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El escudero era todo apariencia, ropa, porte, peinado, pero no
tenía nada que llevarse a la boca, más bien era Lázaro el que
debía salir a mendigar comida, hasta que prohibieron la
mendicidad bajo pena de látigo. Lázaro estuvo pocos días con el
escudero, pues tampoco pagaba el alquiler y desapareció.
Lázaro sobrevivió con la ayuda de las vecinas hasta que se topó
con un alguacil que quería saldar con él las deudas de su amo,
pero las vecinas salieron en su defensa. Las mismas que lo
pusieron en contacto con su cuarto amo, un fraile me rcedario
que aunque era fraile no tenía costumbre de rezar. El fraile fue
el que le regalo a Lázaro sus primeros zapatos que le duran
pocos días. Al fraile no le gusta estar mucho en el convento y
siempre está fuera haciendo recados y negocios, es un corrupto
vividor y mujeriego, por lo que Lázaro no tardará en abandonarlo.
Pronto encontró a su quinto amo, un buldero, que predicaba y
vendía bulas, unos documentos emitidos por la iglesia que
otorgaba ciertos privilegios a quien los adquiría, por ejemplo, no
tener que ayunar en Cuaresma. Vivía de eso, con este estuvo
casi cuatro meses. Un día estando el buldero predicando sus
bulas entró el alguacil y empezó a acusarlo de embustero, la
noche anterior ambos se habían peleado. El buldero pedía al
Señor un milagro para descubrir quién mentía, en ese momento
el alguacil se desmayó y todos creyeron al buldero, que vendió
muchas bulas, incluso en pueblos cercanos. Lázaro, pronto
descubrió que había sido una trama organizada por ambos
cuando los pilló a los dos juntos riéndose y como con el también
pasaba muchas calamidades, aunque este le daba bien de comer,
decidió abandonarlo.
Después, se instaló con un pintor de tambores, al que ayudaba
preparándole los colores, pero también pasó muchas
adversidades con él y estuvo muy poco tiempo.
Un día, estando en la catedral conocería al que fuese su séptimo
amo, un capellán, que puso a su disposición un asno, un látigo
y cuatro cántaros, con los que vendía agua. Por primera vez tuvó
un trabajo remunerado y se sentía dichoso. Aunque tenía que
dar una parte de las ganancias al capellán, pudo ahorrar y hasta