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—¿Qué problema podemos tener? —dijo el gordo
abandonando a su hermano, que continuó entre quejidos en
el suelo.
—¡Mira para allá! —contestó Pato, y dirigiéndose a su
amigo—: ¡Esa es mi sorpresa, Canarito!
Cientos de mirlos, loros, pájaros carpinteros, zorzales,
halcones, buitres, cóndores, colibríes, palomas y otras
muchas especies aladas, se acercaban volando, formando
una V con el general Ataúd a la cabeza. Era la fuerza aérea
del Bosque Tupido. Por tierra, innumerables gallinas, gallos,
pavos, pavos reales, faisanes y hasta avestruces avanzaban
en pelotones bien formados. Era ia infantería de las aves de
corral. Y por si fuera poco, en contra de la corriente del río
llegaba la armada de Montebello con sus patos, gansos,
flamencos, cisnes, gaviotas, pelícanos y muchas aves
acuáticas más.
Los gemelos, boquiabiertos, se quedaron tiesos como si
ios niños los hubieran paralizado, lo que aprovechó Canarito
para arrebatarle el arma al gordo y salir corriendo junto a su
amigo.
Enseguida, el ejército alado pasó a la acción. Una
columna de gallinas se agachó cacareando frente al enemigo,
ponían huevos y se retiraban. De inmediato, las aves de ra-
piña llegaban en vuelo rasante, recogían los huevos con sus
picos, se elevaban a gran altura y caían en picada para lanzar
los proyectiles que explotaban en los rostros y en los cuerpos
de los gemelos, los cuales intentaban guarecerse detrás de
árboles y rocas, sin conseguirlo. Después de finalizar las
gallinas, aumentaron el calibre de las bombas, ya que fueron