Aristóteles se había trasladado mientras tanto, de nuevo, a Atenas y había fundado el Liceo,
donde enseñaba paseando (de ahí el nombre de escuela «peripatética»), seguía sus
investigaciones y análisis de datos, correspondientes a los más diversos campos (arte
dramático, constituciones políticas, deportes olímpicos, zoología), y elaboraba una veintena de
obras. Sin embargo, al morir Alejandro (a los 33 años), el clan de Demóstenes (autor de las
Filípicas y, por tanto, enemigo de Aristóteles) se envalentonó y «el Estagirita» volvió a decidir
su partida, para «ahorrar a los atenienses un segundo atentado contra la filosofía» (el primero
lo habían cometido con Sócrates). Al año siguiente, moría en Eubea de úlcera de estómago.
Eudemonismo:
Tendencia ética según la cual la felicidad es el sumo bien. La felicidad puede entenderse de
muchas maneras: puede consistir en bienestar, en placer, en actividad contemplativa, etc. En
todo caso se trata de un “bien” y con frecuencia también de una “finalidad”. Se dice por ello
que la ética eudemonista equivale a una “ética” de bienes y fines». El principal representante
de un eudemonismo individualista es Epicuro, y el de un eudemonismo general, Aristóteles.
Del griego "eudaimonia" (felicidad), el término se aplica, en general, a toda teoría ética que
considera que la felicidad es el bien que buscan por naturaleza los seres humanos. En este
sentido, todas las éticas de la antigüedad clásica comparten dicha característica,
diferenciándose a la hora de determinar en qué consiste la felicidad, de la que ofrecen distintas
concepciones: la fortuna, la abundancia de bienes materiales, el placer, la dicha interior, la
rectitud moral, la sabiduría o la serenidad de ánimo.
No obstante, el término se asocia preferentemente a la teoría ética de Aristóteles, a la que
habitualmente se denomina, sin más especificaciones, eudemonismo. Según él, la
consecución de la felicidad (la vida buena, la vida feliz) es el resultado de la acción humana, a
la que se puede acceder por la práctica de las virtudes éticas (regulando la conducta por la
regla del término medio) y las virtudes dianoéticas (de las que la forma parte la prudencia) que
conducen a la sabiduría, el estado ideal de felicidad.
El eudemonismo aristotélico:
Según Aristóteles, todo ser natural tiende a la actualización de lo que le es más propio, de lo
que es de modo esencial y, al mismo tiempo, le distingue del resto de los seres naturales. El
fin hacia el que tiende cada ser particular es, por relación a él mismo, un bien. Así, pues, si
hablamos del hombre, el bien consistirá en la actualización de aquello en lo que, de modo más
propio y esencial, consiste "ser hombre". Y puesto que lo que más esencialmente distingue al
hombre del resto de los animales es la "razón" (el noûs), para el hombre, el bien más elevado,
el "bien supremo", consistirá en la actualización de su "racionalidad" (nóesis). Actúa del modo
más "excelente" o "virtuoso" el que, tanto en el decir como en el hacer o el actuar, se comporta
racionalmente o se conduce como un ser racional. Así pues, en lo que al hombre se refiere, la
"excelencia" o la "virtud" (areté) consiste en actuar "según la razón".
En todo caso se trata de un “bien” y con frecuencia también de una “finalidad”. Se dice por ello
que la ética eudemonista equivale a una “ética de bienes y fines”.