como ley; con ésta solamente hay que cotejar su concepto como concepto o su necesidad, que en todas
estas formas se había mostrado, sin embargo, ante nosotros solamente como una palabra vacua.
La indiferencia de la ley y de la fuerza o del concepto y del ser se presenta, además, de otro modo, distinto
del que acabamos de indicar. Por ejemplo, en la ley del movimiento es necesario que éste se divida en
tiempo y espacio o también en distancia y velocidad. Al ser solamente la relación entre aquellos momentos,
el movimiento, es lo universal, aquí, evidentemente, dividido en sí mismo; pero estas partes, tiempo y
espacio, o distancia y velocidad, no expresan en ellas este origen de lo uno; son indiferentes entre sí, el
espacio es representado como sí pudiera ser sin el tiempo, el tiempo sin el espacio y la distancia, al menos,
sin la velocidad, del mismo modo que son indiferentes entre sí sus magnitudes, puesto que no se
comportan como lo positivo y lo negativo ni se relacionan, por tanto, las unas con las otras por su esencia.
La necesidad de la división se presenta, pues, aquí, pero no la de las partes como tales, la una con
respecto a la otra. Lo que quiere decir, empero, que aquella primera necesidad no pasa de ser una falsa
necesidad disfrazada de tal; en efecto, el movimiento no es representado él mismo como simple o como
pura esencia, sino ya como dividido; tiempo y espacio son sus partes independientes o esencias en ellas
mismas, o distancia y velocidad modos del ser o del representarse cada uno de los cuales puede ser sin el
otro, por lo que el movimiento sólo es su relación superficial, pero no su esencia. Representado como
simple esencia o como fuerza, el movimiento es, ciertamente, la gravedad, la cual, sin embargo, no encierra
en ella para nada estas diferencias.
[3. La explicación] En ninguno de los dos casos es la diferencia, por tanto, una diferencia en sí misma; o
bien lo universal, la fuerza, es indiferencia con respecto a la división que es en la ley, o bien las diferencias,
las partes de la ley, son indiferentes las unas con respecto a las otras. Pero el entendimiento tiene el
concepto de esta diferencia en sí, cabalmente porque la ley es, de una parte, lo interior, lo que es en sí y
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porque, de otra parte, es en ella, al mismo tiempo, lo diferente. El que esta diferencia sea una diferencia
interna viene dado en el hecho de que la ley es fuerza simple o como concepto de la diferencia, de que es,
por tanto, una diferencia del concepto. Pero esta diferencia interna, al principio, corresponde solamente al
entendimiento; no aparece todavía puesta en la cosa misma. El entendimiento expresa, pues, solamente la
propia necesidad; una diferencia que sólo puede establecer en tanto que expresa al mismo tiempo que la
diferencia no es una diferencia de la cosa misma. Esta necesidad, que sólo radica en las palabras, es, de
este modo, la descripción de los momentos que forman el ciclo de dicha necesidad; se los distingue,
evidentemente, pero al mismo tiempo, superada; este movimiento se llama explicación. Así, pues, se
enuncia una ley, de la que se distingue como la fuerza su en sí universal o el fundamento; pero de esta
diferencia se dice que no es tal, sino que el fundamento se halla más bien constituido como la ley. Por
ejemplo, el suceso singular del rayo es aprehendido como universal y este universal se enuncia como la ley
de la electricidad; la explicación resume luego la ley en la fuerza, como la esencia de la ley. Esta fuerza se
halla, ahora, constituida de tal modo que, al exteriorizarse, brotan electricidades de signo opuesto, las
cuales desaparecen de nuevo la una en la otra; es decir, que la fuerza se halla constituida exactamente lo
mismo que la ley; se dice que no existe entre ambas diferencia alguna. Las diferencias son la pura
exteriorización universal o la ley y la pura fuerza; pero ambas tienen el mismo contenido, la misma
constitución; se revoca, por tanto, la diferencia como diferencia del contenido, es decir, como diferencia de
la cosa.
En este movimiento tautológico, el entendimiento permanece, como se ve, en la unidad quieta de su objeto
y el movimiento recae solamente en el entendimiento, y no en el objeto; es una explicación que no sólo no
explica nada, sino que es tan clara, que, tratando de decir algo distinto de lo ya dicho, no dice en rigor nada