en un cantón suizo de lengua italiana, el Tesino, como abriéndose
hacia el influjo meridional (que, para un germánico, también es en
definitiva un poco oriental). Una vez más, hay algo aquí de Goethe y
de romanticismo: ¿Conoces el país donde florecen los limoneros...?.
Su creciente fama le obligaría a encerrarse desde 1931, en una
famosa casita roja; más aún en la segunda posguerra, cuando se
cuenta que el otro Premio Nóbel germánico de la época, al llegar a
visitarle y encontrar un letrero "visitas no", escribió pacientemente
debajo: "Bueno, otra vez será", suyo, Thomas Manna. Lo que no
impidió que de hecho le vis1itara a menudo. Desde ese hosco refugio,
la obra de Hermann Hesse alternaría los ásperos ataques individuales
a la sociedad moderna,así, El lobo estepario 1927, con sugerencias de
nuevos horizontes espirituales, bien fuera desde un oriente (ya se dijo
más ideal que real), Siddharta 1931, bien fuera desde la utopía
pedagógica de la ya aludida "orden de caballería "o redentora de la
bajeza de este mundo contemporáneo "El juego de abalorios", escrito
desde 1931 hasta 1943, cuando se publicó en Suiza, pero sin poder
aparecer en Alemania hasta la posguerra, casi a la vez que con la
concesión del Premio Nóbel. También cabe añadir la dimensión
simbólico –espiritual de Narciso y Goldmundo 1920, como núcleo de
toda esta etapa, la definitiva en el desarrollo hessiano, basada en la
convicción, como dijo, de que, en Europa como en Asia, había un
mundo subterráneo e intemporal de los valores y del espíritu, que no
se había trastornado con la invención de la locomotora ni con
Bismarck, y que era bueno y justo vivir en esa paz de un mundo
espiritual en que tuvieran parte Europa y Asia, los Vedas y la Biblia,
Buda y Goethe. La búsqueda, a la vez vaga e iluminada, de esa nueva
vitalidad espiritual, de la "unidad de todo ser", tenía en Hesse el
trabajo literario como instrumento, no como fin en sí; su obra, una
vez más en términos goethianos, era "fragmentos de una gran
confesión". En 1928 escribió: Para mí, una nueva creación literaria
empieza a surgir en el momento en que se hace visible una figura
que, durante algún tiempo, puede llegar a ser portadora y símbolo de
mi propia vivencia, de mis pensamientos, de mis problemas. La
aparición de esa persona mítica (Peter, Camenzind, Knulp, Siddharta,
Harry Hallerle, Lobo Estepario, etc.), es el momento creador de que
procede todo. Casi todas las creaciones en prosa que he escrito son
biografías del alma; en todas ellas no se trata de historias, enredos y
tensiones, sino que en el fondo son monólogos, en los cuales se
considera a una única persona, precisamente esa figura mítica, en
sus relaciones con el mundo y con el propio Yo. Pero, para poner
sordina al aparente énfasis transcendental de la postura de Hesse, no
está mal terminar con otra frase suya anterior: No hay que hacer a