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About This Presentation
Se trata de una playa con acantilado y alguna que otra peña donde, pese a los desprendimientos, es un placer el baño y tomar el sol. Antiguamente era esta la zona en la cual pasaba el Carreño, un tren que pasada por Xivares y llegaba al mismo Gijón.
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Language: es
Added: May 16, 2025
Slides: 10 pages
Slide Content
“EL BESO DE ESE MAR DESDE LA COSTA”
“EL BESO DE ESE MAR DESDE LA COSTA”
Para María del Carmen Álvarez Menéndez
EL MAR QUE BATE FUERTE
(Obertura)
I
El mar que bate fuerte,
la espuma entre las rocas
y el fuego de la tarde,
detrás del percebero
que asume su peligro en la jornada.
Y, arriba, el viejo faro, contemplando
la inmensa soledad de tanto piélago,
de esperas por las noches sin estrellas,
de densas nubaradas,
de soplos que amenazan a galerna.
II
Y el aire por bandera
de viejos bucaneros
-¿hablamos hoy de mares
poblados por piratas?-.
Y el sueño de los niños, la aventura
de intrépidos que, en la locura alegre,
persiguen con su arpón a la ballena
-¡quién sabe si hay ballenas todavía!-.
Y el mar en lo lejano,
jugando con la luz del horizonte.
III
O el verso del verano,
que llega cuando llega
-la lluvia se lo impide-.
Y, entonces, esa calma:
la calma de las playas y los faros,
la calma del farero en esos días
de faros con farero, que no quedan.
Y el mar como aventura que promete
tesoros a los viejos,
tal vez a los más niños de la costa.
IV
Las islas de Entellusa,
la Herbosa o Antromero
nos ven pasar en lancha.
O estamos en la tasca.
El vino parlanchín, en las tabernas,
nos oye hablar, a veces, de naufragios.
Y somos esos cuélebres que enredan
recuerdos de galernas no vividas.
Quizás ya no son nuestros
los ecos de un pasado en el olvido.
V
¿Y somos palangreros
que buscan el ocaso?
Y somos palangreros
que ven el alba clara,
el alba en los caireles de los barcos,
de viejos atuneros en el ponto.
Hoy somos atuneros en el ponto
del eco de la tarde moribunda,
mirando aquellas lanchas
-la lluvia, mientras tanto, no amenaza-.
VI
De pronto, somos solo
un sueño de verdines
en los pedreros tristes.
Y toda esa poesía
nos dice que la tarde que suspira
también es marinera en nuestro barco,
también es marinera en nuestra tasca
-lo mismo dan los barcos que mesones
que ofrezcan vino amargo.
Queremos vino amargo ante las penas-.
VII
Buscamos nuevos rumbos:
nosotros mariscamos
un mundo diferente,
perdido en el Cantábrico.
Y somos el Atlántico, el Cantábrico,
la espuma de los mares del Cantábrico.
Y somos esos faros del olvido
que quieren adherirse en el paisaje,
lo mismo que les llámpares,
lo mismo que la noche con el alba.
VIII
Y se me ocurre entonces
que estás en los paisajes.
En todos los paisajes
contemplo tu ternura.
Te digo en los paisajes, te repito
en ese azul intenso de los mares,
en ese verde intenso de los montes.
Y quiero ese regreso no posible,
descalzo en las arenas.
Hay algo que separa nuestras vidas.
IX
Y siento ese crepúsculo.
A veces, los ocasos
parecen consolarnos.
Parece que hasta endulzan
los raros pensamientos de la muerte.
¡Son tantos pensamientos de la muerte!
Y el mar habla de vida, sin embargo,
cuando ella es la asesina en la galerna,
la madre despechada
que tú no fuiste nunca en este reino.
X
De nuevo, mis paseos.
Y en ellos las imágenes
del viejo percebero,
de barcos amarrados,
de un mundo de cantiles que se asoman
al mar, a cada playa, a cada espuma.
De nuevo mis paseos, y, en el aire,
la voz de ese crepúsculo encendido
que no se apagó nunca:
dejaste aquella antorcha en el silencio.
RECUERDO LAS ARENAS DE LAS PLAYAS
I
Recuerdo las arenas de las playas.
Recuerdo las espumas de las olas,
batiéndose en las calas de otro siglo.
Recuerdo aquellas tardes de verano,
las horas empañadas por los grises
que tiene el mar atlántico a la siesta.
Recuerdo los pinceles del artista,
detrás de cada cabo, donde el Sueve
solía levantarse con bravura
en tardes despejadas, y los Picos.
II
Aquellos montes llenos de belleza…
En ellos pudo ser asturconaria
la brisa del verano con su soplo;
en ellos pudo ser asturconario
también el viento fuerte de las nieves,
si quiso tomar cumbres por la fuerza.
Y, en ellos, pongo toda la esperanza,
si miro al cielo triste del ocaso,
si busco tu belleza en el crepúsculo
-pongamos que sus oros son los tuyos-.
III
Y hay duendes que se asoman al crepúsculo:
hay duendes que se asoman y nos llaman,
igual que las espumas en las playas.
También los eucaliptos de los montes
pronuncian, por el aire, su ronquido,
rugiendo la tristeza de la noche.
Y busco, en la tristeza de una noche,
los versos de una madre, aquellos besos
tan ricos como pobres las auroras
que nacen sin el oro de tu hechizo.
IV
Aquel hechizo tuyo, desde siempre,
aquel hechizo tuyo desde días
perdidos en la noche de los tiempos.
Quién sabe si hay un cofre que los guarde,
quién sabe si hay un cofre donde viven
recuerdos del ayer vuelto a la nada.
Yo mismo, en esa nada de lo absurdo,
no alcanzo a comprender lo que es la nada,
ignoro que, en la nada de la nada,
no puede suceder sino la nada.
V
Y todo son recuerdos de las playas.
Y todo son recuerdos de las olas,
su golpe en esas calas del olvido.
Recuerdo aquellas tardes del otoño,
la lluvia de las tardes del otoño,
su fuerza, su insistencia en el asfalto.
Y aquellas eran tardes de paraguas,
sin ver detrás del cabo, donde el Sueve
quedaba por detrás de una cortina.
La lluvia era cortina para todo…
Y SOY COMO UN PALANGRE
I
Y soy como un palangre
de versos, de conceptos,
de ideas y metáforas.
Y tengo solo versos,
conceptos y metáforas de sueños
que esparzo en los escritos del imbécil
que no asume verdades indudables.
Y soy ese palangre
por mares de tormenta, muchas veces.
Hay mares de tormenta, muchas veces.
II
Hoy sueño con los mares,
hoy digo que esos mares
son mares de tormenta.
Son solo las locuras
que nacen de las fuentes de mi verso,
tal vez donde la Fuente de los Ángeles
-en ella jugué yo cuando era niño-.
Fue en meses de un otoño
que trajo la tormenta, muchas veces.
Y trajo la tormenta, muchas veces,
III
hasta este rincón nuestro,
de calma y de lirismo,
la casa del poeta,
acaso su palacio.
el verso en el que habita la metáfora.
Y soy como un palangre de metáforas,
contando mis desdichas al vacío.
Yo habito esas metáforas
que me hablan de tormenta, muchas veces.
Son ellas la tormenta, muchas veces.
EL BESO DE ESE MAR DESDE LA COSTA
I
El mar desde la costa,
desde esa costa trágica,
dramática, cortándose,
volviendo a recortarse.
El mar desde la costa, pero, a veces,
también, desde la costa, mucha costa.
La imagen de la costa en
nuestros ojos
y el denso, intenso azul y el horizonte.
El mar desde la costa
y el beso de ese mar desde la costa.
II
Y, porque en ese beso
se huelen los salitres,
también esos salitres
que saben como a oficios,
que saben a perceba y tiempo bueno,
cuando las lanchas salen en su viaje.
Son tantas las derivas…
Las derivas
ofrecen aventuras diferentes
-soñamos con los mares
verdosos del sargazo en otros mares-.
III
Y el mar desde la costa,
su verso en esa costa,
dramática, tan trágica
queriendo recortarse.
Queriendo recortarse, pero, a veces,
también, desde la costa, un horizonte.
La imagen de la costa, el
horizonte
y el vuelo silencioso del albatros.
Aun viven esas aves,
los pájaros que vuelan en la altura.
IV
¿Y tú en el mar que bate,
la fuerza de esas olas,
el grito de la espuma?
Tal vez esos cabellos,
heridos por los años que transcurren,
vencidos por la edad que corre rauda.
Vencidos por la edad
que corre rauda,
después de marejadas incontables,
después de marejadas
que luchan en las playas con su embate.
V
Y el mar desde la costa,
desde esa costa tuya,
de calma y de silencio,
de dulce mansedumbre.
Tu voz desde la costa, pero, a veces,
también, desde la costa, tu retrato.
La imagen de tu voz en
nuestro oído,
que sabe tantas cosas de la costa.
El mar desde la costa
y un eco de tu ser en cada costa.