Propuesta de la arquitectura como centro de todas las actividades de diseño. Una
idea que sería recogida por el racionalismo de principios del siglo XX.
Propuesta de agrupación de los artesanos en guildas y talleres, siguiendo el
modelo medieval de trabajo colectivo.
Propuesta del trabajo bien hecho, bien acabado y satisfactorio para el artista y
para el cliente.
Los arquitectos de la Edad Media habían trabajado en íntima colaboración con pintores,
escultores, fresquistas y maestros vidrieros. Fue con la unión total de todo tipo de
artistas de su época que se levantaron las catedrales y el resto de los edificios
medievales. Posteriormente, en el siglo XVIII, cuando se produce la división de las
artes en mayores y menores, la artesanía pasó a ocupar un lugar secundario dentro del
panorama social de la época.
En Inglaterra, retomando la antigua idea de colaboración, William Morris (escritor, poeta,
pintor y diseñador, apasionado por la Edad Media), en 1861 abrió un almacén en
Londres donde vendía (por primera vez en la historia) todo lo que puede formar parte de
la decoración en una casa, muebles, cerámicas, cristal, tapicerías, objetos de arte, etc.
Burne-Jones y Rossetti entre otros, trabajan con el, entusiasmados con la pintura
decorativa, motivados por el ideal de aliar lo bello y lo útil. Pese a que los beneficios
fueron escasos, Morris obtuvo uno de los objetivos que buscaba, ya que logró
reinstaurar la dignidad del artesano. Posteriormente fundó la Sociedad de Artes y
Oficios en 1886, tratando de crear todo tipo de objetos de la vida cotidiana que
produjesen deleite, además de ser funcionales. En la base de esta estética se encuentra
una preocupación social, que puede parecer hoy en día ingenua: “las clases populares
deben liberarse de la esclavitud de la fabrica y rodearse en su vida cotidiana de
franqueza y pureza, de objetos que le reporten felicidad”. Evidentemente en este
concepto de diseño existía una gran contradicción, ya que los objetos realizados a mano
son más caros que los hechos en serie, por lo que solo eran accesibles para los
burgueses adinerados.
En esta Sociedad se anunciaron algunos de los principios del funcionalismo del siglo
XX, como el que “la forma viene determinada por la función”, o “la decoración debe
adecuarse a la estructura”. Uno de los aspectos destacados, por la buena aceptación que
encontró entre el público fueron los tejidos de tapicería conocidos como “chintz”, cuya
decoración de flores y hojas ejerció durante mucho tiempo un gran poder de
fascinación, sobre todo entre los ingleses, que gustaban de los estilizados motivos
vegetales que les recordaban a sus famosos jardines. Tomando como principio que
“todo ornamento debe basarse sobre una construcción geométrica” (según había
expuesto Owen Jones en su libro “Gramática del ornamento”), los motivos de
inspiración vegetal se inscribían en líneas curvas. Así no traducen la apariencia de un
tallo, de una flor o de una hoja, sino su esencia, su estructura, su geometría, organizando
los elementos en composiciones decorativas, creando con ello un estilo propio. Estos
principios los retoma Eugène Grasset en su publicación “La planta y sus aplicaciones
ornamentales” de 1896, libro que fue la “biblia” del Art Nouveau, que siguió al pie de la
letra la idea de que “todo asunto vegetal puede reducirse a un simple esquema”.