leía tan bien como cualquier cerdo, pero nunca ejercitaba esa facultad. Por lo
que sabía, explicaba, no había nada que mereciera la pena de ser leído. Trébol
aprendió todo el alfabeto, pero no podía construir palabras. Boxeador no podía
pasar de la letra «d». Dibujaba «a», «b», «c», «d» en el polvo con el enorme
casco y después se quedaba con la mirada perdida y las orejas hacia atrás, a
veces moviendo la crin, tratando con todas sus fuerzas de recordar, sin éxito,
qué venía a continuación. En algunas ocasiones, sí aprendía «e», «f», «g»,
«h», pero cuando lograba conocerlas descubría siempre que había olvidado
«a», «b», «c» y «d». Finalmente decidió conformarse con las cuatro primeras
letras, y solía escribirlas una o dos veces al día para refrescar la memoria.
Marieta se negaba a aprender más que las siete letras que formaban su propio
nombre. Las hacía con mucho cuidado, usando ramitas que decoraba con una
o dos flores, y después caminaba alrededor llena de admiración.
Ninguno de los otros animales de la granja lograba pasar de la letra «a».
También se descubrió que los animales más estúpidos, como las ovejas, las
gallinas y los patos, eran incapaces de aprender de memoria los siete
mandamientos. Después de mucho pensar Bola de Nieve declaró que los siete
mandamientos podían, de hecho, reducirse a una sola máxima, a saber:
«Cuatro patas, sí; dos patas, no». Eso, dijo, contenía el principio esencial del
animalismo. Quien lo hubiera comprendido a fondo estaría a salvo de toda
influencia humana. Las aves primero se opusieron, porque les parecía que
también ellas tenían dos patas, pero Bola de Nieve les demostró que no era así.
—Las alas de los pájaros, camaradas —dijo—, son órganos de propulsión
y no de manipulación. Por lo tanto deben considerarse como patas. Lo que
distingue al hombre es la mano, el instrumento con el que causa todo el daño.
Las aves no entendieron las palabras largas de Bola de Nieve, pero
aceptaron su explicación, y todos los animales más humildes se pusieron a
trabajar para aprender de memoria la nueva máxima: «¡Cuatro patas, sí; dos
patas, no!», quedó grabado en la pared del fondo del establo, por encima de
los siete mandamientos y en letras más grandes. Cuando lograron aprender eso
de memoria, las ovejas empezaron a sentir una gran afición por la máxima, y
con frecuencia, cuando estaban echadas en el campo, balaban «¡Cuatro patas,
sí; dos patas, no! ¡Cuatro patas, sí; dos patas, no!» durante horas, sin cansarse
nunca.
Napoleón no mostraba ningún interés por los comités que había creado
Bola de Nieve. Decía que la educación de los jóvenes era más importante que
todo lo que se pudiera hacer por los adultos. Jésica y Campanilla habían parido
poco después de recoger la cosecha de heno, y entre las dos habían tenido
nueve robustos cachorros. En cuanto los destetaron, Napoleón los apartó de las
madres y dijo que él se encargaría de su educación. Se los llevó a un desván al
que solo se podía llegar por una escalera de mano desde el guadarnés, y los