decir, el estado que es cambiado), y, por lo tanto, la sucesión de los estados mismos (lo
sucedido) puede ser considerada a priori según la ley de la causalidad y las condiciones del
tiempo.
Cuando una substancia pasa de un estado a a otro b, el momento del segundo es distinto del
momento del primer estado y sigue a éste. De igual manera, el segundo estado, como realidad
(en el fenómeno), es distinto del primero, en que no había esta realidad, del mismo modo que b
es distinto de cero; es decir, que aunque el estado b no se distinguiera del estado a más que
por la magnitud, el cambio es, siempre un nacer de b-a, el cual no existía en el anterior estado
y con respecto al cual el anterior estado es igual a 0.
Se pregunta, pues, cómo una cosa pasa de un estado = a a otro = b. Entre dos momentos
siempre hay un tiempo y entre dos estados en esos momentos hay una diferencia que posee
una magnitud (pues todas las partes de los fenómenos son, a su vez, siempre magnitudes).
Así, pues, todo tránsito de un estado a otro, sucede en el tiempo que está contenido entre dos
momentos, el primero de los cuales, determina el estado de donde sale la cosa, y el segundo,
el estado a que llega.
Ambos, pues, son límites del tiempo de un cambio y, por tanto, del estado intermedio entre los
dos estados, y, como tales, forman parte del cambio total.
Ahora bien, todo cambio tiene una causa que muestra su causalidad en todo el tiempo en que
se realiza aquél. Así, pues, esa causa no produce el cambio súbitamente (de una vez o en un
momento) sino en un tiempo, de suerte que así como el tiempo aumenta desde el momento
inicial a hasta la terminación en b, también la magnitud de la realidad (b-a) es engendrada por
todos los pequeños grados contenidos entre el primero y el último. Todo cambio, pues, es sólo
posible por una continua acción de la causalidad, la cual, en cuanto es uniforme, llámase
momento. El cambio no consiste en estos momentos, sino que es causado por ellos como su
efecto.
Ésta es la ley de la continuidad de todo cambio, cuyo fundamento es éste: que ni el tiempo ni el
fenómeno en el tiempo consisten en partes mínimas y que, sin embargo, el estado de la cosa
en su cambio, pasa por todas esas partes, como elementos, hasta su segundo estado. No hay
ninguna diferencia de lo real en el fenómeno, como tampoco hay diferencia en la magnitud de
los tiempos, que sea la diferencia mínima, y así, el nuevo estado de la realidad, se produce
sobre el primero, en que no se hallaba, pasando por todos los infinitos grados de la misma,
cuyas diferencias son en todos más pequeñas que la que media entre 0 y a.
No nos importa aquí saber la utilidad que esta proposición tenga en la investigación de la
naturaleza. Pero ¿cómo una proposición como ésta, que parece ampliar nuestro conocimiento
de la naturaleza, es totalmente a priori? Esto exige ser examinado, aun cuando a primera vista
se advierte que esa proposición es real y exacta y podrá creerse superflua la cuestión de cómo
ha sido posible. En efecto, son tantas las infundadas afirmaciones que se jactan de ampliar
nuestro conocimiento, por razón pura, que hay que adoptar el principio general de ser en esto
muy desconfiado y, sin los documentos que una fundamental deducción puede proporcionar,
no admitir ni creer nada semejante, aun con la prueba dogmática más clara.
Todo aumento del conocimiento empírico y todo progreso de la percepción no es más que una
ampliación de la determinación del sentido interno, es decir, un progreso en el tiempo, sean los
objetos que sean, fenómenos o intuiciones puras.
Este progreso en el tiempo lo determina todo y no es, en sí mismo, determinado por ninguna
otra cosa, es decir, las partes de ese progreso están sólo en el tiempo y por medio de la
síntesis del mismo, pero no dadas antes del tiempo. Por eso, todo tránsito en la percepción
hacia algo que sigue en el tiempo, es una determinación del tiempo mediante la producción de
esa percepción y, como la determinación del tiempo es siempre y en todas sus partes una
magnitud, todo tránsito es la producción de una percepción como magnitud a través de todos
los grados, ninguno de los cuales es el mínimo, desde el 0 hasta su grado determinado. Así se