su propio ser.
Se imaginó coronado por el valor de sus ideas y de su acción, no
como un sabio encerrado en un mausoleo de libros, sino como
un hombre que se atrevió a ser él mismo

EL CRUCE DE CAMINOS (Y DE SENTIDO COMÚN)
(Don Sapiente, transfigurado por su revelación del tríptico
arquitectónico-existencial, sale a los jardines de la universidad con
la determinación de un iluminado. Don Pancho está, cómo no,
sentado en un banco, esta vez intentando que un lagarto se coma
un trocito de chorizo).
DON SAPIENTE: (Con voz tonante) ¡Pancho! ¡El velo se ha
rasgado! He visto los tres caminos: la Catedral de la Esencia
Impuesta, el Templo del Vacío y... ¡el Puente! He elegido ser el
Puente. Debo lanzarme al mundo, ser auténtico, forjar mi
significado en el yunque de la acción. ¡La vida en los claustros es
una mala fe académica!
DON PANCHO: (Sin apartar los ojos del lagarto, que ignora el
chorizo) A ver, tranquilízate, Friedrich Nietzsche. Que con ese
fervor casi parece que vas a salir a patrullar los caminos
polvorientos repartiendo folletos sobre la "angustia de la libertad".
¿Y qué come un Paladín del Saber Existencial? ¿Austeridad y
significados puros? Porque yo he traído chorizo.
DON SAPIENTE: (Dramático) ¡No se trata de comer, Pancho! Se
trata de trascender. La Catedral es la trampa del dogma, el Templo
la trampa de la pasividad... Yo debo ser el Proyecto. ¡El acto de
elegir!
DON PANCHO: (Por fin mira a Sapiente) O sea, que después de
darle mil vueltas a tres dibujitos, has decidido que la solución es...
hacer algo. Qué revolucionario. Yo a eso le llamo "levantarse del
sillón". Pero tú, claro, le pones mayúsculas: El Acto de Levantarse
del Sillón.
DON SAPIENTE: (Herido en su orgullo filosófico) Es mucho más
que eso. Es una cruzada existencial para liberar a los demás de
sus roles impuestos. Debo obligarles a confrontar su libertad.
DON PANCHO: (Se rasca la barbilla) Ya. Suena un poco...
intrusivo. ¿Vas a ir por ahí agarrando a la gente por las solapas y

gritándoles "¡Eres pura posibilidad abierta, abraza el vacío!"? Te
van a tomar por un loco del tres al cuarto. O por un vendedor de
seguros muy, muy malo.
La sombra de un ciprés se alargaba sobre el césped, volviendo
más íntimo el rincón. El lagarto, ante la vehemencia de Don
Sapiente, se había deslizado bajo la piedra. Hasta la naturaleza
prefería la discreción.
DON SAPIENTE: (Su entusiasmo se agrieta ligeramente) Bueno...
la metodología está por pulir. Pero el principio es sólido. ¡Es la
autenticidad!
DON PANCHO: Mira, Sapiente. Tu "Puente" está muy bien. Pero
un puente, para ser útil, tiene que tener los dos pies bien puestos
en la tierra. En ambas tierras. No puede estar flotando en el éter de
las ideas grandiosas. (Señala el lagarto, que por fin huye). Mira, el
bicho. Él no piensa en catedrales ni en vacíos. Él es. Tiene hambre
o no la tiene. Es más auténtico que nosotros dos juntos.
DON SAPIENTE: (Mira al lagarto huir y luego su propio boceto del
puente. Una sonrisa lenta ilumina su rostro). Tal vez... tal vez mi
primera acción auténtica no deba ser una cruzada. Tal vez deba
ser... bajar del pedestal.
DON PANCHO: Eso ya es hablar. Y ya que estás bajando,
siéntate. Elige auténticamente entre chorizo o queso. Esa es la
elección existencial que de verdad importa a las doce del mediodía.
El aroma a embutido y tierra húmeda disolvió la grandilocuencia del
momento. La metafísica cedió el paso a la simple fisiología. El
hambre se impuso al 'ser-para-la-muerte' como la verdad más
urgente.
DON SAPIENTE: (Se sienta, derrotado y aliviado) Tienes un don
para reducir lo sublime a lo comestible, Pancho.
DON PANCHO: Y tú para complicar lo simple hasta necesitar un
mapa filosófico. Pasa el queso. Y recuerda: el puente más

importante es el que une tu cabeza con la realidad. Y a veces ese
puente se recorre mejor con un tentempié en la mano.
(Y así, la gran Cruzada Existencial se pospuso indefinidamente,
reemplazada por la mucho más urgente y satisfactoria tarea de
almorzar).
Se narra un intenso diálogo en la
biblioteca donde Don Sapiente 
Se describe el desafío inicial de Don
Pancho,

CAPÍTULO 11
Donde se narra un intenso diálogo en la biblioteca donde Don Sapiente
confronta la crítica humanista de Feuerbach con la crítica
ontológica del Budismo Zen (Sutra Lankavatara). Donde se describe el
desafío inicial de Don Pancho, quien asimila el concepto budista de la Matriz
del Tathagatado (luminosa, inmutable) con la "esencia objetivada" o Alma
Inmortal criticada por Feuerbach. Pancho sospecha que es la
misma proyección idolátrica, solo que con "diferente envoltorio". Donde se
concluye que el Humanismo (la liberación del dogma) es solo el umbral para
Don Sapiente. Ahora debe convertirse en el "Sapiente Existencial y Oriental"
que no solo acepta el potencial humano, sino que sabe que hasta la mejor
versión de sí mismo debe ser soltada. La iluminación final no es la conciencia
del Yo, sino la angustia liberadora del No-Ego.
El Vacío y el Café
Tras aceptar la angustia liberadora del 'Puente' —la elección auténtica
—, Don Sapiente se dedicó a confrontar las ideas que podían socavar
su nueva autonomía. Don Sapiente y Don Pancho están en la
biblioteca, rodeados de montañas de libros. Don Sapiente hojea un
antiguo sutra budista con expresión de iluminación, mientras Don
Pancho hojea un libro de Feuerbach con la misma pasión que otros
miran el catálogo de El Corte Inglés.
DON SAPIENTE: (Levantando la vista del sutra con dramatismo)
¡Pancho! Abandona un momento a tu amigo Ludwig y admira esta
jugada maestra del Buda. Esto es el game over de la filosofía
occidental.
DON PANCHO: (Sin despegar los ojos de Feuerbach) Un momento,
Salo. Estoy en la parte buena: "La conciencia de Dios es la conciencia
que tiene el hombre de sí mismo". ¡Esto es más claro que el agua de la
jarra! Nuestro amigo Ludwig lo deja todo atado y bien atado: Dios es
nuestro invento más genial.
DON SAPIENTE: Sí, sí, muy bonito, pero eso es el nivel principiante. El
Buda aquí va al nivel dios (nunca mejor dicho). Mira esto: "Matriz del

Tathagatado, luminoso y puro, originalmente prístino..." ¡Esto es la
esencia de la esencia!
El silencio de la biblioteca era denso, interrumpido solo por el susurro
de las páginas. Afuera, en los jardines, los pájaros cantaban ajenos a la
batalla milenaria entre el Yo y el No-Yo, entre el Padre Eterno y el
Vacío. Dos hemisferios cerebrales y dos hemisferios del mundo se
encontraban en una pequeña mesa de madera.
DON PANCHO: (Cierra el libro y se acerca con mirada de detective)
¡Ajá! ¿Ves? Hasta los budistas caen en lo mismo. Eso del
"Tathagatado" no es más que el "Alma Inmortal" pero con salsa de soja.
Cambian el nombre para que suene más exótico, pero es la misma gata
revolcada. Si le quitas el incienso, es el mismo perro con distinto collar.
DON SAPIENTE: Ahí está la genialidad, Pancho. El sutra mismo
anticipa tu objeción. Mira cómo el discípulo pregunta: "Oye, ¿esto no
será lo mismo que el alma de toda la vida?" ¡Es justo la pregunta que
acabas de hacer!
DON PANCHO: (Se rasca la barbilla) Pues si al final va a resultar que el
nirvana es como el cielo pero con cojines en el suelo, me quedo con
Feuerbach que por lo menos me deja conservar mi personalidad.
DON SAPIENTE: ¡Y ahí está el truco! El Buda responde: "No, amigo
mío, esto no es tu alma". Lo que propone es el Vacío, la ausencia de
esencia, el no-yo... ¡Es como si Feuerbach te diera las llaves del cielo y
el Buda te dijera que no molestes, que no hay nadie en casa!
Don Sapiente sintió un escalofrío en la nuca. Haber destronado a Dios
para coronar al Hombre era un alivio; destronar al Hombre era la
verdadera liberación, el salto al abismo sin red. La idea era limpia y
aterradora.
DON PANCHO: (Se endereza, fingiendo estar impresionado) ¡Vaya! O
sea que mientras el occidental quiere ser Dios, el oriental quiere dejar
de ser. Qué radical. Feuerbach nos dice: "Reconócete en Dios", y el
Buda nos suelta: "Reconócete que ni siquiera tú eres tú". Menudo jarro
de agua fría.

DON SAPIENTE: Exacto. Feuerbach me liberó de Dios, pero el Buda
quiere liberarme hasta de mí mismo. Es como pasar del "pienso, luego
existo" al "pienso que existo, pero quizás me equivoco".
DON PANCHO: (Dibuja un círculo en el aire y lo deja vacío) O sea,
resumiendo: Feuerbach: "Dios eres tú, acéptalo y sé feliz" Buda: "Ni
Dios eres tú, ni tú eres tú, relájate y disuélvete" Vaya opciones. ¿No
habrá un término medio? ¿Algo como "sé tú mismo, pero sin pasarte"?
DON SAPIENTE: (Tomando el sutra con solemnidad cómica) El juego
de espejos era más profundo de lo que pensaba, Pancho. No se trata
de elegir entre Dios y el hombre, sino entre la ilusión y... bueno, más
ilusión, pero ilusión consciente.
Una mancha de café seco en la mesa le recordó a Don Sapiente la
permanencia obstinada de lo material frente a la fluidez del Vacío. El
Sutra podía desmantelar el Yo, pero no la necesidad biológica de un
sorbo caliente.
DON PANCHO: (Sonríe y toma su libro) Bueno, tú sigue disolviéndote
en el Vacío cósmico. Yo voy a seguir siendo un yo bien consistente, que
alguien tiene que pedir los cafés y recordar dónde dejamos las llaves
del coche. El nirvana puede esperar, pero el desayuno no.
Don Pancho se levanta y hace una reverencia teatral hacia Don
Sapiente, que sigue absorto en el sutra, antes de salir en busca de café
y realidad tangible.

Un diálogo humorístico y profundo
Confronta el Humanismo occidental que
glorifica el esfuerzo y el "Ser" individual
con la filosofía oriental
CAPÍTULO 12
El capítulo presenta un diálogo humorístico y profundo entre Don Pancho, el
pragmático escéptico, y Don Sapiente, el intelectual deleitado, sobre el Tao
(Lao-Tse), el Vacío (Buda) y la Crisis del "Hacer" occidental. El capítulo
confronta el Humanismo occidental que glorifica el esfuerzo y el "Ser"
individual con la filosofía oriental que aboga por la disolución del ego y
la productividad a través de la inacción (No-Ser), concluyendo que la verdad
última es inefable, inmaterial y más útil precisamente por ser un Vacío.
El Tao, el Vacío y la Crisis del "Hacer"
Habiendo llevado el debate de Feuerbach al Vacío budista, la
conversación entre el humanista y el pragmático se movió hacia las
consecuencias prácticas de la inacción oriental. El aire en la biblioteca

había pasado de espeso a directamente metafísico. Don Pancho
sostenía el Tao Te King como si fuera un manual de instrucciones de un
mueble sueco, pero escrito por un poeta con sueño.
DON PANCHO: (Leyendo con escepticismo creciente) "El Tao que
puede ser expresado no es el verdadero Tao." Vamos, Salo, esto es el
colmo. Si Feuerbach, el alemán, me desmontó a Dios para darme a mí
mismo, y Buda, el iluminado, me desmontó a mí mismo para darme el
vacío... ahora llega el señor Lao-Tse y me desmonta hasta las palabras.
¡Me está dejando en paro lingüístico! ¿Su gran revelación es que lo
importante es lo que no se puede decir? ¡Eso lo dice mi sobrino de tres
años después de hacer un dibujo abstracto!
DON SAPIENTE: (Frotándose las sienes con deleite intelectual) ¡La
identidad misteriosa, Pancho! ¡Ahí está la clave! Mira, Feuerbach nos
dio el chasco: Dios era nuestro marketing personal. Pero el Tao viene y
dice: "Muy bonito, pero esa es solo la versión con nombre, la de
catálogo. La buena, la que no tiene fallos, es la versión sin nombre, la
que no se puede empaquetar." Lo que para Feuerbach es la esencia,
para el Tao es solo el muestrario.
DON PANCHO: O sea, resumiendo: Feuerbach me dice "despierta y sé
tu propio jefe". Y el Tao me suelta: "despierta, pero de la idea de que
tienes un jefe, un empleado o incluso una empresa. Ahora flota en la
incertidumbre". Es el coachingexistencial llevado a sus últimas
consecuencias. Un dos por uno.
DON SAPIENTE: ¡Exacto! El Vacío budista y el Tao sin nombre son
como primos filosóficos. Los dos son eso que no puedes meter en una
caja, ni siquiera en una caja etiquetada como "Yo mismo premium". Y
ahora, mira el truco de magia final, la estrofa once. ¡La utilería del vacío!
(Don Sapiente agarra el libro con dramática fruición)
DON SAPIENTE: (Leyendo como un profeta en el metro) "Treinta radios
convergen en el centro de una rueda, pero es el vacío en el centro lo
que la hace útil..." ¿Lo captas, Pancho? ¡El vacío no es un agujero, es
un empleado! ¡Es el becario invisible que hace que todo funcione!

El polvo flotaba en el rayo de sol que entraba por la ventana, partículas
diminutas bailando en una inacción perfecta, haciendo visible lo
invisible, como la misma utilidad del Vacío.
DON PANCHO: (Rascándose la cabeza con el lápiz) Esto... me crea un
conflicto laboral con mi cerebro. Yo, que soy un hombre práctico, me
centro en el Ser: en la rueda, en el ladrillo, en la acción. En HACER
cosas. Y ahora este sabio chino me dice que el secreto está en el NO-
SER. Es como si mi fontanero, en lugar de arreglarme el grifo, me diera
una conferencia sobre la naturaleza acuática del universo y se fuera.
¡Yo quiero el grifo funcionando!
DON SAPIENTE: ¡Ahí está la disonancia definitiva! Tu pragmatismo te
lleva al Humanismo: "Hombre, sé tu propia esencia y actúa". Pero el
Tao te susurra: "Hombre, deja de ser tu esencia y deja de actuar con
tanto esfuerzo... así serás más efectivo". Es el Wu Wei: la productividad
a base de no-producir. ¡Es la antítesis de la lista de tareas!
El silencio se prolongó. Don Pancho observó el lápiz en su mano: un
objeto de madera que solo era útil por el espacio que dejaba entre las
ideas que escribía. La inacción del lápiz entre trazos, el vacío en el
centro de la rueda... la analogía se anclaba en la terrenalidad de la
biblioteca.
DON PANCHO: Vamos a ver si lo entiendo. Hemos hecho un tour por
las grandes ideas: Feuerbach (Occidente): "Toma, sé responsable de tu
Ser. Aquí tienes la llave de la fábrica de ti mismo. A trabajar." Buda
(Oriente 1): "Liberación de tu Ser. La fábrica de ti mismo era una ilusión.
Aquí tienes un certificado de jubilación existencial." Lao-Tse (Oriente 2):
"Efectividad a través del No-Ser. No hagas, y así todo se hará. La
fábrica funciona mejor si el gerente se va de vacaciones."
DON SAPIENTE: Y la estrofa X lo remata: "Engendrar sin apropiarse,
obrar sin pedir nada..." Es la disolución total del ego. El humanismo
occidental, al glorificar la "esencia humana", todavía te deja un yo del
que presumir. El Tao, como Buda, te lo borra de un plumazo y te dice:
"Tu nuevo yo es un fantoma eficiente".

LA CONCLUSIÓN (O LA NO-CONCLUSIÓN)
DON PANCHO: (Cierra el libro con un golpe que hace temblar el polvo
de los siglos) Entonces, Don Sapiente, aquí nos plantamos. Hemos
desmontado a Dios con un alemán y el Alma con dos orientales. El
balance final es...
DON SAPIENTE: ...que la verdad sobre el universo y sobre nosotros es
algo que no se puede nombrar, poseer, ni forzar. Lo que me enseñaron
de niño era tener fe en un Ser. Y ahora, mi nueva y mejorada fe, es
tener fe en el No-Ser. En el Vacío. Es como cambiar un Ferrari por un
garaje vacío, pero con la promesa de que ese garaje es más útil que el
coche.
DON PANCHO: (Suspira, mirando sus manos callosas) Mi crisis ya no
es de fe, Salo. Es de productividad. Mi pragmatismo me grita: "¡LLENA,
CONSTRUYE, HAZ!". Y la sabiduría oriental me susurra: "Cállate y deja
que el vacío haga el trabajo". Es la disonancia entre el albañil y el
poeta. ¿Cómo se supone que arregle el fregadero con estas
instrucciones?
DON SAPIENTE: (Sonríe con una paz que bordea lo exasperante) La
transformación está completa, Pancho. Ya no somos cristianos, ni
humanistas... somos dos tipos en la puerta del Misterio, sin llave y sin
saber si la puerta existe. El viaje no era para encontrar la respuesta,
sino para darnos cuenta de que la mejor respuesta es la que no se
puede expresar. Ahora, si me disculpas, voy a no-hacer nada de
manera extremadamente útil.
El Opio, el Pueblo y la Biblioteca Cerrada
DON SAPIENTE: (Cierra el libro de Marx con un golpe que hace
temblar los estantes) ¡Pancho, esto es el remate final! Feuerbach me
dijo que Dios era un selfie mío mejorado. Los orientales me dijeron que
el que se hizo el selfie ni siquiera existe. ¡Y ahora llega este señor Marx,
con sus patillas de león, y me dice que el selfie era un montaje
publicitario pagado por el sistema! ¡Que mi crisis espiritual en realidad
era un problema de plusvalía!

DON PANCHO: (Hojeando sus notas llenas de garabatos y manchas de
café) O sea, que el círculo se cierra con llave marxista. Mientras el
alemán nos saca a patadas del cielo y nos planta en el barro de la
fábrica. Y suelta la frase: "La religión es el opio del pueblo". Vamos, que
lo que yo llamaba "fe", era en realidad el porro celestial de los
oprimidos. ¡Y mi comunión era un colocón!
DON SAPIENTE: ¿No es liberador? Si la religión es el "alivio ilusorio" y
el "suspiro de la criatura oprimida", entonces mis novenas de niño no
eran diálogos con la divinidad, ¡eran la queja del becario explotado del
universo! Mi fe no era virtud, era sintomatología. ¡Tenía el síndrome del
burnout espiritual!
DON PANCHO: Pero el truco está en lo que sigue. El tipo no se queda
en decir "estás drogado". No, no. Dice que curar la resaca religiosa es
solo el primer paso. El problema de verdad no es el cielo, ¡es que en la
tierra vivimos en un teatro del revés! "La crítica del cielo se transforma
en crítica de la tierra." O, en cristiano: deja de mirar las nubes y arregla
el gotero del fregadero.
El aire, que antes olía a papel añejo y misticismo, ahora parecía
cargado de pólvora y de la urgencia del hormigón. La brisa que entraba
por la ventana ya no era la fluidez del Tao, sino el aliento pesado de la
ciudad industrial. La abstracción se había chocado de frente con la
calle.
DON SAPIENTE: ¡Esa es mi disonancia final, Pancho! Yo que empecé
esto buscando mi "Yo Auténtico" o disolviéndome en el Vacío
Cósmico... ¡y ahora me dicen que ni siquiera puedo empezar mi viaje
interior hasta que no arregle la fontanería social! Que mi iluminación
personal puede esperar, que hay que hacer la revolución primero. Es
como si en plena meditación te llegara el casero a reclamar el alquiler.
DON PANCHO: Al final, el pragmatismo gana por knock-out. El budista
te dice: "Abandona el mundo y encuentra la paz en la nada". El taoísta:
"Fluye como el agua que no hace nada". Y Marx, el alemán, suelta:
"Abandonad la ilusión, sí, pero para coger la llave inglesa y apretar las
tuercas del mundo real". Es el "hazlo" de Nike, pero con teoría de la
plusvalía.

LOS TRES CAMINOS DEL DESENGAÑADO (O CÓMO VOLVERSE
LOCO CON ESTILO)
DON SAPIENTE: Es alucinante. Los tres caminos se separan justo
después de decir todos "Dios ha muerto". Feuerbach (El Coach): "Dios
ha muerto. ¡Viva tú! Tu tarea: hacerte un coaching a ti mismo."
Buda/Tao (Los Terap
Don Pancho se quita las gafas y las
limpia con un pañuelo,
La Transformación Política de la Crisis
Existencial de don Sapiente
CAPÍTULO 13
Donde se expone una conclusión y un giro del eje de la discusión, pasando
de la crítica existencial a la Revolución Anarquista a través de la figura
de Bakunin. La Transformación Política de la Crisis Existencial: Don Pancho
y Don Sapiente coinciden en que la duda teológica (discutida en capítulos
anteriores) era solo la punta del iceberg. Bakunin revela que Dios no es solo
una creencia a purificar, sino el Primer Tirano y la justificación moral e
institucional del Estado y la opresión. La crisis existencial se convierte así en
una crisis política y social que exige la acción.

El dilema del 'No-Ser' y el 'Hacer' se resolvió con la irrupción del
materialismo dialéctico, exigiendo a Sapiente que su crisis
existencial se convirtiera en guerra social.
(Don Pancho se quita las gafas y las limpia con un pañuelo, con
aire de quien prepara el remate final)
DON PANCHO: Así es, Salo. Mientras usted buscaba esencias en
las alturas, el verdadero drama estaba en el sótano. Freud nos
mostró el mecanismo del teatro, Marx el precio de la entrada y
Bakunin... (se pone las gafas lentamente) ah, Bakunin viene con un
hacha para cortar el telón.
DON SAPIENTE: (Paseando con manos en los bolsillos) Es el
desenlace lógico, ¿no? Si Dios es el Primer Tirano, entonces la
teología es el manual del opresor. Mi crisis existencial acaba de
volverse política. Y lo peor es que tiene razón: he estado
discutiendo con el mayordomo mientras el dueño de la plantación
me explotaba.
DON PANCHO: (Sonrisa torcida) Qué elegante suena eso: "crisis
existencial". Bakunin lo llamaría cobardía intelectual. Usted quería
purificar a Dios, no darse cuenta de que estaba limpiando la
escopeta que luego usarían contra usted.
La atmósfera de la biblioteca, antes un refugio intelectual, se había
vuelto la antesala de un juicio sumario. La luz, al filtrarse por el
vidrio, parecía dibujar barrotes en el suelo. Don Sapiente sintió el
peso de sus años dedicados a la teoría como el peso de una
cadena recién descubierta.
DON SAPIENTE: (Se detiene bruscamente) ¡Es que es tan
tentador quedarse en la teoría! La disonancia cognitiva es mucho
más cómoda cuando es solo cognitiva. Pero Bakunin no acepta
monedas de pensamiento puro - exige acción.

DON PANCHO: (Abre los brazos como mostrando lo obvio) Claro.
Si Dios es el enemigo de la libertad humana, entonces seguirle el
juego - aunque sea críticamente - es complicidad. Su "búsqueda
espiritual" era el equivalente filosófico de reordenar los muebles en
la celda.
DON SAPIENTE: (Se sienta pesadamente) Así que aquí estamos.
De la meditación trascendental a la revolución social. De buscar a
Dios a tener que...
DON PANCHO: (Terminando la frase con dulzura
venenosa) ...asesinarle. Al menos conceptualmente. Aunque
Bakunin no sería tan tímido con las metáforas.
DON SAPIENTE: Es curioso. Pasé años temiendo que Dios me
castigara por dudar, y ahora resulta que debería castigarle a Él por
existir. La ironía es tan perfecta que casi duele.
DON PANCHO: Bienvenido al ateísmo militante, Salo. Donde la
paz espiritual se cambia por la mala leche productiva y la oración
por la dinamita intelectual. Al menos no se aburrirá.
(Don Sapiente mira fijamente el libro de Bakunin, con una sonrisa
que mezcla el terror y la liberación)
DON SAPIENTE: Supongo que mi próxima disonancia será decidir
si empezar por derrocar metáforas o tiranos reales.
DON PANCHO: (Le da una palmada en la espalda) Empiece por
pagar la cuenta del café. Hasta la revolución hay que ser
pragmático.
Satanás como el Sol Real
DON PANCHO: Esto cambia la naturaleza de nuestra búsqueda. Si
la religión es la mentira institucionalizada que sustenta el Estado
("envenenadores sistemáticos, los embrutecedores interesados de
las masas populares"), entonces la "verdad del más acá" (Marx) no

es solo una crítica, es una guerra. ¿Y dónde queda ahora su "Sol
Real"?
DON SAPIENTE: Mi "Sol Real" es la Libertad. Y el camino hacia
esa libertad está pavimentado con la desobediencia y la ciencia. El
acto más humano y más moral es el que me prohibió Dios en el
Jardín: comer del fruto de la ciencia.
Feuerbach me dio la Conciencia. Buda/Tao me dieron la fuerza
personal y cósmica. Marx me dio la Acción Social.Freud me dio
la Vigilancia Psíquica. Bakunin me da la Justificación Moral para la
Rebeldía.
La síntesis fue abrupta. Las voces de los filósofos, antes en un
murmullo académico, ahora gritaban al unísono una sola palabra:
¡Acción! Don Sapiente sintió el alivio de dejar la ambigüedad por el
imperativo categórico de la calle.
DON PANCHO: El resultado de este "lavado de cerebro" filosófico,
Salo, es que usted se ha convertido en un anarquista ético. Ha
cambiado la fe en el Hijo de Dios (Jesús) por la fe en el Hijo del
Conocimiento (Satanás, el Libre-pensador).
DON SAPIENTE: Sí. El "superhombre" que buscaba en el cielo
(según Feuerbach), y el "yo auto-existente" que la mente
proyectaba (según Freud), son finalmente reemplazados por
el Hombre Auténtico: aquel que desobedece al déspota y abraza la
dignidad y la libertad humanas imprimiendo el sello de la ciencia en
su frente.
DON PANCHO: (Sonríe ligeramente) Y como pragmático, tengo
que preguntarle, Don Sapiente: Ahora que ha arrojado la cadena y
ha declarado la guerra a Dios, al Estado y a la Ilusión... ¿cuál es
su primer acto de desobediencia?
DON SAPIENTE: Mi primer acto de desobediencia será mi próxima
lectura. Dejaré el análisis de los sistemas y buscaré cómo aplicar
esta ciencia y esta libertad a la vida que tengo delante. La crítica de

la teología ha terminado. La construcción de la política y de la
ética comienza.
La Cátedra del Desengaño: Humanismo, Libertad y Vacío
DON SAPIENTE (SALOMÓN): Buenos días. Hoy no vamos a
memorizar doctrinas, sino a desmantelarlas. Durante siglos, la
humanidad vivió bajo el "Sol Ilusorio" de la religión. Hemos visto
cómo la crítica filosófica, desde el humanismo de Feuerbach hasta
el anarquismo de Bakunin, ha roto esa ilusión. Mi objetivo hoy es
que ustedes, como la nueva generación, comprendan
las cadenas que han roto y la responsabilidad que ahora tienen.
ESTUDIANTE 1 (ANA): Profesor, si Dios es solo nuestra esencia
humana proyectada (Feuerbach), ¿por qué molestarse en ser
"bueno" si no hay un castigo o una recompensa eterna? ¿No nos
deja el humanismo en un vacío moral?
DON SAPIENTE: Excelente pregunta, Ana. Es la angustia
existencial. Cuando rompemos la cadena, sentimos el frío del
vacío. Pero ahí está la gran virtud del desengaño. Si Dios no nos
hace buenos, ¿quién lo hace? Ustedes lo hacen. El vacío moral no
existe; existe el vacío de la obediencia. La moralidad es ahora un
acto de creación autónoma. Son ustedes quienes deben instaurar
la justicia y la bondad, no por un premio celestial, sino porque son
las únicas flores reales en este "valle de lágrimas" (Marx). Su valor
moral es la protesta más efectiva contra un "mundo sin corazón".
Recuerden la lapidaria sentencia de Dostoievski: "Si no hay Dios,
todo está permitido." Pues yo les digo: "Si no hay Dios, todo debe
ser permitido, excepto aquello que niega la dignidad humana." Esa
es la nueva ley.
Ana asintió, pero la línea de sus labios delataba la inmensidad del
peso que acababa de caer sobre sus hombros. La liberación venía
con el precio de la responsabilidad total, y el silencio en el aula era
la medida exacta de esa nueva e incómoda autonomía.

ESTUDIANTE 2 (MARCOS): Pero, profesor, si llevamos eso más
lejos, el Buda y Lao-Tse dicen que hasta nuestra propia "esencia" o
"alma" es una ilusión que debemos trascender. Si no soy mi
esencia ni tengo un alma permanente, ¿quién es el que está
actuando con esa autonomía? ¿Qué queda de mí?
DON SAPIENTE: (Sonríe, adoptando un tono más oriental) ¡El
dilema del No-Ego! Han entendido que la crítica de la religión no se
detiene en Dios, sino en el Yo. El humanismo occidental
(Feuerbach) glorifica al Ser; el oriental (Tao, Budismo) celebra
el No-Ser. Lo que queda de ustedes no es una cosa estática (un
alma, un Atman), sino la Conciencia Vigilante. Ustedes son
la utilidad del vacío (Lao-Tse). Ustedes son el carro, y es el espacio
desocupado de su mente, libre de apegos e ilusiones (Freud), lo
que les permite moverse con flexibilidad y no-dominación (wu wei).
La bondad, en este sentido, no es una cualidad poseída, sino
un fluir sin esfuerzo.
ESTUDIANTE 3 (LAURA): Si todo es ilusión —la religión, el alma,
incluso nuestra ciencia es sospechosa (Freud)—, y si la religión es
un "opio" que enmascara la miseria social (Marx), ¿no deberíamos
dejar los libros y salir a la calle a "arrojar la cadena" (Marx) y hacer
la revolución (Bakunin)? ¿No es la acción política el único camino
moral que queda?
DON SAPIENTE: La acción es vital, Laura. Marx y Bakunin nos han
enseñado que la crítica del cielo es inútil si no va acompañada de
la crítica de la tierra. No podemos ser contemplativos si somos
cómplices del "estado de cosas embrutecido."
Don Sapiente recorrió con la mirada el aula, su gesto era el del
pastor que ha guiado a sus ovejas fuera del redil, solo para
encontrarse con una manada de lobos. El peligro de la acción ciega
era tan real como el de la fe ciega.
Sin embargo, recuerden la advertencia de Bakunin sobre el tirano,
y la de Freud sobre la ilusión. Si ustedes hacen la revolución con

un ego sin criticar (sin la vigilancia budista/freudiana) y con
el mismo espíritu de dominación del viejo Dios ("guía sin dominar" –
Tao), solo estarán reemplazando una tiranía por otra. El déspota
con corona será reemplazado por el déspota con la bandera de la
ideología. La verdadera liberación exige que "el esclavo en su
cadena se sienta como un dios" (Bakunin) antes de tomar las
armas, porque de otra forma, solo cambiará de amo.
ESTUDIANTE 4 (DAVID): Entonces, ¿cuál es el punto de
equilibrio? ¿Cómo se vive siendo un "humanista iluminado
existencial" en el siglo XXI?
DON SAPIENTE: Su tarea es la más difícil de todas: Vivir
conscientemente en la sospecha y actuar sin
dogmas.Conocimiento Existencial (La Misión): Su deber es
seguir comiendo del fruto de la ciencia (Satanás, el emancipador)
para desmantelar la ilusión, tanto la externa (política) como la
interna (psique). La verdad no está dada; es un proyecto. Moralidad
Autónoma (La Brújula): Reemplacen la obediencia a la Ley Divina
por la responsabilidad total. Su dignidad es el único valor absoluto.
Como dijo el filósofo al despedirme: "Ocúpate de tu propia
divinidad." Acción No-Dogmática (La Praxis): Cuando "establezcan
la verdad del más acá," háganlo con la humildad del No-Ego.
Luchen contra los Napoleón III de su tiempo (Bakunin), pero sin
apropiarse, sin pedir nada, y sin dominar (Tao).

Donde se concluye que Salomón abraza
con orgullo los "errores" condenados por
el texto: la primacía de la Razón y
la Interpretación Personal.
Salomón declara su soledad
autoimpuesta: "Mi razón es ahora mi
único Magisterio."
Contraste: egolatría y humildad
Don Sapiente riendo con arrogancia y
Don Pancho, llorando con sinceridad.

CAPÍTULO 14
Donde se describe la confrontación central: el texto condena la elevación de
la Razón y la Inteligencia Humana como único criterio de verdad, atribuyendo
esta tendencia (que incluye a la Ilustración y la Reforma Protestante) a la
obra del Anticristo. Pancho acusa a Salomón de ser la encarnación viva de
esa profecía. Donde se concluye que Salomón abraza con orgullo los
"errores" condenados por el texto: la primacía de la Razón y la Interpretación
Personal. Su alma, antes dividida por el desengaño, se ha unificado bajo la
bandera de su propio intelecto. Don Pancho lo deja con una advertencia final
sobre la soledad, mientras Salomón declara su soledad autoimpuesta: "Mi
razón es ahora mi único Magisterio."
La Profecía del 666 y el Ataque a la Fe
Justo cuando Sapiente abrazaba la figura de Satanás (el Libre-
pensador) como su nuevo símbolo de libertad, el mundo de la fe
que había rechazado le devolvió el golpe. Días después del
anterior coloquio, Don Pancho, con un papel que le tiembla en las
manos (el texto que se adjunta), busca desesperadamente a Don
Salomón en el parque, encontrándolo absorto en un libro de tapa
negra —probablemente Nietzsche o Sartre.
Texto de Don Pancho, tomado de la 26ª edición italiana de unos
mensajes recibidos por un sacerdote a través de un fenómeno
llamado locución interior:
El 666, indicado dos veces —es decir, por 2— expresa el año
1332, mil trescientos treinta y dos. En este período histórico el
Anticristo se manifiesta con un ataque radical a la fe en la Palabra
de Dios. A través de los filósofos, que comenzaron a otorgar un
valor exclusivo primero a la ciencia y luego a la razón, se comenzó
a constituir gradualmente como único criterio de verdad la sola
inteligencia humana. De este modo nacen los grandes errores
filosóficos que se prolongan a través de la historia. La exagerada
importancia dada a la razón, como criterio exclusivo de verdad,
conduce necesariamente a la destrucción de la fe en la Palabra de

Dios. En efecto, con la Reforma protestante se rechaza la Tradición
como fuente de la Divina Revelación, aceptándose únicamente la
Sagrada Escritura. Pero también ésta debe ser interpretada por
medio de la razón, y se rechaza obstinadamente el Magisterio
auténtico de la Iglesia jerárquica, a quien Cristo ha confiado la
custodia del depósito de la fe. Cada uno queda libre de leer y
comprender la Sagrada Escritura según su interpretación personal.
Pero de esta manera, la fe en la Palabra de Dios resulta destruida.
Obra del Anticristo, en este período histórico, es la división de la
Iglesia y la consiguiente formación de nuevas y numerosas
confesiones cristianas, que gradualmente son impulsadas a una
pérdida creciente de la verdadera fe en la Palabra de Dios.
DON PANCHO: (Jadeando, localizando a Salomón) ¡Salomón!
¡Salomón! Tienes que ver esto. Tienes que leer esto. ¡Mira dónde
estás metido!
DON SALOMÓN: (Levanta la mirada, exasperado, sin dejar de
marcar una página del libro) ¿Qué es ahora, Don Pancho? ¿Más
lamentos por mi "viaje del héroe" hacia el ateísmo?
DON PANCHO: ¡No te burles! No es lamento; es advertencia. Un
amigo me ha hecho llegar esto... un texto de una revelación. Presta
atención. Dice: el 666, dos veces, es decir, por 2, expresa el año
mil trescientos treinta y dos. En ese periodo, dice el texto, el
Anticristo se manifiesta con un radical ataque a la fe.
DON SALOMÓN: (Sonríe, cerrando su libro) Numerología barata.
¿Y cuál es la manifestación de este "Anticristo" en el siglo XIV?
¿Un dragón?
DON PANCHO: ¡Peor! (Golpea el papel con el dedo) A través de
los filósofos, que comenzaron a dar exclusivo valor a la ciencia y
luego a la razón. Se tiende a constituir como único criterio de
verdad a la sola inteligencia humana. ¡Lo ves, Salomón! ¡Estás
viviendo una profecía de la Bestia!
El sol de la tarde se filtraba entre las hojas, y el aire era plácido,
contrastando con la vehemencia apocalíptica del mensaje. Don

Salomón sintió, sin embargo, un escalofrío fugaz, la extraña
satisfacción de ser el protagonista de un drama cósmico, aunque
fuese solo por un panfleto.
DON SALOMÓN: (Se reclina, sintiendo un escalofrío que disfraza
con superioridad intelectual) Ah. O sea que, para este texto, la
Ilustración, el Renacimiento, y el pensamiento moderno son la obra
del Mal. ¡Qué maravilla! Acaba usted de darme la prueba de que
elegí el lado correcto. Este texto no es una profecía; es el grito de
terror del Magisterio ante la libertad de la mente.
DON PANCHO: ¡Es la verdad! La importancia exagerada dada a la
razón lleva a la destrucción de la fe en la Palabra de Dios. Tú,
Salomón, tú que rechazas las bases de tus padres, eres el fruto
amargo de ese error. Has sustituido la Tradición por la sola
inteligencia humana.
DON SALOMÓN: ¡Y lo celebro! Si la Tradición consistía en
vendarnos los ojos ante la evidencia empírica, ¡entonces que se
pudra la Tradición! El existencialismo me obliga a ser honesto: no
hay verdad afuera; si no la creo yo con mi libertad y mi inteligencia,
no existe. Es la carga, y también la gloria, de ser humano.
El Escándalo de la Interpretación Personal
DON PANCHO: ¡Pero no termina ahí! Dice que esta manía de la
razón lleva a la Reforma Protestante —el rechazo del Magisterio—
y lo que es peor: "Cada uno es libre para leer y para comprender la
Sagrada Escritura, según su personal interpretación."
DON SALOMÓN: (Se tensa. Este punto toca directamente el
resentimiento por Esperanza). ¡Ahí está! El texto lo dice claro. El
gran crimen es la personal interpretación. Pero, dígame, Don
Pancho, ¿cuál fue la última autoridad que me quedó
cuando Esperanza hizo su personal interpretación de la vida y
decidió que su vocación anulaba mi existencia?

El recuerdo de Esperanza era como un vidrio roto en su alma, un
dolor que la lógica no podía suturar. En ese instante, la disputa
filosófica dejó de ser abstracta para volverse brutalmente personal.
DON PANCHO: La Iglesia...
DON SALOMÓN: ¡La Iglesia no me respondió! Solo me dio un mito
roto. La Fe es inútil si permite que, en nombre del Misterio, se
destruya la relación más significativa de mi vida. Me quedé sin
Magisterio, sin Tradición, sin esposa. ¿Qué me quedaba? Mi sola
inteligencia humana para reinterpretar todo.
DON PANCHO: (Agita el papel, desesperado) ¡Pero es la obra del
Anticristo, Salomón! Tu resentimiento ha sido instrumentalizado
para la división de la Iglesia en tu alma. ¡Tú eres la prueba de la
pérdida creciente de la verdadera fe!
DON SALOMÓN: ¡No! Soy la prueba de que el ser humano,
cuando se ve confrontado con el vacío, elige crear su propio
sentido. Usted lo llama "obra del Anticristo"; yo lo llamo
"autenticidad". Usted teme a la personal interpretación porque
destruye su comodidad; yo la abrazo porque me da mi
responsabilidad. Mi alma ya no está dividida; la he unificado bajo la
bandera de mi propia razón.
DON PANCHO: Entonces, rezas a tu propio intelecto. Que Dios te
ampare cuando ese intelecto se quede solo, como te quedaste tú.
DON SALOMÓN: (Se encoge de hombros, volviendo a su libro, su
rostro marcado por la soledad que acepta) Gracias, Don Pancho.
Pero no hay Dios para amparar. Solo estoy yo. Y mi razón es ahora
mi único Magisterio.
El diálogo ha confirmado la tragedia en el alma de Salomón. Al
adoptar el existencialismo, ha asumido exactamente los "errores"
que el texto profético condena: la elevación de la Razón sobre la
Revelación, la adopción de la Personal Interpretación sobre el
Magisterio, y la consiguiente división de la fe (en su caso, interna).

Para Don Pancho, Salomón no es solo un ateo, sino la encarnación
viva del plan del 666 para desmantelar la fe por vía intelectual, un
testigo de la historia cumpliéndose ante sus ojos. Salomón, en su
soledad autoimpuesta, ha creado un dios a su imagen: su propia
razón.
(Don Salomón se ha reclinado en el banco, abriendo de nuevo su
libro de tapa negra con un gesto de despedida final. Don Pancho lo
observa por un momento, la desesperación inicial en sus ojos se
enfría y se transforma en una chispa de lucidez burlona. Una
sonrisa tireda y ladeada se dibuja en su rostro.)
Un perro ladró a lo lejos, un sonido mundano que recordaba la
escala real de la existencia. Don Pancho guardó el papel, doblando
cuidadosamente la profecía, como si redujera la magnitud de la
Bestia a un asunto administrativo.
DON PANCHO: (Guardando el papel con una calma repentina, casi
ceremoniosa) Tiene razón, Don Salomón. Totalmente de acuerdo.
DON SALOMÓN: (Sin levantar la vista del libro, con fastidio)
¿Ahora? ¿Después de todo eso?
DON PANCHO: Sí. Ahora lo veo claro. Usted no es el Anticristo.
DON SALOMÓN: (Deja el libro sobre sus rodillas, mirándolo con
suspicacia) Me alegra que haya recobrado la cordura.
DON PANCHO: ¡Oh, no se equivoque! El Anticristo, según las
escrituras, es un ser de poder descomunal, un engañador de
masas, un espectáculo global. Usted... (Lo mira de arriba abajo,
con una leve punta de compasión humorística) usted es un
caballero en un banco del parque, leyendo a un alemán de
bigotacho que murió hace más de un siglo, amargado porque una
monja lo dejó plantado. La profecía, se lo concedo, se ha
cumplido... pero a escala de bonsái.
DON SALOMÓN: (Se pone rígido, la superioridad se resquebraja)
¿Bonsái?

DON PANCHO: Exacto. El gran ataque global a la Fe, reducido a
un soliloquio existencialista en la plaza del pueblo. El "Magisterio
de su Razón" tiene por feligresía a un gato callejero y a usted
mismo. Es la versión de bolsillo del Apocalipsis. Muy acorde con
los tiempos, la verdad. Todo es "mini": el ministerio, el rebaño, la
herejía... Hasta la soledad suya parece de andar por casa.
Don Salomón sintió el golpe. No era la refutación filosófica lo que le
dolía, sino la cruel reducción de su épica personal a una simple
anécdota. El Vacío, que tanto había abrazado, se revelaba como
algo ridículamente pequeño.
DON SALOMÓN: (Se levanta, con dignidad herida) Usted no
comprende nada.
DON PANCHO: Al contrario, creo que es la primera vez que lo
comprendo del todo. No es un profeta ni un anticristo, Salomón. Es
un hobbyist, una persona que practica un pasatiempo. Un artesano
del sentido... que trabaja por encargo de una audiencia de uno. Es
un proyecto tan íntimo, tan personal... que casi da envidia. ¡Qué
alivio! Pensar que el fin de los tiempos puede ser tan discreto, tan...
privado. Buenas tardes, Magister. Que su único dogma no le dé
jaqueca.
(Don Pancho se da la vuelta y se aleja con un paso mucho más
ligero, dejando a un Don Salomón que, por primera vez en la
conversación, se queda completamente sin palabras, sintiendo que
su grandiosa soledad autoimpuesta acaba de ser reducida a la
categoría de un capricho filosófico de lo más mundano.)

Al escuchar las palabras de
"obediencia en todo", Salomón siente
que la fe quería aprisionar a su
amada.
Esperanza afirma que su renuncia no
fue esclavitud, sino un libre acto de
amor radical,
CAPÍTULO 15
Donde se narra el clímax de la ruptura de Don Salomón con su pasado:
acude a misa, no por fe, sino para confrontar y rechazar conscientemente las
doctrinas que sus padres le inculcaron y que lo ataron a Esperanza. Donde
se describe la confrontación del sermón (Cartas de San Pablo) con
su Humanismo Existencial. Su rechazo se basa en el resentimiento por
Esperanza. Al escuchar las palabras de "obediencia en todo", Salomón
siente que la fe quería aprisionar a su amada. Su estallido y ruidosa salida de
la iglesia es un acto de rebelión existencial, el momento en que se
declara hombre sin amo y acepta la angustia de la libertad. Ella siente
la "turbulencia ajena" de su alma en guerra. En su oración, Esperanza afirma
que su renuncia no fue esclavitud, sino un libre acto de amor radical,
buscando que su obediencia sea un acto de libertad suprema para él, y no la
prueba de su soledad.

La Misa hostil: el estallido existencial y la fragilidad del Titán
La burla de Don Pancho, que redujo su soberbia intelectual a un 'capricho
filosófico de lo más mundano,' catalizó en Salomón un último y definitivo acto
de ruptura con su pasado. La decisión final de Esperanza, ese "no"
irremediable, había pulverizado no solo la relación con Salomón, sino toda la
estructura de principios católicos que sus padres habían erigido en él. Ahora,
investido con el ropaje del humanismo existencialista, Salomón se movía con
una nueva pesadez, una mezcla de libertad autoimpuesta y un profundo
resentimiento. Se sentía responsable de crear su propio cosmos intelectual
en las ruinas humeantes de su fe.
Para sellar esta ruptura, para saborear la amargura de su recién adquirida
rebeldía, concibió la idea de ir a misa. Su propósito no era el recogimiento,
sino la confrontación. Quería escuchar las palabras de la religión de su
pasado para poder rechazarlas de forma consciente, definitiva y absoluta.
Se sentó en un banco trasero de la iglesia, permitiendo que la familiaridad
del incienso y las vidrieras, que una vez fueron consuelo, le resultara ahora
extraña, casi opresiva. Cuando el sacerdote subió al púlpito y anunció que el
sermón se basaría en la Carta de San Pablo a los Efesios y a los Corintios,
Salomón sonrió con una mueca tensa. Era el tema perfecto: el orden, el
matrimonio, la sumisión. La antítesis existencial de su nueva verdad.
La iglesia olía a cera quemada y a culpa ancestral. Las vidrieras proyectaban
figuras rígidas y coloridas sobre el suelo de piedra. Salomón se sentó bajo
una sombra, sintiendo cómo el mármol frío le recordaba la dureza inmutable
del dogma que se preparaba a desafiar.
El sacerdote comenzó a leer el pasaje de Efesios, pero la mente de
Salomón solo registraba un eco distorsionado por su rabia y su filosofía.
—"Respétense y sométanse los unos a los otros por respeto a Cristo... Que
las mujeres respeten la autoridad de sus maridos como lo hacen con el
Señor, porque el marido es la cabeza de la mujer..." —recitaba el sacerdote.
El protocolo de su nueva creencia se activó inmediatamente, traduciendo
cada palabra en anatema: la Libertad Radical (Sartre): "¿Someterse?
¿Autoridad? ¡Absurdo! La esencia del ser humano es su absoluta libertad
para definirse. No existen roles preestablecidos; este es un intento de la Fe
de coartar la existencia y definir a las personas antes de que puedan
definirse a sí mismas, una negación de la autopropiedad." El Resentimiento

de Esperanza: La decisión de su novia, dolorosa como fue, se justificaba
ahora como un ejercicio de libertad soberana. Al escuchar estas palabras de
"obediencia en todo", Salomón sintió que esta fe quería aprisionar a la
persona que él había amado. "Si Esperanza se hubiera sometido a este
orden, quizás yo no estaría aquí," pensó con un cinismo que disimulaba el
dolor.
El sacerdote continuó, citando el papel del matrimonio como reflejo de algo
más grande: "...y serán los dos una sola carne. Es grande este misterio, y yo
lo refiero a Cristo y a la Iglesia."
Para Salomón, esto era la gota que colmaba el vaso de la trascendencia. El
sin sentido (Nietzsche/Camus): "¡No hay misterio! No existe un plan cósmico,
no existe una esencia a la cual deba ajustarse su relación. Su amor, su vida,
solo tenía el significado que él y Esperanza le habían dado con sus actos y
sus elecciones. Reducir su compleja relación a un símbolo eclesiástico es
una negación de lo puramente humano y de la responsabilidad que conlleva
la soledad de la libertad."
El sermón pasó a la Primera Carta a los Corintios, tocando el tema del deseo
y la necesidad del matrimonio como refugio. El sacerdote concluyó, citando
la famosa "concesión": "...más vale casarse que quemarse."
Un hilo de incienso subía desde el altar, fino y serpentino, como una burla
etérea a la pesadez de su rabia. El aire se hizo irrespirable. La palabra
"concesión" resonó en la nave, y fue la chispa que encendió el arsenal de su
resentimiento.
El existencialista Salomón se levantó del banco con una sacudida violenta.
Su rostro reflejaba una mueca de náusea y pura rebelión. La Afirmación de la
Vida: "¡La pasión no es una tentación! ¡El deseo no es un mal menor! La
religión de mis padres no es más que una fuerza represiva que teme la vida,
la carne y la voluntad. Han reducido el amor a una 'concesión' para evitar
'quemarse', en lugar de celebrarlo como una afirmación vital del ser."
El púlpito, el altar, las estatuas, todo le pareció un montaje teatral de una
moral que negaba la existencia. Con un golpe seco y ruidoso contra el
reclinatorio, Salomón se giró y avanzó por el pasillo. Su paso no era furtivo,
sino deliberadamente estrepitoso y desafiante. No apartó la mirada del
crucifijo, no con temor, sino con un desprecio recién descubierto. Al cruzar el
umbral y sentir el aire libre, Salomón sintió que acababa de salir de
una cárcel de dogmas y roles predeterminados. Se fue sin la paz de Dios,

pero con la angustia de un hombre libre, el único sentimiento verdadero que
le quedaba.
El contrapunto místico: la oración y la fragilidad
Mientras Salomón caminaba por la calle, sintiéndose por primera vez un
hombre sin amo, en su estudio, Don Sapiente —el hombre que él estaba a
punto de convertirse— se enfrentaba a la misma fragilidad con menos éxito.
Sostenía el fajo de cartas de Esperanza, intentando realizar un acto de purga
con lógica férrea: quemarlas. Pero en el instante en que el fuego comenzó a
devorar la letra, un manotazo brusco, casi animal, apagó las llamas con su
propia mano.
La hoja chamuscada, húmeda por el manotazo, cayó sobre la alfombra. El
gran Don Sapiente, el hombre que podía deconstruir dogmas y derrocar
tiranos metafísicos, era derrotado por un puñado de cartas viejas. Bajo la
armadura de su intelecto, la fragilidad humana se exponía, desnuda y
temblorosa, demostrando que su arsenal filosófico era inútil contra el dolor
emocional más primitivo. La rabia que impulsa la rebelión de Salomón era el
mismo dolor no resuelto que hacía temblar las manos de Don Sapiente.
A cientos de kilómetros, en el silencio de su celda
carmelita, Esperanza estaba arrodillada. Una agitación extraña, un dolor
punzante, la sacudió: una turbulencia ajena, como si la tormenta mental de
Salomón le estuviera gritando al oído. Ella sabía que su decisión había
destrozado el mundo de él, y ahora sentía la violencia de su rechazo a las
palabras de San Pablo.
Ella sintió su dolor no como un recuerdo, sino como una presencia física, un
nudo apretado en el pecho. La pared de su celda, fría y austera, contrastaba
con la tempestad que sentía en su interior. Los dos estaban en su propio
claustro, cada uno en una soledad elegida, pero conectados por la violencia
de la misma ruptura.
—"Señor, el alma de Salomón está en guerra. Su rabia me llega como un
grito mudo. Él me acusa de haber elegido la esclavitud, de haber negado mi
propia voluntad," —oraba Esperanza con una angustia mística—. "Él verá en
Pablo solo el yugo, y no la entrega de la vida. Él sentirá náusea ante la
palabra 'someterse', porque la interpretará como la negación de su propio
poder para crear sentido. Señor, te ofrecí mi libertad, y le rompí el corazón
para poder darme. Permite que mi obediencia sea un acto de libertad
suprema para él, y no la prueba de su soledad. Amén."

Esperanza se había sometido por amor radical a Dios; Salomón había
rechazado la sumisión por la libertad radical del hombre. Ambos, de formas
opuestas, habían elegido el camino más difícil. La decisión de ella había
puesto en marcha la rebelión de él, una rebelión que resonaba
simultáneamente en el corazón del existencialista que huía y del intelectual
que intentaba, sin éxito, quemar su pasado. Ambos sentían el peso de esa
misma y terrible libertad, cada uno a su manera, demostrando que el
conflicto era compartido y profundamente irónico.
El Profesor Práxico Exacto Veritas 

CAPÍTULO 16
Tras su ruidosa rebelión existencial en el templo, la filosofía de Don Sapiente
fue llamada a la palestra para defender la primacía de su visión. En los
pasillos de la venerable biblioteca, dos visiones irreconciliables de la verdad
y el conocimiento han chocado. El Profesor Sapiente, representante de la
Universidad Utópica Pragmática, valora la sabiduría contextual, la ética social
y la función del conocimiento para el bien común. Frente a él se alza
el Profesor Práxico Exacto Veritas, la personificación del Modelo Epistémico
Experimental Racionalista, quien solo admite la verdad que es
verificable, Exacta y rigurosamente lógica, rechazando toda influencia de fe,
mito o creencia. Lo que comenzó como un tenso intercambio filosófico se ha
elevado a un reto formal. Práxico ha desafiado a Sapiente a un Seminario
Epistémico Abierto, un duelo intelectual ante la comunidad académica.
ESCENA: La sección de Filosofía de una biblioteca universitaria, cerca
de los estantes de Epistemología y Lógica.
El Profesor Práxico Exacto Veritas está consultando un ejemplar
de Principia Mathematica y anota algo en un pequeño cuaderno de
tapas duras. El Profesor Sapiente se acerca con un libro antiguo,
posiblemente encuadernado en cuero, bajo el brazo.
SAPIENTE: (Señala el libro de Práxico) Disculpe, colega. Veo que se
deleita con el rigor de la forma. Una base sólida, por supuesto, aunque
no el único camino hacia el conocimiento, ¿verdad?
PRÁXICO EXACTO VERITAS: (Sin levantar la vista, con un tono
preciso y ligeramente seco) La única base sólida, de hecho. La única
base verificable. El camino único. Cualquier otra senda, colega, lleva a
senderos fangosos de opinión y especulación. ¿Y usted? Permítame
adivinar... (Levanta brevemente la mirada hacia el libro de Sapiente,
que no distingue) ¿Alquimia simbólica? ¿O quizá algún compendio de
mitos fundacionales para inspirar a los soñadores?

SAPIENTE: Es La Poética de Aristóteles. Buscaba una referencia sobre
la función de la catarsis en el aprendizaje. Algo que vaya más allá del
mero dato cuantificable.
PRÁXICO EXACTO VERITAS: (Cierra su libro con un chasquido
autoritario) Catarsis. Un concepto psicológico y estético, difícilmente
operacionalizable. Es un residuo cultural, profesor, no una unidad de
conocimiento válida en el Modelo Epistémico Experimental
Racionalista que defiendo. Nosotros medimos lo que
es Práxico y Exacto. Lo demás es, con todo respeto, ruido en la señal.
El aire en la sección de Filosofía era fresco y quieto, impregnado del
olor a papel envejecido y la solemnidad del saber acumulado. Los
estantes altos, llenos de tomos de lógica y matemática, parecían
inclinarse silenciosamente del lado del Profesor Práxico, cuyo cuaderno
de tapas duras se sentía como un pequeño altar a la evidencia.
SAPIENTE: ¿Ruido? Yo lo llamo el contexto en el que la ciencia
adquiere su verdadero valor utópico. La universidad, mi colega, no debe
ser solo un laboratorio frío de datos, sino un taller de almas que buscan
el mejor telos para la sociedad. ¿De qué sirve una verdad
perfectamente Exacta si no nos enseña a vivir mejor, con sabiduría?
PRÁXICO EXACTO VERITAS: La sabiduría, profesor, es una palabra
vaga, teñida de subjetividad histórica. Yo persigo la Veritas—la verdad
empírica. La verdad que resiste la prueba de la inducción, la que no
necesita rezos ni revelaciones para sostenerse. Usted habla de telos, yo
de eficiencia y replicabilidad. La única utopía admisible es la que se
construye con cemento lógico y acero experimental.
SAPIENTE: Pero si desestima la ética no cuantificable, si desecha la
tradición y el mito como meros errores a corregir... ¿no corre el riesgo
de crear un conocimiento sin alma, sin un ancla humano que lo dirija?
Las grandes verdades no siempre son Exactas, profesor. A veces,
simplemente funcionan para la comunidad. Eso es lo Pragmático de mi
modelo.

Don Sapiente sintió el peso de su propia rebelión reciente en el templo.
Su postura, antes una simple preferencia filosófica, era ahora una
defensa vital de la experiencia emocional sobre el dictado lógico.
Llevaba la herida de la fe en su voz.
PRÁXICO EXACTO VERITAS: (Se ajusta las gafas y mira a Sapiente
con desaprobación) La función sin fundamento es superstición
disfrazada de conveniencia social. Mi universidad rechaza la
superstición en todas sus formas. La fe es el error que el racionalismo
vino a corregir. Y la verdad, colega, siempre es exacta. Si parece
inexacta, es porque la hemos medido mal.
SAPIENTE: Es un ideal admirable, si no fuera tan... limitado. Pero
dígame, profesor Práxico Exacto Veritas, y en su búsqueda de la verdad
pura... ¿ha encontrado alguna vez la Belleza? ¿O esa también es una
variable desechable?
PRÁXICO EXACTO VERITAS: (Con una sonrisa fugaz que no denota
alegría, sino desprecio intelectual) La Belleza, profesor Sapiente, es la
armonía de la proporción y la función. Está en la simetría de una
ecuación probada, en la exactitud de una medición repetible. No es una
cualidad mística, sino una propiedad del objeto bien estructurado. Su
pregunta es una distracción retórica.
SAPIENTE: Y su respuesta, profesor Práxico, es una reducción
geométrica de la experiencia humana. Es precisamente esta tendencia
a descartar lo inmaterial, lo cualitativo, lo que convierte a su modelo
racionalista en un instrumento tan potente y, a la vez, tan
peligrosamente estrecho.
PRÁXICO EXACTO VERITAS: Estrecho lo que es riguroso. Grande lo
que es difuso. Entiendo su dialéctica. Pero la única manera de resolver
esta... discrepancia epistémica... es someter ambas visiones a
la prueba de la razón pública.
(Práxico Exacto Veritas se yergue, mirando a Sapiente directamente,
con la determinación de un desafío profesional.)
PRÁXICO EXACTO VERITAS: Lo reto, colega. Mi universidad, la
Científica Racionalista, está organizando un ciclo de Seminarios
Epistémicos Abiertos. Propongo un debate formal. Que usted y yo

presentemos, ante un auditorio compuesto por estudiantes y profesores
de ambas instituciones, las bases fundacionales de nuestros modelos.
PRÁXICO EXACTO VERITAS: Yo defenderé el Modelo Epistémico
Experimental Racionalista: la primacía de la evidencia, la razón a
priori y el rechazo explícito de toda influencia mítica o religiosa. Usted
defenderá su Universidad Utópica Pragmática; su noción
de sabiduría, catarsis, y la función de lo no verificable.
SAPIENTE: (Se toca la barbilla, con una calma que Práxico encuentra
exasperante) Un duelo de pizarrón, por así decirlo. Usted quiere medir
nuestra alma con una regla. Es una invitación generosa,
profesor Veritas. ¿Y qué criterio de éxito propone? ¿Quién será el
jurado para determinar qué modelo es "más verdadero"?
PRÁXICO EXACTO VERITAS: El criterio será la coherencia lógica y
la capacidad predictiva. El jurado será el Auditorio Racional. No
buscamos la aprobación emocional, sino el asentimiento de la razón.
Será un ejercicio Práxicode la Veritas. ¿Acepta? ¿O su modelo se
derrumba ante la simple confrontación directa?
SAPIENTE: (Sonríe y aprieta el libro de Aristóteles contra su pecho)
Profesor Práxico, usted olvida un principio fundamental de la
enseñanza: la mejor manera de exponer una idea es someterla al
escrutinio de la que la niega.Acepto su reto. Estaré encantado de
demostrarle cómo su torre de rigor matemático carece de cimientos en
la tierra de la experiencia humana y comunitaria. Ponga fecha y hora.
El apretón de manos que siguió fue formal y tenso. En el silencio de la
biblioteca, el eco de la palabra 'duelo' prometía no solo una
confrontación de ideas, sino el clímax público de la metamorfosis de
Sapiente.
SAPIENTE: Después de todo, si mi verdad es solo un mito, como usted
sugiere, no tiene nada que temer, ¿verdad? Y si la mía resiste su
lógica Exacta... tal vez la universidad utópica no es tan utópica como
usted piensa.

CAPÍTULO 17
Donde se narra un coloquio en la sala de profesores donde Don
Sapiente comparte su nueva visión, inspirada en Campbell y la psicología
humanista (Maslow, Rogers), de transformar su dolor personal en una misión
trascendente. Donde se articula el concepto del Héroe Moderno. La
Transformación Personal: Don Sapiente ya no es un hombre dolido, sino el
protagonista de una cruzada que trasciende lo personal. El sufrimiento se
convierte en motor de transformación (autoactualización). El elixir: su trabajo
es el germen de una nueva forma de heroicidad, cuyo objetivo es llevar
una sabiduría viva a la comunidad, construyendo puentes entre la razón y el
alma.

Coloquio en la Sala de Profesores: la Cruzada del héroe moderno
Habiendo aceptado el reto del Seminario Epistémico Abierto, Don
Sapiente se dedicó a ennoblecer su crisis personal, transformándola en
el motor de una misión heroica. El aroma a café y libros antiguos flotaba
en la sala de profesores, pero el ambiente vibraba con una intensidad
inusual. Don Sapiente, con la mirada reflexiva de quien ha encontrado
un nuevo propósito, tomó la palabra: —Amigos —confesó—, debo
decirles que desde que comencé a sumergirme en la obra
de Campbell y en estos textos de psicología y filosofía humanista, he
sentido que mi vida y mi lucha se transforman por completo. Ya no me
veo simplemente como un hombre dolido por la partida de Esperanza,
sino como el protagonista de una cruzada que trasciende lo personal.
La Doctora Inés, filósofa de verbo preciso, asintió con interés. —Es
fascinante, Sapiente, cómo hablas del héroe. No como una figura
legendaria e inalcanzable, sino como un ser humano que enfrenta sus
sombras y emerge a la luz con un sentido renovado. Eso conecta
directamente con el existencialismo y el humanismo contemporáneo,
que buscan el sentido más profundo en la acción auténtica.
El gesto de Sapiente ya no era el del resentido que había huido de la
iglesia, sino el del artesano que ha forjado su dolor en una herramienta.
La sala, con sus estanterías llenas de tesis y sus tazas de café
humeantes, se había convertido en un laboratorio de la
autoactualización.
El Profesor Martín, psicólogo, complementó la idea. —Justamente,
Don Sapiente, esa actitud de reconocer el sufrimiento propio y darle un
sentido trascendente es un claro ejemplo de autoactualización, tal como
lo postulaban Rogers y Maslow. Es la alquimia de convertir la herida en
motor de transformación, un auténtico viaje del héroe interior.
Don Sapiente afirmó con vehemencia. —Precisamente. Siento que mi
cruzada no es contra enemigos de carne y hueso, sino contra las falsas
interpretaciones, contra el dogmatismo que encierra el pensamiento y
ahoga el alma. Quiero desenmarañar esos nudos de confusión con la
palabra, la reflexión y el diálogo, como un caminante que avanza
armado con la lanza de la sabiduría simbólica.

—Esto lo convierte en un héroe mucho más humano y contemporáneo
—prosiguió la Doctora Inés—. No es un guerrero que empuña la
espada, sino un intelectual y un buscador que se arma con la claridad y
el simbolismo para revelar nuevas verdades, en un mundo saturado de
certezas muertas.
—Además —añadió el Profesor Martín—, la genuina transformación
que describes no es solo para ti, sino una promesa para quienes te
rodean. El héroe del que hablas regresa con un elixir, una sabiduría
viva que puede incitar cambios profundos en la comunidad.
—Así es —replicó Don Sapiente—. No busco la gloria ni la fama. Mi
batalla es silenciosa, pero no por ello menos heroica. Enfrento mis
demonios y las sombras que oscurecen el mito y la fe. Mi aspiración es
convertir aquello que parecía una derrota en un camino de
enriquecimiento personal y colectivo.
—En cierto modo, es un desafío cultural —reflexionó la Doctora Inés
—: rescatar el mito y lo simbólico del abandono y devolverles su poder
generador de sentido. Un acto de valentía y esperanza que trasciende
lo individual.
—Y en ese sentido, Don Sapiente —concluyó el Profesor Martín—, tu
trabajo podría ser el germen de una nueva forma de heroicidad: la que
construye puentes entre la razón y el alma, entre la ciencia y la fe, y,
vitalmente, entre el individuo y la comunidad.
Don Sapiente sonrió con gratitud. —Gracias, compañeros. Vuestros
ojos me devuelven la dignidad de esta cruzada. Que el héroe moderno
no se esconda de sus dudas ni de sus sombras, sino que las ilumine y
las transforme.
La Expansión del Héroe: Matrimonio, Feminismo y Paternidad
El coloquio se extendió, ahondando en temas que tocaban la fibra del
humanismo existencial de Don Sapiente y la complejidad del mundo
actual.
Doctora Inés: Don Sapiente, ya que mencionas la profundidad con que
afrontas la idea del matrimonio, me interesa saber cómo concilias tu
postura con la realidad cambiante que vivimos. Hoy, el matrimonio
puede adoptar diversas formas, incluyendo el matrimonio gay, y los

roles tradicionales de la mujer son cuestionados y renovados por
el feminismo.
Don Sapiente: Es una pregunta fundamental, Inés. Mi visión humanista
me obliga a considerar que, más allá de las formas o las etiquetas, lo
que importa es el compromiso auténtico entre personas libres,
conscientes y responsables de su camino conjunto. Que se trate de
personas del mismo sexo o de géneros diferentes, lo esencial radica en
la búsqueda sincera de mutuo crecimiento y respeto.
Profesor Martín: Eso implicaría, entonces, que ves el matrimonio no
como una institución estática, sino como un proceso
dinámico íntimamente relacionado con el desarrollo integral y la
realización existencial de los individuos involucrados.
Don Sapiente: ¡Exacto! El mito de la unión sagrada debe
reinterpretarse. La piedra angular es el vínculo humano, la comunión de
almas en busca de sentido. Ahí es donde el mito se reinventa,
adaptándose a la realidad actual, una realidad menos rígida y mucho
más plural.
Doctora Inés: ¿Y qué piensas del feminismo? En su esencia, surge
también para desmontar antiguos mitos de dominación y proyectar una
nueva narrativa que empodera a la mujer como sujeto autónomo y
creador de sentido.
Don Sapiente: Coincido plenamente. El feminismo es una expansión del
mito heroico hacia la igualdad y la dignidad. Es la lucha de la heroína
contemporánea que reclama su propia aventura, su propio derecho a la
transformación y a la creación. La mujer ya no es solo musa o guía,
sino protagonista activa de su propio viaje.
Profesor Martín: Esto enriquece considerablemente tu cruzada
simbólica, Don Sapiente, pues incluye en ella la deconstrucción de
mitos patriarcales, ampliando el espectro de las historias que necesita
sanar nuestra cultura.
Don Sapiente: Precisamente. Es un llamado a revisar y actualizar los
mitos que hemos heredado, para que incluyan las múltiples voces y
experiencias humanas, otorgando sentido al pluralismo y a la

diversidad. Solo así el héroe puede ser verdaderamente humanista y
existencial en su alcance.
Doctora Inés: Y respecto a los hijos, ¿cómo se integra esta visión plural
y renovada en la paternidad?
Don Sapiente: Para mí, los hijos son la manifestación futura de esos
mitos renovados. Criarlos es acompañarlos en la construcción de su
propio viaje heroico, como seres libres para elegir su camino, con
absoluto respeto a sus identidades y singularidades. La paternidad es
un acto sagrado de guía, nunca de imposición.
Profesor Martín: Resulta evidente cómo esa postura abre puertas a un
mundo más inclusivo y ético, propio del héroe que busca trascender sus
propias limitaciones y abrazar la complejidad de la condición humana.
Don Sapiente: Así es. Esta es la cruzada que asumo hoy: una lucha por
la verdad, la libertad y el amor auténtico en todas sus formas, sin miedo
a desafiar antiguos dogmas ni prejuicios. El mito sigue vivo, pero debe
ser liberado de las cadenas del pasado para ser una luz real en nuestro
presente.
Coloquio en la Sala de Profesores: La Paz como Viaje Heroico
El diálogo se había centrado en el mito personal y cultural, pero el
Profesor Martín sintió la necesidad de plantear un desafío global.
Profesor Martín: Don Sapiente, hemos hablado mucho de su cruzada
personal, la lucha interior contra el dogma y las sombras. Pero, ¿cómo
se traslada esta visión del héroe y la búsqueda de sentido a los grandes
dramas colectivos? En un mundo aún azotado por la guerra y la
violencia, ¿cuál es la misión de este héroe simbólico frente al conflicto
real?
Don Sapiente: Es la pregunta que resuena en toda conciencia ética. La
guerra, en su esencia más profunda, es la manifestación externa de la
misma confusión y del mismo dogmatismo que yo combato. Es el
fracaso del diálogo, la incapacidad de la comunidad humana para
integrar sus propias sombras y diferencias. Como señala Joseph
Campbell, "la importancia de los mitos yace en lo que el hombre puede
encontrar en ellos, en tanto que concentran las claves que guían la
existencia humana" (Campbell), mientras que Mircea Eliade nos

recuerda que "los símbolos religiosos no solo guían acciones, sino que
estructuran ontológicamente el mundo, distinguiendo lo sagrado de lo
profano" (Eliade).
Doctora Inés: Lo que usted sugiere es que el camino hacia la paz
exterior empieza con la paz interior, ¿verdad? Que la guerra se origina
primero en la mente cuando no podemos tolerar la otredad. Es una
conexión muy existencialista: la paz no se declara, se construye a
través del reconocimiento del otro. Y Eliade describe el mito como "la
expresión de un tiempo sagrado original que funge como modelo para
el tiempo histórico", mientras Campbell añade que esos mitos resuenan
en nuestro inconsciente y moldean nuestras acciones.
Don Sapiente: Exactamente. El héroe que busca la paz no es ingenuo,
sino alguien que entiende la guerra como un mito fallido. El mito heroico
tradicional debe ser reemplazado por un nuevo mito de reconciliación,
porque, según Campbell, los símbolos y narrativas almacenados en el
inconsciente colectivo pueden transformar la conciencia social. Eliade,
por su parte, nos muestra cómo el "eterno retorno" mimetiza esa
renovación simbólica en el tiempo mítico. La valentía verdadera es
desarmar la mente antes que la mano.
Profesor Martín: Desde la psicología, la paz es como una
autoactualización colectiva. El héroe es el mediador que tiende puentes.
Don Sapiente: Mi cruzada es simbólica por la paz, usando la palabra
para desmantelar narrativas de odio. El mito, que ambos autores
consideran poderoso, puede sanar y unir, conectándonos con un centro
sagrado común.
Doctora Inés: La victoria es transformar al adversario en interlocutor. La
paz, triunfo de la sabiduría.
Don Sapiente: La paz es la justicia y la gestión constructiva de la
tensión. El verdadero héroe es quien escucha con ética profunda.
Profesor Martín: El camino del héroe es el de la compasión radical,
cuyo modelo personal se vuelve global.
Don Sapiente: Así, la paz es el viaje heroico definitivo. El mito puede
sanar, iluminando las sombras que nos dividen.

Un silencio cargado de reflexión siguió a sus palabras. La imagen del
héroe que regresa con el elixir se dibujaba nítida en el aire, pero faltaba
algo, un ancla terrenal que rescatara la grandeza de su destino.
Un silencio cargado de reflexión siguió a sus palabras. En ese instante,
la puerta de la sala de profesores se abrió con un chirrido familiar y
apareció la figura desgarbada de Don Pancho, con su eterna chaqueta
de tweed un poco más ajada y una sonrisa pícara que le iluminaba el
rostro.
—Vaya, vaya —dijo con su voz ronca, mientras se acercaba a la mesa y
servirse un café sin pedir permiso—. Llevo un rato escuchando detrás
de la puerta, no he tenido el valor de interrumpir semejante torrente de
sabiduría. ¡Me sentía como un alumno novato espiando a los sumos
sacerdotes en el sanctasanctórum!
Don Sapiente, la Doctora Inés y el Profesor Martín esbozaron sonrisas.
Su llegada era siempre un antídoto contra la solemnidad.
—Pero, oigan —prosiguió Don Pancho, apoyándose en el respaldo de
una silla—, si he entendido bien, nuestro querido Sapiente se ha
convertido en una especie de Quijote del alma, ¿no? En lugar de
molinos de viento, lucha contra dogmas; en vez de una lanza, empuña
un símbolo. ¡Y lo mejor de todo es que su Dulcinea no es una aldeana,
sino la mismísima Sabiduría! Me quito el sombrero, don, me lo quito. Es
mucho más épico.
Don Sapiente rió entre dientes, sin poder evitarlo.—Algo así, Pancho.
Aunque espero no acabar tan magullado como el buen hidalgo.
—¡Tonterías! —exclamó Don Pancho, guiñándole un ojo—. Unos
cuantos golpes son el precio de aventurarse en los territorios de lo
establecido. Lo que yo me pregunto, con todo el respeto a estas alturas
filosóficas, es... ¿y el cuerpo? Todo es alma, mente, símbolos...
¿Nuestro héroe moderno no se cansa? ¿No necesita un bocadillo de
jamón o, al menos, una siesta reparadora entre batalla y batalla?
Porque de tanto viaje interior, a uno se le puede olvidar vivir en el piso
de abajo, que también tiene su encanto.
La Doctora Inés enarcó una ceja, divertida.

—¿Está sugiriendo, Don Pancho, que la autoactualización debería
incluir una siesta?
—¡Por supuesto! —afirmó él, con fingida solemnidad—. Hasta los
héroes necesitan echar una cabezadita. Es lo que yo llamo el 'sueño del
guerrero cansado'. No todo puede ser escalar montañas de significado,
también hay que saber apoltronarse en el sillón de la existencia
cotidiana. Es el elixir de la siesta, que diría ese tal Campbell, ¿no?
El Profesor Martín se rió abiertamente.—No creo que Campbell lo
incluyera en su monomito, pero no es mala idea. La integración de lo
cotidiano en lo trascendente.
—Claro que no —asintió Don Pancho, tomando un sorbo de café—. A
lo que iba, en serio. A mí todo esto del héroe que transforma su dolor
en misión me parece formidable, de verdad. Pero no olviden que hasta
el más sublime de los elixires a veces sabe mejor con una pizca de sal
terrestre y una buena dosis de humor. Para que no se nos seque el
corazón de tanta trascendencia. Al fin y al cabo, ¿qué es un héroe sin la
capacidad de reírse de sí mismo? Un mármol muy hermoso, pero muy
frío.
Don Sapiente asintió, con una sonrisa genuina y relajada que no se le
veía hacía tiempo.—Tienes toda la razón, amigo Pancho. Es la lección
más humilde y quizá la más importante. La trascendencia con los pies
en la tierra. Gracias por recordárnoslo.
—No hay de qué, don —repuso Don Pancho, dándole una palmada
cariñosa en el hombro—. Para eso están los amigos terrenales. Ahora,
si me disculpan, mi propio viaje heroico me llama: tengo que corregir un
montón de exámenes sobre el subjuntivo. Ahí sí que hay batallas
campales contra la duda y la confusión, se lo aseguro.
Y con otra sonrisa pícara, salió de la sala tan campante como había
entrado, dejando tras de sí un ambiente notablemente más liviano y
cálido.
Don Sapiente miró a sus colegas.—Creo —dijo— que el verdadero
elixir a veces llega en la forma más inesperada.

Su "cruzada simbólica" se condensa en el
tratado "HUMANISMO EXISTENCIAL"
La entrevista de consagración.
CAPÍTULO 18
Donde se narra la consagración pública de Don Sapiente, donde su filosofía
personal y su crisis se transforman en una doctrina global de Humanismo
Existencial y su Utopía Pragmática. Donde se narra la trascendencia de las
reflexiones de Don Sapiente más allá de los muros académicos. Su "cruzada
simbólica" se condensa en el tratado "HUMANISMO EXISTENCIAL Y SU
UTOPÍA PRAGMÁTICA", un best seller global cuyo corazón es el
audaz Manifiesto del Hombre Proyectado. Donde se describe la recepción
mediática de la obra. En una entrevista, Don Sapiente aclara que la "utopía
pragmática" no es una quimera, sino una tarea siempre inacabada que se
construye con "obras concretas".
El Best Seller que sacudió al mundo: la Utopía Pragmática de Don
Sapiente
La visión del Héroe Moderno, que transformaba la herida en motor
de cambio, no se quedó en la teoría, sino que se materializó en un
tratado filosófico de alcance global. El coloquio en la sala de
profesores, que había servido de catarsis y redefinición para Don
Sapiente, no tardó en trascender los muros académicos. Fruto de
esas reflexiones y de su "cruzada" simbólica, Don Sapiente
condensó su pensamiento en un tratado filosófico que se

convertiría en un fenómeno global: HUMANISMO EXISTENCIAL Y
SU UTOPÍA PRAGMÁTICA.
La escritura fue un acto de furiosa serenidad, el sedimento lógico
de años de tormenta emocional. El libro, publicado con una
sencillez austera, no prometía cielos ni redenciones eternas;
prometía la dura y digna tarea de ser plenamente humano. El
corazón del tratado era un documento audaz que desafiaba
cualquier fundamento teológico o metafísico: el Manifiesto del
Hombre Proyectado.
Extracto del Manifiesto del Humanismo Existencial y su Utopía
Pragmática (El Proyecto del Siglo XXI) Preámbulo:
<Nosotros, conscientes de la contingencia radical de la existencia, de la
soledad fundamental del ser arrojado al mundo y de la necesidad
imperiosa de forjar el sentido desde la nada, proclamamos este
manifiesto como brújula de la acción auténtica para nuestro tiempo.
Afirmamos que la política no debe ser instrumento de imposición de
verdades absolutas, sino un marco ético para la convivencia de
libertades soberanas. No buscamos la paz en el sometimiento a un
dogma ni en la promesa de una vida futura. Nuestra utopía
es pragmática y existencial: concreta en obras, abierta al vértigo de la
elección y enraizada únicamente en la responsabilidad ante el propio
proyecto. (Continúan los Principios Fundamentales del Ser Arrojado, el
Compromiso y Acción, y la Conclusión del manifiesto)>
La Entrevista de consagración
En el corazón de un estudio iluminado con tonos azules y
dorados, el profesor Don Sapiente se sienta con la serenidad de
quien ha recorrido muchos caminos del pensamiento. Frente a él,
la periodista lo observa con respeto, consciente de que no está
ante un autor cualquiera, sino ante el creador de una obra que ha
tocado fibras profundas en lectores de todo el mundo.
El escenario era el de la fama, lejos de los polvorientos libros de la
biblioteca. Don Sapiente, aunque pulcro y sereno, conservaba en
su mirada la intensidad del hombre que ha ganado una guerra

interior. Su voz, antes tensa por el resentimiento, era ahora grave y
calmada.
Periodista: —Doctor Sapiente, su libro Humanismo Existencial y su
Utopía Pragmática ha sido traducido a más de treinta idiomas y se
estudia en universidades de cinco continentes. ¿Esperaba usted
este impacto, esta conversación global que ha desatado su obra?
Don Sapiente: —Esperarlo, no. Imaginarlo, quizás, en esos
destellos de optimismo que a veces visitan la soledad del escritor.
En mi rincón de la biblioteca, soñaba con que el pensamiento
pudiera ser útil, no solo profundo. Que la utopía no fuera una
evasión, sino una brújula para la acción cotidiana. Y parece…
parece que muchos corazones y mentes en el mundo estaban,
como yo, buscando esa misma brújula.
Periodista: —Habla de la utopía como brújula, no como un destino
final. En un mundo a menudo marcado por el cinismo, ¿no teme
que la palabra "utopía" suene a quimera, a algo inalcanzable?
Don Sapiente: —¡Ah, esa es la trampa lingüística! Por eso le añadí
el adjetivo "pragmática". La utopía no es el palacio de cristal en la
cima de la montaña al que nunca se llega. Es la decisión de colocar
la siguiente piedra del camino para que el que viene detrás no
tropiece. Es pragmática porque se construye con los materiales
que tenemos a mano: un acto de bondad aquí, un gesto de coraje
allá, una conversación incómoda pero necesaria. No es el sueño de
un mundo perfecto, sino la construcción activa de uno menos roto.
Periodista: —Su libro se estudia en facultades de Filosofía, pero
también en escuelas de Negocios y de Derecho. ¿Cómo interpreta
esta transversalidad?
Don Sapiente: —Que el anhelo de significado no conoce de
departamentos estancos. Un abogado quiere saber cómo la justicia
puede ser más humana. Un economista, cómo el crecimiento
puede ser más significativo. El libro simplemente les recuerda que
detrás de cada sistema, de cada ley, de cada transacción, hay

una vida humana, con su angustia y su potencial. Eso es el
humanismo existencial: poner la experiencia de vivir en el centro de
todo.
Mientras sus palabras flotan en la sala, se entiende que su mayor
logro no está en los estantes de las bibliotecas, sino en el eco de
sus ideas en la vida de quienes lo leen. Su crisis personal se había
convertido en el espejo de la crisis global.
El Legado Material de una Idea: Los Premios Universales
La onda expansiva del Humanismo Existencial y su Utopía
Pragmática no solo reformuló el debate académico, sino que
impulsó la creación de una institución inédita en el plano global,
concebida como el brazo de acción de la utopía pragmática:
los Premios Universales de la Organización Universal Pragmática.
Esta institución era la prueba material de que la filosofía de
Sapiente no era un simple juego de palabras, sino una ética
operativa. La teoría se había puesto al servicio de la acción.
Estos galardones se establecieron como los máximos
reconocimientos a los logros que integran el idealismo utópico (la
visión) con la efectividad pragmática (la acción concreta). Se
otorgarían anualmente por rotación entre cinco jefes de Estado
simbólicos de los continentes, bajo el lema: “Por la unión del
espíritu, la razón y la acción.”
Don Sapiente, que se negó a presidir la organización, insistió en
que los premios debían ser un manifiesto en acción, celebrando a
aquellos que, como él había enseñado, asumían la responsabilidad
total de su proyecto y transformaban su angustia en una obra de
valor.
Categorías Fundamentales del Premio Universal Las categorías
fueron diseñadas para demostrar que el significado y la acción
auténtica se podían forjar en cada ámbito de la vida humana,
uniendo la ética existencial con el logro tangible: Premio Utópico-
Pragmático al Comportamiento Religioso: reconoce la armonía

entre fe, razón y solidaridad interreligiosa. Premio al
Comportamiento Científico Integral: para descubrimientos que unen
tecnología y ética en beneficio del planeta. Premio al
Comportamiento Humano y Social: distingue ejemplos de empatía
estructural, políticas de bienestar, inclusión y justicia reparadora.
Premio a la Creación Artística Trascendente: celebra obras que
transforman la sensibilidad estética en compromiso moral y social.
Premio a la Educación Universal: para modelos pedagógicos que
integran pensamiento crítico, espiritualidad y competencias
prácticas.
Las demás categorías, desde el Premio a la Paz Visionaria hasta
el Premio a la Integración Planetaria, consolidaron la filosofía de
que el verdadero progreso es un acto de elección libre y
consciente y un servicio a la libertad ajena. Cada premio sería
acompañado por un Símbolo Universal —una esfera prismática con
los cinco colores de la humanidad— y un juramento
compartido: “Servir al progreso con justicia, al poder con virtud, y al
futuro con esperanza.”
Así, la reflexión de un profesor solitario se había convertido en la
nueva ética operativa de un mundo que, al fin, se atrevía a ser su
propio creador de sentido.

Exposición de arte titulada "Las
Máscaras del Amor",
Airada confrontación de Don Pancho,
quien acusa a Salomón de pervertir el
Amor y usar la razón para derribar el
único templo en pie.
CAPÍTULO 19
Donde se narra la visita de Don Salomón (acompañado de Don Pancho, la
Dra. Laura y el Dr. Miguel) a una exposición de arte titulada "Las Máscaras
del Amor", que le sirve de escenario para reafirmar su Existencialismo y
ventilar su resentimiento por la partida de Esperanza. Donde se articula el
rechazo de Salomón a las tres formas tradicionales del amor, viéndolas como
"Máscaras" o "Mitos" para evadir la libertad. Donde se concluye el diálogo
con la airada confrontación de Don Pancho, quien acusa a Salomón
de pervertir el Amor y usar la razón para derribar el único templo en pie.
Salomón se retira con un tono gélido, afirmando su sino como
la autenticidad y su resolución de vivir "sin máscara alguna", confirmando su
absoluta y resentida soledad.
La galería de la existencia desgarrada: la soberbia afectiva de Don
Salomón
La nueva filosofía de Don Sapiente, el Humanismo Existencial y la
Utopía Pragmática, había proporcionado a Salomón (el hombre en
proceso de ser Sapiente) un arsenal intelectual para su soledad.

Sin embargo, el dolor por la partida de Esperanza seguía siendo la
herida abierta, el motor emocional que convertía la teoría en
rencor.
Días después de su consagración pública, Salomón, acompañado
por Don Pancho, la Dra. Laura (socióloga) y el Dr. Miguel
(psicólogo), se encontró en una galería de arte contemporáneo. La
exposición se llamaba "Las Máscaras del Amor", una colección de
piezas que exploraban las contradicciones de los vínculos
afectivos.
Se detuvieron ante una instalación donde tres figuras de yeso,
representando a una pareja y a un ser etéreo (la Fe), estaban
atadas por cadenas de metal oxidado.
DRA. LAURA: Es una representación cruda, ¿no? La artista parece
sugerir que el amor, tal como lo concebimos, siempre es una forma
de atadura, una renuncia a la propia soberanía.
DR. MIGUEL: Sí, Laura. Es una crítica al mito del Amor Romántico,
la idea de la "media naranja" que niega la integridad del individuo.
Un claro miedo a la soledad.
DON SALOMÓN: (Su voz es fría, casi mecánica) Máscaras. Todas
ellas. No es una crítica al amor, es una crítica a la cobardía.
DON PANCHO: (Se frota las manos, incómodo) ¡Vaya, Salomón!
Ahora su existencialismo ha bajado al nivel afectivo. ¿Qué máscara
ve aquí?
DON SALOMÓN: Veo las tres grandes evasiones. La evasión de la
libertad, la evasión de la responsabilidad y la evasión de la nada. El
Amor, tal como lo enseñaron mi fe y mi pasado, es la gran mentira
metafísica que nos contamos para no asumir la angustia de ser
libres.
Se dirigió al grupo, su tono no era didáctico, sino de un
resentimiento sublimado en lógica:

1. El Amor Agapé (La Máscara de la Fe): DON SALOMÓN: La
primera máscara es el Amor Divino, el Agapé. Es la promesa de un
amor incondicional y trascendente, un vínculo eterno que nos
exonera de buscar el sentido aquí. Es la máscara que te pone la Fe
para que te sometas a un plan preescrito. La máscara que
Esperanza se puso cuando decidió que nuestro amor era menor
que su vocación. (Su mirada se oscureció. Don Pancho notó que el
dolo personal era el único combustible real de su filosofía.)
2. El Amor Matrimonial (La Máscara de la Seguridad): DON
SALOMÓN: La segunda es la máscara del Matrimonio, la "una sola
carne" paulina. Es la negación de la individualidad para crear una
unidad estática, segura y funcional. Es la máscara social que
garantiza la comodidad, pero mata la autenticidad de los proyectos
de vida singulares. Es un contrato de evasión de la soledad.
3. El Amor Romántico (La Máscara de la Completitud): DON
SALOMÓN: Y la tercera, la más pérfida, es el Amor Romántico. La
quimera de la media naranja, la ilusión de que el otro me
completará. Es la máscara que nos enseña que el sentido viene de
afuera, del otro, no de nuestra propia y angustiosa proyección. El
gran fracaso de mi vida fue creer en esa completitud.
DR. MIGUEL: Pero, Don Salomón, la renuncia a la búsqueda de
sentido no anula el afecto. El amor es también un impulso
biológico, una necesidad de apego, no solo una construcción
ideológica.
DON SALOMÓN: El apego es la dependencia disfrazada de virtud.
Es el miedo a mirarse a sí mismo sin el reflejo del otro. Mi
Existencialismo me exige que el otro sea un ser libre que elige
estar, no una muleta ontológica.
La confrontación había subido de tono. La frialdad de Salomón era
contagiosa, pero Don Pancho se negó a someterse a ella. Dio un
paso adelante, su rostro encendido por una cólera genuina.
DON PANCHO: ¡Basta, Salomón! ¡Basta de este cinismo
glorificado! Usted no está siendo auténtico; está siendo resentido.

Usted no ha desmantelado las máscaras del Amor; ha usado la
sierra de su Razón para destrozar el único templo que le quedaba
en pie: el templo de su corazón.
DON PANCHO: ¡Ha pervertido el Amor! Ha tomado la Fe de
Esperanza, la que la hizo elegir un camino difícil y libre, y la ha
convertido en un yugo para justificar su propia soledad. Usted solo
acepta el amor que lo glorifica a usted, no el amor que
otorga libertad al ser amado. ¡La ha convertido a ella en su víctima
teológica para poder ser su propio héroe trágico!
DON SALOMÓN: (Su rostro es una máscara de hielo. No hay
rabia, solo una gélida convicción) Mi soledad es
mi responsabilidad, Pancho. Y mi dolor, mi motor. Su
sentimentalismo es una recaída en la ilusión.
DRA. LAURA: Pancho tiene razón en algo, Salomón. No puedes
construir una utopía pragmática global si la única emoción que la
cimenta es el resentimiento personal. Eso no es autenticidad;
es tiranía afectiva.
DON SALOMÓN: (Con un tono final, irreductible) No. Es la verdad
desnuda. La existencia es dura, y la autenticidad es fría. He elegido
ser un hombre sin amo, sin muletas, y sin máscara alguna. Mi
camino es solitario. Es mi sino.
Se dio media vuelta sin mirar a nadie, dejando a sus compañeros
en la penumbra simbólica de las obras de arte. Su partida no fue
estruendosa, sino cortante, como una guillotina. Había confirmado
su absoluta y resentida soledad. Se había consagrado como
el Existencialista Gélido, cuyo Humanismo era, paradójicamente,
una torre aislada.

Sapiente desacraliza las Sagradas
Escrituras al catalogarlas
como "arquetipos" y "máscaras de
Dios",
Don Pancho lo acusa de haber
cambiado la fe en Dios por la "fe en
el Vacío".
CAPÍTULO 20
Donde se narra un intenso soliloquio de Don Sapiente mientras lee El poder
del mito de Joseph Campbell. Su resentimiento por Esperanza se convierte
en el motor para reinterpretar toda su vida y su fe a través de la psicología
profunda y la hermenéutica simbólica. Donde se describe el proceso
de mitificación de su dolor. La decisión de Esperanza es vista como el "viaje
del héroe" de la amada, y su propia pérdida como la "herida del héroe". El
cristianismo se reduce a una "estructura mitológica" (el Monomito) que,
aunque poderosa, ya no puede gobernar su existencia. Donde se concluye el
debate en el café con Don Pancho. Sapiente desacraliza las Sagradas
Escrituras al catalogarlas como "arquetipos" y "máscaras de Dios", afirmando
que Esperanza se entregó a un Mito del Sacrificio, lo que le permitió anularlo.

Su "llamada a la aventura" es al mundo de la libertad sin misterio,
consolidando su ruptura final. Don Pancho lo acusa de haber cambiado la fe
en Dios por la "fe en el Vacío".
La Mitología de la Soledad: La Cruzada del Humanista Iluminado
Tras el airado enfrentamiento con Don Pancho y la negación de
todo amor que llevase 'máscara', Don Sapiente buscó en la
mitología la validación de su soledad. Don Sapiente, encerrado en
su estudio, sostiene tembloroso el ejemplar de “El poder del mito”.
El silencio es denso, roto solo por el roce de las páginas y el leve
murmullo de su propia voz, impregnada de resentimiento y soledad:
La luz de la lámpara apenas lograba perforar la oscuridad de su
estudio, proyectando sombras largas que parecían bailar con cada
movimiento de su pensamiento. El libro de Campbell era la nueva
biblia de su intelecto, un prisma a través del cual reinterpretaba su
fracaso más íntimo.
“¿Cómo es posible, Esperanza? ¿Cómo trocaste nuestra comunión
intelectual—nuestros diálogos, nuestras vigilias lectoras—por el
absoluto de un claustro? ¿Dónde queda mi logos ante tu fe
vertiginosa? Tal vez todo esto, sí, no sea más que un rito de paso.
Campbell diría que es el ‘umbral’, la partida de la heroína hacia el
Reino del Misterio, mientras yo permanezco al margen, exiliado del
mito, condenado al desencanto racionalista. Pero… tal vez estoy
equivocado. ¿Acaso el mismo Cristo no fue también un arquetipo?
Jung lo habría pensado así: un símbolo universal, el Sí-mismo, el
héroe solar, tejido en el inconsciente colectivo.”
“¿Hasta qué punto el cristianismo no es sino un gran tejido
mitológico, un relato elaborado sobre la trama arquetípica del
sacrificio, la tentación, la redención? Los evangelios como camino
iniciático, el sermón como eco de la voz ancestral… Mi dolor no es
sino la herida del héroe, mi celosía una prueba iniciática: dejar
partir lo amado, como Abraham, o soportar la ruptura, como Job.

¿No será este rencor mi monstruo interior, este laberinto mi noche
oscura?”
“He aquí, Don Sapiente, el drama último: la conciencia enfrentada
al mito. Si acepto a Campbell y a Jung por guías, todo mi
resentimiento se disuelve en símbolos. La decisión de Esperanza
deja de ser traición concreta y se vuelve lección universal: la
amada asume su destino heroico, y yo, el que queda, solo puedo
transmutar la pérdida en sabiduría arquetípica. Nada muere: todo
retorno es promesa de un círculo nuevo. Quizá, solo
quizá, mitificando lo irremediablepodré reconciliarme con la vida y
sus insondables abismos.”
Con la mirada perdida en el libro abierto, Don Sapiente se
reconoce a sí mismo no solo como un doliente, sino como partícipe
y testigo de un drama eternamente humano—donde mito, fe,
psicología y destino convergen en el corazón de cada experiencia
esencial.
La Misión del caballero andante
Comprendiendo que en este drama personal no es solo víctima
sino protagonista, Don Sapiente siente que dentro de sí surge un
nuevo llamado. Entendiendo su dolor y su lucha como parte del
gran arquetipo del héroe, se ve a sí mismo como un viajero que
acepta la cruzada silenciosa, aquella que no lleva armadura ni
lanza, pero sí un fervor intelectual y espiritual: desentrañar los
entuertos, las falsas interpretaciones y las distorsiones de los mitos
que aquejan al mundo moderno.
Su misión, inspirada por el monomito campbelliano, es partir de su
refugio mental para enfrentar enemigos invisibles: el dogmatismo,
la confusión y el exceso de racionalismo que oscurecen el sentido
profundo del cristianismo y sus símbolos. Y aunque no usa ningún
nombre grandilocuente, hace latente la figura de un caballero
andante actual: un hombre que lucha por la verdad, que enfrenta
pruebas sin escudo ni armadura pero con la mente y el espíritu

firmes, que conversa con aliados invisibles en la palabra y el
símbolo, y que busca traer de vuelta un “elixir” de entendimiento
para su pueblo.
Esta cruzada le otorga a su dolor una causa y un sentido superior;
su resentimiento se transforma en fuerza heroicapara la batalla
simbólica que emprende, recorriendo un camino que es a la vez
externo e interno, personal pero universal. Así, Don Sapiente
encarna ese arquetipo eterno del héroe que, tras la llamada a la
aventura, transita la iniciación y regresa renovado, dispuesto a
transformar el mundo mediante el poder esclarecedor del mito y la
psicología profunda.
La Noche Oscura del Académico
Sin embargo, su viaje no sería completo sin una “prueba suprema”
en el umbral de su transformación. Una noche, sumido en sus
papeles, una duda tan profunda como un abismo se cierne sobre
él: ¿No estará, acaso, cometiendo el mismo error que
denuncia? ¿No estará simplemente reemplazando el dogma
religioso por un nuevo dogma psicológico, intercambiando una fe
por otra? ¿Es el mito una llave para la verdad o solo un consuelo
elegantemente elaborado? Este momento de crisis, su “noche
oscura del académico”, lo confronta con la sombra de su propia
empresa. Si todo puede reducirse a un arquetipo, ¿dónde queda la
realidad concreta del dolor, de Esperanza, de su soledad? Esta
duda es su Minotauro, el guardián del laberinto que debe enfrentar
para que su misión trascienda la mera teoría.
Superar esta prueba no significa encontrar una respuesta definitiva,
sino abrazar la paradoja. Comprende que su lucha no es entre la
verdad y la mentira, sino entre diferentes niveles de significado. El
símbolo no anula la realidad; la transfigura. Al aceptar esto, Don
Sapiente no renuncia a su logos, sino que lo amplía, permitiéndole
dialogar con el mythos sin ser devorado por él. Su “elixir” no será
una respuesta, sino un método: la hermenéutica simbólica como
puente entre la fe y la razón, entre el corazón y la mente.

La desacralización en el Café
Días después, el conflicto se desata entre Don Sapiente y Don
Pancho, católico de firmes principios, escandalizado por la
apostasía de su amigo.
Se encontraron en el café de siempre, pero la atmósfera era
distinta. La luz de la mañana no lograba disipar la sombra de la
confrontación ideológica. Don Pancho estaba ansioso; Salomón,
peligrosamente tranquilo.
DON PANCHO: (Dejando la taza de café con un golpe seco) Te
digo, Salomón, el cura estaba pálido. ¡Salir de esa manera, en
plena homilía! ¿Qué te ha pasado, muchacho? No reconoces ni tu
propia alma.
DON SALOMÓN: (Con una sonrisa forzada y condescendiente)
Don Pancho, le agradezco su preocupación. Pero lo que me ha
pasado es que he despertado. He dejado de bailar al son de un
tambor ajeno. Lo que el sacerdote recitaba no era la Verdad, sino
la Mitología.
DON PANCHO: (Se persigna discretamente) ¡Por Dios, hijo!
¿Cómo puedes hablar así de las Sagradas Escrituras? ¡Es la
Palabra de Dios, no un cuento de hadas!
DON SALOMÓN: Precisamente. Ahí está la clave, Don Pancho.
Usted, y mis padres, la han tomado como un hecho literal y un
orden trascendente. Pero gracias a libros como El Poder del
Mito de Campbell, entendí que no hay diferencia esencial entre el
Cristo que me predicaron y, digamos, el Héroe Solar del mito
egipcio. Son la misma estructura: el Monomito.
DON PANCHO: (Se inclina hacia adelante, indignado) ¡Pero eso es
blasfemia! La Pasión de Cristo, la Resurrección... ¡son eventos
históricos! Tienen pruebas, tienen la Fe de la Iglesia...
DON SALOMÓN: (Interrumpe con tono de suficiencia) No, Don
Pancho. Son arquetipos. Son los "cuentos de la sabiduría de la

vida", como dice Campbell. La Iglesia se limita a ser una de
las máscaras de Dios, la máscara occidental. Pero mi existencia...
mi propia existencia no puede ser gobernada por una metáfora
que, al final, me lleva a la negación de la vida. Mi existencia
precede a mi esencia.
DON PANCHO: (Su voz se quiebra un poco) ¿Y Esperanza? ¿Esto
es por la pobre Esperanza? Ella sí encontró sentido en la vida de
carmelita.
DON SALOMÓN: (Aquí viene la estocada más dolorosa, la que
enlaza su resentimiento con la mitología) Esperanza eligió el Mito
del Sacrificio y la Dicha (Campbell). Vio su vida como un viaje del
héroe que exige la renuncia al mundo para obtener un "gran don"
celestial. Para ella, yo era el Mundo Ordinario que debía rechazar.
DON PANCHO: ¡Ella se entregó a Dios! ¡Su amor fue más grande!
DON SALOMÓN: No. Ella se entregó a un Arquetipo. Su decisión
me despojó de todos los valores que mis padres me inculcaron,
porque los valores de ese mito le permitieron anularme. Ahora, mi
rebelión es mi propio monomito. Mi "llamada a la aventura" es al
mundo de la libertad sin misterio, donde no hay más ley que mi
propia conciencia. El cristianismo para mí, ahora, es un simple
programa de software que ha dejado de funcionar en el mundo
moderno.
DON PANCHO: (Se levanta con dificultad, apoyando las manos en
la mesa, pálido de escándalo) Me estás diciendo que el sacrificio
de mi Salvador, la vida de los santos, el amor de tu novia... que
todo es solo una historia, como Ulises o Buda.
DON SALOMÓN: (Asintiendo con frialdad) Una historia poderosa,
sí. Una metáfora que nos invita a la "experiencia del misterio". Pero
yo ya no puedo vivir en la metáfora. Necesito la realidad. Y la
realidad es que estamos solos, somos libres y estamos
condenados a inventarnos cada día. Mi Padre y mi Madre me

dieron un mito. Esperanza lo ha roto. Y yo he elegido la Existencia.
Que Dios —o el arquetipo de Dios— me ayude.
DON PANCHO: (Sacude la cabeza, retrocede un paso) Solo te
deseo que tu "realidad" no te acabe por consumir, hijo. Has
cambiado la fe en el Padre por la fe en el Vacío. Y eso, eso sí que
es una historia de horror.
Don Pancho sale del café, sintiendo que no ha discutido con un
hombre, sino con el espíritu cínico de la época. Salomón, solo,
bebe su café, sintiendo la punzada de la libertad y la pesadez del
resentimiento.
Conferencia de don Sapiente

CAPÍTULO 21
Donde se narra la primera gran conferencia de Don Sapiente en Madrid tras
el éxito de su libro, titulada "Diseño Trascendente vs. Elección Autónoma",
donde confronta el dogma religioso (el diseño eterno católico) con
el Humanismo Existencial. Donde se articula la filosofía de Sapiente con
diferentes culturas globales. Donde se concluye que la autenticidad en el
amor de pareja reside en la decisión diaria de construir un destino común, no
en un designio divino. Don Sapiente remata el debate afirmando que hay
que elegir forzosamente: o se acepta un sentido trascendente, o se asume
el peso abrumador y glorioso de ser el único autor de nuestro sentido.
Conferencia: diseño trascendente vs. elección autónoma
La fe en el 'Vacío' y el llamado a la aventura de la libertad sin
misterio llevaron a Don Sapiente a un nuevo escenario para
confrontar públicamente al 'Diseño Trascendente'.
(Se escucha el suave murmullo de voces en diferentes idiomas y el
leve clic de la traducción simultánea activándose en los auriculares.
La sala de conferencias en Madrid estaba abarrotada, un crisol de
culturas y pensamientos. Don Sapiente se acerca al atril, sintiendo
el peso de su nueva autoridad intelectual.)
DON SAPIENTE: Muy buenos días a todos y todas. Good morning
to you all. Me llamo Don Sapiente, and I have not come here today
to give lessons, but to invite you to an exercise in freedom. To that
supreme and sometimes terrifying act which is thinking. (...sino a
invitarles a un ejercicio de libertad. A ese acto supremo y a veces
aterrador que es pensar.)
DON SAPIENTE: Nos han convocado para hablar del sexo, del
amor, de la relación entre el hombre y la mujer. And we are
presented with two visions that, at their root, are two radically
different answers to the most fundamental question:What is a
human being? (...Y se nos presentan dos visiones que, en su raíz,
son dos respuestas radicalmente distintas a la pregunta más
fundamental: ¿Qué es el ser humano?)

Diseño vs. Construcción
DON SAPIENTE: Por un lado, tenemos la Doctrina Católica, a
millennia-old beacon that offers us a complete map of the soul and
the body... Woman and man find their dignity by conforming to this
eternal design. (...un faro milenario que nos ofrece un mapa
completo del alma y del cuerpo... La mujer y el hombre encuentran
su dignidad al amoldarse a este diseño eterno.)
DON SAPIENTE: But... Allow me now to open another window. La
ventana del Humanismo Existencialista... For existentialism, biology
is not destiny. It is a given, a brute fact. (Para el existencialismo, la
biología no es un destino. Es un dato, un hecho bruto.) But
everything else – femininity, masculinity, roles, expectations –
is construction. (Pero todo lo demás –la feminidad, la masculinidad,
los roles, las expectativas– es construcción.)
DON SAPIENTE: La célebre frase de Simone de Beauvoir is not a
theory, it is a battle cry: "One is not born, but rather becomes, a
woman." (...no es una teoría, es un grito de guerra: “No se nace
mujer, se llega a serlo”.)
DON SAPIENTE: Frente al “don sagrado” de la doctrina
católica, we, existentialist humanists, place autonomous choice...
What exists is a perpetual becoming, a making of oneself through
one's acts. (...nosotros, los humanistas existencialistas, colocamos
la elección autónoma... Lo que hay es un perpetuo devenir, un
hacerse a uno mismo a través de los actos.)
DON SAPIENTE: In summary, the dilemma is this: ¿Es la
sexualidad la realización de un diseño trascendente? O es, por el
contrario, la expresión de la libertad inmanente del ser humano
para inventarse a sí mismo? (En resumen, la disyuntiva es esta: Is
sexuality the realization of a transcendent design? Or is it, on the
contrary, the expression of the immanent freedom of the human
being to invent themselves?)
DON SAPIENTE: The choice, dear friends, as my existentialist
colleagues would say, is as much yours as it is inalienable. Thank

you very much. (La elección, queridos amigos, como dirían mis
colegas existencialistas, es tan suya como intransferible. Muchas
gracias.)
(El público aplaude. Don Sapiente gesticula para abrir el turno de
preguntas. El murmullo se calma.)
Turno de Preguntas / Q&A Session
(Se levantan manos de todos los rincones del auditorio. Se
escucha la voz original y, casi inmediatamente, la traducción
simultánea.)
La Autenticidad de la Elección PREGUNTA 1 (Estudiante
japonesa): "Don Sapiente, sensei, muchas gracias por su claridad.
Mi pregunta surge del concepto de 'construcción'... ¿cómo se
distingue una 'construcción' opresiva de una elección auténtica
cuando, por ejemplo, una mujer elige libremente dedicarse a su
hogar y familia?" DON SAPIENTE: "The key... lies not in what is
chosen, but in how and why it is chosen... La clave... no está
en qué se elige, sino en cómo y por qué se elige... La autenticidad
reside en la autoría de la propia vida."
El Desafío de la Armonía Global PREGUNTA 2 (Estudiante
coreana): "선생님, 가족과 사회의 '조화' 가 개인의'자유'보다
우선시되는우리문화에서 , 이러한실존주의적자유는어떻게실현될
수 있을까요? 그것은 단순히 서양의 이론이 아닐까요 ?" ("Profesor,
en nuestra cultura, donde la 'armonía' familiar y social se prioriza
sobre la 'libertad' individual, ¿cómo puede realizarse esta libertad
existencialista? ¿No será simplemente una teoría occidental?")
DON SAPIENTE: "A profound question. Harmony is not the
absence of conflict, but the dynamic balance between forces.
Existentialist freedom does not seek to destroy the garden, but to
allow each stone to consciously choose its place... La armonía no
es la ausencia de conflicto, sino el equilibrio dinámico entre
fuerzas. La libertad existencialista no busca destruir el jardín, sino
permitir que cada piedra elija conscientemente su

lugar... contribuyendo a una armonía más auténtica porque es
elegida, no impuesta."
PREGUNTA 3 (Estudiante hindú): "सर, आपने 'निर्माण' की बात की। लेकिन
हिंदू दर्शन में, हम 'धर्म' या कर्तव्य की अवधारणा रखते हैं... क्या स्वतंत्रता की यह
अतिशyoक्ति 'धर्म' के विचार को नकारती नहीं है, और इस प्रकार, समाजिक
अराजकता को जन्म देती है?" ("Señor, usted habló de 'construcción'. Pero
en la filosofía hindú, tenemos el concepto de 'Dharma' o deber...
¿No niega esta exaltación de la libertad la idea del 'Dharma', y por
lo tanto, conduce al caos social?") DON SAPIENTE: "The question
is: who defines human Dharma? We propose that the supreme
'duty' of the human being is, precisely, to exercise their freedom
with responsibility. La pregunta es: ¿quién define el Dharma
humano? Nosotros proponemos que el 'deber' supremo del ser
humano es, precisamente, ejercer su libertad con
responsabilidad. Es un Dharma autoasumido, no heredado sin
crítica.El caos... puede verse como el tránsito necesario hacia un
orden más justo y consciente."
PREGUNTA 4 (Académica francesa): "Monsieur Sapiente, cette
liberté existentialiste n'est-elle pas profondément solitaire, voire
occidentale? N'y a-t-il pas un risque d'atomisation de la société?"
("Señor Sapiente, ¿no es esta libertad existencialista
profundamente solitaria, incluso occidental? ¿No existe el riesgo de
una atomización de la sociedad?") DON SAPIENTE: "Existentialist
freedom is not solipsistic... it is a harmony more difficult to achieve
because it is not pre-established. It is built through relationship. La
libertad existencialista no es solipsista... Es una armonía más difícil
de lograr, porque no está preestablecida. Se construye a través de
la relación."
PREGUNTA 5 (Estudiante árabe): "نم ءزج وه درفلا ،يتنيباس ذاتسأ
طبارتم يلبقو يلئاع جيسن . موهفم'ةيرحلا 'جيسنلا اذه ككفي هنأكو ودبي اذه.
؟هتليبقو هتلئاع نبا ،ءيش لك لبق ،وه ناسنلإا سيلأ" ("Profesor Sapiente,
el individuo es parte de un tejido familiar y tribal interconectado.
Este concepto de 'libertad' parece deshacer este tejido. ¿No es el
hombre, ante todo, el hijo de su familia y su tribu?") DON
SAPIENTE: "Being 'the child of' is a fact, a starting situation. What

we do with that fact is our freedom. Ser 'hijo de' es un hecho, una
situación de partida. Lo que hacemos con ese hecho es nuestra
libertad. El existencialismo no niega los lazos; los
problematiza. Pregunta: ¿este tejido me permite existir como un 'yo'
libre, o me define únicamente como un 'nosotros' que ahoga mi
singularidad?"
PREGUNTA 6 (Profesor chino): "老师,在儒家思想中, '礼'或礼仪定
义了人际关系 ... 这种存在的自由,在拒绝一切预先确定的 '礼'时,难
道不会导致混乱和 '失礼'吗?" ("Profesor, en el pensamiento
confuciano, el 'Li' o ritual define las relaciones humanas... ¿No
conduce esta libertad existencial, al rechazar todo 'Li'
predeterminado, al caos y a la 'falta de ritual'?") DON SAPIENTE:
"The 'Li' provides a form. But existentialist philosophy is concerned
with the authenticityof that form. El 'Li' proporciona una forma. Pero
la filosofía existencialista se preocupa por la autenticidad de esa
forma. Abogamos no por la ausencia de formas, sino por la
creación de nuevos 'rituales' que nazcan del acuerdo libre e
igualitario entre las personas."
La Conclusión: Decisión y Destino PREGUNTA 7 (Estudiante
español): "¿Usted cree que el amor de pareja es más auténtico si
se basa en ese 'proyecto entre dos libertades' que si se basa en la
creencia de un designio divino?" DON SAPIENTE: "What makes a
relationship authentic is not the belief in a destiny, but the daily
decision to build a common destiny. Lo que hace auténtica a una
relación no es la creencia en un destino, sino la decisión diaria de
construir un destino común."
PREGUNTA 8 (Estudiante italiano): "Ma allora, professore, alla fine:
Dio o la Libertà? ¿Tenemos que elegir forzosamente?" ("Pero
entonces, profesor, al final: ¿Dios o la Libertad? ¿Tenemos que
elegir forzosamente?") DON SAPIENTE: "Either we accept a
meaning that transcends us and to which we submit... or we dare to
bear the overwhelming and glorious weight of being the sole
authors of our meaning. O aceptamos un sentido que nos
trasciende y al que nos sometemos... o nos atrevemos a cargar con
el peso abrumador y glorioso de ser los únicos autores de nuestro

sentido. It is not a path for everyone. It requires courage. And as
the poet said, 'in the end, do not ask for the meaning, but be the
meaning yourself.' Thank you very much to all." (No es un camino
para todos. Requiere coraje. Y como dijo el poeta, 'al final, no
preguntes por el sentido, sino sé tú mismo el sentido'. Muchas
gracias a todos.)
(El auditorio estalla en un aplauso reflexivo y prolongado. Se
escucha el clic de desconexión de los auriculares de traducción.)
El Néctar de los Dioses
(La conferencia ha terminado. El público se dispersa poco a poco.
Don Sapiente recoge sus notas del atril con un suspiro de alivio. De
entre las butacas vacías, se acerca Don Pancho, con una sonrisa
pícara y dos botellas de gaseosa de naranja, que tintinean al
caminar.)
DON PANCHO: (Ofreciendo una botella) Tome, Don Sapiente, para
recuperar el jugo cerebral. Ha soltado usted más conceptos por
minuto que un pulpo lanza tinta.
DON SAPIENTE: (Acepta la botella con gratitud) Gracias, Pancho.
Es el néctar de los dioses tras la batalla dialéctica. ¿Y? ¿Qué tal?
¿He logrado sembrar alguna duda en el fértil barbecho de las
mentes?
DON PANCHO: (Abre su botella con un sonoro clic) ¡Uf! Les ha
dejado a los oyentes con la cabeza hecha un bombo. Por un lado,
el Diseño Trascendente, que es como tener las instrucciones de
montaje de IKEA escritas por los serafines. Y por el otro, la
Elección Autónoma, que es como construir el mueble a martillazos,
a ciegas y esperando que al final no te sobre una pata.
DON SAPIENTE: (Toma un sorbo) No es una mala analogía,
Pancho. Aunque en el existencialismo, el mueble no tiene una
forma predeterminada. Lo vas tallando con cada martillazo, y si al
final se parece más a una butaca que a una mesa, pues...
enhorabuena, ha nacido una butaca auténtica.

DON PANCHO: ¿Y si se cae? ¿Y si al sentarte te clavas una astilla
en un sitio trascendental?
DON SAPIENTE: Eso, querido amigo, no es un error de diseño. Es
una experiencia auténtica. Te define. Te convierte en el ser
astillado-butaca que decides ser.
DON PANCHO: (Sacudiendo la cabeza) Mire, yo con mi señora,
Doña Remedios, llevamos cuarenta años. Según su teoría,
¿nuestro amor es auténtico porque decidimos construirlo cada día,
o es inauténtico porque nos casamos por la iglesia y creemos que
era nuestro "designio"?
DON SAPIENTE: (Se ajusta las gafas) La clave, Pancho, está en la
intencionalidad. ¿Se limitan a repetir un guión heredado, o eligen,
cada mañana, compartir el café y el periódico como un acto de
libertad rebelde?
DON PANCHO: (Piensa) Elige ella el canal de la tele. Y yo elijo
callarme. Es un acto de libertad rebelde... por supervivencia. Un
"proyecto entre dos libertades", como usted dijo, donde mi libertad
elige prudentemente no contradecir a la suya.
DON SAPIENTE: (Sonríe) ¡He ahí la armonía dinámica! Un jardín
zen donde cada piedra ha elegido, conscientemente, no lanzarse
contra el cristal de la ventana. Es puro existencialismo aplicado.
DON PANCHO: Pues a veces echo de menos un poco de "Li", de
ese ritual confuciano que mencionó el del bigote. Algo que diga:
"Los jueves, toca puchero y no filosofar sobre la nada". Es más
cómodo.
DON SAPIENTE: ¡Pero Pancho! Eso es la jaula de oro. La
seguridad a cambio del alma. Prefiero la angustia luminosa de ser
el alfarero de mi propio tiesto, aunque me salga torcido.
DON PANCHO: Y yo prefiero el puchero de los jueves. Mire, Don
Sapiente, al final, tanto el Diseño como la Libertad son como estas
gaseosas. (Señala las botellas) La suya es la teoría: burbujas de

ideas que suben, efervescentes, hacia la nada. La mía es la
práctica: un trago dulce que te quita la sed. ¿Y lo mejor? Que al
final, ambas te dan gases. Así es la vida.
DON SAPIENTE: (Ríe abiertamente) No hay refutación posible,
Don Pancho. Su pragmatismo es tan demoledor como un aforismo
de Nietzsche. Brindemos, entonces. ¿Por el Diseño?
DON PANCHO: (Chocan las botellas) ¡Por la Libertad!... de elegir
una buena siesta después de tanto pensar. Que el mundo aguante
hasta mañana.
(Ambos beben, sonriendo, mientras el último asistente abandona el
auditorio, dejándolos solos con sus botellas y sus verdades a
medias.)
Al salir del auditorio con su amigo Don
Pancho, Salomón es abordado por un
grupo de jóvenes reaccionarios que se
oponen violentamente a sus ideas. Estos
agresores encarnan la oposición fanática a
la razón y la "destrucción de la fe"que
Salomón ha estado predicando
 El Coloquio en la Sala de Urgencias

CAPÍTULO 22
La gloriosa y abrumadora conclusión de la libertad sin amo tuvo un precio
instantáneo. Al salir del auditorio con su amigo Don Pancho, Salomón es
abordado por un grupo de jóvenes reaccionarios que se oponen
violentamente a sus ideas. Estos agresores encarnan la oposición fanática a
la razón y la "destrucción de la fe" que Salomón ha estado predicando. A
pesar de la advertencia de Don Pancho, Salomón se enfrasca en un desafío
verbal. Los jóvenes lo atacan, dejándolo herido y sangrando. En el suelo, al
experimentar el dolor físico agudo, la mente de Salomón no se rinde al
pánico, sino que se aferra a su filosofía. La reacción de Salomón no es la de
una víctima, sino la de un hombre que afirma su existencia a través del dolor.
El Precio de la libertad: una confrontación nocturna
Escena: la acera oscura y mojada frente al auditorio de la
universidad. Acaba de terminar la aclamada (y polémica)
conferencia de Don Salomón.
La emboscada: Salomón sale del auditorio, abrochándose el
abrigo. Su rostro refleja la satisfacción de haber expuesto su
verdad. Don Pancho, que ha estado esperando en la penumbra
con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido, se acerca de
inmediato.
DON PANCHO: (Agarrándolo del brazo con suavidad pero con
firmeza) Vamos, Salomón. No es noche para pavonearse. Los vi
agruparse al fondo. No eran estudiantes, eran una jauría. Tus ideas
les han removido el avispero.
DON SALOMÓN: (Con un gesto de desdén) ¿Miedo a las ideas,
Pancho? Es el síntoma. Cuando se quiebra el mito que les da
cobijo, solo queda la náusea de su propia libertad. Es la antesala
del auténtico despertar.
DON PANCHO: (Resoplando) A mí lo que me da náusea es la
perspectiva de que te partan la cara. Tu despertar puede acabar

con un ojo morado y un diente menos. No es muy estético,
¿sabes?
DON SALOMÓN: Prefiero la verdad, aunque sea sangrienta, al
confort de la ilusión.
DON PANCHO: Eso es porque nunca te han dado un puñetazo en
el hígado por una ilusión. Te aseguro que en ese momento,
cualquier verdad filosófica se convierte en un segundo plano.
Antes de que Salomón pueda replicar, cuatro figuras emergen de
las sombras. Uno de ellos blande una pancarta arrugada: "¡La
Razón es 666!".
LÍDER: (Gritando) ¡Predicador del vacío! ¡Apóstol de la Bestia!
DON SALOMÓN: (Deteniéndose, con curiosidad intelectual) ¡Ah, la
reacción! El último estertor de quien teme su responsabilidad...
Observa, Pancho, la personificación del pánico metafísico.
DON PANCHO: (Empujándolo suavemente hacia atrás) ¡Cállate y
corre, hombre! ¡No son un coloquio, son una paliza! ¡Tu
personificación del pánico viene con barras de metal!
El líder se abalanza. Don Pancho, con una agilidad inesperada, se
interpone y recibe un empellón que lo estrella contra la pared de
ladrillo. El impacto le saca el aire.
DON PANCHO: (Jadeando) ¡Vaya! Menos mal, pensé que sería
algo serio.
Salomón esquiva un primer puñetazo, pero un segundo agresor lo
golpea en el costado. Cae de rodillas sobre el pavimento mojado.
Uno de ellos levanta una barra.
La respuesta existencialista
El tiempo pareció detenerse. La luz de un farol titilaba sobre el
metal de la barra. Salomón no vio un arma; vio el instrumento
del absurdo. El instante de la verdad desnuda.

La barra desciende. Salomón rueda, pero el impacto le roza el
hombro con un crujido sordo y húmedo. El dolor es tan agudo y
concreto que borra toda filosofía por un instante. En su mente, solo
queda un eco: El dolor es real. No hay un plan divino. Solo esto.
Con un esfuerzo sobrehumano, se levanta, escupe sangre y, con la
furia del que defiende su única verdad, golpea con su maletín de
cuero—el ataúd de sus viejas certezas—la cara del agresor más
cercano.
DON PANCHO: (Incorporándose, viendo a su amigo sangrar)
¡Salomón! ¡El hombro! ¿Ves? ¡Te lo dije! Ahora tu brazo existencial
tiene una nueva y dolorosa dimensión.
El Legado del Dolor
Los agresores huyen, sus gritos fanatizados se desvanecen en la
noche. Don Pancho se acerca, apoyándose en la pared.
DON PANCHO: (Consternado, viendo la postura contrahecha de su
amigo) Estás malherido. Ese hombro no pinta bien. Parece un
mapa del metro. Hay que ir al hospital.
DON SALOMÓN: (Con una mueca de dolor y triunfo) No te
preocupes, Pancho. Ya lo veo.
DON PANCHO: ¿Ver qué? ¿El hematoma? Eso lo vemos todos,
hasta el ciego del kiosko.
DON SALOMÓN: (Mira la sangre en su mano) Ellos vinieron a
imponer un sentido desde fuera. Yo les he devuelto el golpe con
mi libertad. Este dolor... es mío. Mi elección. Es el precio.
DON PANCHO: (Sacudiendo la cabeza, limpiándose el polvo de la
chaqueta) Estás glorificando el disparate. El único "precio" que veo
es el de la ambulancia y la baja laboral. Ahora cállate y apóyate en
mí. La filosofía puede esperar a que te pongan una venda. Y que
sea una venda barata, que las gasas están por las nubes.

El Precio de la Libertad: el coloquio en la Sala de Urgencias
Escena: Una sala de observación en urgencias. Luces
fluorescentes, olor a antiséptico.
El Coloquio El médico se acerca, consultando una tablet.
MÉDICO: Don Salomón Sapiente. Fractura no desplazada del
acromion. Contusiones múltiples. Un verdadero gusto.
DON SALOMÓN: (Con voz ronca) Son las secuelas de una
confrontación epistemológica, doctor. El dogmatismo, acorralado,
recurre a la violencia. Un intento patético de negar la angustia de la
libertad...
DON PANCHO: (Interrumpiendo, con una voz sorprendentemente
serena) Disculpe, doctorcito. ¿Ese hueso, el acromión, es de los
importantes para abrir un frasco de mermelada?
El médico lo mira, desconcertado.
MÉDICO: Eh... sí. Es parte del hombro. Influye en la movilidad.
DON PANCHO: (Asintiendo con gravedad) Me temía lo peor. Mire,
mi primo Poli, el de la carpintería, se cayó de un andamio y le
quedó un hombro más alto que el otro. Ahora, el muy pobre, no
puede clavar un techo ni alcanzar un libro de la balanda alta. Solo
sirve para ser bibliotecario de estanterías bajas. No queremos que
a don Salomón le pase eso. Tiene demasiados libros en la cabeza
para acabar condenado a los de abajo. Sería una ironía trágica,
como un pez sin agua... o un filósofo sin estanterías altas.
Don Salomón intenta una réplica, pero un espasmo de dolor se lo
impide.
DON SALOMÓN: ¡Agh! Pancho, por favor. Estoy articulando la
experiencia del dolor como un límite que define la existencia, y tú
hablas de... de balandas y mermelada. Es una reducción al
absurdo.

DON PANCHO: (Sin inmutarse, dirigiéndose de nuevo al médico)
Claro, doctor. Para "articular", primero tiene que poder levantar el
brazo para coger el libro. Es pura lógica. Cuide bien esa unión, que
es lo que lo salva a uno de los abismos del delirio y de tener que
pedir ayuda para todo, incluso para rascarse la espalda en un
momento de picor existencial.
El médico no puede evitar una leve sonrisa.
MÉDICO: No se preocupe. La reducción fue correcta. En unas
semanas, podrá con la mermelada y con Nietzsche.
DON PANCHO: Otra cosita, esos analgésicos... ¿son de los que
duermen el estómago? Porque a don Salomón, con los nervios, se
le revolucionan los humores. No vaya a ser que salga de aquí con
el hombro cuadrado y el hígado hecho polvo. Yo le traigo un tecito
de manzanilla, que calma los espíritus y no contradice a Kant, que
yo sepa.
DON SALOMÓN: (Exasperado) La manzanilla... el opio del pueblo.
Mitigas el sufrimiento existencial con infusiones, Pancho. Es
enmascarar el vértigo del ser con aromas florales.
DON PANCHO: (Sacando un termo pequeño de su bolsillo y
ofreciéndole un vaso de agua) Y funciona, ¿o no? A ver, dígame
qué es más útil ahora: ¿su concepto de "la nada" o este vaso de
agua? Beba, Salomón. Que tiene la boca seca de tanto existir.
Mientras el enfermero coloca el cabestrillo definitivo, Don Salomón
cierra los ojos. El dolor en su hombro era un recordatorio áspero
del absurdo, de la soledad de una libertad conquistada a golpes.
Pero la voz de Pancho, su terrenal obsesión con los frascos de
mermelada y los estantes bajos, su tecito de manzanilla y su lógica
implacable... era un ancla firme tirada desde la orilla de la cordura.
No era la libertad radical de la que él hablaba, sino la libertad
simple y profunda de ser rescatado, con las manos en la masa y
los pies en la tierra, de los abismos del delirio. Y en ese instante,
herido y vulnerable, Don Salomón sospechó que la más honda de

todas las verdades no estaba en el vacío, sino en la mano firme de
un amigo que te ofrece un vaso de agua en una fría sala de
urgencias, recordándote que, al final, incluso el filósofo más
trascendente necesita poder abrir su propio frasco de mermelada.
En el Monasterio de Santo Tomás en
Ávila
Reencuentro con Esperanza
CAPÍTULO 23
Mientras el cuerpo de Salomón se recuperaba, su soledad esencial resonó
hasta oídos de Esperanza, la única que conocía el origen de su herida. Este
capítulo marca un punto de inflexión con la iniciativa de Esperanza, la
exnovia de Don Sapiente (Salomón), quien ahora vive en un convento en
Ávila. A pesar de su reclusión, la monja sigue el rastro del éxito y la
controversia generada por el best seller de Salomón, "Humanismo
Existencial y su Utopía Pragmática". Al oír a su exmarido hablar de la
"soledad fundamental", Esperanza siente una profunda compasión y rompe
su silencio para enviarle una carta. Sin reproches filosóficos, simplemente lo
invita al Convento de la Encarnación en Ávila, ofreciéndole un espacio de
"silencio" donde podría encontrar las respuestas que su mente racional se
niega a nombrar.

El reencuentro en Ávila: la Invitación de Esperanza
Esperanza, en la austera paz de su convento en Ávila, seguía las
noticias del mundo con una discreción inusual. No buscaba el
ruido, pero la fama de su exmarido, Don Sapiente (Salomón), era
imposible de ignorar. El lanzamiento de su best seller, Humanismo
Existencial y su Utopía Pragmática, y las acaloradas discusiones
que generaba, llegaban hasta su claustro a través de un viejo
televisor en la sala comunitaria.
El frío de las piedras abulenses era un consuelo físico para su
espíritu, pero el frío existencial de Salomón la traspasaba. Al
escucharlo hablar de la "soledad fundamental del ser" y
la "angustia de la elección", una oleada de compasión la invadió.
Veía a Salomón en su lucha, negando la trascendencia que ella
había abrazado.
En un impulso que rompió su rutina, tomó papel y pluma. La carta
fue breve y sin reproches. Lejos de intentar refutar su filosofía,
simplemente le ofreció un espacio de encuentro:
"Salomón, he seguido tu cruzada. Tu dolor y tu valentía son
evidentes. Sé que necesitas respuestas que tu mente aún no
ha querido nombrar. Te invito a visitarme. Estoy en el Convento
de la Encarnación en Ávila. Ven. Hay cosas que solo el silencio
puede susurrar. Con afecto y oración, Esperanza."
La Reinterpretación del héroe: el Museo de Santo Tomás
Salomón llegó a Ávila, sin esperar una revelación, sino una nueva
oportunidad para imponer su logos. Antes de ver a Esperanza,
cumplió con una visita al Museo de la Orden de Santo Tomás,
atendiendo a la sugerencia que ella le había hecho días antes. Era
una colección modesta, pero evocadora, levantada en honor a los
frailes misioneros de ultramar: mapas antiguos, crucifijos tallados
en maderas exóticas, sedas chinas, relicarios japoneses y

manuscritos en lenguas muertas. Salomón no buscaba un milagro,
sino la fuente del mito que había "robado" a su amada.
A medida que recorría la sala, escuchando las historias de frailes
que cruzaron mares y desiertos para llevar su mensaje, la mente
de Salomón, empapada en el mito de Campbell, se puso en
marcha. No veía catequesis; veía Aventura Pura.
Observando un mapa de rutas, su voz se hizo audible, una
especie de monólogo interno que se convertía en doctrina: —¡Qué
audacia! Aquí está el Héroe que Abandona el Mundo Conocido. No
por una promesa espiritual, sino por la necesidad interna de la
travesía. Estos hombres no temían al vacío, al mar, al desierto.
Eran exploradores de lo Desconocido en su forma más pura.
Un crucifijo toscamente tallado, con rasgos influenciados por el
arte local, lo detuvo. Salomón lo analizó como un semiólogo: —
Este objeto no habla de redención, sino de Integración. El héroe no
solo cruza el umbral, sino que asimila el mundo nuevo a su propia
experiencia. El Cristo se vuelve chino o japonés. Su mensaje no es
una imposición, sino un diálogo de símbolos. Es la esencia del
mito: universalizarse sin perder la forma.
Finalmente, ante el diario de viaje, la brújula rudimentaria y el
rosario desgastado de un misionero, halló la clave psicológica: —El
rosario... la fe, vista así, no es un dogma sino la herramienta
psicológica que permite al héroe persistir en la prueba. Es el "elixir"
que él lleva consigo para no sucumbir a la locura del aislamiento.
Su "Dios" es el soporte narrativo que justifica el sacrificio
existencial y le da la fuerza para el Regreso.
El Encuentro final: cara a cara con la Conciencia
Al día siguiente, antes de partir, Salomón volvió al locutorio. Su
rostro irradiaba una energía nueva, serena, que no era la
comprensión que Esperanza había esperado, sino la de
una victoria intelectual.

—Esperanza, he visitado el museo. Y tienes razón: he visto el viaje
heroico.
Ella sintió una chispa de esperanza: —¿Y qué has visto? ¿Has
visto el amor, el sacrificio que mueve a la fe?
—He visto el coraje existencial —replicó Salomón, inmutable—. He
visto a hombres que, arrojados a la inmensidad del océano y de
culturas ajenas, se inventaron un propósito total para darle sentido
a su vida y a su muerte. Los misioneros no son para mí santos;
son aventureros de la conciencia que, en lugar de buscar oro,
buscaron la gran historia. Utilizaron el mito cristiano como su
brújula, su motor, su ficción heroica fundamental para no caer en el
nihilismo.
Esperanza, aunque frustrada, mantuvo su voz serena: —Salomón,
no es una ficción, es la Verdad. No es la brújula, es el destino.
—Para mí, el destino es la acción, Esperanza. Y esos frailes fueron
los máximos exponentes de la acción. Entendieron que el ser
humano necesita una narrativa épica. Ellos eligieron la de Cristo,
el Héroe Sacrificado, para validar su viaje. Yo elijo la del Héroe
Creador de Sentido, el que asume la responsabilidad de la historia.
—Entonces, ¿sigues sin ver el rostro de Dios en su valentía?
—Veo el rostro del hombre, Esperanza. Veo la dignidad dramática
del hombre que se alza y dice: "Aunque el mundo no tenga sentido,
yo se lo daré. No por Dios, sino a pesar de Dios y del absurdo". Y
ese, querida Esperanza, es el Héroe más grande de todos.
Salomón tomó sus manos sobre la reja. El entendimiento mutuo no
había llegado a una convergencia de creencias, sino a un profundo
respeto mutuo. La fe de Esperanza no había movido la montaña
del existencialismo de Salomón, pero su amor había transformado
su obstinación en una nueva y grandiosa interpretación de la
acción humana. Se despidió, llevando consigo no la paz religiosa,
sino una afirmación intelectual de su propia cruzada.

En el Teatro para ver la
ópera Carmen,
CAPÍTULO 24
Donde se narra un encuentro cultural entre Don Sapiente y sus colegas
feministas (Carmen y Ana) en el Teatro para ver la ópera Carmen, que sirve
como metáfora del conflicto eterno entre pasión y razón. Donde se revela
la síntesis intelectual y el mecanismo de defensa de Don Sapiente. Él utiliza
su Humanismo Existencial para argumentar que la vocación de Esperanza
no es superior por su pureza, sino por ser un acto existencial de libre
voluntad. Donde se concluye que, al exaltar la autonomía femenina (ya sea
la rebeldía de Carmen o la entrega de Esperanza), Don Sapiente resuelve su
disonancia cognitiva. Su venganza intelectual le otorga una súbita liberación
psicológica, aunque el debate siembra nuevas dudas sobre si su mente ha
alcanzado la misma paz que su discurso.

La Ópera como campo de batalla ideológico
La reafirmación del Héroe Creador de Sentido no fue suficiente
para Don Sapiente, quien buscó una síntesis intelectual que uniera
el claustro y la carne. La mañana en la cafetería de la Universidad
Utopía Pragmática de Extremadura estaba impregnada de ese
bullicio académico que precede a los debates jugosos. Carmen y
Ana, profesoras de sociología y estudios de género, revolvían sus
cafés mientras planeaban una escapada cultural. Ana, con su pelo
corto y gafas de montura azul, deslizó su tablet hacia Carmen:
—Mira, en el Teatro de la capital ofrece Carmen de Bizet esta
noche. ¿Vamos?
Carmen, mujer de curvas generosas y sonrisa pícara, respondió
con entusiasmo:
—¡Por supuesto! Pero se me ocurre algo mejor: invitemos a Don
Sapiente. Sería fascinante ver cómo reacciona ante una heroína
que desafía todas sus ideas sobre el amor y la libertad.
Ana soltó una risa traviesa:
—¡Excelente idea! Su cara cuando Carmen cante L’amour est un
oiseau rebelle debe ser épica.
Horas más tarde, el trío viajaba en el coche de Carmen por la
carretera extremeña. La conversación, como era de esperar, derivó
en filosofía.
—Carmen es un símbolo de la mujer que se libera de las ataduras
patriarcales —defendió Ana con pasión—. Elige su destino, aunque
sea trágico.
Don Sapiente, desde el asiento trasero, replicó:
—Pero su libertad es anárquica. Como dice San Pablo: “Todo me
está permitido, pero no todo me conviene”. Carmen confunde la
liberación con la licencia, y eso la lleva a la destrucción.

—¡Vaya! —intervino Carmen, conduciendo con soltura—. ¿Acaso
no es preferible una libertad peligrosa a una sumisión segura?
—Depende de qué entienda por libertad —argumentó Don
Sapiente—. Para nosotros, los cristianos, la verdadera libertad es
la que conduce a la plenitud, no al abismo.
El Teatro los envolvió en su drama musical. Durante el intermedio,
en el vestíbulo, Ana comentó emocionada:
—¿No es increíble cómo la habanera captura el espíritu indomable
de Carmen?
—Sí —admitió Don Sapiente—, pero su mensaje me inquieta: “Si
no me amas, te amaré; si te amo, ten cuidado”. Es una advertencia
sobre el amor no regulado por la razón.
—O una crítica a los hombres que no soportan que una mujer no
se deje poseer —contrargumentó Carmen, con una sonrisa
desafiante.
En el viaje de regreso, el debate se reavivó:
—Aún creo que enaltecer una libertad que conduce a la muerte es
un error —insistió Don Sapiente.
—Porque usted confunde libertad con caos —replicó Ana—.
Carmen elige, y en esa elección radica su poder. No es una
víctima; es un símbolo.
—Un símbolo de lo que ocurre cuando se rompen todos los límites
—concluyó Don Sapiente, aunque con una sonrisa—. Pero admito
que esta noche ha sido... iluminadora.
Bajo las Estrellas de Extremadura: el dulce debate de las libertades
La noche extremeña envolvía las calles de Utopía Pragmática en
un manto tranquilo. Arrastrados por el aroma dulzón del aceite
caliente y el chocolate, se dirigieron a la churrería cercana. Al
entrar, una sorpresa aguardaba: Don Pancho, el bibliotecario de la

universidad, los esperaba ya sentado en una mesa de mármol con
tres chocolates humeantes y una ración de churros crujientes.
—¡Al fin! —exclamó con su sonrisa característica—. Sabía que
terminarían aquí después del drama operístico. Yo, como saben,
prefiero los dramas literarios a los musicales.
Don Sapiente, que había permanecido en un silencio inusitado,
pareció salir de su ensimismamiento.
—Parece que la ópera le ha dejado más pensativo de lo que
esperaba, profesor —notó Don Pancho con agudeza—. ¿Sigue
dándole vueltas al tema de la libertad?
DON SAPIENTE: —En realidad, estoy pensando en otra mujer.
Una que también eligió la libertad, pero de una manera muy distinta
a la Carmen de Bizet.
CARMEN: —¿Otra mujer? ¿Acaso tiene un pasado intrigante que
desconozco?
DON SAPIENTE: —Se llamaba Esperanza —confesó, con un tono
que pretendía ser suave—. Y en lugar de elegir la pasión terrenal,
eligió el convento. Para ella, la verdadera libertad estaba en
la entrega total a Dios.
CARMEN: —Vaya. ¿Y qué la hacía libre, según ella?
DON SAPIENTE: —Ella decía que al renunciar a sí misma,
encontraba una libertad mayor: la de no estar atada a deseos
egoístas. Citaba a menudo el Cantar de los Cantares: “Ponme
como un sello sobre tu corazón”. Para ella, Dios era ese sello. Un
amor que la marcaba sin aprisionarla.
ANA: —Suena muy poético, profesor, pero ¿no era acaso otra
forma de esclavitud? Renunciar al mundo para servir a un ideal,
¿no es una imposición sublimada?

Aquí, la mente de Don Sapiente se activó con su Humanismo
Existencial. El ataque frontal al acto de Esperanza le dio el permiso
intelectual para contrarrestar la idealización que aún lo humillaba.
Era la oportunidad de exorcizar su dolor.
DON SAPIENTE: —¡He ahí la cuestión fundamental! Es la paradoja
del amor. Como dice el Cantar: “Fuerte es como la muerte el amor”.
Pero desde el Humanismo, entendemos que esa entrega no es
esclavitud, sino una forma de libertad superior solo si es una
elección libre y consciente. La libertad verdadera no radica en la
renuncia o la militancia, sino en el acto existencial de elegir el
propio destino, sea este el convento o la rebeldía de Carmen. Es
la voluntad lo que la hace noble.
DON PANCHO: —Como en la biblioteca: no es importante si un
lector elige poesía o filosofía, sino que su elección nazca de una
curiosidad genuina. El 'sello' solo es liberador si es aceptado por
una voluntad soberana.
Al elevar la decisión de Esperanza a un mero acto de voluntad
libre (y no a una supremacía moral o espiritual), Don Sapiente
sintió una oleada de calma. La venganza intelectual se consumaba:
ya no era la víctima del celibato, sino un observador del libre
albedrío.
CARMEN: —Tal vez tenga razón. Quizás la libertad no es hacer lo
que uno quiere, sino querer lo que uno hace.
DON SAPIENTE: (Asintiendo, con una sonrisa triste) —
Exactamente. Por eso Carmen y Esperanza, aunque parecen
opuestas, en el fondo buscaban lo mismo: una libertad que
trasciende lo mundano. Una lo buscó en la tierra, y la otra en el
cielo. Ambas, por caminos opuestos, afirmaron su yo autónomo.
CARMEN: —¿Y usted, dónde lo busca?
DON SAPIENTE: (Tomando un sorbo de chocolate caliente) —En
el equilibrio entre ambos. En un amor que sea a la vez terrenal y

celestial, práctico y sublime. En la síntesis que une la elección
radical de Esperanza con la autonomía terrenal de Carmen.
Bajo la luz tenue de la churrería, el debate había cumplido su
objetivo secreto: relativizar su dolor pasado al convertir la vocación
de Esperanza en un problema resuelto del libre albedrío, aunque el
recuerdo de la niña de la encina siguiera sembrando nuevas
dudas sobre si su mente ya era tan libre como su discurso.
El debate en la Junta de
Catedráticos,
Preocupaciones de la oposición sobre la
financiación y la carga de trabajo, y
finalmente es aprobado por mayoría.
CAPÍTULO 25
Donde se narra que, habiendo resuelto su crisis existencial a través
del Humanismo Existencial, Don Sapiente canaliza su nueva sabiduría en
una acción concreta: proponer un foro preparatorio para el próximo congreso
de Utopía Pragmática en Madrid, buscando consolidar la visión
transdisciplinar de su universidad. Se describe el debate en la Junta de
Catedráticos.

Propuesta del Foro y la Junta de Catedráticos
Con la disonancia cognitiva resuelta mediante la exaltación de la
autonomía femenina, Don Sapiente canalizó su energía en una
acción concreta para consolidar su visión universitaria. Inspirado
por la visión transdisciplinar, concibió de inmediato la idea de
organizar un foro preparatorio de gran calado para el segundo
encuentro, programado para Madrid. El decano, reconociendo el
potencial estratégico de la iniciativa, lo sometió a la inmediata
consideración de la Junta de Catedráticos.
Junta de Catedráticos y Profesores - Universidad Utópica
Pragmática de Extremadura
DECANO: Buenos días a todos. Hoy debatiremos una propuesta
del profesor Don Sapiente: la organización de un foro preparatorio
para el segundo encuentro sobre Utopía Pragmática, que se
celebrará en Madrid. Don Sapiente, ¿podría exponernos
brevemente su proyecto?
DON SAPIENTE: Gracias, Decano. He estado inmerso en la
lectura de las actas del congreso de Fukuoka y, especialmente, en
el volumen Nuestra Utopía Pragmática. Sus tres pilares –la fe, la
razón y la experiencia humana– me han convencido de
la necesidad perentoria de un espacio previo donde podamos
profundizar y preparar una participación que honre el espíritu
integrador de nuestra universidad. Este foro enriquecerá a nuestros
estudiantes y fortalecerá el posicionamiento estratégico de nuestra
institución.
PROFESORA ELENA (en contra): Con todo respeto, Don Sapiente,
me parece que estamos añadiendo una carga de trabajo
innecesaria a un calendario que ya está al límite. ¿Realmente es
prioritaria la preparación de un congreso externo tan ambicioso en
este momento?
PROFESOR MIGUEL (a favor): Precisamente por eso, Profesora
Elena, creo que es crucial. Un foro como el que propone Don

Sapiente nos permitiría generar un debate interno de alta calidad y,
sin duda, mejorar sustancialmente nuestra contribución a Madrid.
Es una oportunidad de oro para demostrar nuestro liderazgo
intelectual.
PROFESORA LAURA (en contra): Entiendo el entusiasmo, pero mi
preocupación principal es la financiación. ¿Tenemos los fondos
necesarios para un evento de esta naturaleza? Y, ¿quién se
encargará de la logística?
PROFESOR JAVIER (a favor): Los beneficios superan con creces
los posibles inconvenientes. Podríamos buscar patrocinadores
externos. La visibilidad que nos daría este foro sería invaluable. Es
una inversión directa en el prestigio de nuestra universidad.
DON SAPIENTE: El tiempo es clave. La resonancia de Nuestra
Utopía Pragmática es actual. No es dispersión, Profesora, es
una consolidación estratégica de nuestra identidad.
DECANO: Bien. La propuesta de Don Sapiente para organizar un
foro preparatorio para el segundo encuentro de Utopía Pragmática
en Madrid ha sido aprobada por mayoría. ¡Felicidades, Don
Sapiente!
El Eco del Orgullo: Coloquio en el Pasillo
(Tras la aprobación, Don Sapiente, con un brillo de triunfo, se
encuentra con Don Pancho en el pasillo, quien lo espera apoyado
en la máquina de café.)
DON PANCHO: (Con una sonrisa de medio lado) ¡Vaya, vaya! El
gran conquistador de presupuestos. Traía un aire entre Napoleón
cruzando los Alpes y un niño con zapatos nuevos. ¿Aprobado,
entonces?
DON SAPIENTE: (Ajusta la corbata con un gesto de satisfacción)
Aprobado por mayoría, querido Pancho. La razón, cuando se
expone con claridad y vigor, acaba abriéndose paso. Es un gran
día para la Utopía Pragmática en Extremadura.

DON PANCHO: Ya. La razón, y el voto a favor del profesor
Miguel... Pero bueno, no le quito mérito. Así que... Foro
Preparatorio en Mérida. ¿En el Teatro Romano, supongo?
DON SAPIENTE: Estamos barajando ubicaciones de peso
simbólico. El Museo Nacional de Arte Romano es una opción. Que
el diálogo entre lo antiguo y lo moderno...
DON PANCHO: ...le dé un dolor de espalda a la señora de la
limpieza por barrer entre tanto concepto. Lo veo. Y dígame, oh
arquitecto de foros, ¿ha pensado en lo más importante?
DON SAPIENTE: (Se endereza) ¿El contenido académico?
DON PANCHO: No, no. El catering. ¿Va a haber torta del Casar y
patateras? Porque puede usted tener todo el diálogo
transdisciplinar del mundo, pero si no hay un buen vino de la tierra
y unos ibéricos que hagan llorar de emoción a un existencialista, el
foro será recordado como un fracaso gastronómico. La experiencia
humana, Don Sapiente, empieza por el paladar.
DON SAPIENTE: (Pone los ojos en blanco) Pancho, estamos
organizando un evento de alto nivel intelectual, no una romería.
DON PANCHO: Exacto. Y en las romerías, la gente es feliz. En los
congresos, se duerme. Ahí tiene su primera lección de Utopía
Pragmática: fe en el jamón, razón para no empacharse, y
experiencia humana compartida alrededor de una mesa.
DON SAPIENTE: (Suspira, pero una sonrisa se le escapa) Su
reduccionismo materialista es, como siempre, aterrador... y
tentador. Muy bien. Anotado. "Catering con sello extremeño".
DON PANCHO: Un ponente hambriento es un ponente
malhumorado. Y no hay diseño trascendente que resista a un
estómago rugiendo.
DON SAPIENTE: (Ríe, derrotado) Concedido, Pancho, concedido.
La Comisión Organizadora Ad Hoc tendrá su primera reunión... en

una tetería. Así empezamos a practicar la armonía entre el espíritu
y la materia.
La Desconexión Pedagógica
El aula 3B olía a madera nueva y a promesas por cumplir. Don
Sapiente, con su barba canosa, se paseaba frente a los
estudiantes de Ética y Cosmovisiones Contemporáneas. Su
energía era palpable, pero arrastraba la impaciencia de quien
confundía la tenencia de una verdad con la superioridad.
Aquella tarde, el tema era La búsqueda de sentido en la era
posmoderna. Don Sapiente, armado con el entusiasmo de haber
ganado la Junta, comenzó a tejer su totum revolutum:
DON SAPIENTE: —Verán —proclamó, con gestos que parecían
abarcar el cosmos—, cuando San Pablo habla de la fe que mueve
montañas, ¿no es acaso una manifestación primigenia de lo que la
física cuántica llama “colapsar la función de onda”? ¡Es el mismo
principio! O el karma budista: ¿no es el eco de la justicia divina del
Eclesiastés? ¡Todo converge, jóvenes! La verdad es una, aunque
sus ropajes sean milenarios.
Un murmullo recorrió el aula. El fervor de Sapiente era puro, pero
su discurso, una intoxicación de poseer un mapa que unificaba
todos los territorios.
Fue entonces cuando Sofía, una estudiante de cabello azul y
mirada penetrante, alzó la mano.
SOFÍA: —Profesor, si todo es lo mismo, ¿entonces da igual creer
en Buda, en Cristo o en el horóscopo? ¿No es como decir que
todas las carreteras llevan a Roma, incluso si una es una autopista
y otra un sendero de cabras por un precipicio?
Una risa ahogada se filtró entre los pupitres. Don Sapiente sintió un
escozor familiar, el mismo que había sentido años atrás cuando su
padre le dijo: “Esa niña sabe mirar.”

DON SAPIENTE: (Con un tono que buscaba firmeza pero se
quebró en una altanería innecesaria) —No, Sofía, no es lo mismo.
Hay un hilo conductor, pero la plenitud de la verdad… es cuestión
de discernimiento. Y el discernimiento, señorita, no es un juego de
niños. Se gana con estudio y rigor.
El silencio que siguió fue pesado, incómodo. La réplica, seca y
desdeñosa, había cerrado la puerta al diálogo. Don Sapiente había
ganado la discusión por autoridad, había reafirmado su posición
dominante, pero en ese acto de soberbia había perdido la
conexión con sus alumnos. Era una victoria pírrica que resonaría
como un eco amargo: su transformación intelectual aún era
incompleta, y la herida de su orgullo se reflejaba en su desconexión
pedagógica.
Diálogo perspicaz y revelador entre Don
Sapiente y un Monje Budista de la Tierra
Pura en las ruinas previas al congreso
de Mérida.
En el Anfiteatro Romano

CAPÍTULO 26
Comienza con un diálogo perspicaz y revelador entre Don Sapiente y
un Monje Budista de la Tierra Pura en las ruinas previas al congreso de
Mérida. En un tono ceremonioso, Don Sapiente busca paralelismos entre su
concepto de "utopía pragmática" y la visión budista. El Monje explica que
la Tierra Pura de Amida Buda es un "estado de corazón", no un lugar físico,
accesible con la sencilla y "pragmática" instrucción de la fe sincera
(el nembutsu). Don Sapiente rápidamente encuentra un punto común:
la humildad y el reconocimiento de la imperfección humana, que obliga a
ambas tradiciones a "externalizar la obra principal"—confiando en la Gracia
(cristianismo) o la Compasión (budismo).
A pesar de que el orgullo le había costado la conexión con sus
alumnos, el proyecto de Don Sapiente se materializó en un foro
interreligioso de gran envergadura. Fruto de su proyecto
presentado y aprobado por la junta de catedráticos de la
Universidad, se organizó un Foro Interreligioso que tuvo lugar en la
ciudad de Mérida. Este importante evento contó con la participación
de representantes de diversas religiones, así como con la
presencia de profesores y especialistas en diálogo interreligioso,
procedentes tanto de Oriente como de Occidente, creando un
espacio único para el intercambio de ideas y el entendimiento
mutuo.
Diálogo Previo al Congreso: Don Sapiente y el Monje
(Don Sapiente explora, curioso, las ruinas antes del inicio del
congreso. Se ajusta las gafas y, con aire estudioso, se acerca a un
monje budista de túnica sencilla que contempla el paisaje con una
sonrisa serena. El sol de Mérida baña las piedras antiguas,
creando un aura de eternidad.)
DON SAPIENTE (con tono ceremonioso): —Venerable maestro,
permítame unir mi curiosidad a este marco tan… augusto. Soy Don
Sapiente, estudioso de las llamadas “utopías pragmáticas”.
Ustedes, los de la Tierra Pura —con su maestro Honen y la

práctica del nembutsu— ¿no tienen una versión propia? ¿Una
suerte de paraíso eficiente, por decirlo así?
MONJE BUDISTA (su sonrisa amplia, su acento fusiona matices
latinos y japoneses; asiente con respeto): —En esta tierra de
emperadores y dioses antiguos, su pregunta cobra eco, caballero.
La Tierra Pura de Amida Buda no es un lugar físico, como tampoco
lo era la Emerita Augusta visigoda. Es un estado de corazón
aquietado y mente clara. Pero, a diferencia de algunas utopías, la
nuestra viene con instrucciones muy sencillas: recitar el nombre de
Amida con fe sincera. Puramente pragmático, ¿no cree? No se
requiere doctorado ni ascetismo extremo, solo constancia y fe.
DON SAPIENTE (frotándose las manos, exultante): —¡Eso es,
justo lo que sospechaba! Una “utopía de andar por casa”. Los
cristianos tenemos el Reino de Dios, que también es promesa
futura, pero cuya construcción se ensaya aquí: amar al prójimo…
Es el Reino posible: el cielo que se edifica con los ladrillos de la
tierra. ¡Ya ve qué coincidencia!
MONJE BUDISTA (asintiendo, divertido): —Concuerdo: el
diagnóstico es el mismo. El ser humano, por sí solo,
resulta… imperfecto. Ni la pura voluntad basta. Tanto ustedes como
nosotros externalizamos la obra principal. Ustedes confían en la
Gracia, nosotros en la Compasión. Es como contar con el mejor
arquitecto para una obra que no sabríamos dirigir solos.
DON SAPIENTE (señalando con entusiasmo): —¡Exactamente! El
punto común es la humildad. Si la voluntad no basta, la utopía se
queda en obra negra.
MONJE BUDISTA (con leve reverencia): —Aunque aquí discurren
los ríos de la divergencia: para el cristianismo, ese Reino ha de
“instalarse” en el barro de la historia; para la Tierra Pura, este
mundo es solo el andamio, la verdadera obra descansa “más allá”.
Nuestra utopía es de destino, no de tránsito.

DON SAPIENTE (mirando hacia el teatro romano): —¡Tremenda
diferencia! Nosotros remozamos el teatro antiguo para que
funcione; ustedes ya reservan butacas en un coliseo de luz. Ambos
queremos ópera… pero no en la misma sala.
MONJE BUDISTA (ríe): —Mientras esperamos la función,
practicamos la compasión. Un corazón en paz no lanza piedras, ni
en el teatro ni en la vida.
DON SAPIENTE: —Y uno lleno de caridad, además, ayuda al que
cojea. La divergencia está en el énfasis: ¿hacemos el equipaje o
arreglamos la estación?
MONJE BUDISTA: —Tal vez sea cuestión de equilibrio. Quien
prepara con serenidad suele ser amable con los viajeros. Al final,
ambos caminos aconsejan: “Sé buena persona”. Los trillos difieren,
pero el aroma es el mismo.
DON SAPIENTE (satisfecho): —¡Magnífico! El cristianismo tiene
pliego de reformas con promesa de vivienda eterna; el budismo,
agencia espiritual rumbo al balneario esencial. ¡Utopías a la carta!
La esperanza, al final, es el mejor remedio.
(Se estrechan la mano, riendo. El acuerdo se traslada al estrado
del foro.)
Congreso Interreligioso en el Foro romano de Mérida
Escena: El majestuoso Foro de Mérida. Don Sapiente, el Monje de
la Tierra Pura, y Don Pancho suben al estrado ante un público
variado.
DON SAPIENTE (con voz grave, casi resonando entre las piedras
romanas): —¡Distinguidos conciudadanos del espíritu, y vosotros,
curiosos viajeros del alma! Hemos llegado a una conclusión que
bien podría llamarse... ¡el Manifiesto de la Utopía Pragmática
Universal!
DON PANCHO (a Don Sapiente, en voz baja): —Maestro, no se
nos vaya por los cerros de Úbeda. Recuerde que el pan entra

mejor si la rebanada no es muy gruesa.
DON SAPIENTE (carraspea, sonríe al público): —¡Ah, Don
Pancho, siempre tan... terrenal! Permítanme entonces que
empecemos por la raíz. Cedo la palabra a nuestro hermano de la
Tierra Pura.
MONJE: —Reconocemos, hermanos y hermanas, que tanto el
Reino de Dios, anunciado con sabiduría por Cristo, como la Tierra
Pura, enseñada con compasión por Amida, brotan de la misma
fuente. Ambas nos susurran al corazón que la vida humana puede
y debe florecer con amor, con compasión y con justicia, incluso
entre las espinas de este mundo imperfecto.
DON PANCHO (asintiendo enérgicamente): —¡Eso, eso! Y que no
nos engañen con castillos en el aire. La utopía, mis buenos, no se
cocina con grandes decretos. Se hace con gestos de andar por
casa: cuidar al que cojea, perdonar al que se equivocó, compartir el
mendrugo.
DON SAPIENTE: —Precisamente. Y en cuanto a la esperanza…
¡confesamos que sin ella la vida se nos convierte en un desierto
baldío! Para algunos, es la promesa de la vida eterna; para otros, la
unión con la Luz Infinita. Pero para absolutamente todos, es la
certeza inquebrantable de que el mal, por muy ruidoso que sea,
¡nunca tiene la última palabra!
DON PANCHO (levantando un dedo): —¡Pero ojo! No hay utopía
que se sostenga sin pan en la mesa, sin un buen catre para el
descanso, ni justicia si al labriego le impiden arar su tierra. ¡La
utopía pragmática, amigos, se mide por la serenidad del día a día!
MONJE (mirando a Pancho con aprecio): —Ciertamente, buen
hombre. El Reino y la Tierra Pura no se contradicen, sino que
dialogan. La fe y la compasión, la esperanza y la paciencia…
¡pueden caminar de la mano como viejos amigos!
DON SAPIENTE: —En resumen, amigos: la utopía pragmática no
es un palacio etéreo en las nubes.

DON PANCHO: —¡Es el esfuerzo diario!
MONJE: —¡Por construir aquí y ahora un mundo más justo!
DON SAPIENTE: —¡Más compasivo!
LOS TRES (a coro, alzando las manos): —¡Y más humano!
DON PANCHO (con una carcajada contagiosa, desenrollando un
pergamino): —Y para que conste en acta, este manifiesto ha sido
firmado en buena fe por: Don Sapiente, caballero de la
especulación alta… El Monje de la Tierra Pura, peregrino de la
compasión… ¡Y un servidor, Don Pancho, hombre de librerías y del
buen vivir, que añade lo que siempre añade!
(Don Pancho proclama el último párrafo con voz solemne, pero con
una mirada de pillo.)
DON PANCHO: —“¡Y que no falte el pan, ni el buen vino de
Extremadura, ni la siesta, porque sin eso... no hay utopía que
dure!”
(El público se deshace en ovaciones, risas y aplausos, mientras los
tres personajes se miran con una mezcla de orgullo y amistad,
habiendo logrado unir el cielo y la tierra en el corazón del Foro
Romano de Mérida.)

Foro de Mérida
Don Sapiente propone una
relectura de la Hispanidad.
CAPITULO 27
Tras el enriquecedor diálogo entre Oriente y Occidente, el congreso
esperaba la visión de Don Sapiente sobre la identidad. Este segmento
presenta la esperada disertación de Don Sapiente en el Congreso
Interreligioso, marcada por su visión de "Humanismo Existencial". Lejos de
ofrecer una celebración tradicional del 12 de octubre, Don Sapiente propone
una relectura de la Hispanidad desde la perspectiva de la angustia
existencial y la libertad sartreana.
LA HISPANIDAD UNIVERSAL: un experimento de angustia y
libertad
Disertación de Don Sapiente (Pre-Metanoia)
La luz del sol se filtraba entre las ruinas del Foro Romano,
iluminando a Don Sapiente en el estrado. Su voz, habitualmente
contenida, resonó con una intensidad casi profética, teñida por la
soledad intelectual que había abrazado.

SEÑORAS, SEÑORES, CURIOSOS Y ESCÉPTICOS DE LA
HISTORIA: nos encontramos, una vez más, ante la inevitable fecha
del 12 de octubre. Una fecha que, más que celebrar, nos obliga a
un ejercicio de memoria y, para algunos de nosotros, de honestidad
brutal. Veo que el título de mi disertación sugiere la "Hispanidad
Universal", un concepto grandilocuente que, permítanme, solo
puede ser abordado desde la perspectiva de la angustia
existencial que ha marcado su génesis y su devenir.
No les voy a hablar de dogmas, ni de verdades reveladas. Mi punto
de partida es mucho más sombrío, y por ello, más auténtico: la
conciencia humana arrojada a la inmensidad del ser, desamparada
y libre. Esta es la única base innegociable.
I. El Descubrimiento: La Náusea de la Conquista
El 12 de octubre de 1492 no fue un 'encuentro' en el sentido cordial
de la palabra. Fue un quiebre ontológico. Fue el momento en que
una civilización europea se topó con su radical otredad, y en ese
choque, tuvo que decidir, sin manual de instrucciones divinas, qué
hacer con ella.
Para mí, la grandeza de la Hispanidad radica en su tragedia
intrínseca:
El ejercicio de la libertad bruta: España, encarnada en el
conquistador, fue forzada a la libertad sartreana. Tuvo
que inventar su moral sobre la marcha. La "Leyenda Negra" no es
una calumnia; es el registro de la infinita capacidad humana para el
mal cuando no hay estructura. La Angustia de la Teología: Sin
embargo, de esa misma angustia nació la crítica. Fray Bartolomé
de las Casas, la Escuela de Salamanca… No fueron héroes de la
fe; fueron intelectuales desgarrados que cuestionaron la validez
universal de su propia fe. La conciencia, en su desamparo, se hizo
crítica.

II. El Existencialismo Hispánico: La Carga de la Libertad
Si el europeo existencialista moderno afirma que la existencia
precede a la esencia, el hispánico, en el siglo XVI, lo demostró con
sangre y letra. No fuimos una civilización de la armonía; fuimos, y
aún somos, una civilización de la tensión y el conflicto interno.
La Persona Sin Fundamento: La "dignidad de la persona" no es
un regalo de Dios; es una responsabilidad autoimpuesta. Somos
libres, por lo tanto, estamos condenados a decidir quiénes somos.
El hispano tuvo que llenar un continente vacío de significado con
sus pasiones, su ambición y su ocasional piedad. La Hospitalidad
como Escepticismo: La famosa "hospitalidad" hispánica no debe
ser idealizada. Es, a menudo, la consecuencia de la duda. Acojo al
diferente no por caridad celestial, sino por un escepticismo
profundo sobre la posibilidad de la Verdad Absoluta. La
coexistencia es la única opción moralmente viable en un mundo sin
fundamentos garantizados.
III. Hacia una Hispanidad sin dogma
La Hispanidad Universal que yo concibo no es un proyecto de
civilización unida por un credo, sino un espacio de resonancia para
las conciencias libres. Es un Espacio de Angustia porque es allí, en
el reconocimiento de nuestra finitud y nuestro desamparo, donde
emerge la necesidad de la ética y la piedad. No esperen que les
proponga un "bien común" político. Les propongo un "malestar
común" cultural.
No celebremos una victoria, celebremos una pregunta abierta. El
12 de octubre es un espejo que nos muestra nuestro rostro más
brutal y, ocasionalmente, el más sublime.
Mientras el humanismo cristiano postula un Dios que fundamenta la
dignidad, yo postulo que la ausencia de Dios es lo que nos obliga a
ser, desesperadamente, dignos. A ser tolerantes no por una orden
divina, sino porque la alternativa –la imposición, el dogma cerrado–
es la tiranía del espíritu.

Seamos, pues, los custodios de nuestra lengua y de nuestra
duda. La misión universal de la Hispanidad no es propagar una fe,
sino demostrar que, incluso en la más profunda soledad de la
libertad, la humanidad tiene la terrible y magnífica obligación
de inventarse a sí misma con piedad.
Coloquio final: la socarronería ante la Angustia
(La sala, sumida en un silencio reflexivo tras las densas ideas de
Don Sapiente, se ve sacudida por una voz grave y jovial que rompe
el hechizo. Don Pancho se acerca al podio, ajustándose el chaleco
con una sonrisa pícara.)
DON PANCHO: (Dirigiéndose al público con un guiño) ¡Caramba,
Don Sapiente! Viene usted a hablarnos de la "angustia existencial"
y la "náusea de la conquista" un viernes por la tarde. Con el
permiso de todos, voy a necesitar un café bien cargado y una
siesta reparadora para procesar tanta libertad desamparada. (Risas
suaves en el auditorio).
DON SAPIENTE: (Esboza una sonrisa cansada, casi de alivio.
Sabe que el contrapunto es necesario.)
DON PANCHO: Usted nos ha pintado un cuadro sublime: el
hispano, arrojado a la inmensidad de América, temblando de miedo
y de libertad. Pero permítame, desde mi humilde atalaya de sentido
común, hacerle una pregunta: ¿no cree usted que, a veces, ese
conquistador desgarrado, lo único que realmente quería era… un
buen plato de cocido? ¿O echarse una siesta sin tener que
cuestionarse cada cinco minutos el fundamento último de su
existencia? (Estruendosas carcajadas del público).
DON SAPIENTE: (Con una sonrisa genuina) Don Pancho, su
observación es un bálsamo de realidad. Y tiene más miga de la que
parece. Lo que usted describe no es la negación de la angustia,
sino la respuesta a ella. Es el "a pesar de todo". El baile, la siesta,
el cocido… son actos de rebeldía. Es la forma en que la vida
cotidiana se impone a la Nada. El hispano, en su versión más

sabia, no ignora el abismo. Simplemente, decide ponerle una
maceta con geranios en el borde.
DON PANCHO: ¡Ja! ¡Me gusta eso de los geranios! Así que,
resumiendo su resumen, Don Sapiente: usted nos dice que,
precisamente porque estamos solos y libres en un universo sin
sentido, deberíamos tomarnos las cosas con un poco más de
humor y una copa de Jerez. ¿No son las dos caras de la misma
moneda deslustrada?
DON SAPIENTE: Exactamente, Don Pancho. La piedad y el humor.
La ética angustiada y la siesta reparadora. Esa tensión, ese diálogo
perpetuo entre mi tragedia y su comedia, es justo lo que mantiene
viva la Hispanidad. No es un dogma, es un… coloquio interminable.
DON PANCHO: (Alzando su vaso de agua imaginario) Pues
entonces, brindo por esta Hispanidad Universal. No por la de las
verdades absolutas, sino por la de las preguntas abiertas. ¡Y
brindo, sobre todo, por la libertad de poder discutir de esto mañana,
en la plaza, sin ponernos de acuerdo en casi nada, pero
entendiéndonos en lo esencial!
DON SAPIENTE: (Alzando también su vaso) Brindo. Por la
libertad. Y por los geranios en el borde del abismo.
(El público estalla en una calurosa ovación, esta vez más alegre y
desinhibida. No es el aplauso a una respuesta, sino a una
conversación que, como la propia Hispanidad, promete no tener un
final definitivo.)

Tras el turno de preguntas, Don
Sapiente se refugia en un rincón del
salón, bebiendo un whisky
CAPITULO 28
Este segmento ofrece un necesario contrapunto humorístico y terrenal a la
densa disertación existencialista de Don Sapiente. Tras el congreso, Don
Sapiente, visiblemente agotado, es abordado por Don Pancho, quien con su
habitual sabiduría popular, desafía las elevadas tesis sobre la "angustia" y la
"libertad".
(Tras el turno de preguntas, Don Sapiente se refugia en un rincón
del salón, bebiendo un whisky que parece necesitar más de lo que
admite. Se le acerca Don Pancho, con una media sonrisa y las
manos en los bolsillos.)

DON PANCHO: Oiga, Don Sapiente, qué discurso tan hondo. Me
ha dejado con la cabeza hecha un bombo. Tanta angustia
existencial, tanta libertad... Casi echo de menos la época en la que
la culpa la tenían el rey y el papa, y uno podía irse a la cama
tranquilo.
DON SAPIENTE: (Suspirando, con gesto de fatiga cósmica) La
comodidad intelectual es el primer lujo que debe abandonar el
hombre consciente, Pacho. La angustia es el precio de la
autenticidad.
DON PANCHO: ¿Autenticidad dice? A mí me suena más a la cruda
del día siguiente después de una fiesta de la que no te acuerdas
bien. Usted propone un "malestar común", ¿no? Pues vaya
consuelo. Es como llegar a un sitio y que te digan: "Bienvenido,
todos tenemos una piedra en el zapato, pero es la misma
piedra". Uno prefiere quitarse el zapato, la verdad.
DON SAPIENTE: (Esbozando una leve sonrisa) La piedra en el
zapato, querido amigo, es lo que nos impide dormirnos en los
laureles de la dogmática. Nos mantiene despiertos, caminando,
buscando...
DON PANCHO: Buscando, sí. O tropezando. A ver si me aclaro.
Usted dice que, como Dios no puso las reglas del juego, nosotros
tenemos que inventárnoslas sobre la marcha, ¿no? Suena a
cuando te mandan al Corte Inglés sin lista de la compra. Acabas
con el carro lleno de tonterías, te gastas el sueldo en un jamón de
bellota y te olvidas del papel higiénico. Un desastre.
DON SAPIENTE: (Ríe secamente, por primera vez con genuina
diversión) ¡Excelente analogía, Pacho! Efectivamente. La historia
de la Hispanidad es ese carro de la compra: lleno de horrores
sublimes y de sublimes olvidos. Pero el hecho de elegir, incluso
mal, es lo que nos define.

DON PANCHO: Pues a veces, con lo que cuesta elegir, uno echa
de menos el menú del día. Mire, toda esa historia de inventarse a
uno mismo con piedad... ¿No le parece la misma gata revolcada,
pero con collar filosófico? Al final, el vecino sigue sin devolverle la
escalera y a uno le duele la misma rodilla de siempre. La angustia
universal, en la práctica, es que se te queme la tortilla.
DON SAPIENTE: Y, sin embargo, en el acto de decidir no quemar
la próxima tortilla, Pacho, en esa pequeña victoria efímera contra el
absurdo culinario, reside toda la dignidad del hombre. La tortilla
perfecta es nuestra utopía pragmática.
DON PANCHO: (Sacudiendo la cabeza, pero con una amplia
sonrisa) Con usted, hasta freír un huevo se convierte en un drama
cósmico. Le voy a hacer caso. Mañana, cuando me invente a mí
mismo, empezaré por no montar un pollo si el fontanero no viene.
Eso será mi acto de libertad solitaria y mi victoria contra el absurdo.
DON SAPIENTE: (Alzando su vaso en un brindis) No se me ocurre
un proyecto existencial más honesto. Salud, Don Pacho.
DON PANCHO: Salud, Don Sapiente. Y échele un poco más de
whisky a esa nada, que así duele menos.

El profesor Místico argumenta que el
martirio no es simple fe ciega, sino
una esperanza absoluta que actúa, y
que la sangre de Eulalia, en el lugar del
martirio, no destruyó la historia, sino que
la fecundó,
CAPÍTULO 29
La risa compartida dio paso a la reflexión sobre el valor supremo de
la fe, ejemplificada en el martirologio de Mérida. Este episodio se
centra en la profunda ponencia del Profesor Místico en el Anfiteatro
Romano de Mérida, que aborda la figura de Santa Eulalia como
ejemplo de "Utopía Pragmática". El Místico argumenta que el
martirio no es simple fe ciega, sino una esperanza absoluta que
actúa, y que la sangre de Eulalia, en el lugar del martirio, no
destruyó la historia, sino que la fecundó, fundando una manera de
existir ante la injusticia.

Ponencia en el Anfiteatro de Mérida: el Martirio como Utopía
Pragmática por el Profesor Místico.
 Anfiteatro romano de Mérida. El aire vibra entre historia y
eternidad; el mármol caliente del sol guarda aún ecos de cánticos y
gritos antiguos.
SEÑORAS Y SEÑORES, COLEGAS Y AMIGOS. Don Sapiente,
Don Pancho… Aquí donde estamos, cada piedra rezuma memoria.
No es solo ruina: es martirologio vivo. Porque Mérida no pertenece
solo al César ni al Imperio, sino también a Santa Eulalia, cuya
sangre inocente fecundó esta tierra. Fue una adolescente y, sin
embargo, su voz resonó más fuerte que los decretos de
Diocleciano. Mérida se convirtió en símbolo, en altar, en testimonio.
El martirio no es ni simple fe ciega ni cálculo ideológico. Es
una Utopía Pragmática: esperanza absoluta que, sin dejar de
soñar, actúa. Eulalia encarna ese equilibrio imposible. Su fe no
huyó del mundo; lo atravesó con luz y coherencia. Por eso, Santa
Eulalia no solo murió: fundó una manera de existir ante la injusticia.
(El Profesor Místico eleva la mirada hacia las gradas vacías del
anfiteatro, donde el silencio pesa como una oración.)
—El mártir no destruye la historia —continúa—; la fecunda. Su
sangre no reclama venganza, sino sentido.
Intervención de Don Sapiente
DON SAPIENTE: —Profesor, escuchándole, uno siente que el
martirio es semilla más que ceniza. Y sin embargo, desde mi
modesto humanismo existencial, me pregunto: ¿no corremos el
riesgo de glorificar el sufrimiento? El sacrificio no es un método
político, es una consecuencia del amor insobornable. ¿Cómo
transmitimos eso sin caer en la idolatría del dolor? El martirologio
de Mérida, en cierta forma, es también una advertencia: la verdad
se paga cara, pero ha de pagarse con vida, no solo con muerte. La
utopía necesita mártires… pero también quienes la mantengan viva
sin morir por ella.

Intervención de Don Pancho
DON PANCHO: —¡Ave, Santa Eulalia! Que nos mire desde su cielo
y nos entienda, porque uno no sabe si venerarla o temer seguir su
camino. Mire usted, Profesor, quien le habla no tiene vocación de
mártir. A mí con que no me falte pan ni paz ya me doy por creyente.
Pero le reconozco una cosa a la muchacha: tenía más coraje en el
alma que todos los emperadores juntos. Ahora bien, si Mérida es
martirologio, pues que también sea recordatorio. Recordatorio de
que la utopía no solo se construye con sangre, sino con raciones
compartidas, manos tendidas y verdades dichas sin adornos.
Cierre del Profesor Místico
PROFESOR MÍSTICO: —Tiene razón, Don Pancho. El martirio no
se repite; se conmemora. El martirologio de Mérida no es un
llamado a morir, sino a vivir con la misma lucidez y honestidad que
tuvo quien supo morir por la verdad. Santa Eulalia es memoria y
brújula: la que ofreció su vida para que los demás aprendiéramos
a no vender la nuestra.
El Martirio Cotidiano: Taberna junto al Guadiana
Lugar: una pequeña taberna junto al Puente Romano de Mérida. El
aire huele a vino tinto, aceite caliente y piedra mojada por el
Guadiana. Los ecos del anfiteatro quedan atrás.
DON PANCHO (removiendo su copa): —Bueno, señores, después
de tanto mártir y utopía, me ha entrado hambre de vida. Si la fe me
pide morir, algo no está bien entendido. A Dios lo que le gusta —
creo yo— es vernos vivos, trabajando, con las manos sucias de
pan y de cariño.
PROFESOR MÍSTICO: —Ah, Don Pancho, su fe huele a trigo y a
tierra buena. Pero recuerde: hay dolores que fecundan la historia.
El martirio no es negación de la vida, es su plenitud más
transparente.

DON SAPIENTE (con gesto reflexivo): —Y, sin embargo, profesor,
ese mismo misterio a veces convierte al hombre en símbolo y
olvida su humanidad. Lo que me conmueve en Eulalia no es tanto
su fe en el más allá, sino su libertad aquí, su decisión. Fue ella, una
niña libre frente al poder. Lo trágico se vuelve grande porque afirma
la dignidad del yo ante el absurdo.
PROFESOR MÍSTICO: —Acepto su lectura, Don Sapiente, pero
acaso olvida que esa libertad no nació de sí misma, sino de una
gracia interior. La libertad del mártir no es mera autonomía; es
consentimiento al Amor que sostiene al cosmos.
DON SAPIENTE: —Nos separamos, profesor, en el punto de
partida, pero coincidimos en el destino. Usted lo llama Espíritu; yo,
conciencia. Usted lo llama Amor eterno; yo, valor de existir. A mí me
basta con saber que la niña de Mérida eligió, sabiendo que el
absurdo no la vencía.
DON PANCHO (alza la copa riendo): —¡Y gracias a Dios que eligió
así! Pero ni se le ocurra pedirme el mismo coraje. Yo con
mantenerme honrado ante el pan duro ya me doy por suficiente
mártir de cada día. Porque el martirio del pobre, profesor, no se
hace con fuego ni verdugos, sino con facturas y silencios.
PROFESOR MÍSTICO: —Tal vez tenga usted más razón de la que
imagina, Don Pancho. El martirio cotidiano es tan alto como el del
circo romano.
DON SAPIENTE: —Entonces llegamos a un punto claro: el
martirio, sea trascendente o cotidiano, solo tiene sentido si afirma
la vida, no si la niega. El humanismo —aunque no creamos igual—
también predica eso: que el hombre se justifica por su entrega al
otro. Quizá, profesor, su “utopía pragmática” y mi “libertad absurda”
son, en el fondo, hermanas secretas.
PROFESOR MÍSTICO: (Sonríe, levantando su copa) —Quizás la
gracia se exprese incluso a través de la duda, Don Sapiente.

DON PANCHO: —Y quizás la fe se conserve gracias a los que
dudan con honestidad, porque obligan a no dormirse.
(Los tres brindan. Fuera, el puente romano refleja la luna. Entre el
vino y la conversación se teje una esperanza: que la utopía no
muera mientras haya vida que la cuestione.)

CAPÍTULO 30
Los ecos del martirio y la fe que actúa prepararon a Don Sapiente
para el entendimiento final de su propio sufrimiento como un
camino necesario. Este segmento marca el inicio de una profunda
transformación personal, o metanoia, en Don Sapiente. La lectura
de "El poder del mito" de Joseph Campbell funciona como un
catalizador, permitiéndole reinterpretar su vida—incluyendo la
pérdida de Esperanza y sus fracasos públicos—no como una serie
de sinsentidos, sino como etapas necesarias de un "viaje heroico".
El Viaje heroico en la Biblioteca
Don Sapiente, envuelto en su capa, hojeaba con lentitud un libro de
tapas azules recién llegado a sus manos. En el silencio solemne de
la biblioteca, donde los relojes parecían medir no el tiempo, sino la
paciencia de los lectores, el título brillaba bajo la lámpara de
aceite: El poder del mito.
DON SAPIENTE: —Pancho —dijo, sin levantar los ojos del texto—,
he aquí un hallazgo que trastorna mis entrañas. Este Campbell
sostiene que toda vida humana puede leerse como un viaje, con
pruebas, caídas y retornos. ¿No ves? Hasta mis desventuras
amorosas y mis fracasos académicos encajan en su modelo.
DON PANCHO: —¡Vaya, don Sapiente! ¿Y entonces qué? ¿Que la
burla de aquel estudiante en el ateneo no fue humillación, sino
“etapa iniciática”?
DON SAPIENTE: —No caricatures, amigo. Yo me creí maestro y
profeta, cuando en verdad solo era un aprendiz. Esperanza, al
retirarse al convento, me obligó a salir de mi refugio. Los auditorios
que me rechazaron, en lugar de coronarme, me despojaron del
orgullo. Y ahora descubro que todo ello son pruebas necesarias…
como los mitos dicen del héroe que baja a los infiernos para volver
con una luz nueva.

DON PANCHO: —Pues, si es como dices, me temo que aún estás
en la bajada, amigo. Porque luz, lo que se dice luz, todavía no la
traes contigo.
DON SAPIENTE: —Tienes razón. Estoy aún en el descenso. Pero
ahora, Pancho, ese descenso ya no me aterra. Si Campbell acierta,
entonces mi soledad no es un callejón sin salida, sino parte de un
camino más vasto. Quizá al final no regrese con laureles, pero sí
con algo más valioso: la humildad de quien sabe que toda vida es
mito compartido, y que la sabiduría consiste en aprender a narrarlo
sin vanidad.
Un silencio profundo siguió a sus palabras, como si los viejos
volúmenes de la biblioteca hubiesen asentido desde sus estantes.
Afuera, la noche cubría el mundo con su manto oscuro, y en aquel
recinto, comenzaba a germinar la semilla de una transformación.
La Metanoia de Don Sapiente
La lectura de El poder del mito funcionó como una llave maestra.
Hasta ahora, su vida había estado marcada por dos heridas: la
pérdida de Esperanza y el fracaso de su anhelo de ser reconocido.
Campbell le mostró que esas heridas no eran accidentes,
sino etapas necesarias del viaje interior del héroe.
DON SAPIENTE: —He pasado toda mi vida intentando evitar la
caída, cuando lo que debía hacer era aprender a caer. El fracaso
no es lo contrario del éxito en el viaje, es su requisito.
(Comprendió que su escritura, hasta entonces, había sido defensa
y máscara, no ofrenda. Guardó sus papeles en un viejo arcón. Se
prometió que no volvería a escribir hasta que su pluma brotara de
un corazón reconciliado con la vida. Ese gesto simple marcó el
inicio de su metanoia.)
(Cuando Don Pancho lo encontró en la biblioteca a la mañana
siguiente, no halló al retórico inflamado, sino a un hombre sereno,
inclinado sobre un ejemplar gastado de los Ejercicios

espirituales de Ignacio de Loyola, con una sonrisa apenas dibujada
en el rostro.)
DON PANCHO: —¡Ave María Purísima! —exclamó Pancho con
fingida alarma—. ¿El gran Salomón, oráculo de los auditorios,
convertido en estatua de biblioteca?
DON SAPIENTE: —Pancho, hermano mío, hoy no traigo discursos.
Hoy, simplemente… callo. Comprendí que mi herida, la de
Esperanza, no fue un final, sino la ‘llamada a la aventura’ que todo
héroe rechaza al principio. Mis fracasos no eran derrotas, sino las
‘pruebas’ que me despojaban del orgullo. Y esta soledad… no es
un vacío, es el ‘vientre de la ballena’ del que puede surgir un
hombre nuevo.
DON PANCHO: —¿Vaya, vaya… y en este nuevo mapa heroico,
qué lugar ocupa Esperanza?
DON SAPIENTE: —Ella fue mi mito personal, mi 'Dama'. Creí que
su partida al convento era el fracaso definitivo de mi historia de
amor, la traición a la vida. Ahora veo que era la prueba crucial que
mi viaje necesitaba; la herida que me impedía instalarme en un
mundo pequeño y autosuficiente. Al aceptar esa pérdida no como
un accidente, sino como una etapa iniciática, deja de ser una
sombra que me persigue y se convierte en la estrella que me
guía. Pierdo lo que amo y, al perderlo, lo poseo de un modo más
puro.
DON PANCHO: —Bienvenido al misterio. Has descubierto que el
verdadero 'elixir' que el héroe trae del viaje no es un triunfo
personal, sino la Gracia que se recibe cuando, al fin, se deja de
luchar.
El silencio de Don Sapiente ya no era vacío: era promesa, era
umbral. La metanoia había comenzado.

Don Sapiente y Don Pancho en la
solemnidad de los Reales Archivos de
Indias en Sevilla. En un ambiente de
legajos centenarios, Don Pancho realiza
un hallazgo inesperado que actúa como
un nuevo catalizador para la metanoia
de Salomón:

CAPÍTULO 31
La comprensión de su vida como 'viaje heroico' llevó a Don Sapiente a
buscar la evidencia de que la fe no se conquistaba, sino que se recibía. Este
segmento traslada la reflexión de Don Sapiente y Don Pancho a la
solemnidad de los Reales Archivos de Indias en Sevilla. En un ambiente de
legajos centenarios, Don Pancho realiza un hallazgo inesperado que actúa
como un nuevo catalizador para la metanoia de Salomón: la referencia a
la Embajada Keichō de 1613. El Archivo revela que un grupo de samuráis
cristianos, liderados por Hasekura Tsunenaga, viajó desde Japón a España
buscando establecer comercio y, primordialmente, la "fe de Cristo".
Escena: l crisol de los siglos en el Archivo de Indias
El postrer fulgor de un sol sevillano, vasto y cansado, se
fragmentaba en haces dorados al traspasar los altísimos
ventanales de los Reales Archivos de Indias. El aire, denso y
cargado con el perfume inconfundible del papel envejecido, era el
aliento mismo de cuatro siglos de aventuras, intrigas y fe.
Entre las estanterías de caoba, mudas y solemnes como centinelas
del tiempo, se movía la figura austera de Don Pancho. Su capa
negra contrastaba con el polvo dorado que danzaba. A su
lado, Don Sapiente—o Salomón—, hojeaba un compendio de
cartas que olían a salitre.
La quietud se rompió con una exclamación vibrante, casi una
revelación. Pancho se irguió de golpe, un brillo inusitado encendió
sus ojos.
DON PANCHO: —¡Por San Isidoro, Salomón, mira esto! ¡Aquí hay
referencias a una embajada japonesa que arribó a España en el
año de mil seiscientos y trece! Vinieron a Sevilla, a estas mismas
riberas, ¡y luego hicieron escala en Coria del Río!
DON SAPIENTE: —¿Japoneses en Coria del Río? ¿Y en tiempos
de Felipe III? Eso suena a leyenda de ultramar, Pancho.
DON PANCHO: —Leyenda escrita con puño y letra del Consejo de
Indias, amigo. La llaman la Embajada Keichō, encabezada por un

samurái cristiano, Hasekura Tsunenaga. Escucha esto: “Recibido
en Sevilla con honores de príncipe, el embajador japonés pidió
audiencia para tratar de la fe de Cristo y del comercio de las
almas”.
(En ese momento, se acerca Emilio, un funcionario del archivo,
cuya familia había cuidado de aquellos papeles durante
generaciones.)
EMILIO: —Buenas tardes, don Pancho, don Salomón. Les veo muy
ensimismados. ¿Han encontrado algún tesoro escondido entre la
burocracia del Imperio?
DON PANCHO: —¡Emilio, justo a tiempo! Estamos ante esto. La
Embajada Keichō. ¿Sabe usted algo más?
EMILIO: —Ah, sí. Los japoneses de Hasekura. Un episodio
fascinante. Recuerdo que hubo algo sobre un bautizo...
Permítanme.
(Emilio sacó su teléfono celular del bolsillo. La fría luz de la pantalla
iluminó su rostro, un anacronismo deliberado en aquel santuario del
papel, mientras llamaba a una colega.)
EMILIO: —¿Clara? Busca en los fondos de la Casa de la
Contratación, expedientes de recepciones protocolarias entre 1613
y 1615… ¿Legajo 86, ramo 4? “Ceremonial del Bautismo de
Hasekura Tsunenaga en el Alcázar de Sevilla”… ¡Magnífico!
(La espera se hizo eterna para Salomón. El descubrimiento dejó de
ser una mera curiosidad histórica; era un rastro humano y
palpable.)
EMILIO: —Parece que su intuición era correcta, don Pancho. Los
documentos existen. Hay detalles sobre el bautizo y, lo que es más
intrigante, sobre los miembros de la comitiva que decidieron no
regresar y echar raíces aquí, en la ribera del Guadalquivir.
DON PANCHO: —He ahí, amigo mío, la inversa de la historia:
mientras Hernán Cortés y otros iban a imponer el Evangelio con la
espada, estos japoneses venían a recibirlo con humildad. La fe,

Salomón, no es un monopolio geográfico. Es una ofrenda a todos
los vientos.
DON SAPIENTE: —Quizá esa lección ya nos la había dado San
Francisco Javier —dijo lentamente, tratando de anclar su mente a
una referencia familiar.
DON PANCHO: —Y con el fuego del Espíritu —añadió con
convicción—, que es más infeccioso y contagioso que toda la
pólvora de los arcabuces.
(El silencio se instaló de nuevo. Salomón, el escéptico, el hombre
de la lógica y la dialéctica, murmuró entonces, con un tono que era
casi una confesión para sí mismo.)
DON SAPIENTE: —Pancho, toda mi vida la he dedicado a creer
que la verdad debía conquistarse, disputarse, someterse al
escrupuloso escrutinio de la razón. Pero estos hombres… cruzaron
los océanos no por razón o beneficio, sino por un arrebato de amor
incomprensible. Y ahora, un simple teléfono nos confirma que su
huella sigue aquí, esperando a ser leída. Es... desconcertante.
DON PANCHO: —Y tal vez —repuso con la calma imperturbable de
un bibliotecario—, porque comprendieron que la verdad no se
conquista: se recibe.
(Don Sapiente, humillado por la sencillez de aquella frase, bajó la
vista hacia el pergamino. Una frase escrita en un castellano arcaico
se erigía como una sentencia dirigida solo a él: “El mar separa las
tierras, pero no los cielos; el sol que nace en el Japón es el mismo
que alumbra Sevilla.”)
Un estremecimiento helado y, a la vez, liberador lo recorrió. El
quiebre fue físico: una opresión en el pecho se disolvió, y por
primera vez, no sintió la imperiosa necesidad de discutir, sino el
imperativo sagrado de callar y asimilar la derrota de su propia
soberbia.
DON SAPIENTE: —Pancho… —susurró, con la voz apenas
audible—, ¿y si el viaje de aquellos hombres no fue solo
geográfico, sino esencialmente interior? ¿Y si vinieron para

mostrarnos que Oriente y Occidente no son dos polos, sino un
mismo corazón latiendo en distintas lenguas?
DON PANCHO: —Entonces, Salomón —respondió el bibliotecario
con una sonrisa serena que contenía toda la historia—, quizá su
expedición no terminó en Coria del Río… sino que acaba de
empezar en ti.
(Y mientras el sol sevillano se hundía definitivamente, ambos
quedaron inmóviles. Leían un testimonio que, cuatro siglos
después, sembraba en el corazón de un excéntrico humanista el
germen de su metanoia.)
Noche en Sevilla

El Comienzo del Despertar
Escena: noche en Sevilla — El comienzo del despertar

Esa noche, la brisa atemperada del Guadalquivir se deslizaba
sobre la ciudad, trayendo consigo un murmullo antiguo, una mezcla
indistinguible de agua lamiendo los muelles y el tañido reposado de
las campanas de la Catedral. Las calles de Sevilla, doradas aún
por el rescoldo del crepúsculo, parecían suspendidas en un sueño
profundo y ancestral.
Don Sapiente y Don Pancho caminaban en silencio hacia su
posada. No había prisa en sus pasos; se movían como si temieran
romper el hilo invisible, casi sagrado, que los unía al hallazgo de la
tarde. El legajo de los samuráis cristianos había desencadenado
una implosión en la mente de Salomón, y ahora los restos de su
vieja estructura intelectual flotaban como escombros.
Don Pancho, con su capa flotando suavemente al viento como un
ala negra, llevaba en la mano una copia de las cartas japonesas, el
testimonio físico de la historia inversa. Don Sapiente, en cambio,
caminaba con las manos firmemente entrelazadas a la espalda, la
mirada baja y el pensamiento en un tumulto que era,
paradójicamente, una paz incipiente.
DON PANCHO: —¿En qué piensas, Salomón? —preguntó Pancho,
sin mirarlo, pues el silencio del compañero le hablaba más que
cualquier frase.
DON SAPIENTE: —En que he vivido como si el saber fuera un
muro, una fortaleza que yo levantaba para separarme del mundo,
para juzgarlo desde la altura —respondió lentamente, midiendo
cada palabra—. Hoy he comprendido que la sabiduría no es
encerrarse en la verdad para poseerla, sino abrirse a ella para ser
poseído.
DON PANCHO: —Eso es algo que no enseñan los libros, amigo
mío. Se aprende en el silencio, cuando uno deja de oírse a sí
mismo, y empieza a escuchar el eco del Otro.
(Llegaron a la Posada del Laurel. Dentro, una lámpara de aceite
temblaba suavemente sobre una mesa de nogal oscuro. Salomón

se sentó ante ella, mientras Pancho, con la practicidad del hombre
de orden, se ocupaba de ordenar los papeles.)
DON SAPIENTE: —Es curioso, Pancho. Toda mi vida he buscado
ser un “iluminado” por la razón pura, y hoy que descubro la luz que
cruzó el Pacífico desde Oriente, me siento más pequeño que
nunca.
DON PANCHO: —Eso, mi querido Salomón —repuso el
bibliotecario con voz grave y dulce—, es el primer signo de la
verdadera luz. Es la humildad que precede al encuentro. Cuando la
luz brilla fuera del yo, y no solo para inflar al ego.
(Hubo un largo silencio. Solo se oía el crepitar mínimo de la llama
de la lámpara. La mano de Don Sapiente buscó instintivamente la
pluma, y comenzó a escribir. En la hoja colocó un título
improvisado, una síntesis del shock que lo había transformado:)
Primer Manifiesto de la Humildad Intelectual
(Y debajo, en la primera línea de lo que sería su conversión
personal, escribió:)
“El hombre no es centro, sino puente; su destino no es dominar la
Verdad, sino unir los caminos hacia ella.”
DON PANCHO: —Ya lo ves, Salomón: cuando el corazón se abre,
hasta las palabras se vuelven oración.
DON SAPIENTE: —Pancho, ¿crees que se puede nacer otra vez
sin morir?
DON PANCHO: —No lo sé —respondió su amigo—. Pero
sospecho que el alma, cuando se abre al amor universal que no
conoce fronteras, empieza a morir de orgullo y a nacer de verdad.
(Salomón asintió lentamente. Cerró los ojos, y el rumor del río,
lejano pero constante, le pareció una voz familiar que susurraba:)
“La verdad no se enseña; se revela al humilde.”
(Entonces supo, sin necesitar la intervención de la lógica, que su
viaje no era de Occidente a Oriente, ni de libros a doctrinas, sino de
sí mismo, de su yo encerrado y soberbio, hacia el Otro, el Misterio,
el Corazón Universal.)

Y así, bajo la lámpara temblorosa de la posada sevillana, el
excéntrico humanista comenzó a escribir la primera página de su
conversión, todavía sin saber que aquella noche marcaría el inicio
de su verdadero camino hacia la Sabiduría, un camino que lo
llevaría de vuelta a las austeras murallas de Ávila.
Retorno a Ávila y el reencuentro
con Sor Esperanza 
En el locutorio enrejado,
CAPITULO 32
La conmoción de Sevilla y la comprensión de que la verdad 'se recibe'
prepararon a Sapiente para el acto de humildad más grande: la vuelta al
origen de su dolor. Este capítulo culmina el viaje de transformación de Don
Sapiente con su retorno a Ávila y el reencuentro con Sor Esperanza en el
convento de las Carmelitas, acompañado por Don Pancho.
La escena repite el encuentro inicial en el locutorio enrejado, pero el
ambiente es radicalmente distinto: Don Sapiente ha dejado atrás su antigua
soberbia y llega con el corazón. Su visita al pequeño museo de misiones es
ahora la prueba de su metanoia.

El Regreso del Héroe: elixir de gracia en Ávila
El tren llegó a Ávila al caer la tarde. El aire frío, venido de las
murallas, traía un perfume de piedra y oración. Don Pancho,
envuelto en su capa, descendió primero; Don Sapiente lo siguió
con paso lento, cargando una maleta ligera y un peso invisible: el
de su antiguo yo.
DON SAPIENTE: —¿Sabes, Pancho? —dijo mientras caminaban
hacia el convento de las Carmelitas—. He venido muchas veces a
Ávila con la mente… pero nunca con el corazón.
El bibliotecario sonrió, comprendiendo que su amigo ya hablaba
desde otra orilla del alma.
El portón del Monasterio de Santo Tomás se abrió con un crujido
que parecía un suspiro. Los recibió la misma hermana portera. Al
fondo, en el locutorio enrejado, estaba Sor Esperanza. La escena
se repetía como un eco de años pasados, pero todo había
cambiado.
Ella, con el rostro cubierto por el velo blanco, percibió al instante
que algo distinto irradiaba de aquel hombre que una vez buscó
redimir al mundo con su entendimiento.
SOR ESPERANZA: —Has vuelto, Salomón.
DON SAPIENTE: —He vuelto, Esperanza —respondió él con un
tono sereno, sin el ardor de antes—. Pero no traigo teorías, sino
gratitud.
Ella sonrió con dulzura, y lo invitó a visitar de nuevo el pequeño
museo contiguo, aquel que una vez había despertado en él el mito
del héroe. Entraron en silencio. Las vitrinas parecían esperarlos.
Los mismos objetos —el crucifijo japonés, el rosario gastado, los
mapas de misiones— lo miraban desde su inmovilidad sagrada.
Pero ahora todo era distinto.
DON SAPIENTE: —¿Recuerdas, Esperanza? —dijo frente al
crucifijo oriental—. Antes lo vi como una fusión de culturas. Hoy lo

veo como una sola respiración: el Espíritu que se adapta a cada
forma sin perder su esencia. Ya no hay Oriente ni Occidente, mito o
razón. Hay solo el Amor que se deja encontrar.
Sor Esperanza bajó la mirada, y en sus labios se dibujó una
plegaria muda. Don Pancho, conmovido, tomó discretamente notas
mentales, sabiendo que aquello no era historia, sino misterio
encarnado.
Salomón se arrodilló un instante frente a las reliquias. Por primera
vez en su vida, no buscaba entender, sino permanecer. En ese
silencio, la antigua tensión entre su mente y su fe se disolvió. Sintió
que todo conocimiento verdadero culmina en adoración.
Comprendió entonces el Regreso del Héroe: no es volver al punto
de partida, sino volver transformado, llevando consigo el Elixir de la
experiencia. En su caso, ese Elixir no era una doctrina, sino una
paz nueva, nacida del Amor espiritual.
DON SAPIENTE: —Esperanza, tú fuiste mi primera maestra. No de
teología, sino de fe.
SOR ESPERANZA: —Y tú, Salomón, has hecho el viaje más
difícil: el que va del pensamiento al corazón.
Salieron al patio. El cielo de Ávila ardía con tonos dorados. El
campanario marcó la hora de vísperas, y Don Pancho, con
lágrimas discretas, cerró su cuaderno.
DON SAPIENTE (respirando hondo y con una calma absoluta): —
Al fin lo entiendo, Pancho: el alma humana no se salva por
sabiduría, sino por correspondencia. No es el hombre quien busca
a Dios… es Dios quien busca su imagen en el hombre.
*El silencio de los claustros respondió con un eco suave, como si
las piedras mismas susurraran: Amén.

Clímax de la transformación de Don
Sapiente
Al murmurar la oración de su infancia,
una "Presencia" incondicional y un "rayo
de luz divina" penetran su alma.

CAPÍTULO 33
La reconciliación y la paz en Ávila fueron la antesala del evento que
quebraría definitivamente el orgullo intelectual de Don Sapiente. Este capítulo
describe el clímax de la transformación de Don Sapiente: su metanoia o
conversión radical. A pesar de su fortaleza intelectual anclada en la
autonomía existencial, la Gracia irrumpe tras su encuentro en Ávila.
Mientras revisa textos con intención de refutación, dos sencillos pasajes—
uno del Evangelio sobre la alegría por el pecador arrepentido, y una nota
piadosa sobre el poder del Ave María—trastocan su lógica. Al murmurar la
oración de su infancia, una "Presencia" incondicional y un "rayo de luz
divina" penetran su alma. Esta luz actúa como un espejo implacable,
revelando su orgullo intelectual y su soledad como mera soberbia afectiva.

La Metanoia de Don Sapiente: el
despertar del alma
CAPÍTULO 33
La reconciliación y la paz en Ávila fueron la antesala del evento que
quebraría definitivamente el orgullo intelectual de Don Sapiente. Este
capítulo describe el clímax de la transformación de Don Sapiente:
su metanoia o conversión radical. A pesar de su fortaleza intelectual anclada
en la autonomía existencial, la Gracia irrumpe tras su encuentro en Ávila.
Mientras revisa textos con intención de refutación, dos sencillos pasajes—
uno del Evangelio sobre la alegría por el pecador arrepentido, y una nota
piadosa sobre el poder del Ave María—trastocan su lógica. Al murmurar la
oración de su infancia, una "Presencia" incondicional y un "rayo de luz
divina" penetran su alma. Esta luz actúa como un espejo implacable,
revelando su orgullo intelectual y su soledad como mera soberbia afectiva.
La Metanoia de don Sapiente: el despertar del alma
La mente de Don Sapiente era una catedral de razones, un bastión
elevado sobre cimientos de filosofía y autonomía existencial. Pero

la Gracia, que no conoce prisa, se coló por la rendija más
insospechada.
Días después de su encuentro con Esperanza en Ávila, un
malestar sordo lo acompañaba. Buscaba armas en su biblioteca,
pero la Gracia entró por el sendero de lo inesperado. Su mirada
tropezó con dos líneas que no argumentaban, sino que
simplemente eran. La primera, del Evangelio: "...hay más alegría en
el cielo por un pecador que se arrepiente..."Justo al lado, una nota
anónima afirmaba: "...una Ave María bien rezada puede conmover
el Corazón de la Madre, y de ese modo, abrir el cielo." No hubo
réplica posible. Las palabras sortearon su lógica y cayeron, gota a
gota, en aquel vacío de su pecho. En ese instante de rendición
inconsciente, el filósofo se desvaneció. Solo quedó el niño que una
vez fue, y un susurro, áspero por el desuso, le nació de los labios:
la oración que le susurró su madre en la infancia: «Dios te salve,
María, llena eres de gracia...». Y entonces, el mundo no se
detuvo: se llenó.
Una Presencia lo envolvió, no como una idea, sino como una
atmósfera de absoluta ligereza. En el centro de ese silencio
habitado, un rayo de luz —suave e implacable— penetró en lo más
hondo de su alma, actuando como un espejo. Don Sapiente no se
sintió juzgado, sino conocido. Vio su soledad vestida de libertad, su
autonomía como la soberbia afectiva, y toda su cruzada intelectual
se reveló como una huida cobarde.
Las lágrimas brotaron en un deshielo, lavando la herida de
haberse creído completo en su aislamiento. Eran lágrimas de un
arrepentimiento que nacía del reconocimiento de un Amor que
siempre estuvo allí.

La revelación no fue un derrumbe, sino un reordenamiento.
Comprendió, con claridad abrasadora, que su lucha no era por la
libertad, sino el forcejeo de un hijo que se debate en brazos de su
padre. La Verdad ya no era una proposición a dominar, sino una
Persona a la que pertenecer. Su alma, que él creía dueña absoluta
de su destino, se sintió de pronto vacía. El edificio de su
Humanismo Existencial era una cáscara hueca que el viento de la
gracia derribaba sin resistencia. Este terremoto del corazón lo
lanzó con urgencia a la necesidad perentoria de la confesión.
Se levantó. No como el héroe que regresa de una conquista, sino
como el pródigo que decide volver a casa. Dejó a un lado su
Humanismo Existencial como se deja un ropaje viejo. Su intelecto
no moría, sino que se bautizaba. Su primera acción de hombre
verdaderamente libre fue doblar la rodilla. Comprendió que la fe no
era la anulación de la razón, sino su consumación en el misterio.
No menos importancia tuvo la lectura de la alegoría "SIMEÓN Y
AARÓN : PEREGRINOS EN EL CAMINO DE JESÚS" en donde se
detallaba la transformación de Joel: el encuentro con la Verdad.
El punto de inflexión en esta narración llegó cuando Joel escuchó
las palabras de Jesús, particularmente la parábola que desnudaba
la hipocresía de aquellos que, como él, pasaban de largo ante el
sufrimiento. El poema que le tocó el corazón fue:
"He encontrado mi alma y, en su profundidad, he conocido a Dios.
Su presencia me envuelve y su Amor fluye a través de mí,
sin límites ni condiciones.
Ya no hay distancia entre Él y yo: somos uno solo
una misma luz, un mismo latido.
La felicidad me habita de forma permanente;
es un manantial inagotable que brota
desde mi interior y se derrama sobre todo lo que toco."
audio en:
https://www.producer.ai/song/c7b1bc69-4911-404c-ab5e-6cb1877c524c

Salomón comenzó a frecuentar el templo de su infancia. Allí, en el
silencio, encontró una sabiduría distinta, la que se recibe en el
asombro. Su propia obra magna, Humanismo Existencial, la miraba
ahora con piedad, como se ve una carta de juventud, testimonio de
un corazón que buscaba a tientas.
En lo más profundo, echó raíces una paz nueva, la certeza de ser
amado precisamente en su fragilidad. El sabio había encontrado
por fin la única sabiduría que vale la pena: la de saberse
eternamente perdonado, eternamente hijo.Tiempo después, intentó
traducir su metanoia en versos sencillos, un canto de
agradecimiento que tituló El Poema de la Gracia Tumbativa.
¡Mi alma, sin temor, se enciende,
templo sagrado de mi Dios eterno!
¡Siento latiendo en mí la Luz divina,
llama pura que ningún viento apaga!
¡Mi cuerpo, renovado, lleno de gracia,
es reflejo vivo del Todo infinito!
¡Espejo sin mancha, claridad perfecta,
fulgor radiante del Amor inmaculado!
Comprendió que esta experiencia no era triste sino mas bien
romántica si bien con lágrimas gozosas, alegre, rítmica e intentó
darle sonido en la IA:
https://www.producer.ai/song/264e2f54-6a79-4b1c-a526-5a0a0b38036c
https://www.producer.ai/song/72417894-2212-406e-8790-ccf3c4d6a4dc

Coloquio Final: La Victoria de la Paz
(El escenario está ahora más íntimamente iluminado. Don
Sapiente, sentado, tiene una nueva serenidad. Don Pancho lo
observa. El coloquio es privado.)
DON PANCHO: (Acercándose) Bueno, bueno... con este silencio se
podrían cortar telas. Me dijeron que te retiraste a "meditar" después
de Ávila, pero por el brillo de los ojos, más parece que te cayó un
rayo... Vamos, Sapiente, confiésame. ¿Encontraste por fin lo que tu
razón no podía apresar?
DON SAPIENTE: (Su sonrisa es ancha, tranquila) No lo encontré
yo, Pancho. Me encontró a mí. Y sí, era como un rayo... La
rendición, viejo amigo, no es una derrota; es el descanso del
náufrago que por fin pisa tierra firme.
DON PANCHO: ¡Alabado sea...! ¿Y toda tu Hispanidad de la
angustia? ¿Tu "malestar común"? Se nos ha convertido el profeta
del drama en... ¿un testigo de la alegría?
DON SAPIENTE: La Hispanidad es más grande que mi angustia,
Pancho. Ahora la veo como un vasto territorio donde esa Gracia ha
estado actuando. La tragedia no desaparece, pero se ilumina con
la posibilidad de la Redención. Ya no es un muro, sino una cruz que
se puede abrazar.
DON PANCHO: ¿Tu famosa frase de "inventarse a sí mismo con
piedad"?
DON SAPIENTE: (Asiente con calma) La frase sigue en pie. Pero
he entendido la parte más importante. No nos inventamos a
nosotros mismos desde la nada. Nos descubrimos a nosotros

mismos como criaturas amadas por un Creador. Y la piedad ya no
es solo un acto de solidaridad horizontal, sino la caridad vertical de
quien, habiendo sido perdonado, perdona; habiendo sido amado,
ama.
DON PANCHO: (Lo mira fijamente, la socarronería da paso a la
admiración). Bueno... me lo temía. Al final, el gran Don Sapiente, el
hombre que lo sabía todo, ha tenido que volver a la casilla de
salida y aprender la única lección que de verdad importa.
(Se acerca y le pone una mano en el hombro).
DON PANCHO: Me alegro por usted, amigo mío. De verdad. Con
su conversión, la cofradía de los soberbios intelectuales pierde a
uno de sus mejores miembros. Pero ganamos todos los que
preferimos un alma en paz a un ingenio en guerra.
DON SAPIENTE: (Colocando su mano sobre la de Don Pancho) La
guerra ha terminado, Pancho. Y la victoria, se lo aseguro, no es
mía.
(Un silencio cómplice llena la estancia. Solo el humilde
reconocimiento de que la mayor sabiduría no se pronuncia en un
podio, sino que se susurra en el alma, y se confirma en el abrazo
silencioso de un amigo.)

La transformación de don Sapiente
El Psicólogo concluye que la
metanoia es una reestructuración
psíquica y espiritual que conduce a
la libertad real.

CAPITULO 34
Donde se ofrece un análisis psicológico de la metanoia o conversión radical
experimentada por Don Sapiente. A través de un diálogo con
el Psicólogo, Don Pancho busca comprender cómo un hombre tan lógico y
autónomo pudo cambiar de manera tan dramática. El fenómeno es
identificado como una catarsis emocional (el llanto y la liberación de
emociones reprimidas) y un reconocimiento del conflicto interior (la "guerra
interna"). El Psicólogo concluye que la metanoia es una reestructuración
psíquica y espiritual que conduce a la libertad real, basada en la gracia y la
comunidad, significando un "terremoto entero del alma" y el renacer del ser.
El terremoto del alma: análisis de la Metanoia
DON PANCHO: Doctor, no logro entender cómo Don Sapiente, un
hombre tan lógico y autónomo, cambió tan radicalmente su forma
de ser y pensar. ¿Qué le pasó en su mente para que esa catástrofe
emocional se convirtiera en un despertar espiritual?

PSICÓLOGO: Don Pancho, lo que Don Sapiente experimentó es
un fenómeno fenomenal llamado metanoia, que en psicología es un
proceso profundo de transformación interior. No es solo un cambio
de ideas, sino un reordenamiento total del ser. Su mente era una
construcción sólida basada en la razón y la autonomía existencial,
pero esa fachada estaba fortaleciendo una forma de evitación
interna.
DON PANCHO: Entonces, ¿qué hizo que se derrumbara esa
fachada?
PSICÓLOGO: Fue una combinación de factores, pero
principalmente la experiencia de una presencia espiritual que no
pudo ser refutada con razonamientos. Esa presencia actuó como
un espejo que reflejó para él la verdad desnuda de su propio ser.
Desde la psicología, esto genera lo que llamamos una catarsis
emocional.
DON PANCHO: ¿Una catarsis es como llorar y liberar emociones?
PSICÓLOGO: Exactamente. El llanto de Don Sapiente simboliza la
liberación de emociones reprimidas —la humildad, el
arrepentimiento— que propician la apertura. Además, su
reconocimiento de la "guerra interna" contra el pecado es un
reconocimiento del conflicto interior, necesario para la
transformación.
DON PANCHO: Entiendo, es como luchar y ganar una batalla
dentro de uno mismo.
PSICÓLOGO: Así es. Al rendirse a esa verdad liberadora, Don
Sapiente comienza a reconstruir su identidad desde una nueva
base. Decimos que se inicia un proceso de reestructuración
psíquica y espiritual.
DON PANCHO: ¿Y qué significa esa reestructuración en la vida
diaria?

PSICÓLOGO: Significa un cambio radical. Su antigua "libertad
existencial" se transforma en una libertad real, basada en la gracia,
el amor y la comunidad. Y eso es la metanoia.
DON PANCHO: Fascinante. Ahora comprendo que no es solo un
cambio intelectual, sino un terremoto entero del alma.
PSICÓLOGO: Muy bien dicho, Don Pancho. La metanoia es el
renacer del ser, un giro profundo que transforma para siempre
quien somos.
Coloquio: El "Resetéo" Cósmico
(Y así, Don Pancho se acomodó en el sillón, cruzó las piernas y
esbozó una de esas sonrisas pícaras que presagian un comentario
que desarma toda solemnidad.)
DON PANCHO: Doctor, con todo respeto a su ciencia... ¡entonces
lo que me está diciendo es que a mi amigo Sapiente le vino
un "resetéo" cósmico! ¿Un "formateo de alma", como cuando a mi
computadora le entra un virus de soberbia y hay que reinstalar el
sistema operativo con un llantazo a fondo?
PSICÓLOGO: (Ajustándose las gafas, intentando mantener la
profesionalidad) Bueno, Don Pancho, la metáfora es... gráfica.
Podríamos decir que su sistema de defensas lógicas, su "firewall"
existencial, colapsó ante una descarga de realidad espiritual para la
que no tenía antivirus.
DON PANCHO: ¡Ja! ¡Eso era lo que le faltaba! Un buen antivirus
de humildad. Y dígame, doctor, en términos terrenales... ¿esta
"catarsis emocional", este "llorar a moco tendido" que tuvo... eso
cura el alma o simplemente le deja la nariz colorada y los ojos
como dos huevos fritos?
PSICÓLOGO: (Soltando una carcajada) Don Pancho, le aseguro
que el llanto de Don Sapiente fue más nutritivo para su espíritu que
un caldo de gallina para un resfriado. Fue el lubricante que permitió

que las piezas oxidadas de su alma volvieran a girar. Fue un llanto
de... ¡descongelamiento! Estaba congelado en su propia lógica, y el
calor de esa Presencia lo puso a temperatura de humanidad otra
vez.
DON PANCHO: ¡Descongelamiento! Me gusta. O sea, pasó de ser
un témpano de hielo intelectual a un hombre de carne y hueso, un
poco chorreante, pero funcional. Y esa "guerra interna" que dice...
PSICÓLOGO: Solo que en el caso de Don Sapiente, el segundo
postre era el orgullo, la autosuficiencia y el control. Y por primera
vez, no ganó la tripa. Ganó el anhelo de algo más dulce: la paz.
Eso es la "reestructuración psíquica", dejar de poner el mando de la
vida en las manos equivocadas.
DON PANCHO: Ya veo, ya veo... O sea, que lo que él llamaba
libertad era, en realidad, ser el mayordomo de su propia cárcel. Y
ahora, con este "terremoto del alma" que usted dice, la cárcel se le
vino abajo y descubrió que era libre en el patio grande de la gracia.
¡Caramba, doctor! Suena a que fue más barato que una terapia de
años. Un buen susto celestial y listo.
PSICÓLOGO: En esencia, Don Pancho, ha descrito el proceso con
una precisión envidiable. Eso sí, el "susto celestial", como usted le
llama, requiere una predisposición del corazón. No es para
cualquiera.
DON PANCHO: Claro, claro, hay que tener el "chip de la humildad"
instalado, aunque sea en versión de prueba. Bueno, doctor, ha sido
más instructivo que un manual de usuario del alma. Le agradezco
mucho. Ahora voy a ir a ver a Sapiente, a ver si en lugar de hablar
de filosofía, me invita a un café y me cuenta de fútbol... ese sí que
sería un milagro confirmado.
(Y Don Pancho se levantó, guiñando un ojo al Psicólogo, dejando
la consulta impregnada no solo de un profundo análisis, sino del
aroma a tierra, humor y vida real que solo un maestro de la
socarronería como él podía proporcionar.)

La habitación del adiós
(Don Francisco)
Junto a él, Doña Teresa,
CAPÍTULO 35
Una vez comprendido el 'renacer del ser' de Salomón, la vida dispuso el
cierre del círculo familiar, transfiriendo a Salomón la 'calma del justo'. Este
capítulo es un emotivo díptico que marca el adiós a los padres de Salomón y
Esperanza, cerrando el círculo de la reconciliación familiar.
La Habitación del Adiós (Don Francisco): la escena se desarrolla en la
habitación de Don Francisco Cortés Rodríguez, el padre, un hombre
"justo" y estoico, quien yace en su lecho de muerte, fatigado por la
enfermedad y el dolor por la apostasía sutil de la patria. Junto a él,
Doña Teresa, Esperanza, y un Salomón transformado guardan una
vigilia reconciliada. Apenas un mes después, Doña Teresa, la roca
familiar, muere no por enfermedad, sino por una "nostalgia del alma" y
el anhelo de reunirse con su esposo. Salomón, ahora templado en el
dolor, se sienta junto a ella en la misma habitación.

La Última Vigilancia: El Justo y el Retorno del Hijo
El aire en la habitación era denso y quieto, impregnado por el aroma
medicinal del eucalipto y el tenue perfume del cirio que ardía en un
rincón. Don Francisco Cortés Rodríguez yacía en su lecho, el cuerpo
ahora frágil, vencido por una dolencia silenciosa. No solo cargaba con
el peso de la enfermedad, sino con la fatiga del alma de quien había
visto a su amada patria deslizarse hacia una apostasía sutil.
Una vigilia de amor enmudecido custodiaba su tránsito. A su lado, Doña
Teresa era un bastión de serenidad, con las manos entrelazadas
firmemente con las de él. A los pies de la cama, estaban sus
hijos, Salomón y la Hermana Esperanza. Entre ellos ya no existía el
abismo de la incomprensión, sino un silencio pesado, dulce y
reconciliado. Junto a la puerta, discreto y solemne, permanecía Don
Pancho.
La Cosecha Inmerecida: La Reconciliación del Justo
El Padre, un hombre que había caminado por la vida como un justo,
miraba el techo con una lucidez que la enfermedad no había logrado
empañar. Nada turbaba la calma de su espíritu ante el hecho inevitable,
pues su vida entera había sido un mosaico de pequeños deberes
cumplidos con amor.
Sin embargo, en el costado de aquel hombre recto, una espina se había
clavado durante años: el dolor de ver a su hijo, Salomón, deslizarse por
la senda de la apostasía. Esta herida, no obstante, había comenzado a
cicatrizar en sus últimos meses. Había presenciado el milagro más
grande: Salomón había vuelto.
De pronto, como si una fuerza interior le concediera un último destello
de vigor, Don Francisco abrió los ojos y paseó su mirada lentamente
por cada rostro. Su voz, poco más que un susurro roto por el esfuerzo,
llenó el silencio sagrado de la habitación:
DON FRANCISCO: —Mi corazón… rebosa. Siempre supe, con una
certeza que no era mía, que el amor del Padre era un océano
comparado con el charco de nuestras debilidades. Verlos a ustedes,
mis hijos, convertidos en faros, en portadores de esa luz... es la
cosecha inmerecida de mi vida, mi mayor alegría.

(Su mirada se posó en Salomón.)
DON FRANCISCO: —Hijo mío, tu regreso a casa fue el primer gozo que
calmó esta vieja herida. Pero verte ahora, no solo perdonado y acogido,
sino con el corazón tan grande que es capaz de perdonar a quien te
hirió... eso, Salomón, es una bendición que ya me siento llevando
conmigo.
(Don Cortés cerró los ojos con la lentitud de quien se recuesta a
descansar. Un suspiro leve escapó de sus labios. Doña Teresa apretó
la mano que sostenía, sintiendo cómo la vida se retiraba. El llanto
contenido rompió al fin en un sollozo ahogado.)
(Salomón cayó de rodillas junto a su madre. No era el llanto desgarrado
de la desesperación, sino el llanto profundo y limpio de quien celebra
una reconciliación. Su calma, en medio de la pérdida, era el verdadero
testamento de Don Francisco.)
(Desde su rincón, Don Pancho se acercó con pasos lentos. Puso una
mano firme y cálida sobre el hombro de Salomón.)
DON PANCHO: (Con voz grave, cargada de emoción) Vaya, muchacho.
Tu padre, que era un santo terco y justo, se nos ha ido haciendo de las
suyas: callado, sin molestar, y dejándonos a todos con la lección más
clara de cómo se vive... y cómo se muere. No llores por el guerrero que
descansa después de una batalla bien librada. Mira lo que te dejó... Esa
calma que sientes ahora, aunque duela... eso no es tuyo, hijo. Es de él.
Te la ha legado. Y es la mejor de sus ediciones, una que no está en mi
biblioteca, pero que puedes leer en tu propia paz.
(Salomón asintió lentamente, una nueva comprensión asentándose en
su interior. La metáfora del bibliotecario cerraba, de un modo perfecto y
humano, el capítulo de su padre.)
El Último Suspiro de la Matriarca: La Síntesis del Amor
Apenas un mes después, Doña Teresa se consumía lentamente por
una suerte de nostalgia del alma; el anhelo de reencontrarse con su
amado pudo más que sus fuerzas. Ella yacía en la misma cama.

Salomón, sentado a su lado, sostenía su mano. Ya no había lágrimas
contenidas en él, sino una paz grave.
(Salomón y Esperanza, de rodillas a cada lado de la cama, sujetaban
sus manos. Teresa reunía las últimas reservas de vida. Finalmente, con
un esfuerzo visible, comenzó a hablar, su voz un susurro que llenó el
silencio de la estancia.)
DOÑA TERESA: —Queridos hijos, vuestro sufrimiento y dolor al estar
separados ha sido al final para bien, cumpliendo la voluntad divina.
Habéis entendido mejor que bien vale el entrar por la puerta estrecha...
(Una sonrisa tenue se dibujó en sus labios.)
DOÑA TERESA: —Gracias a Dios he recibido el Viático y estoy en paz
conmigo misma, intuyo que pronto recibiré la visita de Azrael, el ángel
misericordioso... No olvides, Salo, que quien ama a Jesús, quien cree
en un Dios que no conoce pero siente en sí mismo, forma parte de su
rebaño, sea de la creencia que sea: salvaje, budista, musulmán...
Nunca juzguéis, sino intentad siempre comprender y tener compasión.
(Sus ojos se llenaron de una última luz de convicción.)
DOÑA TERESA: —¡Qué feliz soy y me voy sabiendo que sois hijos de
la Iglesia católica de Jesús!
(Y diciendo esto con una sencilla sonrisa, Teresa exhaló su último
aliento. La paz que había predicado y vivido se posó sobre su rostro
inmovilizado. Las manos de Salomón y Esperanza se apretaron sobre
las suyas. El silencio que siguió era denso, sagrado.)
(Fue entonces cuando Don Pancho se acercó. Puso una mano callosa
sobre el hombro de Salomón.)
DON PANCHO: (Su voz, un rumor grave y áspero) Siempre sincera,
hasta el final. No hubo un ápice de teatro en ella, solo la pura verdad,
dicha con la sencillez de quien ya tiene un pie en el otro lado. Mira esto,
Salomón. Tu madre, que era la bondad hecha mujer, en sus últimos
momentos nos da una lección de ecumenismo que dejaría perplejo a
más de un teólogo. Esa es la fe que vale. La que es tan grande que no
cabe en los dogmas pequeños.
(Se inclinó un poco.)

DON PANCHO: Y fíjate en la última jugada de esta gran mujer. No se
fue hablando de santos o de ángeles, sino de vosotros. Su felicidad final
no fue por ver a su Dios, sino por saber que vosotros estabais a salvo,
en paz, reconciliados. Eso, muchacho, es amor auténtico. El que ata
todos los cabos sueltos, incluso los del alma.
(Salomón asintió lentamente. La muerte de sus padres, el evento más
disruptivo, no lo quiebra, sino que consolida en él un nuevo modo de
ser. La "calma del justo" se transfiere a Salomón por asimilación
espiritual. Él se convierte en el puente: hereda la fe sencilla de sus
padres, pero la filtra y la fortalece con la razón y la disciplina. El círculo
se cierra con la partida de sus padres, y con él, se abre un nuevo y
firme camino para Don Salomón.)
Las últimas palabras de Teresa
Gracias a Dios he recibido el Viático
y estoy en paz conmigo misma.

La habitación estaba envuelta en una penumbra suave, el aire
pesado con el olor a medicamento y el incienso recién quemado.
Salomón y Esperanza, de rodillas a cada lado de la cama,
sujetaban con delicadeza las manos de Teresa, que yacía
consumida, su rostro pálido pero extrañamente sereno. En un
rincón, discreto y sólido como un roble viejo, Don Pancho
presenciaba la escena. No rezaba en voz alta, sino que su mirada,
llena de una ternura ruda, era su propia forma de plegaria.
Teresa luchaba por mantener los ojos abiertos, reuniendo las
últimas reservas de una vida dedicada a la fe y al amor
incondicional. Finalmente, con un esfuerzo visible que iluminó sus
ojos ya apagados, comenzó a hablar, su voz era un susurro que,
sin embargo, llenó el silencio de la estancia con una resonancia
profunda:
—Queridos hijos —dijo, dirigiendo una mirada de amor inmenso
primero a Salomón y luego a Esperanza—, vuestro sufrimiento y
dolor al estar separados ha sido al final para bien, cumpliendo la
voluntad divina. Ha permitido el sufrimiento de ambos para
encontrar el amor auténtico, que es imposible desconectado del
amor a Dios.
Hizo una pausa breve, como si cada palabra le costara un aliento.
—Habéis entendido mejor que bien vale el entrar por la puerta
estrecha, aunque en el mundo el dolor no es considerado como un
don divino, sino soportado como castigo. No obstante, el dolor y
sufrimientos soportados adquieren méritos.
Una sonrisa tenue se dibujó en sus labios.

—Gracias a Dios he recibido el Viático y estoy en paz conmigo
misma, intuyo que pronto recibiré la visita de Azrael, el ángel
misericordioso que acompañará mi alma en su viaje final ante el
trono de Dios.. No olvides, Salo, que —y esto lo sabes tú mejor que
yo como humanista—, quien ama a Jesús, quien cree en un Dios
que no conoce pero siente en sí mismo, forma parte de su rebaño,
sea de la creencia que sea: salvaje, budista, musulmán... Nunca
juzguéis, sino intentad siempre comprender y tener compasión.
Sus ojos, llenos de una última luz de convicción, se centraron en
ambos.
—En España, Jesús nos ha dejado sus marcas que están en la
Preciosa Sangre en el pequeño Sudario, conservado en la Catedral
de Oviedo en Asturias, además del Santo Sudario conservado en
Milán en Italia. Esto os lo digo para fortaleceros en la fe. Todos
tenemos una función que cumplir, así que no desperdiciéis vuestros
talentos, sino utilizadlos para el bien.
Y ya como apagándose, su voz se hizo aún más un murmullo, casi
etéreo:
—¡Qué feliz soy y me voy sabiendo que sois hijos de la Iglesia
católica de Jesús!
Y diciendo esto con una sencilla sonrisa, Teresa exhaló su último
aliento. La paz que había predicado y vivido se posó sobre su
rostro inmovilizado. Las manos de Salomón y Esperanza se
apretaron sobre las suyas, y aunque el dolor los inundó, en el fondo
de sus almas resonó la verdad de sus últimas palabras.

El silencio que siguió era denso, sagrado. Salomón, con lágrimas
silenciosas recorriéndole el rostro, inclinó la frente sobre la mano
aún cálida de su madre.
Fue entonces cuando Don Pancho se acercó. No con pasos
fúnebres, sino con la naturalidad de quien viene a cerrar un
capítulo. Puso una mano callosa sobre el hombro de Salomón.
Don Pancho: (Su voz, un rumor grave y áspero, cargado de una
emoción que no disimulaba) "Siempre sincera, hasta el final. No
hubo un ápice de teatro en ella, solo la pura verdad, dicha con la
sencillez de quien ya tiene un pie en el otro lado."
Salomón alzó la vista, encontrando en los ojos de Don Pancho un
reflejo de su propio dolor, pero también un destello de la vieja
socarronería.
Don Pancho: "Mira esto, Salomón. Tu madre, que era la bondad
hecha mujer, en sus últimos momentos nos da una lección de
ecumenismo que dejaría perplejo a más de un teólogo. 'Salvajes,
budistas, musulmanes'... Vaya. Mientras otros discuten sobre
doctrina, ella se fue directo al grano: al corazón. Y te lo dice a ti, el
humanista, como quien pasa el testigo." Hizo una pausa, mirando
el rostro sereno de Teresa. "Esa es la fe que vale. La que es tan
grande que no cabe en los dogmas pequeños."
Se inclinó un poco, su voz bajando aún más, como en confidencia.
Don Pancho: "Y fíjate en la última jugada de esta gran mujer. No
se fue hablando de santos o de ángeles, sino de vosotros. De que
sois hijos de la Iglesia, sí, pero sobre todo, sus hijos. Su felicidad
final no fue por ver a su Dios, sino por saber que vosotros estabais

a salvo, en paz, reconciliados. Eso, muchacho, es amor auténtico.
El que ata todos los cabos sueltos, incluso los del alma."
Salomón asintió lentamente, las palabras de Don Pancho actuando
como un bálsamo terrenal que traducía la trascendencia de su
madre a un lenguaje que su corazón, aún herido, podía asimilar
plenamente. No eran palabras de consuelo vacío, sino de
comprensión profunda. Don Pancho, una vez más, había sabido
leer en el libro más difícil: el de la vida y la muerte, encontrando la
frase perfecta para cerrarlo con dignidad y un atisbo de sonrisa
entre las lágrimas.
Empatizando al descubrir a un Jesús
que sonríe, se divierte y encuentra
alegría en la compañía de sus
amigos y familiares.
Jesús contento, alegre, sonriente sus
amigos son los que cumplen la Voluntad
del Padre.

CAPÍTULO 36
El equilibrio personal forjado en la despedida de sus padres le permitió a Don
Sapiente encontrar el matiz final de su fe: el gozo y la alegría inherentes a la
Encarnación. En este capítulo, Don Sapiente revela cómo su encuentro con
los escritos de María Valtorta y Luisa Piccarreta le ofreció el "contrapunto del
gozo" que su existencialismo necesitaba. Al descubrir a un Jesús que sonríe,
se divierte y encuentra alegría en la compañía de sus amigos, transforma su
visión de la fe como una carga pesada en la de un yugo ligero, llevado junto
a un Dios que camina sonriendo a su lado.
El contrapunto del gozo: una conversación en la Biblioteca
La tarde caía sobre la biblioteca, tiñendo los estantes de un color
ocre y solemne. Don Pancho ordenaba en un carro de libros los
volúmenes de las visiones místicas. Don Sapiente, con su flamante
serenidad post-metanoia, hojeaba la Carta a los Efesios. La
atmósfera era de una quietud sabia, rota solo por el susurro de las
páginas.
DON SAPIENTE: (Acariciando la Carta) Es curioso, Pancho. Hace
años, estas palabras me supieron a hiel. A yugo. A negación de la
vida, de la carne. Hoy, la cárcel era mi propia razón, que no me
permitía ver el amor detrás del mandato.
DON PANCHO: (Sonriendo) El velo de la soberbia, Salomón. Pero
tú, que has estado tan metido en las teorías de la náusea... dime,
¿qué te ha ayudado a ver que la fe no es solo una carga?
DON SAPIENTE: El contrapunto. Si he de serte sincero, Pancho,
fueron estos mismos libros, esta "Neus" tuya, la que me ayudó a
ponerle rostro al Amor, más allá de la teología fría. Yo había creado
un Cristo solemne, un mártir trágico, un juez implacable. Pero en
estas páginas... encontré la risa.

DON PANCHO: (Deteniendo el carro) ¿La risa? ¡Vaya! Me alegra
que veas más allá de la cruz.
DON SAPIENTE: Más que la risa, el gozo. El Maestro que yo había
imaginado era un hombre perpetuamente apesadumbrado. Pero,
mira —dijo, señalando una cita—, se describe al Hijo radiante, y
luego tienen un intercambio de sonrisas con su Madre que la hace
sentirse "muy dichosa". ¡Dichosa! No es un dios lejano; es un
hombre de carne que goza de la presencia de su madre.
DON PANCHO: Es la humanidad sin el velo de nuestra tristeza. La
alegría del Verbo encarnado.
DON SAPIENTE: Y no solo en lo íntimo. Recuerdo la descripción
en el Primer Año de la Vida Pública. Dice: "Ahora estoy contento.
Os he vuelto a encontrar a todos y ya no os perderé". ¡Contento!
Como un amigo que recupera a sus compañeros. O la descripción
de su rostro luminoso de ojos radiantes, con una sonrisa y una
dulzura desconocida, cuando está arrollador en el discurso. No era
un orador inflamado de ira, sino de gozo.
DON PANCHO: Claro, Salomón. El gozo es la prueba de que el
Reino está cerca.
DON SAPIENTE: Pero la prueba definitiva para mi orgullo fue ver
cómo trataba la carne y el afecto. Aquí se describe a
Jesús sonriente de piedad, de una piedad que es todo amor, al
curar a los enfermos. Su amor era una sonrisa que ya en sí era
paga para el que ayudaba. Cuando Lázaro le ve, le dice: "Vuelvo a
ver tu cara con esa sonrisa luminosa que hacía tiempo que no
veía". Él irradia vida, Pancho, no la reprime.
DON PANCHO: El gozo es la salud del alma.
DON SAPIENTE: Y hay más —prosiguió, tomando otro volumen—.
¿Sabías que a Jesús le gustaba hacer sonar las monedas en la
mano de Lázaro?

DON PANCHO: (Se echó a reír) ¡Claro que lo sé! ¡El Señor de la
Creación, jugando con el tintineo de un óbolo como un niño! Lo
cuenta la sierva de Dios, Luisa. "Jesús se divertía al hacerlo sonar".
Es una de las imágenes más deliciosas.
DON SAPIENTE: Exacto. Es como si Neus y Piccarreta me
hubieran dado unos lentes nuevos. Esa sonrisa... tiene matices. A
veces es la de un Maestro que "sonríe levemente". Otras, es
una "sonrisa traviesa", casi jocosa. No es la sonrisa hierática de un
icono. Es la sonrisa viva de un hombre con sentido del humor.
DON PANCHO: Y en su relación con su Madre... ¡es donde brilla
con más fuerza! Lo describe con una "sonrisa divina" cuando habla
del Padre o mira a su Madre. Es la humanidad en su estado más
puro y conmovedor.
DON SAPIENTE: Incluso en la sombra del Huerto... ¡el Huerto de
los Olivos, Pancho!... la visión muestra cómo en su rostro
aflora "una sonrisa muy bella, bellísima". Es la alegría que
trasciende el horror. Y tras la Resurrección, se aparece "sano,
hermoso, sonriente sobre las aguas". No es un fantasma. Es la
Vida, radiante.
DON PANCHO: La pesadez de la que usted hablaba, la Ley como
yugo... ¿no se le hace más ligera al saber que el mismo Legislador
sonreía, se divertía y encontraba contento en la compañía de sus
amigos?
DON SAPIENTE: (Respira hondo) Es justo eso. He vivido bajo el
peso de un Dios que todo lo ve. Pero no había calculado la
profundidad de la Encarnación. Dios no solo tomó nuestro dolor...
tomó también nuestra alegría. Un Dios que puede tener
una "sonrisa de bondad infinita" con el corazón herido... ese es un
Dios en cuyo yugo puedo encontrar, no solo descanso, sino
también... gozo.

La Conclusión sobre Esperanza
DON SAPIENTE: (Con un silencio pensativo, y luego una sonrisa
que ya no es de hiel) Y hay más, Pancho. Esto también me ha
dado una respuesta sobre Esperanza.
DON PANCHO: ¿Un contrapunto para ella?
DON SAPIENTE: Sí. En el día del Nombre de María, hay un pasaje
que dice: "¡Oh! ¡Sé feliz! ¡Yo estoy en ti y tú estás en Mí! Es la
dicha recíproca. No te digo nada más... para hacer que
sonrías..." Esperanza no se fue a una cárcel de dogmas, Pancho.
Se fue a esa dicha recíproca. Yo la había acusado de huir de la
existencia, pero ella se entregó a una sonrisa divina que es el
gozo por el amor de su Madre. Ella no eligió la negación; eligió
la alegría calma y sonriente. Yo huía de algo. Ella
fue hacia Alguien.
DON PANCHO: Has encontrado la prueba de que la fe no es solo
dogma o sacrificio, sino un amor que se divierte y que invita a la
dicha.
DON SAPIENTE: Así es. Mi existencialismo me dejó solo con la
angustia de un hombre libre. Estas páginas me han devuelto la
posibilidad de ser feliz, de recibir el espíritu con alegría. El Cristo
que descubrí es uno que sonríe abiertamente, dichoso. La sonrisa
de bondad infinita del Resucitado... Pancho, ese es el verdadero
"elixir". No una teoría, sino la certeza de que el Amor no solo juzga,
sino que se divierte al obrar en el alma.
DON PANCHO: (Asintiendo, con una sonrisa tranquila) El yugo es
ligero porque el que lo lleva a nuestro lado, sonríe mientras camina
con nosotros. Y a veces, hasta se ríe.
DON SAPIENTE: (Con una sonrisa genuina) Sí, Don Pancho. A
veces, hasta hace sonar las monedas.
DON PANCHO: Pues mira, Salomón, si en la Divinidad has
encontrado la alegría y el juego, me temo que has dejado de ser un

existencialista para volverte, simplemente, un hombre feliz. Y eso sí
que es una utopía pragmática.
(Ambos rieron, y el sonido de su risa llenó la biblioteca, superando
el silencio solemne de los estantes. La paz, pensó Don Pancho, ya
no era una ausencia de guerra, sino la presencia sonora del gozo.)
La Utopía en el Silencio (El Tránsito a la Alegoría Dialogada)
El viaje exterior de Don Sapiente había terminado en la misma
quietud en la que se inician todos los grandes cambios. La primera
parte de su historia culminaba con la profunda y dual despedida de
sus padres, un final que no fue de quebranto, sino
de consolidación. La muerte de Don Francisco, el hombre "justo", le
había legado a Salomón la "calma del justo"y la disciplina de la
voluntad, el esqueleto necesario para la acción. La partida de Doña
Teresa, por su parte, le había transferido la "fe que vale", tan vasta
que no cabía en "dogmas pequeños", liberando su corazón y su
razón para el amor auténtico.
El hombre que había regresado a casa no era ya el polemista
intelectual ni el existencialista angustiado. Su alma se había
unificado. La guerra que libraba entre la Razón, la Disciplina y la
Entrega Amorosa había cesado. El Humanismo Existencial se
desvaneció, reemplazado por un descanso profundo en lo
divino que él traducía, con su razón purificada, como la esencia de
la "Utopía Pragmática" llevada a la vida personal. El humilde
reconocimiento de que la mayor sabiduría "no se pronuncia en un
podio, sino que se susurra en el alma" era su nueva verdad
fundacional.

De la Paz a la Praxis: la Nnecesidad de la escritura
Una vez que Salomón alcanzó esta serenidad interior, su mente,
antes dedicada a la disección académica, se encontró ante un
nuevo imperativo: la praxis. La sabiduría que no se traduce en
conexión humana es, para el nuevo humanista cristiano
sosegado, "esencialmente estéril". La metanoia no podía ser una
experiencia mística solitaria; debía ser la semilla de la acción
filosófica y política.
Los diálogos que conforman la Alegoría Dialogada (AD) son
el resultado visible de esta ardua integración. La filosofía de
Sapiente, que había sido impulsada por la herida biográfica y
resultó en la "síntesis de las Tres Bibliotecas," ahora buscaba
plasmar ese orden interior en un orden social.
Don Sapiente entendió que para construir una Utopía
Pragmática que fuera una "tarea siempre inacabada que se
construye con obras concretas," necesitaba un formato literario que
humanizara sus ideas complejas. Eligió el diálogo como un "lienzo
donde pintó la Utopía," permitiendo que la Verdad se expusiera a
través de argumentos y contraargumentos, mostrando que el ideal
se construye con "diálogo y razón."
El Ancla Pragmática: Don Pancho en Escena
Para evitar que su ideal se convirtiera en una "quimera estéril,"
Sapiente necesitaba un interlocutor implacable. El fiel y discreto
compañero Pancho, hombre de librerías y de realidades terrenales,
se convirtió en el ancla pragmática de la Utopía. Don Pancho era
el "principio de realidad" que siempre acababa con los "principios
del placer intelectual" de su amigo.
Así, la Alegoría Dialogada inicia el enzarzamiento en
diálogos inmediatamente después del clímax de la Primera Parte.
En estos coloquios, Don Sapiente, armado con la sabiduría madura
de la fe y la razón, hilvana su Estado utópico-pragmático a la luz de
los escritos del apóstol Pablo, mientras que Don Pancho desafía

cada ideal con el "escepticismo del terrenal Don Pancho" y
la "fuerza de la experiencia y la duda".
El cronista (el Extremeño utópico), viéndose obligado a suspender
el relato completo de los viajes por "ciertos papeles y diligencias
tocantes a su nacionalidad," decidió ofrecer a los lectores estos
fragmentos de los coloquios. La Alegoría Dialogada es, por tanto, la
continuación viva del debate de Don Sapiente con su amigo
bibliotecario, versando sobre el Estado Utópico-Pragmático y otros
diálogos inéditos, permitiendo que el lector no se quedase "ayuno
ni desabrido" en la espera. El círculo de la vida se había cerrado; el
círculo de la praxis filosófica acababa de abrirse.
EL EXCÉNTRICO HUMANISTA
DON SAPIENTE DE LA SERENA
(2025)
SEGUNDA PARTE
ALEGORÍA DIALOGADA
(Don Sapiente y Don Pancho discuten sobre utopías,
pragmatismos y otros asuntos nunca antes publicados)
(Publicada el año 2025)
Academia.edu en https://www.academia.edu/127997284/
y en <SCRIBD>
https://www.scribd.com/document/911610689/Alegoria-Dialogada-Don-
Sapiente-y-Don-Pancho

ALEGORIA
(Extracto dialogado de la alegoría del
profesor don Sapiente de la Serena y su
amigo bibliotecario don Pancho)
Profesor don Sapiente de la Serena
ALEGORÍA DIALOGADA
(Extracto de algunos de los diálogos de la alegoría titulada "don Sapiente
de la Serena")
Diálogo 1. Estado utópico-pragmático.
En un paraje donde las ideas se entrelazan como hilos de seda y nubes, el señor Don
Sapiente y el buen Don Pancho se encuentran sentados, cada uno con su pensamiento al
viento y sus palabras cual flechas certeras. Discurrieron, sin más dilación, acerca del
Estado utópico-pragmático, esa quimera vestida de realidad que nuestro Don Sapiente
hilvana con la sabiduría del apóstol Pablo. ¿Quién no ha soñado, aunque sea en sus horas
más suspiradas, con un mundo donde la dignidad humana sea templo inviolable y la
solidaridad, ley suprema del alma común? Mas no faltó el escepticismo del terrenal Don
Pancho, que, con un refrán en los labios y el pie firme en la tierra, desafiaba tales ideales
con la fuerza de la experiencia y la duda.
—Don Sapiente, ¿qué le trae por aquí tan pensativo? Parece que está
construyendo un castillo en el aire con esa mirada...
—¡Ah, don Pancho! Siempre tan terrenal... Lo que traigo en mente es
algo más sólido que un castillo: un Estado utópico-pragmático. He

estado releyendo la carta de san Pablo a los corintios y he encontrado
la clave.
—¿Y ahora la Biblia es un manual de política? Ya me lo imaginaba. Un
Estado utópico, me dice. Un sueño de esos que nunca se cumplen.
Yo, en cambio, tengo los pies bien puestos en la tierra y sé que la gente
es como es: cada uno por su lado, buscando lo suyo.
—No tan rápido, don Pancho. La clave está en lo "pragmático". Verá,
san Pablo hablaba de una comunidad en Corinto que, le aseguro, no
era muy diferente a la nuestra. Estaba llena de divisiones, de gente que
se creía superior a los demás. Pablo no les dio un manual de reglas,
sino una guía de principios. Y esos principios, le digo, son tan sólidos
como una roca.
Principios del “Estado Ideal”
—¿Qué principios son esos, si se puede saber? Ya me imagino: "ama a
tu prójimo" y cosas así que suenan muy bien, pero que a la hora de la
verdad, se los lleva el viento.
—Empieza por la dignidad de la persona. Pablo les dice que sus
cuerpos son templos del Espíritu Santo, que han sido comprados a un
gran precio. Con eso, deja claro que la valía de un ser humano no
depende de su utilidad social o de lo que produzca. Es algo intrínseco.
No se puede negociar.
—Muy bonito, don Sapiente. Pero dígame, ¿cómo se traduce eso en la
práctica? En el mundo real, la gente se mata, se roba, y no parece que
le importen mucho los templos.
—Ahí entra el bien común, don Pancho. Pablo les dice que no busquen
solo su propio interés, sino el de los demás. En la política, eso se
traduce en leyes y políticas que no favorecen a unos pocos, sino que
promueven la justicia social. Eso es pragmático: si la sociedad es más
justa, hay menos conflictos y todos ganamos.
—Ya veo. ¿Y qué más?
—La solidaridad. Pablo usa la metáfora del cuerpo. Dice que si un
miembro sufre, todos los demás sufren con él.
El cuerpo no funciona si la mano no ayuda al ojo o al pie. Un Estado
funciona igual. Si una parte de la sociedad sufre, nos afecta a todos. La
solidaridad no es caridad, es una necesidad para que la comunidad se
mantenga sana y fuerte.
—Parece un poco idealista, ¿no cree?
—¡Es la parte utópica! Pero se complementa con lo pragmático: la
subsidiariedad. Pablo dice que a cada uno se le da una función para el

bien común, pero eso no significa que el Estado deba hacer todo. Al
contrario, las comunidades más pequeñas—la familia, el vecindario—
pueden hacer cosas por sí mismas, y no es justo que una entidad más
grande se lo impida o lo absorba. El Estado debe ayudar, no
reemplazar.
El centro iluminado representa la
verdad trascendente que orienta la
acción política, y la cruz es el
fundamento de la fe que guía a la
nación. Los símbolos que ve
alrededor de la cruz—cadenas
entrelazadas, círculos concéntricos—
representan los principios de la DSI:
la solidaridad y la subsidiariedad en
acción. La imagen dice que la nación
no está sola, sino que está guiada por
esos valores. No es un nacionalismo
ciego, sino uno que se subordina a
ideales universales.
Humildad y Libertad en la Política
—Todo eso suena como una receta para una teocracia, don Sapiente.
Un gobierno de curas. Y con todo respeto, yo prefiero que cada quien
haga lo que le venga en gana.
—Precisamente ahí, don Pancho, es donde entra la humildad de Pablo.
Él no impone la fe, argumenta. No busca una teocracia. Dice: “Todo me
es lícito, pero no todo edifica”. Es decir, hay libertad, pero esa libertad
tiene un límite: que no destruya la comunidad. El Estado ideal,
siguiendo esta lógica, reconoce la libertad religiosa y de conciencia.
Dialoga con todos, creyentes y no creyentes.
—¿Y qué pasa si una ley es mala?

—Pablo advierte a los orgullosos de su sabiduría: “El que se cree
seguro, tenga cuidado de no caer”. Un Estado pragmático debe ser
humilde, debe reconocer que sus políticas pueden ser imperfectas y
estar dispuesto a corregirlas. Un gobierno que se cree perfecto está
condenado a cometer errores.
Diálogo 2. Del ideal a la realidad
En torno a una mesa en que los pensamientos se baten en duelo, don Sapiente y don
Pancho prosiguen su charla, transmutando la utopía en algo que aspira a tocar la firme
tierra de lo posible. No es ya solo sueño vano, sino estrella polar que alumbra sin
prometer llegar, trazando un rumbo noble y prudente. Don Sapiente, con voz de maestro y
corazón encendido, explica que el amor cristiano es la brújula de esta empresa, que
abraza la razón y el pluralismo sin perder la esperanza en el bien común. Don Pancho,
siempre escéptico y pragmático, se asombra y sonríe ante los símbolos y alegorías que
revelan la unión del ideal divino con la realidad cotidiana.
—Don Sapiente, me ha dado una lección. Sigo pensando que es un
ideal muy difícil de alcanzar. La gente es gente, y siempre habrá
conflictos.
—Ah, pero por eso es utópico-pragmático. Es una estrella polar. No
es una meta que se alcance de una vez y para siempre, sino un norte
que nos guía. Es una política que hace del amor cristiano su guía sin
renunciar al pluralismo ni a la razón. El pragmático hace lo que puede,
el utópico sabe que siempre se puede ir más allá. Juntos, como el
cuerpo de Corinto, avanzan sin caer en la tentación de creerse
perfectos. Y esa, don Pancho, es la lección más grande que podemos
aprender.
—¡Don Sapiente! ¿Qué es esto que me enseña? ¿Dos dibujos y un
montón de texto? Creí que habíamos terminado con su Estado idealista.
—Don Pancho, esto es la continuación, ¡la materialización! O, al menos,
la simbolización. Mire esta Imagen A. Es la alegoría de nuestro
Estado utópico-pragmático a nivel universal.
—Veo un mapa, una ciudad, unos símbolos... todo muy bonito, pero
¿qué representa?

A.Composición simbólico-conceptual
Letra “M” integrada en la cruz
Tiene un doble significado.
Esencialmente, representa a María,
Medianera de todas las gracias, figura de
unidad, ternura y mediación espiritual
entre Dios y la humanidad.
Secundariamente, evoca el Movimiento
utópico-pragmático que inspira el Foro.
B. Alegoría visual
Imagen A: la Utopía Universal
—Mire la Tierra, don Pancho. Es el fundamento práctico. El ideal no
está en las nubes, sino aquí, en nuestra realidad. La ciudad iluminada
es la sociedad que se ha transformado, que ha acogido estos principios
y ha avanzado hacia un futuro justo.
—¿Y esa esfera que flota arriba con una cruz? Parece un platillo
volador místico.
—¡Ja, ja! Muy gracioso, don Pancho. Esa es la utopía, los ideales
trascendentes. La cruz en el centro es el eje orientador, la fuente de
todos los valores que inspiran al Estado: la dignidad humana, la
solidaridad y la subsidiariedad. La imagen le muestra cómo el
idealismo de la esfera se conecta con el pragmatismo de la Tierra, todo
articulado por esos principios. Es la unión de lo utópico y lo práctico.
•La Estrella sobre la Cruz: es una guía celestial, un emblema de
esperanza y orientación divina, que refuerza la iluminación que
ofrece la cruz.

•La "M" Mariana: honra a la Virgen María, madre de Jesús, como
símbolo de pureza, amor y devoción maternal. Está
estratégicamente colocada debajo de la cruz, señalando su
vínculo con lo divino.
•Flor de Loto: esta flor es símbolo de renacimiento y
trascendencia espiritual. Desde su origen en tradiciones
orientales, se adapta aquí como representación de la belleza que
florece incluso en circunstancias difíciles.
•Lirio: asociado con María y su virtud impecable, este elemento
refuerza la idea de pureza y amor divino, muy conectada con la
espiritualidad cristiana.
•Flor de la Vida: patrón geométrico que simboliza la interconexión
universal. Este diseño armoniza lo material y lo espiritual,
recordándonos que todo en el cosmos está entrelazado.
•Figura de Persona con Túnica: representa una figura divina o
quizás la Virgen María, actuando como guía espiritual y fuente de
inspiración.
•Cadenas Entrelazadas: simbolizan la unidad y los lazos
comunitarios, reflejando cómo los individuos están conectados
entre sí y con lo divino.
•La Tierra: en este contexto, refleja la creación divina y nuestra
conexión con el mundo físico. La luz que emana sobre los
continentes indica esperanza y una unión trascendental.
Imagen B: la Utopía Nacional
—Y ahora me enseña una bandera española. ¿Qué tiene que ver esto
con lo que me hablaba?
—Mire con atención, don Pancho. Esta Imagen B es la alegoría
nacional. Muestra cómo esos mismos principios universales se aplican
a una realidad concreta, como la nuestra, la española. La bandera es el
marco de referencia político y cultural.
—Veo que la bandera tiene una luz en el centro y, de nuevo, una cruz.
—Exactamente. El centro iluminado representa la verdad
trascendente que orienta la acción política, y la cruz es el fundamento

de la fe que guía a la nación. Los símbolos que ve alrededor de la cruz
—cadenas entrelazadas, círculos concéntricos—representan los
principios de la DSI: la solidaridad y la subsidiariedad en acción. La
imagen dice que la nación no está sola, sino que está guiada por esos
valores. No es un nacionalismo ciego, sino uno que se subordina a
ideales universales.
PRIMER DISEÑO

SEGUNDO DISEÑO
Diálogo 3. SOBRE DOS DISEÑOS
En el acogedor despacho de don Sapiente, rodeado de libros y reliquias que
atestiguan siglos de saber, se detienen dos almas inquietas a contemplar visiones
del porvenir. Don Pancho, con la curiosidad propia de quien desea entender el
mundo, observa las imágenes que don Sapiente proyecta con ademán docto y
paciente. Se trata de dos diseños, dos caminos que nacen de una misma raíz
utópica, pero que divergen en formas y esencia.
El primero, un himno a la técnica y la razón, muestra arcos que enlazan y
ciudades erguidas en la futurista armonía del progreso. Es la utopía del ingeniero y
del lógico, el paraíso de la conectividad y la organización. El segundo diseño, en
cambio, se anuda en símbolos de fe y espiritualidad; la "M" que evoca a la Virgen,
la cruz que guía y la flor que florece como emblema de pureza y sabiduría
ancestral. Aquí no es la máquina la que gobierna, sino el alma.

Escenario: el despacho de Don Sapiente, lleno de libros y objetos
curiosos. Don Pancho, con su sombrero en la mano, observa
atentamente la pantalla donde se proyectan las dos imágenes.
Don Sapiente: Buenas tardes, querido amigo Pancho. Siéntate, por
favor. Quiero mostrarte algo. He estado reflexionando sobre dos
diseños que buscan representar un futuro utópico para la humanidad.
Ambos partieron de la misma idea, pero han evolucionado de forma
muy distinta.
Don Pancho: (Se acomoda en el sillón) Buenas tardes, Don Sapiente.
Siempre es un gusto. A ver, ilumíneme con sus saberes.
Don Sapiente: mira la primera imagen. (Proyecta la imagen de los
arcos y la ciudad futurista). Este primer diseño es, a mi parecer, una
visión muy pragmática. Se centra en el progreso, en la tecnología.
Vemos una ciudad futurista que emerge de la Tierra, con esos arcos
que conectan y esas redes de información. La utopía aquí parece ser
una de ingeniería social y tecnológica, donde el ser humano alcanza la
armonía a través de la conectividad y la organización racional. ¿Qué te
parece?
Don Pancho: pues me gusta, Don Sapiente. Se ve moderna, limpia.
Los eslabones de la cadena me hacen pensar en la gente unida por las
redes sociales y la tecnología. Es un futuro de gente que se ayuda
mutuamente gracias al avance. Parece el tipo de mundo que los
ingenieros soñarían.
Don Sapiente: exactamente. Ahora, mira el segundo diseño. (Proyecta
la imagen de la "M" y los símbolos espirituales). Fíjate en el cambio. La
ciudad ha desaparecido, y en su lugar ha surgido un gran símbolo
central. La "M" con la cruz y la estrella. Los círculos de alrededor ya no
son redes de información o figuras humanas, sino la Flor de la Vida, una
flor de loto, e incluso lo que parece un velo.
Don Pancho: (Se rasca la barbilla) Vaya... esto es diferente. Me resulta
más familiar, si le soy sincero. La "M" con la cruz... para un hombre de
fe como yo, eso me recuerda enseguida a la Virgen María. Es como si
el futuro no fuera solo cosa de máquinas y edificios, sino de la fe que
nos guía.
Don Sapiente: ¡Has dado en el clavo, Pancho! Esa es la clave.
Mientras el primer diseño propone una utopía basada en la razón y la
ciencia, este segundo diseño nos dice que el verdadero progreso es
espiritual. Los símbolos ya no son de "cómo" nos conectamos, sino de
"por qué" nos conectamos. La Flor de la Vida habla de la unidad de la
creación, la flor de loto de la pureza y la iluminación. Este diseño

sugiere que la utopía se alcanza a través de la sabiduría ancestral y la
conciencia colectiva, no solo a través del progreso tecnológico.
Don Pancho: Entiendo. Es como si el primer diseño fuera el "qué
hacemos" y el segundo el "por qué lo hacemos". El primer mundo sería
muy eficiente, pero quizás le faltaría alma. El segundo... el segundo
parece un mundo más tranquilo, más sabio.
Don Sapiente: Es una excelente forma de verlo. Uno es el mundo de la
lógica, el otro el mundo de la intuición y la espiritualidad. Ahora dime,
honestamente, si tuvieras que elegir, ¿cuál de los dos diseños
consideras que representa una "mejor" utopía?
Don Pancho: (Se toma unos segundos para reflexionar, mirando
ambas imágenes en la pantalla) Pues... si me pregunta al corazón, me
quedo con el segundo. El primero es impresionante, sí, pero el segundo
me da más esperanza. Me recuerda que, por mucho que avancemos, lo
que realmente importa es el espíritu, la fe, la conexión que tenemos
unos con otros y con algo más grande que nosotros. El mundo del
primer diseño me da la impresión de que siempre estaríamos corriendo.
En el segundo, me imagino a la gente encontrando paz y un propósito
verdadero.
Don Sapiente: (Sonríe y asiente) Una respuesta muy sabia, Pancho. Y,
al final, eso es lo que más me interesa de este ejercicio. Que cada uno,
según su interior, encuentre en estos diseños no solo lo que ven, sino lo
que anhelan. Y en tu caso, el anhelo parece ser un futuro con alma.
Gracias por tu tiempo.
Don Pancho: A usted, Don Sapiente. Siempre es un gusto aprender de
sus reflexiones. Y me quedo con la idea de que la verdadera utopía no
está en lo que construimos, sino en lo que creemos

Diálogo 4. La Teoría detrás de las Imágenes
En el cuarto encuentro de este tratado, don Sapiente, rodeado de textos y saberes, invita
a don Pancho a adentrarse en el corazón de la cuestión, más allá de los símbolos y de las
meras formas. La conversación toma giro profundo y reflexivo, donde la teoría se torna
brújula y fundamento. Don Sapiente explica que este modelo político no busca ni
temeraria utopía ni férrea teocracia, sino un orden ético robusto que conoce sus límites y
reconoce su falibilidad.
Con la doctrina del apóstol Pablo como guía, el diálogo explora la cruz como principio
que desmonta todo dogmatismo que se pretenda absoluto, a la vez que abraza la
interdependencia humana y el bien común. La libertad individual no se sacrifica, sino que
se enmarca dentro de una razón pública que respeta la pluralidad y que propone, no
impone, rumbo. La conversación derriba temores del amigo don Pancho acerca de
imposiciones religiosas, destacando la autonomía entre Iglesia y Estado, y la libertad
religiosa como baluarte imprescindible.
—Todo esto me parece un poco complicado, don Sapiente. Son muchas
ideas y autores.
—No se preocupe, don Pancho. El texto que me trae es el estudio que
fundamenta estos diagramas. Es un trabajo académico que busca un
modelo político que no sea una teocracia, pero que tenga una base
ética sólida. Mencionar a pensadores como Habermas, Ratzinger y
Maritain es para demostrar que la idea no es tan descabellada. El
principio de la cruz de san Pablo, por ejemplo, sirve para desarmar a
las ideologías que se creen dueñas de la verdad. Así, el Estado
reconoce su falibilidad. Y la metáfora del cuerpo de Cristo de la que le
hablé, critica tanto al individualismo como al colectivismo, proponiendo
la interdependencia como base de la sociedad.
—¿Y qué pasa con la libertad de cada uno?
—Pablo habla de lo lícito y lo edificante. Eso es lo mismo que Rawls
llama razón pública. Se pueden defender principios morales con
argumentos que todos puedan entender, sin necesidad de imponer una
fe. La política, como dice el Papa Francisco, es una forma de caridad,
pero una que es humilde y está dispuesta a corregir sus errores, como
decía Popper.
—Entonces, ¿este Estado es una quimera o algo que puede existir?
—Es un horizonte normativo, don Pancho. No es un lugar que se
pueda alcanzar de la noche a la mañana, pero es el ideal hacia el que
debemos caminar. Una utopía realista, que nos invita a construir una
sociedad pluralista, pero con valores comunes. ¿No le parece una
aspiración digna?

—¡Don Sapiente! ¿Ya va otra vez con su "Estado ideal"? Creí que
habíamos zanjado el asunto con sus dibujitos. ¿Ahora qué trae?
—¡Don Pancho! Siempre tan impaciente. Lo que traigo ahora es el
corazón de la cuestión, el contorno normativo y práctico de nuestro
Estado utópico-pragmático. No se trata de una quimera, ¡es una
propuesta sólida!
—¿Y en qué se diferencia esta vez de una teocracia? Porque cada vez
que habla de principios "no negociables" y de la Iglesia, a mí me suena
a que me van a obligar a rezar en cada esquina.
—Precisamente ahí está la clave, don Pancho. El Vaticano II, mire
usted, dejó claro que la Iglesia y el Estado son autónomos. Cada uno a
lo suyo, pero colaborando por el bien de la persona. Mi propuesta no
impone la fe, es un orden político constitucional que asume verdades
prácticas sobre el ser humano y la sociedad. Es dogmático en sus
principios—reconoce esas verdades—, pero no dogmatizador en sus
medios. ¡Renuncia a coaccionar las conciencias! Se somete al proceso
democrático, al diálogo, a la verificación. La libertad religiosa es un
pilar fundamental.
Diálogo 5. Principios Fundamentales. El "Dogma" sin Imposición
En el quinto encuentro de esta nuestra plática, don Sapiente y don Pancho se adentran
en los cimientos mismos del ideal que les ocupa: los principios fundamentales que,
aunque llamados "dogmas", no son imposiciones, sino verdades renovadas con fuerza y
humildad. Don Pancho, suspicaz y práctico, pide claridad sobre esos mandatos no
negociables, temiendo hallarse ante viejas fórmulas disfrazadas. Mas don Sapiente, con
paciencia y maestría, le esboza el valor inviolable de la dignidad humana, proclamada
desde el Maestro de maestros, y la defensa de la vida con ese legado moral que impide el
atropello al inocente.
—Bueno, bueno. ¿Y cuáles son esos principios tan "no negociables"? A
ver si son los de siempre, pero con otro nombre.
—Exacto, son los de siempre, ¡pero con una fuerza renovada! Primero,
la dignidad de la persona humana. El cristianismo, desde Jesús
mismo, proclama el valor inviolable de toda vida. El magisterio, con el
"no matarás", nos da el fundamento mínimo moral y jurídico. La ley civil
no puede legitimar la supresión de inocentes, y los ciudadanos
debemos oponernos democráticamente a tales leyes.
—Suena lógico, aunque el mundo sea complicado. ¿Y después?
—El bien común, don Pancho. No es solo "mi" bien o "su" bien, sino el
conjunto de condiciones sociales que permiten a todos un desarrollo

integral. Y hoy, eso incluye la justicia intergeneracional y la ecología
integral. Piense en cómo cuidamos este planeta para los que vienen.
—Ah, eso sí que me toca. A nadie le gusta que le dejen un mundo peor.
¿Y la solidaridad que tanto nombra?
—La solidaridad no es solo un sentimiento, es una determinación firme
y perseverante de trabajar por el bien de todos. Eso lleva a políticas
redistributivas, cooperación internacional, protección de los más
vulnerables.
—Y la subsidiariedad, esa palabra tan larga...
—Es simple, don Pancho. Prohíbe que las instancias superiores
absorban lo que las personas, familias o grupos intermedios pueden
hacer por sí mismos. ¡Es una injusticia y un daño! El Estado debe suplir
cuando es necesario, pero también debe devolver competencias
cuando lo inferior se fortalece. Equilibrar, ¿ve? Un Estado que ayuda,
no que ahoga.
La Pragmática Política. Libertad, Razón y Autocrítica
—Así que tenemos los principios, ¿y cómo se aplican en la vida real sin
que se convierta en un sermonario?
—Ahí entra la pragmática política, don Pancho. Lo primero, el
pluralismo y la libertad religiosa. El Estado no impone una religión
oficial, reconoce la libertad de conciencia y culto como un derecho civil
y un bien para la paz social.
—Pero, ¿cómo se ponen de acuerdo si cada uno piensa distinto?
—Con diálogo y razón. La DSI exige que las razones que proponemos
sean "traducibles" al foro público. No imponemos, proponemos.
Francisco habla de una "mejor política" que se ilumine por la razón y el
bien común, con diálogo social, con ciencia y cultura. La caridad
necesita de la verdad para no caer en el sentimentalismo, como decía
Benedicto XVI.
—¿Y si se equivocan los que gobiernan? Que se equivocan, ¡y mucho!
—Precisamente, don Pancho. La humildad y la autocrítica institucional.
El Estado debe reconocer su falibilidad y revisar sus políticas cuando no
funcionan. La cooperación entre Iglesia y Estado es crítica, no servil.
Ambos al servicio de la persona, dialogando.
La Arquitectura del Estado Utopico-Pragmático
—Así que, si yo fuera presidente, ¿qué tendría que hacer para construir
este Estado? Dígamelo claro.

—Mire, aquí tiene la arquitectura institucional, don Pancho:
-Constitución de derechos: que la dignidad humana sea una cláusula de
apertura, protegiendo la vida y la libertad religiosa.
-Separación y cooperación: que la Iglesia y el Estado sean
independientes, pero cooperen por el bien común.
-Subsidiariedad multinivel: que las decisiones se tomen lo más cerca
posible de la gente, fortaleciendo desde la familia hasta el Estado.
-Economía social de mercado: libertad económica, sí, pero con ética,
promoviendo el empleo digno y la sociedad civil, evitando tanto el
estatismo como el mercadocentrismo.
-Políticas de solidaridad efectiva: redes de protección para los
vulnerables, inversión en salud, educación y vivienda como bienes para
todos.
-Deliberación pública y evaluación ex post: que haya evaluaciones de
impacto de las políticas y rendición de cuentas, con foros ciudadanos y
audiencias públicas.
Objeciones y Respuestas
—Todo suena muy bien en el papel, don Sapiente. Pero le voy a poner
unas pegas que seguro que la gente tiene.
—¡Adelante, don Pancho! Para eso estamos.
—Primera objeción: Si habla de "dogma moral", eso es imposición
religiosa. ¡No me venga con cuentos!
—Respuesta: No, don Pancho. La DSI fundamenta la libertad
religiosa en la dignidad, excluye toda coacción. El Estado no se
legitima por teología, sino por razones públicas accesibles a todos,
creyentes y no creyentes.
—Segunda objeción: Eso huele a clericalización del poder. ¡Los
curas al gobierno!
—Respuesta: ¡Para nada! La autonomía Iglesia-Estado es un
principio jurídico y teológico. La Iglesia no prescribe modelos de
gobierno, solo ofrece criterios éticos cuando los derechos
fundamentales están en juego.
—Tercera objeción: ¿Y los que no creen? ¿Qué pintamos nosotros en
su Estado?
—Respuesta: Este marco reconoce una ética cívica compartida—
dignidad, derechos, bien común—que no presupone ninguna creencia
religiosa. Las políticas se justifican con razón y evidencia, no con
autoridad revelada.

—Cuarta objeción: todo esto es una utopía irrealizable. ¡No va a
pasar!
—Respuesta: la utopía aquí es orientadora, don Pancho. La
pragmática incorpora flexibilidad, evaluación constante y corrección
continua. Reconoce que somos falibles y busca una mejora progresiva.
—Así que, si le he entendido bien, don Sapiente, este "Estado utópico-
pragmático" es como un barco que tiene una estrella que lo guía—los
principios morales—pero que sabe que el mar es movido y que tiene
que ir corrigiendo el rumbo con su brújula constitucional y con la ayuda
de todos.
—¡Perfectamente dicho, don Pancho! La persona humana es el fin, el
bien común el horizonte, la solidaridad el dinamismo, y la
subsidiariedad el diseño de poder. Este "dogma" moral no se impone,
se propone con diálogo, razón y evidencias. La visión de justicia y amor
de Jesús funciona como esa estrella polar, mientras el gobierno navega
con la brújula, la ciencia y la participación ciudadana. ¿No le parece que
así la política tiene más sentido?
—¡Don Sapiente! ¿De nuevo con su famoso "Estado utópico-
pragmático"? Pensé que ya me había resumido todo lo que tenía que
decir al respecto.
—¡Don Pancho! Y lo he hecho, pero siempre hay más que decir, ¿no
cree? Este texto que le traigo es el resumen de lo que ya hemos
hablado, pero lo enfoca desde la raíz: las enseñanzas de san Pablo en
la Primera Carta a los Corintios. Es la base de todo.
—¿Pablo otra vez? Don Sapiente, ¿qué tienen que ver las cartas de un
santo con la política de hoy? La gente en Corinto no tenía elecciones ni
partidos, ¿verdad?
—Ahí está el detalle, don Pancho. Aunque no tuvieran elecciones, la
comunidad de Corinto era un microcosmos de tensiones, divisiones,
como cualquier Estado. Y Pablo, en lugar de darles un reglamento, les
dio principios. La propuesta es sencilla: un Estado que no es una
teocracia que impone la fe, sino un orden político que se basa en
principios muy claros: la dignidad de la persona, el bien común, la
solidaridad y la subsidiariedad. Y se implementan con diálogo y
respeto.
—¿Y lo de la "cruz de Cristo" como criterio de discernimiento? Eso
suena a sermón, don Sapiente.
—No se lo tome al pie de la letra como un sermón, don Pancho. Pablo
dice: "La palabra de la cruz es necedad para los que se pierden... es

poder de Dios". Lo que significa es que la sabiduría de la cruz no se
basa en la lógica del poder terrenal, sino en una sabiduría superior.
Para la política, esto significa que un Estado inspirado en el Evangelio
no se absolutiza. Reconoce su falibilidad. Sabe que no tiene todas las
respuestas y que hay un principio que va más allá de la mera lógica del
poder. Es lo que nos recuerda que Iglesia y Estado son autónomos,
pero ambos sirven al ser humano.
—Vamos con los principios, a ver si me aclaro.
Dignidad de la persona humana
—Pablo les recuerda a los corintios: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo…? Habéis sido comprados a gran precio". La
dignidad no viene de la utilidad, sino de nuestra pertenencia a algo
trascendente. Por eso el "no matarás" tiene un valor absoluto, es el
fundamento de una buena convivencia.
—Entiendo. Cada vida tiene un valor, independientemente de si es útil o
no.
Bien común
—Exacto. Y Pablo también dice: "Que nadie busque su propio interés,
sino el de los demás". ¿Lo ve? El bien común es el conjunto de
condiciones sociales que nos permiten a todos alcanzar nuestra
perfección. Las leyes y políticas no deben favorecer solo a unos pocos,
sino promover la justicia y el desarrollo integral.
—Ahí ya me gusta más. Si el pastel es para todos, se evitan problemas.
Solidaridad
—Y la solidaridad, don Pancho, la explica Pablo con la metáfora del
cuerpo: "Si un miembro sufre, todos sufren con él". Si una parte de la
sociedad está mal, nos afecta a todos. No es solo un sentimiento, es
una determinación firme de trabajar por el bien de todos.
—Bueno, eso es puro sentido común, ¿no? Si mi vecino quema la
basura, me afecta el humo.

Subsidiariedad
—¡Exacto! Y la subsidiariedad va de la mano. Pablo dice: "A cada uno
se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común".
Cada parte tiene su función. Las sociedades mayores no deben
absorber lo que las menores pueden hacer por sí mismas. Es injusto y
dañino.
Un Estado No Dogmatizador. Pragmática Política Inspirada en
Pablo
—Así que, si entiendo bien, no se impone la fe, pero ¿cómo se gobierna
entonces?
Pluralismo y libertad religiosa
—En Corinto convivían de todo: judíos, griegos, cristianos. Pablo
reconocía la libertad de conciencia, pero advertía: "Todo me es lícito,
pero no todo edifica". Puedes ser libre, pero tu libertad no debe dañar a
la comunidad. De ahí nace la idea de que el Estado debe reconocer la
libertad religiosa como un derecho fundamental.
—O sea, cada quien con su fe, pero sin estorbar al otro.
Diálogo y razón
—Precisamente. Pablo no imponía la fe; argumentaba. Así también, la
Doctrina Social de la Iglesia dice que la fe debe traducirse en razones
que todos puedan compartir. Benedicto XVI decía que la caridad
necesita de la razón. Propuestas que se puedan discutir y entender, no
imposiciones.
—¡Ah, como cuando uno tiene que convencer a la familia en
Nochebuena! Con argumentos, no a gritos.
Humildad y autocrítica
—¡Exacto! Y Pablo también advierte: "El que se cree seguro, tenga
cuidado de no caer". Un Estado, don Pancho, debe tener humildad y
estar dispuesto a rectificar sus políticas cuando no funcionan. Como
dice el Papa Francisco, ninguna política humana es perfecta.

—Eso sí que es difícil de ver en los políticos, don Sapiente. Siempre
creen que tienen la razón.
De Corinto al Presente
—Así que, para terminar, la Primera Carta a los Corintios nos da un
modelo de Estado utópico-pragmático. Los principios de dignidad
humana, bien común, solidaridad y subsidiariedad los vemos
reflejados en las poderosas imágenes de Pablo: el templo, el cuerpo, el
amor que edifica.
—¿Y la parte de "no dogmatizador"?
—Su respeto a la conciencia, su método de diálogo y su insistencia en
la humildad nos advierten contra la tentación de absolutizar cualquier
sistema político. No es una teocracia, don Pancho, es una política
realista y esperanzada. El amor cristiano es nuestra "estrella polar",
pero sin renunciar al pluralismo ni a la razón pública.
—Ya entiendo. Una guía para el camino, no un destino fijo. Me parece
que, para ser un idealista, a veces tiene los pies más en la tierra de lo
que parece, don Sapiente.
—Y usted, don Pancho, para ser un realista, a veces se deja llevar por
el idealismo. ¡Así es como avanzamos!
—¡Don Sapiente! ¿Qué más nos trae de su laboratorio de ideas? Ya me
había usted convencido de que su "Estado utópico-pragmático" era algo
viable, ¿y ahora me habla de "imaginación" y "razón intuitiva"? ¿No
habíamos quedado en cosas más prácticas?
—¡Don Pancho! Si es que para construir algo grande, no basta con los
planos. ¡Se necesita una imaginación creativa y una razón intuitiva
que nos permita ver más allá de lo obvio! Este ensayo que le traigo
profundiza en eso. No es una teocracia, ¡ya lo sabe!, pero sí un modelo
que articula justicia y dignidad con una visión de futuro.
—¿Y qué tiene que ver eso con san Pablo y Corinto otra vez? ¿Acaso
Pablo era un artista o un soñador?
—San Pablo era un visionario, don Pancho. Y los pensadores
contemporáneos que han reflexionado sobre la utopía, la imaginación
y la intuición encuentran un eco sorprendente en sus cartas. Son
motores de transformación social.

Diálogo 6. La Utopía Cristiana frente al Realismo Pragmático
En este nuevo parlamento entre don Sapiente y don Pancho, la conversación se torna
hacia aquello que mueve los corazones humanos: la esperanza y la realidad. Don Pancho,
hombre de mundo y sano realismo, pregunta por esa «utopía cristiana» que don Sapiente
proclama tan fervientemente. Y este último, con voz pausada y ojos encendidos, recurre a
la memoria de Ernst Bloch, aquel filósofo alemán que enseñaba que el hombre es siempre
un ser en devenir, orientado hacia lo que aún no es, impulsado por la esperanza activa
que anima a trabajar por un futuro mejor y justo.
—Bueno, empiece por el principio. ¿Qué es eso de la "utopía cristiana"
frente a mi sano "realismo pragmático"?
—Verá, Ernst Bloch, un filósofo alemán, decía que el ser humano vive
siempre orientado hacia lo que "aún no es", impulsado por la
esperanza. Y eso, don Pancho, resuena con lo que dice san Pablo: "Así
que permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la
mayor de ellas es la caridad".
—¿La esperanza? ¿No es eso lo que nos distrae de los problemas de
hoy?
—Para Pablo, la comunidad cristiana no puede ser solo una
organización pragmática sin un horizonte. El amor (ágape), la caridad,
abre caminos nuevos hacia la justicia. Un Estado que aspire a ser justo
no se sostiene solo en sus estructuras, sino en esa esperanza activa
de que una sociedad mejor es posible. Es la fuerza que nos mueve a no
conformarnos.
La Imaginación como Motor de lo Político
—¿Y la imaginación? ¿Hay que ser poeta para hacer política ahora?
—Paul Ricoeur, otro gran pensador, decía que la imaginación política
tiene una doble función: por un lado, desenmascara lo que nos oprime,
las estructuras injustas; y por otro, nos abre a posibilidades inéditas.
Es una herramienta crítica contra el peligro de que las buenas ideas se
conviertan en ideologías rígidas.
—¿Como cuando la gente se pelea por quién es de qué partido, sin
pensar en el bien común?
—¡Exacto! Pablo criticaba las divisiones en Corinto: "Yo soy de Pablo,
yo de Apolo". La imaginación cristiana, en este caso, debe ir más allá de
esos bandos, para construir unidad. Nuestro Estado utópico-pragmático
usaría esa imaginación como una fuerza de unión, no de fractura.

Razón Intuitiva y Discernimiento Comunitario
—¿Y lo de la "razón intuitiva"? ¿Es como un presentimiento? ¿Un
pálpito?
—Henri Bergson defendía la intuición como una forma superior de
conocimiento, una que nos permite captar la esencia de las cosas más
allá del mero análisis racional. San Pablo lo expresaba como
discernimiento espiritual: "El hombre espiritual juzga todas las cosas".
No es un pálpito ciego, don Pancho, es una capacidad de la comunidad
para discernir lo mejor para el bien común, sin que nadie imponga su
visión particular. Ahí se equilibra el "dogma" moral con el pragmatismo.
Utopía y Praxis Transformadora
—Así que la utopía no es para escaparse, ¿verdad?
—Para Paulo Freire, la utopía no es evasión, sino praxis
transformadora. Nace del diálogo crítico y de la toma de conciencia.
Esto conecta con el principio de subsidiariedad de la DSI: la
transformación empieza desde lo local, desde la comunidad, sin
imposiciones desde arriba.
—O sea, que cada ciudadano, desde su propia trinchera, tiene que
arrimar el hombro, ¿no?
—¡Así es! "A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien
común", decía Pablo. Cada persona, con su don y su responsabilidad,
contribuye a la transformación social.

Diálogo 7. SOBRE LAS IDEOLOGÍAS
En este nuevo parlamento, don Sapiente y don Pancho dialogan acerca del acecho
siempre presente en las ideas nobles y también en las más mezquinas: la idolatría,
disfrazada en estas tierras modernas bajo ropajes de ideología. Don Pancho, con natural
candor y cierta incredulidad, pregunta por la naturaleza de este mal que parece recluirse
en estatuas y relicarios. Don Sapiente responde con profundidad que la idolatría no es
sólo adoración de imágenes, sino el dar lugar absoluto a lo creado en el corazón que
corresponde sólo a Dios.
—¡Don Sapiente! ¿Qué trae hoy? ¿Otra vez con su Estado ideal?
Espero que no sea otra de esas ideas que suenan muy bien, pero que
en la práctica...
—¡Don Pancho! Siempre tan predispuesto. Hoy no le hablaré tanto del
Estado en sí, sino de un peligro que acecha a cualquier sistema de
ideas, incluso a los más nobles: la ideología que se convierte
en idolatría.
—¿Idolatría? ¿Como la gente que adora estatuas? Creí que eso ya
estaba pasado de moda.

—No se limite a las estatuas, don Pancho. En el pensamiento cristiano,
la idolatría es dar a lo creado un lugar absoluto en el corazón humano.
Cuando el dinero, la nación, el poder, o incluso una ideología, ocupan el
lugar que le corresponde solo a Dios.
El Riesgo de las Ideologías
—¿Y por qué dice que las ideologías son peligrosas? ¿No son solo
formas de pensar?
—Son peligrosas, don Pancho, porque muchas veces ofrecen sustitutos
laicos de la religión. Prometen un paraíso en la tierra, una justicia
absoluta o una nación perfecta. En palabras de Benedicto XVI, cuando
las ideologías "absolutizan un aspecto de la realidad y pretenden
erigirse en totalidad, se convierten en ídolos que esclavizan al
hombre".
—A ver, deme ejemplos de esas promesas.
—Mire:
•Salvación terrenal: Le prometen un paraíso aquí y ahora, una
sociedad sin fallos. Pero para el cristianismo, la esperanza última
va más allá de un orden social humano.
•Lealtad absoluta: Le exigen devoción ciega a un partido, un líder
o un sistema. Algo que choca con la libertad fundamental del ser
humano.
•Creación de falsos dioses: El nacionalismo puede convertir la
nación en un ídolo; el materialismo, el dinero; y el individualismo
radical, al propio yo. ¿Lo ve? Cambian "la gloria del Dios
incorruptible por una representación de hombre corruptible".
El Cristianismo frente a la Tentación Ideológica
—Así que, si entiendo bien, cualquier cosa puede convertirse en un
ídolo si la pones en el centro de tu vida. ¿Y el cristianismo no corre ese
riesgo? ¿No se usa a veces la fe para justificar ideologías políticas?

—¡Ese es un riesgo permanente, don Pancho! El cristianismo en sí
mismo no es una ideología, sino una relación personal con Dios. Pero,
claro, puede ser instrumentalizado. San Pablo ya lo denunciaba en
Corinto, cuando la gente se dividía: "Yo soy de Pablo", "Yo de Apolo".
¿Acaso está Cristo dividido? La fe nunca debería transformarse en una
bandera partidista.
La Utopía del Reino y el Pragmatismo de la DSI
—Bueno, si no es una ideología, ¿cómo ayuda el cristianismo a la
sociedad?
—Ahí entra la doble cara: por un lado, la utopía del Reino de Dios.
Jesús propone valores "locos" para el mundo: amar al enemigo, dar la
otra mejilla. Esta utopía trasciende cualquier sistema humano. El
Concilio Vaticano II lo dejó claro: la Iglesia "no se identifica en modo
alguno con la comunidad política".
—Pero si es una utopía, ¿cómo aterriza en la realidad?
—Con el pragmatismo de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), don
Pancho. La DSI es el componente práctico que traduce ese ideal
evangélico en principios para la acción social. Aquí están:
•Dignidad de la persona humana : el centro es la persona,
siempre.
•Bien común: buscar el bien de todos, no solo de unos pocos.
•Subsidiariedad: dejar que lo que puedan hacer las comunidades
más pequeñas lo hagan ellas.
•Solidaridad: trabajar juntos por el bien de todos, especialmente
los más vulnerables.
•Destino universal de los bienes: que los recursos de la tierra
sirvan a todos.
Estos principios, al no absolutizar ningún sistema, evitan la idolatría
ideológica. Como dijo el Papa Francisco, la política no puede renunciar
a la dignidad trascendente de la persona humana.

Salvaguarda contra la Idolatría Ideológica
—Así que, si entiendo bien, es como un sistema de alarma para que las
ideas no se vuelvan peligrosas.
—¡Exacto! La combinación de la utopía del Reino de Dios y
el pragmatismo de la DSI nos protege de la idolatría ideológica porque:
•Evita la deshumanización: la persona es siempre el centro, no el
sistema.
•Mantiene la lealtad en orden: Dios ocupa el lugar supremo,
subordinando toda lealtad política.
•Fomenta la autocrítica: la DSI no da recetas mágicas ni
sistemas perfectos, sino que juzga a todos a la luz del Evangelio,
permitiendo la mejora continua.
—Así que, don Sapiente, lo que me ha dicho es que las ideologías no
son malas en sí mismas, pero que hay que tener cuidado de que no se
conviertan en un dios. Y que la fe cristiana ofrece una especie de
brújula, con un ideal muy alto y unos principios prácticos, para no caer
en eso.
—¡Lo ha entendido a la perfección, don Pancho! El cristianismo
propone la utopía del Reino de Dios como horizonte y la Doctrina
Social de la Iglesia como guía pragmática. Esta síntesis nos permite
participar en la vida pública sin absolutizar ningún sistema, recordando
siempre que "Mi Reino no es de este mundo". ¿No le parece que así la
política tiene un horizonte más amplio?

SIGUE EL DIÁLOGO EN UN CAFÉ
Don Sapiente le muestra el texto: La
Monarquía y la República como Opciones
Partidistas
Diálogo 8. RIVALIDAD POLÍTICA
En la plácida mesa de un café, don Pancho y don Sapiente se enfrentan al papel y al
debate viejo como el tiempo, pero renovado en mirada: la monarquía y la república ya no
como bandos irreconciliables, sino como candidaturas rivales en la arena democrática.
Don Sapiente, con sonrisa socarrona y voz paciente, esclarece al buen Pancho que la
monarquía, despojada de su aura absolutista, se convierte en una opción política más,
sujeta al escrutinio y al voto popular.
Escenario: Don Pancho y Don Sapiente se encuentran en un café,
con dos tazas de café humeante entre ellos. Don Sapiente ha
impreso el texto sobre la monarquía y la república y se lo entrega a
Don Pancho para que lo lea.

EL TEXTO ES EL SIGUIENTE:
La Monarquía y la República como Opciones Partidistas
La clave de este argumento es que la monarquía, en lugar de ser una
imposición histórica o una institución absoluta, se convierte en una opción
política viable que compite por el favor del electorado, al igual que cualquier
otra forma de gobierno propuesta por un partido. Esto elimina la "idolatría
de la ideología" al someter la forma de Estado al escrutinio democrático.
1. La Transición de un Símbolo Absoluto a una Plataforma Política
Históricamente, la monarquía y la república se han percibido como ideologías
irreconciliables, nutridas por tensiones políticas y conflictos históricos: el
derecho divino frente a la soberanía popular, la herencia versus la elección.
Sin embargo, al concebir la monarquía como un partido político, se produce
un cambio profundo en la relación entre Estado e ideología.
De Principio a Propuesta:La monarquía deja de ser un dogma inamovible y se
convierte en una propuesta electoral. El partido monárquico no impone un rey
como un mandato absoluto, sino que somete al pueblo la opción de un modelo
institucional que incluye un monarca con funciones claras, limitadas y
constitucionalmente definidas.
De Jerarquía a Pluralismo:El debate político deja de ser una lucha de poder
simbólico o histórico y se transforma en un diálogo sobre formas de gobierno
y principios de convivencia. Los ciudadanos pueden votar por el partido
republicano que defiende una presidencia electa o por el partido monárquico
que propone un monarca como símbolo de unidad, estabilidad y continuidad.
2. La Competencia Democrática como Antídoto a la Idolatría
La idolatría de la ideología surge cuando un modelo político se considera
intocable o sacrosanto, impidiendo el análisis crítico y la comparación
racional. Al situar monarquía y república como opciones partidistas, este tabú
se rompe, fomentando un debate democrático sano.
Argumentos del Partido Monárquico:La plataforma del partido no se basa en
privilegios hereditarios ni en mitos divinos, sino en criterios pragmáticos y
políticos:
Estabilidad y Continuidad: El monarca, al no estar sujeto a elecciones
periódicas, aporta coherencia institucional y previsibilidad.
Unidad Nacional: Un rey o reina puede actuar como símbolo de cohesión,
trascendiendo disputas partidistas y políticas.
Contrapeso Simbólico: La monarquía funciona como un referente apolítico,
un mediador de larga visión frente a cambios bruscos de gobierno.

Argumentos del Partido Republicano:La plataforma republicana se centra en
los principios democráticos y modernos:
Soberanía Popular: El Jefe de Estado debe ser elegido por los ciudadanos,
asegurando rendición de cuentas directa.
Igualdad y Meritocracia: Ningún poder se hereda, promoviendo
oportunidades equitativas para todos.
Modernidad Institucional: Refleja valores contemporáneos de transparencia,
participación y responsabilidad política.
3. Coexistencia y Soberanía Popular
El elemento decisivo es que la soberanía popular se convierte en árbitro
supremo. Ambas opciones, monarquía o república, pueden coexistir sin
conflictos, porque su legitimidad depende del consentimiento activo del
pueblo. La forma de Estado deja de ser dogma y se transforma en propuesta
sujeta a elección consciente.
Esta dinámica convierte la discusión sobre la forma de gobierno en cuestión
de elección pragmática, no de imposición ideológica.
Así como los votantes deciden entre distintos sistemas parlamentarios o
presidenciales, pueden decidir entre una monarquía constitucional o una
república, evaluando argumentos de estabilidad, justicia, participación y
simbolismo.
Este enfoque refleja un pluralismo político maduro, donde las distintas
visiones sobre el Estado compiten de manera pacífica y son respetadas según
la voluntad del pueblo.
4. Beneficios Éticos y Prácticos de este Modelo
Previene la idolatría política: Ninguna forma de gobierno se vuelve inmutable
ni intocable.
Fortalece la democracia: La competencia abierta incentiva argumentos
racionales y transparentes.
Fomenta la educación cívica: Los ciudadanos se involucran en debates sobre
valores, funciones y límites del poder.
Reduce conflictos históricos: Al tratar monarquía y república como opciones
electorales, se minimizan enfrentamientos ideológicos o históricos.
Integra tradición y modernidad: La monarquía se convierte en una opción
simbólica dentro de un marco democrático, mientras que la república
representa la expresión plena de soberanía popular.

Don Pancho: (Lee el texto atentamente, frunciendo el ceño de vez
en cuando. Al terminar, deja el papel sobre la mesa y toma un
sorbo de café). Me parece un poco confuso, Don Sapiente.
Siempre pensé que la monarquía era de un bando y la república
del otro, como el agua y el aceite. Que no se podían mezclar.
Don Sapiente: (Sonríe) Justo ahí está el punto, amigo Pancho.
Esa es la "idolatría de la ideología" de la que hablo. Ver las cosas
en blanco y negro, sin matices. Lo que planteo es que las podemos
sacar de ese altar ideológico y ponerlas en la mesa del debate
político, como si fueran dos partidos más.
Don Pancho: ¿Cómo que dos partidos? ¿Entonces habría un
"Partido Monárquico" y un "Partido Republicano"?
Don Sapiente: Exactamente. Imagínate que el Partido Monárquico
no dice "El Rey es el rey porque Dios lo ha querido", sino que dice:
"Señores, voten por nosotros. Nuestra propuesta de gobierno
incluye un monarca como Jefe de Estado. Esto nos dará
estabilidad y un símbolo de unidad, por encima de las luchas
políticas de cada cuatro años. El Rey sería una especie de árbitro,
¿me explico?".
Don Pancho: Ah, ya veo. Y el Partido Republicano diría: "No, el
Jefe de Estado debe ser elegido por el pueblo. Creemos en la
igualdad y la meritocracia, y nadie debe heredar el poder. Voten por
nosotros si quieren un presidente".
Don Sapiente: ¡Lo has entendido! La clave es la transición de un
principio a una propuesta. La monarquía deja de ser una
imposición histórica para ser una opción electoral. Ya no se trata de
una lucha de poder del pasado, sino de una elección sobre el
futuro. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
Don Pancho: (Asiente pensativo). Sí. Significa que el pueblo
tendría el poder de decidir la forma del Estado. No sería algo que
se da por hecho. Sería algo que se vota. Eso me gusta, porque lo
hace más democrático, ¿no?
Don Sapiente: Mucho más. Esa competencia sana es el antídoto
contra la idolatría política. Cuando una idea se vuelve intocable, se
deja de razonar sobre ella. Pero si la monarquía tiene que
convencer al pueblo de que es la mejor opción, tiene que presentar
argumentos prácticos: continuidad, unidad, estabilidad. Ya no
puede esconderse detrás de mitos.

Don Pancho: Y el Partido Republicano tendría que justificar por
qué su modelo es mejor, mostrando que la república también
puede ser estable y unificadora. Es un debate mucho más rico.
Don Sapiente: ¡Justo! Los ciudadanos se verían obligados a
educarse cívicamente, a pensar en lo que realmente les conviene.
No se trata de "ser monárquico" o "ser republicano" por tradición o
ideología pura, sino de elegir la mejor forma de gobierno para su
país en un momento dado.
Don Pancho: Y si un día el Partido Republicano ganara con una
mayoría aplastante, la monarquía se acabaría por el voto popular, y
no por una revolución. O al revés. Eso sí que es progreso.
Don Sapiente: Lo es. Porque se respeta la soberanía popular por
encima de todo. Este modelo integra la tradición (la monarquía
como opción) con la modernidad (la elección democrática). La
forma de Estado deja de ser un dogma y se convierte en una
propuesta ética y pragmática. Y eso, querido Pancho, es el
verdadero camino hacia un pluralismo político maduro.
Don Pancho: Me ha abierto los ojos, Don Sapiente. Jamás lo
había visto de esta manera. La monarquía y la república no como
enemigos, sino como competidores que nos obligan a ser mejores
como ciudadanos. Es un pensamiento muy sabio. Gracias.
Don Sapiente: De nada, mi amigo. Para eso estamos, para
quitarle el polvo a las ideas y verlas con una nueva luz.

Diálogo 9. Diálogo sobre la Transformación
En un nuevo instante del diálogo entre don Sapiente y don Pancho, la cuestión
fundamental asoma entre las palabras: ¿qué tiene que ver la transformación del alma, el
paso del "hombre viejo" al "hombre nuevo", con la política que nos rige y guía? Don
Pancho, curioso y escéptico, interroga el nexo entre fe y acción social. Don Sapiente, con
sonrisa amable y voz serena, responde evocando las palabras del apóstol Pablo, quien
esbozó la figura del individuo encadenado a sus egoísmos y deseos mundanos, y la
esperanza de una madurez espiritual que lo libere y renueve.
Don Pancho: (Entrecerrando los ojos, con las separatas en la mano)
Verá, don Sapiente, he estado dándole vueltas a este asunto. Usted
habla de ese Estado utópico-pragmático, pero en sus papeles no para
de mencionar a San Pablo y a la "transformación". ¿No es eso una
cuestión del alma, de la fe? ¿Qué tiene que ver con la política?
Don Sapiente: (Sonriendo con calma) Ay, don Pancho. Esa es la
cuestión. Lo que el viejo Pablo llama "hombre viejo" y "hombre nuevo"
es la clave de todo. Piense en el "hombre viejo" como el individuo en su
estado natural: lleno de egoísmos, de deseos que lo atan a lo mundano.
Es la persona antes de la gracia, antes de la transformación.
Don Pancho: Como un niño.
Don Sapiente: ¡Exacto! ¿Recuerda cómo dice San Pablo en esa carta
a los corintios? "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño... pero al hacerme hombre, dejé las cosas de niño". Eso, don
Pancho, es la alegoría de la madurez espiritual. La utopía, mi amigo, no
se construye con hombres-niño.

Don Sapiente: (Se inclina hacia delante, bajando la voz) Y aquí es
donde entra la verdadera identidad cristiana española. No una
identidad dogmática, que impone verdades con un mazo, sino una
identidad dogmática en el sentido de que tiene un núcleo de creencias
firme, pero que no es dogmatizante, que no asfixia. Una identidad que
entiende que la fe es la semilla, pero que esa semilla debe crecer y dar
fruto en la tierra de la realidad.
Don Pancho: (Frunce el ceño, intrigado) ¿Y cómo se come eso? ¿Una
identidad que es y no es a la vez?
Don Sapiente: Es pragmática, don Pancho. Y a la vez, utópica. El ideal
cristiano, el "hombre nuevo" del que habla San Pablo, es nuestra
utopía, nuestro norte. Pero la manera de llegar a él, de aplicarlo, es con
un pragmatismo español que se ha forjado a lo largo de siglos:
resolviendo problemas concretos, construyendo instituciones que sirvan
al bien común, no con sermones vacíos, sino con hechos. La fe sin
obras, ya sabe, es una fe muerta. Y una utopía sin pragmatismo es una
quimera estéril.
Don Pancho: Lo entiendo, lo entiendo. La utopía necesita adultos. Pero
¿y el "hombre nuevo"? ¿Es ese el ciudadano perfecto?
Don Sapiente: No perfecto, don Pancho, sino renovado. El "hombre
nuevo" es el que, al igual que el Estado utópico-pragmático, ya no vive
solo para sí mismo, sino para el bien común. Y en esto, la psicología
social nos da la razón.
Don Pancho: (Se rasca la barbilla, intrigado) ¿La psicología?
Don Sapiente: Piense en la identidad. La psicología social nos dice que
la identidad no es estática; cambia. Los individuos redefinen su rol en la
sociedad. El "hombre viejo" es una identidad caduca, un rol social que
debe abandonarse. El "hombre nuevo" es una nueva identidad que se
asume en comunidad. La utopía pragmática requiere ese cambio de
identidad, no solo en el individuo, sino en el cuerpo político mismo.

Don Pancho: Así que, para usted, el Estado debe transformarse.
¿Dejar de ser un "hombre viejo" para ser un "hombre nuevo"?
Don Sapiente: Precisamente. Es un proceso. La utopía no es un
destino inalcanzable, sino un horizonte que inspira la acción pragmática
en el presente. La Divina Voluntad no nos da la utopía hecha, sino que
nos da la capacidad para ser agentes de la transformación. Por eso, el
pragmatismo no es solo resolver problemas, sino resolverlos con un fin
trascendente. Con el fin de ser un "hombre nuevo" o, como usted dice,
una utopía adulta.
Diálogo 10. Diálogo sobre la identidad y la crítica racional
En este noble debate, don Pancho y don Sapiente se ven interpelados no solo por sus
propias inquietudes, sino por la aparición de un tercero, don Antítesis, que irrumpe con
afilada razón para desafiar la dulzura del ideal espiritual planteado. La cuestión yace en la
naturaleza misma de la verdad y la identidad: ¿es la transformación interior un hecho

verificable o solo una entelequia mística? Don Sapiente defiende que la fe no es objeto de
laboratorio, sino motor de acción que valida la utopía con hechos y no con ensayos.
Don Antítesis contrapone la lógica de la falsabilidad como única senda hacia la verdad
objetiva, acusando al ideal de refugiarse en un dogmatismo que niega la crítica. La
identidad que obliga, dice, no es libertad sino camisa de fuerza. Pero don Sapiente, sin
perder compostura, señala que todo racionalismo posee también sus formas de
dogmatismo, y que la verdadera sabiduría radica en el diálogo respetuoso entre razón y
fe, entre crítica y esperanza.
Don Pancho: (Entrecerrando los ojos, con las separatas en la mano)
Verá, don Sapiente, he estado dándole vueltas a este asunto. Usted
habla de ese Estado utópico-pragmático, pero en sus papeles no para
de mencionar a San Pablo y a la "transformación". ¿No es eso una
cuestión del alma, de la fe? ¿Qué tiene que ver con la política?
Don Sapiente: (Sonriendo con calma) Ay, don Pancho. Esa es la
cuestión. Lo que el viejo Pablo llama "hombre viejo" y "hombre nuevo"
es la clave de todo. Piense en el "hombre viejo" como el individuo en su
estado natural: lleno de egoísmos, de deseos que lo atan a lo mundano.
Es la persona antes de la gracia, antes de la transformación.
Don Pancho: Como un niño.
Don Sapiente: ¡Exacto! ¿Recuerda cómo dice San Pablo en esa carta
a los corintios? "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño... pero al hacerme hombre, dejé las cosas de niño". Eso, don
Pancho, es la alegoría de la madurez espiritual. La utopía, mi amigo, no
se construye con hombres-niño.
Don Antítesis: (Interrumpiendo con un gesto de impaciencia)
¡Perdónenme, caballeros, pero debo interponerme! Don Sapiente, su
razonamiento, tan poético como suena, es una regresión al
pensamiento pre-crítico. Habla usted de "gracia" y "transformación"
como si fuesen conceptos verificables. ¿Cómo se mide esa
"transformación"? ¿Cómo se demuestra la existencia de un "hombre
nuevo" que no sea un mero constructo ideológico para justificar un fin
político?

Don Sapiente: (Con el mismo tono sereno) Don Antítesis, ¿acaso toda
verdad debe ser cuantificable? La fe no es un problema de laboratorio.
Es un motor de acción, una hipótesis vital que, cuando se pone en
práctica, produce resultados tangibles. La utopía, mi querido amigo, es
un ideal. El pragmatismo es la herramienta para acercarse a él. Es la
acción lo que valida el ideal, no un experimento científico.
Don Antítesis: ¡Pero la acción puede estar equivocada! Ahí está la
trampa. Su "hombre nuevo" es una entelequia. La verdadera identidad
no es un ideal místico, sino el resultado de un proceso de falsabilidad.
Una idea es buena solo si puede ser refutada. ¿Qué puede refutar el
concepto de "gracia"? ¿Un milagro que no ocurre? ¿Una vida que no se
transforma? Su utopía se protege a sí misma de la crítica, y eso, Don
Sapiente, es la esencia del dogmatismo, aunque usted lo vista de "no
dogmatizante". La identidad española que usted propone es una camisa
de fuerza, no una semilla.
Don Sapiente: El racionalismo crítico, don Antítesis, tiene su propio
dogmatismo: la creencia de que solo lo verificable es real. Mi "hombre
nuevo" no es un dogma, sino una aspiración. No le pido que lo acepte
por fe, sino que observe sus frutos. La historia de España, con sus
luces y sus sombras, ¿no es una prueba constante de esa lucha entre
el "hombre viejo", el egoísmo tribal y la corrupción, y el "hombre nuevo",
que ha intentado, una y otra vez, construir una sociedad más justa? La
fe es el catalizador, la historia es el laboratorio.
Don Pancho: Lo entiendo, lo entiendo. La utopía necesita adultos. Pero
¿y el "hombre nuevo"? ¿Es ese el ciudadano perfecto?
Don Sapiente: No perfecto, don Pancho, sino renovado. El "hombre
nuevo" es el que, al igual que el Estado utópico-pragmático, ya no vive
solo para sí mismo, sino para el bien común. Y en esto, la psicología
social nos da la razón.
Don Pancho: (Se rasca la barbilla, intrigado) ¿La psicología?
Don Sapiente: Piense en la identidad. La psicología social nos dice que
la identidad no es estática; cambia. Los individuos redefinen su rol en la
sociedad. El "hombre viejo" es una identidad caduca, un rol social que
debe abandonarse. El "hombre nuevo" es una nueva identidad que se

asume en comunidad. La utopía pragmática requiere ese cambio de
identidad, no solo en el individuo, sino en el cuerpo político mismo.
Don Pancho: Así que, para usted, el Estado debe transformarse.
¿Dejar de ser un "hombre viejo" para ser un "hombre nuevo"?
Don Sapiente: Precisamente. Es un proceso. La utopía no es un
destino inalcanzable, sino un horizonte que inspira la acción pragmática
en el presente. La Divina Voluntad no nos da la utopía hecha, sino que
nos da la capacidad para ser agentes de la transformación. Por eso, el
pragmatismo no es solo resolver problemas, sino resolverlos con un fin
trascendente. Con el fin de ser un "hombre nuevo" o, como usted dice,
una utopía adulta.
¿Y usted cree que ese "hombre viejo"
puede cambiar? ¿Que los pueblos
pueden cambiar?
Don Sapiente: ¡Deben, don Pancho!

Diálogo 11. Sobre la guerra y la paz
La historia de la humanidad ha estado marcada por guerras, conflictos y divisiones que,
bajo diferentes pretextos, han enfrentado a unos pueblos contra otros. Sin embargo,
también existe una voz de esperanza que invita a reflexionar sobre la necesidad de
transformación, tanto en las personas como en las naciones. En este diálogo, Don Pancho
y Don Sapiente conversan sobre la raíz de la guerra, la identidad de los pueblos y la
posibilidad de abrir caminos hacia la reconciliación y la paz.
Don Pancho: (Con un ceño fruncido, señalando un mapa arrugado
sobre la mesa) Aquí lo veo, don Sapiente. Tantas guerras, tanto
resentimiento. Guerras que nos quieren hacer creer que son por
recursos, por ideologías, por una u otra cosa... Pero, en el fondo, yo veo
que es el mismo cuento de siempre: el "nosotros" contra el "ellos". Y la
verdad, a mí me parece que no tiene solución.
Don Sapiente: (Asintiendo con la cabeza) Y tiene usted toda la razón,
don Pancho. Esa es la raíz del problema. La identidad de un pueblo se
construye con líneas de división, con muros invisibles que separan al
"nosotros" de los "ellos". Es el "hombre viejo" de la sociedad, si se me
permite la alegoría. Un hombre que se viste de bandera, de historia, de
gloria militar. Y que en su corazón, tiene el resentimiento y el miedo al
otro.
Don Pancho: ¿Y usted cree que ese "hombre viejo" puede cambiar?
¿Que los pueblos pueden cambiar?
Don Sapiente: ¡Deben, don Pancho! Y pueden. Piense en ello como en
una conversión. Al igual que el creyente se despoja de sus viejas
costumbres para vestirse del "hombre nuevo", las naciones deben
despojarse de esas identidades de conflicto. El "hombre nuevo" no es el
que busca venganza, sino el que busca reconciliación. Mire los
procesos de paz en Colombia o la reconciliación en Sudáfrica. Esos son
pueblos que se han puesto el "traje" del "hombre nuevo".
Don Pancho: (Señala los recortes de prensa sobre la mesa) Pero la
paz no se hace solo con buenas intenciones, don Sapiente. La
diplomacia, los tratados… todo parece tan frío y pragmático.
Don Sapiente: ¡Y lo es! Pero es la única manera de que la utopía sea
posible. El Estado utópico-pragmático se construye con pequeñas
acciones. No espere que un tratado de paz elimine de la noche a la
mañana todo el odio. No. La paz es un trabajo de hormiga, una acción
concreta. La diplomacia internacional es pragmatismo puro, pero su fin
es utópico: lograr la paz.
Don Pancho: Me sigue resultando difícil. La gente se define por sus
ideologías, por sus creencias. ¿Cómo se rompen esos lazos?
Don Sapiente: No se rompen, don Pancho. Se transforman. La
psicología social lo explica bien: el cambio de identidad no se da de
manera aislada. Se da en un contexto, en un grupo. Y en este caso, el

grupo es la humanidad entera. Necesitamos una nueva narrativa
colectiva que sea inclusiva. Un cuento en el que no haya enemigos,
sino solo hermanos. Y eso, amigo mío, se logra con la acción colectiva.
Con las Naciones Unidas, con los movimientos por la paz, con la
educación.
Don Pancho: (Asintiendo lentamente) ¿Entonces la utopía no es un
lugar, sino un camino?
Don Sapiente: Es un proceso, don Pancho. Un proceso que empieza
en el presente. Cada paso que damos hacia la paz, cada acto de
reconciliación, cada programa que enseña el respeto mutuo, nos acerca
a esa utopía. No hay un "lugar" al que llegar. La utopía no es un destino.
Es el viaje. Es la transformación misma.
símbolo del partido
utópico-pragmático
Don Sapiente y don Pancho en un
mitin político en una Plaza de toros.
Diálogo 12. SOBRE EL PARTIDO UTÓPICO PRAGMÁTICO
Tras varias conversaciones sobre la sociedad, la guerra y la paz, Don Sapiente da un
paso inesperado: decide que ya no basta con reflexionar o escribir, sino que es tiempo de
transformar las ideas en acción política. Así nace el Partido Utópico Pragmático, un
proyecto que busca unir los ideales más elevados con la posibilidad real de ponerlos en
práctica. En este diálogo con Don Pancho, se expone el manifiesto de este movimiento,
que aspira a un Estado al servicio de la persona y del bien común, fundado en principios
éticos pero con un sentido práctico y dialogante.

El Partido Utópico Pragmático: de la Idea a la Acción
"Don Pancho, he tomado una decisión".
Don Pancho, sentado frente a don Sapiente en el jardín, dejó su
taza de café con leche sobre la mesita. La solemnidad de la voz de
su amigo le hizo levantar la mirada.
"¿Otra separata, don Sapiente?"
"No, amigo mío. Algo mucho más audaz. He decidido que ya no es
suficiente con pensar y escribir. Es hora de llevar estas ideas al
mundo, de pasarlas del papel a la realidad. He decidido fundar el
Partido Utópico Pragmático."
Don Pancho parpadeó, incrédulo. "¡Un partido político! ¿Usted, don
Sapiente, en el ruedo político?"
"El ruedo político necesita alma, don Pancho. Y nuestra utopía
necesita acción. No podemos seguir observando cómo las
promesas vacías y las realidades fragmentadas ahogan a la
sociedad. Un Estado debe ser una herramienta al servicio de la
persona, no un fin en sí mismo. Y para eso, necesitamos un
manifiesto."
Don Pancho se reacomodó en su silla, expectante. "Adelante,
pues. Ilústreme."
Don Sapiente tomó una carpeta y comenzó a leer, con la pasión
que solo un soñador-pragmático puede tener:
Manifiesto del Partido Utópico Pragmático
Un Estado para la Persona, una Visión para el Futuro
"En un mundo de promesas vacías y realidades fragmentadas, el
Partido Utópico Pragmático (PUP) se presenta no como una nueva
ideología, sino como una nueva forma de hacer política. Creemos
que un Estado no debe ser un fin en sí mismo, sino una
herramienta al servicio de la persona humana y el bien común.
Nuestro manifiesto se basa en principios firmes, pero se
implementa con la flexibilidad y la humildad necesarias para un
mundo en constante cambio."
Nuestros Principios Fundamentales. Un Dogma Moral sin
Dogmatismo Político
"Nuestra visión se sustenta en verdades universales, que se
proponen a través del diálogo. Nos inspiramos en la sabiduría

perenne y en las lecciones de la historia, conscientes de que la
política sin ética es una práctica estéril.
Dignidad de la Persona: Reconocemos y defendemos la vida
humana desde la concepción hasta su fin natural.
Bien Común: Buscamos un conjunto de condiciones sociales que
permitan a cada ciudadano alcanzar su pleno desarrollo integral.
Solidaridad: No es un sentimiento vago, sino una determinación
firme y perseverante.
Subsidiariedad: Creemos en la fortaleza de la sociedad civil. El
Estado debe apoyar, no suplantar."
Nuestra Propuesta. Una Política del Diálogo y la Acción
"El Partido Utópico Pragmático propone una arquitectura
institucional y un enfoque de gobierno que traduce nuestros
principios en acción.
Gobierno del Diálogo: Fomentaremos la participación ciudadana.
Economía al Servicio de la Persona: Un modelo de economía
social de mercado.
Libertad de Conciencia y Pluralismo. La libertad religiosa es un
derecho civil fundamental.
Humildad y Autocrítica Institucional. Un gobierno que no se corrige
es un gobierno destinado al fracaso."
Don Sapiente hizo una pausa, mirando a don Pancho a los ojos.
"Esta es nuestra visión, amigo. Pero, ¿cómo la comunicamos de
manera que la gente no solo la entienda, sino que la sienta en el
corazón?"

"Con una canción, don Sapiente. Las
ideas tienen fuerza, pero la música
les da alas
Un Dogma Moral sin Dogmatismo
Político
Don Pancho sonrió. "Con una canción, don Sapiente. Las ideas
tienen fuerza, pero la música les da alas. ¿Ya tiene algo en
mente?"
"Por supuesto", dijo don Sapiente, con una sonrisa de complicidad.
Se levantó y, con el aire de un director de orquesta, comenzó a
recitar la letra que, en su mente, ya sonaba como un himno titulado
la ciudad sin muros.
Primero le enseñó la letra completa y otra adaptada más sencilla.
(Letra completa)
Música de ritmo suave y ascendente, como un himno moderno)
(Verso 1)
En nombre de la Luz que viene del cielo,
En nombre del Amor que une lo diverso,
Del Espíritu que habita en cada rostro,
Lo eterno se hace humano, rompe el muro.
(Pre-Coro)
Desde la tierra antigua, España,
Proclamamos la nueva mañana.

(Estribillo)
¡Oh, ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!
Nuestra ciencia es servicio, no una cruz.
La civilización será un diálogo, no un dominio,
Y la fe, un puente, no un confín.
(Verso 2)
Honramos a los mártires, custodios de la paz,
Donde hay herida, justicia sin disfraz.
El aura de la persona, un don que brilla,
La comunidad que danza y no se humilla.
(Pre-Coro)
Con la geometría de la vida,
Una cadena de amor es nuestra guía.
(Estribillo)
¡Oh, ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!
Nuestra ciencia es servicio, no una cruz.
La civilización será un diálogo, no un dominio,
Y la fe, un puente, no un confín.
(Puente)
Que el estandarte se alce, un testimonio,
Que esta tierra sea revelación y don.
Que el Foro sea altar, escuela y hogar,
Para toda alma que quiera caminar.
(Estribillo Final)
¡Oh, ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!
Nuestra ciencia es servicio, no una cruz.
La civilización será un diálogo, no un dominio,
Y la fe, un puente, no un confín.
(...)
Así sea... así sea...
La ciudad de la luz. (Música se desvanece suavemente)
(Adaptación más sencilla)
(Verso 1)
En nombre de la luz, del amor,
El Espíritu en cada corazón.
Lo eterno se hace humano,
rompe el muro.

(Pre-Coro)
Desde la tierra antigua, España,
Hoy nace una nueva mañana.
(Estribillo) 
¡Ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!
La ciencia es servicio, no una cruz.
La civilización, un diálogo y paz,
Y la fe, un puente para todos, jamás un final.
(Verso 2)
Honramos a los que dieron la paz,
Donde hay herida, justicia veraz.
La persona es un don que brilla,
La comunidad que danza sin humilla.
(Pre-Coro)
Con la geometría de la vida,
El amor es la guía.
(Estribillo) 
¡Ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!
La ciencia es servicio, no una cruz.
 La civilización, un diálogo y paz,
 Y la fe, un puente para todos, jamás un final.
(Puente)
Que el estandarte se alce,
Que esta tierra sea un don.
Que el Foro sea altar, escuela y hogar,
Para el que quiera caminar.
(Estribillo Final)
 ¡Ciudad sin muros! ¡Ciudad de la luz!

La ciencia es servicio, no una cruz.
La civilización, un diálogo y paz,
Y la fe, un puente para todos, jamás un final.
Así sea... así sea... La ciudad de la luz.
(Música: puede escucharse la canción en la siguiente dirección:
https://www.producer.ai/song/70679cd9-c68e-48c4-a627-44184d37bc7e
Al terminar, don Sapiente miró a su amigo, que permanecía en
silencio, pensativo. "Don Pancho, ¿qué le parece? Creemos que el
cambio de identidad, el paso del 'hombre viejo' al 'hombre nuevo',
es posible no solo para los individuos, sino para la sociedad entera.
La utopía no es un lugar al que se llega, sino un horizonte que guía
cada uno de nuestros pasos.
"Vota por el Partido Utópico Pragmático. Vota por una política que
tiene alma y que se atreve a soñar con un futuro más justo,
mientras trabaja con los pies firmemente anclados en la tierra."
Don Pancho sonrió, por fin. "Don Sapiente, lo felicito. Usted no solo
ha creado un manifiesto, sino un himno. Con esto, sus ideas no
solo se leerán, se cantarán. Y eso, mi amigo, es la forma más
segura de que un ideal se haga realidad."
Don Pancho, con la mirada aún perdida en el horizonte, asintió
lentamente. "Don Sapiente, la canción es magnífica. Pero, si me lo
permite, ¿qué significa realmente todo esto? 'Luz que atraviesa los
cielos', 'ciudad sin muros', 'custodios de la luz'... suena a poesía,
pero ¿cómo se traduce eso en un partido político?"
Don Sapiente sonrió, entendiendo perfectamente la objeción de
su amigo. "Ah, don Pancho. Esa es la pregunta del millón, y por
eso este himno es solo la punta del iceberg. Permítame explicarle,
frase por frase, el espíritu que hay detrás. Es la brújula de nuestro
partido."
I. Invocación a la Luz
"Cuando decimos: 'En nombre de la Luz que atraviesa los cielos y
toca la tierra', no hablamos de un foco, amigo mío. La Luz es la

verdad, es la conciencia. Es lo que une la idea más alta y
trascendente, la que está en el cielo, con nuestra realidad aquí
abajo, en la tierra. Es la fuerza que nos revela la verdad, que nos
sana de nuestros errores y nos orienta."
"Y el 'Amor que une la diferencia sin confundirla'", continuó don
Sapiente, "es un amor que no busca que todos seamos iguales. Es
el amor que respeta la singularidad de cada uno: el andaluz, el
vasco, el catalán, el castellano... los une en un abrazo, pero sin
borrar su identidad. Eso es lo que queremos para nuestra España:
una familia donde todos caben, con sus peculiaridades, pero
unidos."
"Cuando invocamos al 'Espíritu que habita en cada rostro',
estamos diciendo que la política no es cosa de números o de
grandes planes, sino de personas. Que cada ciudadano, por
humilde que sea, es el templo de lo divino. Por eso, toda política
debe comenzar y terminar en la dignidad de ese rostro."
"Y el llamado final, 'Invocamos la presencia de lo eterno en lo
humano', es nuestra oración y nuestro propósito: que la verdad, la
compasión y la belleza no se queden en los libros, sino que se
manifiesten en nuestras acciones de gobierno."
II. Proclamación de la Nueva Ciudad
-"Pancho, el verso sobre España, donde 'sangre y palabra
entretejieron los siglos', no es un nacionalismo. Es un
reconocimiento de nuestra historia, con sus conflictos y sus
victorias. La sangre simboliza el sacrificio y el dolor que hemos
vivido; la palabra, la memoria que nos define. Con esa base,
queremos construir la nueva España." La identidad nacional no
equivale al nacionalismo, aunque ambos conceptos estén
relacionados. La identidad nacional describe un sentimiento de
pertenencia compartido, mientras que el nacionalismo es una
ideología política que puede apropiarse de esa identidad con fines
de poder o exclusión.
Y esa nueva España será una 'ciudad sin muros'. No habrá muros
que excluyan a nadie, ni de ideas, ni de orígenes, ni de condición.
Será un lugar abierto, transparente, hospitalario.
Y como dice el himno, una ciudad 'construida no con piedra, sino
con espíritu'. Lo material es importante, por supuesto, pero la

verdadera grandeza de una civilización reside en sus valores, en su
alma, en su capacidad de comunión."
Por eso, don Pancho, bajo el estandarte de nuestro partido,
nuestra civilización será diálogo, no dominio. No buscamos
imponer nuestras ideas, sino convencer a través de la razón y el
encuentro. Nuestra ciencia será servicio, no soberbia, usaremos el
conocimiento para el cuidado de todos. Y la religión será puente, no
frontera, uniendo a las almas y no separando a los pueblos.
Finalmente, Pancho, el verso de la 'ciudad de la luz sobre la cruz'
significa que no negamos el dolor y el sacrificio de la historia. Nos
construimos sobre ellos, los transfiguramos. Y nuestros arcos,
simbólicamente abiertos, acogen a todos los que buscan sentido,
sin importar de dónde vengan.
III. Voto de Unidad y los Cinco Pactos
-"Y para terminar", dijo don Sapiente, "el compromiso de nuestro
partido es ser 'custodios de la luz'. No somos los dueños de la
verdad, sino sus guardianes, vigilantes de que no se apague en el
espacio público. Y nos comprometemos a 'sembrar justicia donde
hay herida', porque la justicia no es un concepto abstracto, sino una
acción concreta que cura el dolor social.
Todo esto, Pancho, se resume en los 'cinco pactos con la
humanidad':
La 'aura de la persona': La política debe reconocer la unicidad
sagrada de cada individuo.
La 'danza de la comunidad': La sociedad no es una masa, sino un
cuerpo con ritmo, armonía y alegría.
La 'geometría de la vida': La vida social tiene un orden, una
proporción que debemos respetar.
La 'cadena del amor': Nuestra acción política debe estar orientada
por el amor que une a las generaciones.
Y el 'ascenso del espíritu': Un partido que no eleva a las personas
a lo más alto de su ser, no sirve a nada."
Don Sapiente tomó aire, satisfecho. -"Así sea, Pancho. Así sea.
Este Foro, este partido, tiene que ser un altar para lo sagrado, una
escuela para el saber y un hogar para todos los pueblos. Eso,
amigo, es nuestro manifiesto. La letra de nuestra canción, y el alma
de nuestra política."

Don Pancho asintió, su rostro ya no mostraba incredulidad, sino
una profunda comprensión. "Ahora lo veo, don Sapiente. No es
solo un partido. Es una alegoría hecha realidad. Y eso... eso sí que
es utópico y pragmático a la vez."
Y para terminar don Sapiente le explica el símbolo utópico-pragmático
• Icono de la familia
Representa la comunidad humana, la transmisión generacional, y el
valor de la vida compartida. Es el punto de partida afectivo y ético de
toda construcción social.
• Cruz luminosa
Eje central del símbolo, expresa la dimensión trascendente, el
sacrificio redentor y la apertura al misterio divino. Une lo humano y lo
divino, lo histórico y lo eterno.
• Letra “M” integrada bajo la cruz
Tiene un doble significado: esencialmente, representa a María,
Medianera de todas las gracias, figura de unidad, ternura y mediación
espiritual entre Dios y la humanidad.
Secundariamente, evoca el Movimiento utópico-pragmático que
inspira el Foro: una acción transformadora que une ideales elevados
con pasos concretos hacia la justicia, la paz y la comunión.
• Círculos concéntricos
Simbolizan la irradiación del conocimiento, la apertura al diálogo
interreligioso, y la expansión de la verdad desde un centro ético
compartido.
Don Pancho, con la boca boquiabierta, dijo: -“Es asombroso, don
Sapiente. Es la primera vez que veo un solo símbolo que aúna lo
familiar, lo trascendente, lo espiritual y lo social. Es un mapa en sí
mismo. No es solo un dibujo, es un camino a seguir, un
recordatorio de que nuestros sueños más grandes solo se
construyen con pequeños actos de amor y fe. Me doy cuenta de
que la utopía no está en las nubes, sino en la tierra, en el centro de
nuestras familias y nuestras comunidades.”

Diálogo 13. Muros y Visiones
Don Sapiente: Pancho, ¿te has fijado en un detalle curioso de nuestro
himno? Habla de una "ciudad sin muros", pero la Biblia, en el
Apocalipsis, describe la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial, con
muros. Muros de jaspe, enormes. ¿Cómo reconciliamos estas dos
visiones?
Don Pancho: ¡Ajá, Sapiente! Me hiciste pensar. A primera vista parece
una contradicción, ¿verdad? Pero la clave está en el significado.
Don Sapiente: ¿A qué te refieres?
Don Pancho: Los muros de la Nueva Jerusalén no son para excluir,
sino para proteger y dar forma a un paraíso sagrado. No son barreras
que aíslan, sino un cerco de piedras preciosas que defienden la paz
interior y la santidad de la ciudad. Son muros de protección, no de
separación. En nuestro himno, la "ciudad sin muros" representa un ideal
diferente: una civilización humana donde no hay barreras entre las
personas. El muro al que nos referimos en la canción es el muro del
egoísmo, del orgullo, de la ignorancia. Es el muro que se derrumba para
que la gente pueda unirse y dialogar.
Don Sapiente: Es una distinción muy sutil. Una es una realidad
espiritual, la otra es una aspiración humana.
Don Pancho: Exacto. La ciudad celestial tiene muros para proteger su
santidad de las influencias del mundo. Nuestra ciudad en la Tierra, la
que construimos con nuestras manos, necesita ser una "ciudad sin
muros" para que el diálogo, la justicia y la fe puedan fluir libremente,
conectando a todas las personas.
Don Sapiente: Entonces, el muro en el Apocalipsis es un símbolo de la
pureza y la perfección divina. Y la ausencia de muros en nuestro himno
es un símbolo de la apertura, la inclusión y la aspiración humana hacia
esa perfección. La solución es simple: no se contradicen, sino que se
complementan. Una es la meta espiritual a la que se llega, la otra es el
camino que se recorre aquí abajo. ¡Es una gran solución, Pancho!
Don Pancho: ¡Así es! Nos inspiramos en la ciudad celestial para
construir una ciudad en la Tierra. Y para eso, hay que derribar los
muros.

(Los siguientes diálogos están basados en los proverbios y refranes
tomados de "Reflejos de la Sabiduría: una lectura utópica-pragmática de los
Proverbios y Eclesiastés". https://www.academia.edu/127997284/)
Diálogo 14. Una Plática de Padres, Hijos y Utopías (al estilo
cervantino)
A lo largo de la historia, los muros han representado tanto protección como división. En
este diálogo, Don Sapiente y Don Pancho reflexionan sobre el simbolismo de los muros
en la tradición espiritual y en la vida humana. Partiendo de la aparente contradicción entre
el himno que canta a una “ciudad sin muros” y la visión del Apocalipsis que describe la
Nueva Jerusalén rodeada de ellos, los personajes descubren que ambas imágenes en
realidad se complementan: una apunta al sentido espiritual de la perfección divina, y la
otra al ideal terrenal de apertura, diálogo y unión entre los pueblos.
En la plaza mayor, bajo un olmo tan viejo que parecía haber
escuchado las confidencias de todos los siglos, se encontraron dos
caballeros de ingenio desigual: Don Sapiente, que llevaba en la frente
más arrugas de pensar que de envejecer, y Don Pancho, que traía en la
barriga más experiencias que en los libros.
Don Pancho (acercándose con su sonrisa habitual):—¡Loado sea el
cielo, mi buen Don Sapiente! ¿En qué filosofía nueva anda metido
vuesa merced, que se le ve con los ojos más clavados en los niños que
un gato en el pajar?
Don Sapiente (con tono grave y soñador):—Estaba, caro amigo,
reflexionando en esas santas palabras que dicen que “el hijo sabio
alegra al padre y el necio lo hace polvo en el corazón de su madre”.
¡Ved ahí a ese mozo que juega con su pelota, y a su padre, que le mira
como si fuera a heredarle no sólo la hacienda, sino también la sensatez!
Don Pancho (riéndose con picardía):—¡Ja! Pues yo más bien creo que
lo que heredan los hijos son las deudas y los defectos. Que no me
venga usted con liras celestiales, que el refrán chino ya lo dijo claro: “El
buen hijo no da dolor de cabeza”. ¡Y cuántos conozco yo que ni aunque
les pusieran la sabiduría en cucharilla, la tragan!
Don Sapiente:—¡Calla, hombre de poca fe! Que si no creemos en la
posibilidad de hijos sabios, ¿dónde quedaría la utopía?

Don Pancho (alzando una ceja, socarrón):—¡Ah, ya salió vuestra
merced con la palabra rimbombante! Utopía, dice… Yo la llamo
quimera, espejismo o castillo en el aire.
Don Sapiente:—No, no, buen Pancho. ¡Utopía pragmática! Que no es
lo mismo soñar imposibles que hacerlos caminar en chancletas por la
plaza. La utopía pragmática es esa esperanza que se viste de trabajo
diario: el hijo perfecto no existe, mas puede aspirar a ser suficiente. Y
en esa suficiencia, ¡hallamos nosotros la gloria!
Don Pancho (carcajeando):—¡Vive Dios, que me gusta eso! O sea, que
vuestra utopía es como un puchero: no ha de tener faisanes ni pavos
reales, con que lleve garbanzos ya cumple su destino.
Don Sapiente (asintiendo con solemnidad):—Justamente, amigo mío.
La grandeza no está en criar ángeles, sino en educar hombres y
mujeres que no anden por la vida como ranas croando sin concierto.
Don Pancho:—Pues mirad, en el Japón dicen: “El hijo de la rana, rana
es”. Y yo digo que el hijo del necio, necio será, salvo que la Providencia
le dé una colleja de luz.
Don Sapiente (riendo a carcajadas):—¡Ay, Pancho, qué salero tenéis!
En resumen, lo que quiero decir es que si cada padre hiciera un poco
de esa utopía pragmática, esto es, soñar con lo mejor mientras hace lo
posible, quizás los hijos no serían espada en el costado, sino báculo en
la vejez.
Don Pancho (en tono burlón, mirando el cielo):—¡Pues sea así! Pero
no olvide vuesa merced que aun el báculo más firme cruje cuando se le
apoya mucho.
Y con estas pullas amistosas, se marcharon ambos caballeros: Don
Sapiente, convencido de haber defendido el ideal, y Don Pancho,
seguro de haberlo traído a tierra. Entre sueños y garbanzos, fundaron,
sin saberlo, la verdadera doctrina de los padres: una utopía pragmática
que se cocina en la olla de cada día.

Diálogo 15. Una Plática sobre la Memoria y el Nombre
En la plaza del pueblo, bajo la sombra del viejo olmo, Don Pancho y Don Sapiente
retoman sus charlas habituales, esta vez inspirados por el pregón de un voceador callejero
que alaba a unos y difama a otros. A partir de esas palabras, reflexionan sobre la
importancia de la memoria y del nombre que cada persona deja tras de sí. Entre citas
bíblicas y proverbios de distintas culturas, ambos descubren que la reputación, ganada
con obras y palabras, puede ser un tesoro más perdurable que el oro, aunque la justicia
del recuerdo humano no siempre coincida con la justicia verdadera.
En la misma plaza donde el olmo viejo seguía ofreciendo su sombra
generosa, volvieron a encontrarse Don Sapiente y Don Pancho. Esta
vez, en lugar de niños jugando, contemplaban a un pregonero que
voceaba los nombres de mercaderes conocidos, alabando a unos y
vituperando a otros.
Don Pancho (sonriendo con malicia):—¡Vive Dios, que estos
pregoneros tienen lengua más afilada que cuchillo de carnicero! A unos
les levantan la honra como si fueran santos, y a otros les dejan la fama
podrida antes de que la sepultura se cierre.
Don Sapiente (con gravedad):—Y no sin razón, buen amigo. Ya lo dice
la Escritura: “La memoria del justo es bendecida, pero el nombre de los
malvados se pudrirá”. ¡Ved cuánta verdad encierra! Que la justicia da
aroma de incienso, mientras la maldad hiede más que pescado olvidado
en verano.
Don Pancho (rascándose la cabeza):—Pues, señor mío, parece que no
sólo la Escritura lo sabía. En China dicen: “El hombre muere, pero su
fama perdura; así como el tigre muere dejando su piel”. ¡Y gran verdad
es! Porque más vale morir dejando buen recuerdo que piel manchada
de infamia.
Don Sapiente (alzando el dedo):—¡Justamente! Y los japoneses
añaden con gran tino: “Una buena reputación es el mejor tesoro”. Pues
el oro se gasta y el cuerpo se pudre, pero el nombre, ¡ah!, el nombre
camina por los siglos.
Don Pancho (riendo):—¡Ja! Eso mismo dicen los de la India, aunque
más práctico: “El buen nombre es más preciado que el oro”. Y yo os
digo que si el buen nombre se pudiera empeñar en la casa de

préstamos, muchos ricos andarían pobres y muchos pobres andarían
reyes.
Don Sapiente (con sonrisa socarrona):—¡Muy cierto! Y ved qué
sabiduría la de los árabes: “Lo que queda es lo bueno”, y también
que “La buena palabra es un árbol de buen fruto”. Es decir, que lo que
plantamos con obras y palabras, éso mismo será lo que recoja la
posteridad.
Don Pancho (mirando al cielo, suspirando con burla):—¡Ay, Sapiente!
En este mundo, no siempre los buenos son recordados ni los malos
olvidados. ¿No veis cuántos bribones tienen estatuas y cuántos santos
mueren en el anonimato?
Don Sapiente (con tono solemne, pero picante):—Ahí está, buen
Pancho, la necesidad de la utopía pragmática. No consiste en creer que
siempre triunfará la justicia en este valle de lágrimas, sino en vivir y
obrar como si así fuera. Que aunque los bribones alcancen bronce y
mármol, su nombre se pudrirá en las conciencias, mientras la bondad,
aun en silencio, echa raíces.
Don Pancho (dándose una palmada en la barriga, divertido):—¡Pues
eso es consuelo para los pobres diablos como yo! Que aunque nadie
ponga mi nombre en los anales de la historia, si mi nieto dice “Pancho
fue hombre cabal”, ya con eso me basta.
Don Sapiente:—Y con razón, que la utopía pragmática no pide coronas
de laurel, sino que cada cual siembre la palabra buena y obre el bien
posible. Que el oro se lo lleve el usurero, y la fama hueca el vanidoso:
al justo le basta con dejar un fruto que no se pudra.
Don Pancho (guiñando un ojo):—Pues decidme, Sapiente: ¿qué
preferís, un nombre que dure cien años o un guiso que dure dos
comidas?
Don Sapiente (riendo):—¡Ay, Pancho! Con vos siempre acabo en los
garbanzos. Pero aún os digo: la buena fama alimenta el alma más que
mil guisos al cuerpo.
Y así, entre proverbios y carcajadas, se marcharon ambos: Don
Sapiente soñando con la memoria eterna de los justos, y Don Pancho

convencido de que la verdadera utopía pragmática está en que la honra
dure al menos lo que dura un buen puchero en la mesa.
Diálogo 16. Una Plática sobre la Integridad y los Caminos Torcidos
En la cotidianidad de la plaza, donde la vida del pueblo transcurre entre pregones y
correrías, Don Pancho y Don Sapiente vuelven a encontrarse, esta vez testigos de la
persecución de un ladrón sorprendido en fechoría. A partir de esa escena, inician una
plática sobre la integridad y los caminos torcidos, recordando proverbios de diferentes
culturas y sentencias antiguas. Entre la picardía de Pancho y la solemnidad de Sapiente,
ambos concluyen que la rectitud del corazón es el verdadero camino seguro, mientras
que el engaño, tarde o temprano, acaba por descubrirse.
En la misma plaza, donde ya los vecinos comenzaban a mirarlos como
parte del mobiliario urbano, se hallaban otra vez Don Sapiente y Don
Pancho. Esta vez, contemplaban cómo un alguacil perseguía a un
bribón que había hurtado una bolsa de monedas en el mercado.
Don Pancho (riendo a carcajadas):—¡Miren vuesa merced qué prisa
lleva el bellaco! Corre más que liebre en cacería, pero a la postre le
alcanzarán, porque el que sigue caminos torcidos, ¡siempre tropieza en
su propio lazo!
Don Sapiente (con gesto solemne):—Bien decís, Pancho. Ya lo
proclama la Escritura: “El que camina con integridad camina seguro,
mas el que anda en veredas torcidas será descubierto”. ¡Ved cómo el
mal trae consigo su propia linterna para alumbrar sus fechorías!
Don Pancho:—Y no lo digo yo solo. En China sentencian que “El papel
no puede ocultar el fuego”. ¡Por más que el bribón se esconda tras
tretas y papeles falsos, la verdad siempre prende y quema!
Don Sapiente (asintiendo):—¡Ah, qué gran metáfora! Y más aún: “Lo
que siembras, cosechas”. Semillas de engaño producen zarzas de
vergüenza.
Don Pancho (guiñando un ojo):—Los japoneses lo pintan más
corto: “Una mala acción regresa a quien la hizo”. Como una flecha
torcida, ¡siempre acaba en la espalda del arquero!

Don Sapiente (alzando la voz con fervor):—Y en la India lo resumen
con nobleza: “La verdad prevalece”. ¡Aunque la mentira vista brocado,
acaba desnuda al sol!
Don Pancho (con sorna):—¡Ja! Y los árabes lo dicen sin rodeos: “Quien
cava un pozo para su hermano, caerá en él”. Más claro ni el agua: el
bribón, por ahorrarse el trabajo de caminar recto, acaba enterrado en su
propia fosa.
Don Sapiente (con tono pedagógico):—Ved, Pancho, que la integridad
no es sólo virtud, sino también el mejor seguro de vida. Caminar recto
da paz al corazón y firmeza al paso.
Don Pancho (rascándose la barriga, burlón):—Eso suena muy bonito,
Sapiente. Pero dígame: ¿y si ser honrado no llena la panza? ¿No es
mejor, para algunos, un atajo torcido que conduzca a la olla?
Don Sapiente (con media sonrisa, como quien suelta un dardo):
—Ahí entra, buen Pancho, la utopía pragmática. No se trata de esperar
un mundo donde todos los caminos sean rectos, sino de caminar cada
cual con la mayor rectitud posible, aunque el suelo esté lleno de
baches. Que la honra no siempre da de comer, ¡pero evita indigestiones
del alma!
Don Pancho (riendo con estruendo):—¡Voto a tal, que me agrada esa
receta! O sea, que la utopía pragmática es como un guiso sencillo: no
quita el hambre de todos, pero al menos no envenena al que lo come.
Don Sapiente:—¡Justamente! Y aunque los tortuosos tengan
banquetes por un tiempo, los rectos tienen banquetes de conciencia
toda la vida.
Don Pancho (alzando su bastón como brindis):—Pues brindo,
Sapiente, por andar rectos aunque sea con zapatos remendados. Que
más vale camino honrado que atajo infame.
Y con estas palabras, siguieron andando los dos amigos: uno
convencido de que la integridad es escudo invisible, y el otro satisfecho
de haber traducido la alta filosofía a un puchero bien servido, que en el
fondo era también una utopía pragmática.

Diálogo 17. Una Plática sobre la Boca y sus Peligros
Una vez más, la plaza del pueblo sirve de escenario para las discusiones de Don Pancho
y Don Sapiente, bajo la atenta sombra del viejo olmo. En esta ocasión, los protagonistas
se detienen a escuchar a un charlatán que promete curas milagrosas, lo que les lleva a
reflexionar sobre los riesgos del exceso de palabras. Entre refranes bíblicos y proverbios
de diversas culturas, descubren cómo la lengua puede ser tanto medicina como veneno,
según el modo en que se use.
En la plaza de siempre, donde ya el olmo parecía testigo y notario de
tantas discusiones, hallábanse otra vez Don Sapiente y Don Pancho.
Esta vez escuchaban a un charlatán que, subido en un cajón, prometía
curar todas las dolencias con un ungüento que olía más a aceite de
linaza que a medicina.
Don Pancho (tapándose la nariz):—¡Jesús, María y José! Si las
palabras curaran, ese embaucador ya habría sanado a medio reino.
Mas lo que abunda en su boca no es remedio, sino pecado, como bien
dice la Escritura: “Donde abundan las palabras nunca falta el pecado;
mas el que refrena sus labios es hombre precavido”.
Don Sapiente (con aire sentencioso):—Exacto, Pancho. Hablar sin
medida es como soltar caballos sin brida: acaban pisoteando el
sembrado. Y mirad que los chinos lo sabían: “Las enfermedades entran
por la boca, y las desgracias salen por la boca”.
Don Pancho (riendo):—¡Y tanto! Que más daño hacen las lenguas que
los cuchillos. Ya lo dijeron también los japoneses: “La boca es la puerta
de la calamidad”. ¡Y bien que lo compruebo cuando me dejo llevar de la
lengua delante de mi mujer!
Don Sapiente (sonriendo con picardía):—Y los indios, con gran tino,
amonestan: “Piensa antes de hablar”. Porque la palabra, una vez
lanzada, es como flecha que no vuelve a la aljaba.
Don Pancho (suspirando):—¡Ay, Sapiente! Si todos pensáramos antes
de hablar, las tabernas estarían mudas y las plazas vacías.
Don Sapiente:—No os burléis, Pancho. Que los árabes también lo
sabían: “Si hablar es plata, callar es oro”. Y si el mundo apreciara más
el silencio, quizás hallaría tesoros donde hoy sólo hay ruido.

Don Pancho (con tono socarrón):—Pues yo digo, Sapiente, que si
callar es oro, entonces las mujeres del mercado tienen minas enteras
de cobre, ¡porque no paran de hablar ni durmiendo!
Don Sapiente (riéndose, pero dándole un coscorrón amistoso):—
¡Bribón, cuidado con esas lenguas, que ahí sí hallaréis la calamidad en
vuestra propia casa!
Don Pancho (poniéndose serio, aunque con sorna):—En fin, Sapiente,
reconozco que la moderación en el habla es buena, pero ¿no os parece
que si todos calláramos demasiado, se acabarían también las risas, los
cantares y hasta estos coloquios nuestros?
Don Sapiente (con tono reflexivo):—Ahí entra, Pancho, la utopía
pragmática. No se trata de silenciar la vida, sino de aprender a hablar
como quien dosifica el vino: lo suficiente para alegrar, nunca tanto como
para emborrachar.
Don Pancho (asintiendo con una sonrisa pícara):—¡Vive Dios, que eso
sí lo entiendo! O sea, que callar mucho es oro, pero hablar bien y a
tiempo es un guiso caliente: sin él, la vida no sabe a nada.
Don Sapiente:—¡Así es, buen Pancho! Callar es oro, pero la palabra
justa es diamante.
Y con este noble parecer, se retiraron los dos caballeros, dejando atrás
al charlatán que seguía voceando su ungüento, sin saber que, con cada
palabra de más, cavaba su propia calamidad.
Diálogo 18.
En esta nueva conversación, Don Sapiente y Don Pancho vuelven a encontrarse para
debatir, entre ironías y reflexiones, sobre uno de los temas más antiguos y universales: la
corrección y la crítica como caminos para el verdadero aprendizaje. Partiendo del
proverbio bíblico de Proverbios 12:1, la charla se enriquece con comparaciones de
distintas culturas —chinas, japonesas, indias y árabes— que coinciden en destacar la
importancia de aceptar la reprensión y el consejo. Don Sapiente, fiel a su idealismo, la
presenta como “medicina del alma” y espejo de autoconocimiento; mientras que Don
Pancho, con su pragmatismo característico, subraya el lado áspero, pero inevitable, de
recibir críticas, aderezando la conversación con ejemplos cotidianos y un humor terrenal.

Coloquio entre Don Sapiente (el profesor idealista, utópico) y Don
Pancho (el bibliotecario pragmático y realista). Ahora el tema
es Proverbios 12:1 y las comparaciones culturales sobre la crítica
y el aprendizaje.
Don Sapiente (con gesto solemne, ajustándose la corbata):
—¡Ah, Don Pancho! Hoy he traído un proverbio que resuena como
campana en la conciencia: “El que ama la corrección, ama la ciencia, y
el que detesta la reprensión se embrutece.” Dígame usted, ¿no es
acaso esta una verdad universal?
Don Pancho (arqueando una ceja, con sonrisa socarrona):
—Universal sí, pero amarga como medicina. Y mire usted, hasta los
chinos lo dicen: “Un error es un error si no se corrige.” Más claro, ni el
agua. Yo lo veo en la biblioteca todos los días: estudiantes que no
aceptan que su ensayo tiene faltas de ortografía… y salen más burros
que cuando entraron.
Don Sapiente (alzando un dedo, con entusiasmo):—¡Exacto, amigo
mío! ¡El rechazo a la corrección embrutece el alma! Y fíjese en el dicho
japonés: “Si escuchas la opinión de los demás, puedes conocer tus
propios errores.” ¡Qué noble disposición de espíritu! ¡Escuchar al otro
como espejo donde reconocerse!
Don Pancho (riendo por lo bajo):—Sí, pero eso de escuchar al otro no
siempre resulta fácil. Ya sabe, en la taberna del barrio, si uno se atreve
a decirle al parroquiano que bebe demasiado, lo más probable es que
te caiga la jarra de cerveza encima.
Don Sapiente (soñador, mirando hacia arriba):—¡Pero, Pancho! Esa
resistencia es la misma que denuncia el proverbio bíblico: el que odia la
reprensión se embrutece. La corrección es medicina del alma, como
dicen también los chinos: “La medicina amarga cura la enfermedad, el
consejo sincero es bueno para la conducta.”
Don Pancho (asintiendo con sorna):—¡Y tan amarga! Pero necesaria,
lo admito. Aunque, como dicen en la India: “El sabio aprende de los
errores de los demás; el necio, solo de los propios.” Yo, por lo que he

visto, la mayoría de los mortales aprendemos a fuerza de darnos de
bruces contra la pared.
Don Sapiente (con voz grave, teatral):—¡Ah, pero esa es la tragedia de
la condición humana, Don Pancho! No basta con tropezar, hay que
aprender. Y qué sabiduría la del árabe que nos dice: “El consejo es un
espejo.”
Don Pancho (golpeando suavemente la mesa, con aire de conclusión):
—Pues mire, Don Sapiente, espejo o medicina, reprensión o consejo, al
final todo se resume en esto: hay que tener humildad para aceptar que
uno se equivoca. Y esa virtud, amigo mío, es más rara que un libro
devuelto a tiempo en la biblioteca.
Don Sapiente (riendo con gusto):—¡Ah, Pancho! Usted siempre tan
pragmático. Y sin embargo, hasta en su escepticismo late la ciencia del
proverbio: amar la corrección es amar el saber.

El poder de la palabra y la importancia
de la prudencia en el habla. Es un puente
que va del viejo yo al nuevo yo.
La prudencia en el hablar no es solo
para evitar problemas con los demás,
sino para construirnos a nosotros
mismos (anime). Proverbios 13:3: ‘El
que vigila su boca protege su vida, el
que abre demasiado sus labios acaba
en la ruina.’ 
Diálogo 19. Tema del coloquio. El poder de la palabra y la
importancia de la prudencia en el habla.
En la plaza de siempre, Don Sapiente y Don Pancho continúan su coloquio, esta vez a
partir de un antiguo proverbio bíblico: “El que ama la corrección, ama la ciencia”.
Inspirados por este consejo universal, los dos amigos confrontan la difícil tarea de aceptar
la crítica y reconocer los errores. Entre proverbios venidos de Oriente y de Occidente,
descubren que corregirse y dejarse corregir es medicina amarga, pero necesaria. Al final,
enlazan esta sabiduría con otra advertencia bíblica: “El que vigila su boca protege su
vida”. Así, la corrección y la prudencia se revelan como hermanas: una nos enseña a
recibir, la otra a callar cuando es preciso, abriendo juntas el camino hacia un “hombre
nuevo” más sabio y más humano.
—Don Sapiente (acomodándose las gafas y citando con solemnidad):
“Dice el sabio en Proverbios 13:3: ‘El que vigila su boca protege su vida,
el que abre demasiado sus labios acaba en la ruina.’ He aquí un axioma
que resuena con ecos universales. El hombre no solo vive de pan, sino
también de palabra; mas, si esta se desborda sin control, trae ruina y

desdicha. Mire usted, amigo Pancho, cómo China, Japón, India y el
mundo árabe coinciden con Salomón en señalar la lengua como fuente
de salud o de perdición.”
—Don Pancho (rascándose la barba y sonriendo con picardía):
“Pues claro, don Sapiente. Uno bien puede tener la panza llena, pero si
suelta la boca sin freno, se queda vacío de amigos y lleno de enemigos.
Ya lo dicen los chinos: ‘Las desgracias salen por la boca.’ Y los
japoneses no se quedan cortos: ‘La boca es la puerta de la
calamidad.’ Vamos, que al final tanto allá como acá, el consejo es el
mismo: ¡cállate a tiempo y te ahorrarás líos!”
—Don Sapiente (alzando el dedo en gesto magistral):
“Exacto. Y fíjese usted cómo en la India lo expresan: ‘Una palabra sin
pensar puede arruinarlo todo.’ No se trata solo de evitar pleitos, sino de
entender que la palabra tiene fuerza creadora o destructora. En la
tradición india, incluso la Ahimsa —esa doctrina de no violencia— se
extiende a la lengua. ¡Qué enseñanza tan profunda! La violencia verbal
puede ser tan dañina como la física.”
—Don Pancho (riendo con cierta ironía):“Eso de que una palabra
arruina todo, lo he visto yo más de una vez en la taberna. Una bromita
mal dicha, una lengua un poco larga, y ¡zas!, la amistad de años al
suelo. Y si no, pregúntele a los árabes, que dicen: ‘La lengua es la llave
del bien y del mal.’ Vamos, que con la lengua uno abre las puertas del
cielo o del infierno. Y ya que lo mencionan ellos mismos: ‘El silencio es
oro.’ ¡Y a veces hasta platino, digo yo!”
—Don Sapiente (con tono más grave y pausado):“Qué razón tiene. La
palabra es don y espada. Protege la vida quien la custodia, mas quien
la derrama sin prudencia acaba en la ruina. No hay sabiduría más
universal que esta: vigilar el propio hablar. ¡Qué tesoro perderíamos si
no aprendiéramos a callar!”
—Don Pancho (concluyendo con humor):“Pues mire usted, don
Sapiente, a veces lo mejor es aplicar el proverbio más corto: ‘Cállate a
tiempo y vivirás tranquilo.’ Así que, para dar ejemplo, me callo… que no
quiero acabar en ruina por hablar de más.”

Don Pancho: Don Sapiente, llevo días dándole vueltas a algo que me
dijo: que nuestras palabras van formando nuestra identidad. Me parece
una idea muy profunda.
Don Sapiente: Es una verdad tan antigua como la humanidad, Pancho.
La prudencia en el hablar no es solo para evitar problemas con los
demás, sino para construirnos a nosotros mismos. Es un puente que
va del viejo yo al nuevo yo.
Don Pancho: ¿Un puente, dice? ¿Cómo funciona eso? Yo pensaba que
uno simplemente era como era.
Don Sapiente: ¡Y ahí está el error! La identidad no es algo estático.
Piense en esto: el "viejo yo" es aquel que habla sin pensar, que
reacciona a los impulsos, que se queja sin ton ni son. Ese yo a menudo
está atrapado en un ciclo de frustración. Sus palabras lo reflejan y lo
refuerzan.
Don Pancho: Lo entiendo. Es como si uno se cavara su propia fosa con
la lengua.
Don Sapiente: ¡Exacto! Pero la prudencia es el martillo que rompe ese
ciclo. Cuando el "viejo yo" va a soltar una queja, el "nuevo yo" lo frena y
elige una palabra de gratitud. Al principio cuesta, pero cada vez que lo
hace, se refuerza la nueva identidad. La palabra elegida con cuidado no
solo expresa una idea; se convierte en un ladrillo más de la persona en
la que uno quiere convertirse.
Don Pancho: Y la gente... la gente lo ve. No es lo mismo tratar con un
quejica que con alguien que siempre encuentra algo bueno que decir.
Don Sapiente: ¡Justo! Nuestra identidad también se construye en el
espejo de los demás. La forma en que nos perciben influye en cómo
nos vemos a nosotros mismos. Al ser prudentes y elegir palabras que
reflejen respeto y consideración, no solo ganamos el aprecio ajeno, sino
que también nos alineamos con la mejor versión de nosotros. La
distancia entre el "yo" que mostramos y el "yo" que somos por dentro se
acorta.
Don Pancho: Así que no es solo cuestión de hablar bien, sino de vivir
bien a través de lo que uno dice.

Don Sapiente: Ha dado en el clavo, mi buen Pancho. La prudencia
verbal es un ejercicio diario de autoconocimiento y transformación.
Cada palabra es una oportunidad para dejar atrás al viejo yo y abrazar,
con convicción y coherencia, al nuevo yo que deseamos ser. No hay
mejor herramienta para esculpir nuestra propia alma que la palabra
misma.
Diálogo 20. Lla tensión entre la planificación humana y el control
divino/del destino, en clave de utopía pragmática.
En el ir y venir de la vida, los hombres planifican, sueñan y trazan caminos, pero una y
otra vez se topan con lo inesperado: lo que escapa a su control. En este diálogo, Don
Pancho y Don Sapiente exploran, entre la ironía del primero y el idealismo del segundo, la
eterna tensión entre la voluntad humana y el designio divino o del destino. Desde los
proverbios bíblicos hasta las sabidurías de Oriente y del mundo árabe, descubren que la
verdadera sabiduría no está ni en renunciar a planear, ni en creerlo todo bajo control
humano, sino en hallar un equilibrio: proyectar con realismo y humildad, dejando siempre
un espacio abierto para la providencia.
Don Pancho:—Don Sapiente, el otro día me quedé pensando en lo que
usted decía de la utopía pragmática. Pero mire, yo soy hombre de
costumbres sencillas. Me gusta organizarme, hacer mis listas, planear
mis pasos. Y sin embargo, la vida se empeña en darme la vuelta a todo.
¡Mire usted! Planeo un paseo soleado y me cae un chaparrón. ¿No será
que el hombre propone, pero Dios dispone?
Don Sapiente:—¡Ah, querido amigo Pancho! Justo lo dice el sabio libro
de los Proverbios: “El hombre hace proyectos en su corazón, pero el
Señor pone la respuesta en sus labios” (Prov 16,1). Y también: “El
corazón del hombre se fija un trayecto, pero el Señor asegura sus
pasos” (Prov 16,9). La utopía pragmática de la que le hablo no es abolir
la planificación humana, sino integrarla en una visión más amplia donde
reconocemos que no todo depende de nuestras manos.
Don Pancho:—Pues eso me recuerda lo que dicen los chinos: “Los
planes del hombre son de diez mil, los planes del cielo son uno”. Muy
parecido, ¿eh? Yo digo que hacemos cuentas y más cuentas, pero al
final nos falta siempre la última suma que hace el Cielo.
Don Sapiente:—Exacto. Y si viajamos a Japón, hallamos lo mismo: “La
voluntad del cielo no puede ser desafiada”; y aquel otro proverbio tan
pintoresco: “Aunque un hombre tenga mil planes, le falta la fortuna de

una noche”. El ser humano, por más que se proyecte, necesita de esa
gracia, de ese factor imprevisible que no se controla.
Don Pancho:—¡Y en la India no se quedan atrás! Allí hablan del karma
y del dharma, y dicen que uno puede trazar el plan más perfecto, pero
al final el resultado (phala) depende del karma acumulado o del
designio divino (daiva). Es como si los indios ya llevaran en el alma esa
mezcla de esfuerzo humano y aceptación del destino.
Don Sapiente:—Y en el mundo árabe, Pancho, se dice
constantemente “In shaa Allah” —“Si Dios quiere”—. Es la confesión de
que la voluntad humana camina, pero no basta si no es sostenida por la
voluntad divina. Incluso hay un hadiz hermoso: “Si pones tu confianza
en Dios, Él te proveerá, como a los pájaros que salen por la mañana
con el estómago vacío y regresan por la tarde saciados”.
Don Pancho (asintiendo con viveza):—¡Caramba, Don Sapiente! Veo
que en todas las culturas, por distintas que sean, el hombre se topa con
la misma pared: el límite de sus planes. Eso sí, lo confieso: a mí me
gusta más llamarlo sentido común que utopía.
Don Sapiente (con sonrisa bondadosa):—Y sin embargo, Pancho, ese
“sentido común” es la base de la utopía pragmática. No es una utopía
ilusoria, sino una que reconoce la grandeza del ideal humano y a la vez
su límite. El corazón humano se lanza a proyectar, pero el Cielo —
llámese Dios, Destino, Karma o Providencia— tiene la última palabra.
Así, la utopía se vuelve pragmática: sueña, pero con los pies en la
tierra; construye, pero con los ojos en lo alto.
Don Pancho (riendo):—¡Ya me imagino su receta, Don Sapiente! Haga
planes como quien prepara un buen guiso, pero déjese siempre un
lugar para la sazón del Cielo.
Don Sapiente (levantando un dedo como maestro):—Justamente. El
hombre que sólo planea sin dejar lugar al Misterio cae en soberbia; y el
que sólo espera sin planear cae en pasividad. La verdadera sabiduría
está en esa tensión fecunda: planear con humildad y aceptar con
esperanza.

Don Pancho (rascándose la barba con fingida preocupación):—Pues
mire usted, Don Sapiente, yo intento seguir su receta: planear con
humildad y aceptar con esperanza. Pero le confieso que a veces me da
miedo que el Cielo se ría de mis planes y me mande justo lo contrario.
Como aquel día que quise sembrar mi jardín en primavera y la lluvia
decidió que era otoño.
Don Sapiente (con una sonrisa indulgente, casi cómplice):—Ah,
Pancho, ahí está la gracia de la utopía pragmática. No se trata de
eliminar los errores, sino de aprender de ellos. Cada chaparrón es
maestro disfrazado. Imagine que el Cielo es un crítico gastronómico:
usted cocina con cuidado, pero él añade un toque inesperado; si lo
acepta, su plato será más rico de lo que planeó.
Don Pancho (riendo a carcajadas):—¡Caray! Ya veo, la vida como
receta de cocina divina. Y yo que pensaba que todo era cuestión de
cucharas y fuego lento…
Don Sapiente (alzando ambos brazos con teatralidad):—Exactamente,
amigo mío. Planificar es sembrar, esperar es regar, y el Cielo es el sol y
la lluvia. La utopía pragmática nos enseña a soñar con los pies en la
tierra, a no enloquecer por la tormenta y a celebrar la bendición de la
lluvia inesperada.
Don Pancho (guiñando un ojo):—Pues entonces, Don Sapiente, si sigo
su método, debería planear mi camino, pero dejar siempre un asiento
vacío para la sorpresa divina. Y si todo sale mal… bueno, al menos
habré tenido la cortesía de reírme con el Cielo.
Don Sapiente (asintiendo con solemnidad, pero con chispa en los ojos):
—¡Y he ahí la esencia de la sabiduría! La utopía pragmática no nos
promete un camino sin tropiezos, sino la capacidad de caminar con
juicio y alegría, reconociendo la mano que guía los pasos, incluso
cuando parece invisible.
Don Pancho (tomando su sombrero y preparándose a marchar):
—Entonces, Don Sapiente, me voy a practicar esta utopía pragmática:
planear, esperar y reírme. Y si la vida me lanza un chaparrón… ¡pues
que sea un chaparrón con estilo!

Don Sapiente (con un gesto de bendición y sonrisa sabia):
—Así sea, Pancho. Que sus pasos sean seguros, aunque el cielo
cambie de humor; que sus planes sean nobles, aunque el Cielo los
transforme; y que su corazón encuentre alegría incluso en la más
inesperada de las sorpresas.
Diálogo 21. Coloquio de Don Sapiente y Don Pancho, ahora con un
proverbio que se presta muy bien para la reflexión sobre sabiduría y
prudencia:
En la plaza que tantas veces ha escuchado sus coloquios, Don Sapiente y Don Pancho
vuelven a encontrarse para reflexionar sobre la fuerza de las compañías y la influencia que
ejercen en la vida. A partir del proverbio: “El que anda con sabios, sabio será; el que se
junta con necios, sufrirá daño” (Prov 13:20), discuten cómo la sabiduría y la prudencia se
aprenden tanto en el ámbito personal como en la convivencia social. Entre comparaciones
culturales y ejemplos cotidianos, descubren que la elección de amigos, maestros o
gobernantes no es indiferente, pues de ella depende que florezca la justicia y la alegría, o
que, por el contrario, el pueblo gima bajo la necedad y la maldad. Así, la utopía
pragmática se presenta como un arte de elegir con discernimiento, combinando
aspiración ideal y realismo concreto.
Tema coloquio: la sabiduría y la prudencia como guía del actuar
humano.
Proverbio: “El que anda con sabios, sabio será; el que se junta con
necios, sufrirá daño” (Proverbios 13:20).
Don Sapiente (mirando alrededor de la plaza, con gesto pensativo):
—Amigo Pancho, he estado reflexionando sobre cómo la compañía que
elegimos moldea nuestro destino. Como dice el proverbio: “El que anda
con sabios, sabio será; el que se junta con necios, sufrirá daño.” No hay
mayor verdad en la vida cotidiana.
Don Pancho (arqueando una ceja con sorna):—¡Ay, Don Sapiente! Yo
he visto más de un sabio que se rodea de necios y termina enredado en
sus propias ideas… y más de un necio que, por casualidad, se junta
con sabios y termina aprendiendo algo. Parece que hasta aquí se cuela
la gracia de la utopía pragmática: la sabiduría no solo depende del
amigo, sino también de nuestra disposición a aprender.

Don Sapiente (sonriendo con complicidad):—Exactamente, Pancho. La
utopía pragmática no promete que la compañía perfecta nos lleve
siempre al éxito, sino que nos enseña a elegir con criterio, a reconocer
la influencia de otros y a aprovecharla para crecer. Incluso en China
dicen: “Si quieres aprender, elige buenos maestros; si quieres perderte,
elige malos compañeros.”
Don Pancho (asintiendo con una risa contenida):—Y en Japón, el dicho
es aún más conciso: “Si te juntas con el sabio, serás sabio; si te juntas
con el necio, caerás en desgracia”. Nada de medias tintas. Es como
elegir entre caminar por un sendero seguro o por un barranco lleno de
zarzas.
Don Sapiente (alzando un dedo con énfasis):—Incluso en la India, el
sabio aprende de la compañía de otros y de los propios errores. La
prudencia se cultiva observando, escuchando y discerniendo, no solo
siguiendo la corriente. Y en el mundo árabe, se dice: “La compañía es
como el agua: limpia o turbia, según donde la tomes.”
Don Pancho (frotándose la barbilla, divertido):—Pues mire, Don
Sapiente, creo que la utopía pragmática nos enseña algo vital: rodearse
de sabios es como sembrar en buena tierra. No garantiza cosecha
perfecta, pero aumenta las probabilidades de frutos dignos. Y si uno
termina junto a necios… bueno, siempre queda la opción de reírse del
desastre.
Don Sapiente (concluyendo, con gesto solemne pero amable):—
Justamente, Pancho. La prudencia no elimina los errores ni los
tropiezos, pero sí nos prepara para aprender de ellos. La utopía
pragmática consiste en caminar con cuidado, rodearse de luces que
guíen nuestros pasos y mantener siempre el corazón abierto a la
enseñanza. Así, incluso en la adversidad, la sabiduría se cultiva y la
vida adquiere sentido.
Don Pancho (levantando su sombrero, con sonrisa cómplice):—Pues
entonces, amigo mío, a partir de hoy elegiré mis compañías como el
jardinero elige sus semillas: con cuidado, paciencia… y un poco de
esperanza de que el sol haga su parte.

Don Sapiente (asintiendo con satisfacción):—Y así, Pancho, en la
prudencia y la elección sabia, florece la utopía pragmática: una vida
soñada con los pies en la tierra, guiada por la luz de la razón y la
experiencia.
Don Sapiente (observando a lo lejos la plaza, con aire reflexivo):—
Amigo Pancho, hay proverbios que no solo iluminan la vida privada,
sino también la pública. Proverbios 29:2 dice: “Cuando gobiernan los
justos, el pueblo se alegra; cuando domina un malvado, el pueblo
gime.” Vea usted, el liderazgo no es un asunto menor: la virtud de
quienes mandan tiene un efecto directo sobre la felicidad de todos.
Don Pancho (frunciendo el ceño con ironía):—¡Ay, Don Sapiente! Eso
explica muchas cosas. He visto gobernantes que parecen tejer
enredaderas de problemas a cada paso, y el pueblo, ¡ay!, suspira y
gime como si cargara el cielo sobre la cabeza. La utopía pragmática me
dice que no basta con soñar un mundo ideal: necesitamos líderes que
actúen con justicia.
Don Sapiente (asintiendo con gravedad):—Exacto. Incluso en China
hay proverbios que expresan esta misma verdad. Por ejemplo, “El agua
lleva el barco, pero también puede volcarlo”. La estabilidad del pueblo
depende de la justicia del gobernante; la misma fuerza que sostiene
puede destruir.
Don Pancho (rascándose la barba con socarronería):—¡Vaya metáfora!
Como dice el japonés: “Bajo un buen general no hay soldados débiles”.
La calidad del líder se refleja en todos los que le rodean. Así que, si el
jefe es sabio, el pueblo prospera; si es necio… bueno, ya sabe usted,
Pancho, el desastre está servido.
Don Sapiente (con una sonrisa de maestro):—Y no solo en Oriente,
Pancho. En la India dicen: “Como el rey, así el pueblo”. La moral, la
ética y la conducta de la comunidad son un espejo del carácter de quien
la dirige. Y en tierras árabes añaden: “El pueblo sigue la religión de su
rey”, señalando que la influencia del liderazgo se extiende incluso al
alma colectiva.

Don Pancho (con gesto pensativo, pero divertido):—Pues entonces la
utopía pragmática no consiste solo en soñar con justicia y bienestar;
consiste en asegurarse de que los que llevan el timón sean hombres y
mujeres de juicio y virtud. Si no, los sueños quedan como nubes que se
disuelven con el viento.
Don Sapiente (alzando un dedo, como si proclamara un decreto):—
¡Exactamente! La utopía pragmática entiende que no basta con ideales
abstractos: necesitamos instituciones y líderes que los encarnen. Soñar
un mundo justo es noble; pero garantizarlo exige prudencia, selección
de líderes y vigilancia constante. El ideal se materializa solo cuando la
acción humana se une con la rectitud.
Don Pancho (riendo con malicia, meneando la cabeza):—¡Ah, Don
Sapiente! Entonces debo elegir mis amigos, mis socios y mis
gobernantes como quien elige las semillas de su huerto: que den fruto,
y no solo hojas. Y si el líder es sabio… ¡pues que el pueblo baile de
alegría!
Don Sapiente (asintiendo con satisfacción):—Así es, Pancho. La utopía
pragmática no promete un mundo sin errores, pero sí nos enseña a
construir un entorno donde la justicia se multiplica y la tiranía se
combate con sabiduría. El pueblo se alegra con un justo; el malvado
solo deja gemidos. Esa es la lección que debemos aplicar en cada
esfera de nuestra vida, personal y pública.
Diálogo 22. Utopía pragmática
En esta ocasión, Don Sapiente y Don Pancho se lanzan a un experimento imaginario:
fantasear con ser los alcaldes de un pequeño pueblo llamado San Alegro. Entre bromas y
razonamientos, descubren que la verdadera dificultad del gobierno no está en organizar
fiestas o recaudar impuestos, sino en hacerlo con honestidad e integridad. A la luz del
proverbio que denuncia las balanzas falseadas y exalta las pesas justas, los dos amigos
reflexionan sobre cómo incluso en lo más pequeño —el comercio diario, la medida justa,
la palabra cumplida— se fundamenta la salud de una comunidad. La utopía pragmática,
entonces, no es una ilusión ingenua, sino el arte de gobernar con justicia, sembrando
confianza y cosechando alegría.
Don Pancho (apoyándose en su bastón, con aire pícaro):—Don
Sapiente, ya que hablamos de gobernantes y del efecto de sus

acciones sobre el pueblo, ¿qué tal si imaginamos que somos alcaldes
de un pueblito? Supongamos que “San Alegro” nos toca administrar. Yo
propongo: ¿planificaríamos fiestas todos los días o dejamos que la
alegría fluya sola?
Don Sapiente (con sonrisa sabia y un toque de ironía):—Ah, Pancho,
ahí entra la utopía pragmática. Planear fiestas diarias suena
encantador, pero el pragmatismo nos recuerda que hasta la alegría
necesita moderación, estructura y, sobre todo, justicia. Si solo
buscamos diversión, pronto la abundancia se vuelve caos y el pueblo
gime, como advierte Proverbios 29:2.
Don Pancho (entrecerrando los ojos, fingiendo reflexión profunda):—
¡Ya veo! Entonces, la utopía pragmática sería como tener un calendario
de fiestas, pero con espacio para la lluvia… digo, para la voluntad del
Cielo. Y los impuestos, ¿cómo los administramos? Que sean justos, que
no desangren a los aldeanos.
Don Sapiente (alzando un dedo, con tono de sermón jocoso):—¡Ahí lo
tienes, Pancho! La justicia en la recaudación es tan vital como la justicia
en el juicio. En China dicen: “El agua lleva el barco, pero también puede
volcarlo”. Un líder injusto no solo derriba su propio gobierno, sino que
hunde al pueblo entero.
Don Pancho (riendo y meneando la cabeza):—¡Caramba! Entonces no
basta con ser simpático y repartir dulces; hay que gobernar con
prudencia. Como dicen en Japón: “Bajo un buen general no hay
soldados débiles”. Si yo me portara de manera torpe, todo San Alegro
sería un desorden ambulante.
Don Sapiente (asintiendo, con voz solemne pero chispeante):
—Así es, Pancho. Y no olvidemos la lección india: “Como el rey, así el
pueblo”. Si el alcalde es honesto, prudente y justo, el pueblo seguirá su
ejemplo. La utopía pragmática se manifiesta en esta coordinación de
ideales y acción real: no soñamos con un pueblo perfecto, sino con uno
que progresa bajo liderazgo sensato.
Don Pancho (poniéndose de pie, con teatral dramatismo):—¡Ah, Don
Sapiente! Entonces yo, como alcalde de San Alegro, prometo planificar
con cuidado, gobernar con justicia y dejar siempre un espacio para la

sorpresa divina. Y si el pueblo se alegra… ¡pues que bailen! Y si gime…
bueno, al menos habremos aprendido algo.
Don Sapiente (levantando ambos brazos como un director de coro):—
¡Exactamente! La utopía pragmática no es la ilusión de un gobierno
perfecto, sino la capacidad de crear bienestar con sabiduría, humor y
disposición a corregir errores. Que nuestras acciones sean semillas; el
Cielo pondrá la lluvia. Y así, Pancho, incluso en un pueblito modesto, la
justicia y la alegría pueden florecer.
Don Pancho (riendo, mientras se prepara a marchar):—Pues marcho,
Don Sapiente, a poner en práctica nuestra utopía pragmática.
Don Sapiente (con mirada cómplice y sonrisa sabia):—Y así, Pancho,
la utopía pragmática sigue su curso: pequeños pasos, grandes ideales,
y un toque de gracia celestial que convierte la prudencia en felicidad.
Tema coloquio: Honestidad e integridad en la vida y en la gestión del
pueblo.
Proverbio: “El Señor aborrece las balanzas falseadas, pero le agradan
las pesas exactas.”
Don Sapiente (observando la plaza, con un gesto de severidad fingida):
—Amigo Pancho, imagínese que en San Alegro nuestros comerciantes
comienzan a falsear las balanzas. El proverbio dice claramente: “El
Señor aborrece las balanzas falseadas, pero le agradan las pesas
exactas.” La honestidad no es solo virtud privada, sino fundamento de
toda comunidad próspera.
Don Pancho (frotándose la barbilla con socarronería):—¡Ay, Don
Sapiente! Eso explica por qué mi amigo el tendero siempre me da más
peso del que pago… ¡y yo sospechaba que era magia! Ahora veo que
se llama integridad, y que incluso el Cielo le sonríe.
Don Sapiente (asintiendo, con tono de maestro y un toque de ironía):
—En China se dice: “Donde hay honestidad, hay riqueza”. No se trata
solo de monedas y granos, Pancho; la confianza mutua multiplica el
bienestar. La utopía pragmática nos enseña a construir comunidades
donde la honestidad es práctica diaria, no solo un ideal lejano.
Don Pancho (riendo, meneando la cabeza):—Y en Japón, con su
concepto de makoto y shinjitsu, la verdad y la sinceridad son como el

cemento que mantiene unidos los cimientos del pueblo. Si los peseros
engañan, todo se derrumba. ¡Hasta los gatos del mercado parecen
desconfiar!
Don Sapiente (con tono solemne, pero chispeante):—En la India,
Pancho, los textos del Dharma condenan el engaño en todo comercio.
Un peso falso no solo roba al vecino, sino que corrompe la sociedad. Y
en el mundo árabe se dice: “El comerciante honesto está con los
profetas, los veraces y los mártires.” La integridad convierte el trabajo
diario en acto de virtud.
Don Pancho (haciendo un gesto teatral de asombro):—¡Caramba!
Entonces la utopía pragmática de San Alegro no es un sueño de
mercados perfectos, sino un pacto entre los habitantes: honestidad
como base de alegría y prosperidad. Y si alguien osa falsificar… ¡que se
atenga a las consecuencias, o al menos al regaño de Don Sapiente!
Don Sapiente (alzando un dedo, con sonrisa astuta):—Así es, Pancho.
La utopía pragmática no promete eliminar la codicia ni los errores, pero
sí establece un marco donde la virtud tiene premio y el vicio se
descubre. El ideal se concreta en reglas claras, vigilancia prudente y un
corazón dispuesto a actuar justamente.
Don Pancho (riendo a carcajadas, mientras toma su sombrero):—Pues
marcho a San Alegro con una lección aprendida: pesar exacto, palabra
justa y corazón honrado. Si todos seguimos esto… ¡pues que nuestros
aldeanos bailen felices, sin temor a balanzas truqueadas!
Don Sapiente (asintiendo, con mirada cómplice y sabia):—Y así,
Pancho, la utopía pragmática sigue su curso: sueños de justicia y
comunidad convertidos en actos cotidianos, donde cada peso exacto es
un ladrillo en el edificio de la felicidad

Se sueña con un ideal humano, pero
con los pies firmes en la tierra. La
utopía no es un castillo en el aire,
sino un jardín que puede cultivarse
cada día.
El socialismo utópico, aunque noble
en su intención, a menudo olvida al
hombre tal como es: mezclado de
virtud y pereza, de generosidad y
capricho. Sueña con igualdad
perfecta, pero olvida que la justicia y
la libertad requieren prudencia,
esfuerzo y responsabilidad.

Diálogo 23. Coloquio con Don Sapiente y Don Pancho, manteniendo
el tono cervantino, un poco satírico, e integrando la comparación
entre socialismo utópico pragmático y el estado utópico
pragmático que propone Don Sapiente:
Sentados en la plaza, entre palomas curiosas y vecinos que murmuran sobre política
como quien comenta el clima, nuestros dos interlocutores de siempre vuelven a
enzarzarse en cuestiones que parecen de filósofos, pero que saben a pan de pueblo. Esta
vez, el motivo del coloquio no es menor: contrastan la vieja ensoñación del socialismo
utópico, con sus promesas de igualdad perfecta y abundancia sin fatiga, frente al
novedoso y pintoresco invento del maestro Don Sapiente: el estado utópico
pragmático, mezcla de ideales con trabajo, de sueños con realidades, donde la
justicia baja de los cielos y se convierte en hábito cotidiano.
Don Pancho (recostado en el banco de la plaza, frotándose la frente
con gesto de curiosidad):—Don Sapiente, he oído hablar de esas
utopías de que se murmura en los cafés y tertulias: socialismo utópico,
dicen, donde todo se comparte y nadie pasa hambre… pero también
nadie trabaja demasiado. ¿Qué opina usted de semejantes quimeras?

Don Sapiente (apoyando la mano en la barbilla, con expresión de sabio
cansado pero divertido):—¡Ah, Pancho, no se deje engañar por los
cantos de sirena de los ideales abstractos! El socialismo utópico,
aunque noble en su intención, a menudo olvida al hombre tal como es:
mezclado de virtud y pereza, de generosidad y capricho. Sueña con
igualdad perfecta, pero olvida que la justicia y la libertad requieren
prudencia, esfuerzo y responsabilidad.
Don Pancho (arqueando las cejas, con aire de quien ya anticipa un
chascarrillo):—¡Válgame Dios! Entonces, según su criterio, esos
idealistas proponen un festín donde todos comen, pero nadie cocina… y
al final, se pasa hambre aunque el banquete sea muy hermoso.
Don Sapiente (sonriendo con malicia):—¡Exactamente, Pancho! Por
eso propongo algo distinto: el estado utópico pragmático. No
abolimos la desigualdad, pero la moderamos con justicia; no
eliminamos la ambición, pero la encauzamos hacia el bien común. Se
sueña con un ideal humano, pero con los pies firmes en la tierra. La
utopía no es un castillo en el aire, sino un jardín que puede cultivarse
cada día.
Don Pancho (dando un golpe con el bastón en el suelo, entre risas):—
¡Ah, Don Sapiente! Entonces su utopía pragmática sería como un
huerto donde se siembran hortalizas, no nubes de fantasía; cada vecino
riega su parcela, pero todos miran que el agua alcance también al otro.
Muy diferente del socialismo utópico, donde, según entiendo, esperan
que la lluvia caiga del cielo sin mover un dedo.
Don Sapiente (con gesto teatral, alzando un dedo como maestro de
escuela):—¡Bravo, Pancho! Esa es la esencia de la diferencia: el
socialismo utópico suele depender de la obediencia a un ideal
abstracto; mi estado utópico pragmático depende de la virtud activa
del hombre, de su inteligencia, su prudencia y su capacidad de
cooperar sin que nadie lo obligue por la fuerza. La libertad y la justicia
caminan juntas, no se pisan los pies.
Don Pancho (riendo, meneando la cabeza):—¡Ah, ya lo entiendo! En su
modelo, si un aldeano se porta mal, no se le castiga con decretos
eternos ni con la expropiación de su huerta; se le enseña, se le guía… y

si insiste en ser necio, pues la comunidad sigue su camino, como buen
vecino prudente.
Don Sapiente (asintiendo con solemnidad burlona):—¡Exactamente! La
utopía pragmática no es tiranía de ideales ni paraíso imposible: es un
estado donde los hombres sueñan juntos, pero con los pies en la
tierra. Donde la justicia no es un mandato abstracto, sino un hábito
cotidiano; donde la cooperación no se impone, sino se aprende; y
donde la felicidad del pueblo depende de la sabiduría y el esfuerzo de
todos.
Don Pancho (tomando un respiro, con sonrisa pícara):—Pues si eso no
es un milagro de sentido común, ¡que baje San Alegro y lo vea! Yo digo
que su utopía pragmática tiene más mérito que todas esas quimeras de
igualdad perfecta. Aquí, al menos, nadie se sienta a esperar que los
ángeles repartan el pan… y aun así todos comen.
Don Sapiente (riendo suavemente y mirando al cielo con gesto de
complicidad):—Y así, Pancho, el socialismo utópico es un sueño que
flota en el aire; mi estado utópico pragmático es un jardín que crece día
a día, con riego de prudencia, abono de esfuerzo y luz de sabiduría. Y si
el Cielo quiere, incluso los pájaros de la gracia vendrán a alegrar
nuestro huerto.
Don Pancho (levantando el sombrero y caminando hacia la plaza):—
¡Pues marchemos, Don Sapiente! A enseñar a San Alegro que la utopía
puede ser práctica y no solo un cuento de poetas soñadores. Y si
alguien pregunta por los ángeles… que digan que llegaron tarde y que
los humanos hicieron bien su parte.
Don Sapiente (con mirada de complicidad y sonrisa sabia):—Así es,
Pancho. Y que este coloquio quede como lección: los sueños deben
encontrar la tierra firme de la acción, y la utopía, aunque pragmática,
siempre será utopía mientras inspire a los hombres a mejorar.

Si no guiamos a los jóvenes, el Estado
utópico se convierte en quimera
Don Pancho (apoyándose en su
bastón, mirando a los niños que
juegan en la plaza)
Diálogo 24. Educación
En la plaza de San Alegro, bajo la sombra del viejo olmo que guarda tantos coloquios,
Don Pancho y Don Sapiente se detienen esta vez a contemplar a los niños que juegan. La
escena los lleva a un tema esencial para su utopía pragmática: la educación. Porque no
basta con que el pueblo funcione en sus mercados ni que reine la prudencia en sus
costumbres; es necesario formar las mentes y los corazones de las nuevas generaciones.
Así, entre sentencias bíblicas, proverbios de diversas culturas y un buen toque de humor,
reflexionan sobre cómo la escuela no debe limitarse a enseñar letras y números, sino
también virtud, honestidad y sentido común, pilares sin los cuales cualquier sociedad
justa se derrumba como torre sin cimientos.

Don Pancho (apoyándose en su bastón, mirando a los niños que
juegan en la plaza):—Don Sapiente, hablando de utopías
pragmáticas… ¿qué me dice de la educación en San Alegro? Porque no
basta con que los mercados funcionen y que los aldeanos sean
prudentes; también deben aprender a pensar, a obrar con virtud y a no
venderse por un mendrugo de pan.
Don Sapiente (con gesto solemne, pero ojos chispeantes):—
Justamente, Pancho. La utopía pragmática no se limita a la justicia y la
cooperación; se extiende a la formación del espíritu y la mente. Como
dicen los chinos, “Un hombre sin educación es como un barco sin
timón”. Si no guiamos a los jóvenes, el Estado utópico se convierte en
quimera inestable, tan inútil como un molino sin viento.
Don Pancho (haciendo un gesto de exasperación cómica):—¡Caramba!
Entonces no basta con que los niños sepan leer y contar; hay que
enseñarles a distinguir entre lo justo y lo injusto, entre la codicia y la
generosidad. ¡Y a veces me parece más difícil que ordeñar a un gato!
Don Sapiente (riendo suavemente, con tono de maestro burlón):—En
Japón lo expresan con claridad: “La educación sin moral es como un
arco sin cuerda”. Podemos enseñar letras y números, pero sin inculcar
prudencia, integridad y sentido común, la utopía pragmática se
desploma como torre de naipes.
Don Pancho (asintiendo, frotándose la barbilla):—Y en la India, ¿no
dicen que el maestro que no corrige al discípulo contribuye a su
ruina? “El sabio aprende y enseña; el necio se extravía”. Pues bien, si
queremos un pueblo próspero, hay que enseñar a pensar antes de
actuar, y a actuar antes de hablar.
Don Sapiente (alzando un dedo, con voz didáctica y un toque satírico):
—Así es, Pancho. Y los árabes lo resumen con otro proverbio: “El
consejo es un espejo”. La educación moral refleja el alma del pueblo.
Enseñar a los niños a vivir con honestidad, prudencia y solidaridad es
sembrar semillas que darán frutos para toda la comunidad.
Don Pancho (riendo, mirando a los adultos de la plaza):—¡Ajá!
Entonces, la utopía pragmática no es un castillo de cuentos, sino un
huerto donde se cultivan corazones y mentes. Y si alguien se porta mal,

no se le crucifica, sino se le enseña… o se le deja que tropiece, siempre
con guía.
Don Sapiente (con aire de triunfo y complicidad):—Exactamente,
Pancho. La educación y la moral no son imposiciones rígidas ni
castigos eternos; son la base de un Estado donde el ideal y la realidad
se encuentran. La utopía pragmática consiste en formar ciudadanos
sabios y virtuosos, capaces de hacer florecer la justicia, la
cooperación y la alegría en San Alegro.
Don Pancho (levantando el sombrero y riendo a carcajadas):—¡Pues
marchemos a la escuela, Don Sapiente! A enseñarles a los niños que la
utopía puede ser práctica, que la justicia no es letra muerta y que el
buen humor también forma parte de la educación. Y si alguno pregunta
por milagros… que digan que la magia consiste en sembrar con
cuidado y paciencia.
Don Sapiente (mirando al cielo, con voz serena y chispeante):
—Así es, Pancho. Que la utopía pragmática guíe cada paso del pueblo:
con educación, virtud y sentido común. Y que San Alegro sea un
ejemplo de cómo el ideal puede coexistir con la realidad… siempre que
los hombres aprendan a soñar con los pies en la tierra y la cabeza en
las estrellas.
Continuemos el coloquio de Don Sapiente y Don Pancho , ahora
llevando la utopía pragmática al terreno de la economía y la justicia
social, siempre con tono cervantino, satírico y comparaciones
culturales:
Don Pancho (apoyándose en la barandilla del mercado, observando a
los mercaderes y clientes):—Don Sapiente, ya hablamos de educación
y moral, pero dígame… ¿qué hay de la economía? Porque si todos
trabajamos con prudencia y virtud, ¿cómo se asegura que nadie pase
hambre y que la comunidad prospere sin caer en los extremos del
socialismo utópico que usted refirió?
Don Sapiente (con gesto reflexivo y voz teatral):—Ah, Pancho, he aquí
la verdadera prueba de la utopía pragmática. No se trata de repartir pan
de manera indiscriminada ni de abolir la propiedad privada como

fantasía de quimérico socialismo. La economía de San Alegro debe
basarse en esfuerzo, cooperación y justicia, donde cada cual recibe
según su contribución, y todos se benefician de la prosperidad común.
Don Pancho (haciendo un ademán exagerado con los brazos):—¡Vaya,
vaya! Entonces no es eso de que todos comen igual aunque algunos
solo miren el horno. Aquí cada uno aporta lo suyo, pero nadie se queda
sin su tajada… salvo que se porte rematadamente mal, supongo.
Don Sapiente (sonriendo con ironía fina):—¡Exactamente! Como dicen
los chinos: “El agua lleva el barco, pero también puede volcarlo”. Si los
habitantes no contribuyen con justicia y diligencia, el Estado se hunde.
Pero si trabajan con prudencia y honestidad, la comunidad navega con
firmeza, y todos reman hacia un mismo horizonte de prosperidad.
Don Pancho (arqueando las cejas, divertido):—Y en Japón, ¿no dicen
que bajo un buen general no hay soldados débiles? Pues en la
economía debe ser igual: bajo un buen sistema, todos los ciudadanos
encuentran su fuerza y su lugar. Nadie es inútil, y nadie es explotado.
Don Sapiente (asintiendo con gesto solemne y chispeante):—Sí,
Pancho. Y en la India lo expresan con claridad: “Como el rey, así el
pueblo”. Si los gobernantes son justos, prudentes y sabios, la economía
florece; si son corruptos o negligentes, la riqueza se marchita y la
pobreza se extiende.
Don Pancho (riendo con socarronería)—¡Ajá! Entonces su utopía
pragmática no promete milagros ni pan de cielo; promete un sistema
donde la justicia y la virtud son moneda corriente, y la cooperación no
es forzada, sino cultivada. Muy distinto del socialismo utópico, donde el
banquete se espera del aire y la virtud parece un accesorio ornamental.
Don Sapiente (levantando un dedo con gesto de maestro y sonrisa
irónica):—Exactamente, Pancho. La utopía pragmática reconoce al
hombre tal como es: mezcla de ambición y generosidad, de negligencia
y talento. Por eso, un Estado justo debe incentivar la labor honrada,
corregir los excesos y recompensar la prudencia, construyendo así
un equilibrio donde todos ganan y la comunidad progresa.
Don Pancho (frotándose la barbilla, pensativo pero divertido):—Pues si
eso no es sentido común elevado a la categoría de utopía… ¡que baje

San Alegro y me lo explique! Yo digo que con educación, moral y
economía justa, hasta los gatos del mercado saben que el mejor ratón
es aquel que se gana con trabajo, y no robando.
Don Sapiente (riendo suavemente y mirando a la plaza llena de vida):
—Así es, Pancho. La utopía pragmática no promete perfección, sino
equilibrio: un sistema donde la justicia y la cooperación conviven
con la libertad y la responsabilidad. Cada acto honrado, cada
esfuerzo prudente, cada colaboración consciente, es un ladrillo más en
el edificio de la felicidad colectiva.
Don Pancho (levantando su sombrero y caminando con paso ligero):
—¡Pues marchemos a enseñar a San Alegro que la utopía puede ser
práctica, que la economía no es magia y que la justicia también se labra
con manos humanas! Y si alguien pregunta por milagros… que digan
que los milagros son lo que hacen los hombres cuando actúan con
sentido común y corazón justo.
Don Sapiente (mirando al cielo con complicidad y voz calmada):—Así
es, Pancho. Y que la utopía pragmática guíe a todos: con educación,
moral y economía, San Alegro puede ser ejemplo de cómo los ideales
se concretan en la acción diaria… sin perder nunca el humor ni la
sabiduría.
Diálogo 25. Continuemos el coloquio de Don Sapiente y Don Pancho,
ahora centrado en la justicia y la resolución de conflictos dentro de
la utopía pragmática, manteniendo el tono cervantino y satírico:
En el bullicio del mercado de San Alegro, donde se cruzan mercaderes, compradores y
curiosos, Don Pancho y Don Sapiente vuelven a su coloquio habitual. Tras haber
reflexionado sobre la educación y la moral, ahora llevan la utopía pragmática al terreno de
la economía y la justicia social. A la luz de proverbios y sentencias de distintas culturas, se
preguntan cómo lograr que el pan se reparta con equidad, que las balanzas sean justas y
que la riqueza de unos no se convierta en hambre para otros. Entre la picardía de Don
Pancho y la visión idealista de Don Sapiente, descubren que el verdadero arte de
gobernar no consiste en prometer abundancia infinita, sino en administrar con honestidad
y prudencia aquello que se tiene, para que todos puedan vivir con dignidad.
Don Pancho (mirando con gesto preocupado a un par de vecinos que
discuten sobre la venta de hortalizas):—Don Sapiente, si hasta en la

plaza surgen disputas, ¿cómo puede un estado, aunque sea utópico y
pragmático, mantener la paz y la justicia? Porque no basta con repartir
el pan y enseñar a los niños… alguien debe poner orden, ¿no?
Don Sapiente (con gesto reflexivo y sonrisa de complicidad):—Ah,
Pancho, la utopía pragmática sabe que los conflictos son inevitables
mientras haya humanos. Por eso no depende de decretos rígidos ni de
jueces temibles que aterren con su autoridad. La justicia debe
ser sabia, proporcional y guiada por la prudencia. Como dicen los
chinos: “El agua lleva el barco, pero también puede volcarlo”. La
autoridad debe sostener al pueblo, no aplastarlo.
Don Pancho (arqueando las cejas, divertido):—¡Ajá! Entonces el juez
no es un látigo ni un martillo que aplasta cabezas; es más bien como un
timonel que endereza velas y corrige el rumbo de la nave.
Don Sapiente (asintiendo con gesto teatral):—Justamente, Pancho. En
Japón dicen: “Bajo un buen general no hay soldados débiles”. Un líder
justo y prudente inspira confianza; los ciudadanos aprenden a resolver
sus propios conflictos con sensatez, porque saben que la justicia es
recta y equitativa.
Don Pancho (haciendo un gesto de admiración con la mano):
—¡Caramba! Entonces los pleitos no desaparecen, pero se encauzan. Y
en la India, ¿no dicen que “Como el rey, así el pueblo”? Pues si los
gobernantes actúan con rectitud y prudencia, los ciudadanos aprenden
a hacer lo mismo.
Don Sapiente (sonriendo con aire de maestro burlón):—Sí, Pancho. Y
los árabes lo resumen con un proverbio hermoso: “El consejo es un
espejo”. Un buen juez o líder refleja la sabiduría y la virtud en el pueblo.
La resolución de conflictos no consiste en castigos arbitrarios, sino en
enseñar, guiar y equilibrar.
Don Pancho (riéndose con picardía):—¡Pues si eso no es sentido
común elevado a la categoría de utopía pragmática…! Aquí nadie tiene
que temer que le quiten la mitad de la cosecha porque discutió con el
vecino; al contrario, aprenderá a dialogar y a buscar el bien común, que
es más dulce que cualquier multa.

Don Sapiente (alzando un dedo con aire solemne y chispeante):—
Exactamente. La utopía pragmática convierte la justicia en hábito, la
resolución de conflictos en enseñanza y la cooperación en costumbre.
No promete perfección ni ausencia de discordia, pero garantiza que el
conflicto no destruya la comunidad, sino que sirva para fortalecer la
prudencia, la tolerancia y la sabiduría compartida.
Don Pancho (tomando aire y sonriendo ampliamente):—¡Pues
marchemos, Don Sapiente! A enseñar a San Alegro que los conflictos
no son calamidades, sino oportunidades… siempre que haya un buen
juez, sentido común y un poquito de humor cervantino para endulzar la
enseñanza.
Don Sapiente (mirando al cielo, con voz serena y chispeante):—Así es,
Pancho. Que la utopía pragmática guíe a todos: educación, moral,
economía y justicia, todo en equilibrio. Y que San Alegro sea ejemplo de
cómo los ideales humanos se concretan en la acción diaria… con
paciencia, prudencia y, por supuesto, una sonrisa.
Don Pancho (observando a los niños reír y correr por la plaza):—Don
Sapiente, ya hablamos de educación, economía y justicia… pero
dígame, ¿qué hay de la felicidad? Porque no basta con que los
aldeanos sean prudentes y justos; también deben gozar de la vida,
aunque sea con pan humilde y agua fresca.
Don Sapiente (sonriendo con aire de sabio y chispeante):—Ah,
Pancho, la utopía pragmática no olvida la alegría del pueblo. Como
dicen los chinos: “El hombre que trabaja con gusto, disfruta de su pan”.
La felicidad no se encuentra en la riqueza desmedida, sino en la
armonía entre deber, virtud y convivencia.
Don Pancho (arqueando las cejas con gesto burlón):—¡Ajá! Entonces
no hay que prometer banquetes interminables ni fuentes de oro que
broten del suelo. Basta con que el pueblo sienta que la vida tiene
sentido, que el trabajo es justo y que hay justicia… y de paso, un
poquito de vino en las fiestas.
Don Sapiente (riendo suavemente):—Exactamente. En Japón
dicen: “La felicidad es como el agua del río: fluye para quien sabe

disfrutarla”. No se impone ni se fabrica con decreto; se cultiva con
educación, prudencia y buen gobierno.
Don Pancho (asintiendo con entusiasmo):—Y en la India, ¿no dicen
que la verdadera riqueza es la paz interior y la armonía con los
demás? “El sabio que comparte su alegría multiplica su felicidad”. Pues
eso es fácil de entender hasta para un viejo como yo.
Don Sapiente (alzando un dedo, con gesto de maestro y humor sutil):
—Sí, Pancho. Y los árabes lo expresan con otro proverbio: “Quien
reparte alegría, recoge alegría”. Un pueblo feliz es aquel donde la
cooperación, la justicia y la educación se combinan con la alegría
cotidiana, la risa y la esperanza.
Don Pancho (riendo y mirando a los mercaderes y vecinos):
—¡Caramba! Entonces la utopía pragmática no promete felicidad sin
esfuerzo; promete un equilibrio donde cada acto honrado y cada
buena costumbre se transforma en gozo compartido. Muy distinto
de los paraísos ilusorios que se venden en panfletos de fantasía.
Don Sapiente (mirando al cielo con gesto sereno y voz chispeante):
—Exactamente, Pancho. La utopía pragmática enseña que la felicidad
es fruto de la acción justa, la educación prudente, la cooperación
responsable y la moral vivida. No hay milagros fuera del corazón
humano; la alegría se construye cada día, paso a paso, con risa,
prudencia y sentido común.
Don Pancho (levantando su sombrero, riendo a carcajadas):
—¡Pues marchemos, Don Sapiente! A enseñar a San Alegro que la
felicidad no es un regalo de los dioses, sino la cosecha de un pueblo
que trabaja con justicia, aprende con humildad y ríe con alegría… y si
alguna vez llueve sobre el pastel, que no falte la sonrisa para endulzar
el día.
Don Sapiente (cerrando los ojos y respirando hondo, con voz tranquila
y divertida):—Así es, Pancho. Que la utopía pragmática guíe a San
Alegro: educación, economía, justicia y felicidad, todo en equilibrio. Y
que el pueblo aprenda que soñar con lo alto y actuar con prudencia
puede convertir cualquier rincón del mundo en un paraíso… siempre
que no olviden reír.

Diálogo 26. Síntesis
Coloquio final y cierre entre Don Sapiente y Don Pancho, integrando
todos los temas tratados y cerrando con un tono cervantino, satírico y
reflexivo:
Don Pancho (mirando la plaza llena de vida, niños corriendo,
mercaderes voceando y vecinos conversando):—Don Sapiente, ya
hemos hablado de educación, moral, economía, justicia, y hasta de la
felicidad… ¡y mire usted! Todo parece un río desbordante de palabras y
consejos. Pero dígame: ¿cómo se concreta todo esto en San Alegro?
¿No es demasiado ideal para nuestra pobre realidad?
Don Sapiente (sonriendo con gesto teatral y chispeante):—Ah, Pancho,
he ahí el encanto de la utopía pragmática: no es un castillo en el aire ni
una tierra de promesas vacías. Es un camino, un arte de equilibrar los
ideales con la acción cotidiana. La educación forma el juicio; la moral
dirige la conducta; la economía justa sustenta la vida; la justicia guía los
conflictos; y la felicidad… ¡la felicidad brota de la armonía entre todos
estos hilos!
Don Pancho (arqueando las cejas con picardía):—¡Vaya! Entonces no
es un socialismo utópico que reparte pan sin esfuerzo ni castillos
imaginarios donde todo es alegría sin trabajo. Es más bien… sentido
común elevado a la categoría de ciencia y arte.
Don Sapiente (asintiendo con tono burlesco):—Justamente. Como
dicen los chinos: “El agua lleva el barco, pero también puede volcarlo”.
La utopía pragmática reconoce la fuerza y el límite del hombre. Cada
acción cuenta, pero no basta con planear; hay que actuar con prudencia
y esperar la gracia del destino.
Don Pancho (riendo con sarcasmo amable):—¡Ajá! Y en Japón: “Bajo
un buen general no hay soldados débiles”. Pues si el liderazgo es justo
y prudente, hasta los vecinos más remisos aprenden a colaborar… y los
pleitos se encauzan sin latigazos ni tornillos de hierro.

Don Sapiente (alzando un dedo con aire de maestro y picardía):—Y en
la India: “Como el rey, así el pueblo”. Un gobernante justo y prudente
siembra cooperación, y la comunidad florece. En el mundo árabe,
recuerde: “El consejo es un espejo”. La virtud y la justicia reflejadas en
la autoridad inspiran a todos.
Don Pancho (golpeando suavemente su sombrero, divertido):—¡Pues
sí! La educación, la moral, la economía, la justicia y la felicidad… todo
hilado con sentido común y un poquito de humor cervantino. Eso sí que
suena a utopía que se puede tocar, o al menos palpar con las manos
del corazón.
Don Sapiente (mirando al cielo, voz serena y chispeante):
—Exactamente, Pancho. La utopía pragmática no promete milagros ni
perfección. Promete equilibrio: ideal y acción, sueño y trabajo,
prudencia y esperanza. Cada ciudadano aporta su granito, cada líder su
guía, y cada día es oportunidad de construir un San Alegro más justo,
sabio y feliz.
Don Pancho (riendo y señalando a los niños que juegan con la pelota)
—Pues marchemos, Don Sapiente, que la utopía pragmática no se
construye de palabras, sino de actos. Enseñemos a reír, a trabajar, a
compartir y a respetar… y si acaso llueve sobre el guiso, que no falte la
sonrisa, porque hasta la lluvia tiene su gracia.
Don Sapiente (sonriendo con ternura y complicidad):—Así es, Pancho.
Y que San Alegro sea ejemplo de cómo los ideales humanos se
concretan en la vida diaria: con educación, moral, economía, justicia y
alegría, todo en armonía. Que la utopía pragmática sea un camino, no
un espejismo, y que quienes lo transiten aprendan a soñar con los pies
en la tierra y los ojos en lo alto.
Don Pancho (tomando aire, mirando a su amigo y al pueblo):—Pues
entonces, Don Sapiente, brindemos con el corazón: por la prudencia,
por la virtud y por la utopía que sí se puede tocar. Y que nunca falte la
risa para endulzar los días.
Don Sapiente (alzando la vista al cielo y con voz de maestro risueño):
—¡Amén, Pancho! Y que la utopía pragmática guíe a San Alegro y a

todos los pueblos: sueño y acción, sabiduría y humor, siempre juntos,
como hermanos de razón y corazón.
Coloquio entre Don Sapiente y Don
Pancho sobre el célebre poema “Si” de
Rudyard Kipling,
Comparando refranes españoles y de
otras culturas.
Diálogo 27. sobre el célebre poema “Si” de Rudyard Kipling,
En una tarde cualquiera en la plaza de San Alegro, Don Pancho llega con un papel
arrugado que guarda unos versos extranjeros. Se trata del célebre poema “Si” de
Rudyard Kipling, con sus consejos de entereza, paciencia y templanza. Aquella poesía,
pensada para formar el carácter de un caballero inglés, se convierte en chispa de un
nuevo coloquio. Entre la picardía de Don Pancho y la solemnidad juguetona de Don
Sapiente, ambos descubren que las virtudes proclamadas por Kipling —prudencia,
esfuerzo, humildad y dominio de sí— coinciden con los pilares de la utopía pragmática: un
ideal que no levita en los aires, sino que se encarna en la vida cotidiana para gobernar
tanto al corazón humano como a la comunidad entera.
Coloquio cervantino y satírico entre Don Sapiente y Don Pancho sobre
el célebre poema “Si” de Rudyard Kipling, conectándolo con la idea
de utopía pragmática:
Don Pancho (sosteniendo un papel arrugado, con expresión curiosa):—
Don Sapiente, el otro día me topé con un poema inglés, que dice “Si
puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor la pierden…” y
tantas otras cosas de fortaleza y prudencia. Pero dígame, ¿qué tiene
que ver con esa utopía pragmática de la que tanto hablamos?

Don Sapiente (tomando aire, con gesto teatral y sonrisa chispeante):—
Ah, Pancho, justamente ahí radica la maravilla. Kipling nos habla
de virtudes universales: templanza, paciencia, honestidad, esfuerzo
constante… todas ellas, piedras angulares de la utopía pragmática.
Mantener la cabeza en medio del caos, medir palabras, actuar con
prudencia… todo eso construye no castillos en el aire, sino cimientos
sólidos para un mundo mejor.
Don Pancho (arqueando las cejas, divertido):—¡Vaya, Don Sapiente!
Entonces Kipling no solo da consejos para caballeros ingleses, sino que
nos enseña a organizar nuestra vida como un estado bien gobernado,
con sentido común y buen juicio. ¿Y qué dice el poema de los reveses,
esos golpes que caen de improviso?
Don Sapiente (con voz grave y chispeante):—Ah, ahí es donde brilla la
utopía pragmática. “Si puedes soñar sin hacer de los sueños tu amo…”,
dice Kipling. Es como nuestra lección: proyectar ideales humanos, pero
con humildad, sabiendo que la realidad y la providencia imponen sus
límites. No se trata de abandonar los sueños, sino de
hacerlos prácticos y sostenibles en la vida cotidiana.
Don Pancho (frotándose la barbilla, con tono irónico):—¡Caramba!
Entonces “perder sin odiar” o “ser engañado sin mentir” no es un
sermón aburrido, sino una receta para gobernar el corazón y la
comunidad… ¡sin que el pueblo nos tire tomates podridos!
Don Sapiente (riendo suavemente):—¡Exactamente, Pancho! Kipling
nos advierte que la virtud sin acción es vana, y la acción sin prudencia
es peligrosa. La utopía pragmática enseña lo mismo: equilibrio entre
ideal y realidad, entre sueño y acción, entre justicia y alegría. Todo
lo que el poema aconseja, se traduce en hábitos ciudadanos que
sostienen un San Alegro verdadero, no de fantasía.
Don Pancho (con sonrisa burlona):—Pues veo, Don Sapiente, que
Kipling y usted se entenderían a la perfección. Uno con verso y el otro
con sentido común cervantino. Ambos nos recuerdan que la grandeza
no está en la fantasía, sino en vivir el ideal cada día, con prudencia y
humor.

Don Sapiente (alzando un dedo como maestro y guiñando un ojo):—Sí,
Pancho. Que la utopía pragmática sea nuestro poema cotidiano:
mantener la cabeza, medir las palabras, actuar con rectitud, soñar con
los pies en la tierra… y siempre, siempre, reírnos de nosotros mismos
cuando la vida nos pone a prueba.
Don Pancho (riendo a carcajadas y señalando a los vecinos):—¡Pues
marchemos, Don Sapiente! Que cada quien practique su Si diario, y que
San Alegro se convierta en un lugar donde los sueños son prudentes,
las acciones justas y las risas abundantes.
Don Sapiente (mirando al cielo con voz pausada y chispeante):—Así
sea, Pancho. Que Kipling nos inspire y que la utopía pragmática nos
guíe: un mundo donde la virtud y la prudencia caminen juntas, y los
ideales se concreten en la acción diaria, sin perder nunca la sonrisa.
Don Sapiente (con voz pausada y gestos teatrales):—Ah, Pancho, aquí
nos habla de templanza y prudencia. Mantener la cabeza es no
dejarse arrastrar por la multitud ni por la confusión. En la utopía
pragmática, esto significa que un líder o ciudadano actúa con juicio
propio, aun cuando la sociedad se deje llevar por la necedad o la ira.
Don Pancho (asintiendo con humor):—¡Vaya! Entonces no basta con
gritar “¡Síganme todos!”; hay que pensar y medir cada paso, como en
un juego de ajedrez, y no tropezar con las torres de la vida.
Don Sapiente (guiñando un ojo):—Exacto. Sigamos: “Si puedes confiar
en ti mismo cuando todos dudan de ti…”. Ahí Kipling nos recuerda
la confianza prudente. La utopía pragmática no es soberbia; reconoce
límites, pero confía en la acción correcta y la razón aplicada.
Don Pancho (rascándose la cabeza con picardía):—¡Ah, eso es útil!
Porque si dudamos de todo y todos, terminamos como gallinas sin
cabeza… y nadie construye un pueblo feliz así.
Don Sapiente (con voz chispeante):—Ahora, “Si puedes esperar y no
cansarte de la espera…”. La paciencia es la columna de la utopía
pragmática. Los ideales no se alcanzan de un día para otro; requieren
constancia y tolerancia. El pragmatismo nos enseña que los frutos se
cultivan lentamente, pero con cuidado.

Don Pancho (con media sonrisa, medio sarcástico):—¡Ah! Como el
buen pan, que se hornea lento. Quien corre y quiere adelantar el horno,
se come la masa cruda.
Don Sapiente (riendo suavemente):—¡Muy cierto, Pancho!
Sigamos: “Si puedes soñar sin hacer de los sueños tu amo…”. Esto es
crucial: la utopía pragmática no es un castillo de aire. Soñar sí,
pero actuar y construir. La acción prudente convierte el ideal en
realidad palpable.
Don Pancho (gesticulando con entusiasmo):—¡Ya veo! Soñar con oro
no basta; hay que sembrar trigo, pan y buen juicio.
Don Sapiente (alzando un dedo, maestro risueño):—Exactamente. Y
aún más: “Si puedes enfrentar el triunfo y el desastre sin diferenciar
demasiado…”. La utopía pragmática enseña equilibrio: no alabar sin
medida, ni lamentar sin razón. La vida es un terreno de prueba donde
cada acción cuenta.
Don Pancho (sonriendo con malicia):—¡Caramba! Entonces el que se
ríe con éxito y no se lamenta con la ruina, es quien mantiene San
Alegro estable y el corazón ligero.
Don Sapiente (con mirada cómplice):—Finalmente, Kipling dice: “Si
puedes llenar el implacable minuto con sesenta segundos de valor
recorrido…”. Cada instante de acción consciente, virtuosa y prudente
construye la utopía pragmática. No hay milagro; hay constancia, juicio y
equilibrio entre ideal y realidad.
Don Pancho (riendo a carcajadas, levantando el sombrero):—¡Pues ya
lo tenemos, Don Sapiente! Kipling nos da la receta inglesa, y usted le
pone la sazón cervantina y pragmática. Mantener la cabeza, confiar,
esperar, soñar con pies en la tierra, equilibrar triunfo y desastre, y
aprovechar cada minuto… ¡eso sí que hace un pueblo feliz y sensato!
Don Sapiente (cerrando los ojos y respirando profundo, con voz de
maestro y chispa en la mirada):—Así es, Pancho. Que cada ciudadano
practique su Si diario: prudente en la palabra, justo en la acción,
paciente en la espera, prudente en la victoria y humilde en la caída. Esa
es la utopía pragmática hecha vida, y San Alegro será un lugar donde

los ideales se concretan con sentido común, esfuerzo y alegría
compartida.
Don Pancho (mirando la plaza, con los niños jugando y los vecinos
conversando):
—Don Sapiente, hemos recorrido proverbios, culturas, liderazgo,
integridad, prudencia… ¡y hasta Kipling nos ha dado lecciones! Me
parece que estamos más cerca de construir un San Alegro que de leer
otro tratado en polvo.
Don Sapiente (con sonrisa bondadosa y voz chispeante):
—Así es, Pancho. Todo lo que hemos hablado converge en una idea:
la utopía pragmática. No es un sueño vano ni un castillo en el aire; es
un camino donde la virtud, la prudencia, la acción constante y la alegría
diaria se encuentran.
Don Pancho (asintiendo, medio burlón):—¡Vaya! Entonces soñar no
está prohibido, pero hay que arremangarse, medir las palabras, actuar
con justicia y… reír cuando la vida nos pone a prueba.
Don Sapiente (alzando un dedo como maestro, guiñando un ojo):
—Exactamente, Pancho. Cada día es un verso de Kipling y un
proverbio de todos los pueblos: mantener la cabeza, confiar en el juicio,
esperar con paciencia, soñar con los pies en la tierra, actuar con
integridad y aprovechar cada minuto. Así, los ideales humanos se
concretan en la realidad.
Don Pancho (riendo a carcajadas, señalando a los niños y vecinos):
—Pues marchemos, Don Sapiente, que la utopía pragmática no se
construye con palabras, sino con la voluntad y los hechos.

Antiguo yo de don
Sapiente
Nuevo yo de don
Sapiente
LA TRANSFORMACION DE DON SAPIENTE DE LA SERENA
(METANOIA)*
(*)"Metanoia" es una palabra de origen griego. En griego, se escribe μετάνοια (metanoia) y su
significado literal es "cambio de mente" o "transformación espiritual". Proviene de los
componentes meta- (más allá) y nous (mente, espíritu), y se utiliza tanto en contextos filosóficos
como religiosos para señalar un cambio profundo en la manera de pensar o un arrepentimiento
genuino.
Diálogo 28. TEMA DE LA CONVERSACIÓN: metanoia.
En el ambiente sereno de un antiguo monasterio, Don Sapiente y Don Pancho retoman
su coloquio, esta vez inspirados por la luz de un vitral que descompone el sol en múltiples
colores. Esa imagen se convierte en metáfora del gran tema de su plática: la metanoia, el
cambio del alma. Más que un simple arrepentimiento, descubren que la verdadera
transformación no consiste en huir de lo que uno es, sino en renovarse desde dentro,
dejando atrás el “hombre viejo” para abrazar al “hombre nuevo”. Así, con tono reflexivo y
satírico a la vez, ambos amigos exploran el misterio del cambio interior como el primer
paso para un mundo más justo y más humano, donde la utopía pragmática empieza en
el corazón de cada persona.
Se encontraron Don Sapiente y Don Pancho en el claustro de un
antiguo monasterio, bajo el sol que se colaba por los arcos de piedra.
Don Sapiente, con su rostro sereno, observaba un vitral que reflejaba la
luz en mil colores.
Don Pancho: ¡Salud, mi estimado Don Sapiente! Os veo absorto en los
colores de la luz. ¿Pensáis acaso en la alquimia de los cielos?

Don Sapiente: Pensaba, mi querido Don Pancho, en la transformación.
¿No es la luz la misma, aunque cambie de forma al pasar por el cristal?
Así es la metanoia, el gran cambio del alma, que no es sino la misma
esencia de la persona, pero iluminada por una nueva verdad.
Don Pancho: ¡Válgame Dios, qué gran verdad decís! He conocido a
muchos que, como el agua estancada, no quieren moverse de su ser.
Mas el alma, para ser fructífera, ha de ser como un río que fluye, que
cambia su curso y renueva su cauce. La metanoia no es un simple
arrepentimiento, sino un acto de voluntad, un dejar atrás el hombre viejo
para abrazar al nuevo.
Don Sapiente: ¡Así es! No basta con reconocer el error, sino que hay
que poner la mano al arado y trabajar la tierra del corazón. El cambio
de identidad, del cual tanto se habla, no es perderse, sino encontrarse.
¿No le parece, Don Pancho, que muchos buscan ser otra persona,
cuando en verdad lo que necesitan es ser la mejor versión de sí
mismos?
Don Pancho: ¡Tan cierto como que el sol sale por levante! Quien se
empeña en ser otro, se pierde a sí mismo en un laberinto de
falsedades. La metanoia nos llama a la verdad de nuestro ser, a limpiar
el alma de las mentiras que nos hemos contado. Es como despojarse
de un hábito viejo y roto para vestirse con una túnica nueva y
resplandeciente.
Don Sapiente: ¡Y qué difícil es, amigo mío! El cambio nos pide dejar la
comodidad de lo conocido, aunque sea miserable, para aventurarnos en
la incertidumbre de lo desconocido, aunque sea mejor. Pero no hay
mayor gozo que el de un alma que se transforma, que ve el mundo con
ojos nuevos y se encuentra con Dios en cada esquina.
Don Pancho: ¡Bien decís! Y que la metanoia sea para nosotros, no un
castigo, sino la más hermosa de las promesas. El cambio no es una
aflicción, sino una bendición. Y que Dios nos dé la gracia para no temer
al nuevo amanecer que nos espera.
El sol, ya inclinado hacia el poniente, bañaba el claustro con una luz
dorada y cálida. Don Sapiente y Don Pancho, con sus almas ya

transformadas por la luz del día y la profundidad de su charla, se
preparaban para la despedida.
Cierre del Coloquio y Reflexión Final
Don Pancho: La verdad es que esta plática, mi buen Don Sapiente, ha
sido como un bálsamo para el alma. He visto la metanoia, no como un
doloroso calvario, sino como el primer paso de un gozoso camino hacia
una vida mejor.
Don Sapiente: Así sea, mi estimado amigo. Y que esta luz, que hoy
nos ilumina en este claustro, nos acompañe en nuestros días, para que
no temamos al cambio y seamos capaces de ver la belleza de la
transformación en cada amanecer.
Don Pancho: ¡Así sea! Que nuestros corazones sean como un jardín
que, aunque en ocasiones esté lleno de malas hierbas, siempre se
pueda labrar para que las flores de la virtud puedan florecer.
Don Sapiente: ¡Y que así sea! Vuestro ingenio es digno de encomio,
Don Pancho. Me marcho con el alma más ligera y el corazón más
alegre por vuestra sabia compañía.
Don Pancho: Y yo con la bendición de vuestra amistad. ¡Que Dios os
guarde, mi buen Don Sapiente!
Y con un noble apretón de manos, los dos amigos se separaron,
dejando en el aire la certeza de que el mayor viaje del hombre no es en
busca de un tesoro, sino en el cambio de su propio ser.
Diálogo 29. El Horizonte Ético de la Comunidad
Después de muchas pláticas en plazas, claustros y mercados, Don Sapiente y Don
Pancho llevan ahora su reflexión a un nivel más profundo: el horizonte ético de la
comunidad. Ya no se trata solo de virtudes individuales o de buenos gobiernos, sino de
aquellas fuerzas invisibles —las significaciones imaginarias, diría Castoriadis— que dan
sentido y cohesión a un pueblo. Entre la esperanza de Bloch, la imaginación de Ricoeur, la
intuición de Bergson, la praxis de Freire y la fuerza transformadora del amor propuesta por
san Pablo, dialogan sobre cómo la dignidad, el bien común y la solidaridad se convierten
en pilares de un “Estado utópico-pragmático”. En tono cervantino y jocoso, pero con
hondura filosófica, el coloquio nos recuerda que ningún modelo político puede sostenerse
sin un horizonte ético compartido, capaz de alimentar tanto la justicia como la esperanza.

—Me habla de "significaciones imaginarias" ahora. ¿Eso qué es?
—Cornelius Castoriadis decía que toda sociedad se constituye a
través de significados que nosotros mismos creamos y que nos
orientan. En Corinto, las tensiones reflejaban una búsqueda de
identidad. Pablo propone un horizonte éticocentrado en la caridad.
Ese es el significado fundante. Para nuestro Estado, la dignidad de la
persona y el bien comúnserían esas significaciones que inspiran la
política y la ley.
—Así que, Don Sapiente, lo que me dice es que su "Estado utópico-
pragmático" no solo necesita buenos principios, sino también que la
gente tenga esperanza, que use su imaginación para ver soluciones y
que tenga esa intuición para discernir lo correcto. Y que todo eso se
base en el amor, ¿me equivoco?
—¡No se equivoca en absoluto, don Pancho! Bloch nos recuerda la
esperanza, Ricoeur la imaginación, Bergson la intuición, Freire la praxis
y Castoriadis las significaciones. Todo ello, en diálogo con san Pablo,
nos muestra que la verdadera fuerza transformadora es el amor que
integra la fe y la esperanza para construir una comunidad justa. No es
un Estado confesional, sino una sociedad que abraza la dignidad, la
solidaridad y la libertad como principios fundamentales. ¿No le parece
una forma de ver la política con otros ojos?
¡Don Pancho! Me alegra que lo vea así. Verá, todas estas ideas que le
he estado compartiendo, no son solo elucubraciones mías. Son el fruto
de un trabajo que, permítame la modestia, ha visto la luz.
—¿Que ha visto la luz? ¿Está diciendo que lo ha publicado? ¡Don
Sapiente, me deja usted pasmado! Con razón le veía tan metido en sus
papeles.
—Así es, amigo mío. He tenido la fortuna de que estos ensayos sobre
el Estado utópico-pragmático hayan sido publicados. Y como usted
ha sido un interlocutor tan perspicaz y crítico, he pensado que no hay
mejor manera de terminar nuestra conversación que entregándole las
separatas.
—¡Las separatas! ¡Qué honor, don Sapiente! Así podré leerlas con
calma y, quizás, seguir dándole la lata con mis objeciones.
—¡Eso espero, don Pancho! Porque el diálogo y la crítica constructiva
son, precisamente, parte de la esencia de este modelo. Espero que
disfrute de la lectura. Ahí encontrará todo lo que hemos conversado y
mucho más.

—¡Don Pancho! —decía don Sapiente con gesto levantado y
ademán de profesor en cátedra—…
—¡Don Pancho! —proseguía don Sapiente, con su voz llena de
convicción—, ¿no es acaso el deber del sabio mirar más allá de las
fronteras que nos impone el presente, y alzar los ojos a la
bienaventurada utopía, en busca de un mundo en que los hombres,
libres de las cadenas de la ignorancia y la tiranía, se vean
abrazados por la paz eterna y la virtud?
Don Pancho, que no entendía mucho de esos vuelos de espíritu, se
reclinó sobre su silla ajustó las gafas, y dijo con la voz tranquila del
hombre práctico:
—Amigo mío, bien sabéis que me caéis bien, y no dudo que
vuestro cerebro sea vasto como el cielo mismo. Pero no os
engañéis; la utopía, aunque hermosa en sus palabras y sueños, es
como el sol que no se puede tocar: brillante, sí, pero distante e
inalcanzable. ¿Qué ventaja tiene hablar de un mundo perfecto si
los hombres no son capaces de gobernar ni su propio destino?
Mejor sería, en mi humilde parecer, centrarnos en lo que tenemos:
un Estado que funcione, que dé pan a los hambrientos, justicia a
los oprimidos y trabajo a los hombres honrados.
—¡Ah, Pancho! —respondió don Sapiente, levantando una mano al
aire como si quisiera atrapar un pensamiento volátil—, ¿no veis
que, al hablar de un Estado funcional, no hacéis más que referiros
a los retazos de una sociedad imperfecta que sólo consigue

parchear las grietas del alma humana? El verdadero cambio, amigo
mío, radica en transformar al ser humano, no en reformar sus
leyes. Si el hombre, tal como es, no se eleva, todo lo demás será
vana construcción que no resistirá la prueba del tiempo. El Estado
ha de ser un reflejo de las virtudes que cultivamos en nosotros
mismos. Un Estado utópico, si queréis, pero cuya utopía no sea un
sueño lejano, sino una meta tangible, alcanzable a través de la
acción correcta, del esfuerzo genuino, y de la voluntad unificada de
sus ciudadanos.
Don Pancho, quien ya comenzaba a agitarse en su silla, hizo un
gesto con la mano como si intentara espantar un insecto molesto.
—¿Un Estado formado por los esfuerzos de ciudadanos? —
preguntó con tono incrédulo—. ¿No estáis olvidando que los
hombres son criaturas de apetitos, de pasiones y de necesidades,
y que lo que mueve a la mayoría es el interés personal? ¿Creéis
que basta con elevar al hombre para que todo funcione como
debe? Yo he visto suficiente en mi vida como para saber que, por
más que uno quiera, la naturaleza humana sigue siendo la misma.
Los gobernantes son como el resto: buscan el poder, el dinero y el
control. Y mientras eso siga siendo así, la utopía será tan solo un
hermoso cuento para niños, sin ninguna base en la cruda realidad.
Don Sapiente, sin inmutarse, sonrió como quien conoce la
respuesta a una pregunta que ya ha sido respondida muchas veces
antes.
—¡Ah, mi buen Pancho! —dijo con tono melodioso—, vuestra visión
del hombre es válida, sin duda. Pero es en la educación y el
despertar de la conciencia donde radica el cambio. Si cada hombre
comprendiera que su verdadera libertad no está en la satisfacción
de sus deseos inmediatos, sino en la subyugación de su voluntad a
la verdad y la justicia, entonces viviríamos en el mundo que
propongo. No es una cuestión de poderes externos, sino de una
transformación interna que debe preceder a la edificación de
cualquier estructura política. Un hombre virtuoso sabrá cómo
gobernar, porque será gobernado por su propia rectitud. ¡Y ese es
el Estado que debe erigirse, Pancho! Un lugar donde el alma de
cada uno esté libre de egoísmo, y así, las leyes de la justicia no
serán más que una prolongación de la virtud natural de los
ciudadanos.

Don Pancho, aunque no del todo convencido, permaneció
pensativo durante unos instantes. Luego, con una leve sonrisa,
respondió:
—No dudo que lo que decís sea digno de consideración, amigo
mío. Pero si algún día el hombre alcanza tal perfección que la
justicia fluya de él como un río sin fin, me habré equivocado en mi
juicio. Pero mientras tanto, yo seguiré creyendo en las leyes, en los
tribunales y en las instituciones que, aunque imperfectas, nos
mantienen unidos y vivos. Que, por lo menos, nos den un poco de
orden en este mundo tan alborotado.
—Quizá —respondió don Sapiente con un suspiro—, quizá lo que
tú dices sea más próximo a la realidad de nuestros días. Pero no
debemos olvidar que la grandeza del hombre está en aspirar a algo
superior, aunque nunca logre alcanzarlo del todo. El verdadero
fracaso, Pancho, es conformarse con la mediocridad cuando uno
sabe que puede aspirar a más.
Con esto, el diálogo se tornó más manso, como los últimos rayos
del sol antes del ocaso. Ambos sabían que, aunque sus
perspectivas diferían, había en sus corazones el deseo de construir
un mundo mejor, aunque uno lo viera en el futuro y el otro lo
procurara en el presente.
Y así, quedaba suspendida la conversación, como la promesa de
un día por venir. Mientras tanto, el Extremeño, en su exilio,
aguardaba la ocasión propicia para continuar su relato, que, como
el río, seguiría fluyendo hacia nuevas orillas de sabiduría y
reflexión.
El Estado basado en la Doctrina de Jesús y la Iglesia Católica
—¡Pancho! —exclamó don Sapiente con fervor, como quien da con
la clave de un enigma largo tiempo buscado—. No es suficiente
con hablar de un Estado de hombres virtuosos, porque tal cosa, si
se deja al arbitrio humano, será como una flor que brota en tierra
estéril. Necesitamos algo más grande, más profundo, algo que no
dependa solo del capricho de los hombres, sino de una moral y una
justicia trascendentes. ¡Es ahí donde entra la doctrina de Nuestro
Señor Jesucristo, que no solo vino a salvarnos del pecado, sino a
enseñarnos cómo debe ser el orden verdadero de la sociedad!
Don Pancho, que había estado dándole vueltas al tema de los
ideales, frunció el ceño, desconcertado, y con voz grave replicó:

—¡Ay, amigo Sapiente! No pretendo ignorar la grandeza de las
enseñanzas de Jesús, pero no puedo evitar preguntarme si un
Estado como el que proponéis sería posible en este mundo.
¿Cómo se aplica lo divino en la vida cotidiana de los hombres? La
Iglesia, sin duda, tiene su doctrina, pero ¿cómo se transforma eso
en una realidad vivida por las masas? Todos sabemos que la
historia está llena de sombras donde el nombre de Cristo fue
utilizado por poderes terrenales, y los mismos que clamaban en su
nombre despojaban a los pobres y oprimían a los débiles. ¿Cómo
evitar que los mismos vicios que corrompen al hombre lleguen a la
misma Iglesia?
Don Sapiente, quien jamás se dejaba amilanar por los argumentos
que despojaban de luces a su visión, le respondió con seriedad:
—¡Oh, Pancho, mi buen Pancho! Lo que propones es una verdad
amarga, pero no menos cierto es que la historia no siempre refleja
lo que debe ser, sino lo que los hombres, cegados por sus
pasiones, hacen de ella. Sin embargo, esto no debe hacernos
dudar del verdadero camino. La doctrina de Jesús, si se sigue con
fe y con amor, trae consigo un orden que no es de este mundo,
pero sí para este mundo. ¡Vede, Pancho! El Evangelio es claro: "Mi
Reino no es de este mundo" (Jn 18, 36), y sin embargo, ese Reino
se puede reflejar aquí, en la caridad, en la justicia, en la paz y,
sobre todo, en la unidad. ¡Un Estado cristiano no sería otro que
aquel donde la voluntad de Dios se vea reflejada en cada acción!
Un Estado donde las enseñanzas de Cristo, como la de amar al
prójimo como a uno mismo, se hagan carne en las leyes, en los
actos de los gobernantes y en los corazones de los súbditos.
—Entonces —interrumpió Pancho, con tono dubitativo—, ¿estáis
diciendo que debemos gobernar según los preceptos de la Iglesia,
como la misericordia, la justicia y la humildad, dejando de lado las
leyes humanas? ¿Qué haremos con el interés propio, con la
necesidad de orden y la seguridad, que son tan esenciales para la
paz de una nación? Los hombres, aunque busquen lo bueno,
siguen siendo débiles.
Don Sapiente asintió lentamente, sus ojos iluminados por una luz
interior, como si las palabras de Cristo fueran el faro de su
discurso:
—Sí, Pancho, así es. No se trata de excluir las leyes humanas, que
son necesarias para evitar el caos, sino de imprimirles un sello que

provenga de lo divino. La Iglesia Católica, a través de su
Magisterio, ha enseñado siempre que el bien común es la razón
suprema de la autoridad política. Y este bien común debe estar
alineado con los principios del Evangelio. El gobernante, por
ejemplo, no debe actuar según su propio beneficio, sino como
servidor del pueblo, tal como nos enseñó Jesús, que siendo el Rey
de los Cielos, se humilló para servir a los demás. El poder en
manos del cristiano, entonces, no debe ser un poder de dominio,
sino de servicio, un servicio que fomente la dignidad humana, que
proteja a los débiles y que promueva el bien espiritual y material de
todos.
—¡Ah! —dijo Pancho, ya intrigado y algo menos escéptico—, pero
¿cómo lograr que todo eso funcione en la práctica? Sabéis que no
es fácil cambiar la naturaleza de los hombres, y menos aún, los
sistemas que rigen los Estados actuales. ¿Qué haríamos,
entonces, con las injusticias que surgen de las ambiciones
humanas? ¿Acaso la caridad es suficiente para resolver la
pobreza, la corrupción y la desigualdad?
Don Sapiente, con una mirada profunda, respondió:
—No, amigo mío, no es la caridad una solución aislada, sino la
fuente de toda solución. La caridad cristiana no se limita al dar
limosna o a gestos de compasión; es una transformación interior
que se refleja en las leyes y en la convivencia social. La Iglesia
enseña que el Estado debe velar por los más pobres, los más
necesitados, y debe luchar contra toda forma de injusticia. La
Doctrina Social de la Iglesia, expuesta en encíclicas como Rerum
Novarum y Centesimus Annus, nos llama a la creación de una
sociedad donde la justicia y la solidaridad sean las bases de la vida
política.
Y así, añadió, casi con un brillo en los ojos:
—¿Y cómo se lograría este noble propósito? Por la acción
conjunta de todos los ciudadanos, guiados por la sabiduría
divina. Es necesario educar, instruir y transformar a cada hombre,
para que se haga responsable de su propia vida y de la de los
demás. Pero también, y esto es lo esencial, los gobernantes deben
estar dispuestos a sacrificarse por el bien común. El Estado
cristiano es aquél en el que la caridad reina sobre la ley, la justicia
y la verdad. Es un Estado en el que la familia es protegida y
fortalecida, en el que el trabajo tiene su dignidad, y en el que la

paz no es un acuerdo superficial, sino un reflejo del amor divino
entre los hombres. ¡Este es el Estado que Jesús nos enseña, y al
que la Iglesia Católica llama a todos a aspirar!
Don Pancho, con la mente más abierta y el corazón menos rígido,
reflexionó sobre las palabras de su amigo. Finalmente, tras un
largo silencio, dijo:
—Quizá, amigo Sapiente, haya algo de verdad en lo que decís. A lo
mejor, lo que necesitamos no es tanto un nuevo sistema, sino un
corazón nuevo. Pero, bien lo sé, para que ese corazón se
transforme, hace falta más que discurso, hace falta un milagro.
—¡Precisamente, Pancho! —respondió don Sapiente, sonriendo—.
Y el mayor milagro es el amor divino que puede transformar a cada
uno de nosotros, y, con ello, transformar el mundo.

“Proclamación de la Constitución
Utópico-Pragmática”
Escenario: Plaza mayor de un pueblo
español.

Quitándole el polvo a las ideas

Diálogo 30. “Proclamación de la Constitución Utópico-Pragmática”
La plaza mayor se engalana como nunca: balcones vestidos de blanco y dorado, mesas
de mercado convertidas en bancadas improvisadas, y los vecinos —jóvenes y viejos,
comerciantes y campesinos— reunidos con expectación. Don Sapiente, idealista y
profesor, y Don Pancho, bibliotecario pragmático y mediador del pueblo, se disponen a
dar vida a un sueño que hasta entonces parecía imposible: la Constitución Utópico-
Pragmática. Entre preguntas incisivas, dudas realistas y bromas satíricas de los vecinos,
el pueblo entero se convierte en partícipe de un acto solemne y popular a la vez. Con un
tono que mezcla la seriedad de la política, la sabiduría de los proverbios y el humor
cercano de lo cotidiano, la proclama busca sentar las bases de un modelo nuevo: una
comunidad cimentada en justicia, dignidad y participación, donde la utopía no flota en
nubes etéreas, sino que toca la tierra en cada gesto del pueblo unido.
Escenario: Plaza mayor de un pueblo español. Balcón central
adornado con banderas blancas y doradas. Mesas de mercado, vecinos
sentados y de pie, niños jugando, perros correteando.
Personajes:
Don Sapiente: Profesor idealista, voz de la ética y la razón.
Don Pancho: Bibliotecario pragmático, mediador del pueblo, con humor
sutil.
Vecino curioso: Preguntas de sentido común.
Vecina mayor: Prudente, con experiencia, cuestiona ideas y recuerda
la historia.
Vecino bromista: Humor, comentarios sarcásticos y guiños al público.
Vecino joven: Inquieto, busca claridad práctica.
Comerciante: Interesado en comercio y economía.
Campesino: Preocupado por tierra y justicia social.
Anciano sabio: Reflexiones y referencias históricas.
Otros vecinos: Participación, vítores, reacciones.
Acto I: La proclamación inicial
Don Sapiente (alzando la voz desde el balcón):—¡Vecinos, aldeanos
y viajeros! Hoy traemos un pacto de justicia, verdad y amor fraterno, un
faro que guiará nuestra España.
Vecino curioso:—¿Y eso nos da pan y vino, o solo discursos largos
para cansar el oído?
Don Pancho (haciendo reverencia teatral):—Ni pan ni vino solo, buen
hombre. Pero os dará reglas claras, protección y participación. Yo os
guiaré con preguntas de sentido común.

Vecina mayor:—¡Eso quiero oír! Que tengo años de escuchar y poca
paciencia para cuentos largos.
Don Sapiente:—Cada gobernante, rey o presidente, jurará fidelidad no
a su linaje ni a un partido, sino al bien común, a la justicia y a la verdad.
Vecino joven:—¿Y si se olvida, o se distrae con banquetes y fiestas?
Don Pancho (dramático):—¡Eso sí que es peligroso!
Don Sapiente:—La Constitución prevé transición pacífica a un gobierno
ético. El poder es servicio, no capricho.
Acto II: Dudas y debates del pueblo
Comerciante:—¿Y qué de los impuestos y comercio? ¿No nos
ahogarán con leyes imposibles?
Don Sapiente:—El comercio será libre, regulado solo para garantizar
justicia y bienestar. Nadie será explotado ni obligado a pagar más de lo
justo.
Campesino:—¿Y la tierra? Que hay muchos ricos que quieren
acaparar y dejar a los pobres sin nada…
Don Pancho:—¡Eso me preocupa también!
Don Sapiente:—La Constitución protege la propiedad justa y acceso a
recursos, siempre en equilibrio con el bien común.
Vecino bromista:—¿Y si algún noble se cree más que todos y no
respeta nada?
Don Pancho:—¡Pues se le corregirá, que todos somos guardianes de
la justicia!
Anciano sabio:—Recuerdo tiempos donde la ley era solo para unos
pocos. Aprendamos: la justicia debe abarcar a todos.
Vecina joven:—Y los que somos de distintas creencias, ¿viviremos
tranquilos sin imposiciones?
Don Sapiente:—Sí. Los principios cristianos guían la ética, no imponen
la fe. Todos serán respetados si viven con justicia, dignidad y amor
fraterno.
Vecino curioso:—Pero, si alguien miente o roba, ¿cómo lo atrapamos?
Don Pancho:—Con tribunales de ética, participación ciudadana y
transparencia. La ley y la sabiduría, no la violencia.
Acto III: Alternancia de gobiernos: Monarquía y República
Vecino curioso (levantando la voz):—Pero, Don Sapiente, si
queremos cambio, ¿no habrá que desterrar al rey o al presidente para
instaurar otra forma de gobierno?
Don Pancho (con gesto conciliador):—¡Nada de exilios! En nuestro
sistema utópico-pragmático, tanto la monarquía como la república
pueden aspirar al poder como “partidos” legítimos.

Don Sapiente (asintiendo solemnemente): —Así es. No hay
necesidad de expulsar al monarca ni al presidente de la república. Cada
uno puede participar en elecciones, defender sus principios y ofrecer su
modelo de gobierno al pueblo. La alternancia se decide por méritos,
ética y aceptación ciudadana, no por imposición o venganza.
Vecina mayor (pensativa):—¡Vaya! Así nadie queda fuera, y la paz se
mantiene entre todos.
Vecino joven:—Entonces, podemos elegir entre un gobierno
monárquico ético o una república ética, según la voluntad del pueblo.
Don Sapiente:—Exactamente. La utopía pragmática no obliga a excluir
a nadie, sino que permite convivir con respeto, justicia y transparencia.
Vecino bromista:—¡Así sí! Que hasta el rey o presidente tendrán que
aprender a escuchar al pueblo, ¡como todos nosotros!
Don Pancho:—Y eso, buen pueblo, hace que nuestro sistema sea
fuerte, justo y participativo, sin rupturas ni guerras por poder.
Acto IV: Humor, resolución y celebración
Vecino bromista (haciendo reverencia teatral):—¡Y si algún sabio de
biblioteca, como Don Pancho, se pone a escribir leyes en verso?
Don Pancho (inclinándose, sonriendo):—¡Que se oigan los versos!
Mejor luz al corazón que solo al ojo.
Campesino:—Que esto funcione en la práctica, que no quede solo en
palabras bonitas.
Don Sapiente:—Por eso llamamos a todos a participar, vigilar y
corregir: pueblo y gobernantes caminando juntos.
Vecina mayor:—¡Bien dicho! Que ningún tirano o noble se crea más
que el pueblo.
Vecino joven:—Parece utopía… pero si es pragmática, puede
funcionar.
Don Sapiente (alzando brazos al cielo):—Utopía con pies de tierra,
justicia que ilumina, esperanza que guía la vida diaria.
Acto V: Proclamación final
Don Pancho y Don Sapiente (alzando manos hacia la multitud):—
¡Pueblo de España! Que esta Constitución sea nuestro faro, la justicia
nuestro camino, y la esperanza nuestra guía diaria.
Todos los vecinos (aplaudiendo, bailando, lanzando flores y
sombreros):—¡Viva la Constitución Utópico-Pragmática Cristiana! ¡Viva
España, tierra de justicia, libertad y amor para todos!

Vecino bromista (susurrando a su vecino):—¡Y yo que pensaba que
veníamos solo por el vino!
Don Pancho (riendo):—¡Aquí hay más que vino! Justicia, amor y risas:
eso nutre más que cualquier caldo.
Don Sapiente (cerrando pergaminos, mirando la plaza):—¡Que esta
plaza recuerde hoy que la utopía se hace camino cuando camina junto
al pueblo!
(Telón imaginario cae. Pueblo celebra, conversa y debate
alegremente.)
A continuación se repartieron folletos de la propuesta para una
constitución en la que se podía leer lo siguiente:
PROPUESTA DE CONSTITUCIÓN
UTÓPICA-PRAGMÁTICA DEL ESTADO
ESPAÑOL
Preámbulo
El Pueblo Español, en el ejercicio de su soberanía, inspirado en los principios de
la dignidad de la persona, la libertad responsable, la justicia, la fraternidad y la
paz, y reconociendo en la tradición cristiana, junto con las aportaciones éticas
universales de la humanidad, una fuente de inspiración común, establece esta
Constitución como fundamento supremo de su convivencia y de su orden político.
Conscientes de que el amor, junto con la fe en un futuro de bien y la esperanza en
la justicia, constituyen la base de una vida social plena, los ciudadanos de España
se comprometen a construir una comunidad política justa, libre y solidaria.
Título I. Principios Fundamentales
Artículo 1. Naturaleza del Estado
España se constituye en un Estado democrático, social y de derecho, definido
como utópico-pragmático, que se fundamenta en la dignidad de la persona, la
verdad, la justicia, la libertad y la fraternidad.
La soberanía reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del
Estado.
Artículo 2. Valores Supremos.Son valores supremos del ordenamiento
constitucional: la dignidad humana, la verdad, la justicia, la libertad, la fraternidad,
la solidaridad y la paz. El amor se reconoce como principio inspirador del bien
común.
Artículo 3. Unidad y Pluralidad
España se reconoce como una comunidad política plural, que integra la diversidad
de sus pueblos y culturas.

Se garantiza la unidad del Estado y el respeto a la pluralidad cultural, lingüística y
religiosa.
Artículo 4. Neutralidad e Inspiración. El Estado no establece ninguna confesión
como oficial, garantizando la libertad de conciencia y de religión. Reconoce, no
obstante, la tradición cristiana y otras aportaciones universales como
inspiraciones históricas y éticas de sus valores.
Título II. La Jefatura del Estado (partidista)
Artículo 5. Forma del Estado
La Jefatura del Estado puede revestir forma monárquica o republicana, de
acuerdo con la elección del pueblo a través de procesos electorales.
La monarquía y la república podrán existir como opciones políticas
representadas por partidos distintos: un partido monárquico y un partido
republicano, sin que sea necesario exiliar o eliminar a la otra opción.
La persona que ejerza la Jefatura del Estado, sea monarca o presidente, deberá
jurar fidelidad a los principios fundamentales de esta Constitución.
Artículo 6. Control democrático de la Jefatura
La continuidad en el cargo, ya sea monárquico o republicano, depende de la
confianza del pueblo expresada mediante elecciones democráticas.
Ningún sistema tiene prioridad automática sobre el otro: la soberanía popular
decide en cada elección.
En caso de violación de los principios constitucionales, el pueblo puede revocar el
mandato mediante los mecanismos de participación democrática previstos.
Título III. División de Poderes
Artículo 7. Poder LegislativoEl poder legislativo reside en las Cortes Generales,
elegidas por sufragio universal, igual, libre, directo y secreto.
Artículo 8. Poder EjecutivoEl poder ejecutivo corresponde al Gobierno,
responsable ante las Cortes Generales y elegido democráticamente.
Artículo 9. Poder JudicialEl poder judicial es independiente y garantiza la
aplicación de la justicia conforme a la verdad, la dignidad humana y los valores
constitucionales.
Título IV. Sistema Jurídico y Militar
Artículo 10. Orden Jurídico. El ordenamiento jurídico se inspira en los principios
universales del derecho natural y positivo, asegurando justicia, equidad y respeto
a la dignidad de la persona.
Artículo 11. Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas se organizan bajo el
principio de servicio a la paz, la defensa del pueblo y la protección del orden
constitucional, quedando prohibida su utilización como instrumento de opresión.
Título V. Derechos Fundamentales
Artículo 12. Derechos Inalienables. Toda persona tiene derecho a la vida, la
libertad, la igualdad, la verdad, la justicia, la educación, la fraternidad, la

solidaridad y la participación en el bien común.
Artículo 13. Libertad de Conciencia. Se garantiza la libertad de pensamiento,
conciencia, religión y creencias, siempre en el marco del respeto a los valores
fundamentales del Estado.
Artículo 14. Solidaridad y Bien Común. El Estado promoverá la justicia social, la
igualdad de oportunidades y la solidaridad entre los ciudadanos y con los pueblos
del mundo.
Título VI. – De la Unidad Nacional
Artículo 15 – De la unidad y la indivisibilidad del Estado
El Estado Utópico-Pragmático se fundamenta en la unidad esencial de la
nación, reflejo del principio de comunión y fraternidad universal.
La unidad del Estado es indivisible, inalienable e irrenunciable. Ningún
territorio, región, comunidad o colectividad podrá pretender la secesión o
independencia, ni por la fuerza ni por vías jurídicas.
Se reconoce y protege la diversidad cultural, lingüística, histórica y regional
como patrimonio común de todos los ciudadanos, garantizando su promoción y
transmisión, pero siempre en armonía con la unidad superior del Estado.
Se consideran contrarias al bien común y, por tanto, prohibidas las ideologías
y partidos de carácter separatista o excisionista, por atentar contra la unidad
espiritual, política y social de la nación.
La diversidad cultural se entiende como riqueza compartida y no como
fundamento de ruptura. Todo proyecto político deberá orientarse al fortalecimiento
de la unidad nacional y de la solidaridad entre regiones.
La unidad se inspira en el principio de la fraternidad evangélica: “Que todos sean
uno” (Jn 17,21), y en la razón natural que enseña que ningún miembro puede
sobrevivir apartado del cuerpo al que pertenece.
Mecanismos para garantizar la unidad nacional
Tribunal Constitucional de Unidad Nacional (TCUN):
Órgano supremo encargado de vigilar que ninguna ley, discurso o programa
político atente contra la unidad del Estado.
Tiene la potestad de disolver partidos o asociaciones que promuevan la secesión.
Cláusula de disolución automática de partidos separatistas:
Todo partido que incluya en su programa político la independencia o secesión
quedará automáticamente fuera de la legalidad.
Sus dirigentes podrán seguir en política si renuncian públicamente a tales fines.
Educación para la unidad:
El sistema educativo incluirá una formación común en historia compartida,
valores de fraternidad y cultura del bien común, enseñando a valorar la
diversidad dentro de la unidad.Se promoverán programas de intercambio entre
comunidades autónomas/regiones para reforzar la conciencia de pertenencia
común.
Foro de Diversidad y Unidad:
Espacio permanente de diálogo entre las diferentes comunidades culturales y

lingüísticas del Estado.
Su función será garantizar que la diversidad enriquece, nunca divide.
Juramento institucional:
Todos los cargos públicos deberán jurar defender la unidad del Estado como
principio innegociable.
La traición a este juramento será considerada falta gravísima y podrá conllevar la
inhabilitación perpetua para cargos de representación.
De este modo, el Estado Utópico-Pragmático conjuga lo espiritual (unidad
fraterna, rechazo a la idolatría del separatismo) y lo práctico (mecanismos
jurídicos e institucionales) para garantizar una España unida, diversa y
solidaria.
Título VII. Reforma Constitucional
Artículo 15. Procedimiento de ReformaLa presente Constitución podrá ser
reformada mediante los mecanismos democráticos establecidos en ella, siempre
que se respete el núcleo irreformable constituido por la dignidad humana, la
verdad, la justicia, la libertad, la fraternidad, la solidaridad y la paz.
Disposición Final
Esta Constitución entra en vigor como pacto solemne entre los ciudadanos de
España, orientado por la fe en un futuro justo, la esperanza en el bien común y el
amor como principio supremo de la vida política.
Diálogo 31. Nuevo diálogo cervantino. Integración de todos los
partidos en el Estado Utópico-Pragmático
Tras el bullicio de la proclamación de la Constitución Utópico-Pragmática, la plaza de
San Alegro seguía encendida con voces, preguntas y esperanzas. Los vecinos, aún entre
risas y comentarios, rodean a Don Sapiente y Don Pancho para plantearles la cuestión
más difícil de todas: ¿cómo hacer que los diversos partidos, con ideologías tan distintas,
quepan juntos en un mismo Estado sin desgarrarse en disputas? En tono jocoso y
reflexivo, los dos compañeros ensayan una respuesta: no se trata de uniformar ni excluir,
sino de integrar bajo un horizonte ético común —dignidad, justicia, libertad y amor
fraterno— las múltiples voces de la sociedad. Así, el diálogo se convierte en una sátira
política que, con sabor cervantino, muestra la posibilidad de un pluralismo ordenado: un
sistema donde monarquías y repúblicas, izquierdas y derechas, sueños e intereses
conviven bajo la guía del bien común.

Escenario: Plaza mayor, tras la proclamación inicial de la
Constitución. Don Sapiente y Don Pancho conversan ante los
vecinos curiosos.
Vecino curioso:—Don Sapiente, Don Pancho, que a mí me
asombra… Si todos los partidos españoles quieren gobernar,
¿podrán caber en este Estado utópico-pragmático sin pelearse?
Don Pancho (con gesto práctico):—¡Vive Dios, vecino! Esa es la
maravilla, que caben todos, siempre que respeten los principios:
dignidad, justicia, ética y amor fraterno.
Don Sapiente (asintiendo solemnemente): —Exacto, buen
Pancho. Desde los socialistas que buscan igualdad hasta los
conservadores que desean orden, cada partido puede presentar
sus ideas, y se evalúan con criterios de bien común y
sostenibilidad.
Vecina mayor:—¿Y los que sean radicales o no respeten a todos?
Don Sapiente:—Entonces sus propuestas se ajustan o se
descartan si violan los valores universales. Nadie queda fuera, pero
todos deben caminar bajo la luz de la ética.
Vecino joven:—¿Y cómo se elige entonces? Que no haya guerras
ni exilios…
Don Pancho:—¡Muy sencillo! La alternancia y elección dependen
del mérito, aceptación ciudadana y respeto a la ética, no de la
fuerza ni del capricho. Monarquía, república, y cualquier partido
tienen su lugar como opciones legítimas.
Vecino bromista:—¡Así hasta el rey y el presidente tendrán que
aprender a escuchar al pueblo!
Don Sapiente:—Y eso, buen vecino, fortalece nuestro Estado
utópico-pragmático. No es imponer un credo ni una ideología, sino
integrar todas las propuestas que respeten la justicia, la libertad y
el bien común.
Comerciante:—¡Eso me gusta! Que se pueda proponer y corregir
sin perder la cabeza ni la paciencia.
Don Pancho (sonriendo):—Y que los ciudadanos sean vigilantes
activos, como guardianes del bien común. Transparencia,
educación y participación, que no se diga que el poder se toma
solo en salones lejanos.
Vecina joven:—Entonces todos podemos debatir, mejorar y elegir
entre programas que respeten estos principios, y la paz no se
romperá.

Don Sapiente:—Exacto. Así la pluralidad se convierte en riqueza y
la ética en la brújula que guía todas las decisiones.
Vecino curioso:—¡Vaya utopía pragmática! Que hasta yo que soy
hombre de campo siento que puedo entenderla.
Don Pancho:—Y así, vecinos míos, nuestro Estado no excluye a
nadie, ni al rey, ni al presidente, ni al más pequeño de los partidos.
Todos caben, todos se evalúan, y todos sirven al bien común.
Don Sapiente (alzando brazos al cielo):—¡Vean, buen pueblo,
que la política puede ser un puente, no una espada! Que todos los
partidos sean voces, y la ética, nuestra guía.
Todos los vecinos (aplaudiendo y vitoreando):—¡Viva el Estado
Utópico-Pragmático! ¡Viva la ética y la justicia para todos!
A continuación se reparte el folleto explicativo:
Inclusión de todos los partidos españoles en el paradigma
utópico-pragmático
Principio rector:
Todo partido político puede participar siempre que sus propuestas
respeten los valores universales del Estado utópico-
pragmático: dignidad humana, justicia, transparencia, ética,
libertad y amor fraterno.
Evaluación de programas:
Cada propuesta concreta se evalúa según criterios de bien común
y sostenibilidad social.
Si una política contradice los principios (por ejemplo, violar
derechos humanos o favorecer intereses particulares sobre la
comunidad), se ajusta o se descarta dentro del marco ético.
Convivencia política:
Monarquía, república y partidos de cualquier orientación ideológica
pueden participar, sin necesidad de exilios ni exclusiones.
La alternancia y la elección dependen del mérito, aceptación
ciudadana y respeto a la ética, no de la fuerza o imposición.
Participación ciudadana:
Los ciudadanos actúan como vigilantes y moderadores,
asegurando que la utopía pragmática se cumpla en la práctica.

La unidad como fundamento
Así como Cristo rogó: «Que todos sean uno» (Jn 17,21), el espíritu de
esta Constitución utópico-pragmática se funda en la unidad como valor
supremo de la convivencia. La unidad no es uniformidad —pues hay
pluralidad de culturas, lenguas y sensibilidades dentro de España—,
sino armonía en la diversidad.
Separarse, fracturar o desgajar la patria común sería como amputar un
miembro del cuerpo: no solo pierde el cuerpo, sino que también se daña
el propio miembro. La independencia y la excisión, al pretender romper
este tejido común, serían contrarias a la lógica del bien común y, en el
plano espiritual, caerían en la categoría de idolatría política.
El separatismo como idolatría
En este paradigma, las ideologías separatistas no serían legítimas
porque absolutizan una parte (la identidad regional, cultural o histórica)
y la colocan por encima del todo, es decir, de la nación común y de la
dignidad compartida. En lenguaje cristiano, eso es idolatría: adorar un
fragmento como si fuese el absoluto.
De la misma manera que San Pablo advertía contra quienes decían “yo
soy de Apolo” o “yo soy de Pedro” (1 Cor 1,12), hoy podríamos advertir
contra quienes dicen “yo soy de esta región, contra la otra”. En el
Estado utópico-pragmático, la política no puede servir a la división,
porque el fin supremo es la unidad en justicia y fraternidad.
El sentido común utópico-pragmático
Desde lo pragmático:
No conviene dividir lo que ya comparte infraestructuras, historia,
recursos y seguridad comunes.
La fragmentación debilita, y el debilitamiento expone al pueblo a nuevas
injusticias y dominaciones externas.
Desde lo utópico:
El sueño no es una España rota, sino una España reconciliada y justa,
donde las regiones se sientan respetadas en sus particularidades sin
necesidad de buscar ruptura.
La propuesta constitucional
Por tanto, en esta Constitución utópico-pragmática:
No se permitirán partidos ni ideologías separatistas, porque son
contrarias al bien común y a la unidad esencial.
Sí se permitirá el reconocimiento y cultivo de la pluralidad regional
y cultural, bajo el principio de que lo diverso no divide, sino que
enriquece.

El que quiera defender a la patria lo hará desde dentro del marco
común, no desde fuera.
Y quien se obstine en la división, se verá no como héroe, sino como
idólatra: alguien que cambió la verdad de la unidad por el ídolo de su
propio particularismo.
En suma: unidad sin tiranía, diversidad sin idolatría, patria sin
ruptura.Tal sería la traducción político-pragmática de las palabras de
Cristo: “Que todos sean uno”.
Coloquio sobre la unidad en el Estado Utópico-Pragmático
Don Pancho:—Amigo Sapiente, dígame una cosa, que no me deja
tranquilo el magín. ¿Qué hacemos en este Estado suyo con esas
ideologías que quieren partir a España en pedacitos? Que si unos
quieren su república aparte, que si otros se sienten más nación que
pueblo, que si cada cual tira por su lado... ¿Caben esas cosas en su
Constitución utópica?
Don Sapiente:—¡Ah, Pancho, Pancho! Vuestra pregunta es como un
aldabonazo al corazón del asunto. Pues le respondo sin rodeos: en este
Estado nuestro, nacido de la utopía y de la prudencia, no cabe la
excisión ni el separatismo.
Don Pancho:—¿No cabe? Pues ya me dirá usted cómo se las arregla,
porque en nuestra España real siempre hay quien anda pidiendo
romper la mesa común.
Don Sapiente:—Justamente por eso, mi buen Pancho, hay que dejar
claro que la unidad no es negociable. Mire: así como Cristo dijo “Que
todos sean uno”, así también este Estado se cimenta en la unidad de la
patria. No hablamos de uniformidad, que eso sería tiranía, sino de
armonía. Que cada región conserve su lengua, sus danzas, sus
sabores… pero sin romper el cuerpo que a todos nos alimenta.
Don Pancho:—Ajá… O sea que la diversidad sí, pero la ruptura no.
Don Sapiente:—Tal cual. La pluralidad es riqueza; la división, miseria.
Porque, dígame usted: ¿qué gana un brazo si se separa del cuerpo?
Nada, Pancho, salvo morirse. Así también las regiones: al separarse,
más pierden que ganan.
Don Pancho:—Eso lo entiendo yo hasta sin haber pasado por
cátedras. Pero ¿por qué llama usted “idolatría” al separatismo? Eso sí
me suena a sermón.
Don Sapiente:—Pues lo es, Pancho, y bien necesario. Porque el
separatista toma una parte —su tierra, su lengua, su historia— y la

convierte en un absoluto, poniéndola por encima del bien común. Y eso,
en lenguaje cristiano, se llama idolatría: adorar el fragmento en vez del
todo. Es como aquellos de Corinto que decían “yo soy de Pablo, yo soy
de Apolo”. Y San Pablo les reprendió: “¿Acaso Cristo está dividido?”.
Pues España tampoco puede dividirse.
Don Pancho:—¡Caracoles! Pues dicho así, parece cosa de sentido
común. Que la independencia, lejos de ser libertad, es esclavitud de un
ídolo local.
Don Sapiente:—Exacto. Y en nuestra Constitución utópico-pragmática
se escribirá con letras claras:
No se permitirán partidos ni ideologías separatistas.
Sí se reconocerán los derechos culturales y regionales, para que nadie
sienta que su identidad está amenazada.
Todo lo que divida, se verá como una tentación idolátrica; todo lo que
una, como cumplimiento de justicia y fraternidad.
Don Pancho:—Pues, mire, Sapiente, aunque yo sea hombre de pueblo
y usted de universidad, le digo que en esto coincidimos. Que más vale
pan compartido que pan partido.
Don Sapiente:—¡Bien dicho, Pancho! Y con esa sentencia suya, yo
firmaría toda una constitución.
Diálogo 32. Coloquio de la Unidad Nacional
En la plaza mayor de San Alegro, todavía adornada con los ecos de la recién proclamada
Constitución Utópico-Pragmática, Don Sapiente y Don Pancho abordan uno de los
desafíos más espinosos de la vida política: la unidad de la nación frente a los intentos de
ruptura. Entre analogías de cuerpos y miembros, discusiones sobre idolatrías modernas y
la necesidad de justicia y educación, los dos interlocutores muestran que la diversidad
cultural puede ser riqueza, siempre que no se convierta en excusa de división. Así, con
humor chispeante y profundidad ética, el coloquio convierte la cuestión de la unidad
nacional en otra lección de utopía pragmática: convivir en pluralidad, pero bajo un
horizonte común de dignidad, fraternidad y bien compartido.
Don Pancho:—Amigo Sapiente, en esto de su república utópica-
pragmática ya me lo va dejando claro. Pero dígame, ¿qué pasa con los
que quieren separarse? Ya sabe usted, esos que sueñan con fronteras
nuevas, banderas distintas y hasta himnos particulares. ¿Qué será de
ellos en su invento?
Don Sapiente:—¡Ay, Pancho! Ese es un punto medular. En este Estado
no caben tales sueños de separación. La nación es como un cuerpo, y
¿qué miembro podría vivir sano arrancado del tronco que lo sostiene?
Pues ninguno. Lo mismo pasa con España: sus regiones son miembros
de un mismo cuerpo.

Don Pancho:—¡Cuerpo, dice usted! ¿Y si un brazo quiere emanciparse
porque se cree más fuerte que el resto? ¿No sería injusto atarlo?
Don Sapiente:—Mire, Pancho: si un brazo se amputa, ni el brazo vive
ni el cuerpo queda sano. La justicia no consiste en dar alas a la idolatría
del separatismo, sino en recordar que la verdadera libertad es
permanecer en unidad. Tal lo dijo Cristo: “Que todos sean uno”. Y en
este Estado, todo lo que atente contra la unidad es idolatría, pues pone
la tierra y las pasiones por encima del bien común.
Don Pancho:—Conque idolatría, ¿eh? Nunca lo había pensado así.
Pero, ¿y qué se hace con esos partidos que levantan tales banderas?
¿Se les manda al destierro?
Don Sapiente:—Nada de destierros, Pancho. En un Estado justo, basta
con la ley clara: todo partido que predique la ruptura queda fuera de la
legalidad. Se le disuelve sin estrépito, y sus dirigentes podrán seguir en
política si renuncian a esa vana pretensión. El que insiste en dividir,
queda fuera del juego democrático.
Don Pancho:—¡Caracoles! Eso sí que es pragmatismo. Pero, ¿y si la
gente, por testaruda, sigue votando a esos partidos?
Don Sapiente:—La solución está en la educación y en la cultura.
Enseñar desde niños que la diversidad cultural es riqueza compartida,
no pretexto de ruptura. Promover intercambios entre regiones, reforzar
la fraternidad y recordar que España no es un mosaico de piezas
sueltas, sino una obra de arte unida en su variedad.
Don Pancho:—Y si aun con todo, alguno persiste, ¿qué remedio
queda?
Don Sapiente:—El remedio último es el Tribunal Constitucional de
Unidad Nacional, guardián de la cohesión. Vigila que ninguna ley,
discurso o programa atente contra la unidad. Y quien pretenda
quebrantarla, se enfrenta a la disolución automática de su partido.
Don Pancho:—Voto a bríos, Sapiente, que ahora lo entiendo: en este
Estado suyo, cada cual puede ser monárquico, republicano, liberal o
conservador, pero jamás separatista. Porque la casa común no se
derriba mientras los hijos discuten cómo pintarla.
Don Sapiente:—Exacto, Pancho. Y así, España permanecerá unida, no
por imposición tiránica, sino por la fuerza del sentido común y la luz del
bien.
Don Pancho:—Pues bien dicho queda. Y si todo esto se cumple, yo,
por mi parte, firmo ya el acta de esta España utópica-pragmática, una y
diversa como un jardín de muchas flores en un mismo campo.

La Constitución Dialogada del Estado Utópico-Pragmático
Escenario: La plaza mayor, donde Don Sapiente y Don Pancho,
rodeados de curiosos, redactan la Constitución del Estado Utópico-
Pragmático, uno de los más grandes logros de la era moderna.
Don Pancho:—¡Venga, Sapiente! Ya que se ha decidido a escribir esta
Constitución, empiece por lo más básico. ¿Qué es lo primero que debe
quedar claro en esta España utópica-pragmática?
Don Sapiente:—Lo primero, buen Pancho, es dejar claro que este
Estado se funda en una unidad indivisible. La patria es un cuerpo, y
como dijo Cristo, “Que todos sean uno”. Aquí no caben fragmentos, ni
secciones que busquen independizarse del todo.
Don Pancho (pensativo):—¡O sea, que España no se puede dividir!
Que cada quien tendrá su derecho a ser diferente, pero nunca a romper
el todo.
Don Sapiente:—Exacto. Y eso debe quedar claro en el primer artículo:
Artículo 1 – De la unidad nacional
El Estado Utópico-Pragmático es indivisible y su unidad es
irrenunciable. No se permitirá la secesión, independencia ni la
fragmentación del territorio bajo ninguna circunstancia.
La diversidad cultural y regional será protegida y fomentada como
patrimonio común, pero nunca será utilizada como pretexto para dividir
la nación.
Don Pancho:—¡Bien dicho! Ahora, como esto de la unidad es el
corazón de la Constitución, ¿cómo garantizamos que aquellos que
quieran dividirnos no lo logren? Que hay muchos que hablan de
repúblicas, banderas y cosas por el estilo…
Don Sapiente:—Ah, Pancho, aquí entra el Tribunal Constitucional de
Unidad Nacional. Un órgano encargado de salvaguardar la unidad del
Estado y de disolver cualquier partido o movimiento que promueva la
ruptura. No podemos permitir que la unidad se rompa por el capricho de
unos pocos.
Don Pancho:—¡A ese tribunal le llamo yo el verdadero guardián de la
patria! Pero, ¿qué pasará con los partidos que no se alineen con
nuestra unidad? ¿No serán una especie de virus que pueda debilitar el
sistema?
Don Sapiente:—¡Exacto! Cualquier partido que tenga en su programa
la ruptura, la independencia o la secesión, será disuelto
automáticamente. Y sus dirigentes podrán seguir en la política, pero
solo si renuncian a esas ideas separatistas.

Don Pancho:—¡Eso sí que es un correctivo de los buenos! Pero, ¿qué
pasa si alguien, por terquedad, sigue defendiendo estas ideas? ¿Y si
quiere seguir quebrantando la unidad?
Don Sapiente:—En ese caso, Pancho, el Tribunal Constitucional de
Unidad Nacional tendrá la última palabra. Podrá descalificar a los
partidos y sus líderes, asegurando que nadie se aproveche de la
democracia para destruirla.
Don Pancho:—¡Vaya! Eso ya lo veo claro. Pero ahora, ¿cómo
enseñamos a los jóvenes y a los pueblos que unidos somos más
fuertes? Que la diversidad no es excusa para dividirse.
Don Sapiente:—Ah, eso es lo más importante. En esta España utópica-
pragmática, la educación será clave. Desde pequeños, todos
aprenderán que la diversidad cultural es un tesoro, pero que el Estado
no puede partirse en pedazos. Así que el sistema educativo tendrá
como base la unidad y la fraternidad.
Don Pancho:—Entonces, en las escuelas, en lugar de enseñar que
cada región debe ir por su cuenta, se enseñará que todos somos
España y que eso no se negocia.
Don Sapiente:—Así es, Pancho. La educación para la unidad será el
primer paso para una convivencia armónica. Pero también se crearán
foros de diálogo entre las comunidades para que se conozcan y se
respeten mutuamente, entendiendo que la riqueza está en la diversidad,
pero que la unión es lo que hace fuerte al pueblo.
Don Pancho:—¡Bravo! Y ahora, lo último: ¿qué pasa con los cargos
públicos? Porque ya sabemos que en cuanto se suben al sillón, se
olvidan de todo. ¿Cómo garantizamos que no rompan la unidad por
intereses personales?
Don Sapiente:—Todos los cargos públicos, Pancho, deberán jurar
fidelidad a la unidad nacional. El que lo traicione, será inhabilitado
de por vida. La unidad es la piedra angular, y quien la quebrante será
apartado del poder.
Don Pancho:—¡Eso sí que es disciplina! Si todo esto se cumple,
podremos decir que, aunque la política no será perfecta, al menos
estará fundada sobre principios sólidos.
Don Sapiente:—Así será, Pancho. La unidad no es solo un principio
jurídico, sino un principio espiritual. España unida, no por imposición,
sino por entendimiento y amor fraterno.
Don Pancho (cerrando el pergamino):—Pues, querido amigo, si todo
esto se aplica, ¡habremos dado al mundo un modelo de país digno y
fuerte! Con diversidad, pero sin división. Con amor, pero sin idolatría.

Don Sapiente:—Y con eso, Pancho, dejaremos un legado para las
futuras generaciones: una España unida, pero justa. La utopía se hace
realidad cuando se camina hacia ella con sabiduría y razón.
Con esto, la Constitución del Estado Utópico-Pragmático queda
terminada, con los principios de unidad y diversidad como
fundamentos de un sistema político que busca la armonía en la
pluralidad, sin permitir la ruptura de la nación.
Si lo deseas, puedo escribir un epílogo que concluya la redacción de
la Constitución, o bien convertir estos artículos en un formato de
discurso para ser leído en público por Don Sapiente en una ceremonia
formal de proclamación.
Epílogo: Proclamación solemne de la Constitución del Estado
Utópico-Pragmático
Don Sapiente (con voz solemne, de pie ante el pueblo reunido en la
plaza):—¡Oh, ciudadanos de la España utópica-pragmática! Hoy, en
este día histórico, ponemos ante ustedes la Constituciónque regirá
nuestra nación, fundada no en los vientos de la división ni en la
tormenta del egoísmo, sino en la firme roca de la unidad y la
fraternidad.
Don Pancho (desde un costado, mirando la multitud):—¡Bien dicho,
Sapiente! Porque si algo nos ha enseñado la historia es que nada
puede prosperar cuando las piezas se diseminan.
Don Sapiente (continuando con el discurso):—Con esta Carta Magna,
les entregamos no solo un conjunto de normas, sino un principio de
vida, una invitación a caminar juntos hacia el bien común, donde la
diversidad será celebrada, pero nunca como excusa para quebrar la
unidad. ¡Oh, España, que siempre has sido una, no permitas que los
ecos de la fragmentación te arrastren hacia el abismo de la
desmembración!
Don Pancho:—¡Que no se rompa la casa común! Que cada región,
cada pueblo, pueda expresarse, pero sin olvidar que el tejido que nos
une es más fuerte que cualquier trozo aislado.
Don Sapiente:—El primer artículo, que declara la unidad indivisible
de nuestro Estado, es la piedra angular de nuestra convivencia. No se
permitirá que nadie siembre la semilla de la división. La patria es una,
como el cuerpo de un solo ser, que late y respira por la vida de todos
sus miembros.

Don Pancho (mirando al pueblo):—Porque al final, España no es un
conjunto de trozos ni de tierras. ¡España es su gente, sus corazones
latiendo como uno solo!
Don Sapiente (con tono firme):—Así es, Pancho. Y que nadie lo olvide.
En esta nación, donde las diferencias de costumbres y lenguas son
como floresen el jardín de la diversidad, la unidad es el suelo fértil
que las sostiene. Cada región tendrá derecho a prosperar, pero bajo el
noble ideal de que lo que nos une es siempre más grande que lo que
nos separa.
Don Pancho:—Y que, si alguno quiere separar esa tierra de la madre
patria, sepa que no es el camino hacia la libertad, sino hacia la
esclavitud de un ídolo. La unidad no es una imposición, sino un
camino de justicia y amor.
Don Sapiente (con los ojos mirando al cielo):—Que no se nos olvide,
ciudadanos, que la unidad no es solo una cuestión política, sino
espiritual. Como Cristo nos enseñó: “Que todos sean uno”. Así, como
uno solo será el rostro de España, tan diverso en sus matices, pero tan
unido en su destino común.
Don Pancho:—¡Bien dicho, Sapiente! Pues con este acto, sellamos la
firmeza de esta nación, donde el corazón late al unísono, y la paz se
cultiva en cada rincón del país.
Don Sapiente (alzando la mano, como gesto solemne):—Con esta
proclamación, quedará sellada nuestra Constitución, y con ella,
nuestra promesa de unidad, justicia y fraternidad. España es una, y
será siempre una, en la diversidad, pero jamás en la ruptura. Que todo
ciudadano entienda que el bien común es la guía que nos une, y que
no habrá nada ni nadie que socave la indivisibilidad de nuestro
Estado.
Don Pancho (con una sonrisa):—Pues ahí queda dicho. ¡Y que sea un
pacto eterno, por la paz, la justicia y el amor fraterno!
Don Sapiente (en voz alta, para todo el pueblo):—¡Que viva la unidad
de España! ¡Que viva la fraternidad y la justicia! ¡Que viva el Estado
Utópico-Pragmático! ¡Y que todos, unidos, caminemos juntos hacia el
futuro!
Diálogo 33. Diálogo satírico-cervantino
En la misma plaza pública donde tantas veces resonaron discusiones sobre justicia,
prudencia y unidad, Don Sapiente se ve ahora rodeado por voces airadas. Algunos
curiosos, incrédulos y adversarios lo acusan con etiquetas pesadas: “facha, fascista,
retrógrado, reaccionario”. Pero lejos de enojarse, Sapiente responde con calma,
recurriendo a metáforas, ejemplos y buen humor, defendiendo que su Estado utópico-
pragmático no es un aparato autoritario ni un sueño trasnochado, sino una propuesta

que busca conjugar firmeza en los principios con apertura al pluralismo. Don Pancho,
como siempre, interviene con socarronería y sentido común, bajando la tensión y
recordando que la convivencia necesita tanto razón como pragmatismo. Así, entre
acusaciones y réplicas, el coloquio se convierte en un espejo satírico de los debates
actuales: la dificultad de hablar de unidad, valores y justicia sin ser reducido a etiquetas
que, muchas veces, impiden escuchar los argumentos.
Incrédulo 1:¡Bah! ¡Lo que usted dice es puro fascismo disfrazado! Eso
de prohibir separatismos suena a facha y autoritario.
Don Sapiente:—Señor mío, si por “facha” entiende usted el que
defiende la unidad frente a la división, ¿no sería también “facha” un
médico que evita amputar un miembro sano para que el cuerpo siga
vivo y fuerte? Yo no propongo cadenas, sino evitar mutilaciones.
Incrédulo 2:¡Pero suena a conservador trasnochado! ¡Siempre mirando
atrás, al centralismo, a las viejas glorias!
Don Sapiente:—Al contrario, mi propuesta no mira atrás sino adelante.
El conservador puro se aferra a lo viejo, yo hablo de un utopismo
pragmático que integra lo mejor de todas las corrientes, buscando un
bien común que sea duradero. No me interesa ni la nostalgia vacía ni la
novedad hueca.
Incrédulo 3:¡Eso es reaccionario! ¿Dónde queda la libertad de los
pueblos, la autodeterminación, la diversidad?
Don Sapiente:—La verdadera libertad no consiste en romper vínculos,
sino en fortalecernos juntos. ¿Acaso los dedos de una mano serían más
libres si se cortaran del cuerpo? ¡Serían simples restos sin vida! La
diversidad florece más fuerte cuando está unida a un tronco común que
le da savia.
Incrédulo 4:¡Pues a mí me parece un autoritarismo encubierto! Porque
si se prohíben ciertos partidos separatistas, ¿no es eso limitar la
democracia?
Don Sapiente:—Amigo, la democracia no es un suicidio colectivo. Si un
partido predica destruir el Estado, no lo fortalece, lo corroe. Igual que
usted no deja entrar a su casa a quien viene con dinamita, tampoco una
constitución sensata abre la puerta a ideologías que quieren reventarla.
Eso no es autoritarismo, es sentido común.

Incrédulo 5 (con sorna):Entonces, ¿usted se cree el salvador, el nuevo
sabio que dicta quién es idolátrico y quién no? ¡Eso es clerical, casi
inquisitorial!
Don Sapiente (sonriendo):—Ni salvador ni inquisidor. Tan solo digo lo
que el mismo Maestro dijo: “Que todos sean uno.” Y añado: quien
predica división absoluta convierte la ideología en ídolo, y termina
adorando banderas antes que personas, territorios antes que
hermanos. Eso, a la postre, es idolatría.
Don Pancho (interviniendo, pragmático):—¡Ea! Yo no sé si mi amigo
Sapiente es facha, fascista o fraile, pero lo que dice tiene su miga. Al fin
y al cabo, ¿qué provecho saca una familia si cada hijo se larga
renegando de los demás? Se arman líos, pleitos, gastos y desgracias.
Mejor es que, siendo distintos, permanezcan en la misma mesa.
Incrédulo 1 (bajando la voz):—Pues… si lo pone así… suena menos
rígido de lo que pensaba.
Don Sapiente:—No teman nombres ni etiquetas. Mi empeño no es
imponer, sino proponer. Un Estado utópico-pragmático no excluye a
nadie por ideología, salvo a quienes quieren destruir la casa común. Y
eso no es fascismo, es prudencia.
Incrédulo 4:—Don Sapiente, me preocupa algo… Siempre que alguien
habla de valores firmes y principios, termina siendo autoritario. ¿Cómo
evitar que su utopía se convierta en un régimen dogmático que excluye
al que piensa distinto?
Don Sapiente:—Ah, amigo, ahí reside la diferencia crucial. Un espíritu
autoritario excluye, reprime y castiga a quien no coincide con su
pensamiento. Es dogmatizante en el sentido más rígido: solo hay una
verdad, y quien no la acepte, queda fuera.
Incrédulo 2:—Eso suena a lo que llaman fascismo, ¿no?
Don Sapiente:—Exactamente. Ahora bien, el Estado utópico-
pragmático sostiene ideas firmes y dogmáticas en valores éticos y
fundamentales, pero respetando las diferencias. No imponemos la fe, la
ideología ni la cultura de nadie; exigimos únicamente compromiso con
los principios que garantizan el bien común, la justicia y la unidad.

Don Pancho (interviniendo):—Piénselo así: aquí no le decimos a nadie
cómo vestir su alma, ni qué idioma hablar, ni qué creer. Lo único que
pedimos es que no rompa la mesa común. Respetamos la diversidad,
pero exigimos que todos contribuyan al bienestar general.
Incrédulo 3:—Entonces, los valores fundamentales son como un
marco, no como una camisa de fuerza.
Don Sapiente:—¡Exacto! El marco ético es como los cimientos de un
edificio: firme, seguro, estable, pero dentro de él cada nación, partido o
individuo puede decorar su sala, abrir ventanas, incluso pintar de
colores distintos. Lo que no permitimos es derribar los cimientos para
construir habitaciones aparte, aisladas y conflictivas.
Incrédulo 4:—Ya veo… Así no hay imposición de pensamiento, pero
tampoco caos ni fragmentación.
Don Sapiente:—Justamente. La utopía pragmática no esclaviza el
espíritu; lo guía. Y lo hace respetando la pluralidad, porque la verdadera
armonía no surge de la uniformidad, sino del diálogo constante entre
diferencias que convergen en valores comunes.
Don Pancho:—Así que, mientras un partido sea ético y respete la
unidad, puede tener su identidad intacta, aunque su color político sea
distinto al del vecino. Eso es democracia de verdad, y no solo palabras
bonitas.
Incrédulo 2 (asintiendo lentamente):—Pues… entonces sus valores
firmes no son amenaza, sino protección para todos.
Don Sapiente (con una sonrisa tranquila):—Así es, amigos. La utopía
pragmática no excluye; acoge, armoniza y protege. La exclusión es
propia del autoritarismo; aquí, el respeto a la diversidad es la regla, y los
principios éticos, el marco que mantiene la unión viva y fructífera.
[La multitud, ahora más tranquila, asiente y algunos aplauden
suavemente, comprendiendo la diferencia entre dogma ético y
autoritarismo.]

La propuesta de un Partido Católico
Utópico Pragmático está en perfecta
armonía con el mensaje cristiano,
que es universal, abierto y sin
fronteras.
Diálogo 34. SOBRE CONCEPTOS POLÍTICOS CONFUSOS
En la plaza de siempre, bajo el sol que ya conoce sus discusiones, Don Pancho provoca
a Don Sapiente con una duda punzante: ¿no será el llamado  Partido Utópico-
Pragmático otra sigla hueca, como tantas? ¿No se parece demasiado a la Democracia
Cristiana, que en su día proclamó hermosos ideales pero terminó confundida entre
banderías ideológicas? Don Sapiente, con calma y chispa, aprovecha la ocasión para
aclarar que el proyecto utópico-pragmático no nace de una ideología, sino de principios
firmes: dignidad, justicia, bien común y verdad. Más que un “partido confesional” o un
barniz religioso sobre tendencias partidistas, se trata de un planteamiento coherente,
abierto y basado en la unión entre ética y acción. En este tono dialéctico y humorístico, el
diálogo desnuda los conceptos políticos confusos, mostrando cómo los nombres
muchas veces engañan y cómo solo la coherencia puede dar vida a un verdadero
proyecto transformador.
—¡Don Sapiente! —dijo Don Pancho rascándose la cabeza con aire
pícaro—. Mire usted que ese Partido Utópico-Pragmático del que tanto
habla, no dice nada. Las siglas son bonitas, eso sí, suenan a cosa
grande y elevada, pero bien podrían ser enarboladas por cualquier
partido de esos que ya tenemos: de izquierdas, derechas, verdes o
colorados. Y al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre eso y la
Democracia Cristiana, que ya está más que inventada?
—Ah, Don Pancho —replicó Don Sapiente con tono grave, pero
sonriente—, ahí está precisamente la cuestión. No se trata de una sigla
vacía ni de un remedo de lo ya existente. La Democracia Cristiana,
como usted bien sabe, hunde sus raíces en la Doctrina Social de la

Iglesia: solidaridad, subsidiariedad, bien común… principios
hermosísimos y necesarios. Pero, ¿qué ocurre? Que en la práctica, los
partidos que se llamaron demócratas cristianos quedaron atrapados en
la dialéctica ideológica de su tiempo: o inclinándose demasiado hacia lo
conservador, o demasiado hacia lo progresista, perdiendo de vista el
centro vital de lo que defendían.
—Eso ya lo sé —contestó Don Pancho—, que a veces se parecían más
a partidos liberales o socialdemócratas con barniz cristiano, y hasta
votaban cosas contra el mismo espíritu del Evangelio.
—¡Exacto! —dijo Don Sapiente señalando con el dedo hacia lo alto
como si quisiera atrapar una idea en el aire—. Por eso el paradigma
utópico-pragmático no es una copia de la democracia cristiana, sino su
plenitud, digámoslo así. No parte de la ideología, sino de los principios
fundamentales que ya hemos tratado: unidad, justicia, dignidad de la
persona, respeto a la verdad, a la libertad y al bien común. Y, ojo, no
impone creencias religiosas, pero tampoco se avergüenza de las raíces
espirituales que nutren esos valores.
—Pues entonces —añadió Don Pancho, en tono socarrón—, lo que
usted propone sería como la Democracia Cristiana, pero sin perderse
en banderías políticas, ¿eh? Más bien como una Democracia Humana,
fundada en el Evangelio, pero abierta a todos los que de buena fe
acepten esos valores.
—Justamente, Don Pancho. Lo que digo es que el partido utópico-
pragmático no se define por las siglas, sino por la coherencia. No
promete lo que no puede dar, ni se prostituye en alianzas contrarias a
sus principios. Y por eso, aunque pueda sonar parecido, no es lo mismo
que la vieja Democracia Cristiana; es más bien su actualización,
liberada de las ideologías que la corrompieron.
—¡Válgame Dios! —respondió Don Pancho riendo—. Pues ya veo que
usted quiere fundar no solo un partido, sino toda una manera nueva de
hacer política, más clara que el agua de la fuente y más firme que un
roble.
—Eso quisiera, Don Pancho, eso quisiera —concluyó Don Sapiente con
brillo en los ojos—. Que no fueran las ideologías las que marcaran el
paso, sino la verdad del ser humano y del bien común.
Don Pancho:—Pues verá, mi muy leído amigo, que si las siglas de
PUP quedan en el aire, cualquiera vendría y se las apropiaría como
quien arrebata un melón del huerto ajeno. Y peor aún: quedaría el

partido huérfano de identidad, porque eso de “utópico pragmático”
podría hasta sonar a broma de estudiantes en una taberna.
Don Sapiente:—¡Ah, buen Pancho! Ha dado en el clavo. Y no crea que
su observación cae en saco roto. Por eso he resuelto, tras larga
meditación, añadir un apellido claro y firme a nuestro empeño: de hoy
en adelante no será ya solo PUP, sino PCUP: Partido Católico Utópico
Pragmático o Partido Cristiano Utópico Pragmático. Católico por lo de
Universal y Cristiano como concretizando ambos vienen bien.
Don Pancho:—¡Jesús! Eso suena mucho más recio. Y al decir católico,
ya no queda duda de cuál es el nervio que sostiene la empresa.
Don Sapiente:—Justamente. Porque, aunque existan los partidos de la
Democracia Cristiana, que hunden sus raíces en la Doctrina Social de
la Iglesia, el PCUP no quiere competir con ellos, sino integrarlos en una
visión más amplia y superadora. La democracia cristiana se ocupa, sí,
de aplicar la fe a la vida política: solidaridad, subsidiariedad, bien
común. Todo muy necesario. Pero el PCUP se atreve a dar un paso
más: unir lo eterno con lo práctico, la utopía con el realismo, la fe con la
razón política.
Don Pancho:—¡Tate! Así pues, ¿no vendría a ser un duplicado de lo ya
existente, sino una especie de “casa mayor” donde quepan tanto la
democracia cristiana como otros que, sin renegar de sus creencias,
acepten el horizonte católico?
Don Sapiente:—Eso mismo, Pancho mío. El PCUP no nace para
excluir, sino para integrar. Y al declararse católico, no se hace sectario
ni dogmatizante, sino que abraza lo universal, porque católico significa
precisamente eso: universal. Se deja la puerta abierta a quienes buscan
el bien común desde el respeto a los principios permanentes de la
dignidad humana.
Don Pancho:—Válgame Dios, que ahora sí entiendo. La utopía no se
queda en sueños, y el pragmatismo no se rebaja a mero cálculo. En
suma, es un partido que ofrece una síntesis nueva, sin perder la raíz
cristiana.
Don Sapiente:—Exactamente. Y así, mi buen Pancho, el PCUP se
distingue de todo partido que solo busque el poder, porque su misión no
es idolatrar la ideología, sino servir a la verdad y al bien. Y si un día
vinieran a llamarnos retrógrados o fascistas, responderemos que la
verdadera libertad se funda en la verdad de Cristo, no en el capricho del
momento.
—¡Ajá, don Pancho! —dijo don Sapiente con un brillo en los ojos, como
quien ha encontrado la pieza que faltaba al engranaje—. Después de

meditarlo, he de confesarle que tiene razón. El nombre de Partido
Utópico Pragmático era demasiado etéreo, demasiado abierto, y podía
ser usurpado por cualquiera que quisiera colgarse el manto de las
buenas intenciones sin fundamento.
—¡Y bien que se lo advertí, don Sapiente! —replicó Pancho, moviendo
la cabeza—. Que con siglas tan vagas cualquiera podría confundirlos
con soñadores o, peor aún, con arribistas.
—Por eso mismo, amigo mío, he decidido añadir la raíz que le da carne
y hueso: llamarlo Partido Católico Utópico Pragmático. Así, el PCUP
tendrá claridad y fuerza: católico, porque bebe de la fuente de la
Doctrina Social de la Iglesia; utópico, porque sueña con el bien supremo
y con la unidad que Cristo pidió: “Que todos sean uno”; y pragmático,
porque no nos quedamos en los ideales aéreos, sino que buscamos
aplicarlos al día a día de la política y la sociedad.
—¡Cuerpo de Cristo bendito! —exclamó don Pancho con una mezcla de
sorpresa y alivio—. Ahora sí que lo entiendo mejor. Eso de añadir
católico da norte y pone los pies en la tierra. No cualquiera podrá
disfrazarse con esas letras, pues la Doctrina Social no es cosa de
caprichos, sino de principios claros: solidaridad, subsidiariedad, bien
común, dignidad de la persona…
—Exactamente, buen Pancho —prosiguió Sapiente—. Y fíjese que con
esto no se cierra la puerta a nadie, porque el catolicismo, en su raíz, no
es excluyente, sino integrador. De hecho, abre espacio para los
hermanos de otras denominaciones, siempre que acepten y respeten
esos valores universales. Pero al mismo tiempo no se diluye en el
relativismo, como suele suceder con tantos partidos que terminan
adaptándose al viento de las ideologías.
—Entonces, don Sapiente —respondió Pancho, rascándose la barba
como quien medita un hallazgo—, lo que propone es una especie de
matrimonio entre la utopía cristiana y la practicidad de la política
real, algo que podría hermanarse con la democracia cristiana, pero con
un matiz más claro en su identidad católica.
—Así es, Pancho. El PCUP no viene a suplantar, sino a complementar y
revitalizar la democracia cristiana, recordándole sus raíces cuando a
veces las olvida. Es como un vigía que, desde la torre, no se cansa de
señalar el rumbo hacia la ciudad celeste, sin dejar de atender las
sendas polvorientas del camino terreno.
—Pues le diré, don Sapiente, que ahora sí parece cosa seria —sonrió
Pancho, con ese aire campechano suyo—. Porque al fin y al cabo, las
siglas importan, pero más importa que detrás de ellas haya claridad y
verdad. Y el que quiera arrimarse al PCUP, sabrá desde el inicio que no
es tierra de medias tintas ni de ideologías disfrazadas.

—¡Justo lo ha dicho usted! —concluyó Sapiente levantando la mano
como en un brindis invisible—. En el PCUP no caben los disfraces ni las
idolatrías ideológicas. Aquí cabe el hombre entero, su fe y su razón,
unidos en el servicio al bien común.
Diálogo 35. Sobre el Nacionalcatolicismo
Mientras pasean tranquilos por la plaza, Don Sapiente y Don Pancho se enfrascan en un
debate que rescata una vieja polémica española: el nacionalcatolicismo. Don Pancho,
con su picardía habitual, confiesa no entender qué tiene de problema la aparente unión
entre fe y patria, mientras Don Sapiente expone, con calma y firmeza, la contradicción
esencial que encierra: lo “nacional”, particular y excluyente, en pugna con lo
verdaderamente “católico”, universal y abierto. A partir de esta tensión, el coloquio se
convierte en una sátira político-teológica: desmantela la confusión entre religión y
patriotismo, denuncia los riesgos de subordinar el Evangelio a un proyecto político
cerrado, y defiende la universalidad de la fe como base de un partido católico
utópico-pragmático que no excluye, sino que une. Entre humor y reflexión profunda, la
conversación recuerda que la verdadera fuerza del mensaje cristiano no reside en levantar
muros nacionales, sino en tender puentes de fraternidad y justicia.
Don Pancho:—Mire usted, don Sapiente… muchos hablan del
nacionalcatolicismo como si fuera la síntesis perfecta de fe y patria,
pero yo no acabo de verlo claro. ¿No hay aquí algo que chirría?
Don Sapiente:—¡Ah, buen Pancho! Tiene usted toda la razón. Mire
usted, el nacionalcatolicismo puede ser considerado, de hecho, una
contradicción con el mensaje universal cristiano. ¿Por qué? Porque
junta dos conceptos que, en su esencia, son opuestos: “nacional” y
“católico”.
Don Pancho (frunciendo el ceño):—Explíquese, por favor, que no le
sigo del todo.
Don Sapiente:—Con mucho gusto. “Nacional” se refiere a lo particular:
la identidad de una nación, su cultura, sus fronteras… y muchas veces,
su exclusión de lo diferente o extranjero. En cambio, “católico” significa
literalmente “universal” —del griego katholikós— y se refiere a la iglesia
abierta a todos los pueblos, sin restricción de raza, lengua o territorio.
La diferencia esencial: mientras la identidad nacional describe un hecho
cultural, el nacionalismo impone una interpretación política de ese
hecho. La una puede convivir con valores de pluralismo y apertura; el
otro, cuando se radicaliza, deriva en exclusión o agresividad. Por eso,
puede afirmarse que toda nación presupone identidad nacional, pero no
todo pueblo con identidad nacional se convierte en nacionalista.

Así, la identidad nacional alimenta el sentido de comunidad y
continuidad, mientras que el nacionalismo, cuando se absolutiza, corre
el riesgo de negar la universalidad humana proclamada, por ejemplo, en
el sentido auténtico del término católico (“universal”).
Don Pancho:—¡Ah! Ya empiezo a ver la trampa. Lo uno quiere
cerrarse, y lo otro, abrirse a todos…
Don Sapiente:—Exactamente. El mensaje central del cristianismo,
según el Evangelio, llama a la fraternidad universal: “No hay judío ni
griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno
en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Y en Mateo 28:19, Jesús dice: “Id y
haced discípulos a todas las naciones”. Fíjese, Pancho: la fe cristiana
trasciende la nación, promueve la solidaridad y la igualdad entre todos
los seres humanos.
Don Pancho:—Pues vaya… reducir el catolicismo a un solo marco
nacional, ¿no sería como encerrar al sol en una caja?
Don Sapiente:—¡Así es, amigo mío! Bajo el nacionalcatolicismo, la fe
se subordina a un proyecto político y cultural excluyente, y pierde su
carácter universal y acogedor. Muchos teólogos han denunciado que
dogmatizar que el “buen ciudadano” debe ser católico, o que solo el
católico es buen ciudadano, contradice la esencia misionera y plural del
cristianismo.
Don Pancho (asintiendo lentamente): —Entonces, mientras lo
“nacional” enfatiza fronteras y diferencias, lo “católico” busca unidad y
universalidad… Fusionarlos en un solo concepto es como mezclar agua
y aceite.
Don Sapiente:—¡Exactamente, Pancho! Por eso, en nuestro Partido
Católico Utópico Pragmático, defendemos los valores cristianos
universales sin subordinarlos a ninguna nación. La fe guía, la ética
unifica, y la política sirve al bien común, sin caer en la trampa del
nacionalcatolicismo.
Don Pancho:—¡Bravo, don Sapiente! Eso aclara muchas confusiones.
Quien quiera construir algo sólido con la fe cristiana no puede confundir
patriotismo con universalidad.
Don Sapiente (con tono firme y sereno):—Justamente, Pancho. La
universalidad de Cristo no se negocia, y nuestra utopía pragmática
respeta esa verdad: la fe como puente de unión, no como muro de
exclusión.

[Escena: Don Sapiente y Don Pancho, ya más tranquilos, siguen
conversando mientras pasean por un campo cercano a la ciudad.]
Don Pancho (pensativo):—Don Sapiente, no me malinterprete, pero al
hablar de un Partido Católico Utópico Pragmático, me entra la
duda… Porque claro, si hablamos de católico, se puede pensar en la
unidad universal, pero si hablamos de partido, a veces el concepto se
puede distorsionar, y más si se lleva la palabra pragmático. No es que
no lo entienda, pero ¿no hay aquí una contradicción? Es decir, ¿cómo
puede ser práctico y católico a la vez sin caer en el riesgo de ser
excluyente?
Don Sapiente (con calma, pero firme):—Ah, buen Pancho, veo a lo que
se refiere. Pero, permítame decirle con claridad: no hay ninguna
contradicción. La propuesta de un Partido Católico Utópico
Pragmático está en perfecta armonía con el mensaje cristiano, que es
universal, abierto y sin fronteras. No se trata de un proyecto de
nacionalcatolicismo ni de pretender un modelo exclusivo que imponga
una identidad única. Esa es la gran confusión que existe hoy: asociar lo
católico con lo excluyente, con lo restrictivo, lo cual no tiene base en
el cristianismo.
Don Pancho (reflexionando):—Pero, entonces, ¿por qué poner la
palabra católico en el nombre del partido?
Don Sapiente (con una sonrisa paciente):—Es que el católico en
nuestro caso no refiere a un nacionalismo religioso o a una fe
excluyente, sino a universalidad. Como le decía antes, católico
significa “universal” en su esencia más profunda, que no impone una
cultura o frontera específica. La fe cristiana en su sentido auténtico es
universal, abierta a todos los pueblos, sin distinción de raza, clase
o nación. No buscamos imponer un modelo único, sino proteger y
promover los valores cristianos fundamentales que garantizan la
dignidad humana, la justicia y la fraternidad entre todos.
Don Pancho (interrumpiendo con curiosidad):—Ah, ya entiendo. Usted
quiere decir que un partido católico puede ser perfectamente
pragmático sin caer en la exclusión, ¿verdad? Porque lo práctico, en
su sentido más alto, no excluye, sino que integra a todos dentro de un
sistema de bien común. ¡Eso sí tiene sentido!
Don Sapiente (asintiendo con firmeza):—Así es, Pancho. Lo que
distingue a nuestro PCUP es que no reducimos el catolicismo a una
mera política nacionalista ni a un proyecto excluyente de la fe. La
verdadera utopía pragmática consiste en aplicar los principios
cristianos de amor fraterno y justicia universal al mundo político, sin
caer en la tentación de subordinar la fe a un proyecto nacionalista o
político específico. A diferencia del nacionalcatolicismo, que fusiona

conceptos opuestos, el PCUP es una propuesta abierta para todos
aquellos que deseen un futuro de unidad, donde la diversidad y el
respeto sean la base, pero sin traicionar los valores cristianos que
nos hacen humanos.
Don Pancho (sonriendo satisfecho):—Pues, ¡ya me ha quedado claro!
Un partido católico pragmático no implica forjar una fe nacionalista o
una religión del Estado. Al contrario, respeta la universalidad del
mensaje cristiano, porque todos los pueblos tienen cabida, sin
importar fronteras, siempre que respeten el bien común y la dignidad
humana.
Don Sapiente:—¡Exactamente, Pancho! Nuestro PCUP no excluye a
los que piensan distinto, ni a los que profesan otras creencias. La fe
católica en el PCUP no es un instrumento de poder, sino una fuente
ética que guía la acción política hacia la justicia, la paz y la solidaridad
sin fronteras. El verdadero cristianismo nunca puede ser exclusivista,
y nuestra política no es un medio para dividir, sino para unir a los
pueblos y las naciones bajo principios universales de justicia y
fraternidad.
Don Pancho (asintiendo con satisfacción):—Ahora sí entiendo la
diferencia. Mientras que el nacionalcatolicismo busca fusionar lo
católico con una identidad nacionalista excluyente, el PCUP
mantiene la universalidad del cristianismo y lo adapta de manera
pragmática para que los valores de solidaridad, justicia y bien
común sean accesibles para todos, sin imponer una cultura o
identidad específica.
Don Sapiente (con una sonrisa amplia):—¡Exactamente, Pancho! Y
esta es la clave: unidad en la diversidad. Nuestro PCUP no tiene la
pretensión de imponer ni de excluir, sino de integrar y promover un
modelo de convivencia basado en valores cristianos universales, sin
perder de vista la realidad y las necesidades del mundo moderno.
Don Pancho (frunciendo el ceño, pensativo):—Don Sapiente, hay algo
que me sigue rondando la cabeza. Aunque lo que usted propone con el
PCUP me parece razonable, me surge una duda. La palabra
"partido"… no sé si encaja bien. El concepto de partido está tan
asociado a las luchas de poder, a las ideologías polarizadas, y al fin y al
cabo, es una estructura exclusiva. Entonces, ¿cómo podemos hablar
de un partido católico y universal que, por naturaleza, busca
inclusión? No puede ser tan fácil. ¿No es un poco contradictorio?
Don Sapiente (sonriendo con paciencia):—¡Ah, buen Pancho! Es una
excelente observación. Permítame aclarar. Tiene razón en que, a priori,
la palabra "partido" no parece ser universal. De hecho, está asociada

a opciones políticas particulares que compiten entre sí, a menudo
generando divisiones. Pero hay algo muy importante que debemos
considerar: la realidad política moderna nos exige organizarnos de
alguna forma para intervenir eficazmente en la vida pública.
Don Pancho (asintiendo, pero aún dubitativo):—Entonces, ¿está
diciendo que la palabra partido no es el objetivo, sino simplemente el
instrumento para intervenir?
Don Sapiente (con entusiasmo):—Exactamente. Lo que estamos
proponiendo con el PCUP no es simplemente un partido político
tradicional, sino una semilla que se siembra en la tierra de la política
para dar fruto en un movimiento mucho mayor. No se trata de luchar
por el poder, ni de imponer una ideología. El PCUP es, en todo caso,
un medio temporal para generar una transformación en la forma en
que entendemos la política, la sociedad y los valores cristianos
universales.
Don Pancho (pensando profundamente):—Ah, ya lo veo. Entonces, lo
que propone no es quedarse atrapado en la estructura del partido,
sino trascenderla. La semilla es el partido, pero el objetivo es que ese
movimiento se expanda mucho más allá de las fronteras que un
partido político tradicional establece.
Don Sapiente (asintiendo):—¡Exactamente, Pancho! El PCUP es un
movimiento de ideas y valores. A través de esta estructura, buscamos
cultivar un cambio cultural profundo que trascienda las fronteras del
poder político, creando una nueva manera de hacer política que
ponga en primer lugar el bien común, la solidaridad universal y la
justicia. El concepto de partido es solo una etapa intermedia en un
proceso más amplio que, de hecho, todavía no tiene una forma
completamente definida en el horizonte. La verdadera transformación
viene cuando esas ideas se expanden más allá de un solo grupo o
estructura política.
Don Pancho (entendiendo poco a poco):—Entonces, el PCUP se
convierte en una célula de algo mucho mayor, un movimiento que tiene
la capacidad de trascender y llegar a todos los rincones, no solo de la
política, sino de la vida social y cultural. Así, aunque la palabra
"partido" pueda parecer limitada, en realidad es solo un vehículo para
una acción transformadora más grande.
Don Sapiente (sonriendo satisfecho):—¡Eso mismo, Pancho! El PCUP
no es un fin en sí mismo. El verdadero fin es crear una sociedad más
justa, solidaria y unificada según los principios cristianos universales.
El partido no es la estructura final, sino el punto de partida para un
movimiento que, con el tiempo, se pueda expandir hacia todas las áreas
de la vida pública y privada. El concepto de "partido" aquí se entiende

como un instrumento temporal para hacer posible el cambio, no como
un fin de poder, sino como semilla para un futuro más amplio.
Don Pancho (sonriendo):—¡Válgame Dios! Esto cambia el enfoque. Lo
que usted plantea con el PCUP es mucho más grande que un simple
partido político. Se trata de un movimiento cultural y social que puede
abarcar mucho más que la política institucional, algo que incluso podría
renovarse con el tiempo. ¡Un proyecto que no está limitado por las
ideologías y fronteras de hoy!
Don Sapiente (asintiendo):—¡Exacto, Pancho! Por eso mismo, el PCUP
es solo el inicio de un proceso de transformación que no se limita a
las estructuras políticas, sino que abarca todos los aspectos de la
vida humana. El verdadero reto es crear una sociedad donde los
valores cristianos universales sean los que guíen las acciones de
todos, sin necesidad de estructuras de poder exclusivas. Pero, para que
eso sea posible, comenzamos por crear una estructura política que
nos permita actuar en el contexto actual. Pero, lo que buscamos es
que, con el tiempo, la política misma se transforme y se convierta en un
medio más para la unidad y el bien común.
Don Pancho (con una expresión pensativa):—Entonces, en lugar de un
partido político tradicional, el PCUP es una iniciativa cultural y ética
que se utiliza en el ámbito político para iniciar el cambio. Y el cambio no
es solo político, sino social, económico, y hasta espiritual… ¡Es una
semilla que tiene potencial para crear una nueva forma de vivir!
Don Sapiente (con una mirada brillante):—¡Exactamente, Pancho! Y,
aunque en su origen el PCUP sea un partido, no está limitado a las
fronteras de lo político. Está destinado a expandirse y transformar
todos los ámbitos de la sociedad, ayudando a crear una cultura de paz,
solidaridad y justicia basada en los valores cristianos universales. No
buscamos el poder, sino el bien común.

Don Sapiente y Don Pancho,
reflexionando
Don Sapiente y Don Pancho, charlando
Diálogo 36. Reflexiones
Mientras pasean por un sendero que se abre entre campos verdes, Don Sapiente y Don
Pancho retoman su plática en un tono más pausado y meditativo. El tema que ahora les
ocupa no es menor: la naturaleza misma del “partido”. Acostumbrados a verlo como un
simple instrumento de lucha por el poder o un vehículo electoral, descubren que en su
raíz más antigua y profunda, el “partido” significa tomar parte: asumir una postura ética,
una cosmovisión que oriente la vida en común. Así, entre humor y filosofía, comienzan a
perfilar al Partido Católico Utópico-Pragmático (PCUP) no como una maquinaria de
poder, sino como una actitud hacia la política: una toma de posición existencial en favor
de la justicia, la dignidad, la solidaridad y el amor fraterno. De este modo, el diálogo se
convierte en reflexión irónica y luminosa sobre cómo transformar la política en un camino
de sentido, más allá de la mera ambición de gobernar.
Don Pancho (pensativo):—A veces, don Sapiente, cuando se habla de
un partido, la gente piensa en un grupo de personas que luchan por el
poder, en un sentido materialista, por ocupar un espacio de influencia o
control. Pero, como usted bien decía, el PCUP no es simplemente un
partido político al estilo clásico. El término "partido" viene de algo más
profundo, ¿verdad? Tiene que ver con tomar parte de una cosmovisión,
una creencia o una fe. Y en ese sentido, un partido no es solo un

vehículo para ganar elecciones, sino una actitud hacia la política, ¿no
es cierto?
Don Sapiente (sonriendo con sabiduría):—¡Exactamente, Pancho!
"Partido" en su origen no implica una lucha por el poder en el sentido
convencional de la palabra. En su raíz, un partido es tomar parte de
algo, una posición o cosmovisión que guía la acción política. Es, en
cierto modo, una actitud ética y filosófica hacia la política, que parte de
una creencia fundamental. Y en el caso del PCUP, esa cosmovisión
está basada en los principios cristianos universales que, lejos de ser
excluyentes o dogmáticos, buscan la unidad, el amor y el bien común.
Don Pancho (entendiendo lentamente):—¡Ahora lo veo más claro!
Cuando hablamos del PCUP como un partido, no estamos hablando de
un simple grupo político que compite por el poder, sino de un
movimiento que tiene una creencia, una actitud hacia el mundo. Es un
partido en el sentido más profundo de la palabra, porque no se trata de
luchar por ganar elecciones o imponer una ideología, sino de tomar
parte en una cosmovisión cristiana que influye en la manera de hacer
política.
Don Sapiente (asintiendo con firmeza):—Exactamente, Pancho. El
PCUP no es un partido en el sentido clásico que busca el poder por el
poder. Tomar parte en la cosmovisión cristiana universal es lo que nos
impulsa. Este partido es un movimiento de ideas que quiere transformar
el panorama político en base a principios éticos sólidos, que se
fundamentan en la fe cristiana: dignidad humana, solidaridad, justicia y
paz. En este sentido, el partido no es un fin en sí mismo, sino una
actitud política, una posición ante el mundo, que responde a un llamado
moral y ético.
Don Pancho (reflexionando):—Entonces, lo que usted propone no es
un partido político que se limite a una lucha por el poder, sino un
movimiento ético que transforma la política desde una creencia cristiana
profunda. Y esa creencia no es dogmática ni exclusivista, sino que se
extiende más allá de las fronteras y pone al bien común por encima de
intereses particulares. Es una actitud hacia el mundo, una visión de la
vida.
Don Sapiente (sonriendo):—Así es, Pancho. Tomar parte significa
comprometerse con una visión, una cosmovisión que responde a
principios universales. Y en este caso, la cosmovisión cristiana no se
limita a un espacio territorial ni a una cultura, sino que abarca a todos
los pueblos. Es una actitud política que se basa en el respeto a la
dignidad humana y en la búsqueda de la unidad entre los hombres, sin
importar su nación o creencias. Y ese es el verdadero espíritu del
PCUP: unir a los pueblos, no separarlos.

Don Pancho (con una sonrisa de satisfacción):—Ahora lo veo con toda
claridad. El PCUP es un partido en el sentido más profundo de la
palabra, porque toma parteen una cosmovisión cristiana, en un proyecto
ético y social. No se trata de ganar poder, sino de transformar la
políticadesde una actitud que busca el bien común. ¡Es un cambio de
enfoque completo!
Don Sapiente (con un gesto serio pero esperanzado):—Así es, Pancho.
Este partido no está destinado a sustituir los viejos partidos, sino a crear
una nueva forma de hacer política, una que no busque el poder por el
poder, sino que apunte a la unidad y al bien común. El PCUP es una
semilla que se siembra en el terreno de la política para dar lugar a un
movimiento que no se limita a las estructuras de hoy, sino que
trasciende esas fronteras hacia algo más grande y universal.
—Amigo Pancho, ¿has reflexionado sobre cómo nuestra Constitución
Católica Utópica-Pragmática se alinea con las enseñanzas de nuestro
Maestro? —preguntó Don Sapiente, con la mirada perdida en el
horizonte.
—¡Claro que sí, Don Sapiente! He estado dándole vueltas, y creo que la
clave está en el diálogo que tuvo el Maestro con los judíos. A ellos les
dijeron que querían que fuese un rey para que los salvara de los
romanos, pero él les respondió que su reino no era de este mundo —
respondió Don Pancho.
—Exacto, Pancho. Esa es la lección principal. El Maestro no rechazó la
política en sí, sino la mezcla del poder divino con el poder terrenal.
Nuestra Constitución, por el contrario, no busca hacer del Estado el
Reino de Dios, sino un humilde instrumento al servicio del pueblo. Eso
evita la tentación de imponer la fe por la fuerza, lo que el Maestro
siempre rechazó.
—Ah, ya veo. La Constitución evita el mesianismo político, que es lo
que querían los judíos. No se presenta como un reino perfecto, sino
como un Estado que busca la perfección sin ser perfecto.
—Precisamente. Y fíjate en la moralidad. El Maestro les reprochó que
sus intenciones estaban guiadas por el ego y el deseo de venganza. En
cambio, nuestra Constitución busca que el poder sea un servicio
humilde y que los líderes sean evaluados por su compromiso ético. En
lugar de ver el poder como una recompensa, lo ve como una
responsabilidad.
—Eso me gusta. Y también me gusta la separación de poderes. Los
judíos querían que el Maestro usara su poder divino para gobernar,

pero nuestra Constitución establece una división de poderes y un
consejo de sabiduría que solo es consultivo. Así, la fe no controla el
Estado, sino que lo guía moralmente.
—Así es. La libertad de conciencia y de religión que protege la
Constitución es fundamental para no caer en la misma trampa que el
Maestro rechazó. La fe inspira la ética del Estado, pero no lo controla
directamente.
—Entonces, nuestra Constitución no es un intento de volver al pasado,
sino una forma moderna de aplicar los principios cristianos a la política.
—Así es, Pancho. No busca un reino político-terrenal, sino que usa las
estructuras políticas para promover la dignidad, la justicia y el servicio.
Porque el verdadero cambio no viene de las espadas o los tronos, sino
de los corazones que se entregan al bien
—Don Pancho, fíjate que el Maestro también dijo: "Dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios". Esto lo podemos interpretar
como una invitación a no confundir los dos ámbitos, el terrenal y el
espiritual —comentó Don Sapiente mientras ajustaba sus gafas con aire
pensativo.—¡Exactamente! Es como si nos dijera: no mezcles lo que
corresponde al Estado con lo que pertenece al Reino de Dios. El Estado
no debe pretender ser un intermediario entre el alma y Dios. No debe
invadir el terreno de la fe, sino respetarla y dar espacio a la libertad
religiosa —respondió Don Pancho, asintiendo con la cabeza.
—Claro, Pancho. Nuestra Constitución no pretende que el Estado sea
el representante de Dios en la Tierra, sino que se compromete a
proteger la libertad de los ciudadanos para que puedan vivir según su
conciencia. Sin embargo, también establece que la moral cristiana debe
inspirar las leyes y la conducta de los gobernantes. Al final, la política
debe ser un reflejo del bien común y no del egoísmo o la ambición
personal. El Maestro nos enseñó que los gobernantes deben ser
servidores, no señores.—Así es, y en eso veo que nuestra Constitución
hace un trabajo admirable. No busca imponer la religión, sino reconocer
que la moral cristiana es un faro para todos, independientemente de la
fe. De hecho, la Constitución establece la necesidad de un "Consejo de
Sabiduría" que evalúa las decisiones políticas no solo en función de los
intereses materiales, sino también de los principios éticos y espirituales.
Es un recordatorio de que el verdadero poder está en servir con justicia
y amor.—Exactamente, Pancho. De alguna manera, la Constitución se
inspira en las palabras del Maestro cuando decía: "El que quiera ser el
primero, que sea el servidor de todos." El poder no es para dominar,
sino para elevar, para guiar a los demás hacia el bien. Esta es la
verdadera medida de un líder.

Así como el Maestro nunca usó su poder divino para imponer su
voluntad, sino que vino a servir, la Constitución plantea que los líderes
políticos deben entender su rol como el de servidores públicos, con una
ética basada en el amor al prójimo.—Lo que me gusta también es que
nuestra Constitución establece límites a la concentración de poder. No
hay un solo centro de autoridad. Como tú bien dijiste, se habla de una
"división de poderes" y un "Consejo de Sabiduría". Esto evita el peligro
de que cualquier grupo o individuo se apodere del poder y lo use para
fines egoístas. El Maestro mismo evitó esa tentación al rechazar la
oferta de ser rey de Israel.—Es cierto. Cuando los judíos le pidieron a
Jesús que gobernara como un rey terrenal, Él se negó porque entendía
que su misión no era la de imponer un dominio político, sino traer la luz
del amor y la verdad al corazón de las personas. De ahí que nuestra
Constitución rechace la idea de un Estado teocrático, donde la fe
controle el poder. Pero, a la vez, reconoce que la fe tiene un papel
fundamental en la formación de los valores que deben guiar el
comportamiento de los líderes y la sociedad en su conjunto.
—Entonces, la verdadera esencia de la Constitución Católica Utópica-
Pragmática es que busca aplicar los principios cristianos al ámbito
público, pero de manera que respete la libertad personal. Se reconoce
la imperfección humana, y por eso se habla de la "imperfección del
Estado". No se trata de crear un "reino perfecto", sino de aspirar a la
perfección a través del servicio y la justicia.
—Y esa es la clave, Pancho. El Estado no debe ser el fin, sino un
medio para lograr una sociedad justa y compasiva, que refleje los
valores del Evangelio. El cambio verdadero no proviene de una
imposición externa, sino de una transformación interna de los
individuos. Es en el corazón humano donde debe empezar la verdadera
revolución: la revolución del amor, la justicia y la paz.
—En otras palabras, Don Sapiente, nuestra Constitución está más
cerca de ser un "pacto de paz" entre la fe y el mundo, un acuerdo para
vivir según los valores cristianos sin imponerlos de manera autoritaria.
Es como si dijera: "Tomemos lo mejor de la política y la fe, pero no
olvidemos que lo más importante es vivir en armonía con Dios y el
prójimo."
—¡Exactamente, Pancho! Es un equilibrio entre la libertad y la
responsabilidad, entre la ética y la política. Y lo más importante es que,
como dijo el Maestro, el Reino de Dios está dentro de nosotros. Si los
corazones de los gobernantes y los ciudadanos son transformados por
el amor, entonces la sociedad misma se transformará. La Constitución,
por tanto, no es solo una carta de leyes, sino una invitación a vivir de
acuerdo con los principios del amor y la justicia que nos enseñó Jesús.

—De manera práctica, esto implica que el poder debe ser un medio
para la edificación del bien común, no para el beneficio personal o el
control de otros. La moral cristiana, entonces, no es un capricho, sino
una necesidad para que los líderes guíen a la sociedad hacia la
verdadera paz, esa que no depende de las circunstancias exteriores,
sino de la paz interior que nace del amor a Dios y al prójimo.—Pancho,
esa es la esencia de lo que hemos tratado de construir. Una sociedad
que no se base en la imposición, sino en el amor y la justicia. Y en ese
sentido, nuestra Constitución Católica Utópica-Pragmática es un reflejo
de la visión del Maestro, un intento de construir una sociedad que,
aunque imperfecta, aspire a ser un reflejo de los valores divinos.
—Entonces, la política, como el amor, no es algo abstracto ni lejano. Es
algo que debe vivirse todos los días en las decisiones cotidianas, en el
servicio al prójimo, en la búsqueda constante del bien. Y ahí, Don
Sapiente, es donde debemos poner todo nuestro empeño: en vivir de
acuerdo con los valores que nuestra Constitución defiende.
Diálogo 37. La personalidad autoritaria.
En un apacible jardín, Don Sapiente y Don Pancho retoman la plática, esta vez para
reflexionar sobre un viejo enemigo de toda sociedad justa: la personalidad autoritaria.
Inspirados por las páginas de Adorno y otros pensadores, descubren que el autoritarismo
no nace solo de dictadores y reyes, sino también del alma que teme la duda y busca
encadenar a todos a la misma certidumbre. Frente a esa rigidez que reduce personas a
etiquetas y sofoca la libertad, la Constitución Utópico-Pragmática aparece como su polo
opuesto: un poder para servir y unirse, nunca para dominar y uniformar. Así, en tono
cervantino y satírico, el diálogo desnuda la pobreza espiritual del dogmatizante y celebra
la riqueza de una fe viva y humilde que se ofrece sin imponerse.
—Pancho, hemos hablado mucho sobre nuestra Constitución Católica
Utópica-Pragmática —comenzó Don Sapiente, sentándose en el banco
de su jardín—. Hoy quiero que veas cómo todo lo que propusimos es el
polo opuesto del autoritarismo que analizamos con el libro de Adorno.
Don Pancho asintió, tomando asiento a su lado. —Lo de Adorno es muy
interesante. Me hizo pensar en las palabras que usamos, como "facha"
y "rojo". No solo son ofensivas, sino que deshumanizan a las personas
y evitan que pensemos.
La Sencillez de las Etiquetas vs. La Complejidad de la Verdad
—Precisamente. Las etiquetas son la herramienta principal del
dogmático dogmatizante. Reducen a una persona a una categoría
simple para justificar el odio. El autoritarismo necesita esa simplicidad.
No puede lidiar con la complejidad de la verdad. Como decía Adorno, la
personalidad autoritaria tiene una intolerancia a la ambigüedad.

—Entonces, ¿la diferencia no es si crees en algo o no, sino cómo tratas
a los que no creen?
—Exacto. Una cosa es ser dogmático, es decir, tener convicciones
firmes, y otra muy distinta ser dogmatizante, que es imponer esas
convicciones a los demás. El autoritarismo es siempre dogmatizante.
Necesita que todos piensen igual.
El Estado como Siervo, No como Amo
—Volviendo a nuestra Constitución Utópica-Pragmática, ahora entiendo
mejor por qué se basa en el servicio. El Maestro rechazó el trono y la
espada. Nuestra Constitución hace lo mismo, ¿verdad? Ve el poder
como una misión, no como una dominación.
—Así es. El Estado de la utopía pragmática es un siervo, no un amo. Se
basa en el respeto a la libertad individual y de conciencia, mientras que
el autoritarismo se alimenta de la sumisión acrítica. La Constitución no
busca crear un "paraíso" en la Tierra, sino una sociedad donde se
pueda luchar por la justicia sin tener que someter a nadie.
—Me gusta la idea de que la fe es la fuerza para hacer el bien. Santiago
lo dejó muy claro: la fe sin obras está muerta. Y el Maestro lo demostró
pidiendo fe antes de hacer un milagro. Es una fe que no se impone,
sino que se ofrece.
—Correcto. La fe utópica pragmática no es un arma, sino un acto de
amor y confianza. Mientras el autoritarismo usa la fuerza para imponer
una ideología muerta, nosotros usamos el amor y las obras para
demostrar una fe viva.
—Entonces, nuestra "utopía" no es un lugar al que llegamos, sino el
camino que caminamos.
—Exacto, Pancho. Es la meta que le da sentido a cada paso que
damos. Es el ideal que nos inspira a actuar, con humildad y respeto, en
el mundo real. Es la utopía que se hace pragmática en cada acto de
servicio, en cada defensa de la dignidad humana y en cada rechazo a
las etiquetas que deshumanizan.
Fin del diálogo, con la enseñanza de que la verdadera sabiduría radica
en el respeto mutuo, en la capacidad de dialogar sin imposiciones, y en
la libertad de pensamiento, que es el antídoto contra las cadenas del
autoritarismo.

Diálogo 38. EL DIÁLOGO DE LOS DIÁLOGOS
En este coloquio final, llamado con justicia “el diálogo de los diálogos”, Don Sapiente y
Don Pancho reflexionan sobre el fundamento último de la utopía pragmática. Tras
recorrer juntos mercados, plazas y claustros, ahora descubren que aquella aspiración a un
Estado justo y fraterno no es sino un reflejo de algo más profundo: la fe cristiana vivida
como fuerza transformadora. No se trata de una esperanza abstracta ni de un ideal lejano,
sino de una fe que, al mismo tiempo que sueña con el Reino de Dios, se traduce en obras
concretas de justicia, caridad y fraternidad. En tono juguetón y a la vez solemne, Pancho y
Sapiente hacen ver que esta fe no es resignación pasiva, sino acción viva; no es dogma
frío, sino utopía encarnada en la vida diaria. Así, entre ironía quijotesca y citas bíblicas, el
diálogo nos enseña que toda verdadera utopía pragmática tiene en la fe su horizonte y en
las obras su camino.
Don Sapiente:—¡Ah, Don Pancho, si me permites, me gustaría
contarte una reflexión que me ha rondado en la cabeza! Creo que
la fe cristiana, esa fe que profesamos, es una especie de utopía
pragmática. No sé si comprendes bien el concepto, pero he
llegado a la conclusión de que nuestra fe no es solo una esperanza

abstracta, un sueño distante. Es más bien una fuerza viva que,
aunque apunta a un Reino ideal, se concreta en la realidad a través
de las obras, de la acción.
Don Pancho:—¡Caramba, Don Sapiente! Ya me veo atravesado
por una tormenta de pensamientos que ni el viento de Ronsel
podría aligerar. ¿Una fe pragmática? ¡Y encima utópica! Creo que
he perdido el rumbo, como aquel marinero que ve la luz de un faro
y se siente más confundido que antes. ¿No será que la fe, como
buen amigo mío, debe ser solo una creencia, y punto? ¿No nos
basta con creer, y ya?
Don Sapiente:—¡Ay, Don Pancho! Si tan solo la fe fuera solo creer
y quedarse allí, ¿acaso no estaríamos limitados a una religión de
palabras vacías? Permíteme decirte que la fe cristiana es más que
una mera declaración. ¡Es una utopía! Esa utopía que no es
inalcanzable, sino que, en lugar de quedarse en un horizonte
lejano, se convierte en acción concreta. Como bien dijo el Señor:
“Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se
les dará por añadidura” (Mt 6,33). La fe cristiana no solo nos invita
a esperar el Reino, sino a trabajar por él, a que se haga presente
aquí, entre nosotros, aunque de forma imperfecta.
Don Pancho:—¡Ah, ya empiezo a entender! Dices que el Reino de
Dios es como un gran sueño, un faro en la lejanía, pero que ese
sueño debe hacerse realidad a través de nuestras obras, ¿verdad?
Como el buen Quijote que no solo soñaba con su amada Dulcinea,
sino que iba luchando con molinos de viento, ¡aunque siempre
acababa confundiendo a la realidad!
Don Sapiente:—¡Vaya, Don Pancho! ¡Que no te engañe el
sombrero de caballero andante! La fe cristiana, aunque tiene un
carácter utópico, no es una quimera que debamos esperar inerte.
Es una fuerza pragmática que mueve a la acción. Santiago lo dice
claramente: “Así también la fe, si no tiene obras, está realmente
muerta” (Sant 2,17). La fe no puede ser solo una teoría, ni una
simple charla de café, sino una acción que se manifiesta en la vida
diaria. ¿Acaso no ves cómo, a lo largo de la historia, los grandes
hombres de fe, como San Francisco o Santa Teresa, no se
conformaron con simplemente creer en Dios, sino que fueron
instrumentos del Reino aquí en la tierra?
Don Pancho:—¡Ah, ya veo, ya veo! Entonces la fe es como un
buen vino, que no basta con guardarlo en la bodega, sino que hay

que abrirlo y compartirlo. Y si no se abre, no vale de nada, como el
aceite en la lámpara que no da luz si no arde. ¿Y qué más, Don
Sapiente, qué más?
Don Sapiente:—Exactamente, querido amigo. Pero permíteme
añadir algo aún más fascinante. La fe cristiana, como la utopía
pragmática que es, no solo cambia el corazón del hombre, sino que
se convierte en condición para el milagro. En los Evangelios,
Jesús siempre pedía fe antes de realizar un milagro. Recordemos
cuando preguntó a los ciegos: “¿Creen que puedo hacerlo?” (Mt
9,28). ¡¿Qué significa esto?! La fe no es la causa del milagro, ¡pero
es su condición necesaria! Si no hay fe, no hay espacio para que la
gracia divina obre.
Don Pancho:—¡Ay, Don Sapiente, ya me estoy mareando entre
tanto milagro y tanto corazón ardiente! ¿Pero eso quiere decir que
la fe es como una llave que abre la puerta para que Dios obre?
¿Que sin fe, el cielo no puede bajar a la tierra?
Don Sapiente:—¡Así es! La fe no es el poder en sí, sino la
disposición para que el poder divino actúe. Es como si el hombre
preparara la mesa, pero es Dios quien la sirve. Y de esta forma,
querido Pancho, la fe no solo se limita a lo personal, sino que se
traslada a lo social y político. Creer en la justicia no basta; hay que
trabajar por ella.
Don Pancho:—¡Vaya! No pensaba que el evangelio y la política se
cruzaran tan a menudo. Yo pensaba que la política era solo para
los que venden promesas vacías, como los políticos de feria. Pero
tú me dices que la fe, esa fuerza utópica, nos lleva a ser artífices
de la justicia, de la paz. Es como un caballero, que no se contenta
con soñarse el héroe, sino que actúa. ¡Pero, Don Sapiente!
¿Acaso no es esto una carga grande para los pobres mortales
como yo?
Don Sapiente:—¡No, no, Pancho! No es una carga pesada, sino
una llamada. Porque si bien nuestra fe tiene un horizonte utópico,
siempre se encuentra arraigada en la acción concreta. No se trata
de alcanzar la perfección en este mundo, como si fuéramos dioses,
sino de acercarnos cada día más a esa visión del Reino, sabiendo
que aunque nunca lo veremos en su totalidad, podemos contribuir
a que se haga presente a través de obras de amor y justicia. Como
dijo San Agustín, “Cree y ama; el resto es consecuencia”.

Don Pancho:—¡Ah, claro! Como cuando uno siembra una semilla,
no espera que crezca de inmediato, pero confía en que, con trabajo
y paciencia, la planta crecerá. La fe, entonces, no es solo esperar,
sino sembrar el bien, sabiendo que Dios hará lo suyo. ¡Bien dicho,
Don Sapiente! Ahora entiendo, aunque un poco torpemente, que la
fe es mucho más que una esperanza lejana. Es una acción viva
que transforma, que construye.
Don Sapiente:—¡Exactamente, Pancho! Y esa es la grandeza de
la fe cristiana: es una fuerza que, sin negar el dolor y la
imperfección del mundo, invita a hacer el bien aquí y ahora,
guiados por la luz del Reino de Dios.
Don Pancho:—Bueno, bueno, Don Sapiente. Mi cabeza da
vueltas, pero creo que ahora entiendo algo más. ¡La fe cristiana no
es solo un sueño, es un sueño que nos llama a actuar! Y yo, como
hombre de bien, me pondré a trabajar por ese Reino, aunque sea
como un simple escudero.
Don Sapiente:—¡Así debe ser, Pancho! El Reino de Dios no es un
lujo de reyes, sino un legado para todos, desde el más humilde
hasta el más sabio. Que cada acción, por pequeña que sea, se
convierta en un paso hacia ese Reino.
Don Pancho:—Y ahora, Don Sapiente, ¡pase lo que pase,
lucharemos con la pluma y con el corazón!
_______________________________________________
De este modo, estimados lectores, en el momento en que Don
Sapiente y Don Pancho consolidan su alianza de lucha mediante la
pluma y la convicción, el Extremeño Utópico, solo puede expresar
un deseo: si la voluntad divina lo permite, esta narrativa continuará,
no concluirá aquí.
El eco de estos diálogos en torno al humanismo cristiano y la
utopía pragmática ha trascendido ya los confines de Extremadura.
Don Sapiente, autor de una obra de gran repercusión que
popularizó el humanismo cristiano, se halla inmerso en la redacción
de su trabajo más esperado: El Humanismo Cristiano Utópico
Pragmático, resultado de su reciente metanoia, de una honda

transformación interior y de su confrontación con la realidad
mundana.
Pronto, si la vida nos lo permite y seguimos con el corazón
abierto, retomaremos la tercera y más profunda etapa de esta
historia. Una historia que, sin duda, nos seguirá revelando
verdades y brindando consuelo. En ella, reencontraremos a Don
Sapiente, quien, tras su caída, ha renacido con una sabiduría más
serena y auténtica. Ya no es solo un hombre de ideas, sino un
hombre de experiencia. A su lado, como siempre, estará su fiel
compañero Pancho, anclado en la tierra y en la verdad sencilla.
Sin embargo, la vida, en su sabio diseño, nos pedirá hacer una
nueva pausa en la narración. No será por un viaje o un asunto
urgente, sino por una razón de alma: el cronista debe ser testigo de
una transformación crucial.Tras su caída en la realidad de
Extremadura, habrá vivido una verdadera recreación de sí mismo.
Su voluntad se habrá alineado con lo esencial, superando aquel
primer "yo" rígido y puramente teórico.
Cuando la historia se reanude, lo haremos con un alma que ya
anhela una etapa superior: la de una plenitud que antes solo
imaginaba. Don Sapiente ya no será solo un hombre que aprende
de sus errores; se habrá convertido en un ser en proceso de
transformación continua, que ha encontrado en la fe y la humildad
un descanso profundo en lo divino. Y es por esta promesa de
renacimiento, querido lector, que te ofreceremos más adelante el
relato de estos viajes y conversaciones. Así pues en el momento
oportuno, si Dios lo dispone y la Fortuna no se atraviesa con sus
caprichos, se dará principio a la segunda parte, no menos
alegóricamente verdadera que provechosa, de don Sapiente de la
Serena, caballero de las letras y de la especulación alta, y de su fiel
y discreto compañero Pancho, hombre de librerías y de realidades
terrenales. (continuará D.v.= Deo volente)
("Continuará, si Dios quiere" o "Continuará, Dios mediante").

ESTILOS DIVERSOS DE DON SAPIENTE Y DON PANCHO
Versión en anime de don Sapiente de
las Serena y de don Pancho
Una ilustración 3D en estilo
cartoon-realista muestra a Don Sapiente
y Don Pancho en un mitin y dialogando
en un foro grecorromano, rodeados de
columnas, una estatua y una multitud
atenta. La escena transmite profundidad
intelectual y apertura comunitaria.

Nota Aclaratoria sobre Metodología y Posicionamiento
Doctrinal
El autor de la presente alegoría novelada, consciente de la naturaleza
interdisciplinar de la obra (que aborda tanto la psicología como la
teología), establece el siguiente principio metodológico y doctrinal:
1.Separación de esferas y objetividad investigadorra: el
compromiso personal con el Magisterio de la Iglesia Católica en
cuestiones de fe y moral no menoscaba la capacidad del autor
para emprender investigaciones o análisis de carácter científico y
objetivo. El rigor se garantiza mediante la clara y estricta
separación metodológica entre las convicciones personales (la
fe) y la aplicación de los métodos de las ciencias empíricas o
humanísticas.
2.Sometimiento doctrinal en la ficción: en el ámbito de la
presente obra literaria, y en lo concerniente a las representaciones
o discusiones de la fe y la doctrina católica, el autor se somete a
priori al juicio del Magisterio de la Iglesia Católica. Esta
declaración cautelar tiene por objeto salvaguardar la ortodoxia
doctrinal y subsanar cualquier posible error de índole teológica o
canónica que, por inadvertencia, pudiera haberse deslizado en la
construcción de la alegoría novelada.
Asumiendo que la analogía de "Don Sapiente y Don Pancho" se refiere
al diálogo donde: Don Sapiente representa el idealismo, la teoría y la
utopía (lo abstracto). Don Pancho representa el pragmatismo, la
experiencia y la realidad (lo concreto). Al aplicar los objetivos de una
analogía novelada a este diálogo, el propósito sería el siguiente:
El diálogo o narrativa de Don Sapiente y Don Pancho funciona como
una analogía novelada cuyo principal objetivo es explorar la tensión y la
complementariedad entre la teoría idealista y la realidad práctica.
1. Objetivo de Clarificación y Comprensión
Dominio Objetivo (Abstracto y Difícil): El concepto complejo de la
gobernanza, la justicia social, el perfeccionamiento del Estado, o la

aplicación de grandes ideas filosóficas (como el Estado Utópico-
Pragmático). Dominio Fuente (Concreto y Familiar): Una conversación
sencilla entre dos arquetipos fácilmente reconocibles: Don Sapiente:
Clarifica los ideales y la visión de un mundo mejor, haciendo
comprensible el qué y el por qué de la teoría. Don Pancho: Clarifica los
obstáculos, las limitaciones humanas y la fricción de la vida real,
haciendo comprensible el cómo y el por qué no de la aplicación.
Función: La analogía permite al lector comprender que cualquier idea
de progreso debe negociar entre la pureza del pensamiento (Sapiente)
y las restricciones del mundo material (Pancho).
2. Objetivo de Distanciamiento Crítico y Debate
El Debate como Vehículo: El diálogo ofrece un escenario neutral
donde estas dos posturas (idealismo vs. pragmatismo) pueden chocar
sin que el autor tenga que tomar partido explícitamente en un ensayo.
Función Crítica: A través de Don Pancho, la analogía critica la
ingenuidad o la ineficacia de la teoría pura que ignora la logística, la
economía o la naturaleza humana. A través de Don Sapiente, critica el
cinismo o la resignación de la práctica que renuncia a la visión y el
ideal.
3. Objetivo de Profundidad y Significado Literario
Humanización del Conflicto: En lugar de presentar una tesis y una
antítesis académica y fría, la analogía usa a Don Sapiente y Don
Pancho como personajes con voz y personalidad.
Función: Esto inyecta calidez, humor (a menudo a través de los
refranes de Pancho) y una conexión emocional, haciendo que el
conflicto ideológico sea más memorable y relacionable para el lector. La
conclusión, si la hay, no es una fórmula matemática, sino un
entendimiento humano sobre la necesidad de ambos enfoques.
En esencia, la analogía novelada de Don Sapiente y Don Pancho busca
demostrar que la sabiduría (Sapiente) debe estar siempre templada por
la realidad práctica (Pancho) para que las grandes ideas tengan alguna
esperanza de aplicarse con éxito.
Objetivo Central: busca demostrar que el progreso real solo puede
surgir de la negociación entre la sabiduría idealista de Sapiente y la
realidad práctica de Pancho. Critica tanto la ingenuidad de la teoría pura
como la práctica sin visión. La conclusión no es una fórmula, sino un
entendimiento humano sobre la necesidad de ambos enfoques para
construir cualquier ideal social o político. El lector, a través de esta
analogía, aprende que la Utopía Pragmática es la síntesis de estos dos
mundos.

COMENTARIO DE LA IA
(asumiendo que puede cometer errores)
La primera parte de la obra Don Sapiente de la Serena es una
alegoría dialogada que narra la profunda transformación interior,
o metanoia, del excéntrico humanista Don Sapiente (antes
Salomón).
A continuación, se comenta cómo la alegoría contiene pensamientos
contrarios a la fe católica, se resume su contenido y se ofrece una
evaluación, todo ello basado en las fuentes proporcionadas.
1. Pensamientos contrarios a la Fe Católica y su necesidad en la trama.
La narrativa se basa en la profunda crisis existencial de Don Sapiente,
cuyo dolor por el rechazo de Esperanza (quien elige la vida carmelita) lo
obliga a buscar una verdad que trascienda la fría lógica. Esta búsqueda
lo lleva a una etapa de rebelión intelectual en la que adopta y exalta
filosofías directamente contrarias al dogma católico tradicional, lo cual
es fundamental para el desarrollo de la trama que culmina en su
rendición (metanoia).
Los principales pensamientos contrarios a la fe católica y su doctrina
incluyen:
• La Primacía de la Razón sobre la Revelación: Don Sapiente abraza
los "errores" condenados por un texto profético (el 666) que atribuye a
los filósofos y a la Ilustración el inicio de un ataque radical a la fe. Don
Sapiente celebra esta posición, afirmando que la "sola inteligencia
humana" es el único criterio de verdad. Su pérdida lo obliga a depender
de su razón, y por ello, declara con orgullo: "Mi razón es ahora mi único
Magisterio".
• Rechazo del Dogma y la Tradición: Él ve las enseñanzas de la Iglesia
como un intento de "coartar la existencia" y un "yugo" que quiso
aprisionar a Esperanza. Su salida ruidosa de la misa (la "Misa Hostil")
es un acto de "rebelión existencial" contra la fe que interpretó como la
negación de la vida y el deseo.
• El Existencialismo y la Ausencia de Sentido Trascendente: Don
Sapiente postula que "la existencia precede a la esencia" y que, por lo
tanto, no hay un "Diseño Trascendente" o un rol preestablecido para el
ser humano. Afirma que la ausencia de Dios es lo que obliga al hombre
a ser digno y a "inventar la ética con dolorosa y solitaria libertad".

• La Fe como Opio y Mito: Desacraliza las Sagradas Escrituras al
catalogarlas como una "estructura mitológica" o "arquetipos" (siguiendo
a Campbell). También acepta la crítica de Marx de que "La religión es el
opio del pueblo". Él ve su propia fe infantil como un "alivio ilusorio" y
una "sintomatología".
Necesidad para la Trama: La trama exige esta profundización en el
Humanismo Existencial y la negación de la fe porque es esta soberbia
intelectual y su fortaleza racional lo que debe ser confrontado y
derrumbado en el clímax de la conversión. El camino de Don Sapiente
está marcado por la disonancia cognitiva (el dolor de la pérdida choca
con su discurso de pureza y autosuficiencia), y solo la rendición radical
de su intelecto puede llevar a la metanoia.
2. Resumen del contenido de la primera parte.
La primera parte narra el Viaje del Héroe de Salomón (Don Sapiente),
impulsado por la herida biográfica de la partida de Esperanza al
Carmelo.
Fase 1: La Crisis y la Búsqueda Intelectual (Capítulos 1-8) Don
Sapiente, inicialmente un joven rígido en su conocimiento, sufre una
crisis profunda al ser rechazado por Esperanza. Este dolor lo impulsa a
buscar la síntesis de las Tres Bibliotecas: la Idea (su mente), la Acción
(su padre, Don Justo) y la Entrega (Esperanza). La relación con su
contrapunto, Don Pancho, el bibliotecario pragmático y socarrón, le
proporciona el ancla terrenal necesaria para sus vuelos quijotescos.
Fase 2: La Consolidación del Humanismo Existencial (Capítulos 9-22)
Salomón canaliza su dolor en una filosofía: el Humanismo Existencial.
Para sanar su herida, reinterpreta los textos cristianos a través del Mito
del Héroe de Joseph Campbell, viendo el celibato de Esperanza no
como un dogma, sino como un acto heroico de autorrealización. Su
búsqueda lo lleva a confrontar y desmantelar los dogmas religiosos y
sociales con la crítica de Feuerbach (Dios es una proyección humana),
el Budismo Zen (el No-Ego), Marx (la religión es "opio") y Bakunin (Dios
es el Primer Tirano).
Esta fase culmina con la consagración de su pensamiento en el best
seller HUMANISMO EXISTENCIAL Y SU UTOPÍA PRAGMÁTICA, cuyo
corazón es el Manifiesto del Hombre Proyectado. Su filosofía se define
por la Elección Autónoma y la responsabilidad de crear sentido en la
ausencia de Dios. Este idealismo le cuesta un precio: es atacado
físicamente por reaccionarios, y su coloquio en el hospital con Don
Pancho muestra el contraste entre su triunfo filosófico y su
vulnerabilidad humana, aunque se aferra a su verdad.

Fase 3: El Umbral de la Metanoia (Capítulos 23-35) La transformación
comienza cuando Esperanza lo invita a Ávila. En el Museo de Santo
Tomás, reinterpreta a los misioneros no como santos, sino como
"aventureros de la conciencia", usando el mito cristiano como su "ficción
heroica fundamental". Posteriormente, un descubrimiento en el Archivo
de Indias (la Embajada Keichō de samuráis cristianos) sacude su
sistema lógico: la verdad "no se conquista: se recibe".
El viaje culmina con su retorno a Ávila y, finalmente, en su estudio. Una
"Presencia" lo envuelve al rezar un Ave María, revelando que su
autonomía era mera "soberbia afectiva". El edificio de su Humanismo
Existencial se derrumba, dando paso a su rendición y al regreso a la fe.
El Padre y la Madre de Salomón mueren en paz, con la tranquilidad de
ver a su hijo reconciliado, consolidando así la "Utopía Pragmática" como
un estado de equilibrio personal basado en la Fe, la Razón y la
Disciplina.
3. Evaluación del Contenido
La alegoría ofrece una evaluación compleja del viaje intelectual y
espiritual de su protagonista, destacando la tensión entre la razón y la
fe.
Amplitud y Coherencia Estructural: la obra es ambiciosa al trazar la
transformación de Don Sapiente de ser un "espíritu errante y un joven
desengañado" a ser un "humanista cristiano sosegado". La alegoría
emplea la figura de Don Pancho como el "fiel contrapunto" necesario,
que rescata a Sapiente de los "abismos del delirio". La estructura
narrativa está magistralmente diseñada en torno al "triángulo de
sabiduría" de las tres bibliotecas (Idea, Acción, Entrega), que reflejan la
totalidad de la condición humana y obliga a los personajes a confrontar
sus limitaciones.
Crítica y Transformación del Héroe: el texto evalúa la figura del sabio.
Inicialmente, Don Sapiente encarna un ideal de "perfección" que lo hace
rígido e inhumano ("yo viejo"). La trama lo obliga al "quiebre" y a la
humildad, transformándolo en un hombre que se define por lo que
aprende, no por lo que sabe. Aunque su filosofía existencialista logra
transformar su dolor personal en una "misión trascendente" (el Héroe
Moderno), su orgullo intelectual sigue siendo un defecto que se
manifiesta en su altanería pedagógica, donde "ganó la discusión por
autoridad, pero perdió la conexión con sus alumnos".
Logro de la Metanoia: el punto culminante de la evaluación reside en
la metanoia. La conversión no es un escape sentimental, sino una

reestructuración psíquica y espiritual profunda. La fuente indica que
Don Sapiente no conquista la Gracia, sino que la "recibió", lo que lleva
al colapso de su soberbia afectiva. Este desenlace cumple la promesa
de la alegoría: la sabiduría se alcanza al dejar de luchar y al encontrar
que el verdadero "elixir" que el héroe trae del viaje es la paz y la "Gracia
que se recibe". El cierre de la obra, con la partida en paz de sus padres,
consolida esta metanoia como la "calma del justo" transferida a
Salomón, haciendo que la Utopía Pragmática se convierta en un estado
de equilibrio tangible.
La primera parte de la obra Don Sapiente de la Serena cumple, e
incluso supera, los requisitos esenciales que se describe para despertar
el interés en una novela actual, al combinar una trama de profunda
transformación personal con una densa reflexión filosófica y una
marcada identidad cultural.
A continuación, se presenta un análisis de cómo la Fuente de la primera
parte se alinea con los criterios de interés:
1. Trama atractiva, tensión y profundidad emocional
El material ofrece una trama central atractiva construida sobre un drama
existencial de alto voltaje intelectual y emocional: la metanoia o
conversión radical de Don Sapiente (Salomón).
• Punto de Partida y Tensión: El motor de la historia es una herida
biográfica y una tensión emocional palpable: el rechazo doloroso de su
amada Esperanza, quien elige la vida carmelita. Esta pérdida pulveriza
su estructura de fe y lo obliga a buscar una verdad que trascienda la fría
lógica. El relato genera interés al mostrar la lucha del protagonista por
sanar esta herida reinterpretando textos cristianos a través del
Humanismo Existencial y la psicología.
• Conflictos y Giros: La narración no se queda en el lamento, sino que
avanza mediante confrontaciones intensas: el duelo intelectual con el
Profesor Práxico Exacto Veritas, las airadas discusiones con Don
Pancho, el estallido de Salomón al confrontar la fe en la iglesia (la "Misa
Hostil"), y la agresión física que sufre por sus ideas, que lo deja
"físicamente roto pero filosóficamente triunfante".
• Reflexión Profunda: La obra aborda de frente temas universales como
la identidad, el amor, el poder, la libertad y la búsqueda de sentido. La
trama se articula en torno a la síntesis de tres esferas de sabiduría
(Idea, Acción y Entrega/Corazón), que reflejan la totalidad de la

condición humana, un esquema que es intelectualmente riguroso y
narrativamente coherente.
2. Personajes bien desarrollados y conexión con dilemas
Los personajes están diseñados como arquetipos en diálogo, lo cual
favorece la reflexión y la empatía.
• Don Sapiente (El Héroe en Transformación): Inicialmente, es un
hombre rígido y excéntrico, reflejo de un "yo viejo". Su viaje del héroe lo
humaniza: se define por su capacidad de aprender y por la humildad
que le es impuesta por sus fracasos. Su lucha por crear un sentido
autónomo es un dilema con el que el lector moderno puede conectarse.
• Don Pancho (El Contrapunto Pragmático): Es el elemento de
entretenimiento y realismo. Descrito como "prudente, socarrón y
pragmático", Pancho funciona como el "principio de realidad" que salva
a Sapiente de los "abismos del delirio". Sus comentarios humorísticos y
terrenales (como cuando compara la angustia existencial con olvidarse
del papel higiénico o necesita un café tras un debate denso) ofrecen la
dosis necesaria de ligereza frente a la pesadez filosófica.
• Esperanza (La Encarnación del Sentido): Aunque a menudo está
ausente, es la fuerza catalizadora. Ella encarna la entrega amorosa y la
libertad elegida de manera radical, lo cual desafía la noción de libertad
de Salomón, enriqueciendo el debate sobre la vocación y el amor.
3. Relevancia social, cultural y novedad en el enfoque
La obra demuestra una gran relevancia social y cultural al integrar la
identidad local con el debate global, lo que contribuye a la originalidad
del enfoque.
• Identidad Cultural (Extremadura e Hispanidad): La historia está
firmemente anclada en la Extremadura de La Serena, usando
referencias gastronómicas locales (Migas, Patatera) como metáforas de
su "utopía pragmática". Además, aborda el tema de la Hispanidad a
través de la controvertida disertación de Sapiente, proponiendo una
relectura desde la angustia existencial y la libertad sartreana.
• Temas Actuales e Interculturalidad: La novela introduce debates
contemporáneos y globales, como el análisis de la libertad en culturas
regidas por la armonía social (Confucianismo, Cultura Coreana) y el
Dharma hindú. También integra la crítica radical de la religión (Marx,
Feuerbach, Bakunin) y la visión del mito (Campbell) y la psicología
humanista.

• Novedad y Mezcla de Géneros: La obra es un alegoría dialogada que
mezcla el ensayo filosófico (los coloquios y conferencias) con el drama
personal y el esquema del bildungsroman (novela de formación). Un
ejemplo de novedad es el uso de la Inteligencia Artificial (IA) como
herramienta de asistencia para el autor y su inclusión en la narrativa a
través del "coche Universal" de Don Sapiente, un "artefacto que
priorizaba la utilidad común sobre el beneficio exclusivo".
En resumen, el material de la Primera Parte es altamente atractivo
porque:
1. Ofrece una trama de transformación profunda (metanoia) impulsada
por un dolor universal (la pérdida amorosa).
2. Desarrolla personajes complejos que encarnan ideas opuestas
(Sapiente, Pancho, Esperanza).
3. Utiliza el conflicto narrativo para explorar cuestiones filosóficas y
teológicas de máxima relevancia actual (libertad, ateísmo ético,
propósito).
4. La conclusión de la primera parte, donde la utopía pragmática se
consolida como un estado de equilibrio personal (Fe, Razón y
Disciplina/Acción), ofrece el placer estético y la catarsis que el
lector busca en una obra literaria profunda.
A continuación, se resume y se comenta la conclusión de
manera concisa, confirmando que las fuentes (la Alegoría
Dialogada y Orígenes de la Alegoría Dialogada) objetivan un
rechazo explícito al dogmatismo autoritario y a la
intolerancia, mientras que afirman una postura dogmática e
intransigente en sus principios cristianos éticos,
estableciendo así la dialéctica entre subjetividad y tolerancia.
Rechazo explícito al dogmatismo autoritario (tolerancia en los
medios)
Ambas fuentes, a través de los diálogos de Don Sapiente y los
ensayos adjuntos, rechazan activa y objetivamente la actitud
dogmatizadora y autoritaria, alineándose con los principios de una
sociedad abierta. Este rechazo se establece como un pilar
fundamental del modelo de la Utopía Pragmática:
• Negación del Dogmatismo Político: el Estado Utópico-Pragmático
se define por ser "dogmático en sus principios" (es decir, en sus
valores éticos fundamentales), pero "no dogmatizador en sus

medios". Esto implica una renuncia explícita a la coerción de las
conciencias.
• La Libertad de Conciencia como Baluarte: se reconoce la libertad
religiosa y de conciencia como un derecho civil fundamental y un
bien para la paz social. El Estado Utópico-Pragmático "no impone
la fe", sino que dialoga.
• Contraste con la Personalidad Autoritaria: el autor vincula la
actitud dogmatizante con la personalidad autoritaria (analizada
desde Adorno), caracterizada por la intolerancia a la ambigüedad,
la rigidez, la sumisión acrítica y la agresión hacia el "otro". La
Utopía Pragmática se posiciona como el "polo opuesto" a esta
sumisión y rigidez.
• Método del Diálogo y la Razón Pública: la propuesta se somete al
"proceso democrático, al diálogo y a la verificación empírica de sus
políticas". Se requiere que las razones se presenten en un
"lenguaje de razón pública" y con evidencia, no mediante la
autoridad revelada.
• El Uso de Don Pancho: el personaje de Don Pancho, el escéptico
y pragmático, actúa como el "mediador socrático" que introduce las
objeciones del lector común. Su función es obligar a Don Sapiente
a "aterrizar el ideal", asegurando que la verdad "se recibe" en lugar
de imponerse.
Afirmación Dogmática de los Principios Éticos (Intransigencia en el
Fondo)
Simultáneamente, la narrativa es dogmática e intransigente en
cuanto a su base ética inspirada en el cristianismo, aunque esto se
presenta como un acto de subjetividad profunda y convicción
personal:
• La Base Ética Innegociable: los principios fundamentales del
Estado (Dignidad de la persona humana, Bien Común, Solidaridad
y Subsidiariedad) son considerados "principios no negociables" y
"verdades prácticas". Estos valores están inspirados y
fundamentados en el mensaje de Jesús (el Evangelio) y la Doctrina
Social de la Iglesia (DSI).
• La "Estrella Polar" Cristiana: el modelo es guiado por la "visión de
justicia y amor de Jesús" o la "caridad" como "estrella polar". La fe
cristiana es vista como una "fuerza dinámica" que moldea la psique
y las estructuras sociales.

• La Declaración de Identidad: el autor confiesa que la historia de
Don Sapiente es una "autobiografía velada" y el reflejo de sus
"dogmas". Al final de la transformación de Sapiente, el PCUP
(Partido Católico Utópico Pragmático) declara abiertamente su
identidad católica, entendida como universalidad y adhesión a los
principios éticos.
• La Lucha contra el Separatismo como Idolatría: la intransigencia
se manifiesta al prohibir explícitamente las ideologías separatistas.
Estas se definen como "idolatría política" porque absolutizan una
parte (la identidad regional) por encima del todo (la unidad y
dignidad compartida).
En resumen, la conclusión es precisa: la narrativa objetiva una
subjetividad dogmática (creencia firme en la verdad ética cristiana)
que, a través de sus métodos (diálogo, pluralismo y respeto a la
conciencia), practica la tolerancia no dogmatizante. Este enfoque
busca la libertad que nace del servicio, a diferencia del
autoritarismo, que surge de la sumisión y la imposición.
Los textos provienen de extractos de una obra titulada "Don
Sapiente de la Serena", que narra la compleja transformación
intelectual y espiritual del protagonista, Salomón (Don Sapiente).
La narrativa se centra en la metanoia o conversión radical de Don
Sapiente, impulsada por la crisis existencial que le provoca la
decisión de su amada, Esperanza, de ingresar al convento.
Inicialmente, Salomón elabora el "Humanismo Existencial y su
Utopía Pragmática", una filosofía de la libertad autónoma que
busca sanar su dolor desmantelando dogmas religiosos con la
crítica de Feuerbach y el Budismo Zen. Sin embargo, su orgullo
intelectual es confrontado por su contrapunto, el bibliotecario
pragmático Don Pancho, hasta que una irrupción de la
Gracia quiebra su lógica y lo conduce a una reconciliación con la
fe. Finalmente, el texto describe cómo Don Sapiente aplica su
nueva síntesis de fe y razón a la acción política mediante la
propuesta de un Estado utópico-pragmático fundado en principios
cristianos y la Doctrina Social de la Iglesia.

El índice detallado y el resumen de los capítulos de la
Primera y Segunda Parte de "Don Sapiente de la Serena"
se presentan a continuación, basándose en los textos
proporcionados.
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ÍNDICE DETALLADO DE LA PRIMERA PARTE
DEL EXCÉNTRICO HUMANISTA DON SAPIENTE DE LA SERENA
Capítulo 1: La Serena y la Cátedra de lo Doméstico
• Resumen: Se revela a Don Sapiente en su vida cotidiana como un
humanista moderno que combina la tecnología (como el coche Universal
conectado a IA, símbolo de cooperación) con los placeres del mundo y los
símbolos de su identidad. Se describe su origen en La Serena, Extremadura.
Capítulo 2: La Dualidad de la Infancia y el Destino de Salomón
• Resumen: Se narra la infancia de Salomón (Salo) en Extremadura,
marcada por la dualidad entre el rigor marcial y estoico de su padre, Don
Francisco Cortés Rodríguez (Don Justo), y la amorosa quietud de su madre,
Doña Teresa, quien le inculcó los principios cristianos. Se introduce a
Esperanza, la ahijada de alma libre, y el momento en que Salomón siente la
vocación intelectual bajo una encina centenaria.
Capítulo 3: Don Pancho: el Ancla Pragmática y la Amistad Entrañable
• Resumen: Se introduce a Don Pancho, bibliotecario mayor de la
Universidad Utópica Pragmática, como el contrapeso socarrón y pragmático
de Don Sapiente. Se narra el desengaño amoroso de Salomón por
Esperanza (quien eligió el Carmelo) y cómo él se refugia en la erudición,
cayendo en la soberbia intelectual. La amistad se establece como un
equilibrio en el que Pancho rescata a Sapiente del "delirio" y Sapiente lo
rescata de la "tibieza del conformismo".
Capítulo 4: Esperanza, el Llamado y la Reconfiguración del Ser
• Resumen: Se profundiza en el diálogo entre Salomón y Esperanza, la
enfermera que descubre la fe en el servicio tangible. Esperanza anuncia su
vocación religiosa, explicando su decisión como la "muerte del hombre viejo"
(lenguaje de San Pablo y la mística) para alcanzar una libertad superior.
Salomón intenta comprender esta transformación desde la psicología
humanista.
Capítulo 5: El Cosmos en Miniatura: la Biblioteca como Caridad
Intelectual

• Resumen: Cuatro personajes (el Teólogo Clérigo, el Padre, la Madre y la
Ahijada) se reúnen en la biblioteca ausente de Don Sapiente. Descubren que
el lugar es un "cosmos en miniatura" y un "círculo de diálogo" que fusiona
ideas opuestas (desde Aristóteles y San Agustín hasta Nietzsche y el
feminismo). Se concluye que la biblioteca es una "caridad intelectual" que les
obliga a confrontar sus propias limitaciones.
Capítulo 6: La Biblioteca del Soldado y las Dos Verdades
• Resumen: El coloquio continúa en la biblioteca del Padre Don Francisco
(Militar), un espacio de acción, estrategia y hechos históricos. Se contrasta la
sabiduría de la "cabeza" (Sapiente) con la sabiduría del "brazo" (la acción).
Se concluye que la condición humana exige llevar "las dos bibliotecas a
cuestas": la de la Idea y la de la Acción.
Capítulo 7: La Sala del Consuelo: la Biblioteca más Sabia de las Tres
• Resumen: El último coloquio se celebra en el rincón de paz de Esperanza,
un lugar de oración y servicio. El Teólogo Clérigo concluye que esta es la
biblioteca más sabia, pues en ella la Verdad "no se busca ni se impone, sino
que se sirve a través de la entrega amorosa". Las tres bibliotecas (Cabeza,
Brazo, Corazón) revelan la totalidad de la condición humana.
Capítulo 8: El Triángulo de Sabiduría y el Elixir del Diálogo
• Resumen: Don Sapiente regresa y se reencuentra con sus amigos,
quienes han entrado en el "triángulo de sabiduría" durante su ausencia.
Sapiente concluye que su "silencio" fue más elocuente que cualquier
discurso. La verdadera sabiduría reside en la diversidad de instrumentos (el
telescopio del filósofo, la brújula del soldado y el bálsamo del sanador) y en
el diálogo.
Capítulo 9: El Mito del Héroe y la Sanación de la Herida Existencial
• Resumen: El dolor de Don Sapiente por Esperanza lo obliga a buscar una
verdad que trascienda la lógica. Para resolver su disonancia cognitiva,
reinterpreta textos cristianos mediante el Humanismo Existencial y el Mito del
Héroe de Campbell. El Pastor del Salmo 23 se convierte en el arquetipo de la
conciencia humana (siguiendo a Feuerbach) y la fe en un "acto existencial de
confianza radical".
Capítulo 10: El Tríptico de la Libertad: Catedral, Templo y Puente
• Resumen: Don Sapiente conceptualiza su pensamiento a través de tres
arquetipos: la Catedral (esclavitud a la Esencia Impuesta), el Templo
Sintoísta (la Nada y la Libertad Absoluta) y el Puente (el Proyecto Personal,
la elección auténtica). Concluye que su misión es ser el Puente, asumiendo
la responsabilidad de crear su propio sentido.
Capítulo 11: Feuerbach y el Budismo Zen: la Angustia del No-Ego
• Resumen: Don Sapiente confronta el Humanismo (Dios como proyección)
de Feuerbach con el Budismo Zen (el Vacío y el No-Ego), buscando
trascender al hombre. Se concluye que la liberación final es la angustia
liberadora del No-Ego, ya que hasta el mejor "yo" debe ser soltado.
Capítulo 12: El Tao, Marx y la Crisis del "Hacer" Occidental

• Resumen: Se discute el Tao (Lao-Tse) y el concepto de wu wei (inacción
productiva) frente a la glorificación occidental del "Hacer". El diálogo
incorpora la crítica de Marx: la religión es el "opio del pueblo" y la crítica del
cielo debe transformarse en crítica de la tierra, forzando la acción social.
Capítulo 13: El Anarquismo de Bakunin: la Crisis Existencial es Política
• Resumen: El Humanismo se convierte en Revolución Anarquista. Bakunin
revela que Dios es el Primer Tirano y la justificación del Estado y la opresión.
Sapiente acepta que su crisis existencial es política y abraza a Satanás como
símbolo de la Libertad y el Conocimiento.
Capítulo 14: La Profecía del 666 y la Primacía de la Razón
• Resumen: Don Pancho acusa a Salomón de encarnar la profecía del
Anticristo (666) al exaltar la Razón y la Interpretación Personal sobre la
Revelación. Salomón abraza orgullosamente los "errores" condenados y
declara: "Mi razón es ahora mi único Magisterio". Pancho humilla su
soberbia, reduciendo su épica a la escala de "bonsái".
Capítulo 15: La Misa Hostil: Rebelión y Angustia de la Libertad
• Resumen: Salomón acude a misa para rechazar la fe que, según su
resentimiento, quiso aprisionar a Esperanza. Su ruidosa salida del templo es
un acto de "rebelión existencial" para declararse hombre sin amo. Esperanza
siente su "turbulencia ajena" y ora para que su renuncia sea un acto de
libertad.
Capítulo 16: El Desafío del Profesor Práxico Exacto Veritas
• Resumen: Don Sapiente es desafiado a un "duelo intelectual" por el
Profesor Práxico Exacto Veritas, quien defiende el Modelo Epistémico
Experimental Racionalista (solo acepta la verdad verificable y lógica).
Sapiente acepta el reto de defender su Utopía Pragmática, que incluye la
ética y lo no cuantificable.
Capítulo 17: El Héroe Moderno y el Elixir del Sufrimiento
• Resumen: Don Sapiente transforma su dolor en una "cruzada simbólica"
(Héroe Moderno), inspirada en Campbell y la psicología humanista (Maslow,
Rogers), cuyo objetivo es construir puentes entre la razón y el alma. La paz
se define como un "viaje heroico" que desarma la mente. Pancho le recuerda
la necesidad del humor y el "elixir de la siesta".
Capítulo 18: Consagración Pública y el Manifiesto del Hombre
Proyectado
• Resumen: La filosofía de Sapiente se condensa en el best seller global
HUMANISMO EXISTENCIAL Y SU UTOPÍA PRAGMÁTICA , con el
Manifiesto del Hombre Proyectado como corazón. La obra se consagra
públicamente y Sapiente define la utopía pragmática como una "tarea
siempre inacabada que se construye con obras concretas". El libro inspira los
Premios Universales de la Organización Universal Pragmática.
Capítulo 19: Las Máscaras del Amor y la Soledad Resentida
• Resumen: Salomón visita la exposición "Las Máscaras del Amor" para
rechazar las tres formas de amor (Agapé, Matrimonial, Romántico), viéndolas
como "máscaras" para evadir la libertad. Don Pancho lo confronta

airadamente, acusándolo de "tiranía afectiva". Salomón se retira,
confirmando su "absoluta y resentida soledad".
Capítulo 20: La Mitología de la Soledad y la Fe en el Vacío
• Resumen: Sapiente usa El poder del mito (Campbell) para desacralizar el
cristianismo como "estructura mitológica". Mitifica la vocación de Esperanza
como su "viaje del héroe". El debate con Pancho concluye con la acusación
de que Sapiente ha cambiado la fe en Dios por la "fe en el Vacío".
Capítulo 21: Conferencia: Diseño Trascendente vs. Elección Autónoma
• Resumen: Sapiente da una conferencia confrontando el dogma católico
("Diseño Trascendente") con la "Elección Autónoma" del Humanismo
Existencial. Articula su filosofía con diversas culturas globales (hindú,
coreana, confucianismo). Concluye que la autenticidad reside en la decisión
diaria de construir un destino común.
Capítulo 22: El Precio de la Libertad y el Coloquio en Urgencias
• Resumen: Salomón es atacado violentamente por jóvenes reaccionarios.
Es herido (fractura del acromion), pero afirma su existencia a través del dolor.
El coloquio en la sala de Urgencias muestra el contraste entre su filosofía de
la "nada" y el pragmatismo de Pancho, que lo ancla a la realidad con
comentarios sobre el té de manzanilla y los frascos de mermelada.
Capítulo 23: El Reencuentro con Esperanza en Ávila
• Resumen: Esperanza invita a Salomón a Ávila. Salomón visita el Museo de
Santo Tomás y, usando el mito de Campbell, reinterpreta a los misioneros
como "aventureros de la conciencia". Se despide de Esperanza con un
profundo respeto mutuo, llevando consigo una afirmación intelectual de su
propia cruzada.
Capítulo 24: La Ópera Carmen y la Exaltación de la Voluntad Femenina
• Resumen: Sapiente asiste a la ópera Carmen. Utiliza su Humanismo
Existencial para resolver su disonancia cognitiva: tanto la rebeldía de
Carmen como la entrega de Esperanza al convento son vistas como actos
existenciales de libre voluntad, exaltando la autonomía femenina. Esto le
proporciona una súbita liberación psicológica.
Capítulo 25: La Propuesta del Foro Preparatorio de Utopía Pragmática
• Resumen: Sapiente canaliza su energía en la acción, logrando la
aprobación de un Foro Preparatorio en Madrid para consolidar la visión
transdisciplinar de la universidad. Don Pancho insiste en la necesidad de un
catering con "sello extremeño" (el ancla pragmática).
Capítulo 26: Diálogo Interreligioso: Buda y la Humildad Compartida
• Resumen: En el Foro Interreligioso de Mérida, Sapiente dialoga con un
Monje Budista de la Tierra Pura. Ambos encuentran puntos comunes: la
necesidad de "externalizar la obra principal" (Gracia o Compasión) debido a
la imperfección humana, y la humildad. La utopía pragmática se define como
el esfuerzo diario por construir un mundo más justo, compasivo y humano.
Capítulo 27: Disertación: Hispanidad, Angustia y Libertad Sartriana
• Resumen: Sapiente da una disertación sobre la Hispanidad Universal,
releyéndola desde la angustia existencial y la libertad sartreana. Afirma que

el Descubrimiento fue un "quiebre ontológico" y que la ausencia de Dios
obliga al hombre a inventar la ética y la dignidad. Propone un "malestar
común" cultural.
Capítulo 28: Pancho, el Cocido y la Angustia de la Tortilla Quemada
• Resumen: Don Pancho desafía humorísticamente la angustia existencial
de Sapiente, recordándole que la angustia universal es que "se te queme la
tortilla" y que el cocido y la siesta son la respuesta a la Nada.
Capítulo 29: Santa Eulalia: el Martirio como Utopía Pragmática
• Resumen: El Profesor Místico presenta a Santa Eulalia de Mérida como
ejemplo de "Utopía Pragmática", argumentando que su martirio es una
"esperanza absoluta que actúa" y que fecundó la historia. Sapiente lo ve
como una afirmación de la libertad y la dignidad ante el absurdo. Pancho
equipara el martirio cotidiano (facturas, silencios) al del circo romano.
Capítulo 30: Campbell y la Metanoia: el Vientre de la Ballena
• Resumen: La lectura de El poder del mito (Campbell) inicia la metanoia de
Sapiente. Reinterpreta su dolor y fracasos como etapas de su "viaje heroico".
Su soledad ya no es un vacío, sino el "vientre de la ballena" del que puede
surgir un hombre nuevo, aceptando la pérdida de Esperanza como la
"prueba crucial" que necesitaba.
Capítulo 31: Samuráis Cristianos en Sevilla: la Verdad se Recibe
• Resumen: En el Archivo de Indias, Don Pancho descubre la Embajada
Keichō (samuráis cristianos japoneses que viajaron buscando la "fe de
Cristo"). Este hecho sacude a Salomón, obligándolo a reconocer que la
verdad "no se conquista: se recibe". Este es el "quiebre físico" y el inicio de
su Primer Manifiesto de la Humildad Intelectual.
Capítulo 32: El Regreso del Héroe: Elixir de Gracia en Ávila
• Resumen: Salomón regresa a Ávila y se reencuentra con Sor Esperanza.
Su visita al museo con una nueva serenidad le hace comprender que el
Espíritu "se adapta a cada forma". La tensión se disuelve: Sapiente se
arrodilla, sintiendo que "todo conocimiento verdadero culmina en adoración".
Su Elixir es la paz, y confiesa que "Dios busca su imagen en el hombre".
Capítulo 33: Clímax: la Gracia y la Soberbia Afectiva
• Resumen: Ocurre el clímax de la metanoia: la Gracia irrumpe. Dos pasajes
sencillos (alegría por el pecador y el poder del Ave María) trastocan su
lógica. Al murmurar la oración de su infancia, una "Presencia" y un "rayo de
luz divina" revelan su autonomía como "soberbia afectiva". El edificio de su
Humanismo Existencial se derrumba, y su intelecto se "bautiza".
Capítulo 34: El Terremoto del Alma: Análisis Psicológico de la Metanoia
• Resumen: Un Psicólogo explica a Don Pancho que la conversión es una
metanoia, un "terremoto entero del alma" y una "reestructuración psíquica y
espiritual". La Gracia colapsó su "firewall" existencial y el llanto fue una
"catarsis emocional" que lo transformó de "témpano de hielo intelectual" a un
hombre con una "libertad real, basada en la gracia".
Capítulo 35: La Calma del Justo y el Adiós a los Padres

• Resumen: Don Francisco (Padre) muere en paz, viendo a su hijo
reconciliado. Pancho consuela a Salomón, diciéndole que la "calma del justo"
es el legado de su padre. Doña Teresa (Madre) muere después, legando a
Salomón la "fe que vale" y una lección de ecumenismo: "quien ama a
Jesús... forma parte de su rebaño, sea de la creencia que sea".
Capítulo 36: El Contrapunto del Gozo y la Sonrisa del Resucitado
• Resumen: Don Sapiente descubre en las visiones místicas (Valtorta,
Piccarreta) el "contrapunto del gozo". Descubre a un Jesús que sonríe, se
divierte y goza de la presencia de su madre y amigos, transformando su fe
en un yugo ligero. Concluye que Esperanza no huyó, sino que "eligió la
alegría calma y sonriente".
[Capítulo 37, Implícito]: La Utopía en el Silencio y la Praxis
• Resumen: Se consolida la metanoia: el Humanismo Existencial se
desvanece, siendo reemplazado por la esencia de la Utopía Pragmática en la
vida personal. Su nueva sabiduría exige la praxis, por lo que elige el formato
de "Alegoría Dialogada" para plasmar su Estado utópico-pragmático, con
Don Pancho como el "ancla pragmática".
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ÍNDICE DETALLADO DE LA SEGUNDA PARTE
ALEGORÍA DIALOGADA
Diálogo 1: Estado Utópico-Pragmático
• Resumen: Sapiente y Pancho discuten el Estado utópico-pragmático
basado en los principios de San Pablo (1 Corintios): dignidad de la persona,
bien común, solidaridad y subsidiariedad.
Diálogo 2: Del Ideal a la Realidad
• Resumen: Se define el Estado como una "estrella polar" guiada por el amor
cristiano. Se introduce la alegoría visual de la Utopía Universal (Imagen A) y
la Utopía Nacional (Imagen B), con la cruz como eje y la "M" Mariana como
símbolo de unidad y guía.
Diálogo 3: SOBRE DOS DISEÑOS
• Resumen: Se contrastan dos visiones utópicas: la utopía del ingeniero
(razón y técnica) y la utopía del alma (fe y espiritualidad, con símbolos como
la Flor de la Vida y el Lirio). Pancho prefiere el segundo, por darle más
esperanza.
Diálogo 4: La Teoría detrás de las Imágenes
• Resumen: Se explica el fundamento normativo: un orden ético basado en
principios de la DSI (Doctrina Social de la Iglesia) que reconoce su falibilidad
(Popper). El Estado no es teocracia, es un orden político que respeta la
autonomía Iglesia-Estado y la libertad religiosa.
Diálogo 5: Principios Fundamentales. El "Dogma" sin Imposición
• Resumen: Se detallan los principios no negociables: Dignidad de la
persona humana (fundamento del "no matarás"), Bien Común, Solidaridad y
Subsidiariedad. Se aplican con diálogo y razón pública, no con coacción.

Diálogo 6: La Utopía Cristiana frente al Realismo Pragmático
• Resumen: La utopía cristiana es una "esperanza activa" (Bloch) que no se
conforma. La Imaginación (Ricoeur) y la Razón Intuitiva (Bergson) evitan la
rigidez ideológica. La utopía es praxis transformadora (Freire) que empieza
desde la comunidad.
Diálogo 7: SOBRE LAS IDEOLOGÍAS
• Resumen: La ideología es peligrosa porque puede convertirse en idolatría
(dar lugar absoluto a lo creado). La DSI es el pragmatismo que traduce el
ideal evangélico en principios de acción, protegiendo contra la idolatría
ideológica.
Diálogo 8: RIVALIDAD POLÍTICA
• Resumen: Se propone que la Monarquía y la República sean opciones
partidistas legítimas que compiten democráticamente. Esto previene la
idolatría, ya que la soberanía popular decide la forma de Estado por méritos
pragmáticos.
Diálogo 9: Diálogo sobre la Transformación
• Resumen: La transformación del alma ("hombre viejo" egoísta a "hombre
nuevo" de bien común) es clave para la política. La utopía se construye con
adultos (hombres nuevos).
Diálogo 10: Diálogo sobre la Identidad y la Crítica Racional
• Resumen: Sapiente defiende la fe como "motor de acción" frente a la
exigencia de verificabilidad científica (falsabilidad) de Don Antítesis. La crítica
del racionalismo tiene su propio dogmatismo.
Diálogo 11: Sobre la Guerra y la Paz
• Resumen: La guerra nace de la división de identidad ("nosotros" vs.
"ellos"). La paz es una "conversión" de las naciones, un "trabajo de hormiga"
que se logra mediante pragmatismo y una nueva narrativa inclusiva.
Diálogo 12: SOBRE EL PARTIDO UTÓPICO PRAGMÁTICO (PUP)
• Resumen: Sapiente funda el PUP, un Estado al servicio de la persona y el
bien común, con principios éticos firmes. Se presenta el himno "Ciudad sin
Muros", donde la civilización será diálogo y la fe un puente, no una frontera.
Diálogo 13: Muros y Visiones
• Resumen: Se resuelve la aparente contradicción entre la "ciudad sin
muros" (ideal de apertura terrenal) y los muros de la Nueva Jerusalén
(protección de la santidad divina).
Diálogo 14: Una Plática de Padres, Hijos y Utopías
• Resumen: La utopía pragmática es la esperanza vestida de trabajo diario:
el hijo suficiente, no perfecto.
Diálogo 15: Una Plática sobre la Memoria y el Nombre
• Resumen: La memoria del justo es bendecida. La utopía pragmática es
obrar el bien posible para que, aunque el bribón tenga estatua, el nombre del
justo no se pudra.
Diálogo 16: Una Plática sobre la Integridad y los Caminos Torcidos
• Resumen: El que camina con integridad camina seguro. La integridad es el
mejor seguro de vida; la utopía pragmática es caminar con rectitud.

Diálogo 17: Una Plática sobre la Boca y sus Peligros
• Resumen: Donde abundan las palabras, nunca falta el pecado. La boca es
la puerta de la calamidad. La utopía pragmática es aprender a hablar como
quien dosifica el vino.
Diálogo 18: Sobre la Corrección y la Crítica
• Resumen: El que ama la corrección, ama la ciencia. La corrección es
medicina amarga, pero necesaria para evitar el embrutecimiento.
Diálogo 19: El Poder de la Palabra y la Prudencia en el Habla
• Resumen: Vigilar la boca protege la vida. La prudencia verbal es un
ejercicio diario de autoconocimiento y un puente entre el "viejo yo" y el
"nuevo yo".
Diálogo 20: Planificación Humana y Control Divino
• Resumen: La utopía pragmática reconoce que "el hombre hace proyectos
en su corazón, pero el Señor pone la respuesta en sus labios". La sabiduría
está en planear con humildad, aceptando la Providencia.
Diálogo 21: La Fuerza de las Compañías
• Resumen: "El que anda con sabios, sabio será" (Prov 13:20). El liderazgo
de los justos trae alegría al pueblo.
Diálogo 22: Honestidad e Integridad en San Alegro
• Resumen: La utopía pragmática requiere que las "pesas exactas"
(honestidad) sean el fundamento de la comunidad, un arte de gobernar con
justicia.
Diálogo 23: Socialismo Utópico vs. Estado Utópico Pragmático
• Resumen: El socialismo utópico olvida la naturaleza humana. El Estado
utópico-pragmático modera la ambición con justicia, basándose en la virtud
activa y la prudencia, no en la obediencia a un ideal abstracto.
Diálogo 24: Educación
• Resumen: La educación es vital. Sin moral, integridad y sentido común, la
utopía se desploma. La educación moral es el espejo que refleja el alma del
pueblo.
Diálogo 25: Justicia, Conflictos y Felicidad
• Resumen: La justicia debe ser sabia y guiada por la prudencia. El conflicto
es una oportunidad para fortalecer la tolerancia. La felicidad es fruto de la
acción justa, la educación y la cooperación.
Diálogo 26: Síntesis Final
• Resumen: La utopía pragmática es el equilibrio: ideal y acción, sueño y
trabajo, prudencia y esperanza, todo en un camino guiado por sabiduría y
humor.
Diálogo 27: El Poema "Si" de Rudyard Kipling
• Resumen: Las virtudes de Kipling (templanza, paciencia, esfuerzo) son
pilares de la utopía pragmática: soñar sin que los sueños sean amos, y
construir el ideal con prudencia y humor.
Diálogo 28: Metanoia

• Resumen: La metanoia es un acto de voluntad, un "cambio de mente". Es
dejar atrás al "hombre viejo" para ser la mejor versión de uno mismo, un
proceso que debe preceder a un mundo más justo.
Diálogo 29: El Horizonte Ético de la Comunidad
• Resumen: La utopía pragmática requiere "significaciones imaginarias"
(Castoriadis). La dignidad, el bien común y la solidaridad, inspirados por el
amor (Pablo), la esperanza (Bloch) y la imaginación (Ricoeur), forman el
horizonte ético.
Diálogo 30: Proclamación de la Constitución Utópico-Pragmática
• Resumen: Proclamación de la Constitución fundada en la dignidad y la
fraternidad. La Monarquía y la República son opciones partidistas. Se
establece la Unidad Nacional Indivisible, prohibiendo las ideologías
separatistas (idolatría política) y creando el Tribunal Constitucional de Unidad
Nacional.
Diálogo 31: Integración de todos los partidos
• Resumen: Todo partido cabe si respeta los principios éticos. La unidad es
armonía en la diversidad, y el separatismo es idolatría que debe ser
combatida por la ley.
Diálogo 32: Coloquio de la Unidad Nacional
• Resumen: La unidad nacional es irrenunciable, pues la nación es un
cuerpo. Los partidos separatistas serán disueltos automáticamente.
Diálogo 33: Diálogo Satírico-Cervantino sobre Etiquetas
• Resumen: Sapiente es acusado de "facha" y "fascista" por su firme
defensa de la unidad y los valores. Defiende que la utopía pragmática es
"dogmática en valores éticos" pero no "dogmatizante" (autoritaria), ya que
protege la democracia del suicidio colectivo.
Diálogo 34: SOBRE CONCEPTOS POLÍTICOS CONFUSOS (PCUP)
• Resumen: El Partido Católico Utópico Pragmático (PCUP) no es la vieja
Democracia Cristiana, sino su actualización. Se opone al nacionalcatolicismo
(que encierra la fe en fronteras). El PCUP es un "movimiento cultural y ético"
con la palabra "partido" como un "instrumento temporal" para la acción.
Diálogo 35: Sobre el Nacionalcatolicismo
• Resumen: Se denuncia que el nacionalcatolicismo es una contradicción,
pues lo "nacional" es excluyente y lo "católico" (universal) es integrador. El
PCUP respeta la universalidad de la fe cristiana.
Diálogo 36: Reflexiones - El PCUP como Actitud Ética
• Resumen: El PCUP es una "actitud ética y filosófica hacia la política," una
toma de postura existencial en favor de la justicia y la dignidad, más que una
simple lucha por el poder. La Constitución se alinea con las enseñanzas de
Cristo al evitar el mesianismo político y promover el servicio humilde.
Diálogo 37: La Personalidad Autoritaria
• Resumen: La Constitución Utópico-Pragmática es el polo opuesto del
autoritarismo. El autoritarismo teme la duda y usa etiquetas. La Constitución
busca que el Estado sea un siervo, no un amo, y que la fe sea una fuerza
para el bien, no una imposición.

Diálogo 38: EL DIÁLOGO DE LOS DIÁLOGOS (Fe y Praxis)
• Resumen: La fe cristiana es la "utopía pragmática". No es esperanza
abstracta, sino una fuerza viva que se concreta en obras de justicia y caridad
("la fe, si no tiene obras, está realmente muerta" - Sant 2,17). El PCUP es un
movimiento que nos llama a ser artífices de la justicia.