Para terminar este apartado, cabe señalar respecto a las técnicas e instrumentos de evaluación
que, cuantos más instrumentos se utilicen y cuantas más personas consensúen el juicio que se emita
(triangulación) tanto más “justa” resultará la evaluación (Sanmartí, 2007, p. 104). Esto es
exactamente lo que se intenta con esta propuesta para el aula: hay una serie de normas, objetivos y
posibles actividades que son acordadas a principios de curso, y revisadas al principio de cada
trimestre. Sobre esa base, cada alumno y alumna adquiere un compromiso de realización de
actividades (individuales y/o en grupo) en un proceso público. Cada vez que alguien expone un
trabajo, o hace una actividad (a veces teórica, otras veces práctica, de audición, interpretación,
debate, comentario...) delante de sus compañeros y compañeras, todo el mundo opina y evalúa el
contenido, la manera en que se ha expuesto, el grado de comprensión de los contenidos, las posibles
mejoras que se pueden realizar... y al final de cada trimestre se hace una sesión de evaluación
tomando como referencia los criterios consensuados, el compromiso adquirido, el grado de
consecución (o superación, a veces) de ese compromiso, la opinión de cada alumno y alumna, la
opinión del grupo-clase, y la opinión del profesor. A partir de todo eso, se establece una calificación
individual, y se plantean mejoras para el siguiente trimestre. Aunque pueda parecer un proceso largo
y farragoso, e incluso a priori se puedan plantear dudas sobre los posibles conflictos o desacuerdos
que se puedan generar, lo cierto es que, una vez establecidos estos procedimientos, el grado de
coincidencia y consenso es muy alto, en muchas ocasiones unánime.
Del mismo modo que existen numerosas actividades posibles y formas de aprender, debe haber
múltiples formas de evaluar. Puesto que hay muchas formas de conocer nuestro mundo (y son pocos
los alumnos y alumnas que encajan dentro de un mismo molde), ni la enseñanza, ni la evaluación se
deben centrar en los contenidos de un libro de texto, ni deben presentarse de un modo cerrado, sino
que deben buscarse estrategias basadas en la investigación en el aula, partiendo de lo cotidiano, de
contextos muy concretos, democratizándolos a través de la investigación-acción. Se deben, por
tanto, diversificar los instrumentos de evaluación, de manera que sean múltiples y variados,
promoviendo especialmente la autonomía del alumnado (Sanmartí, 2007, pp. 18-30; Álvarez
Méndez, 2000a; Martínez Bonafé, 2000; Janesick, 2008, p. 328).
Por otra parte, como indica Sanmartí (2007, p. 24), no es posible que nadie se quede sin
aprender nada, como también es imposible que alguien aprenda todo. Lo más importante, entonces,
será la observación, análisis y reflexión compartida sobre las producciones del alumnado: “El
alumno aprende más de lo que el profesor enseña. [...] Observar (y calificar) sólo lo que el alumno
hace es reducir a lo más superficial su capacidad de aprender, y por tanto, su competencia
cognitiva. [...] Lo importante será la observación, el análisis y la valoración de las producciones
de los alumnos” (Álvarez Méndez, 2008, 220).
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