El párrafo argumentativo
•Ejemplo:
En una charla reciente, ante estudiantes y padres de una escuela de Cupey, la escritora
Magali García Ramis dijo algo muy cierto sobre el hábito de lectura. Dijo que mal podían los
niños habituarse a leer en un hogar donde jamás veían a sus padres con un libro en las
manos. Sobre todo si, encima, notaban que a esos padres les iba bien en la vida. Irles bien,
acoto yo, es tener un techo, un buen carro, y permitirse un cierto número de paseos. A los
niños modernos, zombies en la computadora, nadie los conmina a leer. Muy pocos padres
«negocian» con ellos para que se apliquen en la lectura de, por ejemplo, un buen libro de
aventuras, y por ahí engancharlos. Ese es otro de los grandes bulos de estos tiempos: no se
puede obligar a los niños a que hagan algo. Si lee por iniciativa propia, perfecto, y si no quiere
hacerlo, qué se le va a hacer. Pues bien: ninguno, de entrada, va a querer leer. ¿Qué niño,
que no se ha familiarizado aún con los libros, va a preferir sentarse con uno de ellos en la
falda, y esforzarse por imaginar los rostros y las situaciones, cuando tiene el pan comido y
masticado de la televisión y los juegos electrónicos? Y el caso es que, si no leen, les irá mal
en lo esencial. Quizá, con suerte, lleguen a manejar un carro de lujo. Pero carecerán de
mundo interior, de riqueza verbal, de ortografía. A lo mejor puede que se permita una ropita
cara, pero serán arados. Y no hay carro ni ropas que compensen la tragedia de pasar por
esta vida, nacer y morirse, inmersos en la bobada y la ignorancia.