PERALTA.—(A Jesús y San Pedro.) Bueno, señores, aquí está su plata. Cuenten y verán que
no les falta ni un medio.
JESÚS.—Volvamos pa tu casa, que tengo que hablarte despacio y aquí está haciendo mucha
resolana.
PERALTA.—¿Y quién los mandó a irse...?
JESÚS.—Sentáte, Peralta y oíme...
PERALTA.—¿Por qué no se sienta vusté primero?
JESÚS.—Sentáte, que tengo que revelarte unas cosas importantes. Sentáte allá vos, Pedro, y
déjate de ser novelero. Préstame atención, Peralta: Nosotros no somos tales pelegrinos, no lo
creas. Este es Pedro, mi discípulo, y yo soy Jesús de Nazareno. No hemos venido a la tierra
más que a probarte, y en verdad, te digo, Peralta, que te lucistes en la prueba. (En este
momento la Peraltona se asoma y oye.) Otro, que no fuera tan cristiano como vos, se guarda
las onzas y se había quedao muy orondo. Los dineros, Peralta, son tuyos. Podes repartirlos a
como vos te dé la gana. Y voy a darte de encima las cinco cosas que querás pedir, conque,
pedí por esa boca.
PERALTONA.—Ay, señores míos, yo también he ayudao a la caridá, yo he sacrificao mi
vida por acompañar a Peralta en sus buenas obras. Denme algo a mí sus mercedes.
JESÚS.—Toma lo que querás, buena mujer...
PERALTONA.—Dios se los pague. Dios se los pague. Dios se los pague y les dé el cielo...
(Saliendo.) ¡ Dios se lo pague a sus mercedes!
PERALTA.-—Perdónela, Su Divina Majesíá.
JESÚS.—Se lo merece la pobre, ha sufrido mucho. Ella es distinta de vos y cada cual sufre
según el humor que tenga. Hace, Peralta, tus peticiones.
SAN PEDRO.—Fíjate bien en lo que vas a decir, no vas a salir con una buena bobada.
PERALTA.—En eso estoy pensando, su Mercé.
SAN PEDRO.—Es que si pedís cosa mala, va y el Maestro te la concede, y una vez
concedida, te amolaste, porque la palabra del Maestro no puede faltar.
PERALTA.—Déjeme pensar bien la cosa, su Mercé. Bueno, Su Divina Majestad, lo primero
que le pido es que yo gane al juego siempre que me dé la gana.
JESÚS.—Concedido.
PERALTA.—Lo segundo...
SAN PEDRO.—Fíjate que es cosa delicada y de mucha enjundia...
PERALTA.—Cavilosiando estoy la cosa, su Mercé. Lo segundo... es que cuando me vaya a
morir me mande la muerte por delante y no a la traición.
SAN PEDRO.—¿Y eso qué contiene? ¿Ónde se te ocurren esas cosas?
PERALTA.—Déjeme, su Mercé, que yo sé lo que pido.
JESÚS.—Concedido.
PERALTA.—Lo tercero...
SAN PEDRO.—Fíjate bien. Tercero. Te quedan tres cosas, no despilfarres así la Gracia
Divina.
PERALTA.—No me interrumpa, su mercé, que se me cierra la mollera y no puedo pensar. Lo
tercero...
SAN PEDRO.—Pedir cosa de juego y luego ese bolate con la muerte... Es que es hasta falta
de respeto. ..
JESÚS.—Tate callao, Pedro, y deja de manotiar. Él puede pedir lo que quiera.
SAN PEDRO.—También es verdá. No sé pa qué me meto yo, pero es que no puedo
soportar...
PERALTA.—Lo tercero es que yo pueda detener al que quiera en el puesto que yo le señale y
por el tiempo que a yo me parezca.
SAN PEDRO.—¿Qué? ¿Qué es lo que ha pedido este atembao?