ERNESTO CHE GUEVARA Vida política. resumen

SergioAfonso15 261 views 54 slides Apr 21, 2024
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About This Presentation

ERNESTO CHE GUEVARA


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ERNESTO «CHE» GUEVARA
1
Resumen del argumento y datos biogr?ficos. La biografía de Ernesto
Guevara de la Serna, el «Che», ha sido escrita y reescrita infinidad de ve-
ces, casi desde el momento mismo de su muerte en 1967, como habr?
ocasión de se?alar m?s adelante. Aunque las palabras que se le han dedi-
cado han sido muchas m?s de mil, la potencia simbólica de esa figura —
preciso es reconocerlo desde el principio— se basa, sobre todo, en una
imagen, en un preciso encuadre de una foto tomada por azar en 1960 por
el cubano Alberto Díaz («Korda»), conocida por el título de «Guerrillero
Heroico» y reproducida sin parar tambi?n a partir de la desaparición del
modelo. Conviene recordar, entonces, con alg?n detalle el trayecto vital
del personaje, a fin de recuperar el lugar o los lugares que esa imagen ha
podido quiz? usurpar.
El hombre m?s tarde conocido como el «Che» había nacido en Rosa-
rio el 14 de mayo de 1928 (y la «novela familiar» indica que, al parecer, la
partida de nacimiento retrasó un mes la fecha de nacimiento, hasta el 14
de junio, por razones de conveniencia «social», pues la madre se encontra-
ba embarazada antes del matrimonio). Fue el mayor de los cinco hijos de
Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna. La familia tenía una posición
social relativamente acomodada, con rentas procedentes de plantaciones
de mate en Misiones o astilleros en el Río de la Plata, que propiciaban una
en Leonardo Romero Tobar (ed.): Temas literarios hispánicos (II), Zaragoza, Prensas Universitarias,
2014, pp. 101-154.

186 Daniel Mesa Gancedo
residencia intermitente entre Buenos Aires y Caraguataí (en la provincia
de Misiones). La infancia de Ernesto Guevara est? marcada, así, por las
constantes mudanzas, y tambi?n por el asma, que padecía desde los 2 a?os
y lo acompa?ar? toda su vida. Esa afección motiva el traslado en 1932 de
la familia a la ciudad de Altagracia (en la provincia de Córdoba), de clima
m?s seco. La enfermedad impedir? que el peque?o Guevara asista con re-
gularidad a la escuela, y ser? su madre quien se ocupe de su formación en
esos primeros a?os. Los Guevara vivir?n en Córdoba hasta 1947; allí rea-
lizar? Ernesto sus estudios secundarios y conocer? a sus primeros amigos,
entre ellos Alberto Granado y Carlos «Calica» Ferrer, con quienes realiza-
r? a?os m?s tarde sendos viajes por Am?rica Latina. Los ataques de asma
lo martirizan desde muy ni?o, oblig?ndole a tratamientos y regímenes
severos, y a un modo de vida que propició su afición a la lectura, la escri-
tura o el ajedrez. El asma tambi?n, seg?n todos sus biógrafos, forjó un
car?cter marcado por la disciplina, el autocontrol y el af?n por superar
cualquier límite físico.
En Altagracia y Córdoba conocer? el joven Guevara a algunos exilia-
dos de la Guerra Civil espa?ola (como Manuel de Falla), por los que sen-
tir? gran simpatía, y tambi?n a agentes y luego refugiados nazis, a los que
su padre, aliadófilo durante la Segunda Guerra Mundial, vigilaba, a veces
con la ayuda de Ernesto. A pesar de que su formación secundaria se pro-
duce en un momento de grandes cambios políticos en Argentina (con el
ascenso del peronismo, desde 1946), Ernesto no tendr? ninguna actividad
política p?blica ni en Córdoba, ni posteriormente en Buenos Aires, adon-
de la familia se había trasladado en 1947, tras liquidar el padre sus propie-
dades y dedicarse, con escasa fortuna, al negocio inmobiliario en Córdo-
ba. Ernesto todavía permaneció unos meses trabajando en la capital del
interior; pero cuando enferma su abuela —a la que estaba muy unido— se
trasladó tambi?n a Buenos Aires, donde, en 1948, tras la muerte de la
abuela, comenzar? a estudiar medicina. Ese mismo a?o sus padres se sepa-
ran, a pesar de lo cual seguir?n compartiendo el mismo domicilio. Ernes-
to simultanea los estudios con el trabajo de asistente en una clínica espe-
cializada en alergias. En la facultad conoce a Berta («Tita») Infante, con
quien mantendr? amistad toda su vida. Empieza a jugar al rugby y a editar
una revista especializada en ese deporte, donde publicar? crónicas con el
seudónimo de «Chang-Cho» (variación de uno de sus apodos, el «Chan-
cho», merecido, al parecer, por su escaso aprecio por la higiene). Sus lectu-

Ernesto «Che» Guevara 187
ras filosóficas empiezan a llevarle al descubrimiento de la obra de Marx.
En 1950 se enamora de María del Carmen («Chichina») Ferreira, hija de
una acomodada familia cordobesa, con quien mantendr? una relación du-
rante dos a?os, pese a la oposición de los padres de ella.
En esa ?poca comienzan sus viajes: en 1950 viaja por el interior de
Argentina en una bicicleta con motor (a su regreso posa para un anuncio
publicitario de la marca); en 1951 se enrola como m?dico en un buque de
YPF, lo que le permite recorrer la costa atl?ntica sudamericana desde Tie-
rra del Fuego a Trinidad. En 1952 inicia con su amigo cordob?s Alberto
Granado (seis a?os mayor que ?l) su primer gran viaje continental: entre
enero y agosto de ese a?o, recorren en una moto (y, posteriormente, en
autobuses, lanchas o hidroaviones) el sur de Argentina, Chile, Bolivia,
Per?, Brasil, Colombia y Venezuela. Conoce las condiciones de vida de los
mineros bolivianos en Chuquicamata; se maravilla ante las ruinas de Mac-
chu Picchu; trabaja en leprosarios a las afueras de Lima y a orillas del
Amazonas. Granado consigue trabajo en un leprosario de Caracas, pero
Ernesto decide regresar a Buenos Aires para terminar sus estudios de me-
dicina y lo hace en un avión que pasaba por Miami, donde permanecer?
una temporada. A partir del diario de ese viaje, redactar? unas Notas, en
cuyo prefacio reconoce que el «vagar sin rumbo» por la «May?scula Am?-
rica» le ha cambiado m?s de lo que creía.
En 1953 recibe el título de m?dico y poco despu?s, en julio, parte en
nuevo viaje continental, acompa?ado ahora de su otro gran amigo cordo-
b?s, Carlos («Calica») Ferrer. En tren se dirigen a La Paz (Bolivia); luego,
vuelven a recorrer el Per?, y pasan a Ecuador, acompa?ados de un grupo de
argentinos cada vez m?s numeroso, entre los que se encuentra Ricardo Rojo
(quien m?s tarde escribiría una de las primeras biografías del Che). En di-
ciembre de 1953, tras un periplo m?s o menos accidentado por Centroam?-
rica, Ernesto llega a Guatemala para conocer el desarrollo de la revolución
que había puesto en marcha Jacobo Arbenz. Permanecer? en el país unos
nueve meses, con dificultades para obtener trabajo; vivir? de cerca el con-
flicto que las reformas de Arbenz desató frente a los intereses norteamerica-
nos y condujeron al golpe de Estado de junio de 1954 y la posterior invasión
estadounidense. Allí conoce a Hilda Gadea, exiliada peruana, y a otros
exiliados cubanos, que habían participado en el asalto fracasado al Cuartel
Moncada en 1953, primer intento de derrocar la dictadura que Fulgencio

188 Daniel Mesa Gancedo
Batista había instaurado el a?o anterior. Entre ellos se encontraba Antonio
(«Ñico») López, que se convertir? en gran amigo de Ernesto y a quien se
atribuye haberle impuesto el sobrenombre del «Che», por la frecuencia con
la que usaba esa interjección. Las cartas que envía a su familia desde Gua-
temala empiezan a revelar la fragua del revolucionario.
En septiembre de 1954, tras pasar una temporada refugiado en la
Embajada argentina en Guatemala, huyendo de la represión desencadena-
da por el golpe triunfante de Castillo de Armas, sale hacia M?xico. Allí
trabajar? como fotógrafo y como alergista en un hospital; se casar? con
Hilda Gadea; entrar? en contacto con m?s exiliados cubanos, entre los
cuales se contar? —a partir de mitad de 1955— Fidel Castro (reci?n am-
nistiado por Batista), quien de inmediato le ofrecer? unirse a sus proyectos
revolucionarios. En febrero de 1956 se inicia el entrenamiento de los inte-
grantes del denominado «Movimiento del 26 de julio», que planea invadir
Cuba. Poco despu?s nace la primera hija del Che y Hilda Gadea, y Gue-
vara cierra el diario que había iniciado al partir de Buenos Aires en 1952
afirmando que 1956 puede ser un a?o importante para su futuro.
En junio de 1956 la c?pula del «Movimiento 26 de julio» es encarce-
lada en M?xico, y Guevara corre la misma suerte. El argentino se confiesa
comunista, lo que, unido a problemas con su documentación, retrasar? su
puesta en libertad, que Castro procuró por todos los medios y, finalmente,
logró. Así las cosas, en noviembre de 1956, una expedición de 82 hombres
parte desde M?xico a bordo del yate Granma con la intención de instalar
en tierra cubana la base del movimiento revolucionario, que pretender?
derrocar la dictadura de Batista.
El desembarco fue un desastre y poco despu?s los revolucionarios
cayeron en una emboscada que redujo al grupo a poco m?s de una docena
de hombres, posteriormente reagrupados en la Sierra Maestra, al sudeste
de la isla. R?pidamente se organizó el apoyo urbano en todo el país. Gue-
vara, que se había incorporado al Movimiento como m?dico, pronto se
convirtió en soldado y ganar? jerarquía r?pidamente, a causa de su actitud
en los combates y su disciplina y rigor en la organización de la guerrilla. A
principios de 1957 empieza a fraguarse su imagen de implacable represor
de la traición, pues se encargó personalmente de ejecutar a un delator, ante
la indecisión de sus compa?eros. Simult?neamente, los servicios m?dicos
que, gracias al Che, la guerrilla podía ofrecer a los campesinos de la zona

Ernesto «Che» Guevara 189
van granjeando nuevas simpatías. A mediados de 1957, el ej?rcito revolu-
cionario se divide en dos columnas, a cargo, respectivamente, de Fidel
Castro y el Che Guevara, ascendido en ese momento a comandante. En la
zona que ir? poco a poco controlando establecer? una mínima infraestruc-
tura de mantenimiento, información y apoyo. A principios de 1958 pon-
dr? en marcha Radio Rebelde. El proceso de expansión del movimiento
revolucionario hace que Castro encargue al Che tareas en la retaguardia,
como el adiestramiento y formación de guerrilleros novatos, que no pare-
cieron satisfacerle demasiado, pero que organizó con su rigor habitual. En
ese momento, entabla una relación con una campesina llamada Zoila Ro-
dríguez García.
Tras una ofensiva fracasada del ej?rcito batistiano, a mediados de
1958, Sierra Maestra queda en poder de los revolucionarios, que deciden
extender el movimiento al resto de la isla. El Che y Camilo Cienfuegos se
dirigen hacia el norte, con el objetivo de conquistar Santa Clara, mientras
que Fidel Castro y su hermano Ra?l se encargar?n de conquistar Santiago
de Cuba en el sureste. En su base de la sierra del Escambray, Guevara co-
noce a la guerrillera Aleida March, que m?s tarde se convertir? en su se-
gunda esposa. Comienza entonces a fraguarse el n?cleo de colaboradores
m?s estrecho, que tras el triunfo de la revolución constituir? una especie
de guardia personal y que, en alg?n caso, le acompa?ar? posteriormente
en sus otras expediciones revolucionarias al Congo y a Bolivia.
A fines de diciembre de 1958, el Che toma Santa Clara (derrotando a
un ej?rcito diez veces m?s numeroso y que contaba con el apoyo de un tren
blindado). A raíz de esa victoria, el camino hacia La Habana quedaba ex-
pedito. Batista abandona Cuba el 1 de enero de 1959 y las tropas revolu-
cionarias se concentrar?n, finalmente, en la capital en los días inmediatos.
Tras la toma del poder, los revolucionarios forman nuevo gobierno,
explícitamente anticomunista. Castro permanece como jefe de las fuerzas
armadas y Guevara como jefe, hasta junio de 1959, de la fortaleza de La
Caba?a, el lugar donde se encerró y ejecutó a gran n?mero de partidarios
de Batista. El Che tambi?n forma parte del grupo secreto dirigido por
Castro y encargado de elaborar las directrices del nuevo gobierno. Por sus
m?ritos durante la guerra, Castro le otorga la ciudadanía cubana. M?s
tarde se hace cargo del Ministerio de Industria y luego ser? presidente del
Banco Nacional. Convencido de que EE. UU. no permitir? la implemen-

190 Daniel Mesa Gancedo
tación de una política revolucionaria, el Che ser? partidario de tomar me-
didas radicales: depurar el Gobierno de elementos conservadores, contro-
lar el Ej?rcito, acercarse a la URSS y apoyar movimientos guerrilleros en
otras zonas de Am?rica Latina. Impulsar? la reforma agraria; pondr? en
marcha la agencia de noticias Prensa Latina, dirigida por el argentino Jor-
ge Masetti (a quien en 1963 el Che enviar? a Argentina para promover una
insurrección que no tardaría en fracasar).
En mayo de 1959, el Che se divorcia de Hilda Gadea y se casa con
Aleida March, con quien tendr? cuatro hijos. En junio inicia uno de sus
primeros viajes oficiales, con el fin de abrir nuevos mercados para el az?-
car: visita Egipto, Indonesia, India y Yugoslavia, y a partir de entonces
Cuba inicia relaciones comerciales con la URSS. A finales de 1960 reali-
zar? otra gira por países socialistas: Checoslovaquia, URSS, China, Corea
del Norte y la Alemania Oriental. Conoce a todos los dirigentes, y adem?s
a la germano-argentina Heidi Tamara Bunke, que poco despu?s viajaría a
Cuba y, con el sobrenombre de «Tania», se convertir? en una pieza clave en
la expansión del foco guerrillero que el Che quería difundir por Am?rica.
A partir de 1960 empieza a desarrollar p?blicamente su concepto del
hombre nuevo socialista, caracterizado por la austeridad extrema y la entre-
ga al bien colectivo, de las que el Che trató de dar ejemplo m?ximo parti-
cipando habitualmente en tareas de trabajo voluntario y renunciando ex-
presamente a cualquier privilegio económico o material que hubiera
podido corresponderle por razón de sus cargos. Durante su visita a La
Habana ese mismo a?o, Jean Paul Sartre lo calificar? como el «ser huma-
no m?s completo de nuestra ?poca». De marzo de ese a?o es tambi?n la
foto que le hizo Alberto Korda y que se convertir? en la imagen m?s difun-
dida del siglo xx.
A principios de 1961 EE. UU. rompe relaciones diplom?ticas con
Cuba y unos meses despu?s auspicia una invasión de exiliados anticastris-
tas en Playa Girón (bahía de Cochinos), que concluyó en el fracaso. John
F. Kennedy impulsa posteriormente la Alianza para el Progreso, con obje-
to de contribuir al desarrollo latinoamericano y contrarrestar las simpatías
ideológicas hacia la revolución cubana. La iniciativa se hizo p?blica en una
reunión de la OEA en Punta del Este (Uruguay) a la que asistió el Che. Sin
rechazar el plan norteamericano, planteó, no obstante, que EE. UU. debía
dar pasos hacia una mayor libertad comercial y mayor industrialización en

Ernesto «Che» Guevara 191
Am?rica Latina. Ese viaje fue aprovechado por el Che para reunirse con
los presidentes de Brasil (Jânio Quadros) y Argentina (Arturo Frondizi),
derrocados poco despu?s por sendos golpes militares, que entre otras razo-
nes adujeron el «peligroso» acercamiento de esos políticos a la figura del
Che. Tras la derrota de Playa Girón, la CIA había puesto tambi?n en mar-
cha planes de sabotaje contra el Gobierno cubano y Cuba es expulsada de
la OEA. En ese contexto, llega el acuerdo con la URSS para instalar misi-
les nucleares en la isla que disuadan a EE. UU. de nuevos intentos de in-
vasión. El Che fue uno de los principales valedores de ese tratado y mostró
su decepción cuando a finales de 1962 Kennedy y Kruschev llegaron a un
acuerdo para retirar sus respectivos arsenales nucleares de Turquía y Cuba.
Guevara incrementa a partir de ese momento su inter?s en la interna-
cionalización de la revolución, mediante el establecimiento de focos gue-
rrilleros en diversos países. El apoyo de la lucha armada le reportó la rup-
tura con la mayoría de los partidos comunistas de la región, partidarios de
la toma pacífica del poder. El objetivo que m?s interesaba a Guevara en ese
proceso era Argentina. En 1963 envió a un grupo de guerrilleros a Salta,
al norte del país, comandados por Jorge Masetti, como se ha dicho. El Che
tenía intención de unirse a ellos a la mayor brevedad, pero el grupo fue
aniquilado (en combate o por detenciones y desapariciones) en 1964 antes
incluso de poder terminar de organizarse. Ese fracaso hizo que el Che
empezara a considerar la posibilidad de exportar la revolución a otros paí-
ses e incluso a otros continentes, como ?frica, que en lo sucesivo ser? ob-
jeto central de sus reflexiones y su acción, como reveló en su famosa inter-
vención en la sede de la ONU en Nueva York a fines de 1964.
Para entonces el Che ya tenía decidido abandonar el Gobierno en
Cuba e incorporarse personalmente a otras iniciativas guerrilleras. Sus pa-
sos se dirigieron al Congo (donde, tras el asesinato del presidente Patrice
Lumumba en 1961, actuaba una guerrilla con base en Tanzania). A prin-
cipios de 1965 viaja por ?frica, Europa y China, sondeando las posibilida-
des de establecer un foco guerrillero. Poco despu?s desaparece de la vida
p?blica y escribe una carta de despedida dirigida a Castro, que debía darse
a conocer solo en el caso de que el Che muriera o fuera capturado, y en la
que renunciaba a todos sus cargos, incluso a la nacionalidad cubana, y
desvinculaba a su Gobierno de toda responsabilidad en su aventura guerri-
llera. Es la carta que concluye con la frase «Hasta la victoria. Siempre pa-

192 Daniel Mesa Gancedo
tria o muerte», convertida desde entonces en un topos guevariano (alterado
como «Hasta la victoria siempre», seg?n explica Trist?n Bauer en su docu-
mental Che, el hombre nuevo, 2010).
Caracterizado como «Ramón Benítez», empresario espa?ol, el Che
abandona Cuba y llega a Tanzania en abril de 1965, sin avisar a los líderes
rebeldes congole?os. Se inicia así su aventura africana que constituir?,
como el mismo Che anota en sus diarios del momento, la «historia de un
fracaso». El desconocimiento de la lengua, del contexto político y de las
costumbres de los habitantes convirtió esa aventura en un desastre que
concluyó con una retirada precipitada en noviembre de 1965. Pero Castro,
para acallar rumores, había leído ya p?blicamente la despedida del Che en
octubre, lo que pr?cticamente cancelaba todas sus posibilidades de regre-
sar a Cuba. De todos modos, el Che, cuya madre, adem?s, había muerto
mientras ?l estaba en el Congo, se encontraba ya en una vía sin retorno
hacia el cumplimiento del destino revolucionario que se había impuesto
tiempo atr?s.
El regreso clandestino a Cuba en julio de 1966 (pasando por Tanza-
nia y ocult?ndose cinco meses en Praga —uno de los periodos menos do-
cumentados de su vida, que Abel Posse ha recreado en una novela—) solo
estuvo destinado a preparar otra aventura guerrillera. De nuevo, el Che
hubiera querido que el objetivo fuera Argentina, pero le convencieron de
que resultaría m?s adecuado implantar el foco en Bolivia, cerca de la fron-
tera con su país de origen. De nuevo disfrazado de comerciante espa?ol, se
despide de su familia en noviembre de 1966 y parte hacia la Bolivia gober-
nada por el dictador Ren? Barrientos.
El grupo formado por cubanos, bolivianos, peruanos y argentinos se
ubica al sudeste del país, cerca del río Ñancahuaz?. Los problemas para el
grupo comenzaron ya a la hora de elegir su ubicación, pues la zona seg?n
parece era muy poco adecuada para instalar un foco guerrillero clandesti-
no. Por otro lado, en ning?n momento consiguieron el apoyo del partido
comunista boliviano ni lograron la simpatía de los campesinos. Como en
?frica, de nuevo el desconocimiento del contexto geopolítico y eventuales
fallas de comunicación jugarían en contra del proyecto del Che. A princi-
pios de 1967 fueron detectados por el ej?rcito boliviano y comenzó una
din?mica de huida y combate que redundaría, a partir de abril, en la sepa-
ración del grupo en dos columnas que no volverían a encontrarse. En la

Ernesto «Che» Guevara 193
que no comandaba el Che iba la ?nica mujer del grupo: Tamara Bunke,
«Tania», que desde a?os atr?s había ejercido labores de espionaje en La Paz
para facilitar la instalación de la guerrilla, y había terminado incorpor?n-
dose a ella —contra la voluntad del Che—. En el grupo del Che estuvie-
ron por un tiempo el intelectual franc?s R?gis Debray y el pintor argenti-
no Ciro Bustos, que fueron apresados al intentar abandonar la guerrilla
para dedicarse a labores de apoyo en otros lugares. Estas y otras detencio-
nes facilitaron la información clave para detectar y, finalmente, acabar con
los guerrilleros. Las comunicaciones de estos con el exterior eran ya para
entonces inexistentes y el Che solo pudo dar a conocer un «Mensaje para
los pueblos del mundo» leído en la reunión de la Tricontinental (La Haba-
na, 16 de abril de 1967), donde —contra el deseo de «coexistencia pacífi-
ca» proclamado por las grandes potencias y asumido por los partidos co-
munistas ortodoxos— el Che hace explícito desde el comienzo su
propósito de «crear dos, tres… muchos Vietnam» al objeto de terminar
con el imperialismo norteamericano.
A finales de agosto de 1967 el ej?rcito boliviano, ya para entonces con
apoyo de la CIA, embosca y acaba en el Vado del Yeso con todos los inte-
grantes de la segunda columna. Desde finales de septiembre, la columna
del Che es igualmente cercada y tras un primer combate en que mueren
algunos guerrilleros, el 8 de octubre los supervivientes (ya de hace tiempo
asediados por el hambre y las enfermedades) son sorprendidos en la Que-
brada del Churo. El Che vuelve a dividir su grupo y envía por delante a los
m?s d?biles (que en su mayoría se salvar?n), mientras intenta contener el
ataque del ej?rcito. Resultar? herido en el combate y, finalmente, apresado
junto con otro guerrillero boliviano. Son trasladados al pueblo cercano de
La Higuera y encerrados en una escuela, junto con los cad?veres de com-
pa?eros. El ej?rcito se incauta de todas sus pertenencias, incluido el diario
de campa?a, que a partir de entonces se convertir? en un objeto disputado
por todos los actores del conflicto. El 9 de octubre el Gobierno boliviano
anuncia que el Che ha muerto en combate el día anterior; pero en realidad
hasta el mediodía el presidente no da la orden de ejecución. Ya para enton-
ces hay alg?n agente de la CIA en La Higuera (el cubano-norteamericano
F?lix Rodríguez), aunque no es seguro que EE. UU. estuviera de acuerdo
con la ejecución del Che (quien, al ser apresado, ya habría advertido a sus
captores, seg?n algunas versiones: «valgo m?s vivo que muerto»). Rodrí-
guez interroga al Che, le comunica que va a ser fusilado, le toma las ?lti-

194 Daniel Mesa Gancedo
mas fotografías con vida y transmite la orden de ejecución al sargento
boliviano Mario Ter?n (con la advertencia de que no le dispare a la cabeza,
para que parezca que ha muerto en combate), quien la cumple al parecer
animado por la propia víctima (que, seg?n otras historias, justo antes ha-
bía tenido presencia de ?nimo para corregir ante la maestra de La Higuera,
una falta de ortografía presente en la pizarra de la escuela). El cad?ver es
trasladado en helicóptero al pueblo cercano de Vallegrande, donde ser?
exhibido p?blicamente durante dos días, de lo cual queda constancia en
numerosas fotografías, entre ellas las m?s famosas de Fredy Alborta. Con
los ojos abiertos, el cad?ver les recuerda a algunas monjas presentes el cuer-
po de Cristo; otras mujeres, se dice, recortan ya mechones de sus cabellos
para conservarlos como reliquias. Comienza el culto de «San Ernesto de la
Higuera». El Gobierno boliviano había decidido hacer desaparecer el ca-
d?ver, pero para confirmar la identificación se le amputan las manos.
Aunque, al parecer, se consideró la posibilidad de incinerar el cad?ver, fi-
nalmente por diversas razones, fue inhumado en un lugar desconocido,
hasta que en 1995, el general retirado Mario Vargas Salinas, declaró a uno
de los biógrafos m?s reputados del Che, Jon Lee Anderson, que estuvo
presente en el enterramiento del Che y otros seis guerrilleros, y que cono-
cía el lugar: una pista de aterrizaje abandonada en Vallegrande. Dos a?os
despu?s, en 1997, coincidiendo con el trig?simo aniversario de su muerte,
un equipo de científicos cubanos y argentinos desenterró los restos supues-
tos del Che y sus compa?eros y fueron trasladados a Cuba y depositados
en un mausoleo en Santa Clara. A pesar de ello, algunos periodistas y
otros supuestos testigos ponen en duda que los restos recuperados sean los
del Che.
En 1967 la noticia de su muerte se difundió de inmediato y empezó a
construirse el mito. El diario de Bolivia fue recuperado —no sin intri-
gas— por las autoridades cubanas y publicado enseguida para evitar la
manipulación por parte de la CIA. Se distribuyeron millones de copias
gratuitas en Cuba y pronto fue traducido a varios idiomas. Poco despu?s,
el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli har? el póster del «Guerrillero
Heroico» a partir de la foto de Korda, que empezar? a difundirse sin con-
trol en el contexto de las revueltas de 1968. A partir de esos dos elementos,
el valor simbólico del Che no dejar? de crecer en las d?cadas sucesivas.

Ernesto «Che» Guevara 195
Fuentes biográficas básicas
1
a) Egodocumentos
Los textos biogr?ficos sobre Ernesto «Che» Guevara son, literal-
mente, incontables y esta no podr? ni pretender? ser una rese?a exhaus-
tiva. Si se intentan ordenar por la condición de sus autores, hay que ha-
blar, en primer lugar, de los textos autobiogr?ficos. Ernesto Guevara
llevó un diario desde muy joven, sobre todo a partir del momento en que
se «echa al camino» y empieza a recorrer Latinoam?rica. Los textos m?s
antiguos (referidos al viaje por Argentina en 1950) aparecen indirecta-
mente citados por su padre en Mi hijo el Che (1968). El primer viaje
continental (1951-1952) dio lugar, como se ha dicho, a unas notas que se
editaron por primera vez en 1993 y fueron la base para la película de
Walter Salles, Diarios de motocicleta, título que han repetido ulteriores
ediciones. El diario del segundo viaje continental (1953-1956) era cono-
cido solo indirectamente hasta que se publicó en 2007, con el título Otra
vez. Las notas sobre la campa?a revolucionaria en Cuba solo eran cono-
cidas a partir de su reelaboración (en muchas ocasiones ficcional) en el
libro Pasajes de la guerra revolucionaria (1963), pero en 1995 se editaron
junto con los diarios de Ra?l Castro y en 2011, ya de forma autónoma,
con el título Diario de un combatiente. En 1999 se había publicado tam-
bi?n la versión reelaborada de las notas de la campa?a africana con el
título Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo. El diario de su ?ltima
campa?a, la boliviana, fue —seg?n se acaba de ver— el primero en edi-
tarse, en 1968. Recientemente se ha facilitado el acceso p?blico al origi-
nal manuscrito y se pueden consultar diversas ediciones m?s o menos
críticas o incluso facsimilares on-line. Hay que tener presente que la di-
fusión de todos esos documentos autobiogr?ficos ha sido y es cuidadosa-
mente controlada por las autoridades cubanas.
1 A partir de este momento, el trabajo se ha apoyado, adem?s de en la lectura direc-
ta de los textos que se comentan con mayor detalle, en la consulta de numerosos cat?logos
y sitios web, particularmente del imprescindible WorldCat (que a menudo ha permitido
llegar a otras fuentes virtuales, cuya pertinencia se ha intentado aquilatar en todo caso) en
donde se encontrar?n los datos bibliogr?ficos que aquí no pueden consignarse por razones
de espacio.

196 Daniel Mesa Gancedo
Habría que a?adir a esos documentos autobiogr?ficos los numerosos
textos epistolares: las cartas a su familia, sobre todo al padre, la madre o a
alguna tía, que se habían incluido en algunas ediciones de los diarios o en
testimonios biogr?ficos de personas cercanas. El corpus m?s recientemen-
te editado lo constituyen sus cartas a su amiga de la Universidad Tita In-
fante (editadas por Adys Cupull y Froil?n Gonz?lez en Bolivia en 2009,
con el título de Cálida presencia). La mayoría de los textos editados y algu-
nos in?ditos se encuentran en diversas p?ginas web, entre las que destaca
por su exhaustividad la de la C?tedra Che Guevara en Argentina.
b) Testimonios
En segundo lugar, hay que considerar los testimonios de personas que
tuvieron contacto directo con el Che en alg?n momento de su vida. Los
testimonios y documentos del padre, Ernesto Guevara Lynch, fueron re-
cogidos en Mi hijo el Che (1968) y Aqu? va un soldado de Am?rica (1987).
Los amigos argentinos que lo acompa?aron en distintos momentos de sus
viajes tambi?n publicaron luego sus recuerdos. Entre los primeros, m?s
tempranos hay que consignar Mi amigo el Che de Ricardo Rojo (1968),
aunque su relación fue muy ocasional durante el segundo viaje por Am?-
rica, y hay quien dice que el título es m?s bien una hip?rbole oportunista.
Alberto Granado (compa?ero del primer viaje americano) publicó en 1980
Con el Che por Sudam?rica, basado en su propio diario, que complementa
las notas de Guevara. Recientemente, Carlos «Calica» Ferrer ha publicado
sus recuerdos del segundo viaje (De Ernesto al Che, 2005). En relación con
ese Che m?s o menos «privado», resultan fundamentales para a?os poste-
riores los testimonios de sus dos esposas, muy diferentes en su plantea-
miento: Hilda Gadea (Che Guevara. A?os decisivos, 1972) y Aleida March
(Evocación. Mi vida al lado del Che, 2008).
En cuanto a la vida p?blica, hay tambi?n, desde luego, innumerables
testimonios. Acerca de la campa?a cubana, Mariano Rodríguez Herrera
recopiló en 1982 una colección (Ellos lucharon con el Che) y tambi?n puede
ser ?til, como recuerdan algunos biógrafos, el recuento de algunos viajeros
que pasaron por La Habana poco despu?s de la revolución y publicaron
enseguida sus impresiones, como es el caso de la francesa Ania Francos (La
F?te cubaine, 1962), quien a juicio de Kalfon empezó a fijar cierta vertien-
te del mito del Che en afirmaciones como la que sigue:

Ernesto «Che» Guevara 197
El Che Guevara es el que m?s me impresiona. Recupero mis emocio-
nes de adolescente. […] Recuerdo lo que me decía una amiga argentina:
«Todas las chicas de Am?rica Latina est?n enamoradas del Che. Es apues-
to y rom?ntico, con grandes ojos negros y una barbita enmara?ada. ¡Es
Saint Just! ¡El m?s radical! ¡Y es asm?tico! […] (apud Pierre Kalfon, Che.
Ernesto Guevara: una leyenda de nuestro siglo, Barcelona, Círculo de Lecto-
res, 1997: 343).
Uno de los m?s destacados participantes en la rebelión de Sierra
Maestra —luego distanciado del r?gimen castrista— fue Carlos Franqui,
quien dejó tambi?n su testimonio (Diario de la revolución cubana, 1976).
Las entrevistas que el periodista argentino Jorge Masetti realizó al Che en
las monta?as cubanas aparecen en las memorias póstumas de aquel (reco-
gidas por Rodolfo Walsh, Los que luchan y los que lloran, 1968).
Igualmente necesarios son los testimonios de quienes estuvieron jun-
to al Che en aventuras posteriores, como Jorge Serguera Riverí («Papito»),
que en 1997 recopiló sus recuerdos de la campa?a africana en un volumen
(Caminos del Che: datos in?ditos de su vida) o el cubano Artiles García,
quien en 2009 recogió otros testimonios sobre esa campa?a en El a?o que
volvimos a nacer. Pero quiz? el episodio que m?s textos ha generado, de
todo tipo, ha sido, desde luego, la campa?a boliviana. Pronto se publica-
ron los diarios de algunos combatientes: en 1968 aparecieron en ingl?s los
de Eliseo Reyes Rodríguez («Rolando»), Israel Reyes («Braulio») y Harry
Villegas («Pombo»). Luego se retradujeron al espa?ol en Argentina (Dia-
rios de Bolivia, 1971). Los dos primeros guerrilleros mencionados murie-
ron en Bolivia, pero Pombo sobrevivió, y con su diario y los testimonios
de otros dos cubanos supervivientes (Leonardo Tamayo «Urbano» y Dariel
Alarcón Ramírez «Benigno»), el periodista italiano Saverio Tutino cons-
truyó un volumen que publicó en 1970 con el título de Il Che in Bolivia.
M?s tarde (1996) el propio Pombo se responsabilizaría de publicar su dia-
rio y sus recuerdos (Pombo, un hombre de la guerrilla del Che). Urbano re-
pitió y amplió su testimonio mucho m?s tarde ante el periodista Jos? Ma-
nuel Mayo (En la guerrilla junto al Che, 2002) y Benigno había hecho lo
propio ante la venezolana Elisabeth Burgos en sus Memorias de un soldado
cubano (1997). Este ?ltimo es tambi?n la fuente principal de Mariano
Rodríguez Herrera en Diario de guerra: la ?ltima traves?a del Che y Benig-
no en Bolivia (2012).

198 Daniel Mesa Gancedo
Temprana fue la publicación de algunos testimonios de guerrilleros
bolivianos supervivientes, muy cercanos al Che, como Guido Peredo
(«Inti»), quien en 1970 sacó a la luz Mi campa?a con el Che. Algunos espe-
cialistas, no obstante, consideran este testimonio, directamente, como una
falsificación (Humberto V?zquez Via?a, desde 1971, pero ampliamente
en el trabajo Mi campa?a junto al Che, atribuida a Inti Peredo, es una fal-
sificación, 2012). Rodríguez Herrera reconstruyó la odisea de esos supervi-
vientes en Escape a balazos: los sobrevivientes del Che (2004).
Supervivientes de esa guerrilla boliviana, en otras circunstancias, fue-
ron el franc?s R?gis Debray y el argentino Ciro Bustos. Ambos intentaron
abandonar la selva con el consentimiento del Che, pero pronto fueron
detenidos por el ej?rcito. Hay todavía cierta controversia sobre la influen-
cia de sus testimonios en la ulterior captura del Che. Ambos fueron libe-
rados en 1970. Debray defendería luego durante algunos a?os el papel de
la guerrilla en Latinoam?rica (aunque despu?s cambiaría de opinión) y su
experiencia estaría siempre presente en sus textos memorialísticos. Seg?n
Kalfon, los mejores para acercarse a su imagen del Che son La gu?rilla du
Che (1974), Les masques (1987) y Lou?s soient nos seigneurs (1996). Bustos,
sin embargo, guardó silencio durante muchos a?os y arrostró la considera-
ción de «traidor» hasta que en 2007 decidió publicar su versión de los he-
chos (El Che quiere verte. La historia jamás contada del Che Guevara en
Bolivia).
Sobre la campa?a boliviana y el final del Che Guevara hay abundan-
tes testimonios por el lado de los militares que participaron en la captura.
Entre ellos est? el agente cubano-estadounidense de la CIA que de alg?n
modo fiscalizó el proceso de ejecución, F?lix I. Rodríguez, cuya autobio-
grafía se publicó en ingl?s en colaboración con John Weisman (Shadow
Warrior, 1989; trad. 1991). Tambi?n interesa conocer la versión de Mario
Vargas Salinas (El Che: mito y realidad, 1988), quien m?s tarde —como
queda dicho— declararía haber sido testigo del enterramiento del Che y
permitiría el hallazgo de los restos. Por ?ltimo, tienen cierta proyección los
testimonios recogidos por el general Saucedo Parada en 1987 (No dispa-
ren… soy el Che), y el de Gary Prado Salmón, uno de los militares que
capturó al Che y que mantuvo alg?n di?logo con ?l poco antes de morir
(Cómo captur? al Che, 1987; La guerrilla inmolada, 1987). Resulta curiosa
tambi?n la investigación llevada a cabo por Reginaldo Ustariz (Vida,

Ernesto «Che» Guevara 199
muerte y resurrección del Che, 2002), uno de los m?dicos que pudo contem-
plar el cad?ver del Che en La Higuera y fue el primero en cuestionar la
versión oficial de la muerte en combate. Rafael Cerrato (Amanecer en La
Higuera: los secretos tras la muerte del Che Guevara, 2012) indaga en aspec-
tos poco conocidos del suceso, combinando testimonios de Rodríguez y
«Benigno» (y revelando que con el tiempo estos dos combatientes llegaron
a ser amigos). Por su parte, Mario J. Cereghino y Vincenzo Basile han
publicado documentos desclasificados de la CIA en relación con el final
del guerrillero (Che Guevara top secret: la guerriglia boliviana nei documen-
ti del Dipartimento di Stato e della CIA, 2006; trad. 2008). Algunas de las
consecuencias de esos sucesos (el destino de los asesinos) han encontrado
desarrollo en biografías de otros personajes (J?rgen Schreiber, La mujer
que vengó al Che Guevara: la historia de Monika Ertl, 2010).
Estas referencias a testimonios de personas cercanas al Che no esta-
rían completas sin consignar, al menos, alguna de las obras m?s significa-
tivas relacionadas con el otro caudillo de la revolución cubana, Fidel Cas-
tro, a pesar de que su objetividad, como puede imaginarse, resulta todavía
bastante cuestionada. Entre los numerosos libros, pueden citarse las bio-
grafías de Tad Szulc (Castro. Trente ans de pouvoir absolu, 1987) o Norber-
to Fuentes (La autobiograf?a de Fidel Castro, 2004-2007) y las conversacio-
nes mantenidas con el italiano Gianni Min? (Habla Fidel, 1988) o el libro
de Ignacio Ramonet (Cien horas con Fidel, 2006), construido en gran par-
te sobre discursos de Castro. Adem?s, puede verse el libro organizado por
Rodríguez Cruz (Che y Fidel: una amistad entra?able, 2004) o el compila-
do por David Deutschmann (Che en la memoria de Fidel Castro, 2007).
c) Biograf?as
En 1997, coincidiendo con el trig?simo aniversario de la muerte del
Che y casi con la aparición de sus restos, se publicaron cuatro biografías
que se han convertido desde entonces (con revisiones y ediciones ulteriores
cada una de ellas) en textos de referencia: dos fueron escritas directamente
en espa?ol, las de los mexicanos Paco Ignacio Taibo II (Ernesto Guevara,
tambi?n conocido como el Che) y la de Jorge G. Casta?eda (La vida en rojo.
Una biograf?a del Che Guevara); otra en ingl?s, la de Jon Lee Anderson
(Che Guevara: a revolutionary life), y otra en franc?s, la de Pierre Kalfon
(Che. Ernesto Guevara: une l?gende du si?cle), pero ambas fueron traducidas

200 Daniel Mesa Gancedo
de inmediato al espa?ol. Todas son exhaustivas y ricas en fotos y docu-
mentos, se han actualizado en eventuales reediciones, e incluso, a estas
alturas, dialogan entre sí y hasta se complementan, como se?aló Rafael
Rojas, en una rese?a de la de Casta?eda:
Entre las monta?as de papeles dedicadas a reforzar o debilitar el mito
guevarista se salvan, a mi juicio, cuatro biografías: la de Jon Lee Anderson,
la de Paco Ignacio Taibo II, la de Pierre Kalfon y la de Jorge Casta?eda.
Cada una tiene su particular virtud. Es como si los cuatro biógrafos se
hubieran distribuido el trabajo para captar eso que los griegos llamaban el
aret? del personaje. Anderson describe la construcción cultural del mito,
Taibo su apasionante y caprichosa psicología, Kalfon su mundo literario y
Casta?eda su política («El Símbolo rendido. Una lectura de La vida en
rojo…», 1998, Nexos en l?nea, http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo
&Article=2100466).
Esta caracterización es, desde luego, algo escasa para vol?menes que
rondan, en cada caso, las 600 p?ginas. Difieren adem?s en su estilo: las de
Taibo y Kalfon est?n escritas en presente, lo que simula una cercanía con
el personaje y una pretendida agilidad narrativa, no siempre lograda. Tai-
bo, por su parte, utiliza muy generosamente palabras del Che, que trans-
cribe en cursiva (lo que en alguna ocasión le ha valido el calificativo de
«estilo evang?lico») y adopta en ocasiones un tono coloquial que puede
atraer a ciertos lectores, pero menoscaba la objetividad del discurso. Algo
parecido ocurre en ocasiones en el enfoque irónico de Kalfon, frente a
determinadas actitudes de su personaje. Anderson y Casta?eda son los
m?s rigurosos, desde ese punto de vista, y los que parecen haber realizado
tambi?n una m?s rigurosa labor documental (a menudo con referencia a
papeles in?ditos y «desclasificados») que atestiguan en sus numerosas y
extensas notas. Anderson y Kalfon, por su parte, aportan la utilidad a?a-
dida de sintetizar sus fuentes en bibliografías finales, algo que se echa de
menos en las de Taibo y Casta?eda.
Pero los acercamientos biogr?ficos a la figura del Che se habían ini-
ciado ya al poco de su muerte (como recuerda el trabajo de Germ?n S?n-
chez Otero, «Las biografías del Che Guevara», accesible en internet). Una
de las primeras y m?s exhaustivas fue la argentina de Hugo Gambini (Che
Guevara, 1968), muy reeditada posteriormente, al parecer sin corrección
de errores comprensibles en su momento (como se?aló Wilfredo Penco en

Ernesto «Che» Guevara 201
«Literatura sobre el Che», tambi?n en Internet). De 1968 son otras biogra-
fías menos extensas: la peruana de Carlos J. Villar-Borda (Che Guevara. Su
vida y su muerte), la chilena de U. H. Martínez (Che: antecedentes biográfi-
cos del comandante Ernesto «Che» Guevara), las espa?olas de Horacio Da-
niel Rodríguez (Che Guevara. ¿Aventura o revolución?) y Andr?s Sorel
(Vida y obra de Ernesto Che Guevara, publicada en París) o la italiana de
Franco Pierini (Che Guevara), y algo posteriores las primeras en ingl?s, de
gran difusión y r?pida traducción: las de Daniel James (Che Guevara: a
biography, 1969; trad. 1971), quien ya había editado en 1968 y en ingl?s los
diarios de los guerrilleros bolivianos, y la de Andrew Sinclair (Che Gueva-
ra, 1970; trad. 1973).
Las aportaciones biogr?ficas significativas se incrementaron desde fi-
nales de la d?cada de los ochenta: llaman la atención especialmente los
numerosos trabajos biogr?ficos de los cubanos Adys Cupull y Froil?n
Gonz?lez (hasta 23 referencias pueden hallarse en los cat?logos), que, sin
embargo, a juicio de Kalfon, adoptan una perspectiva m?s bien hagiogr?-
fica, aunque han conseguido revelar algunos documentos (si bien, a pesar
de su car?cter m?s o menos oficial, no incluyen testimonios de Aleida
March o los hermanos Castro). Por fin, entre las biografías anteriores a
1997, una de las m?s citadas es la del periodista franc?s Jean Cormier (Che
Guevara, 1995; trad. 1997), que utiliza testimonios de la hija mayor del
Che, Hilda Guevara, y Alberto Granado, y de las posteriores a ese «a?o
admirable» destaca la del psicoanalista argentino Pacho O?Donnell (Che:
la vida por un mundo mejor, 2003), basada en entrevistas y documentos
originales.
d) Biograf?as noveladas y collages biográficos
Un ?ltimo grupo de obras biogr?ficas lo constituye un ingente n?me-
ro de textos de condición diversa. Hay biografías noveladas, en tercera
persona, pero con recreación de escenas y di?logos, como la bastante tem-
prana del cubano Luis Ortega (Yo soy el Che. El hombre visto desde adentro,
1970; reed. 2009), y m?s recientemente se empiezan a extender obras que
combinan testimonios orales con textos literarios y fotografías (Matilde
S?nchez, Che, sue?o rebelde, 2003; Alicia Elizundia, Bajo la piel del Che,
2005) u otras que, bas?ndose en el profundo conocimiento del tema por
parte del autor, deciden recomponer el material documental pas?ndolo

202 Daniel Mesa Gancedo
por el filtro de la ficción, construyendo una especie de novela polifónica y
fragmentaria, sobre los ?ltimos días del Che y su proyección ulterior (Juan
Ignacio Siles, Los ?ltimos d?as del Che: que el sue?o era tan grande, 2002).
2
Estudios dedicados al tema. En comparación con la profusión de docu-
mentos biogr?ficos, los estudios sobre la proyección literaria de la figura
del Che son un tanto escasos. Ni siquiera es f?cil encontrar una sistemati-
zación bibliogr?fica sobre lo que se ha escrito acerca del personaje. Lo m?s
?til es la brevísima compilación de Penco, antes citada.
Si se intenta sistematizar un poco la aproximación a la bibliografía
sobre esta figura, cabría atender, en primer lugar, a los estudios que han
intentado analizar el pensamiento del Che y aquellos que han analizado su
condición mítica. Esa línea se inaugura poco despu?s de la muerte del
personaje, con trabajos como los de Roberto Fern?ndez Retamar («Intro-
ducción al pensamiento del Che», 1968) o Michael L?wy (La pens?e de
Che Guevara, 1970). Ya para entonces aparece la entrada «guevarismo» (a
cargo de Antonio Melis) en el Diccionario teórico-ideológico publicado en
Italia en 1970 (trad. 1975). Un poco m?s tarde Juan Maestre Alfonso (El
Che y Latinoam?rica, 1979) indagó en la influencia del contexto socio-
político latinoamericano en la formación de ese pensamiento.
Desde una perspectiva marxista, netamente favorable a ese pensamien-
to y esa condición mítica son de rese?ar los numerosos trabajos que el argen-
tino N?stor Kohan ha dedicado a analizar textos del Che (Che Guevara. El
sujeto y el poder, 2005) o a sintetizar interpretaciones de esa figura («Che
Guevara, ¿un mito en disputa?», 2008). En una línea semejante se sit?a el
trabajo de Martín Linares («Che. El mito», 1998). M?s visibilidad, sin em-
bargo, han alcanzado en estos ?ltimos tiempos los trabajos que se enfrentan
al personaje desde una perspectiva crítica o francamente hostil. Inger Enk-
vist (Iconos latinoamericanos. Nueve mitos del populismo del siglo XX, 2008),
Juan Jos? Sebreli (Comediantes y mártires, 2008) y Enrique Krauze (Redento-
res, 2011) lo incluyen en sus panoramas desmitificadores, en todos los casos
al lado de Eva Perón, y a menudo de Castro y García M?rquez, pero tambi?n
de Gardel, Maradona o incluso Pablo Escobar. Desde una perspectiva per-
sonal, m?s o menos ponderada, Jacobo Machover intenta algo parecido en

Ernesto «Che» Guevara 203
La cara oculta del Che. Desmitificación de un h?roe romántico (2008), una
biografía que subraya sobre todo las implicaciones del Che en las ejecuciones
durante y despu?s del alzamiento en Cuba, así como su dogmatismo ideoló-
gico y el rigor de su car?cter. Roberto Luque (Yo, el mejor de todos. Biograf?a
no autorizada del Che Guevara, 1994) tambi?n había adoptado un enfoque
semejante en una obra escrita y publicada en Miami. En ese mismo contex-
to surgen los juicios condenatorios sin paliativos que ?lvaro Vargas Llosa ha
publicado en diferentes trabajos («La m?quina de matar. El Che Guevara, de
agitador comunista a marca capitalista», 2007). Algo menos sangrantes son
artículos incluidos en las p?ginas de la misma revista (Letras Libres) por au-
tores como F?lix Romeo («El Che S. A.», 2007) o Rafael Gumucio («El Che
o la revolución sin calorías», 2003), que se limitan a criticar la comercializa-
ción exacerbada del icono, no sin subrayar eventualmente su «lado oscuro».
Desde un enfoque acad?mico, m?s ponderado y limitado localmente, ha-
bían tambi?n explorado Luis Rivera-P?rez y Jorge Calles-Santillana ese pro-
ceso de desmitificación en el contexto estadounidense («The death and resu-
rrection of Ernesto Che Guevara: US media and the deconstruction of a
revolutionary life», 1998).
Resulta incuestionable —como dije al principio— que en el proceso
de mitificación de la figura del Che tuvo una importancia capital la repre-
sentación iconogr?fica, especialmente a partir de la famosísima foto que
Korda le tomó el 5 de marzo de 1960, un tanto azarosamente, en el entie-
rro de las víctimas de la explosión del vapor La Coubre. Esa foto, al pare-
cer, es la imagen m?s reproducida del siglo xx, aunque su difusión solo
comenzó a partir de la conversión en póster, por parte de Giangiacomo
Feltrinelli pocos días despu?s de la muerte del Che. La historia la recuer-
dan muchos, pero de primera mano —y con bastante inquina hacia Kor-
da— la escribió en 2001, Cabrera Infante, en una crónica titulada «La
verdad sobre el póster del Che» (2001), en la que no duda en afirmar pro-
vocativamente que «la característica física m?s acusada del Che (a quien
conocí el 3 de enero de 1959) fue su fotogenia desde su campa?a de las
sierras cubanas hasta su muerte en Bolivia». En efecto, no menos podero-
sas iconogr?ficamente resultaron las fotos del cad?ver del Che realizadas
por Freddy Alborta en La Higuera.
A la primera foto y sus m?ltiples derivaciones se le han dedicado ex-
posiciones (Che: Revolutionary & Icon / Che: Revolución y mercado; comi-

204 Daniel Mesa Gancedo
sariada por Trisha Ziff entre 2005 y 2007, con un cat?logo que incluye
textos, entre otros, de Rodrigo Fres?n), vídeos (Chevolución, tambi?n rea-
lizado por Ziff, 2008) y libros de arte (Jorge Alderete y Gustavo ?lvarez
N??ez: ¡El Che vive!, 2013). Tambi?n Iv?n de la Nuez le dedica p?ginas
interesantes en su an?lisis de las relaciones entre los intelectuales de iz-
quierda y la revolución cubana (Fantas?a roja. Los intelectuales de izquier-
das y la revolución cubana, 2006).
Las fotos posmortem fueron objeto de un proyecto multimedia por
parte del autor argentino Leandro Katz (1997), que dio lugar a una pelí-
cula (El d?a que me quieras) y un libro (Los fantasmas de ?ancahuaz?),
donde se recogían ensayos de diversos autores, entre ellos el texto de John
Berger («Che Guevara, mort», 1968), que al parecer fue el primero en des-
tacar el parecido de algunas de las fotos de Alborta (las m?s difundidas)
con cuadros famosos (como Lección de anatom?a de Rembrandt, o el Cris-
to muerto de Andrea Mantegna). La «cristificación» del Che (a partir de las
circunstancias y la «escenografía» de su muerte) ha sido estudiada por Siles
(«San Ernesto de la Higuera», en Carlos Soria Galvarro (ed.), El Che en
Bolivia. Documentos y testimonios. Tomo 5: Pensamiento boliviano, 2005) o
por David Kunzle («Chesucristo. Fusions, Myths, and Realities», 2008).
La conexión y el di?logo entre los dos «momentos» iconogr?ficos del
Che la ha estudiado Verushka Alvizuri («Chevolución, Chesucristo. His-
toria de un ícono en dos clich?s», 2012). Alejandro Bruzual y Elena Car-
dona (El rostro de Prometeo resistente: cine e iconograf?a del Che Guevara,
2007) han ampliado el foco a otras fotografías y al cine, y Lucas Berone
(«Del Diario del Che a la historieta del hombre nuevo», 2010) se ha ocu-
pado de su representación en cómic.
Tras lo visto hasta ahora, resulta extraordinariamente llamativo que
no exista ning?n estudio general y exhaustivo sobre las representaciones
literarias de la figura del Che. Hay, ciertamente, estudios que han prestado
atención a la figura del Che como escritor (?l mismo reconoció esa voca-
ción en una carta a Ernesto S?bato, y sus manuscritos han sido reconoci-
dos «patrimonio de la humanidad» por la UNESCO en 2013). Ya Jos?
Antonio Portuondo publicó a finales de 1967 un breve artículo ocup?ndo-
se de la escritura del Che («Notas preliminares sobre el Che escritor»), y un
an?lisis psicológico de sus escritos po?ticos y narrativos llevó recientemen-
te a la argentina Vargas M. Corpa (El discurso literario del Che Guevara: la

Ernesto «Che» Guevara 205
agon?a de otra voz, 2004) a conclusiones poco halag?e?as sobre las verda-
deras motivaciones de su acción.
Tambi?n han suscitado inter?s las lecturas de Guevara. En 2005 Ri-
cardo Piglia publicó un ensayo «Ernesto Guevara, rastros de lectura» (in-
cluido en El ?ltimo lector), que desde entonces se ha convertido en un texto
de referencia. El planteamiento de Piglia abarca, no obstante, tambi?n la
relación activa del Che con la escritura, y el lugar que esa doble relación con
lo que podríamos llamar la textualidad ocupaba en su programa personal
de acción revolucionaria. Conviene se?alar que este ensayo recoge y amplía
conclusiones que Piglia había ya esbozado en una colección poco difundida
que compiló en 1968, titulada lacónica y elocuentemente Yo, donde apare-
cían textos personales de escritores argentinos, en una serie que comenzaba
por Rosas y concluía precisamente por Guevara, pasando por Sarmiento,
Mansilla, Yrigoyen, Arlt, Perón o Cort?zar, entre otros.
A pesar de esa ocasional inclusión del Che en un cierto y sui generis
canon argentino, su figura como escritor o —lo que aquí interesa m?s—
su aparición como tema ha resultado, paradójicamente, poco frecuente en
las contextualizaciones nacionales que podrían considerarse m?s cercanas
al personaje. El muy accesible Diccionario de la literatura cubana, publica-
do por el Instituto de Literatura y Ling?ística de la Academia de Ciencias
de Cuba (albergado en el portal Cervantes Virtual), le dedica una muy
extensa entrada con generosa bibliografía, pero nada dice de su posible
aparición como personaje o tema. Prontuarios antiguos y recientes sobre la
«narrativa de la revolución cubana», como la antología compilada por Ca-
ballero Bonald en 1968 o el ensayo de Adriana M?ndez Ródenas («La na-
rrativa de la Revolución cubana. La imagen histórica», 2002), no recogen
ninguna mención a la plasmación literaria de esa figura. Tampoco (hasta
donde conozco) ha merecido acercamientos desde el ?mbito crítico argen-
tino, a pesar de que algunos de los textos m?s relevantes, como habr?
ocasión de ver, tienen ese origen.
Llama la atención, en cambio, la relativa frecuencia con que la crítica
boliviana (el tercer ?mbito de integración latinoamericana del Che) se ha
ocupado, sobre todo a partir de los a?os noventa, de la influencia de esa
figura en su literatura. Probablemente, ello tiene que ver con el peso que
tuvo, en una literatura que podría considerarse «menor» —en el sentido
deleuziano—, el acontecimiento histórico «mayor» que fue el origen de la

206 Daniel Mesa Gancedo
guerrilla en ese país, a partir de la acción de un personaje que ya ostentaba
una condición cuasi mítica, y, de modo a?n m?s importante, el significa-
do simbólico que su muerte adquirió, ligada para siempre a un determina-
do espacio. En ese sentido, destaca sobre todo el trabajo de Juan Ignacio
Siles, que a partir de su investigación doctoral (Hombre nuevo y reino de
Dios: Antecedentes ideológicos de la narrativa boliviana de la guerrilla, 1992)
construyó su ensayo La guerrilla del Che y la narrativa boliviana (1996), y
m?s tarde reelaboraría —como se ha indicado— sus materiales en una
obra de testimonio ficcionalizado (Los ?ltimos d?as del Che, 2002). Le ha-
bía precedido en su intento ?scar Rivera-Rodas, quien en 1972 ya había
dedicado algunas p?ginas a la «narrativa de la guerrilla» (puede verse un
extracto en la compilación citada antes de Soria Galvarro, 2005). En 1987
(y con posteriores ampliaciones) Ramiro Barrenechea Zambrana compiló
y prologó una antología titulada El Che en la poes?a boliviana (el prólogo
tambi?n lo reproduce Soria Galvarro).
Aparte de estos defectivos panoramas nacionales, hasta donde conoz-
co solo dos estudios pretenden enfrentarse a un an?lisis exhaustivo de la
presencia del Che en la literatura. Sin embargo, su ambición excede los
logros que pueden reflejar en una extensión bastante reducida y, probable-
mente, a causa de las condiciones de producción. El primero es el ensayo
de Jos? Ortega (Che Guevara: tema literario y mito pol?tico, 1999), editado
a cuenta del autor, con una redacción m?s que deficiente y una impresión
plagada de erratas. Desde una perspectiva inequívocamente maravillada
por el personaje (a quien cree aplicable la caracterización del «h?roe» de
Joseph Campbell), dedica, no obstante, m?s de un tercio de sus escasas 80
p?ginas a acumular caóticamente informaciones sobre la revolución en
Bolivia, y la mayor parte del resto del texto a mencionar apenas, y en el
mejor de los casos a resumir confusamente, obras que evocan de un modo
u otro la presencia del Che, casi exclusivamente durante la campa?a boli-
viana (incluyendo textos en los que el Che no aparece), aunque de modo
un tanto extempor?neo incluye referencias a los Pasajes de la guerra revo-
lucionaria del propio Guevara y mínimas noticias sobre la novela de Abel
Posse (Los cuadernos de Praga) y una obra teatral de Max Aub (El cerco), así
como algunos textos escritos en ingl?s.
El trabajo de Iva Beznoskova promete en su título (Ernesto Che Gue-
vara como el protagonista en la literatura latinoamericana, 2013) mucho

Ernesto «Che» Guevara 207
m?s de lo que puede dar, por su condición de (inmaduro) trabajo de diplo-
ma. En apenas 70 p?ginas escritas en un espa?ol bastante mejorable, ape-
nas tiene lugar para hacer una brevísima semblanza del personaje y a pre-
sentar cuatro comentarios muy «escolares» sobre los consabidos textos de
Piglia, Cort?zar y Posse (de especial inter?s para la autora, porque escribe
su trabajo en la Rep?blica Checa), adem?s del de una reciente novela bra-
sile?a, de Marcelo Ferroni (M?todo práctico de guerrilla, 2012).
Otros estudios m?s breves ofrecen, sin embargo, resultados m?s inte-
resantes. Graciela M?ntaras («El Che en la poesía y en el cuento», 2002),
tras un repaso general de poemas escritos por y sobre el Che, se concentra
—con datos e interesantes interpretaciones— en cuatro textos rioplaten-
ses, en su mayoría poco conocidos (tres uruguayos: los de Guti?rrez, Lago
y Eyherabide —que se mencionar?n m?s adelante—), adem?s de «Reu-
nión» de Cort?zar. M?s reciente y m?s amplio en su propósito es el de
Cecilia López Badano («Los rostros ficcionales del Che Guevara», 2010),
que hace dialogar textos audiovisuales y literarios: entre los primeros, con-
sidera el musical Evita de Alan Parker y los dos recientes (y discutidos)
biopics de Soderbergh (Che, el argentino y Che: Guerrilla). Entre los segun-
dos, dedica cierta atención a los que podrían considerarse los dos textos
«cl?sicos» sobre el Che de la tradición hisp?nica (otra vez «Reunión» de
Cort?zar y el ensayo de Piglia), adem?s de comentar el travelogue nor-
teamericano de Patrick Symmes (Chasing Che: a motorcycle journey in
search of the Guevara Legend, 2000), cuyo ?xito, al parecer, sirvió de im-
pulso a la película de Walter Salles, Diarios de motocicleta. López Badano
menciona, adem?s, la aparición ocasional de referencias al Che en algunas
novelas cubanas que no suelen aparecer en los repertorios sobre el tema,
como Las iniciales de la tierra (de Jes?s Díaz, 1987) o Caracol Beach (de
Eliseo Alberto, 1998).
Algunos autores concretos, sin embargo, han merecido atención pri-
vilegiada por su tratamiento de la figura del Che: es muy interesante la
comparación entre Lezama y el Che que lleva a cabo Gerardo Mu?oz («El
holocausto de la imagen: leer a Lezama Lima con el Che Guevara», 2011)
y tambi?n el an?lisis que Silka Freire hace del drama Compa?ero del mexi-
cano Vicente Le?ero («El Che Guevara en el teatro latinoamericano […]»,
2007). En cambio, resulta sorprendente y artificiosamente inflado (con
una nueva recensión de la teoría cortazariana del cuento, con un glosario,

208 Daniel Mesa Gancedo
con par?frasis biogr?ficas) el estudio monogr?fico (que incluye edición del
cuento) que Soledad P?rez Abadín (Cortázar y Che Guevara: Lectura de
«Reunión», 2012) dedica al cuento de Cort?zar.
3
Tratamiento diacrónico del tema en la literatura
Ficción. La m?xima proyección p?blica de la actividad del Che coin-
cide, casi exactamente, con el auge del boom de la narrativa hispanoameri-
cana. A pesar de su inmensa popularidad casi inmediata, en el marco del
atractivo que emanaba del triunfo de la revolución cubana, sin embargo,
su incorporación al imaginario literario solo se produjo tras su muerte, con
alguna notabilísima excepción: el conocidísimo cuento «Reunión», que
Julio Cort?zar escribió al poco de regresar de su primer viaje a Cuba a
principios de 1963. Las cartas del autor argentino (recientemente publica-
das) son muy reveladoras del proceso de gestación y recepción inmediata
de ese relato. El 30 de abril de 1963 le dice a su traductora francesa, Laure
Guille-Bataillon, que acaba de escribirlo. Se publicó en Revista de la Uni-
versidad de M?xico en abril de 1964 y luego se incluyó en Todos los fuegos el
fuego (1966). Antes de esa publicación en libro, que le dar? mayor proyec-
ción, Cort?zar ya había comentado con algunos corresponsales que tenía
noticia de que el propio Che había leído el cuento y que no le había «inte-
resado» (con cierta condescendencia, admite que ?l —en el lugar del
Che— hubiera reaccionado igual). A raíz de esa lectura, el propio Cort?-
zar ofrece una primera interpretación de su propia manipulación del per-
sonaje en una carta a Fern?ndez Retamar:
Me divirtió mucho la historia de tu conversación con el Che en el
avión [volviendo de Praga]. […] Es natural que al Che mi cuento le resulte
poco interesante (no lo dices t?, pero yo había recibido otras noticias que
me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay
nada «personal». ¿Qu? puedo yo saber del Che, y de lo que sentía o pensa-
ba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese
cuento ?l es un poco (mutatis mutandis, naturalmente) lo que fue Charlie
Parker en «El perseguidor». Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de
maravillosos momentos del hombre. El poeta, el cuentista, los elige sin
pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han su-
perado la mera condición del individuo (3 de julio de 1965).

Ernesto «Che» Guevara 209
Tambi?n le había declarado al mismo corresponsal que el relato se
inspiraba en otro del propio Che (incluido en Pasajes de la guerra revolu-
cionaria) y a Jean L. Andreu le confesar?, pocos días antes de la muerte del
Che (3 de octubre de 1967), que había querido mejorarlo, pues le había
decepcionado el «pobre» tratamiento literario que el guerrillero había dado
a tan interesante materia histórica. El cuento, en efecto, es una especie de
alegoría, con simbolismos musicales y cristianos explícitos (la sinfonía La
caza, de Mozart; alusiones a la cruz), que evoca el desembarco catastrófico
de los revolucionarios del Granma en Cuba. Cort?zar no utiliza los nom-
bres reales de los personajes, pero sí transcribe unas líneas del texto del
Che al inicio del relato, que vuelven inequívoca la identificación. El texto
es eufórico, pues concluye en la expectativa del triunfo de la revolución,
equiparado al «allegro» de la sinfonía mozartiana. En 2007 se publicó una
versión del relato ilustrada por el argentino Enrique Breccia.
Pocos m?s son los textos que suelen mencionar los acercamientos a la
figura del Che, desde el punto de vista literario, para esta primera fase, con
el personaje todavía vivo. Pero a?n, por poco, un cuento del boliviano
Adolfo C?ceres Romero debe considerarse en este momento si solo se
atiende al criterio cronológico. Se trata de «La emboscada» (1967), que
inaugura el g?nero de la narrativa boliviana de la guerrilla. Relata la tram-
pa en la que cae un grupo guerrillero, inspir?ndose en noticias periodísti-
cas sobre la persecución en Vado del Yeso, que acabó con casi la mitad de
los hombres del Che, entre ellos la ?nica mujer, «Tania» (Tamara Bunke),
aludida como «la Capitana» en el relato. Esa emboscada y esas noticias
fueron anteriores, como se sabe, a la muerte del Che; sin embargo, el cuen-
to ficcionaliza la muerte del «jefe» y el intento de esconder sus huesos, por
parte del ?nico superviviente, intento que se ver? frustrado por culpa de
otros guerrilleros desertores.
Con la muerte del Che se multiplica la escritura sobre el personaje.
Por un lado, su vertiente ficcional se concentra, sobre todo, en la reci?n
mencionada «narrativa boliviana de la guerrilla», que constituye, seg?n los
especialistas, casi un g?nero en sí mismo, marcado por una orientación
fundamentalmente «neorrealista», pero con alguna originalidad formal
(multiplicidad y simultaneidad de puntos de vista, fragmentarismo), que,
anticipada en el relato de C?ceres Romero, encuentra desarrollo en otros
cuentos y novelas posteriores. Por otro lado, podrían considerarse la infi-

210 Daniel Mesa Gancedo
nidad de testimonios de narradores e intelectuales de todo el mundo, entre
los cuales, desde luego, se cuentan numerosísimos de origen latinoameri-
cano. Por ?ltimo, podría considerarse en esta fase «elegíaca» el desborde
po?tico que se produjo casi desde el momento mismo de la muerte del
Che. A esos textos, grosso modo, cronísticos y tambi?n a los po?ticos y tea-
trales les dedicar? aquí atención aparte.
En el ?mbito de la narrativa boliviana, pues, tras el cuento reci?n ci-
tado de C?ceres, suelen mencionarse las colecciones de N?stor Taboada
Ter?n, Mientras se oficia el escarnio (1968), que incluye alg?n relato al pa-
recer inspirado en la figura del Che («La campesina y el guerrillero») o
?ancahuaz? de Jes?s Lara (1969), integrada por diez relatos en torno a la
figura de Inti Peredo, yerno del autor y lugarteniente del Che. Pero el tex-
to m?s significativo es la novela de Renato Prada Oropeza Los fundadores
del alba (1969). Escrita en 1967, obtuvo el Premio Casa de las Am?ricas de
ese a?o. Cuenta la historia de Javier, un joven burgu?s boliviano que, tras
abandonar el seminario, se enrola en una guerrilla, que —aunque no se
diga explícitamente— es la del Che, a quien se nombra solo como «el Jefe»
(aunque se alude a su enfermedad y al diario). La historia se cuenta desde
una triple perspectiva (la del guerrillero, pero tambi?n la de los soldados y
los campesinos), alternando tiempos y voces, y resulta interesante, aunque
a veces excesivamente did?ctica.
Los ecos de la muerte del Che siguieron escuch?ndose en algunas
ficciones breves de los primeros a?os setenta, y ya en otros contextos lati-
noamericanos. Los uruguayos Gley Eyherabide y Sylvia Lago le dedicaron
sendos cuentos, como recordó M?ntaras (en artículo antes citado). El pri-
mero, en «La vieja de las cabras» (escrito en 1968 y publicado en Marcha,
en 1970, y luego recogido en El tigre y otros cuentos, 1987), evoca uno de
los ?ltimos episodios del diario del Che: el encuentro con una mujer que
pastorea unas cabras y que es retenida por los guerrilleros para evitar la
delación. Tambi?n en Marcha, ya en 1971, publicó Sylvia Lago «Antes del
silencio» (luego recogido en Las flores conjuradas, 1972). Sin mencionarlo,
pero de modo evidente para quien conoce el episodio, cuenta la muerte del
Che en segunda persona dirigida a una joven maestra boliviana, trasunto
de una de las ?ltimas personas que lo vio con vida.
La misma elipsis de identidad elige el argentino Haroldo Conti para su
relato titulado «Con gringo» (publicado en Casa de las Am?ricas, 1972).

Ernesto «Che» Guevara 211
Una vez m?s, se reconstruye en presente la ejecución del Che, desde la pers-
pectiva de un campesino de La Higuera, que hace verosímil la ignorancia
de la identidad de la víctima, siempre mencionada como «el hombre».
A diferencia del estilo elusivo de estas recreaciones, el hispano-argen-
tino Jos? Blanco Amor, en su cuento largo «El hombre nuevo» (publicado
en la revista mexicana Cuadernos Americanos en 1970 y luego recogido en
Los virtuosos, 1976) recrea —tras un epígrafe en el que se relaciona el títu-
lo con su fuente paulina— los ?ltimos días de la guerrilla en Ñancahuazu
y la ejecución del Che utilizando los nombres reales (salvo alguno que
parece error), y construyendo una ficción biogr?fica en la que Guevara
relata su juventud a R?gis Debray, quien en un momento dado piensa:
«Ese hombre era carne literaria todo ?l». Luego imagina alguna escena
rom?ntico-erótica entre el Che y Tania y, tras citar y comentar el diario
desde una perspectiva omnisciente, con reiteradas comparaciones con
Don Quijote, concluye con un di?logo teatral entre el Che y los soldados
que lo detuvieron.
Como reflejan algunas p?ginas del cuento de Blanco Amor, ya desde
temprano la ficción empieza a manifestar inter?s por otros episodios de la
vida del Che, m?s all? de la aventura y desventura boliviana. Si en aquel
caso eran los viajes por Am?rica, el uruguayo Carlos María Guti?rrez
(quien había entrevistado al Che en Sierra Maestra) recrea la visita del Che
a Punta del Este en 1961, y una posible conspiración fascista para acabar
con su vida, en un cuento que (seg?n M?ntaras, en el artículo antes cita-
do) pasó por diferentes versiones: desde una primitiva de 1968 («Joven
demócrata»), hasta la definitiva de 1991 titulada «Snapshots» (en Los ej?r-
citos inciertos), pasando por una intermedia titulada «Telefoto exclusiva»
(1973).
En fechas cercanas, la argentina Marta Lynch publicó su interesante
(y quiz? desconcertante) novela El cruce del r?o (1972). Aunque tampoco se
menciona para nada al Che, la trama recrea (en su primera parte, «El río»)
los avatares de una guerrilla en la frontera entre Bolivia y Argentina, que
si bien podría recordar el proyecto del Che que quiso materializarse hacia
1963 —dirigido por Masetti—, se revela como ficticio desde la elección
misma de topónimos inventados. Hay un líder llamado Rafael (que podría
ser el trasunto del Che), pero el punto de vista es el del joven argentino
Pablo, que relata fragmentariamente sus días en la selva, hasta que muere

212 Daniel Mesa Gancedo
en un enfrentamiento con el ej?rcito, haci?ndose pasar por el líder, para
que este pueda huir. La segunda parte de la novela («La madre») adopta
una perspectiva melodram?tica y paródica para reconstruir (en primera
persona) la vida de la madre de Pablo, mujer «alienada» y —fundamental-
mente, seg?n el relato— ad?ltera, que solo al final parece recobrar cierta
dignidad al fingir no reconocer el cad?ver de su hijo para que la lucha del
«jefe» pueda continuar. Siendo un interesante tour de force estilístico, la
novela se resiente quiz? del excesivo contraste entre los enfoques de cada
una de las partes.
Algo posterior es el cuento «Tres docenas de ropa sucia del doctor»
(1974; incluido en Ella sigue moviendo las caderas, 1979, y tambi?n en El
amante sonámbulo, 2009) del ecuatoriano Carlos Carrión en el que el Che
aparece ya convertido en icono, pues la trama consiste en la fascinación de
un ni?o boliviano con la figura del guerrillero. D?ndose cuenta del signi-
ficado emancipador de la imagen, el ni?o decide colgar un póster en la
pared de la residencia del obispo, cuando va a repartir la ropa que lava su
madre casi analfabeta. Pero los militares lo observan y el relato termina
haciendo sentir el peso de su amenaza.
Fuera de textos como los comentados hasta ahora, en la d?cada de los
setenta el Che «histórico» empieza a aparecer mencionado en narraciones
extensas, casi como un elemento fundamental para caracterizar la ?poca.
Así ocurre en El gran solitario de Palacio del mexicano Ren? Avil?s Fabila
(1971) o de modo incluso m?s intenso en Abbadón el exterminador de Er-
nesto S?bato (1974), que dedica unas cuantas p?ginas a recrear, una vez
m?s, la aventura boliviana del Che, por medio de un personaje que supues-
tamente la compartió. Ese mismo a?o, Guillermo Cabrera Infante publica
su colección de «estampas» de historia-ficción cubana Vista del amanecer
en el Trópico (1974), donde se puede sospechar la sombra del Che tras el
personaje del «m?dico» que aparece en una de las vi?etas: «Al principio no
lo tomaron en serio. Era el m?dico, est? bien, pero es muy delicado, y de
todas maneras, sus manos son demasiado finas para la guerra». Tambi?n
condice con su biografía el gusto por la m?sica y sus intentos de educar a
otros, aunque se desvía otra singularidad: «Era el ?nico que no llevaba
barba entre los oficiales». Por contraste, llama quiz? la atención que Car-
pentier (que había dedicado un elogio may?sculo al «h?roe de Am?rica» en
el n?mero homenaje de Casa de las Am?ricas de 1968) no incluya ninguna

Ernesto «Che» Guevara 213
mención especial en las p?ginas dedicadas a la revolución cubana de su
novela La consagración de la primavera (1979), y solo quepa contarlo entre
los «barbudos» a los que la novela presenta en un momento dado como
hombres de otra «especie».
La d?cada de los ochenta parece constituir un primer reflujo en el
inter?s de la narrativa hispanoamericana por el Che. Apenas podrían con-
signarse dos colecciones de cuentos poco conocidas, una cubana, que pre-
tende un recorrido por toda su trayectoria (Mi llamada es…, de Ezequiel
Vieta, 1982); y otra ecuatoriana que recrea, una vez m?s, la aventura en
Bolivia (El fuego entre la niebla, de Vicente Carrión, 1986). Por alguna
p?gina, de Las iniciales de la tierra (del cubano Jes?s Díaz, 1987, aunque
escrita al parecer a principios de los setenta), la figura del Che se pasea,
heroica y fantasmal, asistiendo a las víctimas de la explosión del buque La
Coubre en el puerto de La Habana, en 1960. Seg?n López Badano (en
artículo antes citado), no obstante, Carlos, el joven protagonista de esa
novela, «opera como una parodia del Che, carente de sus dotes, pero si-
guiendo, sin rumbo, un modelo que le queda grande».
Como se vio al hablar de los materiales biogr?ficos, la ?ltima d?cada
del siglo xx comporta un revulsivo en el inter?s por la figura del Che y ello
se refleja tambi?n en la ficción. Anterior a 1997, y por tanto a la publica-
ción de las biografías de Anderson, Casta?eda, Kalfon y Taibo, aunque
quiz? —como ellas— relacionada con el 25.º aniversario de la muerte del
Che, en un contexto global de crisis del socialismo, es Guerrilleros (una
salida al mar para Bolivia) (1993) del entonces joven escritor y periodista
argentino Rub?n Mira, que no volvería a escribir novela. Tuvo escasa di-
fusión (solo sería reeditada en 2007) y fue considerada desde el principio
una rareza de culto. Mira inventa una guerrilla que en 1984 pretende re-
producir —incluso por medios tecnológicos— la ?ltima expedición del
Che: se ubica en el mismo lugar; los protagonistas adoptan los nombres de
los guerrilleros sesentistas; se rigen por el diario guevariano (que el narra-
dor tambi?n emula en la primera parte del texto)… Pero, adem?s, preten-
den evitar sus errores asimilando sus memorias a las de los guerrilleros
originales, mediante el uso de una m?quina que funciona a base de cocaí-
na. El resumen es difícil porque, en un estilo sincopado se mezclan des-
cripciones de delirantes proyectos industriales, con multitud de historias
paralelas y abundantes escenas de tinte surrealista. La novela, considerada

214 Daniel Mesa Gancedo
como «el primer aporte honesto a la creación de un ciber punk latinoame-
ricano», es un precedente claro de algunas parodias posteriores.
Tambi?n argentina, pero absolutamente distinta, es Los cuadernos de
Praga (1998) del ya entonces exitoso novelista Abel Posse, especializado en
recreaciones de personajes históricos. Publicada despu?s del boom biogr?-
fico sobre el Che, obtiene una proyección internacional notable y aspira a
convertirse en best seller explotando el expediente de cubrir los «huecos»
adonde no llegan las biografías, imaginar una etapa poco conocida de un
personaje muy conocido (los meses que pasó en Praga, de regreso del Con-
go, los ?nicos casi para los que no hay documentos autobiogr?ficos), y
combinando, por supuesto, el esquema del thriller político con la aventura
rom?ntica y el conocimiento «turístico» de un lugar casi m?gico. Resulta
innegable el oficio de Posse para construir un relato atractivo, impostando
pastiches diarísticos y epistolares, mezclando tiempos —1966 y 1992— y
perspectivas —la del Che, con diferentes identidades que dialogan entre
sí; la del propio autor, investigando sobre ?l; la de testigos que lo conocie-
ron en diferentes periodos—. Sin embargo, el personaje no logra despertar
demasiado inter?s: es un h?roe tópicamente quijotesco, idealizado y escin-
dido, marcado por el asma (a la que se da significado cuasi alegórico), que
a veces parece dudar de su destino, pero solo para reforzar sus decisiones.
Parte del oficio de Posse se refleja en la inclusión de autocomentarios (re-
feridos a los supuestos documentos manejados, pero que en realidad se
aplican a la novela, bien como crítica o como propaganda):
—Es muy heterog?neo. Yo creí que sería m?s político, m?s preciso.
[…] Me dijo: —Es desparejo. Se ve que escribía m?s o menos como se es-
criben cartas. Con cierta libertad que nos permite saltar de un tema a otro.
Es muy personal. A veces, demasiado íntimo. Sin embargo, hay algunos
temas de importancia política (124).
Estoy seguro de que los Cuadernos van a interesar. Tienen apreciacio-
nes curiosísimas, inesperadas. Es la escritura del ocio, no el eterno parte de
acción de otros diarios. Si Guevara hubiese sobrevivido, sería escritor
(201).
Para certificar su «verosimilitud histórica», el texto se arropa con pró-
logo, epílogo, agradecimientos, dramatis personae y una mínima biografía
del Che.

Ernesto «Che» Guevara 215
El repaso de las ficciones sobre Guevara en los noventa concluye con
un breve relato del mexicano Leo Mendoza, muy difundido en Internet:
«Borges y el Che» (1999). Haciendo honor a su título, el cuento es una
fantasía metatextual en la que tras imaginar una (inexistente) relación en-
tre Borges y el Che, el narrador declara haber encontrado un cuento, en
una hoja suelta en un libro de Borges, en el que se relata que el Che no
murió en Bolivia, sino que siguió viviendo como funcionario, sin poder
revelar su identidad. El recurso posmoderno a la figura de un Che redivivo
(como tantos mitos pop) ya aparecía ocasionalmente en la novela de Rub?n
Mira y en otras ficciones no hisp?nicas.
El tratamiento ficcional del Che en el siglo xxi comienza en una no-
vela compleja de la venezolana Milagros Mata Gil, El diario ?ntimo de
Francisca Malabar (2002). La trama reconstruye la vida y los proyectos de
la escritora mencionada en el título. Entre estos ?ltimos se encuentra una
novela sobre la figura del Che (a la que se refiere como la «novela sobre El
Pitirre»), de la que se transcriben apuntes del diario y tambi?n fragmentos
que se ilustran con fotos muy conocidas del Che. Adem?s, se insin?a una
relación biogr?fica de la protagonista con Ernesto Guevara, pues el nom-
bre de este —y el de Alberto Granado— figura como asistente a su naci-
miento en 1950 —aunque sabemos que su paso por Venezuela fue poste-
rior—.
Tambi?n el Che es un personaje secundario en la pol?mica novela del
argentino Jorge Lanata Muertos de amor (2007) —desautorizada ideológi-
camente incluso por algunos de los que cedieron sus testimonios al au-
tor—. Ahí se relata la experiencia de Jorge Masetti como responsable del
foco guerrillero en Salta entre 1963-1964, y se recrea la entrevista que a?os
antes había tenido con Guevara en Sierra Maestra. Adem?s, en todo mo-
mento se considera su presencia como la del controlador absoluto de la
experiencia salte?a, a menudo a trav?s de la met?fora del jugador de aje-
drez (un rasgo recurrente en las biografías del Che).
No han sido pocas las novelas argentinas que en lo que va de siglo se
han ocupado de diversos aspectos de la figura del Che: Jorge Luis Lavalle
recrea la infancia del peque?o Ernesto en Che-Mita?. Mi ni?o… Ernesto
(2005), a partir sobre todo del testimonio del padre (Mi hijo el Che). Mar-
tín S?nchez, en Sue?os tard?os con el Che (2008), construye un experimen-
to en el que un admirador del Che intenta comunicarse oníricamente con

216 Daniel Mesa Gancedo
?l, pero antes visita los sue?os que el guerrillero pudo tener en su ?ltima
noche.
Pero, sin duda, la ?ltima gran novela sobre el Che es Un yuppie en la
columna del Che Guevara del tambi?n argentino Carlos Gamerro (2011).
Continuación de La aventura de los bustos de Eva (2004), protagonizada
por el mismo personaje, Ernesto Marron?, ejecutivo desclasado, converti-
do a su pesar en guerrillero, en esta ocasión se reconstruye el intento de
montar un foco revolucionario en el Delta del Tigre, siguiendo paso a paso
el ejemplo del Che, cuyo diario es leído con aplicación por Marron? y re-
plicado en su propio diario. En esto se parece, desde luego, a Guerrilleros
de Rub?n Mira (novela que el propio Gamerro había elogiado de modo
entusiasta, y autor a quien Un yuppie… va dedicada). Pero lo que en Mira
era psicodelia surrealista es en Gamerro parodia barroca que termina en
tragedia. El personaje, que rememora su pasado revolucionario tras con-
templar un póster del Che en la habitación de su hijo, pasa de infiltrado en
la guerrilla con el objetivo de liberar a su patrón secuestrado (el mismo
Tamerl?n de La aventura…) a líder enamorado en el Delta, y luego a con-
vencido y aterrado guerrillero urbano durante la dictadura, para, una vez
detenido, convertirse en torturador a la fuerza, y, al final, de nuevo en la-
cayo de su abyecto patrón, siempre como juguete de un destino que est?
fuera de su control. La novela parodia la teoría de la guerrilla al comparar-
la con m?todos tomados de libros de autoayuda, o desarma dial?cticamen-
te la pr?ctica del Che en boca del diabólico empresario que había planeado
su propio secuestro. La conclusión es, aparentemente, moralizante: los
guerrilleros —explica Marron? a su hijo— se derrotaron a sí mismos, por-
que no querían «morir al pedo» siguiendo un ejemplo imposible.
Un cuento del tambi?n argentino Marcelo Birmajer, «La remera del
Che» (2013) sintetiza una perspectiva desencantada semejante en el monó-
logo de un padre de 50 a?os a su hija de 25 cuando ella le quiere regalar
una camiseta con la imagen del Che. El padre la rechaza diciendo que ser
«revolucionario», como pretende la hija, no es un trabajo, y que el verda-
dero «h?roe» es ?l, que nunca mintió y trabajó toda su vida.
Si ese «desencanto» se detecta en la mayoría de los autores argentinos
que escriben sobre el personaje en los ?ltimos a?os, no puede ocultarse que
todavía hay lecturas mitificantes m?s recientes de otra procedencia. El
boliviano Víctor Montoya (exiliado en Suecia desde muy joven) publica en

Ernesto «Che» Guevara 217
2008 «Yo mat? al Che», otro monólogo, en esta ocasión del sargento que
disparó contra el guerrillero en la escuela de La Higuera, que confiesa
haber disparado contra la «inmortalidad» y haber generado un mito, que
en realidad acabó con su propia vida, pues nunca pudo contar a nadie su
crimen o, en cualquier caso, nunca le creyeron, mientras veía como el aura
de su supuesta víctima no hacía m?s que crecer.
El tambi?n boliviano, mucho m?s conocido, Edmundo Paz Sold?n
incluye referencias ocasionales al Che en sus primeras novelas, que recrean
el conflicto sociopolítico de su país en la transición del siglo xx al xxi:
Sue?os digitales (2000) se desencadena a partir de la potencia icónica de la
famosa foto de Korda, que el protagonista fusiona por juego con el cuerpo
de Raquel Welch, en un híbrido virtual que ser? el germen de toda una
trama basada en el simulacro. En La materia del deseo (2002), m?s realista,
el Che aparece como modelo de conducta de algunos personajes, especial-
mente del padre del protagonista, miembro de la generación que en Boli-
via quiso prolongar la lucha guerrillera despu?s del Che y, como ?l, se vio
abocada a la muerte. Por fin, en El delirio de Turing (2003) la presencia es
m?s tenue y solo aparece ya casi como «signo»: su diario es la clave de cier-
tas comunicaciones subversivas (que el protagonista es capaza de descifrar)
o es tambi?n la lectura preferida de una joven tópicamente insumisa.
Habría que citar tambi?n dos novelas espa?olas muy recientes que
—con aire de pretendido best-seller— abundan (para mal) en la perspecti-
va mitificante. En una, Lágrimas rojas. Tania, compa?era del Che (2007),
de la periodista Margarita Espu?a Cerezo, Guevara es personaje secunda-
rio de una autobiografía novelada (e inverosímil desde el punto de vista
estructural) de la famosa guerrillera germano-argentina. El guerrillero
reaparece cada vez que parece necesario (y a veces cuando no), siguiendo
sus eventuales encuentros con la protagonista. Es un personaje «de una
pieza»: h?roe viril, fascinante y admirable, casi una estatua viviente.
Por su parte, el joven sevillano Fernando Otero obtuvo un importan-
te premio con su primera novela: Donde la muerte te encuentre (2012), que
es —reconocidamente— expresión de una fascinación personal del autor
por el personaje. La novela no elude incongruencias y esquematismos para
contar una historia de «investigación», mezclada con la ineludible trama
sentimental: el protagonista —¿trasunto del autor?— va a Cuba para ter-
minar una tesis doctoral sobre la (trillada, aunque no se diga) hipótesis de

218 Daniel Mesa Gancedo
que el Che fue traicionado en Bolivia por los propios cubanos. A partir de
ahí, es f?cil imaginar el desarrollo: documentos secretos, paranoias sim?-
tricas (del protagonista y del poder estatal cubano), erotismo supuesta-
mente exótico, nobleza de sentimientos, fracaso aparente y apoteosis final
del protagonista en todos sus frentes (acad?mico, político y sentimental),
que atribuye el m?rito a la pr?dica igualitaria del propio Che, a quien rei-
teradamente se califica de «h?roe rom?ntico».
Para concluir y completar el repaso de la ficcionalización de la figura
del Che no me parece irrelevante dedicar un excurso a su presencia en la
narrativa en otras lenguas distintas del espa?ol, dado el alcance internacio-
nal del mito. Si ese proceso había comenzado justo despu?s de la muerte
del Che en el ?mbito de la literatura hispanoamericana desde una perspec-
tiva neorrealista e ideológicamente combativa (la «novela de la guerrilla»
boliviana), la proyección en otras literaturas fue tambi?n inmediata, aun-
que con distinto planteamiento.
Por orden cronológico, conviene recordar Operation Che Guevara
(1969) de John Messman, que forma parte de una serie de novelas de
quiosco protagonizadas por el espía Nick Carter, encargado en esta oca-
sión de buscar a un Che que —quiz?— no murió en Bolivia. Se sit?a esta
novela en el origen de un conjunto de ficciones b?licas, m?s o menos deli-
rantes, casi siempre de origen norteamericano, en las que la CIA tiene un
papel preponderante. En esa línea est?n tambi?n See You Later Alligator
(1985; trad. Proyecto Caimán, 1986) de William F. Buckley, o, m?s recien-
temente, I, Che Guevara publicada por el senador norteamericano Gary
Hart, bajo el seudónimo de John Blackthorn (2000), fantasía futurista, al
parecer, en la que —de nuevo— un sobreviviente Che vuelve a Cuba para
las primeras elecciones democr?ticas. En 2001, W E. B. Griffin publica
Special Ops (2001) recreación ficcional de las campa?as africana y bolivia-
na del Che, desde una perspectiva antiguerrillera. Igual prevención contra
la herencia guevarista parece alentar en The Guevara Legacy (2001) de J. C.
Parker, veterano de Vietnam, que conecta la captura del Che con la ame-
naza del terrorismo islamista. Por su parte, Chuck Pfarrer recrea en el
best-seller Killing Che (2007) la captura y muerte del guerrillero, privile-
giando el papel de un agente de la CIA que aten?a la torpeza del ej?rcito
boliviano y domina en todo momento a un ingenuo Guevara. Al margen
de esa serie b?lica, pero relacionada con ella por su car?cter de thriller po-

Ernesto «Che» Guevara 219
dría situarse la novela italiana Le mani del Che (1996), de Ivo Scanner
(seudónimo de Fabio Giovanni), que recrear? el enigma de las manos am-
putadas al cad?ver.
Un planteamiento m?s ampliamente biogr?fico adoptan otra serie de
novelas que desde la d?cada de los setenta recrean episodios de la vida del
Che, casi todas con punto de partida en la muerte, como La septi?me mort
du Che, de Joseph Marsant (1976; trad. 1979); Che: Meine Tr?ume Kennen
Keine Grenzen, de Horst-Eckart De Gross y Klaus-Peter Wolf (1982); o,
quiz? la m?s extensa, ambiciosa de toda esta serie, y tambi?n la m?s cono-
cida, al menos en el mundo hispano: The death of Che Guevara: a Novel,
de Jay Cantor (1983; trad. 1985). Esa tendencia biogr?fica ha continuado
en el siglo xxi en títulos como Crosscurrents, de William A. Silverman
(2002), que presenta a un Che buscando apoyos para su proyecto revolu-
cionario continental; o La derni?re aventure du Che, de Michel Liard
(2003), novela «política de aventuras» que recrea una vez m?s la campa?a
boliviana. M?s interesante resulta —con centro en el mismo episodio—
M?todo prático da guerrilha, del brasile?o Marcelo Ferroni (2010, trad.
2012), que inventa un guerrillero brasile?o incorporado al grupo de Ñan-
cahuazu para «completar» el relato de esa aventura, mezclando lo histórico
y lo ficticio.
Podrían considerarse relacionados con esas ficciones biogr?ficas otros
relatos basados en testimonios de personas que conocieron al Che. Así es
el cuento «Brief Encounters with Che Guevara» (2006), de Ben Fountain,
o la novela Tu sai dov?? il Che?, de Renzo Casali, centrada en una investi-
gación personal y contempor?nea al parecer sobre el periodo praguense y
los inicios de la campa?a boliviana. El franc?s Kristian Marciniak en
Cuba mi amor (2010) recrea su propia estancia en Cuba durante la revolu-
ción, dando importante lugar al Che.
Con estos relatos (auto)biogr?ficos se relacionan, por su parte, las fic-
ciones que tienen como protagonistas a personajes para quienes el Che es
una figura admirable e imitable, a la que, de un modo u otro, pretenden
encontrar (como en el caso de la novela de Fernando Otero antes comen-
tada), aunque sea simbólicamente. Así aparece en Le ceneri del Che, de
Athos Bigongiali (1996), en la que el protagonista, que ha encontrado al
Che en sue?os pocos días despu?s de su muerte, viaja todos los a?os a
Bolivia para recorrer sus pasos. Otra novela italiana La via del Che: il mito

220 Daniel Mesa Gancedo
di Ernesto Guevara e la sua ombra (2007), de Dario Fertilio, mezcla la re-
flexión sobre los ideales perdidos de un intelectual sexagenario que viaja a
Cuba, con la revelación de supuestos nuevos documentos que permitirían
reconstruir una nueva imagen del Che. Algo distinta es A Girl like Che
Guevara, de Teresa Dovalpage (2004), novela de formación que narra la
historia de Lourdes, una adolescente cubana durante los a?os ochenta, que
toma al Che como modelo de conducta. En la misma tradición «latina»,
Ana Men?ndez en Loving Che (2003; trad. Por amor al Che, 2005) cuenta
la historia de una joven cubana criada en Miami por su abuelo, que vuelve
a la isla para encontrar las huellas de su madre, quien habría sido compa-
?era del Che. En A Kiss for Se?or Guevara (2010), de Terence Clarke, es la
joven boliviana Alma la que har? todo lo posible para conocer al Che en el
momento de su captura. El ?ltimo título del que tengo noticia que podría
situarse en esta serie es Che Guevara habite au 7e ?tage (2008, trad. 2013),
de Bertrand Solet, novela infantil sobre la dura vida en un suburbio de
Marsella, en la que tres ni?os inventan que el guerrillero es su vecino (y
siguen su ejemplo) para defenderse de los abusos de unos pandilleros.
Este r?pido e incompleto repaso podría concluir con los libros de via-
je relacionados con la figura del Che, que tambi?n han tenido enorme re-
percusión en otras lenguas distintas del espa?ol. En ese sentido, ha resul-
tado privilegiado el primer viaje americano del Che y Granado en
1951-1952. Seg?n se vio, Patrick Symmes publica en 2000 Chasing Che: a
motorcycle journey in search of the Guevara Legend, que deja testimonio de
una recreación personal de aquel viaje. Su ?xito editorial parece provocar
la película de Walter Salles —seg?n López Badano— y se adelanta a otras
obras como la de Barbara L. C. Brodman, Looking for Mr. Guevara (2001),
que al parecer fue la primera que tuvo una idea semejante (en 1997) y la
llevó a un blog, que solo m?s tarde se convertiría en libro. Por fin, desde
una perspectiva novelesca y no autobiogr?fica, el franc?s Christian Moire
se sit?a en la misma estela con su recuento del viaje en Celui qui n??tait pas
encore le Che (2007).
Crónica literaria. En esa línea no ficcional reci?n evocada, conviene
situar las diferentes modulaciones cronísticas de la figura del Che, en la
pluma de escritores de renombre. Quiz? el primer texto de esas caracterís-
ticas que conviene mencionar, porque en ?l la figura del Che empieza a
cobrar rasgos cuasi fant?sticos, se dio tambi?n al principio en otra lengua:

Ernesto «Che» Guevara 221
se trata de las crónicas que Jean-Paul Sartre publicó en franc?s en France-
Soir al hilo de su visita a Cuba en 1960 y que el mismo a?o se traducirían
al espa?ol en Cuba, con el título Huracán sobre el az?car. Allí el Che se
eleva casi como el paradigma del revolucionario sobre-humano: joven,
en?rgico, que no necesita dormir ni casi comer, pero —adem?s, en su
caso— un h?roe «intelectual», ilustrado, que puede mantener (en franc?s
y a medianoche) un di?logo fascinante con dos mandarines de la cultura
occidental del momento como eran Sartre y Simone de Beauvoir. Despu?s
de la muerte del Che, Sartre sintetizaría su fascinación por el Che en una
frase que se haría c?lebre (y no eludiría a veces la ridiculización): «El Che
fue el hombre m?s completo de su tiempo».
En espa?ol, sintió una fascinación semejante el argentino Ezequiel
Martínez Estrada. Su texto «Che Guevara, capit?n del pueblo» (1963) es
la crónica de un discurso del Che, ante el cual este oyente reacciona «con
unción m?s que con curiosidad, lo confieso, […] lo admir? en su actitud
de tribuno de la plebe, docto y circunspecto como un patricio». A conti-
nuación, rese?a la entrevista que mantuvo con el personaje, quien le dejó
la impresión de que ya se había convertido en un símbolo, al punto que
Martínez Estrada juzga esa experiencia como una «revelación» que a?n se
atreve a interpretar dentro de par?metros cristianos.
Al conocerse la muerte del Che, fueron inmediatos los testimonios de
autores hispanoamericanos que apoyaban la causa cubana. Entre los pri-
meros, quiz? se cuenta la conferencia que pronunció Ernesto S?bato en
París, en noviembre de 1967, titulada «Homenaje a Ernesto Guevara» (que
se recogería luego en su libro Itinerario, 1969). El mismo mes, el tambi?n
argentino Abelardo Castillo publicaba su homenaje, «Matar la muerte», en
la revista porte?a El Escarabajo de Oro. Poco m?s tarde, el n?mero 46 de
la revista Casa de las Am?ricas (enero-febrero, 1968), dedicado a la memo-
ria del Che, se convertiría en un recopilatorio impresionante de firmas
admirativas: Carpentier, Cort?zar, Dalton, Fern?ndez Retamar, Lezama
Lima, Urondo o Walsh (por solo nombrar a los hispanoamericanos m?s
conocidos) dejaron allí sus mensajes o sus recuerdos. A pesar de las dife-
rencias de tono, el sentido de todos esos textos (en prosa y tambi?n en
verso, como se ver? luego) era coincidente: el Che «no ha muerto»; en
realidad, sus ejecutores le han dado «nueva vida». La incredulidad, el sen-
timiento de fraternidad, y, a veces, de culpa trasciende esa escritura. Un

222 Daniel Mesa Gancedo
poco m?s tarde, Vargas Llosa publicaría una rese?a inmediata del diario
del Che (agosto de 1968), que sirve como referencia para medir la transfor-
mación ideológica del peruano: en ese momento, todavía la admiración es
absoluta, al punto de considerar que el Che solo puede compararse con
Bolívar y Martí.
En los a?os setenta, algunas memorias y crónicas de nombres mayo-
res de la literatura o el periodismo hispanoamericano prestan al «guerrille-
ro heroico» una atención particular. El chileno Jorge Edwards incluye en
sus memorias de la estancia como embajador en Cuba (Persona non grata,
1973) p?ginas de su propio diario en las que realiza un retrato del Che en
1964, cuando lo conoció en Ginebra y le sorprendió su actitud «innecesa-
riamente agresiva y poco diplom?tica», aunque finalmente le reconoce
«que fue consecuente con cada uno de sus actos y de sus palabras». Neru-
da, por su parte, dedica varias p?ginas de su Confieso que he vivido (1974)
a recordar la muerte del Che (criticando muchos de los versos escritos para
lamentarla, afirmando que ?l todavía no ha escrito los suyos y enorgulle-
ci?ndose de ser el ?nico poeta mencionado en el diario de Bolivia y de que
el Che leyera su Canto general a los guerrilleros cubanos). Tras evocar una
conversación que mantuvo con ?l en La Habana, Neruda discrepa sobre su
concepción de la guerra y concluye: «yo sigo viendo en el Che Guevara
aquel hombre meditativo que en sus batallas heroicas destinó siempre, jun-
to a sus armas, un sitio para la poesía».
Un poco m?s tarde, en 1977, con ocasión del 10.º aniversario de la
muerte del Che, García M?rquez escribe quiz? la primera crónica sobre
uno de los episodios menos trabajados hasta entonces, su aventura africa-
na, y la titula «Los meses de tinieblas. El Che en el Congo». La evocación
es, desde luego, admirativa (y quiz? un tanto afectada por el anacronismo:
pues afirma que cuando fue al Congo la imagen del Che ya colgaba en las
paredes de medio mundo, lo que no ocurriría, seguramente, hasta despu?s
de su muerte) y por eso llama la atención que el colombiano no le dedica-
ra m?s atención en otros textos.
En la d?cada de los 80 el Che comparece en proyectos de recreación
seudohistórica, como el celeb?rrimo friso cronológico del uruguayo
Eduardo Galeano Memoria del fuego (III. El siglo del viento, 1986): allí
est?n la invasión de Guatemala, la guerra en Cuba, la conferencia paname-
ricana en Punta del Este o la campa?a boliviana. De igual manera, las

Ernesto «Che» Guevara 223
singulares memorias cubanas que Cabrera Infante recoge en Mea Cuba
(1994) incluyen textos en su mayoría escritos en la d?cada de 1980, y en
muchos es evocada la figura del Che: degradado a nombre —mal pronun-
ciado— de tienda de ropa en Londres; como alguien que nunca amó a La
Habana; como objeto de deseo de Allen Ginsberg en su visita a Cuba;
como anarquista suicida y m?rtir, m?s que como guerrillero heroico.
Los a?os noventa empiezan a mostrar un enfoque revisionista o con-
memorativo en textos de este g?nero. En 1992, a los 25 a?os de su desapa-
rición, Vargas Llosa publicó un artículo titulado «La muerte del Che» (lue-
go incluido en Desaf?os a la libertad). A diferencia de otros textos m?s
antiguos, el tono ya no es elogioso: si en 1968 lo había comparado con
Bolívar y Martí, ahora lo hunde en el panteón de «momias» de la historia
y repudia su apología de la violencia, aunque reconoce que su atractivo
perdura, por su coherencia ideológica y su desprendimiento, y lamenta que
se haya perdido el idealismo que Guevara podría representar. Aprovecha
Vargas Llosa para recordar que nunca habló con ?l en sus visitas a Cuba,
pero que en 1964 alojó a su madre en París.
El mexicano Fabricio Mejía Madrid (el «mejor cronista de su genera-
ción» seg?n Jon Lee Anderson) escribe en 1997 «El entierro del Che Gue-
vara» (incluido en D?as contados. Crónicas sobre la eternidad de este presente,
2012), breve relato de su accidentada visita a Santa Clara para cubrir como
periodista el traslado de los restos del Che desde Bolivia. La ocasión pro-
picia una visión distanciada e irónica de las dificultades para moverse en
un mundo vigilado y empobrecido.
Cabrera Infante, por su parte, escribe en 1998 un texto sobre la visita
de Juan Pablo II a Cuba (incluido en la segunda edición de Mea Cuba,
1999), en el que aten?a el elogio que, al parecer, este dedicó al Che y re-
cuerda que había fusilado a muchos católicos en La Caba?a al triunfar la
revolución.
Fuera de la ficción, la figura del Che ha seguido preocupando a reco-
nocidos narradores hispanoamericanos en lo que va de siglo xxi. El argen-
tino Fogwill publica un singular e irónico «Homenaje al Che» en 2005, en
el que, tras repasar algunos significados de la palabra che termina explican-
do «el de la película de la motocicleta»: «un mito tan d?ctil como el pro-
nombre «?l», que puede identificar a cualquier cosa de g?nero neutro o

224 Daniel Mesa Gancedo
masculino», que ha sido fagocitado por el negocio y el consumo. Nada
críticos ni irónicos resultan otros textos igualmente breves de Eduardo
Galeano, que ha seguido exhibiendo su fascinación por el Che como figu-
ra redentorista en brevísimos y difundidísimos textos seudopo?ticos como
«Primera impresión del Che» (2006) o «El nacedor» (incluido en Espejos.
Una historia casi universal, 2008, un libro que prolonga el ?xito de Memo-
ria del fuego). En el otro extremo del espectro ideológico, Vargas Llosa ha
vuelto al Che, al menos en dos ocasiones en lo que va de siglo: dedic?ndo-
le una entrada de su Diccionario del amante de Am?rica Latina (2006
[2005 en franc?s]), donde sintetiza la transformación del «generoso idea-
lista» de anta?o al fan?tico y cobarde «terrorista» que empieza —seg?n
Vargas Llosa— a conocerse. Poco despu?s, con ocasión del 40º aniversario
de la muerte del Che, el autor peruano se hizo eco de la pol?mica suscitada
en torno a la autenticidad de sus restos: «Los huesos del Che» (2007), don-
de una vez m?s contrapone el Che «idealizado» frente al Che «real», valien-
te pero «sanguinario», que los «historiadores serios» est?n documentando.
El auge de la nueva crónica latinoamericana tambi?n ha fijado su foco
sobre el Che en los ?ltimos a?os. ?lex Ayala Ugarte, espa?ol residente en
Bolivia, publica en 2012 «Los mercaderes del Che» (incluido en una reco-
pilación con el mismo título). El autor relata aquí la experiencia de visitar
Vallegrande, en Bolivia, para investigar la repercusión del mito del Che en
el lugar en que murió. Con la habitual ironía distanciadora de estos nuevos
cronistas, se consigna un testimonio de decepción, puesto que la ?nica
herencia que allí parece quedar es la extendida voluntad en todo el mundo
de sacar r?dito económico de sus supuestos recuerdos.
Con el siglo xxi ha empezado a extenderse en el ?mbito hisp?nico el
libro de viajes «emulativo» que ya tiene una cierta tradición en el ?mbito
anglosajón, como se vio antes. Tras las huellas del Che, entonces, se han
situado, por ejemplo, el espa?ol Santiago Tejedor (¿Dónde estás Guevara?
Magia, aventura y leyendas en la isla de Cuba, 2009) en el que el autor
cuenta su viaje por Cuba recogiendo testimonios de personas que conocie-
ron al Che; o tambi?n los autores que re?ne el argentino Tom?s Astelarra
en un volumen titulado Por los caminos del Che (2012) y que cuentan dife-
rentes experiencias en lugares de toda Sudam?rica con alguna relación con
el Che. La del propio compilador es una visita a Vallegrande en 2003, que
puede compararse con la de Ayala, reci?n citada.

Ernesto «Che» Guevara 225
Poes?a. Hay otro Che Guevara, distinto del narrado en ficción o no-
ficción. Es el transfigurado por la poesía —m?s o menos afortunada—
desde antes incluso de su muerte. Pero, antes de rese?ar ese proceso, tam-
bi?n cabría hacer referencia a la faceta del Che como poeta. Al parecer
escribió poesía toda su vida. Uno de los primeros textos difundidos sería
un «Canto a Fidel» escrito en M?xico, al poco de salir de la c?rcel y antes
de embarcar hacia Cuba. Su «poesía completa» se reunió en 2007 en un
volumen publicado en Guatemala por Marco Vinicio Mejía: una veintena
de textos la mayoría escritos entre 1953 y 1956 y que había ido diseminan-
do en cartas y en diarios (ya se habían publicado tambi?n parcialmente en
otras compilaciones como la de Guillermo Rothschuh Che, poeta y guerri-
llero, 1980). Por otro lado, su faceta como lector de poesía ha quedado
tambi?n plenamente atestiguada en esos documentos, y tambi?n en un
libro que Paco I. Taibo, uno de sus biógrafos, publicó con los poemas de
sus autores preferidos (Vallejo, Neruda, Nicol?s Guill?n, León Felipe) que
?l mismo había copiado en un cuaderno que llevó durante la campa?a
boliviana (El cuaderno verde del Che, 2007).
La representación del Che en la poesía comienza poco despu?s del
triunfo de la revolución cubana, en enero de 1959, con un soneto de Nico-
l?s Guill?n, entonces exiliado en Buenos Aires: «Che Guevara» es un can-
to celebratorio en el que la pareja Che-Fidel se equipara a la que pudieran
haber creado San Martín y Martí: «Como si San Martín la mano pura / a
Martí familiar tendido hubiera […] // así Guevara, el gaucho de voz dura,
/ brindó a Fidel su sangre guerrillera […]». Resulta difícil encontrar alg?n
otro testimonio po?tico sobre el Che en vida, si no es la archifamosa can-
ción de Carlos Puebla «Hasta siempre, comandante» («Aquí se queda la
clara / la entra?able transparencia…»), compuesta en 1965, poco despu?s
de hacerse p?blica la carta de despedida del Che a Fidel, y desde entonces
convertida casi en himno guevariano.
La eclosión de la figura po?tica del Che se produce inmediatamente
despu?s de hacerse p?blica su muerte a trav?s del mensaje radiado y televi-
sado de Fidel Castro. Enseguida comienza la elegía. Nicol?s Guill?n ser?
uno de los que antes y con m?s frecuencia incurra en ella: el propio poeta
leyó «Che Comandante» en p?blico el 18 de octubre de 1967 («No porque
hayas caído / tu luz es menos alta»). Posteriormente, Guill?n dedicar? a?n
otros dos poemas al Che, que recrean diferentes aspectos de su ?ltima

226 Daniel Mesa Gancedo
aventura: «Guitarra en duelo mayor», es una canción que se dirige al «sol-
dadito boliviano» que ha matado a su «hermano», sin saber qui?n era; y
«Lectura de domingo» recrea una escena de lectura exultante del diario del
Che, en la que las palabras pr?cticamente salen de la p?gina.
El uruguayo Mario Benedetti tambi?n dedicar? varios poemas al Che
a lo largo de su vida. En 1967 escribe dos: uno firmado antes de su muer-
te, pero cuando a?n no se conocía su destino («Se?as del Che») y el m?s
famoso, «Consternados, rabiosos», fechado en el mismo mes de octubre,
una vez conocida la muerte, ese «absurdo previsible». Ambos se incluyeron
en la colección A ras del sue?o (1967). En 1997, con ocasión del trig?simo
aniversario de la muerte, publica «Che», en el que denuncia que «lo han
transformado en pieza de consumo», aunque ?l «[…] sigue bregando /
dulce y tenaz por la dicha del hombre».
Consecuencia inmediata de la muerte del Che fueron tambi?n unos
cuantos textos argentinos: las «Coplas del Che», de Leónidas Lamborghini
(1967); «Pero Che», de Arnoldo Liberman (1968); o, especialmente, los
dos poemas que Julio Cort?zar le dedica al guerrillero: uno elegíaco de
1967, inmediata respuesta a la muerte, publicado en Casa de las Am?ricas y
que nunca recogería en libro («Yo tuve un hermano. / No nos vimos nunca
/ pero no importaba») y otro eufórico («Sílaba viva»), incluido en Último
round (1968): «Qu? vachach?, est? ahí aunque no lo quieran, / est? en la
noche, est? en la leche, / en cada coche y cada bache y cada boche». Menos
conocido internacionalmente resultó el Cantar del Che de la uruguaya Ma-
tilde Bianqui (1967), tambi?n leído p?blicamente en Montevideo poco
despu?s de la muerte del guerrillero.
Como se dijo, a principios de 1968, la revista Casa de las Am?ricas
configuró un n?mero homenaje al Che que incluyó poemas de numerosos
autores hispanoamericanos: los ya citados Benedetti y Nicol?s Guill?n,
pero tambi?n Lihn, Marechal, Idea Vilari?o o Ida Vitale (entre otros). El
salvadore?o Roque Dalton, que participó en el homenaje, al parecer no
había escrito a?n su luego difundidísimo «Credo del Che», directamente,
en cambio, relacionado con el asesinato, y una de las primeras versiones «a
lo divino» de la figura del guerrillero, por parte de otro poeta-guerrillero
que tambi?n moriría cruelmente unos a?os despu?s.
La revista cubana abrió, en cualquier caso, la vía a un tipo de libro
po?tico que no ha dejado de reproducirse desde entonces: la antología-ho-

Ernesto «Che» Guevara 227
menaje. En 1969 el Instituto del Libro de La Habana ya recogió muchos de
los poemas de aquella revista junto con otros m?s en Poemas al Che (a cargo
de Ambrosio Fornet), y esa edición se reproduciría facsimilarmente en Es-
pa?a en 1976. En esta reedición, los poetas se organizan en dos bloques por
su procedencia: Espa?a (entre los que aparecen León Felipe, desde luego
—que había sido corresponsal del Che—, Aleixandre, Celaya, Bouso?o,
pero tambi?n J. A. Goytisolo, Valente, Labordeta, Ull?n o Carvajal) y
Am?rica (que acoge tambi?n a poetas haitianos como Ren? Despestre o
norteamericanos como Robert Lowell o Thomas Merton). Entre estos
americanos hay algunas ausencias notables: no est?n algunos homenajes de
la generación beat, como la famosa «Elegía al Che Guevara», de Allen Gins-
berg —quiz? porque había escandalizado a las autoridades cubanas, duran-
te su visita a la isla en 1966— o «The Mind of Che Guevara a Day After
His Death», de Lawrence Ferlinghetti. Pero tampoco est? el poema de
Neruda «Tristeza en la muerte de un h?roe», que el chileno incluiría en su
libro de ese mismo a?o 1969, Fin de mundo (quiz? porque, como recuerda
en sus memorias, no quiso escribir nada de encargo relacionado con el Che;
quiz? porque su poema tenía poco de celebratorio y m?s bien era una de-
nuncia. O quiz? porque en la antología estaba Pablo de Rokha).
Si esa recopilación es significativa de algunas líneas de lectura comu-
nes, podría se?alarse que, en Espa?a, los tópicos recurrentes son presentar
al Che como ejemplo de vida y negar la capacidad aniquiladora de la
muerte. En ocasiones se hace presente un cierto tono «lorquiano» («El cri-
men fue en Bolivia», dice Joaquín Marco) y se insin?an analogías entre la
situación social en Am?rica y Espa?a a finales de los sesenta (M?ndes Fe-
rrín: «Proclama do novo agricultor»). La mayoría son explícitos en su men-
saje ?pico y pocos optan por una línea «alusiva», m?s lírica, como Aleixan-
dre («Funeral por Che Guevara»), Bouso?o («Guevara muerto»), Valente
(«Tiempo del h?roe») o Carvajal («Del lado de la vida»). Los m?s jóvenes
entonces se atreven incluso a bordear la ironía, como Labordeta («Diario
de provincias») o V?zquez Montalb?n que construye su «Poema del Che
Guevara» «a base de palabras del Che, en un 66%», lo que prueba que ya
se había formalizado una serie de topoi guevaristas derivados de la lectura
de sus textos.
Los poemas americanos son quiz?, en general, m?s optimistas y est?n
te?idos de un panamericanismo «antiyanki» muy recurrente. Tambi?n es

228 Daniel Mesa Gancedo
imposible creer en su muerte (así en Vilari?o o Constantini); tambi?n to-
man pie en otros poetas elegíacos (Lorca, Borges, incluso Miguel Hern?n-
dez); tambi?n el Che es ejemplo moral (Gelman) o incluso «doble» inal-
canzable del poeta (como aparecía en Cort?zar y en Benedetti), casi
convertido en encarnación del superhombre: h?roe (con Bolívar lo compa-
ran Gonzalo Rojas o Jos? Tiquet), «caballero» (Mirta Aguirre), Cid (Mau-
ricio de la Selva), «Quijote» (otro de los topoi guevaristas, tomado de sus
cartas) o «Cristo» (Otto-Ra?l Gonz?lez). Desde otro punto de vista, tópica
es tambi?n la cita del lema «Hasta la victoria siempre» o el calambur sil?-
bico (que ya había seducido a Cort?zar).
Como digo, las antologías-homenaje constituyen a partir de ese mo-
mento casi un g?nero que se internacionaliza, desde la que publican en
1977 los italianos Meri Lao y Fabio Pierini (¡Hasta siempre! Canti e poesie
del mondo a Ernesto Che Guevara) hasta la m?s amplia publicada en ingl?s
por Gavin O?Toole y Georgina Jim?nez, Che in verse (2007). Tambi?n, por
supuesto, hay que mencionar alguna amplia antología nacional cubana
como El poeta eres t?. Selección de poemas cubanos dedicados al Che (2007),
que recoge a 40 autores desde Nicol?s Guill?n a Mayl?n Domínguez (na-
cida en 1973) y da noticia de otras antologías cubanas previas. Vuelve a
encontrarse aquí reescrituras elegíacas, siguiendo el modelo de Lorca, de
Miguel Hern?ndez o, incluso, de Lope de Vega (F?lix Pita Rodríguez).
Siguen aprovech?ndose topoi guevaristas, como la lectura del cuento de
Jack London (que el Che cita en Pasajes de la guerra revolucionaria y ha-
bían recogido tambi?n Cort?zar y Piglia) o la comparación con Don Qui-
jote. Las escenas del diario alimentan algunos poemas (García Marruz).
Solo Edel Morales (nacido en 1961) plantea alguna duda melancólica so-
bre el legado del Che (no se logró el «hombre nuevo»).
Numerosísimos son, como puede imaginarse, los proyectos po?ticos
individuales que recrean la figura del Che de autores cuya obra, por lo de-
m?s, no ha alcanzado difusión significativa (Poema con cámara (Camiri),
del colombiano Mario Rivero, 1967; R?quiem para el ángel barbado, del
peruano Emilio Saldarriaga García, 1970; Fuego nuevo: eleg?a a Ernesto Che
Guevara, del mexicano Alejandro Zenteno S?nchez, 1971; Esas tus manos
Che, del boliviano Jorge Calvimontes, 1971; el Romancero de la muerte del
Che Guevara, del espa?ol Jos? Ladrón de Guevara, 1976; o ?ancahuaz? y
el tiempo de los h?roes, del tambi?n boliviano Mario Lara López, 1997).

Ernesto «Che» Guevara 229
Llaman la atención algunos títulos muy recientes que parecen optar
por una vía puramente narrativa de tipo folclórico: Viaje a la eternidad:
aquel 9 de octubre. Historia narrada en verso, del argentino Alberto Spine-
lla (2009) o el pliego de cordel As aventuras do guerrilheiro Che Guevara,
del brasile?o Antonio Queiroz de Fran?a (2010). En el otro extremo del
espectro po?tico se ubicaría el poema visual Eleg?a al Che, de Joan Brossa
(concebido en 1967 y realizado en 1978), que consiste «simplemente» en
un alfabeto del que faltan las tres letras que conforman la palabra «Che».
Algunos de los proyectos se?alados hasta aquí tenían un componente
musical m?s o menos implícito. Otros lo hacen explícito desde el título:
quiz? llama la atención por ser su autor quien es Che, cantata para voces,
tambores y chirim?as, del colombiano Jorge Zalamea. El mexicano Otto
Ra?l Gonz?lez compone en 1997 su (probablemente metafórico) Concier-
to para metralleta: cantigas para el Che Guevara y, m?s realista, el argentino
Hamlet Lima Quintana concluye su poemario Las memorias con una
«cantata» titulada «Diario del regreso» (1999), compuesta e interpretada
con ocasión del retorno de los restos del Che a Santa Clara.
M?s literalmente musicales son la infinidad de canciones dedicadas al
guerrillero, desde el ya citado «Hasta siempre, comandante», de Carlos
Puebla (1965). Desde luego, hay que citar tantas letras de Silvio Rodríguez
(«La era est? pariendo un corazón», «Fusil contra fusil», «Am?rica, te hablo
de Ernesto», «Canción del elegido»…, recordadas por el propio autor en su
discurso de aceptación del doctorado honoris causa en la Universidad Na-
cional de Córdoba, Argentina, en 2011) o Pablo Milan?s («Si el poeta eres
t?», sin duda la m?s conocida), Víctor Jara («Zamba del Che») o Atahaual-
pa Yupanqui («Nada m?s»). Pero sigue vivo en composiciones m?s recien-
tes como «McGuevara?s o Che Donald?s» del argentino Kevin Johansen
(«Todos se dejan la barba y el pelo como ?l. / Pero no son como ?l»), «Mur-
guita del Sur» (del grupo argentino Bersuit), «Gallo Rojo» (de Los Fabulo-
sos Cadillacs), entre otros muchos.
Artes esc?nicas y teatro. M?s all? de la pura textualidad, la figura del
Che, entonces, alcanza igualmente una proyección p?blica en la m?sica
que —adem?s de la canción— se refleja tambi?n en numerosos proyectos
de «m?sica culta», que rese?a exhaustivamente Graciela Paraskevaídis («La
presencia del Che en la m?sica contempor?nea», 2013), entre los que des-
taca —por la importancia del compositor— Y entonces comprendió, del

230 Daniel Mesa Gancedo
italiano Luigi Nono (1969-1970), cantata para seis voces femeninas, coro
de c?mara y cinta magn?tica pregrabada con textos del Che y Carlos Fran-
qui. M?s recientes (y no recogidos por Paraskevaídis) son Muerte y renaci-
miento. Sinfon?a para el Che, del argentino Julio C?sar Pardo (2012), estre-
nada en Amiens, o incluso la ópera Am?rica en las venas del Che (2008) con
libreto de Julio Millares y m?sica de Jorge Martín, estrenada en Mendoza
en 2008. En esta línea, puede mencionarse tambi?n, como curiosidad, una
ópera china titulada Theatre Che Guevara de Hwang Ji Su, estrenada en
2007, en la que —seg?n Fernando Cid— «a los profanos en el tema nos
resultar? casi imposible reconocer la figura del Che, caracterizado como el
h?roe arquetípico de los dramas cl?sicos chinos» y en la que personajes
históricos se mezclan con Edipo u otros mitos orientales, en espacios que
tanto pueden ser americanos, chinos o meramente simbólicos.
M?s cercanas a lo literario y a lo convencionalmente teatral se encuen-
tran las obras que desde el momento mismo de la muerte del Che imagi-
naron una posible representación dramat?rgica de su figura. Entre las
primeras, hay que mencionar El cerco (1968), de Max Aub, exiliado espa-
?ol en M?xico que había conocido directamente la Cuba revolucionaria.
La pieza relativamente breve reconstruye una vez m?s los ?ltimos momen-
tos de la vida del Che y parece haber sido escrita en cuanto se conoció la
noticia de su muerte. La mayoría de los (pocos) críticos que se han ocupa-
do de ella reconocen en la obra el desarrollo de un tema característico del
teatro de Aub: la incomunicación. El propio autor no la consideraba obra
lograda (ni siquiera la recogió en la recopilación de su teatro) y solo rara-
mente se ha puesto en escena. Una edición reciente —con excelente intro-
ducción y notas de Silvia Monti— fue publicada por la Fundación Max
Aub en 2003.
Dos a?os despu?s, el mexicano Vicente Le?ero volvió sobre esos mis-
mos días finales del Che en su pieza Compa?ero (1970), a?n m?s breve,
algo m?s compleja en su planteamiento dram?tico, pero igualmente dis-
cursiva que la de Aub, aunque a diferencia de este —que no pudo conocer-
lo cuando la escribió— se basa en el diario de Bolivia. Silka Freire, como
se dijo, le dedicó un minucioso estudio.
Solo mucho m?s tarde volvemos a encontrar una obra hispanoameri-
cana significativa que lleve al Che a las tablas. Se trata de Cuestiones con
Ernesto Che Guevara (1999), del argentino Jos? Pablo Feinmann, basada

Ernesto «Che» Guevara 231
en un guion para una película frustrada, que imagina el encuentro de una
investigadora contempor?nea con el Che en la ?ltima noche de su vida.
M?s recientemente otras dos piezas argentinas han salido de ese mo-
mento final de la vida del Che para dramatizar otros aspectos igualmente
capitales de su figura: Carlos Alsina se decidió a poner en escena a la pare-
ja Che-Quijote, comparación que había nacido en las cartas del primero y
ya tenía plasmación en otros g?neros: ¡Ladran, Che! Las andanzas de Ernes-
to Che Guevara y Don Quijote de la Mancha (se representó en Barcelona en
2002). Poco despu?s Víctor Llaver dramatizó otro emparejamiento m?s
realista: Fidel y el Che: el poder y la utop?a: obra en tres actos (2005), que tal
vez no se haya llevado a las tablas a?n.
Como ocurre con la narrativa, tambi?n son muy numerosas las obras
teatrales en otras lenguas que han utilizado la figura del Che, y que con-
viene, al menos, mencionar. En 1968 se encuentan al menos dos: Che
Guevara: a play, de Mario Fratti y Che!: screenplay, de Michael Wilson. En
1969, John Spurling lleva a escena en Londres MacRune?s Guevara. El
texto puede encontrarse f?cilmente en Internet y al parecer fue escrito
antes de la muerte del Che. El mismo a?o Lennox Raphael publica Che!,
que se centra de nuevo en la muerte y al parecer fue un esc?ndalo en su
estreno en Nueva York, acusado de pornografía. Por ?ltimo, hay que men-
cionar la obra Che: a Permanent Tragedy escrita en ingl?s en 1970 por dos
autores serbios (Matija Beckovic y Dusan Radovic) y Guevara oder Der
Sonnenstaat del alem?n Volker Braun (1976), que al parecer mezcla el Em-
p?docles de H?lderlin con la figura del guerrillero.
4. Versiones cinematográficas (y otras)
Como ya hubo ocasión de se?alar, gran parte de la potencia sem?ntica
de la figura del Che procede de su representación iconogr?fica. Por eso, no
es de extra?ar que el cine se haya sentido fascinado por su figura. Dejando
de lado la presencia documental en los fondos de la rica cinemateca cubana
u otras (así como su aprovechamiento ulterior en la infinidad de documen-
tales que se han filmado sobre el Che en diferentes momentos), aquí men-
cionar? tan solo la utilización del personaje en películas de ficción.
Seg?n López Badano, uno de los primeros films que trató lateralmen-
te la figura del Che fue Prova d?Orchestra, del director italiano Federico

232 Daniel Mesa Gancedo
Fellini, estrenado en 1979, que habla de la ideología revolucionaria en la
Italia de los setenta y critica sutilmente la influencia del modelo guevaris-
ta. Aunque, sin duda, la película de Fellini supera en calidad a casi cual-
quier otra que aquí se pueda mencionar, no cabe olvidar que en 1969 el
tambi?n italiano Paolo Heusch había dirigido El «Che» Guevara, con el
espa?ol Francisco Rabal como protagonista, y Richard Fleischer un Che
protagonizado por Omar Sharif. Ninguna de las dos películas ha merecido
demasiado aprecio crítico. Poco despu?s, en Bananas (1971), Woody Allen
realizó una parodia de una revolución en un país caribe?o, en el que sin
demasiado esfuerzo podían leerse alusiones a Cuba y encontrar alg?n pa-
recido entre personajes ficticios y reales.
Hubo que esperar a finales de los noventa para que de nuevo volvie-
ran a verse ficciones cinematogr?ficas con la figura del Che. Hay que ha-
cer una mínima referencia a la versión del musical Evita que filmó Alan
Parker en 1996. Ya la obra original de Lloyd-Webber y Rice en 1978 tenía
como narrador a un «Che», que, sin embargo, poco tenía que ver con el
revolucionario (entre otras cosas por cuestiones cronológicas: Evita murió
en 1952, cuando Guevara andaba de viaje por Am?rica, y nunca coincidie-
ron sus destinos). M?s bien el «Che» del musical representaba a un argen-
tino arquetípico, que contemplaba irónico los acontecimientos, hasta que
se ve arrastrado por ellos. Las representaciones del musical que quisieron
equipararlo iconogr?ficamente a Guevara (como la espa?ola de 1981, con
Patxi Andión en ese papel) se dejaban arrastrar quiz? por la fuerza magn?-
tica de la conjunción de mitos —sin reparar en el anacronismo—. La
versión cinematogr?fica de Parker se liberó de esa tentación y puso en el
papel de Che a un Antonio Banderas lampi?o y de camisa blanca, muy
alejado de la imagen habitual del revolucionario (algo que se extremó tal
vez en una de las ?ltimas versiones del musical, la estrenada en Broadway
en 2012, en la que el Che era representado por el cantante puertorrique?o
Ricky Martin).
No obstante, la figura del Che y la de Eva Perón tambi?n se vincula-
ron, aun de modo indirecto, en proyectos inmediatos. Juan Carlos Desan-
zo, el director argentino que se había ocupado de la figura de Eva Perón en
1996, filmó en 1997 un biopic sobre el Che, Hasta la victoria siempre, en el
que Guevara era interpretado por diversos actores, dependiendo de su
edad.

Ernesto «Che» Guevara 233
Un actor que ha interpretado al Che en dos ocasiones es el mexicano
Gael García Bernal: como personaje secundario en su vertiente revolucio-
naria, aparece en Fidel (2002) David Attwood, y dos a?os despu?s, en
2004, asume el papel protagonista en la celeb?rrima Diarios de motocicleta
(2004), del brasile?o Walter Salles, basada como ya se ha indicado en las
notas del primer viaje por Am?rica en 1951-1952.
De 2005 es la interesante producción boliviana Di buen d?a a papá,
dirigida por Fernando Vargas, en la que, a partir del asesinato del Che en
La Higuera, se sigue la vida de una familia de campesinos bolivianos que
vivía en la zona, hasta 1997, cuando se exhumaron los supuestos restos del
guerrillero. Ese mismo a?o 2005, el norteamericano Josh Evans produjo
otra versión del guerrillero: Che Guevara con el espa?ol Eduardo Noriega
como protagonista. No llegó a estrenarse en salas y pasó al mercado de
DVD en 2008.
Y de ese mismo 2008 son las dos ?ltimas películas rodadas hasta el
momento sobre el personaje: Che, el argentino y Che, guerrilla (2008), de
Steven Soderbergh, con Benicio del Toro como protagonista (que ganó la
Palma de Oro al mejor actor en Cannes y tambi?n el Goya espa?ol). For-
man un díptico unitario, centrada la primera parte en la revolución cuba-
na y la segunda en la campa?a boliviana. La película recibió, en general,
críticas positivas a la factura t?cnica, y encontradas en relación con el pun-
to de vista adoptado, m?s bien documental, distante y hasta did?ctico, con
cierto menoscabo del componente dram?tico.
Cómic
Por su especial conexión con la cultura popular contempor?nea es pre-
ciso considerar tambi?n la atención que la figura del Che ha merecido por
parte del llamado noveno arte: el cómic. Desde muy pronto, la historia del
Che fue contada en vi?etas. Sigue siendo recomendable la consulta de un
?lbum cl?sico argentino publicado en fecha tan temprana como 1968: Che.
Vida de Ernesto Che Guevara, con guion de H?ctor G. Oesterheld y dibujo
de Enrique y Alberto Breccia. Recorre en blanco y negro toda la vida del
Che, alternando tiempos, y con un estilo muy ?gil en la parte literaria.
En 1983, el italiano «Magnus» (seudónimo de Roberto Raviola) pu-
blica El hombre que mató a Ernesto «Che» Guevara, und?cimo episodio de

234 Daniel Mesa Gancedo
su serie El desconocido, protagonizada por un mercenario, que se ve envuel-
to en los conflictos m?s llamativos de la ?poca, y que en Espa?a publica-
ron revistas como Tótem o El V?bora, pocos a?os despu?s (se ha reeditado
el episodio del Che en 2007). En este episodio el protagonista, no obstan-
te, es uno de los soldados bolivianos que participaron en la ejecución del
Che, atormentado despu?s por sus recuerdos —y la dependencia de la
droga—. El cómic incluye citas del diario del Che.
Una perspectiva m?s lineal y un dibujo m?s claro adoptan otras bio-
grafías en vi?etas originalmente publicadas en lenguas distintas del espa-
?ol: la belga Libertad! Che Guevara (2006; trad. 2009), con guion de
Maryse y Jean-Fran?ois Charles, e ilustraciones de Olivier Wozniak; Che.
Una biograf?a gráfica. Vida y leyenda de Ernesto Che Guevara, de los nor-
teamericanos Sid Jacobson y Ernie Colón (2009; trad. 2010). Los italianos
Marco Rizzo (guion) y Lelio Bionaccorso (dibujo) parten, en su Che Gue-
vara. La novela gráfica (2011, trad. 2012) de la foto de Korda, para recons-
truir los episodios m?s significativos de la vida del guerrillero, en un blan-
co y negro, a veces animado por otras tintas, que homenajea,
explícitamente, en determinados trazos a la visión que dieron Oesterheld
y los Breccia, o tambi?n a «Magnus». Por ?ltimo, Morir por el Che: 1961
(2012), novela gr?fica uruguaya con guion de Roy Leguisamo y dibujos de
Marcos Vergara, relata los acontecimientos desencadenados en Uruguay
tras la visita del Che al país en 1961.
Multimedia
Al margen de que alg?n proyecto citado previamente (el del argenti-
no Leandro Katz, 1997, ya tenía un componente multimedia muy impor-
tante), concluyo este panorama consignando algunas de las innumerables
p?ginas web que se dedican a la figura del Che Guevara, con mínimo co-
mentario de las que me parecen m?s ?tiles, y noticia de su presencia en el
mundo del videojuego.
Desde un planteamiento, m?s o menos institucional, son ?tiles los
repositorios de documentos e información que, desde una perspectiva afín,
se encuentran en:
http://catedracheguevara.com.ar
http://www.centroche.co.cu/cche

Ernesto «Che» Guevara 235
http://cheguevara.cubava.cu
http://www.marxists.org/archive/guevara/
http://www.fondazioneguevara.it
http://www.archivochile.com/America_latina/html/Escritos_del_
CHE.html
http://www.chebolivia.org
http://www.cheguevara.com/ (p?gina que recopila vínculos a otras)
Con un car?cter principalmente noticiero de actualidad, recopilan
información los siguientes sitios:
http://www.cubadebate.cu/etiqueta/ernesto-che-guevara
https://www.facebook.com/cheguerrilleroheroico
Una perspectiva absolutamente opuesta, profundamente crítica de la
figura y la acción de Guevara se encuentra en sitios como los siguientes:
http://verdaderoche.blogspot.com.es
http://che-guevara.awardspace.com
Puramente comerciales son las intenciones de sitios como:
http://www.thechestore.com
http://www.che-lives.com
Su proyección m?s estrictamente multimedia puede verse por ejemplo
en:
http://www.vam.ac.uk/vastatic/microsites/1541_che (sitio de la expo-
sición de 2006 «Che Guevara Revolutionary & Icon»).
El Che ha pasado al mundo del videojuego en, al menos, dos produc-
ciones:
Guevara / Guerrilla War: videojuego «arcade», que se lanzó en 1987, y
tuvo ciertas dificultades con la censura norteamericana. http://vintagepla-
yer.blogspot.com.es/2012/01/ grandes-farsas-guevara.html
Gesta final: videojuego cubano lanzado en 2013, que pretende recrear
la revolución cubana, con intención explícita de contrarrestar la influencia
de juegos b?licos como Call of Duty: Black Ops, en el que una de las misio-
nes consiste en matar a Fidel Castro). http://www.neoteo.com/gesta-final-
la-revolucion-cubana-y-el-che-guevara
Daniel Mesa Gancedo

236 Daniel Mesa Gancedo

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