ellos. El huérfano, esclavo y pródigo actúan desde el temor, la
inseguridad, la baja autoestima y sentimiento de condenación continua.
El esclavo siempre cree que otro le va a sacar el lugar. Vive en una
competencia constante, celos y comparación. Se siente inseguro. Como
su seguridad está puesta en el hacer, se convierte en una confianza
circunstancial. Cuando las cosas le salen bien, se siente amado por Dios.
Ante un error o problema, siente que Dios no lo ama tanto. De esta
manera se vuelve alguien de doble ánimo y por lo tanto, como dice la
Palabra, inconstante en todos sus caminos.
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A veces se siente un super
hombre y otras, el peor de todos. Esto produce la mentalidad de
esclavitud. En cambio, el que vive con la mentalidad de hijo, es
constante en el amor del Padre. Como el amor de Dios no crece ni
decrece por nosotros sino que Dios es Amor, si permanecemos en Su
amor, vivimos confiados. Jesús dijo: “Así como el Padre me ama, yo los
amo a ustedes”.
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¿Puedes imaginarte cuánto ama el Padre a Jesús?
¿Logras entender cuánto Jesús te ama? Aun ante las adversidades, un
hijo sabe que todas las cosas ayudarán para su bien, porque Dios está al
control. El amor furioso de Dios vence toda orfandad, y puede hacer
sentir pleno a aquel que el mundo menospreció. Cada hijo es único y
especial para el Padre. Como dice un gran amigo: “Dios no tiene
favoritos, tiene íntimos”. Son aquellos que permanecen en Su amor y
disfrutan de Su gozo. A veces Dios nos usa mucho, a veces pareciera
que no tanto, pero Su amor no cambia. Hay semanas que oramos todo el
día, hay semanas que luchamos todo el día, Su amor no cambia. Cuando
somos fuertes, cuando somos débiles, Su amor no cambia. Buenas
temporadas, malas temporadas, inviernos oscuros, veranos soleados,
nada puede alterar el amor de Aquel que nos ama con amor eterno.
Podemos caminar seguros, servir al Reino con total confianza, ministrar