Aportes - 4
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ENSEÑANZA DEL SANTO PADRE
Hacer memoria del propio bautismo
Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo. Estamos llamados a vivir nuestro
Bautismo todos los días, como una realidad actual en nuestra existencia. Si conseguimos
seguir a Jesús y a permanecer en la Iglesia, a pesar de nuestras limitaciones, nuestras
fragilidades y nuestros pecados es precisamente por el Sacramento en el que nos hemos
convertido en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo,
en efecto, que, liberados del pecado original, estamos injertados en la relación de Jesús
con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos
da esta esperanza nueva. La esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida. Y
a esta esperanza nada y nadie la puede apagar, porque la esperanza no defrauda.
Papa Francisco (8/1/2014).
El paralelismo del cristiano con Jesús es
completo. Sepámoslo y gocemos con ello:
Cristo, el Hermano mayor, fue bau-
tizado en el Jordán; nosotros fuimos
incorporados a él por nuestro bautismo.
Cristo fue ungido por el Espíritu Santo;
también descendió sobre nosotros en
nuestro bautismo.
Cristo es declarado solemnemente
“Hijo muy querido” del Padre; también
nosotros somos hijos adoptivos de ese
Padre que nos ama.
Entusiasmado por esta maravilla, san
León Magno, el extraordinario papa del
siglo IV-V, gritaba en Navidad: ¡Cristiano,
reconoce tu dignidad!, es decir, no dejes
de darte cuenta de lo que Dios ha hecho
contigo; vive con alegría tu condición de
hijo de Dios.
En efecto, ¿alguien entre ustedes se
siente “poca cosa”? ¿Alguien cree ser
“un cualquiera”? Ese alguien está olvi-
dando su máxima dignidad: no hay nada
más importante en esta vida que poder
decir: ¡Soy hijo de Dios, Dios me ama,
Jesucristo murió por mí, me espera una
felicidad eterna!
El bautismo fue el regalo más impor-
tante de cuantos nos hizo Dios: Selló
nuestra dignidad de hijos de Dios y her-
manos de Jesucristo. Por eso el salmo
nos invita con entusiasmo a alabar a Dios:
¡Aclamen al Señor, hijos de Dios! ¡Acla-
men la gloria del nombre del Señor!
Termino: Ciertamente, aclamamos
al Señor, aclamamos su gloria cuando
cumplimos los Mandamientos, cuando
atendemos nuestros deberes cotidianos
con espíritu fraterno, practicando la jus-
ticia y la caridad. Pero no es suficiente:
Dios espera que lo honremos viviendo
con alegría y entusiasmo nuestra condi-
ción de hijos de Dios, hermanos de Je-
sucristo y templos del Espíritu Santo. Sí,
hermanos, aclamemos y glorifiquemos a
Dios llenando de alegría cristiana nuestra
vida diaria, dando a cuantos nos rodean
el testimonio de nuestra alegría cristiana.
Humilde, sencillamente, como hijos muy
queridos de Dios.
(Viene de la p. 1).
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