Érase una vez un pueblo pequeñito situado entre las montañas, cuyos
habitantes se dedicaban a trabajar en el campo.
Un frío día de invierno llegó, a este pequeño pueblo, un misterioso
hombre ataviado con un sombrero y un extraño traje, pero lo que más llamó
la atención a sus habitantes, fue que llevaba una cajita llena de globos de
colores que regalaba a todos los vecinos y vecinas que encontraba a su paso,
al mismo tiempo que les decía que tenían el poder mágico de convertir los
deseos en realidad.
Mayores y pequeños fueron diciendo en voz alta sus deseos, a la vez
que inflaban sus globos de aire.
Pero fueron pasando las horas y los sueños no se cumplían, lo que
provocó la tristeza y desconfianza de los habitantes del pueblo hacía el
extraño visitante, y comenzaron a reírse y a burlarse de él, al no creer en
su promesa.
En el pueblo vivía un niño de 6 años llamado Sebastián, que pidió al
forastero que le diera un globo, escogió uno de color verde, pidió su deseo y
lo infló.
En ese momento, y ante el asombro de todos sus paisanos, apareció un
trineo guiado por un anciano que llevaba un saco lleno de juguetes. Este
anciano no era otro que Papá Noel, con su larga barba blanca y su bonito
traje rojo.
Sebastián pasó todo el día ayudando a Papá Noel a repartir los
juguetes y regalos entre los niños, niñas y demás habitantes del pueblo, los
cuales se mostraron muy felices en estas fechas navideñas.
De esta forma todos los vecinos y vecinas pudieron comprobar que las
palabras del extraño visitante se habían cumplido, trayendo la felicidad de
la Navidad a este pequeño pueblo perdido entre las montañas.
Todos acudieron en busca del forastero para pedirle disculpas, pero
ya había desaparecido, camino de otros pueblos donde repartir más globos y
con ellos ilusión.