Diapositiva 17
lfgr4 El principal deber de un ministro de Cristo, líder o siervo de Dios es predicar la Palabra, se supone que para eso fue ordenado;
predicar la palabra como debe ser, es predicar la verdad, en contraposición a los mitos y ficciones conforme a los deseos carnales de
los falsos maestros que lo que buscan es manipular para la consecución de sus torcídos fines. El Señor Jesucristo siendo el Hijo de
Dios y la segunda persona de la trinidad, ni siquiera se atrevió a hablar por su propia cuenta, y esto fue lo que dijo sobre su
predicación:
Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la
doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca
la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia. (Juan 7:16-18 R60)
...Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que
he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho. (Juan
12:49-50 R60). Por tanto, nuestra predicación debe ser lo que Dios ha dicho en Su Palabra, las Escrituras, y hacerlo de acuerdo al
sentido y significado que Dios quiso transmitir a través de ellas. No tenemos necesidad de reinventar el mensaje con la pretensión de
hacerlo más atractivo o más aceptable para los oyentes, porque el resultado final no será la sana doctrina, ya que la verdad divina de
por sí ofende, redarguye y corrige la naturaleza rebelde y pecaminosa. Las personas necesitan la verdad y no algo que luzca como la
verdad. La verdad siempre será incómoda y molesta porque va en contra de nuestra naturaleza; mientras al Señor Jesucristo este
oficio le costó la vida, la gran mayoría de ministros de este siglo se preocupan por conservar sus vidas, trasquilando y matando de
hambre al rebaño, y todo a expensas de la verdad. La iglesia primitiva predicó a Cristo crucificado, siempre consciente de que ese
mensaje sería piedra de tropiezo para los religiosos judíos y locura para los filósofos griegos (1 Corintios 1:23). Necesitamos recuperar
ese denuedo apostólico. Necesitamos recordar que los pecadores no se ganan por medio de las relaciones públicas avezadas o
poderes terrenales de persuasión, sino con el evangelio como mensaje exclusivo que es poder de Dios para salvación a todo a quel
que cree. El gran peligro que la iglesia está enfrentando hoy día, es la máxima apatía hacia la verdad y a la indiferencia acerca de las
falsas enseñanzas. Tendemos a no ver a la verdad de la forma en que las Escrituras la presentan, como un tesoro sagrado
encomendado a nuestra confianza. El primer martir, Esteban, no murió por decirles a los fariseos que Cristo les amaba, sino por
predicarles la Verdad. El hombre de Dios no busca congraciarse con el mundo y mucho menos acomodar la Verdad para que suene
más linda. Así la digas riendo siempre será ofensiva. No debemos preguntarnos ¿qué le pasa al mundo?, porque ese diagnóstico ya
ha sido dado; más bien, debemos preguntarnos: ¿qué le ha pasado a la sal y a la luz del mundo?. La verdad lleva consigo la
confrontación. La verdad exige la confrontación; la confrontación amorosa, pero sin embargo, confrontación, y la única prueba
verdadera de si una persona o movimiento es de Dios no son señales y prodigios, sino la enseñanza que sea conforme a la verdad de
la Palabra de Dios. Para permanecer fiel a la verdad, a veces es necesario “hacer la guerra” dentro de la iglesia, especialmente cuando
los enemigos de la verdad que posan como creyentes están contrabandeando sigilosamente una peligrosa herejía, como ocurria en
los tiempos del apóstol Judas.“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido
necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. (Judas 1:3 R60). La
expresión “contendáis ardientemente” está traducida de un fuerte verbo griego: epagonizomai, que significa literalmente: “agonizar
en contra”. La palabra describe una intensa, larga y ardua pelea. No hay nada pasivo, pacífico o sencillo acerca de eso; es una
poderosa guerra en nombre de la verdadera fe. Nosotros tenemos un mandato urgente de Dios mismo a hacer nuestra parte en la