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Cyanotic Tree
No respondí. No quería que él pensara que me estaba suavizando, o que lo estaba dejando entrar.
No me agrietaría. Mientras me mantuviera aquí, lo odiaría.
Me desperté húmeda de sudor. Durante varios segundos desorientados, no podía recordar dónde
estaba. Las paredes parpadeaban con sombras, y me giré para encontrar la fuente del fuego, que
se había pagado, pero que desprendía calor. Mientras estiraba las piernas, la mecedora crujió, y
fue entonces cuando recordé lo vital que era que no hiciera ningún sonido.
Mason se agitó al escuchar el ruido, pero después de una pausa, su respiración se reanudó
zumbando suavemente a través de la oscuridad. Yacía sobre el sofá, con su mejilla presionada con
el colchón, su boca abierta ligeramente, sus largas piernas y brazos colgando de los bordes. Se veía
diferente con la luz danzante del fuego sobre su rostro y una almohada abrazada a su pecho. Se
veía más joven, infantil, inocente.
Su manta había caído en la noche, y mientras caminaba silenciosamente a su lado, pasé por
encima de ella, escuchando el tranquilo subir y bajar de su respiración. El aire se sentía casi solido
cuando me abrí paso hacia la puerta principal. Apenas alterando el paso, agarré con avidez una
linterna y una cantimplora, las cuales, para mi gran fortuna, uno de ellos las había dejado sobre la
barra de la cocina. La cantimplora estaba llena. Un incluso mejor golpe de suerte.
Puse un pie delante del otro, con los ojos clavados en la manija de la puerta, que parecía deslizarse
fuera del alcance con cada paso.
Un instante después, estaba en mi mano. Mi estómago dio un salto mortal, en parte de alegría, en
parte de miedo, no había vuelta atrás ahora. Giré el pomo unos pequeños grados. Alcanzó el final
de la rotación. Todo lo que tenía que hacer era tirar. La presión en la cabaña cambiaría
ligeramente cuando abriera la puerta, pero Mason no lo notaría. Estaba profundamente dormido.
Y el fuego alejaría la corriente de aire frío que dejara entrar.
De repente estaba en el porche, cerrando poco a poco la puerta detrás de mí. Medio esperaba
escuchar a Mason ponerse de un salto de pie y perseguirme, gritándole a Shaun para que se
despertara. Pero el único sonido provenía del frío viento glacial golpeando nieve, tan fina como la
arena, en mi rostro.
Los bosques eran abismalmente oscuros; sólo había caminado cien pasos de la cabaña de
patrullaje cuando, con una sola mirada hacia atrás, ya no podía verla. La noche la envolvía en una
negrura aterciopelada.
El viento azotaba a través de mi ropa y fustigaba cualquier parte de la piel que no había logrado
cubrir, pero casi estaba agradecida por ello. Estaba completamente despierta por el frío. Y si
Mason y Shaun venían a buscarme, sería imposible para ellos escuchar mis movimientos por
encima del feroz silbido bajando por las laderas. Alentada por esta línea de pensamiento, envolví
mi abrigo con más fuerza alrededor de mí, protegiendo mis ojos de la precipitación que soplaba, y
cogí mi camino cuidadosamente por la empinada pendiente llena de fragmentos de roca y troncos
de árboles escondidos debajo de la nieve. Las rocas eran bastante irregulares, y bastante duras,
que si caía en el ángulo correcto, podría romperme un hueso.